domingo, 24 de julio de 2011

Desaparecerse.

La señora salió caminando con altivez del camerino. La chica se escondió detrás de la columna que había cerca de la puerta y contuvo de nuevo la respiración. El pecho parecía que iba a reventarle y sentía en el estómago un nudo enorme. Cuando dejó de escuchar el taconeo de los zapatos salió de detrás de la columna pero se topó con el chico, que también había salido. Sus ojos estaban algo colorados, pero él levantó la cabeza al verla y trato de ocultarlos.
- Elena.
- Venía a decirte que cojas tu bolsa con tu ropa. Parece que no volveremos al plató después del rodaje - susurró la chica, sin saber si podía mirarle. No sabía qué decir.
- ¿Has... escuchado algo? - preguntó.

- ¿Eh? No - contestó. ¿Por qué le mentía? No podía decirle que había escuchado todo eso, que conocía su infancia, sus sufrimientos desde niños, algo tan íntimo, personal y que nadie más que ellos conocían.
- Vale. Yo voy bajando -. Su voz sonaba completamente desanimada, como muerta. Eso la hizo sentir tristeza.

- Ahora voy yo - pudo decir solamente, mientras le veía coger la bolsa y salir del camerino arrastrando los pies por el pasillo hasta las escaleras.
¿Estaría bien? ¿En qué pensaba? Aquel día tenía que haber sido especial, era su cumpleaños, aunque nadie parecía recordarlo excepto cuatro personas que le llamaron al móvil mientras iban de camino a los exteriores de ese día en la caravana. Pero él no mostraba entusiasmo alguno. Eso la preocupaba. El chico, la mayoría de las veces, escondia muy bien los problemas que tenía, como había hecho con Saki. Pero esta vez, parecía realmente deprimido. ¿Cómo podía animarlo sin contarle lo que sabía? Si se lo decía, él se pondría más triste todavía y eso era lo que menos quería en ese momento.
Al llegar al pueblecito donde grabarían, todo el equipo empezó a trabajar. Intentó centrarse pero mientras la colocaban el pelo en una enorme coleta, seguía dándole vueltas a la cabeza. Y no pudo evitar hablarlo con alguien que casualmente pasaba por allí llevando unas cajas.
- ¡Yuu! - le llamó la chica.

Él se acercó, interrogante, dejando las cajas en el suelo.

- ¿Qué pasa, morena?

- ¿Por qué nadie ha felicitado a Sho? - le preguntó ella en un susurro -. Hoy es su cumpleaños, ¿no?
- ¿Eh? No. Que yo sepa, lo celebra en abril - dijo el chico, sin darle mayor importancia.
Cualquiera podría equivocarse con eso, porque nadie conocía el verdadero cumpleaños del chico.
Eso la dejó bastante confusa. ¿Qué estaba pasando allí? La chica trató de centrarse cuanto pudo en el rodaje. La escena en el pueblo estuvo llena de interrupciones y dobles tomas, fue bastante complicado ese día. Y ellos no estaban para que se les complicara todo de esa manera. En una última escena, uno de los focos de repente reventó. Todos se apartaron rápidamente y solo uno de los técnicos de iluminación se hirió en un brazo con uno de los cristales rotos. En la caravana, metieron el foco destrozado y al técnico y volvieron a la ciudad rápidamente. Tardarían un par de horas en llegar, esperaban que el chico pudiera aguantar. Siguieron grabando hasta que oscureció. Y entonces se dieron cuenta de que no había furgonetas para llevar el material y a todos los técnicos y demás personas de producción. Entonces se reunieron como si hicieran un comité de emergencia.
- Bueno, esto es algo que no esperábamos asi que... lo siento, pero alguno tendrá que quedarse en la casa rural del pueblo.

- Una furgoneta podría hacer dos viajes - propuso Yuu.
- No hay tiempo para tanto. Quiero decir, conducir de noche por estas montañas para venir al pueblo es casi un suicidio, por eso nos vamos ahora que todavía no ha anochecido. Lo siento, pero no tenemos más remedio que hacerlo así. Las personas del pueblo ya se han comprometido.

- ¿Quién se quedará? - preguntó rápidamente Elena.
- Pues, la verdad es que los técnicos deberíamos volver todos para montar el siguiente escenario. Así que, siento decir esto pero deberíais quedaros vosotros tres - dijo, señalando a los tres actores.

- ¿Eh? No, yo no puedo... - empezó Elena.

El chico de ojos claros de repente se dio media vuelta y echó a andar en dirección al pueblo. ¿Aceptaba quedarse perdido en medio de un pueblito de montaña con cincuenta habitantes el día de su cumpleaños? Por un instante, al ver sus hombros caídos, su espalda encorvada y su cabeza gacha sintió que tenía que estar allí, que debía quedarse aunque no pudiera ayudarle en nada, pero que tenía que estar con él.
http://www.mefeedia.com/watch/22963370
Pensó en Kay durante un momento y luego sacó el móvil del bolsillo para llamar a su amiga, la chica de la guardería. Sin decir palabras que pudieran sonar raras, como niño o pequeño, la chica le pidió a su amiga que se quedara esa noche con Kay hasta que ella pudiera volver. Esa noche, tenía que estar con él. Siguió a Yuu hasta la pequeña casa rurar con apenas ocho habitaciones en madera maciza. Vio a Sho subir por las escaleras, sin esperar a nadie ni decir nada de nada. Ella hizo lo mismo y entró en la habitación contigua. Un momento después, una chica con algo de ropa en las manos entró para dejársela sobre la cama. Agradecida, la chica se metió en la ducha para intentar tranquilizarse y pensar un poco más en lo que estaba pasando. El chico no estaba bien. Nunca había sido tan cerrado, tan poco hablador. Nunca había ignorado a sus compañeros de esa manera. Preocupada por él, Elena terminó su ducha y se secó rápidamente, poniéndose la ropa que la habían prestado, algo grande para ella. Salió y se acercó a la puerta del chico. Dudó en tocar, pero al final llamó suavemente. La respuesta no supo si era un gruñido o un bufido o qué, pero la cuestión es que la dejó pasar. Ella se asomó despacio y cerró la puerta tras ella. Él solo vestía pantalones que no eran suyos, por lo que supuso que también le habían prestado algo de ropa. Con el pelo mojado y el agua resbalando aún por su espalda y su torso, el chico la miró.

- ¿Qué pasa?

- ¿Estás bien?

- Sí - contestó solamente.

- Cambiaré la pregunta. ¿Qué te pasa, Sho? No eres como siempre, estás... triste, frío, alejado.

- ¿Tu que sabrás? - la espetó -. Es más, ¿qué haces aquí? Deberías estar en casa con tu querido hijo.

La chica se acercó a él y cogió la toalla de encima de la cama. La posó suavemente en el pecho del chico y le quitó un poco el agua.

- No te atrevas a utilizar a mi nene - susurró ella, mirándole la piel -. No te atrevas, Sho.

Él apartó la mano de la chica con suavidad y se dio la vuelta.

- Lo siento - musitó.
Volvió a sentir la toalla rozándole la espalda. Esta vez no se apartó.
- No me gusta ver tus hombros caidos - susurró ella, acariciándole la espalda con las yemas de los dedos, pasando por encima del agua -. Quiere decir que estás triste. Y no quiero que estés triste.
- No soy un niño - dijo él -. No me trates como si fuera tu pequeño.

- Mi pequeño cuando algo le pasa, me lo cuenta. Mi niño llora cuando se siente triste, o cuando simplemente tiene ganas de llorar, y me abraza y llora hasta que se cansa y se queda dormido entre mis brazos. No te compares con él. Kay es mucho más sincero conmigo que tu a pesar de que teneis veinte años de diferencia. No se quien es el adulto y quien el niño - dijo, apartándose un poco para ponerse delante de él.

Le obligó a levantar la cabeza por la barbilla y le miró a los ojos. Estaba seria, pero quería mostrarle con la mirada la tranquilidad y la calma que necesitaba. El chico se vio reflejado en esas pupilas oscuras y se sintió como ese niño cuando su madre le miraba de esa forma, como si le estuviera protegiendo.

- Yo no debería haber nacido, Elena - musitó él de repente, tragando saliva -. No debería...

Los brazos de la chica pasaron alrededor de su cuello y le abrazaron sin dejarle decir nada. Le acarició el pelo mojado y le apretó más contra su cuerpo.
- No. No digas eso. Todos tenemos una razón para vivir y estar aqui. Pase lo que pase, nunca pienses de esa manera - susurró. Se apartó un poco de él y le miró a los ojos -. Sho, feliz cumpleaños.

- Elena...

- Y gracias - susurró, apoyando la frente contra la de él -. Gracias por estar aquí. Gracias por existir.

Él se quedó en silencio, respirando contra la piel de la chica. Era la primera vez que alguien se alegraba de que él estuviera vivo.
- Para decir eso tendrías que conocerme - susurró él -. Tendrías que...

- Quererte como te quiero - dijo ella -. Sho, te conozco lo suficiente para saber que eres una persona adorable y que ni mi vida ni la de muchas otras personas hubiera sido lo mismo sin ti. Asi que por favor, escucha a las personas para las que eres importantes e ignora a aquellas que no te quieren y solo te causan dolor.

- Pero esas personas son importantes para mi. Deberían serlo. Y deberían ser las personas que más me quisieran y más apreciaran mi existencia y sin embargo... eres tú quien lo hace - susurró el chico.

- Pero no te aferres a esas personas por lo importante que sean si te hacen tanto daño, por favor. Es como agarrarse a una roca que se te está clavando en la mano, como coger el fuego con los dedos dos veces seguidas a pesar de saber que te quemas. No es justo para ti, Sho. No te fuerzes de esa manera - susurró ella. Entendía que se refería a su madre. Ella era alguien importante en su vida y lo sería siempre pasara lo que pasase pero no soportaba verle así, no podía. Por encima de cualquiera, de quien fuera, quería verle sonreír.

- No puedo evitar ser quien soy - susurró.
- No tienes que dejar de ser quien eres para ser feliz. Puedes vivir así, pero vive tu vida, Sho, no la de los demás. Tú propia vida, nene - le dijo, pasándole la toalla por encima del pelo y empezando a frotarlo con suavidad para secárselo un poco.
- Pero, con todo esto, cuando pasan cosas así yo... a veces quiero solo desaparecer - dijo él.
- Ni sueñes con algo así. No te permitiré alejarte de mí... de tu mundo, donde tienes que vivir tu realidad y tus sueños - añadió, frotándole algo más fuerte como si asi pudiera quitarle esas ideas de la cabeza -. Tu no eres un cobarde que huiría de lo que tiene que enfrentar por doloroso que fuera, lo sé.
- ¿Por qué me dices cosas así ahora? - preguntó, bajando la cabeza para que no le viera los ojos y le secara mejor el pelo.
- Porque eres especial para mi - dijo ella, frotándole algo más fuerte el pelo -. Por eso quiero estar a tu lado apoyándote.

- ¿En vez de estar con tu hijo?
- Tenía que quedarme de todas formas - se excusó, apartándose un poco de él.
- No mientas. Habrías hecho cualquier cosa por estar con Kay y en cambio estás aquí, conmigo - insistió, dando un paso hacia ella -. Reconoce que estabas preocupada por mi y decidiste quedarte.

- ¿Y de quien es la culpa? Si no hicieras que me preocupara, no tendría que haber dejado a Kay con otra persona - le espetó, sin levantar la voz.

- Asi que te quedaste por mi - repitió él, mirándola a los ojos -. Eres adorable, Elena.
La chica fue a contestar a aquello pero el teléfono del chico sonó y él se sobresaltó. Algo molesto, tuvo que responder.
- ¿Qué pasa?
- ¿Dónde estás? - preguntó Saki -. Prometiste llamarme.

- Grabando en exteriores. No podré ir esta noche.
- ¿¡No estarás con ella, verdad!?
- Que no, Saki, no seas paranoica.
- Déjame hablar con alguien que esté a tu lado, con un hombre - le exigió.

- Esto no me puede estar pasando a mi - maldijo él por lo bajo, saliendo de la habitación.
El chico le pasó el teléfono a Yuu, que estaba en la habitación contigua, para que él le dijera algo. Realmente colgó después de soltarle un sermón a la chica porque Sho le había despertado para hablar con ella. Cuando volvió a la habitación Elena miraba por la ventana, como concentrada. Estaba preocupada por Kay pero se había quedado con él. Tenía el corazón divido, ¿no? Caminó hacia ella y la abrazó por los hombros. La chica pareció dejarse pero luego se revolvió un poco para al menos girarse a mirarle.
- Sho, que ahora esté aquí, que te haya dicho todas esas cosas... no significa que tu y yo podamos... ya me entiendes - susurró.
- No podemos estar juntos ni nada por el estilo, ¿te refieres a eso?

- Sí. Y no solo por Saki, o por Kay o por la opinión de los demás que me importa un bledo. Es que... no puedo, de verdad - dijo, apartándose de él.
Sho la sujetó de la muñeca y la detuvo, obligandola a mirarle.

- Solo por esta noche. Déjame mandar todo a la mierda esta noche, Elena. Olvidarme de absolutamente todo. Se mi chica. Solo por esta noche - la pidió, dando un paso hacia ella -. Nadie va a enterarse de esto, nadie va a saberlo más que nosotros. Imaginemos que no existe nada fuera de esta casa, de este pueblo. Solo somos nosotros dos - susurró, acariciándola la mano con la que la sujetaba.

- Sho...

¿Cómo negarse a algo que ella misma había pensado y deseado? Asintió muy débilmente con la cabeza y el chico apagó la luz. Apartó las sábanas de la cama para que ella se tumbase y luego volvió a mirarla.

- Dormiré ahí al lado - la dijo -. No te preocupes y descansa - susurró, besándola la frente.
- ¿Me pides que me quede para dormir en el sofá? No seas idiota - le dijo ella, dándole unas palmadas al colchón -. Si esta noche es nuestra, es nuestra y punto. Hazlo adecuadamente, ¿quieres?
Él soltó una carcajada y se tumbó a su lado, pasando los brazos por su cintura y dejando que ella se acostara sobre su pecho desnudo. Ella soltó una carcajada. El chico estaba frío a causa del agua de la ducha. Él echó la sábana sobre ella y la acarició la cara, mirándola fijamente. Ojalá pudiera ver aquella imagen al despertar. Pero el qué pasaría después de esa noche, cuando amaneciera, no era algo que les quitara el sueño en ese preciso momento.

sábado, 23 de julio de 2011

¿De qué color será pintado nuestro futuro?

El chico sintió un nudo en el estómago cuando su móvil empezó a vibrar. Lo sacó del bolsillo del pantalón y el nombre en la pantalla iluminada le hizo sentir ese nudo en la garganta. Era el director de la cadena. Aquello se había convertido en su peor pesadilla. Maldiciendo en todos los idiomas que conocía y en los que no, Sho buscó una forma de pasar desapercibido pero no la encontró. Y Elena apareció tan tranquila en dirección a la cadena. Apenas la vio fue a salir corriendo hacia ella pero otra persona la amarró antes por la espalda y la hizo dar media vuelta. Caminó con ella hasta el edificio contiguo a la cadena y Sho les siguió. Una vez los objetivos de esas cámaras que parecían querer cazarlos estuvieron fuera de su alcance, ellos se miraron.
- ¿Las has visto? - preguntó él.
- No, ¿el que? ¿Que pasa?

El chico que la había ayudado la tendió una de esas revistas con la foto de ambos en la portada. La chica dejó caer al suelo el bolso que llevaba y sus ojos mostraron verdadero pánico. Miró a los dos chicos, desconcertada y confusa.

- ¿Qué es esto? ¿Qué es todo esto? - susurró.
- Creo que los periodistas no se fueron ayer. Estaban esperando precisamente a verme salir de tu casa - dijo Sho.
-
¡Maldición! - gritó ella, tirando la revista al suelo -. Tenía que haberlo supuesto, esos reporteros no iban a dejarte en paz, ¡lo sabía!

- Lo siento, yo...
- Sho, lo último que necesito ahora es que te disculpes - le cortó ella, empezando a dar vueltas como una fiera enjaulada -. No es culpa tuya. Si te hubiera dicho desde el principio que te quedaras y no hubieras salido...

- Os estarían esperando ahora por la mañana - la cortó con suavidad el otro chico.

- Yuu tiene razón, nos hubieran descubierto igual. Y además, hubiera sido peor esta mañana - musitó, mirándola a los ojos. Pudo ver aquel miedo en ellos y supo que era por el niño -. Debería haberme enfrentado a ellos al principio.

- Y te hubieran comido - soltó ella -. No. No iba a dejarte así. No podía.

Sho recordó en ese momento las palabras de Kay. "A mamá le gustas, Sho." ¿Hasta que punto era eso verdad? Parecía desesperada por protegerle, pero tenía grandes problemas para compaginar eso con su hijo. Y eso tenía que ser horrible para ella.

- Y cargaré con las consecuencias - susurró ella entonces, mirando el móvil, que vibraba. El director también la llamaba a ella. No iba a cogerlo. Esas cosas había que hablarlas cara a cara y además, para escuchar gritos ya se tenía a si misma. Su cabeza era un hervidero de cosas en ese momento que la gritaban las cosas que tenía que hacer, la que no y que era idiota.
- Bueno, chicos, para empezar, hay que entrar en el edificio, ¿no os parece? - les interrumpió Yuu.
- ¿Cuál es el plan? - preguntó ella.
- Ahora mismo, la puerta principal...

- La puerta principal no es un plan, es un suicidio - comentó. Trataba de calmarse y aunque su voz pareciera tranquila, sus ojos no decían los mismo.

- Tranquilízate, Elena - la pidió. Solo iba a decir que la puerta principal era un hervidero de víboras esperándoles, pero la chica parecía tan asustada que no le dejaba ni hablar -. Para eso estoy aquí. Para sacaros las castañas del fuego sin tener que suicidaros.

El chico sacó un carro de detrás de una pila de cajas. Era el carrito de la limpieza. Le tendió un mono a Sho y otro a ella, pero la chica tendría que ir dentro del carrito, tapada por trapos y sábanas que llevaban para la zona VIP, donde había habitaciones para los directores y subdirectores, para los actores y los invitados especiales. No es que se usaran a menudo, estaban cerradas, pero el presidente parecía haber usado una esa noche y necesitaba un cambio. Aprovechando ese golpe de suerte, Yuu había logrado hacerse con el carrito y los monos de chicos reponedores que llevan la ropa para que las chicas de limpieza lo ordenaran y lo colocaran todo. Yuu y Sho empujaron el carrito con ella bien escondida para entrar por la puerta de atrás. Hasta allí había periodistas esperando, por si acaso. Sho se ajustó la gorra en la cabeza y bajó la mirada un poco, mientras seguía empujando el carrito por orden silenciosa de Yuu, que no le dejó detenerse ni un solo segundo. O les habrían descubierto. A pesar de estar ya dentro, a salvo, relativamente, el chico no les dejó quitarse el disfraz ni a Elena salir hasta que no llegaron a la planta de arriba. Al despacho del presidente. Era mejor que lo aclarasen todo cuanto antes, mejor antes de empezar a grabar las escenas de ese día. Ellos se cambiaron, quitándose los monos y arreglándose un poco la ropa y llamaron a la puerta. Yuu esperó fuera.

- ¿¡Qué es todo esto!? - gritó el presidente apenas les vio. Daba vueltas en la oficina como si estuviera encerrado.

- Presidente, nosotros...

- ¡Mirad, no me importaría nada esto, de verdad! ¡Me parecería perfecto! ¡Pero tú tienes una novia, Sho! No es la primera vez que os ven juntos y ahora... ¡estás quedando como un cabrón!

- Espere, Presidente, realmente es ella la que me hizo...

- Deje que yo me explique - pidió la chica. Miró a Sho, que la cedió la palabra, y luego volvió la vista hacia el Presidente -. Sho tuvo problemas con esa chica. Ella montó una fiesta estudiantil en su casa, estaba alcoholizada y ellos discutieron - resumió -. No se si está al tanto, pero hay cierto periodista que tiene contactos con la policía. En el último escándalo de fiestas con alcohol lo escuché sin querer - confesó -. La novia de Sho estaba montando una fiesta y creo que la policía fue allí. Tal vez por la fiesta o por la discusión que tuvieron estos dos, no lo se. Pero alguien filtró que se trataba de él, que había un escándalo, y le siguieron como buitres. Cuando llegó a mi casa, le perseguían. Eran una avalancha, se lo hubieran comido, de verdad, no creo que le hubiera escuchado. Presidente, no podía dejar que eso se convirtiera en algo que la prensa terminara por inventarse y creí que a mi no me habían reconocido, pero me equivoqué y al final, nos vieron a los dos. No es culpa nuestra, estaban espiándonos, se quedaron hasta que él salió - explicó. En su voz se notaba la desesperación que la causaba aquel tema.
- Yo os entiendo, Elena, no es a mi a quien se lo teneis que explicar. Pero si esa chica decide ponerse a hacer platós por ahí contando mierda, tendremos problemas. Todos tendremos problemas, ¿lo entendeís?

- Lo siento - dijeron ambos a la vez.

- Está bien, vamos a calmarnos y pensemos, tal vez una rueda de prensa ahora... - empezó a decir, apoyándose en la mesa, aún algo nervioso. Entonces el móvil empezó a sonar ruidosamente -. Ahora no estoy para nada, no me... ¿¡qué!? ¿¡Pero como es posible!? - su vista llena de pánico y de rabia se centró en Sho -. ¡¡Detenedla!! ¡Ya!

Colgó y tiró el móvil sobre la mesa. Corrió hacia Sho y le sujetó por los hombros.
- ¡Esa chica está aqui! ¡Está loca!

- ¿Eh? ¿Qué? ¿Quien?

- ¡Esa chica, Sho! ¡Ha venido hasta aquí y está loca! ¡Va a suicidarse!

- ¿¡Qué!? - gritaron los dos.
- ¡Amenaza con suicidarse aquí mismo si no te ve! ¡Corre, maldita sea!
- ¿¡Dónde esta!? - gritó Sho, visiblemente nervioso.
- En el plató del estudio B - dijo el hombre antes de que ambos salieran corriendo de allí tan rápido como podían.

No era posible. No, Saki no podía hacer eso. Ella no era el tipo de chica que haría locuras como esa. ¿Pero en qué estaba pensando? Ya no reconocía a la chica que una vez creyó querer. Bajaron las escaleras tan rápido como podían. El estudio B estaba bastante apartado de las oficinas. Sho bajaba más rápido que ella a pesar de que la chica llevaba unas zapatillas normales. Gracias a Dios no era el tipo de mujer que se ponía tacones para ir a la grabaciones. Vamos, que era la excepción entre las mujeres que lo hacían, que eran prácticamente todas. Él la tendió la mano y ella la aceptó tras vacilar un segundo.
http://www.youmaker.com/video/svb5-83ddc9d387b840b29b1191977449d0c7001.html

Con la mano de ella entre sus dedos fue capaz de calmarse un poco y de hacer que su corazón latiera fuerte solo por correr y no por la angustia y el miedo. El estudio B estaba lleno de personas del staff y la producción. El chico se abrió paso entre ellos y cuando llegaron frente a la chica, soltó a Elena. Ella se sintió un poco mal, pero no hizo caso a ese leve sentimiento y miró hacia el plató. Era uno de esos que tenían para preparar escenas concretas en los que había que montar un escenario especial y que ahora estaba completamente vacío. Solo con la chica en medio. Sostenía un trozo de cristal bastante grande contra su muñeca izquierda, la cual amenazaba con cortar.
- Sho - susurró al verle.
- ¿¡Qué demonios estás haciendo!? - la gritó, con la respiración entrecortada -. ¿¡Estás loca!?
- ¡Sí! ¡Sí, Sho, estoy loca, pero loca por ti!

Eso le dolió. Todo aquello era culpa suya. Las palabras de Elena intentaban hacer que pareciera cosa ajena pero realmente él sabía que todo era culpa suya. Por querer a una persona pero estar con otra por quien ya no podía sentir nada más que pena.
- Venga, Saki, suelta eso y ven aquí.

- ¡No! ¡Esa chica está contigo incluso ahora! ¡Deshazte de ella!
- ¡Saki! ¡Trabajamos juntos y todavía nos queda un tiempo para terminar! No me pidas imposibles. Puedes intentar competir contra otras mujeres, pero ni siquiera pienses en competir contra mi trabajo. Porque no puedes ganar. Asi que deja de hacer tonterías y suelta eso, por favor - la pidió.
- Vuelve conmigo - dijo ella.
- Basta ya de tus niñatadas, Saki. ¿Es que no ves que estás causando problemas a toda esta gente con tu actitud?
- ¡Di que me quieres! - insistió.

- ¿Qué? ¿Quieres que te lo diga? Vale. Te quiero. Pero ten en cuenta que cualquiera diría lo que fuera con tal de que no hicieras ninguna tontería. Así que tu sabrás si esas dos palabras en este momento tienen sentido para ti.

Elena no se podía creer la calma con que Sho lo estaba manejando todo. Aunque por dentro era un manojo de nervios y sentía que si ella intentaba hacer algo de verdad, desesperaría en serio.

- ¡No me digas esas cosas! - gritó, mientras lloraba a lágrima viva -. ¡Tú me quieres, yo lo se! ¡Vuelve conmigo, Sho!

- No mientras tengas eso ahí - dijo él.
- ¡Si no lo haces soy capaz de cualquier cosa! ¡Y como vuelvas a acercarte a esa zorra igual!

- ¡Te he dicho que no es culpa suya, que no la insultes! - gritó él. El silencio del resto de las personas que estaban allí todavía le hacían sentirse peor -. Y que trabajamos juntos, ¿no eres capaz de entenderlo?
- Si vuelves a acercarte a ella más de lo profesional, te juro que soy capaz de cualquier cosa.
- Basta ya, no me creo tus juegos, eres una cría, Saki - dijo él, cansado y con los nervios a flor de piel.
- ¿Por qué me dices todas esas cosas horribles, Sho? Yo por ti sería capaz de cualquier cosa.

- Eso es lo que más miedo me da. Que tu amor es enfermizo, es una obesión y es de mentira - aseguró.
Sus ojos se volvieron un momento a Elena. La chica no le quitaba la mirada de encima a esa chica. Sus pupilas mostraban miedo y también culpa. Si pudiera en ese momento en vez de pelear con ella por lo que le había hecho a él, ella pediría perdón. A veces pensaba que Elena era tonta de lo buena que era.
Al verle mirarla de reojo, como si con esa mirada pudiera protegerla, la chica en un acto de rabia, hundió el cristal ligeramente en su muñeca, mientras algunos gritaban en silencio y otros en alto al ver la sangre de la chica gotear en el suelo. Sho volvió la cabeza en un violento movimiento hacia ella y tragó saliva. Acababa de firmar su sentencia.
- Está bien, Saki. Volveré contigo a casa, esta noche, ahora tengo que trabajar. Así que, por favor - susurró, acercándose lentamente a ella -, suelta eso.
- ¿No quieres perderme, verdad? - preguntó, esperanzada de pronto. Realmente era bipolar.
- Saki... - No quieres, ¿a que no? - insistió, con la mirada iluminada.
- No puedes hacerte esto. Venga, por favor, deja ese cristal en el suelo - intentó evadir sus preguntas pero era complicado. No podía decirla esas cosas en una situación como aquella.

- ¿Entonces me abrazarás y no te separarás de mi nunca, vale?

El chico llegó hasta ella y la cogió de la muñeca para quitarle el cristal despacio. Lo tiró al suelo y ella se echó a su cuello con fuerza, haciendo que el resto de personas que estaban allí, respiraran aliviados de una vez.
- No vuelvas a hacer una cosa como esta - la dijo mientras le abrazaba. Él no fue capaz de cerrar los brazos alrededor de ella.
- Te he dicho que haría cualquier cosa por ti - dijo ella, separándose un poco para besarle.

- Tengo que grabar unas escenas hoy en exteriores - la comentó -. No se si volveré por la noche.
- Llámame cuando sepas algo, ¿vale? - le pidió, acariciándole a cara.
¿Cómo podía cambiar tan de repente de forma de ser? Ahora parecía buena persona y todo.
Después de curarla el corte de la muñeca con el botiquin de emergencia, la acompañó hasta la puerta de salida trasera. Los periodistas seguían allí y la chica le obligó a salir con él. Los flashes se dispararon contra ellos rápidamente y la chica empezó a desmentir aquellas fotografías como si lo hubiera hecho durante toda la vida. Cuando Sho volvió, consternado y aún algo confuso, fue dificil grabar la escena en la que ambos debían despedirse y decirse adiós. La situación no era demasiado distinta de la que acababan de vivir, por lo que las emociones a flor de piel fueron grabadas por completo por las cámaras y admiradas por el director del rodaje, a quien le gustó realmente la interpretación de ambos.
Cuando terminaron, se dirigieron a los camerinos para cambiarse y salir hacia los exteriores que ese día serían su escenario. Elena le evadió, directamente y él se dio cuenta. No sabía que le dolía más, si el escándalo en el que la había metido o que ella estuviera enfadada con él. Suspirando entró en el camerino para cambiarse y quitarse el uniforme antes de mancharlo, porque además el rodaje fuera sería vestidos con ropa normal. Y allí dentro se encontró a la última persona que esperaba ver ese día. Tragó saliva y dio unos pasos hacia ella, quien con la elegancia que la caracterizaba, se levantó y le miró, con la cabeza más alta que él como si fuera mejor.

- ¿Qué haces aquí? - susurró él. "Hacía diez años que no te acordabas de mi cumpleaños", pensó él.

- He venido a preguntarte por esto -. La mujer tiró unas revistas en el suelo y volvió a mirarle. Su gesto era inflexible y frío.
- ¿Qué?
- ¿Es que a tu edad sigues sin entender que no debes manchar el nombre de la familia? Eres un consentido, siempre haciendo lo que te da la gana por ahí con quien te da la gana y menos te conviene - dijo ella, algo exasperada.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar eso justo en ese momento? Estaba siendo perseguido por la prensa, el presidente le había dado un sermón, Saki le obligaba a quererla y Elena le huía porque ambos sabían que debían hablar seriamente de lo que había pasado. Y más con Kay de por medio. Todo ese cúmulo de cosas en el día de su cumpleaños, el cual su madre ni recordaba. No podía ser verdad.

- No tienes ningún derecho a decirme esto ahora - dijo él, mostrando cierta frialdad en la voz -. Siempre he hecho lo que habeís querido, estudié como queríais, me comporté como debía comportarme. No sigas controlándome como a un niño. Porque por si no te habías dado cuenta, ya no lo soy - dijo, cortante -, Señora.
- Vaya, ahora ni siquiera me llamas mamá - dijo ella, con cierto desdén en la voz.
La chica tras la puerta se apartó de la rendija y se tapó la boca con las manos. Había ido a buscar al chico para decirle que cogiera la bolsa con su ropa por si acaso no volvían al plató de la cadena desde la grabación en los exteriores. Pero aquello la había cogido totalmente por sorpresa. Había visto a aquella mujer al pasar por uno de los pasillos por los que corrieron para llegar al estudio, en una de las salas para los invitados especiales que esperan ver a algún directivo. Pero tampoco se había fijado mucho. ¿Aquella señora era la madre de Sho? Él nunca hablaba de su familia. Parecían ser una familia muy poderosa y de dinero, pero él nunca contaba nada. No se conocía a sus padres ni si tenía hermanos o cosas por el estilo. Ni tampoco su relación con ellos. Ahora se daba cuenta de que no era muy buena. Por eso tal vez el chico parecía tener esa nostalgia en los ojos cuando anoche jugaba con Kay o compartía el helado con ellos. ¿Qué tipo de madre era aquella que no había querido a alguien tan adorable y admirable como Sho? Aún con las manos en la boca, conteniendo el aliento, volvió a asomarse.
- Mira, Sho, yo solo busco el bien de la familia y su renombre. Y si piensas desprestigiarlo, entonces abandona la familia.
- ¿Eso es lo único que te importa, no es cierto? Cómo me sienta yo, qué quiera yo, eso son cosas que no importan.
- Dan igual siempre y cuando no perjudiquen nuestro estatus ni nuestros negocios. Eres demasiado famoso y tus escándalos nos afectan mucho directamente. No te di a luz para que nos pagaras con tu irresponsabilidad.
- No debiste darme a luz si luego ni siquiera te ibas a acordar de cuándo fue eso - rugió él, mirándola con una expresión desafiante, fiera. Como la que esa mujer tenía en los ojos.
- ¿Hoy? - susurró ella.
- Viniste aquí sin saberlo, para volver a echarme en cara lo caro que te costó darme a luz y mantenerme, ¿no es así? Nunca pensaste en mí como un hijo sino como en un estorbo que no debería existir. No me diste cariño, no me sonreías todas las mañanas porque no estabas a mi lado nunca. Todas esas cosas que un niño echa de menos, ¿como pudiste negármelas? ¿Cómo pudiste abandonarme así?

- ¡Nunca estuviste abandonado!

- ¡Ni siquiera estuviste conmigo aquel día que me puse tan enfermo por jugar en la nieve! - la espetó -. ¡Estabas mejor con aquel hombre que te tenía medio loca, actuaste como una quinceañera irresponsable!

- ¡No me hables así, Sho, te lo prohibo!

- Una madre sabe lo que le pasa a su hijo aunque no hable, una madre cuida de su hijo por encima de todo, una madre se dedica a su hijo antes que a cualquier cosa, incluso piensa en su hijo antes de aceptar una relación por lo que ésta pueda provocar en el niño -. Elena volvió a taparse la boca. ¿De qué estaba hablando si él no era madre? ¿Por qué decía esas cosas con tanta seguridad? -. Una madre juega con su hijo, le hace sonreír, le hace feliz - soltó el chico, cada vez más decepcionado con su madre y más histérico. No soportaba a esa mujer, esa forma de parecer superior cuando era lo peor -. ¿Hiciste tu algo de eso? ¿¡Te sacrificaste alguna vez por mi a parte del día que me tuviste que parir!? ¡Yo no te importo y nunca te importé! ¡No tienes ningún derecho a llamarte madre!

La mano enjoyada de la mujer se estampó con mucha fuerza en la mejilla del chico, para obligarle a callarse, ya que no podía rebatirle con palabras. Volvió los ojos hacia ella y vio que levantaba de nuevo la cabeza en un signo de altivez. Los ojos del chico mostraron también ese orgullo que tenía, que ahora estaba algo herido y la miró a los ojos de nuevo, fiero. Él contuvo sus ganas de gritar, de llorar, de salir corriendo. Gracias al recuerdo de la sonrisa de felicidad de Kay. Adoraba a aquel niño y saber que él nunca tendría que pasar por algo así porque tenía la madre que él siempre había deseado, le llenaba de fuerza. Tanta como para soportar a su madre.

viernes, 22 de julio de 2011

Y en esta silenciosa noche.

Él cogió la chaqueta de encima del sofá y salió al vestíbulo donde ella le esperaba. No sabía qué decirle después de aquella confesión de sinceridad por parte de los dos. Él la había contado cómo se sentía respecto a la bipolar de su novia celosa compulsiva y ella acababa de confesarle a él el secreto más importante que tenía en la vida, como era la existencia de Kay.
- Bueno, entonces, gracias por todo - dijo él -. Al principio pensé que tenías un novio estupendo pero veo que tienes algo mucho más importante. Me alegro por ti.

- Gracias por quedarte a cenar - dijo ella, en voz baja -. A Kay le has caído muy bien. Gracias por aguantarle y juguetear con él - sonrió suavemente.

- Elena, siento haberte puesto en esta situación, de verdad. Pero gracias por protegerme - dijo él.

La chica suspiró. Realmente se había asustado a la hora de decidir si podía dejarle quedarse en su casa. La hería el simple hecho de imaginarle dando vueltas como un perrito perdido. Pero no podía meterlo en su casa. Kay no estaba acostumbrado a eso y tal vez le pareciera mal, o hiciera preguntas, o se sintiera incómodo o pensara que ella estaba dejando de quererle. Y eso no podía explicárselo al pequeño. El chico de ojos claros se puso la chaqueta y sacó la capucha por fuera de la americana antes de abrir la puerta, mirar a la chica por última vez y salir del apartamento. Elena se dejó caer en el escalón del vestíbulo y suspiró. ¿Cómo le había dejador irse así? Le dolía el pecho. Quería que el chico se quedara, pero, ¿y Kay? Puso las manos en la cara y sintió ganas de salir corriendo. Entonces la mano del niño se posó en su cabeza. Ella le miró, con los ojos algo enrojecidos. La batalla interior que tenía era demasiado intensa, aunque los sentimientos por Sho no podían competir con el amor hacia Kay, pero se estaban abriendo paso en su corazón a velocidades insospechadas.
http://www.youtube.com/watch?v=csWE1i2o2Qo
Otro trueno resonó contra los cristales del apartamento, haciendo que ambos se sobresaltaran un poco. Caía una tormenta bastante fuerte. Eso la angustió un poco más.
- Kay, deberías estar durmiendo. Perdona si te despertamos, pero vuelve a la cama, anda - le dijo ella al niño, intentando sonreírle.
- Mamá, ¿y Sho? - preguntó él, aún medio dormido.
- ¿Eh?
- Está lloviendo mucho. Se mojará - dijo el niño.
- Pero, aquí en casa... ¿tú dejarías que se quedara aquí? - le preguntó, sorprendida.
- Es buena persona - sonrió el niño -. Yo dormiré con mamá. Le presto mi cama a Sho.
- Échate a dormir ya - le dijo, besándole el pelo. El niño se revolvió para besarla la mejilla -. Vuelvo enseguida.
- Vale - contestó él.
Pero cuando lo dijo la chica ya había salido corriendo con las deportivas sin abrochar. Bajó las escaleras de tres en tres, rogando porque el chico tuviera sensatez y estuviera esperando en el portal a que parase de llover. Pero no tuvo suerte. Salió del edificio y empezó a empaparse rápidamente. Miró a los dos lados de la calle y en dirección derecha le vio. Caminaba con demasiada pausa para ser alguien que podía coger una pulmonía y no debía hacerlo, bajo esa lluvia que encima de ser copiosa, estaba helada.
- ¡Sho! - gritó -. ¡Sho!
Él se detuvo y se giró al escuchar esos gritos. Elena estaba en medio de la calle y le gritaba. Se estaba poniendo empapada de agua y la muy tonta ni se movía para buscar un resguardo. Corrió hacia ella, preocupado, y la miró.
- Elena, ¿ha pasado algo? ¿Kay?
De repente ella estornudó.
- ¡Esto es culpa tuya, idiota! - le soltó -. Estoy aquí por ti - le señaló.
- ¿Qué?
- Vengo a invitarte a quedarte. Quiero darte el calor de una casa, Sho - susurró, tratando de que su voz se escuchara por encima del chisporroteo del agua de la lluvia -. Quiero que te quedes a sentir esa nostalgia - añadió -, en mi casa.
Entonces le tendió la mano. Él la miró, dudoso un momento.
- ¿Y Kay? - preguntó. Sabía lo importante que era ese niño para ella y que también era la razón por la que no había dicho eso antes.
- Por él estoy aquí. Es él quien te ofrece su cama para dormir esta noche - sonrió -. Evidentemente no iba a dejarte dormir con mamá - rió la chica -. ¿Qué me dices?
- Pero eso sería abusar demasiado de nuestra relación de compañeros - dijo él.
- ¿Qué relación ni que ocho cuartos? Tú eres mi amigo, eres una persona que aprecio y que estaba desamparado por culpa de una estúpida bipolar y celosa y egoísta que no sabe querer a una persona como tú. Y yo soy alguien que no puede darte la espalda, Sho.
El chico estiró la mano y cogió la de ella suavemente, manteniendo ambos los brazos estirados. Ella sonrió y él sintió que quería llorar.
- Creo que mi casa no es un gran palacio ni un gran hotel pero hace calor, tendrás una cama y...
El chico tiró suavemente de su mano y dio un par de pasos hacia ella para abrazarla contra su pecho con el otro brazo. Él escondió la cabeza en su hombro y ella, sin soltar su mano, le abrazó por la cintura con el otro brazo que tenía libre. Como si le estuviera consolando y diciéndole "ya pasó". Él se separó un poco de ella y se quedó mirando el rostro de la chica a una distancia muy corta. El agua caía por su piel suavemente, de su pelo, de la punta de su nariz, de sus labios. La había besado antes pero nunca se había dado cuenta de que de verdad deseaba hacerlo. Que no era un esfuerzo. Que no actuaba cuando la besaba a ella. Su nariz rozó la de ella y la chica separó ligeramente los labios y su aliento se volvió frío contra la mejilla del chico.
No puedes quedarte tan cerca de una persona que siente algo por ti y esperar que no pase nada, pensó él.
La mano que tenía en su espalda subió hasta su cuello y se enredó en su pelo mojado para acercarla a sus labios y poder besarla de verdad. Fuera de plató. Sin cámaras, sin nadie mirando, sin nadie juzgándoles. Al menos no hasta la mañana siguiente. Mientras Sho se duchaba a aquellas horas de la mañana ella le lavó la ropa, que estaba pingando, y la puso en la terraza cerrada que tenía. Le dejó en la puerta del baño algo de ropa y se sentó en el sofá a repasar el guión de la grabación del día siguiente mientras se secaba el pelo con una toalla antes de entrar en el baño cuando él saliera.
- Elena - la llamó en un susurro, para no despertar a Kay -. Esta camiseta...
La chica se giró sobre el sofá para mirarle. Estaba muy mono después de salir de la ducha y solo con la ropa interior. Ella soltó una risotada. Se levantó y con la toalla que tenía en la mano le secó un poco más el pelo. Él solo podía mirarla. No sabía si Elena realmente había correspondido a su beso o había sido solo acto reflejo, pero pensaba descubrirlo. Aunque ahora no fuera el momento.
- Es una camiseta muy grande, de chico. Siempre duermo con camisetas de chico - le susurró.
Le dio una palmada en el hombro antes de entrar en el baño. El chico se apoyó en el sofá y siguió dándose con la toalla en el pelo aunque igual ya estaba seco. Se puso la camiseta azul clara y se dio cuenta de que de verdad era de chico, porque le quedaba a la perfección. Echó un vistazo al guión. El rodaje del día siguiente no iba a ser fácil. La escena de pelea y de despedida iba a ser complicada, pero más lo sería esa que tenían que grabar en los exteriores. Un rato más tarde, Elena volvió a abrir la puerta del baño pero no salió. Él se giró.
- ¿Puedes quitarme las gafas? - le pidió, sacando la cabeza por la ranura -. Es que no me he dado cuenta y ahora ni veo nada con ellas empañadas ni puedo lavarme el pelo con ellas puestas - susurró.
Él sonrió y se acercó. Cogió las gafas por las patillas y una vez las hubo quitado se agachó para darla un beso en la frente. Ella se quedó un poco sorprendida y luego volvió a entrar en el baño, cerrando la puerta y metiéndose directamente bajo el agua. Sho cogió una servilleta de la cocina y las limpió los cristales, llenos de gotitas de agua y empañadas del calor que hacía dentro del baño. La chica salió vestida con una camiseta negra y unos pantalones cortos por la rodilla, mientras arrastraba las zapatillas por el suelo y se secaba el pelo con una toalla pequeña.
- Qué gusto, al menos el agua estaba caliente - comentó, acercándose a él -. Gracias - dijo al ver las gafas entre sus manos y la servilleta.
- Es lo menos que puedo hacer después de que me dejaras quedarme aquí esta noche - dijo el chico, poniéndole otra vez las gafas con cuidado de no engancharse en sus orejas -. ¿Bien?
- Perfectas - sonrió. Pasó a su lado y abrió el frigorífico para sacar una botella de zumo. Se la enseñó a él y éste sacó un par de vasos del armario de arriba. Había tenido que sacarlos él para la cena, para el pequeño Kay era complicado llegar allí arriba. Puso ambos sobre la encimera y después de un buen trago, la chica acompañó al chico de ojos claros hasta la habitación de Kay, contigua a la suya.
- Estará algo desordenada, pero es que hoy no nos dio tiempo a colocarlo - se disculpó -. Y tendrá muñecos por todos lados también. Cuidado no pises ninguno.
- Está bien, no te preocupes. Muchas gracias, de verdad - repitió -. No se como agradecertelo.
- No tienes que agradecermelo, tonto - dijo, dándole un golpecito en el hombro -. Descansa y duerme bien.
Él solo sonrió y la chica se fue, cerrando la puerta. Con cuidado se metió en la cama al lado de Kay, que se había abrado a la almohada y parecía un osito de peluche abrazando a otro osito de peluche. Acarició el pelo del niño durante un rato, que no se movió y luego se agazapó a un lado y se quedó dormida. El hecho de saber que Sho estaba durmiendo en la habitación contigua ni la tranquilizaba ni la alteraba. Estaba contenta de saber que, estando allí, el chico estaría bien. Que no tenía ninguna razón para estar triste y que no estaba solo.
Cuando Kay despertó a la mañana siguiente antes de que el despertador ruidoso de su madre sonara, se desperezó y apartó las sábanas para levantarse. Aún medio dormido se acercó a la cocina a beber un poco de agua, aunque casi ni veía el sillín. A quien si vio fue al chico sentado en el escalón del vestíbulo, poniéndose los zapatos.
- ¿Sho? - susurró, frotándose los ojos.
- ¿Kay? ¿Te desperté?
El niño negó con la cabeza.
- No te vayas - le dijo.
- Creo que es lo mejor. No es algo que vayas a entender todavía, pequeño, asi que no te preocupes - le sonrió.
- Mamá quiere verte cuando despierte - dijo él -. Quédate. Así no se enfadará ni se sentirá triste.
- ¿Estará triste si me voy? - preguntó él, curioso, sintiendo una pequeña alegría por ello.
- Sí. Mamá siempre sonríe, pero anoche sonreía mucho cuando te miraba. A mamá le gustas, Sho. Seguro que quiere verte cuando se levante - dijo el niño, todavía algo ensimismado pero manejando a la perfección el vocabulario.
- ¿Crees que no se enfadará si le hacemos el desayuno? - le susurró al niño.
- Vale - aceptó enseguida él.
Parecía que le gustaba mucho hacer sentirse bien a su madre y Sho volvió a sentir aquella extraña calidez que le daba aquella casa. Había dormido a la perfección durante toda la noche. Entre muñecos y peluches y esas sábanas de dibujitos del niño había descansado muy bien. Como si aquellas cosas le protegieran de todo lo que había fuera de la habitación y la casa fuera una fortaleza donde solo existían los sueños y la felicidad eterna. Cuando se despertó, fue como amanecer después de dos días durmiendo sin una sola pesadilla, sin haberse movido. Además, cuando salió al salón, la luz que entraba por la ventana por primera vez no le molestó ni le cabreó. Le dio igual porque entraba acompañado de lo que parecían promesas de un gran día. El olor a ropa mojada en el balcón, algo tan simple, cotidiano y algo en lo que nadie reparaba nunca, en ese momento, le pareció el olor más divertido y reconfortante. En su piso, Saki tendía la ropa y la recogía cuando tenía tiempo. De todas formas, esa casa era demasiado grande para ambos y nunca llegaba a sentir ese olor. También tenía la sensación de que su ropa no olía a nada por si misma, sino que olía a su perfume, nada más. En cambio ahora su camisa olía a colonia como esa que se les echaba a los bebés. Seguro que era porque a Kay le gustaba. Y a él no le molestó para nada que su ropa oliera de esa forma. Algo tan tonto como eso le había hecho sonreír y estirarse como un gato en la terraza. Abrió la ventana y respiró el aire frío que había quedado tras la tormenta de la noche anterior. Se había acercado a la puerta del dormitorio y se había asomado. Al verles dormidos sobre las sábanas, ambos muy cerca, no pudo evitar entrar. Se sentó en el borde cerca de ella y la acarició la cara. Ella no se movió pero él sintió algo demasiado fuerte latirle dentro, impulsándole a acercarse más y respirar el olor de su champú, a besar aquella piel, a rozar aquellos labios, a enredar los dedos en su pelo moreno. Incapaz de hacerle eso a ella sabiendo que la chica siempre tendría muchas dudas respecto a sus relaciones debido al gran amor que sentía por Kay y él entendía, se había levantado casi espantado y tras vestirse había estado a punto de irse hasta que el propio niño le había detenido. Ese crío era realmente bueno. Se parecía mucho a ella y estaba bien cuidado y educado. Además se preocupaba por su madre tanto como ella por él y la quería como ella le adoraba a él. Le daba envidia ese tipo de relación y de amor que se tenían ambos.
Con cuidado de que el pequeño no se lastimara con nada, el chico preparó algunas cosas con ayuda del niño, que era quien sabía donde guardaba su madre todos los cacharros. Preguntando los gustos al niño, Sho fue colocandolo todo para hacer un buen desayuno sobre una bandeja después de fregar lo que había ensuciado y Kay se adelantó, metiéndose otra vez en la cama para despertar a su madre. La chica gruñó un poco y cogió al niño entre los brazos para apretarle contra ella, jugueteando. Él se reía y se defendía, pataleando. Cuando le soltó, fue abriendo los ojos poco a poco mientras el niño saltaba de la cama. De repente olió algo muy dulce que nunca antes había olido y que la provocó una sensación extraña que no había sentido jamás. Se irguió al reconocer el café recién hecho y se sentó en la cama. El niño abrió la puerta y el chico pudo pasar y dejar la bandeja encima de la cama, con cuidado de no tirar nada.
La chica se quedó con cara alucinada al verlo. Tostadas, mantequilla, café, azúcar, zumo de naranja, una manzana y algunas pastas que Kay sabía donde guardaba su madre pero no podía alcanzar para que no se las comiera todas.
- ¿Pero qué es esto?
- Tu desayuno - dijo el niño, saltando encima de la cama con cuidado -. Y el mío - dijo entonces, cogiendo una de las galletas de chocolate.
- Sho, ¿por qué...? Te dije que no hacía falta.
- ¿Te molesta? Perdona, pero como me desperté antes tampoco es como si tuviera nada mejor que hacer.
- Muchas gracias, de verdad - sonrió ella.
- Estás muy mona cuando te despiertas, ¿lo sabías? - dijo entonces él.
- Y a ti dormir no te quita la estupidez de encima - soltó ella, cogiendo la taza de café -. Cuidado con las migas, Kay - le dijo al niño.
Éste asintió mientras deboraba las galletas. La chica se decidió por la manzana y una de las tostadas. Invitó al chico a sentarse también y a comer algo, para ella todo eso era demasiado. El despertador sonó un rato después y Kay lo apagó con rabia. Odiaba ese despertador. Siguieron comiendo y hablando, incluso repasando el guión mientras Kay se lavaba los dientes y se intentaba peinar él solo. Cuando quisieron darse cuenta era la hora de salir. La chica se subió por encima de la cama para correr al baño. Sho se ofreció a ayudar a Kay a vestirse y la chica no supo como agradecérselo. Así la daría algo más de tiempo para prepararse ella. No se había dado cuenta de lo tranquila que se sentía sabiendo que Sho la podía ayudar con el niño hasta aquel momento. Mirándose al espejo solo podía ver su sonrisa enorme manchada con la pastada de dientes y su expresión de tonta quinceañera en la mirada. Una vez que estuvieron listos, bajaron con mucho cuidado. Comprobaron que no había ni un solo periodista por los alrededores y tanto ella como él se pusieron las gafas de sol, él con la capucha también. Sho acompañó a Elena a llevar al niño al colegio. Corrieron. Aprovecharon que estaban juntos y que se sentían agusto para correr, cada uno agarrado a una mano del niño. Sho esperó algo alejado de la entrada por si acaso alguna madre le reconocía y empezaba a preguntar. No era algo bueno. Después de despedirse del niño ambos tuvieron que volver al apartamento para bajar a la cochera. La cadena de televisión no estaba precisamente cerca. Después de subir, se sintieron más relajados, menos observados. Se quitaron todos los accesorios que les servían de disfraz y la chica condujo su Kuga negro hasta la manzana contigua a la de la cadena de televisión. Paró un momento allí y miró al chico.
- Mejor llegar por separado - susurró.
- Sí - asintió él -. Da un par de vueltas por la otra manzana antes de llegar, es lo que tardaré yo más o menos.
- De acuerdo, lo haré - dijo ella.
Se quedaron mirando un momento pero al final él decidió bajarse. Y la chica detenerle. Él la miró y la chica le besó la mejilla. Sho sonrió suavemente y bajó del coche poniéndose otra vez las gafas de sol, pero sin la capucha. No le gustaban demasiado las capuchas, menos cuando hacía algo de calor como esa mañana. El chico caminó por el lado izquierdo de la acera hasta la cadena de televisión. Pero durante todo el camino sintió algo a sus espaldas, como un murmullo, un algo que le daba escalofríos. Cuando llegó a la entrada de la agencia, las puertas estaban selladas para que la marea de periodistas que había fuera no entrasen. El chico se escondió tras el quiosco que había cerca de la entrada y en el escaparate de detrás pudo ver un montón de revistas con una misma foto.
Con esa imagen sintió que todo aquello que había vivido en esas preciosas horas, terminaría allí. Porque aquello no era una escena. Era la realidad. Él bajo la lluvia. Besando a Elena.

jueves, 21 de julio de 2011

Las sombras en el asfalto no parecen ser las mismas de siempre.

El chico había vuelto un minuto antes de que ella subiera a buscarle. Había estado muy pendiente de eso. Él se dio cuenta y se lo agradeció en voz baja al volver tras acompañar a aquella chica a la salida. Parecían peleados. No se miraban ni se dirigían palabra y andaban distantes el uno del otro a pesar de que todo el mundo debía de saber que había algo entre ellos. Elena se sintió de pronto culpable y quiso disculparse o hablar con él, pero el chico terminó de grabar sus escenas antes que ella y se fue a casa sin ni siquiera despedirse de ella. Comprendía que la situación no era sencilla y realmente ella no sabía lo que hubiera hecho si se hubiese encontrado una escena como aquella, pero sabía que la cara desencajada y los gritos desmedidos de aquella chica que parecía estar loca eran demasiado exagerados. Tal vez fuera una celosa compulsiva de esas que no soportan ver a su novio ni siquiera hablando con otra persona porque ya se enfadaban. Si era asi, ¿cómo lo había soportado alguien como Sho, siendo una estrella popular de música y un gran actor como era? Desde luego, él no se merecía aquella vida. La chica miró el móvil. Mejor terminaría de grabar cuanto antes, no era necesario llamarle ahora, todavía era pronto. Volvió al plató y se concentró en sus frases para poder sacar sus escenas a la primera y así poder irse.

No quería pisar esa casa sabiendo que ella estaría esperando. O al menos, sino esperándole, que estaría allí. Pensó en ir a cenar a algún restaurante pero no tenía hambre. Se le había cerrado el estómago después de la escenita que Saki le había montado esa mañana. ¿Por qué siempre tenía que ponerlo todo peor? ¿No se daba cuenta de que así no arreglaba nada? No, eso a ella le daba igual. Como se sintiera él, daba igual. Se armó de valor y volvió al apartamento. Eran tan suyo como de ella, tenia el mismo derecho a estar allí. Con solo eso en mente, volvió al apartamento y abrió la puerta con decisión. Entonces escuchó unas risas estridentes y algo partiéndose contra el suelo. Entró corriendo y vio un montón de gente sentada en la alfombra, alrededor de la mesa del salón, riéndose, con una botella de cristal que acababa de romperse en el suelo y con muchas otras sobre la mesa y desperdigadas por ahí.
- ¿Qué demonios estás haciendo, Saki? - preguntó el chico, sorprendido -. ¡Saki! - gritó, ya que no le escuchaba con la música puesta.
- ¿Qué quieres? - gruñó la chica, levantándose. Con la copa en la mano, se tambaleó y uno de los chicos que estaba a su lado la sujetó por la cadera para sostenerla en pie y acercarse más a ella.
- ¿Qué es todo esto?
- Tú haces lo que te da la gana en tu plató, ¿no? - dijo, con cierto tono de burla -. Entonces yo en mi casa también.
- ¡Pero también es mi casa! ¡Eres una niñata irresponsable, Saki! - la gritó. No podía soportarlo más. No tenía ninguna razón para aguantar todo aquello. Ya no.
- ¡No me sermonees! Si te apetece, quédate con nosotros. Es una fiesta, venga.
- No alucines, ¿qué te has tomado, eh?
- Entonces vete a la cama a dormir como un abuelo y deja que vivamos nuestra vida - le escupió.
- No tienes ni idea de lo que estás haciendo. Eres solo una inconsciente, Saki - la dijo -. Solo eso.
Se dio media vuelta y escuchó a la chica gritarle pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera largarse bien lejos de aquel lugar y no volver ni a por su ropa. Porque allí no le quedaba nada.
http://pann.nate.com/video/216287594
Ni siquiera volvió a coger el coche. Se fue caminando. Era consciente de que en su estado podría hacer cualquier locura y podría pasar cualquier cosa. Mientras caminaba por la ciudad con la capucha puesta para que nadie le pudieera reconocer y con las manos metidas en los bolsillos de la americana, sintió que los edificios, los árboles, las personas y el mismísimo cielo se le caían encima. ¿De verdad había querido alguna vez a una persona como ella? No era posible. Le daba escalofríos solo de pensarlo. Y también se sentía enfadado consigo mismo. Porque era estúpido. Porque en ese momento, solo podía pensar en esos ojos oscuros donde se sentía tan a gusto mirando. Sintió un escalofrío. Comenzaba a hacer frío y el cielo amenazaba con llover. Su estómago rugió y él se acordó de todos los dioses que existieran en el cielo. No le quedaba nada. En ese momento, se sentía más solo que nunca. Y entonces recordó que tal vez alguien en el mundo sí le esperaba, sí le entendía, sí le arrebataría su soledad. ¿Estaría montándose películas él solo o no serían imaginaciones? La forma en que la chica había hablado con él, como le había acariciado la cabeza, como le había mirado... tenía que haber algo en todo eso. Sin querer o tal vez sabiéndolo, llegó hasta el edificio de apartamentos donde ella vivía. Era porque sentía que ella era lo único que le quedaba y a lo que podía recurrir, definitivamente. Y se sentía imbécil por eso. Se acercó a la puerta y miró los nombres de los telefonos. Allí estaba el suyo. Acercó el dedo al timbre pero al final no llamó. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le iba a decir a ella cuando respondiera? ¿Que se había tomado por su cuenta el hecho de que ella no podía negarse a ayudarle? Eso era una tontería. Ahora se sentía más imbécil todavía por estar si quiera allí. Dio media vuelta para marcharse y se encontró con una chica parada en medio de la acerca, mirándole. Vestía un pantalón pirata de chandal y una sudadera gris como el pantalón. Llevaba unas deportivas y el pelo recogido en una coleta. Y unas gafas negras. Se preguntó por qué le estaría mirando. Ella hizo un gesto entonces con la cabeza hacia un lado que él reconoció.
- ¿Sho? - susurró ella.
- ¿Elena? ¿Qué...?
- Salí a comprar - comentó la chica, acercándose a él -. ¿Qué haces aquí?
- Ah, bueno, yo... nada, realmente, nada - dijo al fin.
- ¿Está todo bien? - la preguntó, agachándose para mirarle bajo la capucha -. Pareces un delincuente huyendo de la policía - comentó.
- No pasa nada, es solo por si acaso. Lo de ser famoso, ya sabes... - intentó explicarse sin contarle la verdad.
- No te creo - le susurró, casi metiéndose bajo la capucha -. No me mientas. Tus ojos se vuelven más oscuros cuando mientes, ¿sabes?
- ¿Cómo...? - susurró, sorprendido del detalle.
- ¿Es por esa chica?
- Eres una cotilla muy directa - dijo él, sin ánimo de ofenderla.
- Solo quería escucharte - refunfuñó ella -. Pero creo que tienes problemas, sino, no estarías aquí.
- No te buscaría solo si tuviera problemas, la verdad - reconoció él.
- ¿Entonces...?
Los ojos de la chica le obligaban a hablar. Era como si ellos quisieran saber la verdad y él no pudiera negársela. ¿Tanto poder podía ejercer ella sobre él?
- No tengo a donde ir - tuvo que admitir -. Quiero decir un lugar cálido y acogedor como una casa. La ciudad está llena de hoteles - trató de arreglarlo.
Ella pareció quedarse algo pálida. Se apartó de él y dio un par de pasos hacia atrás. Él se sorprendió. ¿Qué había dicho?
- Pues, mejor date prisa en encontrar uno o te caerá un chaparrón encima - susurró -. Mañana nos vemos en el plató, ¿vale?
Como espantada, pasó a su lado y a unos pocos pasos de él se dio cuenta de que un batallón de periodistas armados con sus cámaras iban hacia allí. Posiblemente no a buscarla a ella. Por eso comprendió que Sho estuviera allí. Algo había pasado con esa chica estúpida e irresponsable y ahora él tendría que pagar por todo estando en boca de meido país. Ofuscada por ese hecho, se giró y miró al chico, que había dado unos cuantos pasos y le detuvo. Se acercó corriendo a él con la bolsa de la compra en la mano y le sujetó de la muñeca. El chico se quedó todavía más perplejo por ese comportamiento y ella tiró de él hacia el edificio. Entró rápidamente en el ascensor con él y pulsó varias veces el 3.
- ¿Qué estás haciendo? - la preguntó mientras subían. Ella parecía muy nerviosa -. Elena...
- Venían detrás de ti, Sho, te han seguido hasta aquí y no te has dado ni cuenta - le espetó.
- Nunca te había visto así de angustiada. Solo son periodistas...
- Pero si están aquí es porque saben algo... sobre ti - añadió -. Y no quiero que te hagan daño - susurró, mirándole. Parecía firme pero temblaba ligeramente. Él pasó un brazo por sus hombros intentando tranquilizarla.
- No pasará nada. No pueden hacerme daño - dijo, convencido -. Ya no. Ahora me preocupa más que te lo hagan a ti.
Sin contestar, la chica salió del ascensor con él detrás y caminó por el pasillo de apartamentos hasta la cuarta puerta. Ella se paró delante, mirándola, sin sacar ni siquiera las llaves. Él comprendió que si su chico le veía, posiblemente tuvieran problemas. Él realmente estaba actuando con Elena en ciertas escenas que enfadarían a cualquier novio y lo comprendía.
- Sho - le llamó -. Prométeme que guardarás mi secreto - susurró.
- ¿Eh?
Señaló al ascensor. Subía. Y se escuchaba mucho ruido y alboroto en las escaleras. Subían a buscarle hasta allí.
- Esto es una locura, joder - dijo el chico, apretando los dientes -. Voy a enfrentarles y a decirles que...
El ruido de las llaves le hizo mirar hacia la chica, que estaba abriendo la puerta a toda prisa. Volvió a tironear de él y en el instante en el que el ascensor hizo el sonido de llegada al piso, ella cerró la puerta del apartamento con fuerza. Elena parecía respirar entrecortada. Y parecía preocupada por él. Eso le conmovió, aunque se odió por hacerla preocupar.
- Elena, yo... - empezó él.
- ¿Volviste? - resonó una voz desde dentro del pequeño apartamento.
- Sí, Kay, estoy en casa - dijo ella, quitándose los zapatos y entrando en la cocina, que estaba a dos pasos del vestíbulo y además, no tenía tabique -. He traido helado - dijo, con voz cantarina, dejándolo sobre la encimera.
Unos pasos pequeños se acercaron corriendo. El chico había esperado ver un bigardo alto y atlético. Pero apareció corriendo por ahí un niño pequeñito vestido con la camiseta de su equipo de baseball favorito. Entró en la cocina pasando delante de su cara sorprendida sin mirarle y se subió a la encimera apoyándose en una sillita que había en el suelo. Con sus manos sacó el tarro de helado de chocolate y su cara se iluminó.
- Chocolate, chocolate - canturreó -. Gracias - dijo, mirándola -, mamá.
La cara de Elena se iluminó con una sonrisa y le acarició la cabeza, despeinándole el pelo negro. El niño se estiró y cogió una cuchara. Le tendió el bote a la chica para que lo abriera después de intentarlo él y no poder. Pero Elena lo metió en la nevera.
- Para después de cenar, ¿de acuerdo, jovencito? - dijo ella.
El niño hizo un puchero pero lo aceptó, dejando la cuchara de nuevo en su sitio.
- ¿Qué cenamos hoy? - preguntó él.
- Primero, mira detrás de ti, anda. Eres un despistado, tenemos visita - dijo ella, señalando detrás del niño.
Sho seguía parado en la entrada del apartamento, mirando la escena como quien mira la tele y está viendo un drama de por la tarde. No sabía qué decir, realmente.
- ¿Quién es? - preguntó el niño, mirando a la chica.
- Es Sho - le presentó la chica -. Es un compañero de trabajo.
- Yo soy Kazuya. Hola, Sho - le saludó el niño.
- Hola - dijo él, todavía sorprendido -. Así que es tu hijo... - susurró.
Por eso le había pedido que guardara su secreto. Eso significaba que nadie sabía que tenía un hijo. El niño volvió a mirar a la chica y ambos sonrieron de nuevo. Aquel ambiente era totalmente diferente al de su casa. Se respiraba tranquilidad y todas esas sonrisas y muestras de cariño le producían cierta nostalgia y dulzura.
- Bueno, pasa, ahí parado no haces nada - le dijo entonces ella a Sho -. Ayuda a Kay a poner la mesa, por favor - le pidió, mientras ella se anudaba el delantal a la cintura -. Kay, ¿pasta? - le preguntó al chico, que había saltado de la encimera y estaba sacando los cubiertos de un cajón.
- ¡Sí! - sonrió él.
- Está bien. - Miró al otro chico -. ¿Y tú?
- ¿Eh? Ah, no te preocupes por mi.
- He preguntado que qué quieres comer - dijo ella. El estómago del chico respondió por él que cualquier cosa valía con tal de que fuera comestible. Ella soltó una risotada y el niño también.
- Entonces... cualquier cosa está bien - dijo, pasando a la cocina aún algo cohibido.
- ¿Te gusta la pasta como a todo ser humano sobre la faz de la tierra? - le preguntó, apuntándole a la cara con un puñado de espaguetis crudos.
- Sí - dijo él, soltando una carcajada -. Pasta está bien.
- Perfecto - sonrió la chica.
Ella se volvió hacia los fogones y entonces el niño se acercó a Sho y le cogió de la mano. El chico le siguió y le ayudó a poner cubiertos sobre la mesa. Al ver que se le complicaba el colocar cubiertos sobre la mesa sin subirse a una silla, el chico le cogió en brazos y así el niño pudo colocarlo todo sin problemas y sin que se le cayese nada. Viéndole de cerca, el niño se parecía mucho a su madre. El mismo tipo de pelo, la piel clara y los ojos oscuros como pozos pero dulces y tranquilizadores a la vez. Kay era un chico muy educado y formal que parecía haber tenido todo cuanto necesitaba un niño en la vida. Todo, menos un padre. Al menos, esa sensación daba cuando miraba las fotos sobre los muebles. Solo había fotos de ellos dos, nunca con otra persona.
- Está listo - avisó ella -. A la mesa.
Elena parecía comportarse como la típica madre ama de casa que solo tiene ojos para sus hijos. Pero en realidad era mucho más que eso. Trabajaba como actriz, tenía una vida pública e importante, era una ídolo. Y aún así era capaz de mantener aquella vitalidad, aquella sonrisa, y aquella felicidad. Realmente admirable. Aquella fue la primera comida tranquila que hizo después de mucho tiempo. Madre e hijo conversaban animadamente y cuando Elena comía pasta, la salsa de tomate le salpicaba la barbilla y la nariz. Ambos chicos empezaron a reirse con ello y ella no se enteraba de lo que pasaba por lo que se frotó la cara y extendió la salsa de tomate por sus mejillas, lo que hizo que ellos se rieran aún más. Sho cogió una servilleta y la limpió toda la cara mientras el niño seguía comiendo y moviendo las piernas bajo la mesa animadamente y con una sonrisa. Después de la cena y de recoger entre los tres, Elena sacó el helado y los tres cogieron una cuchara cada uno para atacar el bote de chocolate y ponerse las botas comiendo el helado. A veces hubo peleas entre las cucharas de Sho y Kay y Elena solo podía mirarles, entretenida. A Kay le cayó bien el chico de ojos claros, por lo que después de cenar la chica se prestó a recoger sola la cocina mientras el niño le enseñaba todos los juguetes y algunos dibujos que tenía por ahí. Se sentía muy a gusto con él y ella lo agradecía. Cuando al fin terminó de recoger, preparó café y lo llevó al salón. Kay estaba dormido sobre las piernas de Sho, en el sofá. El chico le acariciaba el pelo y le miraba con cierta nostalgia en los ojos.
- Sho - susurró.
- Se durmió - dijo él, mientras ella se sentaba a su lado en el suelo. Apoyó el brazo en el sofá y también le acarició la cabeza al niño, que respiraba tranquilamente.
- Estaba agotado, es normal. Se pasa el día en el colegio gritando y correteando por ahí. Cuando llega a casa está más cansado que yo misma - comentó, tendiéndole el café al chico.
- Elena, ¿cuántos años tiene? - preguntó en un susurro. Tal vez ella no quisiera hablar de ese gran secreto que guardaba.
La chica cogió aire y suspiró. Volvió los ojos al pequeño y respondió De todas formas, él ya conocía aquel secreto que celosamente había guardado durante tantos años, por lo que no tenía por qué desconfiar de él ahora.
- Tiene ocho años - contestó -. Nació tres días antes de que yo cumpliera los dieciocho.
Miró al chico. Quería ver su reacción. Tal vez aquello le pareciera una aberración o una cosa parecida. Eso la asustaba.
- ¿Cómo? - musitó él.
- ¿Eh? Yo... quise tenerlo porque en el momento en el que vivía estaba sola. Pensé que tal vez un hijo... lo siento, esto te sonara a mentalidad infantil pero en aquel entonces...
- Eras una niña - susurró él, cortándola con suavidad y mirándola a los ojos. No había reproche en ellos, ni nada malo que pudiera decir respecto al tema. Había sorpresa -. ¿Cómo pudiste criar sola a un bebé y lograr que se convirtiera en un niño tan sano y tan maravilloso?
Elena se quedó sin palabras. Aquello la había llegado realmente al corazón.
- Sho...
- ¿Puedo escuchar tu historia? - la pidió -. Por favor.
Ella volvió a coger aire y empezó a hablar con suavidad. Hacía ocho años sus padres la habían repudiado por haberse quedado embarazada estando en el instituto y la obligaron a dejarlo. El último curso pudo graduarse gracias a que un profesor de un instituto público la ayudó y respondió por ella. Vivió durante ese año en casa de otra de sus profesoras, a cambio de que hiciera las tareas de la casa, que era de dos pisos bastante amplios y de que aprobara todo. Aún seguía sin saber cómo lo había logrado. Pero lo había conseguido. Al dar a luz había dejado de estudiar de forma presencial y había hecho arte dramático a distancia, mientras cuidaba de su hijo.
- Ahora, con esta grabación espero conseguir algo más de dinero - suspiró al fin -. No es que nos falte, pero me gustaría viajar a algun sitio con Kay.
- ¿Cómo le cuidas ahora que estamos rodando? - preguntó, curioso.
- Hay un colegio en la esquina de la calle. La chica que lo lleva es amiga mía de la infancia. Su hija y Kay se llevan muy bien, asi que cada vez que tengo que grabar o salir a hacer algo solo tengo que llamarla.
- ¿Cuida a Kay por las noches? Digo, los guiones suelen llegarnos por las tardes y estudiarlos para el día siguiente debe ser complicado.
- No, qué va. Normalmente voy a buscarlo en cuanto salgo - dijo. Sho entendió el entusiasmo de la chica el día anterior en el camerino. Hablaba con su hijo por teléfono -. Venimos a casa y jugamos toda la tarde después de hacer los deberes y estudiar un poco. Y por las noches, cuando se duerme, es cuando estudio los guiones - relató. El chico volvió a entender una cosa más. La bronca de la maquilladora. Era por eso que tenía ojeras, por ese ritmo de vida tan agotador que llevaba y soportaba por su hijo, al que de verdad parecía adorar, solo hacía falta vérselo pintado en la cara, en esos ojos, en cómo le miraba.
- Eres increíble - dijo él entonces, sin poder evitarlo -. De verdad, todo esto es admirable. Creo que cualquier persona como tu, adolescente y madre soltera en su época, se hubiera cansado a estas alturas de un niño. Creo que le echarían las culpas de que su vida no fuera como soñó.
- Mis sueños no se vieron truncados por Kay. Es más, él es mi sueño ahora. Verlo crecer, sano, fuerte, buena persona. Mi trabajo es solo un condicionante de eso, por eso me esfuerzo cuanto puedo.
- Elena, eso es tan maduro - dijo él -. No pareces tener solo 25.
- ¿Verdad? A veces dicen que parezco una vieja - suspiró.
- No, no, no es por eso. Lo decía por tus palabras. Tu vitalidad, tu energía, tus ganas de reír... nadie en su sano juicio diría que eres una vieja.
- Todo eso lo mantengo gracias a mi niño. Tengo suerte de que él sea como es - admitió entonces -. Kay no es un niño que confíe así como así en cualquiera. Es muy maduro para su edad y realmente, a veces siento que es él quien cuida de mí más que yo de él - dijo, dándole un sorbo al café. Casi se había quedado frío -. Me consuela más que nadie, me hace reír más que nadie, y me quiere más que nadie. Con tenerle a él, lo tengo todo, siento que no necesito absolutamente nada más.
- ¿Ni siquiera un...? - se calló -. Perdona.
- ¿Un hombre? - dijo ella -. Eso no es una regla fija, hay cosas que cambian. Que alguien las hace cambiar - susurró ella.
Después de tomar el café con leche frío y de comentar cosas del rodaje y de los compañeros, Elena le preguntó por su pequeño problema de esa tarde. Porque la abalancha de periodistas solo podía indicar una cosa, y esa era poblemas.
- Saki ha montado una fiesta estudiantil monumental en el salón de mi casa - susurró -. No se como se enteraron esos periodistas pero si no me hubieras rescatado, alguno habría salido mal parado, porque no estaba de buen humor - aseguró.
- ¿Y? ¿Has llamado a la policía o algo?
- ¿La policía? No, solo me fui. ¿Cobarde, eh? Huyendo así de mi propia casa... - echó la cabeza hacia atrás en el sofá -. Patético.
De pronto sintió las manos de la chica sobre sus hombros, masajeándolos suavemente. Su rostro estaba encima de sus ojos, podía verlos perfectamente, ese mar de calma y tranquilidad que llevaba con ella. Se dejó hacer mientras cerraba los ojos y dejaba escapar unos suspiros de gusto. Tenía tensión acumulada, contracturas por todos lados y la espalda en general echa un asco, pero se negaba a asistir a las sesiones de fisioterapia que su manager le preparaba. Odiaba que le hicieran daño. Pero Elena solo masajeaba sus hombros con algo de fuerza, de forma que no le lastimaba y le gustaba. Así no iba a arreglar nada, pero él lo prefería así.
Un rayo iluminó el salón y luego el trueno le siguió. El estruendo hizo que Kay se agazapara más junto a Sho. Ambos le miraron. El niño se había sobresaltado. Elena miró la hora y se dio cuenta de que si el niño no dormía bien, al día siguiente no podría levantarse. Con mucho cuidado trató de levantarlo del sofá pero Sho le pidió en silencio hacerlo por ella. La chica le dejó y solo le miró mientras lo hacía, muy despacio, para no despertarle. Sintió su corazón latir más y más deprisa, como si la hubieran dado una descarga en el pecho con la imagen que estaba viendo y quedaría grabada en sus pupilas oscuras por siempre.

Oscuros sus ojos.

"La chica se revolvía con cierta violencia sobre las sábanas. Él que acababa de llegar se acercó a la cama y la miró. La zarandeó un poco por el hombro pero ella seguía diciendo cosas que no lograba entender. Hasta que la obligó a despertar gritando su nombre.
- ¡Misaki!

- ¡Ah! - gritó la chica, sentándose sobre la cama. Miró a todos lados, mientras sudaba, con los ojos desorbitados -. ¡Satoru!

- ¡Shh, tranquila, estoy aquí! - la dijo, cogiéndola de las manos que le buscaban -. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

- Pesadilla... - susurró ella.
- Cálmate. Ya estoy aquí - la susurró, sentándose en la cama a su lado para abrazarla.
Ella se amarró con fuerza a su camisa blanca y empezó a respirar más tranquila mientras él la acariciaba el pelo con suavidad.

- No me dejes nunca, por favor - le rogó ella de pronto.

- ¿Esa es la pesadilla que te hace ver tan vulnerable? - la preguntó, obligándola a levantar la cara y mirarle -. ¿Es eso?

Ella desvió la mirada. Él la acarició la mejilla y la hizo mirarle aunque intentara evitar sus ojos.

- Nunca, jamás me iré de tu lado. Te lo prometo - susurró.

- Tengo miedo - admitió ella -. Todo esto es una locura...

- Una locura que viviremos juntos - dijo él -. ¿Confías en mi?

Ella pareció dejar de pensar en todo lo demás y solo asintió con una pequeña sonrisa. Él correspondió a su sonrisa y se agachó más sobre ella.

- Te quiero - la susurró.

- Sato... - musitó, quedándose a medias ante la imposibilidad de pronunciar su nombre con sus labios besándola suavemente en lo que pronto se convirtieron en caricias tranquilizadoras y cercanas para ambos muchachos que aún, vestían uniforme de preparatoria."


- ¡Ok, corten! - gritó una ruidosa voz por el megáfono -. ¡Vamos a comprobarlo!

Los dos chicos se levantaron de la cama, efectivamente vestidos con uniformes de instituto y se acercaron a la cámara principal para ver la escena que acaban de grabar juntos en aquel plató de la cadena de televisión nacional. Una persona del staff le tendió una toalla a la chica para que se limpiara y le llevó una botella de agua a cada uno para que se refrescaran en caso de que tuvieran que seguir grabando. Cuando el director dio el ok final, ellos suspiraron. Ambos compartían la vergüenza de llevar un uniforme de instituto con 28 y 25 años.
- Bien, ahora tenemos que grabar con él la escena de los recuerdos de Satoru - dijo el director, mirándole a él -. Tú terminaste hoy, puedes irte.
- ¿De veras? - preguntó ella, con la mirada iluminada -. ¡Gracias! Nos vemos mañana entonces. ¡Hasta mañana! -gritó, llena de energía a pesar de la escena que acababan de grabar.
La chica salió casi corriendo, dando saltitos de alegría, hacia el camerino a cambiarse. Él también tuvo que volver al camerino a cambiarse el peinado del pelo. Por el camino escuchó el sonido de un móvil y la voz emocionada de su compañera.
- Si, cariño, hoy volveré antes - decía, derrochando alegría -. Vale, lo prepararé para cenar. Espérame, llegaré en nada. Te quiero.
El chico suspiró. Aquella vitalidad en esa chica le animaba un poco. Él al principio también había tenido una relación parecida con su novia. Ahora todo era diferente. Ahora solo quería tener escenas que grabar para no volver a casa. Solo quería trabajar y trabajar para no volver a aquel lugar. Suspiró y se metió en la peluquería. Entre los cambios en su pelo, en su vestimenta y en el propio escenario, estuvo otras tres horas en la cadena de televisión. Estaba agotado. Condujo hacia su casa con la ventanilla bajada, buscando un poco de aire. Al aparcar y apagar el motor se pensó por un instante quedarse allí mismo a dormir. Pero al final se armó de valor y salió del coche negro hacia el apartamento. Subió las escaleras despacio, cargando con una bolsa de deporte y arrastrando un poco los pies. Encajó la llave en la cerradura de la puerta y entró en el vestíbulo quitándose los zapatos empujando hacia fuera uno con otro. Dejó caer la bolsa en el pasillo y entró hasta el salón. Solo estaba encendida la luz de la televisión. Había muchos papeles sobre la mesa y también bolígrafos. A un lado había un vaso con un poco de leche todavía y la chica estaba recostada en el sofá, sin moverse, apenas parpadeando ante las imágenes del televisor.
- Hola - dijo.
- Hola - contestó ella con voz queda.
- ¿Cenaste?
- Solo eso - dijo, señalando con la cabeza el vaso.
¿Solo? Moriría de inanición si seguía así. Pero no podía repetirla como si fuera su padre que comiera algo más. Estaba cansado de eso. Que hiciera lo que quisiera. Él no preguntó nada más. Mejor que no contestara, para decir cosas inconexas, mejor se iba a dormir. Se metió en la habitación y se tumbó sobre la cama apenas se desvistió. Aquellas cosas le sacaban de quicio. Era como si solo la desespereación por terminar de estudiar existiera en ella. Y ahora más que nunca, era como si no tuviera vitalidad. Él recordó que estaba en época de exámenes. No lo entendía. La chica tenía una carrera, un trabajo bueno que no la quitaba mucho tiempo y una vida independiente. Podrían llevar una vida diferente a aquella cosa que compartían y vivían. ¿Entonces por qué se empeñaba en hacer caso a las exigencias de sus padres y seguir estudiando lo que ellos querian que estudiara? Era absurdo. ¿Qué estaban haciendo sus padres para obligarla? No encontraba nada más que una obligación moral para explicar esa tontería de seguir estudiando cuando no lo necesitaba. Él había intentado apoyarla en cuanto había podido, pero se estaba rindiendo. Las situaciones empezaban a poder con él, a vencerle, a derrotarle. Necesitaba vivir, no vivir por ella y por él mismo. El chico se metió bajo las sábanas y se quedó dormido. Dejó de pensar y se dedicó a roncar, que al menos eso le relajaba más que darle vueltas a su cabezota.

El plató era un bullicio como cada mañana. Entró saludando a todo el mundo y se dirigió a la sala del maquillaje después de ponerse de nuevo aquel uniforme. Cuando lo llevaba rogaba porque le tragara la tierra. Al llegar tocó la puerta. Pero con la conversación que había, no le oyeron.
- Es que de verdad, deberías dormir un poco más - decía la maquilladora -. Estas ojeras son importantes, va a llegar el día en el que no pueda ni taparlas con maquillaje - se quejó.
- Venga, tu eres un genio de esto, puedes hacerlo - decía animadamente su compañera de reparto. No parecía estar dormida o tener sueño a pesar de que la chica decía que tenía ojeras -. Gracias, de todas formas. Supongo que soy un poco irresponsable respecto a eso - se disculpó, rascándose la cabeza.
Parecía que él no era el único con problemas. Entró en la sala y la maquilladora rápidamente le ubicó en una de las sillas mientras la chica de peluquería atendía a los pedidos del director para la forma de su pelo de ese día. Las grabaciones se alargaron, dando paso a que ninguno de los dos pudieran salir a comer. Tuvieron un rato para comerse un bocadillo y nada más. Él cuando terminó, dado que el escenario de la siguiente escena no estaba listo, se dedicó a dar una vuelta por el edificio, acabando en la azotea. A veces le gustaban los sitios altos. Paz, tranquilidad, soledad. Todo parecía tan sencillo cuando desde allí arriba miraba al cielo.
- Mirándote desde aquí debo decir que ese uniforme te sienta de miedo - comentó una voz a su espalda.
Se giró rápidamente y se encontró con su compañera de escena sentada en la gravilla y comiéndose su bocata de tres pisos con una botella de zumo al lado.
- ¿Qué haces aquí?
- La azotea no es de nadie y es donde mejor se come - dijo ella.
La chica le señaló un lugar a su lado para que se sentara a hacerla compañía y él aceptó. Cuando se sentó, ella le lanzó un bollo de chocolate metido en una bolsita de plástico de esos que vendían en una de las máquinas expendedoras de los pasillos. El chico lo miró y ella le miró a él como diciendo con los ojos "¡come, hombre!". Él al final abrió la bolsita y le dio un mordisco al bollo.
- ¿Tanto miedo doy con esto puesto?
- Ah, no me refería a eso. Quería decir que te sienta muy bien - sonrió, dándole un trago al zumo de naranja.
- A mi edad, ¿eso es un cumplido?
- Intentaba serlo - admitió ella.
Nunca antes había hablado así con su compañera. Llevaban unos cuatro capitulos grabados juntos en casi un mes y reconocía que no había intentado conocerla a pesar de las escenas que habían compartido llenas de besos y caricias. Pero ella parecía una persona totalmente diferente a las que estaba acostumbrado. Normalmente eran gente centrada, profesional, excepto sus compañeros de grupo que eran profesionales pero descentrados totalmente. Pero aquella chica tenía una vitalidad enorme, una alegría en el cuerpo que nunca parecía perder y siempre tenía conversación. Además parecía una persona interesante. Hacía tiempo que no se sentía a gusto en compañía; prefería estar solo, pero con ella era como estar en medio del mundo entero sin conocer a nadie y no sentirse solo de ninguna manera. Con ella era posible volver a sonreír sin pensar en nada más.
- Dime, ¿tienes novia? - preguntó entonces ella, curiosa, mientras se chupaba los dedos del chocolate del otro bollo que acababa de abrir.
- ¿Qué más da eso?
- Solo pregunto, no te molestes.
- No se si tengo novia o un adorno encima del sofá - suspiró él, volviendo la vista al cielo.
- ¿Es una aburrida? No te pega - comentó.
- ¿Qué sabrás tu? - la dijo, aunque sin tono ofendido.
- Bueno, creo que eres una persona muy divertida. Te he visto con tus compañeros de grupo, digamos que soy vuestra fan - añadió -. Y pareces alguien a quien le gusta vivir con una sonrisa en la cara.
- Bueno, creo que eso es cierto.
- Lo dices como si no te conocieras a ti mismo - susurró ella.
- Es que no se si me reconozco a mí mismo - susurró él, bajando la cabeza -. Ya no lo se.
La chica dejó el bollo sobre el papel y se limpió las manos cuidadosamente antes de acercarse más a él y pasarle una mano por los hombros hasta llegar a su pelo para hacerle apoyar la cabeza en su hombro. Él se dejó llevar casi inconscientemente. Sentía en ella un aura diferente, más responsable, más cuidadosa, con sentimientos más profundos de lo que él podía ver. Suspiró. Estar así le tranquilizaba y le calmaba. Como si no pudiera pensar en nada. Ella por su parte sabía que no tenía que haberlo hecho. Lo que sentía por ese chico cada vez se volvía más y más fuerte. Aunque por fuera pareciera que solo era una buena compañera, realmente no era así. Ese chico era una persona estupenda, siempre pidiendo o dando consejos a los demás, siempre esforzándose al máximo, dándolo todo por lo que hacía. Le admiraba. Y sabía que sentía algo más, pero se negaría a admitirlo y se negaría a sí misma lo que él provocaba sin darse cuenta en ella. Porque así era como debía ser.
- ¿Se enfadaría si se enterase de esto? - susurró entonces él.
- ¿Mmm? ¿Quien?
- Él. El chico con el que hablabas ayer. Perdona, pero te escuché.
Él quería mirarla y levantó un poco la cabeza apartándose de ella un poco. La chica dejó caer el brazo y juntó ambas manos para frotarlas, no nerviosa pero sí algo sorprendida.
- Ah, él - repitió -. Quién sabe... - susurró, con voz misteriosa.
De repente hubo un instante en que ambos se quedaron mirando al otro sin saber qué decir. Realmente, sin necesidad de decir nada. Ella tenía unos ojos oscuros muy profundos y llamativos y él pareció perderse en aquellos pozos que le inspiraban de todo menos oscuridad y soledad. Y ella pareció no querer apartarse de sus pupilas claras por un momento, como si estuviera buceando en sus ojos para saber más de él, curiosa, ansiosa por conocerle mejor y sin intenciones de dejar de mirarle a pesar de saber que debía hacerlo.
Cogió el pomo de la puerta de la azotea y entró. La chica tenía un pase especial para la cadena por ser novia de quien era. Él se había negado a dárselo, pero al final había cedido por una razón que él seguramente ya había olvidado. Ella había decidido ir a verle porque la quedaba de camino desde la facultad en la que acababa de presentar su solicitud de examen. Sabía que su chico estaba grabando una nueva serie pero en aquella azotea no había ninguna cámara pero sí una escena. Él tenía a la chica sentada entre sus piernas y apoyada en su pecho con una mano en su cintura mientras se miraban y susurraban cosas que ella no podía oír. El chico pasó la otra mano por su rostro para apartarla el pelo y se agachó sobre ella, despacio, mientras la chica cerraba los ojos suavemente con las manos en el pecho del chico.
- ¡¡Sho!! - gritó entonces la chica desde la puerta de la azotea, sin poder evitarlo -. ¿¡Qué demonios estás haciendo, maldito bastardo!?
- Saki - susurró él al levantar la cabeza, sorprendido -. ¿Qué haces aquí?
- ¡Impedir que me pongas los cuernos!
- Uy, esto se complica - susurró la chica, levantándose rápidamente y tendiéndole la mano para ayudarle -. Yo solo diré una cosa en su defensa - dijo ella.
- ¡No! ¡Tú cállate, maldita zorra...!
- ¡Saki, basta! - rugió Sho. La chica se quedó sin palabras ante aquello. Miró con sorpresa y los ojos desorbitados al chico, que estaba más serio de lo que nunca le había visto.
- Solo estabamos practicando para una escena que tenemos que grabar - dijo la chica -. No te preocupes, no voy a quitarte a tu novio. Pero que yo no lo haga, no significa que no lo haga otra - dijo, como un consejo, mientras se acercaba a la salida -. Sho - le llamó. Era la primera vez que la escuchaba decir su nombre y la otra chica se pudo dar cuenta de cómo se relajó su rostro cuando la escuchó. Eso la enfadó todavía más, llevando su ira hasta límites insospechados por el chico -, tienes diez minutos. Sino, volveré a buscarte. Te espero - dijo, guiñándole un ojo antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
- ¡¿Pero qué se ha creído esa...?!
- ¿Qué haces aquí? - repitió el chico, con voz fuerte, metiendo las manos en los bolsillos y dándole la espalda a ella. Como si no fuera a explicarselo. Como si le diera igual lo que ella pensara.
- ¡He venido a verte, ¿qué si no?! ¡Yo que quería pasar un rato contigo, comer contigo por una vez, y me encuentro esto!
- Solo ensayábamos, Saki - repitió él -. Es tal y como te ha dicho Elena.
- ¿Elena? ¿Así se llama esa zorra?
- Asi se llama mi compañera de trabajo en esta serie, Saki, sí - la corrigió -. Elena - susurró.
¿Por qué no se sentía mal? ¿Por qué no sentía la necesidad de explicarle a su novia lo que había visto? ¿Y por qué le daba igual que le entendiera o no? ¿Que le perdonara o no? ¿Tal vez porque creía que no había hecho nada malo? Porque creía que seguir al corazón no era nada malo. Suspiró. Aquello se había vuelto confuso de repente. La vitalidad y alegría de Elena se le habían contagiado y quería correr, saltar y reír. Así se había sentido cada vez que la había mirado durante aquel mes que llevaba grabando juntos. Y ahora pensaba que ni siquiera el histericisimo y los celos de Saki podrían truncarle esas ganas y esa alegría que la chica le había contagiado en aquel rato en el que habían conocido más del otro de lo que podían imaginar. ¿Significaba eso que ahora la simpatía de Elena competía y vencía a la sensualidad de Saki? Tal vez aquello solo fuera engorroso pero no complicado. Porque aunque intentara pensarlo y pensarlo mil y una veces, sabía lo que sentía, lo que había vuelto a sentir. Pero esta vez, ella era morena y de ojos oscuros.