lunes, 30 de mayo de 2011

Lo que el viento se llevó.

El grifó de la ducha se silenció. Salió del baño vestida con un pantalón corto y un jersey azul claro largo que prácticamente escondía el pantalón. No era suyo. Se dejó caer en el sofá grande y vio su reflejo en la televisión apagada. Era patética. Se acercó a la mesa inclinándose, ya que su pierna izquierda estaba bajo la derecha, que colgaba del sillón. Del líquido amarronado que había en la botella sobre la mesa echó un culo en el vaso de cristal que había al lado. Lo sustuvo frente a sus ojos y lo miró. El color era horrible. Lo acercó a su nariz. Olía asqueroso. Puso el vaso en sus labios y apretó los ojos. Le dio un trago largo, bebiéndolo de golpe. Su cara después mostró asco. Se limpió los labios con el dorso de la mano y volvió a mirar el vaso. Vacío. Como ella. Apoyó el vaso contra sus labios. Suspiró y su aliento lo empañó. Su vista estaba empañada también, pero no por su aliento, sino por su pena. Apartó ese sentimiento con la mano de su mejilla. Con rabia. No quería sentir pena de sí misma. Volvió a llenar el vaso y dio otro sorbo. Cada vez sabía peor. La desesperación recorrió su garganta junto al alcohol. Odiaba el whisky con toda su alma. Pero tambien se odiaba a si misma y allí estaba, contemplando su horrible reflejo en el televisor apagado mientras bebía como una maldita alcohólica que nada más tenía que hacer. Ni que perder. Empinó de nuevo el vaso y bebió hasta el final. Se dejó caer en el sofá, tumbada y cerró los ojos un instante. Un momento que se convirtió en eternidad mientras una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla de sus ojos cerrados y el vaso caía suavemente de su mano para rodar sobre la moqueta y perderse bajo la mesa de cristal. Perderse como se pierden los sueños cuando se escapan despacio de tus manos sin que puedas correr para atraparlos.

jueves, 26 de mayo de 2011

El objetivo de las estrellas será marcar tu camino.

Yuki, pensó al mirar al cielo y ver los pequeños copos de nieve blanca cayendo lentamente en un suave baile mecidos por el viento. Uno de ellos se posó en la palma de su mano, extendida hacia el cielo. Rápidamente, al calor de su piel, se derritió. Como si nunca hubiera estado allí. Como alguien que se da la vuelta y se va sin decir adiós. Respiró hondo. El aire frío entró en sus pulmones, haciendola sentir un escalofrío. Se subió la bufanda hasta la nariz y sintió el suave olor de su perfume. Cerró los ojos y sonrió bajo la tela de lana azul. Se frotó las manos, frías. Recordaba como él las había cogido entre las suyas y las había frotado para que entraran en calor; también había exalado su aliento cálido sobre ellas para hacerlas recuperar una temperatura cálida mientras miraba la expresión colorada de sus mejillas. Metió las dos manos en los bolsillos de su abrigo marrón oscuro y caminó hasta casa bajo los pétalos blancos que caían del cielo. Le costó abrir la puerta con las manos frías. En cuanto entró y se dio una ducha de agua caliente, se sentó en el sofá, con todas las luces apagadas y solo la persiana levantada, para que la luz de la noche clara entrase por ella e iluminara el lugar. No sabía cuantas veces había estado así con él, simplemente sentados en ese sofá, iluminados con una luz tenue como aquella y sus manos enredadas entre sí, mientras él le contaba infinidad de cosas que le preocupaban, que le hacian pensar, que le gustaban, que odiaba, que sentía, que pensaba, que le hacían reír. Así ella se había convertido en parte de él. Pero no podía sentir ese calor en ese momento.
Se abrazó a si misma y escondió la cara entre las rodillas.

Susurró su nombre en la oscuridad.
http://www.wat.tv/video/kat-tun-promise-song-sc-04-3djsp_34g6z_.html
Y su voz resonó por toda la solitaria casa. Buscó rápidamente el móvil y descolgó al ver su nombre en la pantalla que relucía con luz tenue.
- ¿Hola?

- Hola, bebé.

Ella no pudo contestar más que con un suspiro.

- Te echo de menos - susurró.

- Y yo a ti - contestó él -. ¿Cómo estás?

- ¿Cuando vuelves? - quiso saber.

- Aún no lo se - dijo él -. ¿Estás bien? Pareces nerviosa... ¿estás asustada? - preguntó, con voz preocupada.

- No. No es... - tragó saliva -. Kazuya, tú... ¿tú me necesitas? ¿Me necesitas a mi? - preguntó.

El chico no respondió de inmediato. Ella sintió un nudo en el estómago.

- ¿Qué ha pasado para que me preguntes una cosa asi?

- Contéstame, por favor, por favor, dime que tu...

- Te necesito - dijo él. Su voz sonaba totalmente calmada -. Y en este momento no desearía otra cosa que estar a tu lado y lo sabes. Asi que deja de preguntar esas cosas con ese tono abatido, por favor. Dijiste que soportarías esto por los dos, por ti y por mi. Yo soy el débil aqui, soy el que se mete en la cama por la noche y huele la almohada y se desespera al sentir que no huele a ti. Soy yo quien ve a una pareja por la calle y aprieta la mano pensando que estás a mi lado. Soy yo quien quiere ducharse contigo por las mañanas después de hacerte el amor y solo puedo lograrlo en sueños por culpa de la distancia. Así que por favor... - respiró hondo -, no me hagas esto.

- Kazuya...

- Dime que tú me necesitas tanto como yo a ti - la pidió.
- Yo te quiero. Con todo lo que ello significa - susurró.

- No sabes como me alegro en este momento de haberte llamado - dijo él -. Necesitaba escuchar tu voz. Y más diciendo algo como eso.

- ¿Tú estás bien? - le preguntó entonces.

- Sí. Es solo que... echo de menos el estar contigo tumbado en el sofá, sobre ti, mientras me toqueteas el pelo y la oreja y solamente me escuchas hablar.
- Tu voz me calma tanto, Kazuya - susurró. Ya no sentía aquel nudo en el estómago, solo quería salir corriendo a abrazarlo -. Tranquilo, no te preocupes. Volverás pronto, de verdad. Y sabes de sobra que yo estaré aquí esperándote.
- Lo se - dijo él -. Porque me quieres.

Ella soltó una risotada.

- Sí. Porque te quiero - sonrió. El simple hecho de escucharle por teléfono había hecho que su soledad y su desanimo cambiara, que su humor volviera a ser el de siempre, alegre y positivo -. ¿En serio no ha pasado nada?

- Solo... he peleado con él otra vez.
- ¿Qué ha pasado?
- No puede entender que quiera que parte del espectaculo sea de color blanco.

- ¿El resto lo entienden?

- Claro. Pero...

- Entonces, ¿por qué peleas? No eres tu solo quien tomas las decisiones, no recae todo el peso sobre ti, Kazuya. No te preocupes.
- ¿Sabes lo que estoy haciendo ahora mismo?
- ¿Qué?

- Toquetearme el pelo como haces tu - dijo con una risa.

- Pues yo - dijo ella, levantándose del sofá y asomandose a la ventana -, estoy viendo nevar.

- ¿Nieva allí? Que suerte. Quiero verlo - suspiró.

- Cuando vuelvas iremos a verlo, ¿vale? Iremos juntos a ver nevar.

- Sí - dijo él -. Te lo prometo.

- ¿Me llevarás en el coche? ¿Conducirás mientras escuchamos musica? ¿Iremos por las carreteras de noche, bajo las estrellas?

- Sí, quitaré la capota para que puedas verlas cuando eches el asiento hacia atrás - sonrió.
Ella solo respondió con unas risas.

- ¿Es de noche?

- Sí - contestó ella.
- Entonces duerme - la dijo -. Sueña conmigo.

- Eres un egocéntrico - le soltó.

- Si, pero vas a soñar conmigo te lo pida o no, así que quiero presumir un poco de la gran influencia que tengo hasta sobre tu subconsciente.

- Entonces creo que me voy a tumbar en la cama para verte cuanto antes a mi lado en mis mejores sueños.

- Descansa mucho, bebé. Te quiero.

La chica miró el móvil durante unos instantes antes de colgarlo después de escuchar el sonido de que él había colgado. Suspiró. La hubiera gustado estar a su lado. No por su soledad. Eso ya no importaba. Quería estar con él, abrazarle y acariciarle como el niño que a veces era. Se abrazó a si misma y su aliento empañó la ventana, ocultando durante un momento los copos de nieve que se acumulaban en su balcón, como si los ocultara durante un instante eterno y congelado hasta que él volviera para contemplarlo junto a ella.

martes, 24 de mayo de 2011

I´m...

Estudiar, estudiar y estudiar. ¿Sabía hacer otra cosa? Había llegado a la conclusión de que no.
http://www.wat.tv/video/kat-tun-change-ur-world-pv-379yl_2jyg5_.html
Mientras la voz de aquel chico que fue su amor platónico durante años resonaba con mucha fuerza en los auriculares de su mp4, la chica cogió el metro para volver a casa desde la universidad. Subió las escaleras del edificio de apartamentos casi de dos en dos. Porque en el buzón no había cartas. Porque alguien las había cogido. Rápidamente insertó la llave en la cerradura y abrió la puerta, quitándose los zapatos con velocidad y entrando en la casa como un tornado. Desde el salón pudo ver, por el tabique sin cerrar que separaba la cocina del propio salón, como él estaba subido en un taburete y bajaba una cazuela llena de agua hirviendo del microondas. Ella soltó una carcajada y él, después de dejar la cazuela sobre la mesa, la miró. La había echado de de menos.

- Bienvenida - dijo él.

- Estoy en casa - sonrió la chica -. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

- Me he tomado un respiro para venir a prepararte la comida - contestó el chico moreno.

- Ah. Así que te has escapado de ese evento monumental de un mes para venir a hacerme la comida - repitió ella -. Pero que mono que eres.

- Anda ya, deja de decir cosas así - la dijo, algo avergonzado, mientras se ponia a cocinar de nuevo.

La chica dejó la mochila sobre el sofá y entró en la cocina. Caminó despacio hasta ponerse detrás de él y le abrazó por la espalda, cerrando los brazos sobre su pecho y apoyó la cara en su espalda. Él sonrió.
- ¿Qué tal?
- Bueno, mas o menos - suspiró, respirando su aroma. Odiaba que las sábanas de su cama no olieran a él -. Hoy he aprendido a disparar un arma, ¿sabes?

- Dios, que miedo - soltó él, mientras cortaba las verduras con gran velocidad con el cuchillo.

- Das mas miedo tu armado con ese pedazo de cuchillo - soltó ella, junto a una risa. Él también rió.

- ¿Y? ¿Cómo es disparar?

- Extraño. Es como si sintieras tu cuerpo emocionarse al apretar el gatillo pero después deja una sensación agridulce en el estómago.

- Vaya, si que sientes tu cosas cuando disparas.

- No es tan sencillo como apretar un gatillo - aseguró ella, apartándose de él para acercarse al frigorífico y sacar una botella de zumo de naranja -. No es... agradable. Aunque claro, con un arma, uno siempre se siente protegido, pero...

- No te sientas protegida por un arma - la dijo. Se había cercado demasiado a ella -. Quiero que te sientas protegida por mí - la susurró.

- ¿Acaso eres un arma? - susurró ella.
- Seré lo que tu quieras o necesites que sea - aseguró él -. Pero nadie más que yo puede protegerte.
- Egocéntrico - sonrió ella.
- Niñata - contestó el chico, agachándose para besarla tras la oreja.

La chica echó algo de zumo en el vaso y le dio un trago. Él volvió al fuego y empezó a preparar la comida.

- ¿Puedes darme un poco de zumo, por favor? Tengo sed - dijo.

Sus manos estaban ocupadas, por lo que ella aprovechó la ocasión. Dio otro trago al zumo pero no bebió el líquido, sino que se acercó a la boca del chico y, juntándola profundamente con ella, dejó que él bebiera de sus labios. El chico no se negó, sino que, como pudo, se limpió las manos y rodeó la cintura de la chica para acercarla aún más a él y así poder besarla cuando el zumo se terminó. Ella enredó los brazos en su cuello y sus manos en su pelo claro, correspondiéndole con una sonrisa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él la había pedido aquello porque sabía que haría algo así. Rodeando más fuerte su cintura, el chico la levantó del suelo y la sentó sobre la encimera, al lado de la vitrocerámica. Cuando el agua empezó a hervir de nuevo, él se separó de ella y volvió a cocinar, mientras ella meneaba las piernas de un lado a otro y le miraba muy fijamente, recibiendo por parte de él algunas sonrisas y miradas de vez en cuando.

Apenas terminó, ella había puesto la mesa en el salón y le esperaba. Cuando vio los platos, uno en cada mano del chico, ladeó la cabeza.

- ¿Cual quieres?

- El más grande - sonrió.

- No se cual es...
- Tú - le cortó ella -. Tú eres el plato más grande y es el que me apetece, el que quiero ahora - se relamió.

- Lo siento, cariño - dijo él, sentándose y dejando uno de los platos en frente de ella. Se agachó sobre su oreja y soltó su aliento suavemente, haciendo que se estremeciese, mientras susurraba -, pero yo, soy la mejor parte. Soy el postre - sonrió.

Ella soltó una carcajada y atrapó sus labios antes de que se apartase de ella. Le miró una ultima vez antes de mirar su plato de pasta y escuchar a sus tripas rugir, por lo que rápidamente empezaron a comer. Deseando solamente llegar al final y, tras el café, comerse el que prometía ser el más dulce de los postres.

martes, 17 de mayo de 2011

Eternal.

Un trueno hizo que se separaran ligeramente. La lluvia empezó repiqueteando muy suavemente en la ventana hasta que, de repente, empezó a arreciar con fuerza. Kira, curiosa, caminó hasta la ventana y miró el cristal. Se había empapado de tal manera que veía completamente borrosas las figuras del exterior.
- El cielo está llorando sangre de almas condenadas por los pecados de los que tienen el poder – susurró Kazuya, acercándose a ella por detrás.
- “Puedo escribir los versos más tristes esta noche – musitó ella, dejando una pequeña marca de su aliento en el cristal. El chico se quedó mudo -. Escribir, por ejemplo, la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos. El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche”
La voz de la chica fue como un arrullo, como el canto a un bebé. El chico de ojos claros no pudo interrumpirla. La dulzura que expresaba con la entonación de aquel poema no era ni de lejos algo que pensara que ella podía hacer. Pero se había enamorado completamente de la tra
nquilidad que transmitía la paz que ella misma sentía.
- Pablo Neruda – musitó él.
- A Ryuu le gustaba escucharme leer poemas antes de dormir – dijo ella, con una pequeña sonrisilla -. Hacía tiempo que no podía pronunciar esas palabras. Me recordaban demasiado a mi pasado y me dolían. Pero ahora que por fin le he encontrado, siento que nada puede hacerme volver a la oscuridad.
Kazuya se acercó a ella y la abrazó por la espalda, pasando un brazo por su hombro y otro por su cintura. Ella no se movió, aunque estaba sorprendida. Kazuya estaba más se
nsible de lo normal. Es decir, estaba raro.
- Kazuya…
- “Yo la quise. Y a veces ella también me quiso – susurró en su oído, mirando hacia la ventana. Kira dejó escapar un sonido de sorpresa, aunque no lo vocalizó y solo escuchó -. En las noches como esta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.”
Ella se estremeció. No solo porque el aliento del chico la rozaba la oreja sutilmente, sino porque adoraba aquel poema. Además, recitado por él y en aquel preciso instante, se volvió más especial de lo que ya era.

Parecía que todo había cambiado en un momento, pero nada era diferente. En aquella habitación, sus corazones se abrieron. Volverían a cerrarse con el amanecer y ambos lo sabían y lo aceptaban. Pero tenían tiempo hasta que el sol saliera entre las nubes de tormenta que cubrían el cielo de la ciudad.
El chico se separó de ella y se puso a lado, apoyando el brazo en la ventana y recostándose suavemente, mirando la lluvia resbalar por el cristal. Ella levantó la cabeza y le miró a los ojos. Sus pupilas claras relucían con la luz exterior que entraba por la ventana y su figura se recortaba en la sombra por la luz de la lamparilla.
- ¿Qué? – preguntó ante la mirada de ella -. ¿Acaso un asesino no puede leer poesía? – preguntó.
- No es eso pero… me sorprendió, la verdad – admitió.
- Es un hobbie como otro cualquiera, supongo – suspiró.
- ¿Nunca dejarás de sorprenderme? – quiso saber ella.

- Nunca puedes saber lo que esconde alguien como yo – contestó él.
- ¿Puedo confiar así en ti?
- Solo tú misma puedes responder a esa pregunta – la dijo, mirándola muy fijamente -. Depende de ti.




Hoy empezó bien. Despertar cuando Kazuya canta es como alucinar como si hubieras tomado "tripis" o algo de eso. Aunque a veces me vuelvo a dormir para soñar. Estupideces o no, eso ya no depende de mí.
Aún siento como si no viviera en este mundo. No hay demasiadas cosas en él que me hagan emocionarme. Los examenes se acercan peligrosamente para adelantarme por la derecha y yo sigo sin pisar el acelerador. Solo se esperar. Esperar a que las cosas salgan bien esforzándome a mi manera. Nunca funciona, por si había alguna duda. Es inútil. Casi tanto como yo.





"Di por ejemplo, ¿debería nacer en este mundo de nuevo? Nos conoceremos de nuevo así. Y te querré otra vez de esta manera. Di si mi deseo podría cumplirse; ¿podría alguien lanzarte un hechizo para que así ninguna lágrima de tristeza nunca caiga por tu cara?"

viernes, 13 de mayo de 2011

Y siento que podría ser amable.

Yarah no le miró durante el rato que duró el camino a casa en su coche. El silencio era incómodo, pero no se le hubiera ocurrido encender la radio. Él la echaba vistazos de vez en cuando pero ella no iba a cruzar su vista con la de él. El aire que entraba por la ventanilla no la molestaba, pero revolvía su pelo con gracia, a veces tapando su cara de él. Sentía que si le miraba, lo mataría.
Cuando paró el coche trató de amarrarla antes de que bajase pero ella había abierto la puerta incluso antes de que él detuviera el coche. Salió rápidamente tras ella y la alcanzó cuando cerró la puerta de un fuerte portazo. Los ojos de la chica relucían de ira y de rabia hacia él. No supo que decir. La chica se quitó la chaqueta que llevaba puesta, que era de él, y se la tiró a la cara.
- ¡Espera! - la gritó al fin.
- Vete al infierno - contestó ella.
- ¡Vale, está bien, enfadate si es lo que quieres! Pero eso no cambiará nada y lo sabes. Eres una cabezota, Yarah.
- ¿¡Cabezota!? ¿¡Quién es el cabezota que es capaz de permitir que le hagan daño a alguien solo para conseguir lo que busca!?
- Eso no es así... no del todo... - intentó explicarse.
- ¡Es y seguirá siendo así! Lo se, te conozco. No cambiarás. La ambición de ser siempre el mejor en tu trabajo te pierde. Hasta el punto de hacer que ni siquiera yo te reconozca, Jin - le dijo, con voz fiera. Estaba muy enfadada.
- ¿Es esa la imagen que tienes de mí?
- Es la imagen que me das a ver, Jin. No puedo conocer más allá de eso si tú no me lo enseñas - le dijo.
- ¿Y la confianza?
- Pregúntate a ti mismo donde dejaste la mía - contestó.
Todo había sido demasiado rápido, impactante y peligroso. Aquella noche, el Comisario había tenido que intervenir en una redada en un tugurio perdido en los bajos fondos de la ciudad. Yarah, a pesar de no tener nada que ver con el equipo de asalto, sino con el de investigación, había querido acompañarle. Algo en su interior la decía que esa noche pasaría algo no muy bueno. Y su pálpito acertó. Aquello solo había sido una trampa. Una trampa para matar a Jin. Infiltrados como miembros de la plantilla de aquel bar, vigilaron todas las posibles vías de un intercambio, sin conseguir nada.
Pero ella había visto a aquel hombre tratar de sacar la pistola. Sin arriesgarse a un tiroteo, se había lanzado contra él para seducirlo cuanto pudo. Con la mala suerte de que lo consiguió hasta el punto de que aquel hombre se la había llevado a un reservado en el que pasó más tiempo del que debería haber estado. A pesar de que al final la había sacado de allí antes de que pasara nada, no podía creerse que hubiera permitido que aquel ser la tocase. Y menos cuando acababa de salvarle la vida al robarle el arma a aquel enviado del peor enemigo del Comisario.
- Yarah, se que debí entrar antes en esa habitación pero...
- ¿Pero? ¿Tienes excusa de verdad?
- Era una infiltración y...
- Y se jodería si me rescatabas - siguió ella -. Está bien, ya veo que clase de policía eres, Jin. Perderías a cualquiera de tus hombres por una misión sin dudarlo ni pestañear. Incluyéndome a mí - susurró.
- Eso no es verdad y lo sabes - la contradijo -. Mis hombres son lo más importante. Es solo que... Yarah, necesitaba capturarlos.
- Claro. Tu vida dependía de ello. Y serías capaz de sacrificar la mía por ello.
Cada vez se enfadaba más con él y con ella misma por estar dándole explicaciones. Apretó los dientes y se dirigió a subir las escaleras de su apartamento sin detenerse ni un segundo a mirar atrás.
- ¡Yarah!
Ella no le escuchó. El chico volvió a meterse en el coche y cerró de un portazo, todavía con la chaqueta en la mano. Reconocía que tenía que haberla salvado antes. Pero no podía contarle la verdad.


http://rutube.ru/tracks/4148999.html?v=6524c284882a347378e2ece9796a579e

- Tu vida dependía de ello, Yarah - musitó, suspirando hondo.
No podía decirle que, a por quien realmente habían ido, era ella. Porque sabían que ella lo era todo para él. No era que Yarah hubiera seducido a aquel hombre. Era que la habían secuestrado sin que la muy ingenua se diera cuenta. La condición era dejar marchar a sus hombres en libertad a pesar del intercambio de mercancías que hicieron delante de las narices de Jin. Le hirivió la sangre al ver aquello, pero tuvo que contenerse. Era el precio por volver a verla con vida. ¿Cómo iba a explicarle que por su culpa tenía a media mafia detrás? Era injusto.
Maldijo a aquel bastardo varias veces en silencio por jugar así de sucio y golpeó el volante con fuerza. Miró la chaqueta y la sostuvo entre sus manos. Olía a ella. Cerró los ojos con fuerza, y se abrazó a ese sentimiento, a ese olor que le daba la calma que nunca podría merecer por culpa de su pasado. Fue en ese momento cuando se planteó por primera vez dejarla ir. No podía estar con él. Porque parecía que no era capaz de protegerla.
Entonces, la sola idea de no volver a mirarla, de no poder hablarle con sinceridad, de no poder volver a tocarla, hizo que sintiera un vacío por dentro que hacía años que no sentía de aquella manera. Esa estúpida chica había roto con todos sus esquemas en menos de tres meses y ahora, él solo no podía volver a poner al derechas lo que ella había cambiado en él. Molesto con su propio sentimentalismo, salió del coche rápidamente y subió las escaleras hasta llegar al apartamento y aporrear la puerta. Ella sabía que no se iría hasta que le abriera y podía montar un escándalo si quería. Por lo que Yarah tuvo que abrirle a medias. Lo justo para ver sus ojos desencajados mirándola como asustados.
- ¿Jin?
- No me dejes - la pidió -. Por favor.
- ¿Pero que...?
- ¿Quieres abrir la maldita puerta? - la gritó, en un ruego -. No puedo abrazarte así.
Ella pareció pensárselo. La había tomado por sorpresa. ¿Qué estaba pasando?
- Vamos, no te resistas. Se que quieres gritarme más, golpearme, insultarme... y se que necesitas llorar. Así que vamos, ven. Ven a mis brazos, Yarah - susurró.
Ese sí era él y no el chico que no sabía que hacer ni qué decir. Él siempre sabía lo que ella necesitaba, sabía mimarla y cuidarla mejor de lo que ella misma se cuidaba. Pero también tenía un pasado y secretos que escondía bajo aquella apariencia de hombre fuerte que podía con todo lo que pasara.
Yarah dejó caer la cadena de la puerta y salió de la casa, tirándose encima de él. Jin retrocedió un par de pasos empujado por ella y la sujetó con fuerza entre sus brazos. Cerró los ojos, sintiendo su pequeño cuerpo entre sus brazos, el calor de su piel en su piel, el aroma de su champú entrando por su nariz y nublando el resto de sus sentidos hasta el punto de que creyó enloquecer.
- Voy a protegerte. Pase lo que pase. Lo prometo - dijo, jurándose a si mismo que no habría mafia en el mundo que pudiera matarla mientras él fuera su escudo.
La acarició el pelo y sintió los brazos de la chica cerrarse con más fuerza en su cintura.
- No tengas miedo. Ya estoy aquí - susurró, besándola la cabeza un par de veces -. Perdóname.
- No. No es culpa tuya, yo... hice una estupidez y... tenía que habertelo dicho...
- Eres una profesional cualificada para hacer algo como esto. Y yo confío en ti como para dejarte al mando de todo lo que yo manejo. Así que - la obligó a mirarle a los ojos -, confía en mí también. Nunca dejaría que te pasara nada, ¿me oíste? Así que nunca dejes tú de confiar en mi, por favor. Eres todo cuanto me queda de cordura y locura - susurró.
- Bésame - le pidió, mirándole a los ojos -. No me hagas pedírtelo dos veces.
El chico sonrió de lado y se agachó sobre ella, sujetando con una mano su rostro y acercándola a su cintura pasando el otro brazo por su cadera, sobre la camisa blanca que llevaba y que reconocía como suya.
- ¡Entrad al menos en casa, mocosos! - gritó un señor que acababa de llegar al apartamento que había dos puertas más allá que el de Yarah.
Ellos se separaron y le miraron, sin soltarse. Cuando cerró la puerta, se echaron a reír como dos idiotas. Ella nunca le había visto sonreír de aquella manera tan despreocupada y eso provocó que algo reaccionara en su interior, en su estómago, algo que subió hasta hacer palpitar su corazón y bajó hasta hacer temblar sus piernas. Tal vez había olvidado lo tremendamente sexy que podía llegar a ser aquel hombre que la tenía entre sus brazos como si fuera la única mujer que existiera en el planeta. Sus brazos se cerraron sobre el cuello de él, empujándole sobre ella para volver a besarlo. Le tomó por sorpresa, pero no pudo por menos que corresponderla. Pero no fue solo un beso. Fue un roce sutil entre sus cuerpos Fue un juego entre sus labios y su lengua. Fue un baile entre sus salivas entremezcladas en su boca.
Cuando ella le dejó respirar, aunque lo hizo entrecortado, la miró a los ojos. Ella estaba sonrojada bajo los ojos, con un color precioso, mientras sus ojos brillaban tenuemente. También estaban algo rojos de llorar. Se odió un instante por ser el causante de que otro la hiciera llorar. Pero rápidamente dejó de pensar cuando ella se acomodó en el hueco de su cuello y su hombro y le besó bajo la oreja.
- Jin, esta noche - musitó -, hazme olvidar - le pidió.
- Esta noche - susurró él, devolviéndole le beso en la oreja con un lametón de regalo -, te haré el amor hasta que no puedas ni recordar por qué querías matarme.
Ella sonrió y dio un salto para enganchar las piernas en la cadera de él. Jin la sostuvo con fuerza y caminó hasta dentro de la casa de ella donde, después de cerrar la puerta, apagó las luces, dejándolo todo en el más oscuro y silencioso momento, roto solamente por sus voces unidas en susurros y sus sombras recortadas en las paredes unidas como una sola.






"Eternamente, Jin."

miércoles, 11 de mayo de 2011

No hay noche a la que no siga un amanecer.

La chica bajó las escaleras de la casa agarrándose a la barandilla de metal, con los pies descalzos y la camisa blanca de rayas azules de él abrochada hasta el pecho. Desde la escalera pudo ver el mar y la arena a través de la ventana, casi sentir la brisa en la cara que entraba por la ventana abierta.
http://www.youtube.com/watch?v=nNlzvDZ5gyc

Al llegar a la cocina olió el café recién hecho y cuando se asomó, le vio vestido con sus pantalones vaqueros y sin la camisa que ella llevaba puesta. Miró sobre su hombro para ver que no estaba sujetando nada con lo que pudiera lastimarse y se enganchó de repente a su cintura por la espalda, besándole el omóplato.
- Despertaste, tormenta - sonrió él. La llamaba así porque decía que era como un huracán que no podía estarse quieto mezclado con la elegancia de la lluvia y la fuerza interior de los truenos. Y porque tras la tormenta, llegaba la calma y brillaba la luz del sol.
- Sí. Qué bien huele eso - comentó.
- Siéntate, vamos a desayunar.
- ¡Yaaa! - gritó -. Estoy hambrienta.
- No me extraña - soltó él, acercando la comida a la mesa y sentándose en el lado opuesto a ella.
Ella cogió una fresa y la puso en la boca de él, mientras que mordía una manzana roja muy dulce y hacía una mueca de gusto. El chico solo la miraba. Le encantaba mirarla, cuando despertaba, cuando se dormía, cuando su pelo se despeinaba, cuando se enredaba, cuando se estiraba como un gato y ronroneaba, cuando reía, cuando andaba, cuando derrochaba alegría que le acababa contagiando, cuando buscaba las llaves en su bolso para abrir la puerta de su casa.
La chica cogió un trozo de plátano que el chico había cortado y él la apartó un mechón de la cara para que no se lo comiera. Ella mordió el trozo de fruta y le dio a él el resto. Hiro comió aquel pedazo de plátano y antes de que ella apartara la mano, el chico lamió sus dedos suavemente, haciéndola reír.
- Cuando acabes, cámbiate. Nos vamos a dar una vuelta.
- Eh, espera, no me dejes terminar sola - le pidió.
- Tengo algo que hacer antes de salir. En una hora nos vemos en la puerta - sonrió.
Se agachó sobre ella y la besó la frente, por encima del flequillo. Ella cogió el bol con la manzana troceada y salió a la terraza. El mar estaba en calma y el sol se reflejaba sobre él suavemente. La fina arena se movía a causa del viento, algo fuerte, que también revolvió el pelo negro de la chica. Estaba tan tranquila en aquel lugar. Nada podía calmarla tanto como el mar, la playa, el sol, aquel lugar y él.
Emocionada por lo que el chico fuera a hacer, ella subió corriendo las escaleras para buscar algo que ponerse. Después de rebuscar en el armario, una falda blanca de tela fina larga y una camiseta negra sin mangas y de corte bajo fue su elección. Antes de que llegara la hora, estaba esperándole fuera, sentada en las escaleras de la casa que daban al transitado paseo de la playa. Entonces, a la hora acordada, la chica escuchó un extraño ruido en la parte de atrás, la que daba a la playa. Se levantó y dio la vuelta a la casa, encontrándose con que la sorpresa de Hiro era su precioso caballo marrón, Asuka. La chica corrió hacia él y acarició al animal, que se dejó.
- ¿Cómo es que le has traído? – preguntó, mientras él bajaba del caballo.
- Necesitaba dar una vuelta – sonrió Hiro -. Creo que te echaba de menos.
- Y yo a él – dijo la chica -. ¿Cómo estás, precioso? – le preguntó, volviendo a acariciarle con cariño y una sonrisa.
- Vamos – dijo entonces él -. Hoy Asuka quiere llevarnos.
- ¿Vamos a montar a caballo?
- ¿Tienes miedo? – preguntó él.
- No. Pero amárrame fuerte, ¿eh?
El chico soltó una risotada y ayudó a la chica a subirse encima de Asuka. El caballo no se movió y Hiro montó detrás de la chica, pasando los brazos por la cintura de ella para agarrar las riendas. Tiró de ellas y el caballo empezó a trotar suavemente por la arena, hacia la pequeña cala que había al este. La chica disfrutó gritando al viento y levantando las manos para rozarlo, mientras él solamente podía alargar esos momentos de felicidad que no podía ocultar por su enorme sonrisa. Al llegar a la pequeña playa, Hiro bajó a la chica sujetándola entre sus brazos y ella le miró a los ojos. Adoraba verle sonreír. Y si para ello ella tenía que hacer el idiota e inventarse que estaba bien cuando no lo estaba, lo haría. Porque lo más importante para ella era esa sonrisa.
La chica echó a correr hacia el mar y mojó los pies en el agua. El chico se acercó a uno de los árboles que había, donde daba la sombra, y amarró las riendas del animal. Hiro le quitó un peso de encima al caballo cuando le quitó el atillo que le había puesto sobre la montura donde llevaba una cesta con comida. Sacó un mantel de color azul y lo tendió sobre la arena, sentándose a mirarla. Su figura recortada por la luz del sol era simplemente perfecta. Ella corrió hacia él cuando se cansó de estar en el agua y se sentó a su lado, tumbándose con la cabeza sobre las piernas de él. Hiro acarició su pelo una y otra vez, sin cansarse de entrelazar sus dedos en sus mechones negros y rojos.
- Hiro – susurró.
- ¿Mm?
- Tengo miedo – musitó.
- ¿Por qué?
- Porque soy tan feliz que me parece que no es normal, que esto todo se va a acabar. Como la calma antes de la tormenta. Siento que en cualquier momento aparecerá algo o alguien que se interponga entre nosotros y que no podré hacer nada por evitarlo.
Él sonrió. Se había asustado por un momento, pero eran solo pensamientos que la incordiaban.
- Mírame – la pidió. Ella puso sus ojos verdes en los de él -. No voy a permitir que nada ni nadie nos separe. Porque no quiero alejarme de ti. No quiero perder mi sonrisa. Tú eres mi tormenta, vuelves mi vida patas arriba y la dejas así, y a pesar de eso, yo sigo aquí, ¿no es así? Eso quiere decir que no hay tormenta que nos pueda alejar al uno del otro.
- ¿En serio? ¿De verdad me quieres tanto como para jurarlo? – preguntó. Era algo infantil, pero sabía que él no se molestaría.
- Claro que sí – volvió a sonreír -. Sabes que adoro ese lado de niña pequeña y mimada que tienes. Porque cuando tienes que ser seria y madura, lo eres también. Sabes distinguir perfectamente esos momentos, cuando te necesito a mi lado y cuando quiero consentirte, cuando necesito que me mimes y cuando quiero mimarte yo a ti. Y por eso te quiero tanto tal y como eres – la dijo, acariciándola la cara.
Ella sonrió ampliamente y se acomodó aún más en sus piernas, hasta que su estómago, siempre puntual, la pidió comer algo. El chico sacó lo que había llevado en la cesta y ella le abrazó. Cómo la conocía. Cómo sabía lo que deseaba en cada momento. Como sabía hacer de cada instante un recuerdo especial y único.
Una vez terminaron de comer, ella se levantó y empezó a correr por la arena. Volvió y le obligó a dejar de vaguear y a moverse con ella. Corrieron amarrados de la mano. Al volver, algo cansados, él la sujetó entre sus brazos, con una mano en su cintura y con la otra entrelazada en sus dedos. Suavemente empezó a moverse hacia los lados, dando pequeños pasos. Ella solo le miraba.
- ¿Estamos bailando? – preguntó en un susurro.
- Lo intentamos – dijo él -. ¿No te gusta?
- Solo si es contigo – dijo ella, sonriendo.
- Yo no se bailar muy bien.
- No es eso. Es que a pesar de ver lo pésima que soy bailando y en muchas otras cosas, me quieres igual – soltó entre risas.
- Es lo que tiene el amor, que a pesar de descubrir que es lo malo de esa persona, no puedes evitar amarla como yo te quiero a ti – susurró, acercándose más a ella.
La chica se soltó de su mano y pasó los brazos por su cuello, mientras él llevaba la mano que le había quedado libre a la cintura de ella. Tras minutos enteros mirándole a los ojos, la chica se recostó en su hombro y él la acarició el pelo y respiró su aroma, aún meciéndose suavemente aunque casi sin apenas moverse.
- Mira – la susurró de pronto, haciendo que levantase la cabeza -. El sol se va. Hemos de despedirlo.
Ella miró el horizonte. El chico puso la mano delante de sus ojos y abrió los dedos, para que pudiera ver la puesta de sol sin dañarse los ojos. La luz anaranjada y rojiza del sol empezó a cubrir el mar con su suave color y lentamente, fue desapareciendo, dejándolo todo en sombras mientras ellos dos, dándose luz mutuamente fundidos en un sincero abrazo, contemplaban como un recuerdo terminaba y se grababa a fuego en sus almas, prometiendo que la oscuridad no consumiría aquel sentimiento que nadie podría obligarles a dejar caer en el olvido nunca jamás.

lunes, 9 de mayo de 2011

La gente se refleja en su destino.

Otra mansión blindada para nada. Kazuya seguía sin entender por qué los mafiosos siempre tenían una enorme casa llena de bigardos de dos metros y además, armados, para defenderse, si nunca servían para nada. La ambición de tener les perdía. ¿De verdad ninguno se daba cuenta de que con cosas así, como casas o cochazos o mujeres, se les encontraba mejor? Los cinco habían llegado a la determinación de pensar que los subordinados de aquel mafioso italiano que mantenía relaciones con la mafia japonesa, eran gilipollas. Apostada en la puerta, una furgoneta negra servía de centro de operaciones para Ryuu. El pequeño de la organización había monitorizado todas las cámaras de seguridad en las cinco pantallas que llevaba con él conectadas a su portátil. Así fue desactivando cada una, permitiendo que los otros cuatro entraran sin preocuparse de más trampa que los guardaespaldas bigardos. Se sabían el mapa de la casa prácticamente de memoria, sabían por dónde tenían que pisar. Apenas cruzaron la puerta, una lluvia de disparos cayó sobre ellos. Los cuatro se escondieron tras los pilares del vestíbulo, mientras calculaban cuantas balas tenían que disparar cada uno para matarlos a todos de un solo golpe. Una vez dejaron un reguero de cuerpos en la escalinata, se separaron para poder librarse de la mayor cantidad de mafiosos posible. Kazuya y Junno entraron a la vez en el despacho del magnate. El chico moreno cubrió al chico de ojos claros, que bajó la pistola para hablar con el mafiosillo que, confiado, estaba sentado en el borde del escritorio, de cara a ellos. Como si les esperara. Kazuya solo mantuvo su fría mirada a através de sus gafas. La primera bala de la pistola de Junno salió disparada hacia el hombre, con la estantería que el mafioso tenía detrás como blanco.
- ¿Así que, venís a matarme? Vaya, yo pensaba que erais unos invitados especiales.

- Déjate de fanfarroneo – le dijo Junno. Cuando tenía a gente así delante, se volvía algo agresivo.

- ¿Tenéis pruebas contra mí? – quiso saber.

- Las tenemos – contestó Kazuya -. Nunca hacemos nada sin asegurarnos antes de que solo limpiamos la basura. Basura como tú.

- Solo me gano la vida, mocoso. Es complicado estar en este mundo y estar cuerdo. Y créeme, mi único pecado es estar enamorado del dinero.

- Ese pecado es más capital que la ira que siento cada vez que veo tu cara – contestó él.

El hombre encendió el cigarrillo que tenía sobre la mesa y le dio una larga calada.
- Disfrútalo. Será el último – le dijo Junno.
- ¿Qué os hace pensar que estoy solo?
Kazuya sonrió de lado, con cierta superioridad y elegancia.

- Que no compartirías tú querido dinero con nadie – le dijo -. Eso, y que hemos sellado todas las posibles rutas de escape o de llegada de ayuda.

- ¿Creéis que con eso me podréis detener? Es solo palabrería – dijo.
Aunque realmente empezaba a creerles y a ponerse nervioso. Si su plan no funcionaba, estaba muerto.

- No es solo eso. Porque no somos solo cuatro – le confesó.

El hombre pareció palidecer. Volvió a dar otra calada al cigarro y lo tiró al suelo, pisándolo contra la alfombra. La tela se agujereó y el humo que salió de ello fue como el pistoletazo de salida a aquella locura.

- Así que, trajes negros, cinco hombres, asaltos perfectos en mansiones llenas de seguridad – comentó el hombre -, realmente sois esos chicos que son peor que una espina en el culo, ¿no es así?

- Nosotros seremos peores que una espina en tu asqueroso culo – dijo Kazuya -, pero vosotros sois una plaga de zánganos que no sirven para nada sin la abeja reina.

- Oh, bueno, entonces, veamos hasta donde son capaces de llegar los zánganos por su reina – dijo de repente.

Kazuya entornó los ojos y le siguió con la mirada mientras caminaba hacia el otro lado del escritorio. El chico levantó el arma apuntándole con elegancia, a expensas de lo que hiciera. Un movimiento en falso, y estaba muerto. Pero el hombre solo se rió y sacó un bulto de debajo del escritorio de madera. La empujó hasta ponerse de nuevo en el borde del escritorio y empezó a reírse con sorna cuando Kazuya bajó el arma de golpe. Sin delicadeza alguna, el hombre quitó la mordaza de los labios de la chica y no dijo nada. Prefirió observar el espectáculo de miradas entre la chica y el asesino.
- Kira – musitó él, sintiendo su respiración agitarse. Eso era malo. Era la primera vez que le pasaba en medio de un encargo. Era como si no pudiera controlar la situación y eso realmente le asustaba.
Sus manos estaban atadas a su espalda. La chica tenía la cara manchada, estaba sucia, con la ropa descolocada y algo rasgada y además, podía ver trozos donde las manchas, eran de sangre. Aún así, ella mantuvo los ojos fijos en Kazuya, sin decir nada.

- ¿Por qué? – susurró.
- Porque encontramos tu punto débil, muchacho – rió el hombre -. Porque tal vez no sirves para esto. Te descuidaste demasiado. Y así, pasan las cosas que pasan.
- ¡Kazuya! Era la voz de Koki. Él y Nakamaru entraron por una puerta situada a la derecha de Kazuya y Junno, armados y apuntando al mafioso.
- ¡Esperad! – gritó el chico de ojos claros -. Las armas – susurró.
- Pero Kazuya… - susurró Koki, como espantado, mientras se acercaban a paso lento a ellos dos.
- ¡No me repliques! ¡Bajadlas!
Los gritos casi desesperados de Kazuya se confundieron con las risas sarcásticas y placenteras del mafioso, quien parecía divertirse con la situación.
- ¿Qué es lo que quieres? – preguntó. - No intentes negociar conmigo. Es inútil. Voy a llevármela y la convertiré en mi puta personal, muchacho. Es mucho mejor de lo que te imaginas.
La primera bala del cargador de Kazuya salió disparada contra el suelo. El mafioso no se movió, aunque si se sobresaltó ligeramente.
- Dime que no la has tocado – siseó.
- ¿Y qué si lo he hecho, eh? – preguntó, con sorna.
- ¡Esa mujer es mía! – gritó él, enfadado.
El hombre siguió riendo. Le divertía de sobremanera ver desesperado y desencajado a aquel chico que decían, nunca dudaba al apretar un gatillo.

- ¡Está bien, se acabaron los juegos, mocoso! Primero, me cargaré a tus amigos. Y luego, te obligaré a ver cómo me llevo a tu chica. Vas a perderlo todo esta noche – dijo, amenazante.

- ¿Sabes lo que pasa cuando juegas con fuego? – le preguntó. Sus ojos se volvieron hacia los de Kira -. Que te acabas quemando.
- Kazuya…
Oírla susurrar su nombre con aquella voz rota de dolor se le clavó en el estómago como un puñal. Hasta que el primer disparo dio en el corazón de Koki. El chico le vio caer al suelo, sangrando y volvió a sentir como su corazón se resquebrajaba. Y terminó de romperse cuando una segunda bala alcanzó el estómago de Nakamaru y la tercera, le dio a Junno. Kazuya gritó de dolor un instante. Kira también. En ese momento, ambos sintieron por primera vez, lo que era volver a quedarse en la completa oscuridad.
El hombre la sujetó por los hombros y la empujó hacia la puerta que el chico tenía a su lado izquierdo, siempre apuntándola con la pistola. Entonces Kazuya levantó la cabeza y sus ojos, a través de las gafas, centellearon como fuego. Empuñó el arma que llevaba y, sin dudar, disparó. El hombre se quedó tan sorprendido de que disparase contra la chica que no pudo apretar el gatillo. Pero tampoco sintió dolor. Había fallado.
Kira sintió sus piernas doblarse y se resbaló a pesar de que el hombre la sujetaba.
- ¡Eh! ¡Vamos, levanta! ¡O lo mataré!

- No puedo moverme aunque quiera – dijo la chica, con la cara tapada por el pelo pero con una ligera sonrisa dolorosa.

Él vio entonces como la sangre manchaba la moqueta del despacho. Y era de la pierna izquierda de la chica, atravesada por la bala que Kazuya acababa de disparar. Cuando quiso reaccionar, el chico disparó de nuevo, acercándose a él. El hombre empujó a Kira lejos de él y disparó. Kazuya se lanzó contra ella y ambos cayeron al suelo con un crujido. El mafioso corrió y, a punto de salir, disparó la pistola mirando hacia atrás, tantas veces como pudo. Una de ellas rozó el brazo izquierdo de Kazuya, tirado en el suelo sobre Kira. Pero nada se podía comparar a la manera en la que, las ocho balas que quedaban en el cargador de la pistola plateada del chico, se fueron metiendo en su cuerpo una a una, disparo a disparo, a cada cual con más rabia y odio.
Cuando su cuerpo cayó, Kazuya se incorporó un poco y la miró a los ojos, apartándola el pelo de la cara. Tenía una herida en los labios y una brecha en la frente. Sus ojeras eran horribles y su cara estaba algo sucia. Pero estaba viva. Desató rápidamente las cuerdas de sus manos y usó su cinturón para hacerle un torniquete a la chica en la pierna.
- Lo siento – susurró mientras lo ajustaba -. Pero era la única manera de…
- ¿Por qué? ¿Por qué lo haces?

- No tengo tiempo ahora de darte explicaciones, Kira, perdóname – susurró, mirando de reojo al resto de chicos.

- ¿Están muertos? – preguntó ella, con voz temblorosa.

- No. Solo inconscientes, aunque siento que les hayan disparado por mi culpa – musitó.

- Es culpa mía, lo siento – dijo ella.
- No, eso no es verdad – dijo él, mirándola a los ojos -. Pero lo único que me importa, es que estás viva.
- ¿Por qué me has protegido? – preguntó, mirando la manga de su traje rasgada por el disparo que empezaba a mancharse de sangre.

- Porque tú no puedes morir. Porque entonces, mis esperanzas de volver a vivir morirían contigo – susurró, acariciándola la cara.

Kazuya se refería a sus pesadillas. Si ella no estaba, tenía pesadillas horribles como las había tenido toda su vida. Pero si ella estaba con él, era capaz de dormir tranquilo. Si Kira moría, las esperanzas de volver a tener una vida normal, de no tener sentimientos de culpabilidad en el corazón ni sombras en el alma, se irían con ella. Y no podía permitirlo. La necesitaba y, de alguna manera, quería necesitarla.
De pronto se escuchó una explosión. Los subordinados que intentaban huir habían caído en la trampa de Ryuu.
- Perdóname por haberte puesto en peligro – susurró Kazuya, besándola la frente.

- Eres un idiota por haberte puesto delante de mí – siguió ella.

- Y un cabrón por haberte disparado – dijo, apoyando la frente en el hombro de la chica.

Kira le obligó un momento a mirarla y le quitó las gafas. Besó el puente de su nariz y luego le recostó en su hombro. Entrelazó su mano en el pelo del chico y lo acarició. Él la sujetó la mano y también la acarició suavemente, volviendo a pedir perdón en silencio. Entonces, Ryuu apareció corriendo.
- ¡Nakamaru, oye, espabila! – Gritó, zarandeándole un poco. Él hizo algún sonidito de molestia -. ¡Koki, vamos, Koki! – siguió gritando mientras les movía algo brusco -. ¡Junno!
- Ryuu, ¿estás bien? – preguntó Kazuya, mirándole pero si apartarse del hombro de Kira.
- Sí, ¿tú?
- Todo bien – sonrió.
Pero Kira sintió que algo no iba bien. El chico se había medio recostado sobre ella a posta y sus ojos pugnaban por no cerrarse. Entonces ella sintió algo resbalar por su mano izquierda. La sacó del costado del chico y estaba ensangrentada.
- ¡Kazuya! – gritó.
El resto se había ido incorporando, quejándose del dolor de los disparos, cuando la escucharon gritar y corrieron a su lado. Los tres estaban ensangrentados, pero parecían perfectamente. Bajo la camisa de Junno pudo ver el chaleco antibalas y Koki se lo había quitado, quitándose también la camisa que ahora llevaba por fuera del pantalón y abierta.
- ¡Está sangrando!
- Tranquila, es falsa – dijo Junno -. Lo teníamos preparado.

- ¡¿Pero por qué se ha desmayado?! – preguntó, al sentir el peso del chico echado sobre ella.

- Oye, Kazuya, déjate de juegos y levántate, ¿quieres? – dijo Koki, rascándose la nuca y estirándose -. A todos nos duele un disparo.

- Espera, Koki – dijo Nakamaru de pronto -. ¿Dónde sangra? – preguntó.
- ¡En el costado! – gritó ella.
Los chicos parecieron palidecer de pronto tanto como ella.
- La bolsa de sangre falsa de Kazuya estaba… - susurró Koki.
- ¡En el pecho! – gritó Ryuu.

- ¿¡Es su sangre de verdad!? – exclamó Junno.
- ¡¡Kazuya!! ¡¡Kazuya!!

sábado, 7 de mayo de 2011

Muévete; siénteme.

Se había quedado totalmente dormida leyendo aquel libro que la tenía completamente enganchada. Cuando el móvil sonó, ella estiró la mano, molesta, y lo cogió, contestando de mala gana.
- ¿Qué pasa?
- ¿¡Donde demonios estás!? - gritó una voz al otro lado del teléfono.
- ¿Hikari? ¿A qué vienen esos gritos?
- ¿Dormida? ¿¡Estabas dormida!?
- Sí, y quiero seguir haciéndolo, estaba teniendo un sueño precioso - bostezó, aunque realmente no sabía que estaba soñando.
- ¡Tu graduación es lo que tienes que hacer ahora, pedazo de borrica! - la gritó.
Izumi se puso en pie de un salto y miró el calendario. Era ese día. Estaba rodeado en rojo y tachado en negro.
- ¡Ya estás vistiéndote y viniendo para aquí! ¡Shiori se ha ido para la escuela ya, no podía esperarte más! ¡Así que, arranca de una vez! - chilló antes de colgarla el teléfono.
La chica tiró el teléfono sobre la cama y se metió corriendo en el baño. A punto estuvo de meterse el lápiz de los ojos en un ojo y el rimel casi se la corre de la rapidez con la que se lo echó. Metió el vestido negro y blanco por la cabeza con rapidez y se peinó con las manos, sin pararse a mirarse a un espejo. Fue a meter un pie en las sandalias pero al final, se calzó unos zapatos cerrados y bajos, con los que podría correr a gusto. Cogió el bolso, con un número de cosas incierto dentro, puesto que no sabía ni lo que llevaba, y salió corriendo de casa.
Hikari tenía cara de perro por haber estado esperando y su expresión al verla con los zapatos bajos fue la que esperaba. Casi la mata.
- ¿¡Pero qué estabas haciendo dormida a estas horas y precisamente hoy!?
- Vamos, camina mientras me sigues gritando - la dijo, pasando a su lado -. Mis padres no están hoy. Así que me he quedado hasta tarde leyendo y... pues eso.
- Dios, de verdad que no tienes remedio alguno, ¿eh?
- Lo siento - se disculpó, entrando en la escuela.
- Sí, sí - contestó solamente Hikari, entrando tras ella -. ¡Espera!
- ¿Qué?
- Ponte mis zapatos - dijo la chica, quitándoselos.
- Ni de coña - se negó.
- He dicho que te los pongas y punto. ¿O te recuerdo que has llegado tarde a tu graduación durante el resto de tu vida? - la amenazó.
A la chica no le quedó más remedio que ponerse las sandalias negras de Hikari y ella se puso sus zapatos blancos, que no era que pegasen mucho con su vestido azul y negro pero bueno.
La ceremonia fue tal y como ella había previsto. Los discursos de las profesoras eran gratificantes para algunos, dolorosos para otros, indiferentes para ella. De vez en cuando, sus ojos pugnaban por cerrarse, aunque gracias a Shiori logró soportarlo. Una de las profesoras, la que se suponía era dueña de la escuela, soltó un rollo sobre la religión y el amor de Dios que casi la hizo levantarse e irse. ¿Que no existia el amor sin Dios, solo el placer? Ella tenía la sensación entonces de conocer a Dios. Cuando su tutora pronunció su nombre, se levantó con firmeza, aunque en realidad temblaba. Los tacones de Hikari eran realmente altos. Pero no se tambaleó. Pisó fuerte en el escenario del teatro y cogió la orla que la tendía su tutora, dándola un par de besos. Esa mujer era realmente la mejor, dentro de lo que cabía. Se dio la vuelta para bajar del escenario y entonces vio, a lo lejos, una sombra que no debería de estar mirándola con aquella sonrisa tan encantadora. Quiso gritar su nombre pero su voz se quedó muda. ¿Era él? No. Tenía que estar fuera, no allí en ese momento. La profesora, al ver que no bajaba, la dio un empujoncito que la hizo reaccionar y cuando parpadeó, él había desaparecido.
http://www.youtube.com/watch?v=18rRNbZCdik
Un espejismo, pensó. Precioso, pero un espejismo a fin de cuentas, bajaba pensando, hasta dejarse caer en la silla al lado de Shiori de nuevo.
- ¿Pasa algo? - la susurró la chica.
Ella solo negó con la cabeza y suspiró. Cuando al fin la tortuosa ceremonia terminó, los alumnos subieron a hacerse una foto todos juntos. Ella dejó salir a Shiori y se acercó a Hikari.
- ¿No subes?
- ¿A qué? ¿A esconderme tras las bambalinas? - preguntó, con algo de ironía.
- Por cierto, voy a matarte - sonrió Hikari.
- ¿Por? ¿Qué se supone que he hecho ahora?
- No poner tu móvil en silencio.
- ¡Ay va!
- Sí, ay va. Ya tuve yo que tapar la musiquilla como pude. ¿Sabes qué alto se oía la voz de Sho? - la recriminó.
- ¿Quién llamó?
- No lo se - contestó ella -. Pero fue en el instante en el que subías al escenario - recordó -. Es casi como si él hubiera estado aquí, ¿eh?
- El destino - adivinó ella -. No, si esa persona no hubiera llamado, no habría sonado. El destino no existe - dijo Izumi.
- Eso es lo que tu dices. Pero no lo crees - dijo Hikari, antes de buscar un hueco por el que salir de aquel teatro.
Izumi la siguió. La directora informó de que habría un pequeño evento en la capilla de la escuela y por más que Izumi quiso negarse, las profesoras la obligaron a ir. Hikari se despidió de ella, en parte porque no quería ir a ese evento y en parte porque la echaban. Pero Izumi consiguió escabullirse. Sin darse cuenta, mientras se escondía de las posibles profesoras o señoras que pasaran por los pasillos, llegó al gimnasio pequeño, el de la parte de abajo. Dio una vuelta por él y se sentó en las colchonetas que había apiladas al final. Se quitó los zapatos con cuidado y suspiró. Aquel lugar la relajaba. Porque cada vez que recordaba lo que había pasado en aquellas colchonetas una noche de invierno, se sonrojaba. Cuando volvía a imaginar las manos de él sobre su cuerpo, tumbado en una de aquellas colchonetas verdes, o sentada sobre él, que la miraba con aquellos ojos claros llenos de pasión, sentía que solo quería y deseaba estar en un sitio. Y era entre sus brazos. Izumi llevó sus rodillas hasta su pecho y escondió la cabeza en ellas, abrazándose a sí misma. Le echaba tanto de menos cuando tenía que volver a irse. Pero las cosas eran así. Y si no podía aceptarlas él se iría pero para siempre. Una cosa tenía clara. Eso no podía permitirlo. Así que soportaría cuanta distancia y tiempo hicieran falta por él.
El móvil sonó, haciendo que escuchase esa voz que tanto echaba de menos. Esperó hasta que pasara, aunque al final tuvo que cogerlo antes de que Isha colgase.
- ¿Dónde estás? Nos vamos a dar una vuelta y luego a la cena.
- Voy, ¿me esperais en el parque de fuera?
- Sí, Shiori está conmigo, vamos para allá.
Al colgar, suspiró. Se levantó y volvió a ponerse los zapatos. Desde luego, Hikari estaba loca. Ahora tendría que caminar con aquellas cosas. Con lo bien que iba ella con sus zapatos bajos. Buscó a las dos chicas que la esperaban y caminó con ellas dando un paseo por el barrio viejo de la ciudad. Ellas hablaban de la ceremonia y criticaban algún vestido. Izumi se reía con sus comentarios, pero no era demasiada la felicidad que sentía en realidad. Miró al cielo y pensó, por un momento, si él estaría haciendo lo mismo.
Él solo sonrió.
Las mesas del restaurante donde sería la cena eran redondas. Se sintió como en la novela de los Caballeros de la Mesa Redonda y deseó tener una espada en la mano en el momento en el que aquella profesora que la había amargado los últimos tres o cuatro años y que seguiría haciéndolo incluso después de que terminara el curso, en su preciado verano, se sentó frente a ella, con una enorme sonrisa de felicidad en la cara. Probablemente porque nosotros pagamos tu cena, pensó Izumi, rabiada. No escuchó a Shiori hablarla hasta que no la tocó el hombro.
- ¿Qué?
- Que si puedes soltar el mantel ya - la dijo.
Izumi se dio cuenta de que se había agarrado tan fuerte al mantel de tela que lo había movido un poco además de arrugarlo todo. Carraspeó y lo soltó, sin encontrar otra cosa que apretar antes de echarla las manos al cuello. Sacó el móvil, no para pagarlo con él precisamente, y envió un mensaje. "¡A la mierda el destino! Es una puta mierda" El contacto fue Hikari. Enviar.
Esperó la respuesta con impaciencia, aunque sabía más o menos lo que decía antes de abrirlo.
"Existe. Y te vas a dar cuenta tu solita". Izumi pensó que eso le daba miedo. Luego, volvió a la maldita realidad. Escuchar reír a esa zorra como si nada pasara en el mundo ni en su vida la repateó bastante. Quiso decirla cuatro cosas más de una vez, pero, por alguna razón y fuerza en su interior que desconocía, se contuvo. Se centró en su plato y empezó a hacer pedacitos la croqueta que tenía en él, como si le hiciera una autopsia. Era un poco infantil y maleducado hacer eso, pero no tenía otra cosa que la distrajese. Hasta que Shiori empezó a golpear su brazo con el dorso de la mano.
- ¿Qué? - se quejó.
- Mira eso - susurró.
- ¿Que mire qué? - preguntó.
La mano de Isha, al otro lado, empezó también a golpearla.
- ¿Quereis parar las dos? - las dijo, mirando a la chica a su otro lado.
Entonces se dio cuenta de que la atención del resto de compañeros estaba en la puerta del restaurante. Levantó la vista y soltó un gritito de sorpresa. Así, sus ojos se posaron en ella. La chica se puso en pie de un salto, como para que la viera, pero no fue capaz de decir nada. ¿Volvía a ser un espejismo? Miró de nuevo a sus compañeros. Ninguno la miraba a ella por estar de pie. Todos los ojos estaban puestos en un muchacho de más de veinte años que acababa de entrar, vestido con un traje negro y una corbata del mismo color, con una elegancia que nunca antes habían visto; era como una mezcla entre dios y humano, como una escultura demasiado preciosa que no pegaba con la decoración y llamaba la atención.
El restaurante estaba cerrado solo para los alumnos, asi que era normal que llamase la atención alguien que no era un estudiante. Pero incluso las profesoras se giraron a mirar sin ser capaces de levantarse a preguntarle. Si alguna se levantaba, las demás irían detrás. Entonces él caminó entre las mesas sin la más mínima preocupación por las miradas, solo con los ojos puestos en la chica que se acababa de levantar. Al llegar a ella, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, la miró ladeando la cabeza.
- Asi que, no crees en el destino - susurró.
- Fuiste tú realmente - dijo ella -. ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías...
- Vengo a rescatarte, por supuesto. ¿Acaso no es eso lo que hacen los príncipes azules con sus princesas? - preguntó.
Adoraba su voz. Sus ojos claros. Sus manos cálidas y fuertes que eran capaces de sostenerla en pie. Sus palabras. Su corazón, que latía al mismo son que el de ella mientras hacían el amor. Izumi no pudo evitar que sus ojos rezumasen amor por aquel hombre.
- Eso es muy cursi - sonrió ella.
- Lo se, es culpa de Kazu, que me hace leer libros de amor - se disculpó. Ella se rió ligeramente.
Entonces las cinco chicas que había en la mesa de detrás se levantaron de golpe. Izumi las miró mal. Como zorras a por la presa. Pues ni de coña.
- No deberías haber venido.
- No me preocupa lo que puedan decir o intentar hacer, Izumi, deberías saberlo - contestó, entendiendo su reacción -. Solo vengo a por ti.
Y la tendió la mano, sacándola con firmeza y elegancia del bolsillo. Ella no dudó ni un solo instante. Mientras con una mano alcanzaba el bolso negro pequeño que llevaba, con la otra cogía aquella oportunidad de libertad que el chico de ojos claros la ofrecía.
- Espera, espera - dijeron algunas.
- Vámonos, por favor - le rogó.
- Estás preciosa - dijo él de pronto.
- Eso es mentira - le soltó -. No es posible en diez minutos.
- Yo no miento y lo sabes. Aunque si te digo la verdad, para estar preciosa solo necesitas despertar a mi lado, Izumi - la susurró, apretando suavemente su mano. Sus ojos claros relucieron un instante antes de que le guiñara uno de ellos y sonriera.
- Izumi, podeís quedaros - propusieron las chicas que estaban tras ellos.
- Ni lo sueñes - contestó, sin dejar de mirarle a los ojos -. Él se viene conmigo - aseguró. Él rió suavemente.
La profesora entonces, de repente, se puso de pie. Les miró, atravesándoles con los ojos pequeños y saltones que tenía.
- Izumi, en una cena de graduación, ¿tú te crees que podemos permitir que te vayas? - inquirió la profesora.
- La pregunta es, ¿quién ha dicho que me lo va a impedir? - la desafió ella al fin.
- Si quiere, nos quedamos, profesora - dijo entonces él -. Pero los dos. Porque no voy a permitir que me mantenga alejado de ella ni un solo segundo del poco tiempo que tengo para verla - aseguró.
- Vosotros dos... - susurró la señora, casi asustada, como si fuera un pecado verles cogidos de la mano.
El chico, algo cansado de ella porque sabía lo que le había hecho a la chica, metió la mano que tenía libre en el bolsillo del pantalón y acercó a Izumi aún más a él, tirando suavemente de la mano que tenía sujeta.
- Sí, señora, si así se la puede llamar - contestó -. Vivimos en pecado. ¿Algún problema?
Izumi soltó una carcajada. ¿Qué era eso de vivir en pecado?
- Si algo tengo claro - siguió él - es que no voy a dejar que su cara de amargada que necesita un buen polvo le joda la cena especial de graduación a mi morena, ¿vale? Así que, con o sin su permiso o el de todo ser que está en esta sala, me la llevo. Adiós - zanjó.
No dejó que nadie le detuviera. Tiró suavemente de Izumi para sacarla de allí y ella claramente no opuso resistencia. Es más, su cara de estúpida enamorada en ese momento fue realmente tonta.
El chico no dijo nada hasta que llegaron al parquecito, donde al fin se detuvo y la miró de cerca.
- Gracias - dijo ella.
- Dáselas a Hikari. Yo no sabía donde estabas. Ella me trajo - comentó, apartándola un mechón de pelo del rostro.
- Se las daré después de matarla por estos zapatos - se quejó ella.

- Tus zapatos están en mi coche - dijo entonces él -. Me los dio.

Izumi sonrió. Esa mujer era demasiado. El chico la llevó de la mano hasta el coche y lo abrió para que se sentase en el asiento del piloto a cambiarse de zapatos. Se sentía mucho más cómoda, pero ahora era bastante más bajita que él. El chico de ojos claros al verla hacer una mueca, la acarició el pelo como quien tranquiliza a un gato.

- Vamos, te llevaré a casa.
- Vivo aquí al lado, puedo ir dando un paseo - dijo ella.
- ¿Acaso no quedó suficientemente claro? - preguntó él de pronto -. No pienso perder el poco tiempo que tengo para estar contigo, Izumi. Lo decía en serio, mujer.

Ella sonrió y enganchó los brazos suavemente en su cuello. El chico sacó las manos de los bolsillos y la rodeó la cintura lentamente.

- Mis padres - musitó ella -. No están este fin de semana.

- ¿Eso es una provocación, Izumi? - la susurró, rozando la punta de su nariz con la suya propia antes de dejar un beso.

- En toda regla - rió ella.
El chico de ojos claros se inclinó sobre ella. La chica quiso retroceder pero se había acorralado a sí misma contra el coche y solo pudo esperar a que él la besara con aquella pasión que les recorría las venas cada vez que se veian de aquella manera.
- Vamos - susurró él contra sus labios y su cuerpo pegado al de la chica -. Antes de que te tumbe en el asiento trasero del coche - musitó.
- No hemos probado la tracción del coche ahora que lo pienso - soltó ella.
Él se separó de la chica y cerró la puerta del piloto. Era como si le hubiera molestado.
- Tira para casa - la dijo -. Porque de verdad, eres encantadora, ¿eh?

Izumi soltó una carcajada y echó a andar hacia su casa. En medio del camino, la mano del chico de ojos claros alcanzó la suya, obligándola a caminar a su lado.
Solo él podía darle una noche perfecta como la que se merecía un día de graduación. Solo él podía hacerla feliz un día especial como ese. Solo estar con él podía ser un día de celebración.
Porque solo podía sonreír si él la miraba. Porque estaba decidida a ser feliz sin soltar su mano nunca jamás.

jueves, 5 de mayo de 2011

So faraway...

Mika siguió con la mirada a Kira cuando salió, y se apartó una lágrima rebelde que resbalaba por su rostro. Volvió los ojos a Jin, sin saber qué se iba a encontrar. El chico estaba sentado a su lado en la cama, sin decir nada, sin moverse. Quiso alargar la mano hacia él para rozarle la cara y apartarle el pelo para poder mirarle a los ojos, pero se contuvo. No sabía como iba a reaccionar.
- Lo siento… - pudo decir.
- Yo solo hay una cosa que lamento ahora mismo, Mika – susurró él, levantando suavemente la cabeza para mirarla a los ojos. Ella sabía que aquellos ojos eran mucho más expresivos que las palabras que pudiera decir -. Y es que ese hijo de puta esté muerto y no puedo matarlo con mis propias manos.
- Jin…

Muy despacio, el chico se acercó más a ella y pasó su mano derecha por el cuello de Mika, llevándola a apoyarse en su hombro. Ella nunca había visto a Jin de aquella manera. Tal vez su historia le hubiera afectado demasiado, pero aquel abrazo era mucho más cariñoso y dulce que otras veces. Siempre la cuidaba, no es que la hubiera hecho daño. Pero sentía mucha más protección que otras veces, como si él se hubiera dado cuenta al fin de que ella también era humana.
La chica pasó el brazo izquierdo por la espalda del Comisario y le dio un par de palmaditas.
- Estoy bien – susurró.

- Pero yo no – contestó él -. Si de verdad existiera eso que llaman justicia, la policía te hubiera buscado cuando desapareciste. Pero no lo hicieron. No lo hicieron – susurró -. Por culpa de gente como yo has tenido que pasar por todo esto.

- Si hubiera habido gente como tú en aquel momento, no habría pasado todo esto – contradijo Mika.
El chico la miró a los ojos y apoyó su frente contra la de ella. Cerró los ojos un momento, sintiéndola respirar suavemente, pausada, tranquila. Agradecía que estuviera así. No soportaba verla histérica. Porque no sabía como consolarla.
- ¿De verdad no te importa que sea una asesina?

- ¿Quién es una asesina? – preguntó él -. Protegías a tu familia. Eso no es ser una asesina.
- Maté a gente inocente, Jin – le cortó ella.
- Mataste gente, sí, es cierto. Pero es el instinto de supervivencia del ser humano, algo innato en todos, lo que te llevó a querer sobrevivir. Porque eres una mujer demasiado fuerte como para dejarse vencer incluso por algo como esto.

- ¿Tú que sabrás? – soltó ella en un murmullo.
- Mika – la obligó a mirarle sujetándola la barbilla con suavidad -, te conozco más que suficiente. Has cumplido tu deber como mi ayudante, has cumplido con tu deber para con tu familia, has aguantado y soportado a un tipo como yo, has intentado protegernos evitando que encontráramos la pista sobre tu pasado. Has estado dispuesta a morir por ese secreto – añadió -. Eres la mujer más loca, inconsciente y valiente que he conocido nunca.
- Eso no borra lo que hice.

- Nada borrará lo que hiciste – confirmó él -. Pero las heridas que esas muertes te causaron aquí dentro – susurró, señalando con dos dedos el pecho de ella, sobre su corazón -, tienen que curarse. Y si aún no se han cerrado ni han cicatrizado, yo me encargaré de que lo hagan.

- Jin, no…

- No vas a cargar con ese dolor tu sola – susurró.

- Eres tú quien no va a cargar por él. No voy a permitírtelo. Aunque después de esto tenga que irme muy lejos de aquí – aseguró -. Seguiré luchando sola.

- Eso ni lo sueñes – le cortó él. Se acercó a ella en un movimiento muy rápido y rozó su oreja con su aliento -. Nunca podrás escapar de mí.

Sin brusquedad, el chico apartó el pelo de ella de su cuello y lo besó suavemente. Ella quiso apartarse. No podía dejar que la convenciese. Pero él la sujetó el cuello y volvió a besarla bajo la oreja, acercándose todavía más a ella.

- No quiero que me dejes – la confesó, apoyando la frente en el hueco de su cuello y su hombro.
Mika no pudo evitar llevar su mano hasta el pelo del chico y acariciarlo. Ella tampoco podía separarse ahora de él. No podía dejarle atrás. Formaba parte de su vida. Movió la cabeza y le besó el pelo.
- Jin… - susurró.

- ¿Mm?

- Me duele – dijo de pronto.

Jin se apartó dando un bote hacia atrás y la miró por todos lados. Ella se sujetó la herida e hizo una pequeña mueca de dolor.

- ¿Estás bien? Espera, avisaré a Kazuya y… - dijo, mientras saltaba de la cama.
- No – se negó ella, sujetándole de la muñeca y deteniéndole en seco -. Deja que cuide de Kira.
- Está bien. Pero entonces tienes que dejar que yo cuide de ti.

Antes de escuchar una respuesta, el chico cogió el rollo de venda que Kazuya había dejado encima de la mesilla, probablemente para cambiársela más tarde, y apartó las sábanas del cuerpo de ella. La chica se recostó, con cuidado y algo de dolor y él levantó su camiseta suavemente, hasta sacársela por los brazos, procurando que ella hiciera el menor esfuerzo posible. Jin la quitó la venda, algo manchada de sangre, y al quitarla pudo ver por primera vez la herida de bala.
- No la mires – le pidió. Se estaba poniendo nerviosa.
- Es preciosa – susurró él, rozando su piel con los dedos.

- No, Jin…

- Tranquila. ¿Duele?

Ella tragó saliva.
- Solo un poco – musitó.

Jin se agachó sobre ella y la besó el vientre. Ella soltó un sonidito de sorpresa, mientras trataba de incorporarse.

- No te muevas.

- ¿Puedes dejar de hacer estas cosas?

- ¿Ten pongo nerviosa? – preguntó, soltando una risilla.

- Me pones enferma – contestó, dejando caer la cabeza sobre la almohada.
- ¿Qué tienes, fiebre? – la preguntó, rozándola la mejilla con la mano -. Estás ardiendo – musitó, con una sonrisilla pícara.
- Cállate – le dijo, girando la cabeza.
Jin volvió a besarla cerca de la herida, sintiéndola estremecer. El chico buscó con su mano izquierda la mano de la chica, hasta entrelazar sus dedos con los de ella. En aquel apretón de manos, pudo sentir la emoción de la chica al estar tan sumamente cerca. Consciente de que no podía someterla a tal presión, el comisario se separó de ella y la tendió la mano. La chica la cogió y él hizo un poco de fuerza para incorporarla con suavidad. Entonces él se desanudó la corbata antes de quitársela y desabrochó todos los botones de su camisa hasta dejarla sobre el sofá que había en la habitación.
- ¿Qué haces? – le preguntó.
- Ya te lo dije. Cuidar de ti – repitió, mientras se acercaba a ella y la besaba la frente.
Como pudo, pasó una pierna sobre el colchón, por detrás del cuerpo de ella, hasta quedarse sentado en la cama con ella entre sus piernas. La recostó sobre su pecho pasando el brazo por sus hombros y bajó las manos hasta la herida. Sacó la venda y empezó a enrollarla alrededor de su abdomen, rozando suavemente su piel, sintiendo como ella se encogía pero, por suerte, no se quejaba.

- ¿Te hago daño?

- No – reconoció -. Además, tu cuerpo está caliente.
- Es que tengo sangre, no horchata, querida – la susurró al oído, que le quedaba bastante cerca como para morderlo. Pero se contuvo.
- ¿Por qué cuidas de mi? – quiso saber.
- Porque me importas – contestó él, dándole una vuelta más a la venda.
- ¿Tanto, tanto? – insistió.
- Tanto, tanto – respondió, haciendo un pequeño nudo en la venda -. Listo.
- Gracias – susurró.
- No hay de qué – dijo él, abrazándola por los hombros.
Se quedaron sin moverse unos minutos. Mika pensó que, por primera vez en mucho tiempo, sentía paz en su interior. La carga por su pasado volvería, era como una sombra que iría pegado a ella toda su vida, pero por un momento, sintió que nada ni nadie podían arruinarle aquel recuerdo feliz.
- ¿Qué le ha pasado antes a Kira? – preguntó ella.
- Creo que su propio pasado la sigue atormentando – suspiró él -. Voy a ver cómo esta – dijo, separándose un poco de ella.

- Eehh… - soltó, pero se calló.
- ¿Qué? – preguntó rápidamente cuando ella se quejó.
- Es de mí de quien estás cuidando – farfulló.

- ¿Puedo quedarme? – preguntó entonces -. No he dormido nada, realmente.
- Puedes quedarte – susurró ella.
- ¿Qué pensará Kira? ¿Nos dejará?

- Nos dejará – contestó ella -. Si Kazuya está con ella, estará demasiado ocupada mirándole como para regañarnos.
- Qué mala eres – le dijo el chico, mirándola de lado mientras ella sonreía.

El chico pasó ambas piernas al lado vacío de la cama y se recostó contra la almohada, haciendo un sonidito de comodidad. Ella le miró y sonrió al verle con los ojos cerrados y algo despatarrado entre las sábanas. Se tumbó suavemente sobre la almohada también y le escuchó respirar con pesadez. Sí que tenía sueño, sí. Pero entonces sintió la mano de él buscando entre las sábanas la suya. Ella la estrechó con fuerza y él sonrió como en sueños antes de seguir medio roncando con suavidad.