viernes, 22 de julio de 2011

Y en esta silenciosa noche.

Él cogió la chaqueta de encima del sofá y salió al vestíbulo donde ella le esperaba. No sabía qué decirle después de aquella confesión de sinceridad por parte de los dos. Él la había contado cómo se sentía respecto a la bipolar de su novia celosa compulsiva y ella acababa de confesarle a él el secreto más importante que tenía en la vida, como era la existencia de Kay.
- Bueno, entonces, gracias por todo - dijo él -. Al principio pensé que tenías un novio estupendo pero veo que tienes algo mucho más importante. Me alegro por ti.

- Gracias por quedarte a cenar - dijo ella, en voz baja -. A Kay le has caído muy bien. Gracias por aguantarle y juguetear con él - sonrió suavemente.

- Elena, siento haberte puesto en esta situación, de verdad. Pero gracias por protegerme - dijo él.

La chica suspiró. Realmente se había asustado a la hora de decidir si podía dejarle quedarse en su casa. La hería el simple hecho de imaginarle dando vueltas como un perrito perdido. Pero no podía meterlo en su casa. Kay no estaba acostumbrado a eso y tal vez le pareciera mal, o hiciera preguntas, o se sintiera incómodo o pensara que ella estaba dejando de quererle. Y eso no podía explicárselo al pequeño. El chico de ojos claros se puso la chaqueta y sacó la capucha por fuera de la americana antes de abrir la puerta, mirar a la chica por última vez y salir del apartamento. Elena se dejó caer en el escalón del vestíbulo y suspiró. ¿Cómo le había dejador irse así? Le dolía el pecho. Quería que el chico se quedara, pero, ¿y Kay? Puso las manos en la cara y sintió ganas de salir corriendo. Entonces la mano del niño se posó en su cabeza. Ella le miró, con los ojos algo enrojecidos. La batalla interior que tenía era demasiado intensa, aunque los sentimientos por Sho no podían competir con el amor hacia Kay, pero se estaban abriendo paso en su corazón a velocidades insospechadas.
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Otro trueno resonó contra los cristales del apartamento, haciendo que ambos se sobresaltaran un poco. Caía una tormenta bastante fuerte. Eso la angustió un poco más.
- Kay, deberías estar durmiendo. Perdona si te despertamos, pero vuelve a la cama, anda - le dijo ella al niño, intentando sonreírle.
- Mamá, ¿y Sho? - preguntó él, aún medio dormido.
- ¿Eh?
- Está lloviendo mucho. Se mojará - dijo el niño.
- Pero, aquí en casa... ¿tú dejarías que se quedara aquí? - le preguntó, sorprendida.
- Es buena persona - sonrió el niño -. Yo dormiré con mamá. Le presto mi cama a Sho.
- Échate a dormir ya - le dijo, besándole el pelo. El niño se revolvió para besarla la mejilla -. Vuelvo enseguida.
- Vale - contestó él.
Pero cuando lo dijo la chica ya había salido corriendo con las deportivas sin abrochar. Bajó las escaleras de tres en tres, rogando porque el chico tuviera sensatez y estuviera esperando en el portal a que parase de llover. Pero no tuvo suerte. Salió del edificio y empezó a empaparse rápidamente. Miró a los dos lados de la calle y en dirección derecha le vio. Caminaba con demasiada pausa para ser alguien que podía coger una pulmonía y no debía hacerlo, bajo esa lluvia que encima de ser copiosa, estaba helada.
- ¡Sho! - gritó -. ¡Sho!
Él se detuvo y se giró al escuchar esos gritos. Elena estaba en medio de la calle y le gritaba. Se estaba poniendo empapada de agua y la muy tonta ni se movía para buscar un resguardo. Corrió hacia ella, preocupado, y la miró.
- Elena, ¿ha pasado algo? ¿Kay?
De repente ella estornudó.
- ¡Esto es culpa tuya, idiota! - le soltó -. Estoy aquí por ti - le señaló.
- ¿Qué?
- Vengo a invitarte a quedarte. Quiero darte el calor de una casa, Sho - susurró, tratando de que su voz se escuchara por encima del chisporroteo del agua de la lluvia -. Quiero que te quedes a sentir esa nostalgia - añadió -, en mi casa.
Entonces le tendió la mano. Él la miró, dudoso un momento.
- ¿Y Kay? - preguntó. Sabía lo importante que era ese niño para ella y que también era la razón por la que no había dicho eso antes.
- Por él estoy aquí. Es él quien te ofrece su cama para dormir esta noche - sonrió -. Evidentemente no iba a dejarte dormir con mamá - rió la chica -. ¿Qué me dices?
- Pero eso sería abusar demasiado de nuestra relación de compañeros - dijo él.
- ¿Qué relación ni que ocho cuartos? Tú eres mi amigo, eres una persona que aprecio y que estaba desamparado por culpa de una estúpida bipolar y celosa y egoísta que no sabe querer a una persona como tú. Y yo soy alguien que no puede darte la espalda, Sho.
El chico estiró la mano y cogió la de ella suavemente, manteniendo ambos los brazos estirados. Ella sonrió y él sintió que quería llorar.
- Creo que mi casa no es un gran palacio ni un gran hotel pero hace calor, tendrás una cama y...
El chico tiró suavemente de su mano y dio un par de pasos hacia ella para abrazarla contra su pecho con el otro brazo. Él escondió la cabeza en su hombro y ella, sin soltar su mano, le abrazó por la cintura con el otro brazo que tenía libre. Como si le estuviera consolando y diciéndole "ya pasó". Él se separó un poco de ella y se quedó mirando el rostro de la chica a una distancia muy corta. El agua caía por su piel suavemente, de su pelo, de la punta de su nariz, de sus labios. La había besado antes pero nunca se había dado cuenta de que de verdad deseaba hacerlo. Que no era un esfuerzo. Que no actuaba cuando la besaba a ella. Su nariz rozó la de ella y la chica separó ligeramente los labios y su aliento se volvió frío contra la mejilla del chico.
No puedes quedarte tan cerca de una persona que siente algo por ti y esperar que no pase nada, pensó él.
La mano que tenía en su espalda subió hasta su cuello y se enredó en su pelo mojado para acercarla a sus labios y poder besarla de verdad. Fuera de plató. Sin cámaras, sin nadie mirando, sin nadie juzgándoles. Al menos no hasta la mañana siguiente. Mientras Sho se duchaba a aquellas horas de la mañana ella le lavó la ropa, que estaba pingando, y la puso en la terraza cerrada que tenía. Le dejó en la puerta del baño algo de ropa y se sentó en el sofá a repasar el guión de la grabación del día siguiente mientras se secaba el pelo con una toalla antes de entrar en el baño cuando él saliera.
- Elena - la llamó en un susurro, para no despertar a Kay -. Esta camiseta...
La chica se giró sobre el sofá para mirarle. Estaba muy mono después de salir de la ducha y solo con la ropa interior. Ella soltó una risotada. Se levantó y con la toalla que tenía en la mano le secó un poco más el pelo. Él solo podía mirarla. No sabía si Elena realmente había correspondido a su beso o había sido solo acto reflejo, pero pensaba descubrirlo. Aunque ahora no fuera el momento.
- Es una camiseta muy grande, de chico. Siempre duermo con camisetas de chico - le susurró.
Le dio una palmada en el hombro antes de entrar en el baño. El chico se apoyó en el sofá y siguió dándose con la toalla en el pelo aunque igual ya estaba seco. Se puso la camiseta azul clara y se dio cuenta de que de verdad era de chico, porque le quedaba a la perfección. Echó un vistazo al guión. El rodaje del día siguiente no iba a ser fácil. La escena de pelea y de despedida iba a ser complicada, pero más lo sería esa que tenían que grabar en los exteriores. Un rato más tarde, Elena volvió a abrir la puerta del baño pero no salió. Él se giró.
- ¿Puedes quitarme las gafas? - le pidió, sacando la cabeza por la ranura -. Es que no me he dado cuenta y ahora ni veo nada con ellas empañadas ni puedo lavarme el pelo con ellas puestas - susurró.
Él sonrió y se acercó. Cogió las gafas por las patillas y una vez las hubo quitado se agachó para darla un beso en la frente. Ella se quedó un poco sorprendida y luego volvió a entrar en el baño, cerrando la puerta y metiéndose directamente bajo el agua. Sho cogió una servilleta de la cocina y las limpió los cristales, llenos de gotitas de agua y empañadas del calor que hacía dentro del baño. La chica salió vestida con una camiseta negra y unos pantalones cortos por la rodilla, mientras arrastraba las zapatillas por el suelo y se secaba el pelo con una toalla pequeña.
- Qué gusto, al menos el agua estaba caliente - comentó, acercándose a él -. Gracias - dijo al ver las gafas entre sus manos y la servilleta.
- Es lo menos que puedo hacer después de que me dejaras quedarme aquí esta noche - dijo el chico, poniéndole otra vez las gafas con cuidado de no engancharse en sus orejas -. ¿Bien?
- Perfectas - sonrió. Pasó a su lado y abrió el frigorífico para sacar una botella de zumo. Se la enseñó a él y éste sacó un par de vasos del armario de arriba. Había tenido que sacarlos él para la cena, para el pequeño Kay era complicado llegar allí arriba. Puso ambos sobre la encimera y después de un buen trago, la chica acompañó al chico de ojos claros hasta la habitación de Kay, contigua a la suya.
- Estará algo desordenada, pero es que hoy no nos dio tiempo a colocarlo - se disculpó -. Y tendrá muñecos por todos lados también. Cuidado no pises ninguno.
- Está bien, no te preocupes. Muchas gracias, de verdad - repitió -. No se como agradecertelo.
- No tienes que agradecermelo, tonto - dijo, dándole un golpecito en el hombro -. Descansa y duerme bien.
Él solo sonrió y la chica se fue, cerrando la puerta. Con cuidado se metió en la cama al lado de Kay, que se había abrado a la almohada y parecía un osito de peluche abrazando a otro osito de peluche. Acarició el pelo del niño durante un rato, que no se movió y luego se agazapó a un lado y se quedó dormida. El hecho de saber que Sho estaba durmiendo en la habitación contigua ni la tranquilizaba ni la alteraba. Estaba contenta de saber que, estando allí, el chico estaría bien. Que no tenía ninguna razón para estar triste y que no estaba solo.
Cuando Kay despertó a la mañana siguiente antes de que el despertador ruidoso de su madre sonara, se desperezó y apartó las sábanas para levantarse. Aún medio dormido se acercó a la cocina a beber un poco de agua, aunque casi ni veía el sillín. A quien si vio fue al chico sentado en el escalón del vestíbulo, poniéndose los zapatos.
- ¿Sho? - susurró, frotándose los ojos.
- ¿Kay? ¿Te desperté?
El niño negó con la cabeza.
- No te vayas - le dijo.
- Creo que es lo mejor. No es algo que vayas a entender todavía, pequeño, asi que no te preocupes - le sonrió.
- Mamá quiere verte cuando despierte - dijo él -. Quédate. Así no se enfadará ni se sentirá triste.
- ¿Estará triste si me voy? - preguntó él, curioso, sintiendo una pequeña alegría por ello.
- Sí. Mamá siempre sonríe, pero anoche sonreía mucho cuando te miraba. A mamá le gustas, Sho. Seguro que quiere verte cuando se levante - dijo el niño, todavía algo ensimismado pero manejando a la perfección el vocabulario.
- ¿Crees que no se enfadará si le hacemos el desayuno? - le susurró al niño.
- Vale - aceptó enseguida él.
Parecía que le gustaba mucho hacer sentirse bien a su madre y Sho volvió a sentir aquella extraña calidez que le daba aquella casa. Había dormido a la perfección durante toda la noche. Entre muñecos y peluches y esas sábanas de dibujitos del niño había descansado muy bien. Como si aquellas cosas le protegieran de todo lo que había fuera de la habitación y la casa fuera una fortaleza donde solo existían los sueños y la felicidad eterna. Cuando se despertó, fue como amanecer después de dos días durmiendo sin una sola pesadilla, sin haberse movido. Además, cuando salió al salón, la luz que entraba por la ventana por primera vez no le molestó ni le cabreó. Le dio igual porque entraba acompañado de lo que parecían promesas de un gran día. El olor a ropa mojada en el balcón, algo tan simple, cotidiano y algo en lo que nadie reparaba nunca, en ese momento, le pareció el olor más divertido y reconfortante. En su piso, Saki tendía la ropa y la recogía cuando tenía tiempo. De todas formas, esa casa era demasiado grande para ambos y nunca llegaba a sentir ese olor. También tenía la sensación de que su ropa no olía a nada por si misma, sino que olía a su perfume, nada más. En cambio ahora su camisa olía a colonia como esa que se les echaba a los bebés. Seguro que era porque a Kay le gustaba. Y a él no le molestó para nada que su ropa oliera de esa forma. Algo tan tonto como eso le había hecho sonreír y estirarse como un gato en la terraza. Abrió la ventana y respiró el aire frío que había quedado tras la tormenta de la noche anterior. Se había acercado a la puerta del dormitorio y se había asomado. Al verles dormidos sobre las sábanas, ambos muy cerca, no pudo evitar entrar. Se sentó en el borde cerca de ella y la acarició la cara. Ella no se movió pero él sintió algo demasiado fuerte latirle dentro, impulsándole a acercarse más y respirar el olor de su champú, a besar aquella piel, a rozar aquellos labios, a enredar los dedos en su pelo moreno. Incapaz de hacerle eso a ella sabiendo que la chica siempre tendría muchas dudas respecto a sus relaciones debido al gran amor que sentía por Kay y él entendía, se había levantado casi espantado y tras vestirse había estado a punto de irse hasta que el propio niño le había detenido. Ese crío era realmente bueno. Se parecía mucho a ella y estaba bien cuidado y educado. Además se preocupaba por su madre tanto como ella por él y la quería como ella le adoraba a él. Le daba envidia ese tipo de relación y de amor que se tenían ambos.
Con cuidado de que el pequeño no se lastimara con nada, el chico preparó algunas cosas con ayuda del niño, que era quien sabía donde guardaba su madre todos los cacharros. Preguntando los gustos al niño, Sho fue colocandolo todo para hacer un buen desayuno sobre una bandeja después de fregar lo que había ensuciado y Kay se adelantó, metiéndose otra vez en la cama para despertar a su madre. La chica gruñó un poco y cogió al niño entre los brazos para apretarle contra ella, jugueteando. Él se reía y se defendía, pataleando. Cuando le soltó, fue abriendo los ojos poco a poco mientras el niño saltaba de la cama. De repente olió algo muy dulce que nunca antes había olido y que la provocó una sensación extraña que no había sentido jamás. Se irguió al reconocer el café recién hecho y se sentó en la cama. El niño abrió la puerta y el chico pudo pasar y dejar la bandeja encima de la cama, con cuidado de no tirar nada.
La chica se quedó con cara alucinada al verlo. Tostadas, mantequilla, café, azúcar, zumo de naranja, una manzana y algunas pastas que Kay sabía donde guardaba su madre pero no podía alcanzar para que no se las comiera todas.
- ¿Pero qué es esto?
- Tu desayuno - dijo el niño, saltando encima de la cama con cuidado -. Y el mío - dijo entonces, cogiendo una de las galletas de chocolate.
- Sho, ¿por qué...? Te dije que no hacía falta.
- ¿Te molesta? Perdona, pero como me desperté antes tampoco es como si tuviera nada mejor que hacer.
- Muchas gracias, de verdad - sonrió ella.
- Estás muy mona cuando te despiertas, ¿lo sabías? - dijo entonces él.
- Y a ti dormir no te quita la estupidez de encima - soltó ella, cogiendo la taza de café -. Cuidado con las migas, Kay - le dijo al niño.
Éste asintió mientras deboraba las galletas. La chica se decidió por la manzana y una de las tostadas. Invitó al chico a sentarse también y a comer algo, para ella todo eso era demasiado. El despertador sonó un rato después y Kay lo apagó con rabia. Odiaba ese despertador. Siguieron comiendo y hablando, incluso repasando el guión mientras Kay se lavaba los dientes y se intentaba peinar él solo. Cuando quisieron darse cuenta era la hora de salir. La chica se subió por encima de la cama para correr al baño. Sho se ofreció a ayudar a Kay a vestirse y la chica no supo como agradecérselo. Así la daría algo más de tiempo para prepararse ella. No se había dado cuenta de lo tranquila que se sentía sabiendo que Sho la podía ayudar con el niño hasta aquel momento. Mirándose al espejo solo podía ver su sonrisa enorme manchada con la pastada de dientes y su expresión de tonta quinceañera en la mirada. Una vez que estuvieron listos, bajaron con mucho cuidado. Comprobaron que no había ni un solo periodista por los alrededores y tanto ella como él se pusieron las gafas de sol, él con la capucha también. Sho acompañó a Elena a llevar al niño al colegio. Corrieron. Aprovecharon que estaban juntos y que se sentían agusto para correr, cada uno agarrado a una mano del niño. Sho esperó algo alejado de la entrada por si acaso alguna madre le reconocía y empezaba a preguntar. No era algo bueno. Después de despedirse del niño ambos tuvieron que volver al apartamento para bajar a la cochera. La cadena de televisión no estaba precisamente cerca. Después de subir, se sintieron más relajados, menos observados. Se quitaron todos los accesorios que les servían de disfraz y la chica condujo su Kuga negro hasta la manzana contigua a la de la cadena de televisión. Paró un momento allí y miró al chico.
- Mejor llegar por separado - susurró.
- Sí - asintió él -. Da un par de vueltas por la otra manzana antes de llegar, es lo que tardaré yo más o menos.
- De acuerdo, lo haré - dijo ella.
Se quedaron mirando un momento pero al final él decidió bajarse. Y la chica detenerle. Él la miró y la chica le besó la mejilla. Sho sonrió suavemente y bajó del coche poniéndose otra vez las gafas de sol, pero sin la capucha. No le gustaban demasiado las capuchas, menos cuando hacía algo de calor como esa mañana. El chico caminó por el lado izquierdo de la acera hasta la cadena de televisión. Pero durante todo el camino sintió algo a sus espaldas, como un murmullo, un algo que le daba escalofríos. Cuando llegó a la entrada de la agencia, las puertas estaban selladas para que la marea de periodistas que había fuera no entrasen. El chico se escondió tras el quiosco que había cerca de la entrada y en el escaparate de detrás pudo ver un montón de revistas con una misma foto.
Con esa imagen sintió que todo aquello que había vivido en esas preciosas horas, terminaría allí. Porque aquello no era una escena. Era la realidad. Él bajo la lluvia. Besando a Elena.

6 comentarios:

  1. me gusta muchisimo. Me encanta la forma en la que expresas las sensaciones de la gente. ^^

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  2. Es realmente increíble por mucho que se empeñe en decir/pensar lo contrario.

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  3. A veces pienso que solo son sensaciones que yo misma querría sentir. No es nada del otro mundo.

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  4. pues te digo que me gusta como lo expresas.

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