sábado, 27 de febrero de 2010

tan pequeñas grandes... ¿mentiras o verdades?


Un rato más tarde, ambos salieron del baño envueltos en toallas de color azul. Ride se quedó apoyado en el quicio de la puerta del baño, mirándola mientras, sentada en la cama, se secaba el pelo con otra toalla.
- ¿Pasa algo? - susurró ella -. ¿Por qué me miras así?
- Solo pensaba - contestó.
- Sí, veo el humo saliendo de tu pelo - comentó ella, tratando de hacer una gracia a pesar de la presión que sentía en el pecho.
- Aria, solo estamos aquí, solo ha pasado todo lo que ha pasado porque me utilizaste, ¿verdad? Desde aquel día...
A la chica casi se le cae la toalla de entre las manos.
- Ride... - murmuró, mirándole fijamente y sin saber qué decirle.
- Lo sabía - susurró -. Solo querías llegar hasta arriba en la organización, ¿verdad? Hubieras utilizado a cualquiera que te hubiera sido útil. Pero me tocó a mí.
- No me hables así, por favor - le pidió ella, levantándose y abriendo el armario, para buscar algo de ropa.
- Pero es la verdad. Solo me usaste.
- Si solo te hubiera usado, no me hubiera importado que te hubieran matado el otro día. Ni que Ian te hubiera disparado, ni que tu padre te torturara por no haber matado a tu madre - le espetó, mirándole -. Pero me importó, me dolió. Y mucho - murmuró.
Por un momento recordó aquel instante en que creyó que el chico moriría entre sus brazos...
Estaban en un sótano enorme, oscuro, lúgubre y húmedo. Una bombilla chisporroteaba sobre sus cabezas y podían oírse los ruidos de las ratas correteando por allí.
- ¡Ride! ¡Maldita sea, aguanta, estúpido! ¡No puedes morirte ahora!
El cuerpo del chico estaba frío e inerte entre los brazos de la chica. Un reguero de sangre cubría su ropa y parte del suelo. Cortes superficiales y profundos, golpes que había provocado heridas graves y una brecha en la cabeza. Aria creyó que no podría salvarle de aquello.
- No pude... no pude, Aria... - musitó -. No pude... matar… la... - tosió con fuerza. Un par de lágrimas rodaron por su cara sucia -. No pude... matar a mamá... Aria...
Aria cerró un momento los ojos, tratando de olvidar aquella imagen, y suspiró.
- Ride, si solo te hubiera utilizado no... - repitió.
- Bueno, al fin y al cabo, eso es lo que hace la policía - cortó él.
- No soy policía y lo sabes.
- Pero te metiste en esto para ayudar con una investigación de tu padre, el superintendente, ¿no es así?
- ¡Sí, pero era solo porque yo era la única que no estaba vigilada y fichada por la organización de tu padre, Ride! - le gritó -. ¡Era la única que podía ayudarle en su empeño, en lo que llevaba persiguiendo por años!
Él no cambió su posición.
- ¿Cómo pude dejarme engañar por ti?
- No sabes lo que dices - susurró ella. No podía, no podía contarle lo que había sentido. No podía.
- Sí, sí lo se. Se que si hubiera sido cualquiera de mis hermanos hubiera valido. Se que hubieras usado a cualquiera. Creí que me necesitabas para sobrevivir en este mundo incluso antes de saber quién eras. Pero... después de todo, yo te necesitaba a ti - susurró.
Esta vez, fue él quien recordó la primera vez que había visto aquellos ojos. Hacía más de un año ya.
Era un local llamado PassionFire. Durante el día era un simple bar como cualquier otro. Pero por la noche, se llenaba de grandes señores de la mafia, donde hacían negocios, alianzas para matar a otros, bebían alcohol y se tiraban una mujer tras otras, como si el mundo se acabara y no existiera nada más fuera de aquel lugar. No le gustaba ir allí, pero su padre le había llamado para un negocio importante. Al entrar, una música de ambiente sensual y erótico sonaba por todos lados. Y entonces, fue cuando la vio. Apenas vestida con ropa interior, una muchacha morena de ojos azules bailaba sobre el escenario. No pudo apartar la vista de ella durante unos segundos. Su cuerpo se movía de manera suave, casi delicada. Sus curvas parecían simplemente perfectas, como si hubieran sido labradas por la mano de algún dios. Mientras se sentaba con su padre y un par de socios más, siguió contemplando aquella escultura perfectamente redondeada y armónica. Sabía que ella le estaba mirando, pero no podía dejar de observarla. Cuando su padre terminó el trato, en el que él jugaba el papel de verdugo, la chica salió del escenario. Ride se levantó de golpe y la siguió hasta el camerino. Entró sin llamar y ella le miró.
- Sabía que vendrías.
- Chica lista - susurró.
- No has dejado de mirarme, ¿sabes? Desde ahí arriba se ven muchas cosas - dijo, dándose la vuelta a mirarle -. Mi nombre es Aria.
- Ride - dijo solamente.
- Hijo de aquel importante... - se ahorró decir mafioso - señor.
- ¿Y qué importa eso?
- Realmente nada - se giró de nuevo. Suspiró. Era condenadamente guapo. Claramente, él no la recordaba. Pero ella a él sí. Ella y su corazón, le recordaban.
- ¿Qué hace una doctora como tú en un tugurio como este?
Ella se irguió, casi asustada.
- ¿Cómo sabes eso?
El chico señaló el sillón donde estaba su bolso. Dentro se veía la tarjeta de identificación del hospital. Ella resopló.
- Dinero extra - dijo. Sería doctora, pero manejaba las armas mejor que cualquiera de las policías con las que trabajaba su padre, el superintendente.
- ¿Te da igual exponer tu cuerpo de esa manera a una manada de lobos hambrientos y sin escrúpulos, caperucita?
- No soy una cría para que me hables así - le espetó - Se cuidarme solita.
- Yo creo que no. Déjame cuidar de ti - propuso.
- ¿A cambio de qué?
- Veo que eres realmente astuta.
- Los hombres como tú y tu padre y toda esa sarta de cabrones que hay ahí fuera, siempre hacen las cosas por algo y a cambio de otro algo - dijo la chica, cruzándose de brazos.
- Exclusividad.
- ¿Qué?
- Dinero extra y, mi exclusividad.
- ¿Quieres que baile para ti? - se sorprendió.
- Quiero más que eso, muñeca - susurró, acercándose peligrosamente a ella -. Quiero todo de ti.
Habían cerrado un trato esa noche. Pero ella nunca le dejó tocarla. Una cicatriz en la pierna derecha del chico era la prueba. Hasta que, el tipo al que debía matar por el trato que su padre había hecho, osó ponerle una mano encima a Aria. Trató de violarla el mismo día en que él pensaba hacer un trato para no tener que matarlo. Pero se lo encontró sobre ella, ambos desnudos, con mil gritos y heridas. Y lo hizo. Lo mató cegado por la ira que le producía que alguien hubiera tocado algo que consideraba suyo. Y ella vio por primera vez que, en el fondo de su ser, seguía siendo él.

- Tranquila. Ya estoy aquí - susurró, acogiéndola entre sus brazos a la vez que la cubría con la sábana.


- Ride... por favor, ahora no. No tengo la cabeza para esto, por favor. - La voz de la chica le sacó de sus recuerdos.
- ¿Entonces cuando? - soltó.
- Quizá cuando mate a tu padre por haber asesinado al mío - siseó ella, molesta por el tono de voz de él -. ¿Te parece bien?
El chico no dijo nada más. Se sentó en la cama, con aplomo, y vio como la chica se cambiaba. Observaba cada una de sus curvas, cada palmo de su piel, rogando y deseando por poder volver a sentirla bajo sus manos, bajo su propia piel. Suspiró. Después de todo, así son las cosas, supongo, pensó.
- La ropa interior negra te sienta mejor - susurró él, desviando la mirada, después de haber visto el conjunto de color verde que ella había escogido.
Ella esbozó una sonrisa. Gracias, pensó la chica.

jueves, 25 de febrero de 2010

guárdame el miedo, cobarde.


Por primera vez, había sentido aquella bala traspasarla. A pesar de que no la había dado precisamente a ella, la dolía en lo más profundo de su cuerpo. Ride no se tambaleó ni un poquito. Se quedó quieto y firme, sin apartar su mirada del chico que yacía en el suelo, inconsciente. En sus ojos, Aria reconoció aquel brillo y ese fuego que le recorrían cada vez que tenía que disparar. Después de aquel grito que había dado por acto reflejo, respiró hondo.
- ¿Estás bien?
- Nada que tus manos de doctora no puedan arreglar - susurró. Su voz era seria.
- ¿Dónde te ha dado?
- El brazo - dijo solamente.
En el instante en el que Ian había disparado, Ride había dado un giro de 180 grados, exponiendo su brazo izquierdo, con el que la sujetaba, para poder disparar con el derecho por encima de su hombro. Había expuesto toda su espalda desnuda a la metralla de aquella 538 modelo B sin dudarlo ni un segundo. Ambos sabían que, en aquello, pararte un segundo a pensar era la diferencia entre vivir y morir. Y a Ride no le había temblado el pulso para apretar aquel gatillo.
- Solo te ha rozado - dijo la chica, mientras examinaba el brazo del muchacho, que la miraba muy de cerca.
- El dragón está sangrando... - susurró.
- No digas algo como eso. Me da escalofríos - dijo ella, sin mirarle directamente a los ojos -. Vamos, te curaré antes de ir a ver a mi padre.
- Solo ese estúpido sabía la dirección. Y ahora mismo, no puede hablar.
- ¿¡Lo mataste!? - gritó, acercándose a Ian.
- No. Solo le di en el brazo - dijo, con tono aburrido.
- Su puntería desde luego no tiene nada que hacer contra la tuya - comentó, agachándose al lado de su amigo -. Parece que se ha desmayado a causa de todo el alcohol que debe de haber bebido. Estúpido – susurró.
- ¿En serio él era tu mejor amigo?
- Es, Ride. Que no está muerto - le corrigió.
- Bueno, vale, eso.
- Sí - suspiró ella, mientras se levantaba y desaparecía un momento de la cocina.
Ride aprovechó para sentarse en la silla de nuevo y dejar la pistola sobre la mesa. Cogió la taza de café y le dio un sorbo. Entonces puso cara de asco.
- ¿Qué pasa? - preguntó ella, entrando de nuevo.
- Está frío - dijo él.
- Pues usa el microondas. Y de vez en cuando, también podrías usar la cabeza.
- ¿A qué viene eso? - preguntó él, mientras pasaba por su lado con la taza en la mano.
- Sí, es mi mejor amigo - respondió ella de nuevo -. Desde pequeños siempre estuvimos juntos. Mis padres llegaron a pensar que él y yo, algún día...
- Argh, calla. De pensarlo, me dan nauseas.
- No seas así, Ride - le espetó.
La chica usó el cinturón que había cogido de su armario para hacer un torniquete alrededor de la herida del brazo del chico, para que no se desangrara. Al menos cuando despertara, podría valerse por si solo para llegar al hospital. No podían llamar a una ambulancia o llevarlo directamente a un hospital. Demasiadas preguntas. Una bala no sale de la nada así como así. Y Aria tenía muy claro que sería Ian quien daría explicaciones, no ella.
- ¿Vas a dejarlo ahí? - preguntó Ride, soplando el humo que salía de la taza de café una vez caliente.
- No se duerme tan mal en este suelo de tatami - dijo ella, acercándose al muchacho.
- Humm - asintió él, bebiendo un sorbo - y tampoco se hace nada mal el amor - comentó.
Aria se ahorró contestarle a aquello. Una vez a su lado, le cogió de las manos y bebió un trago del café de Ride, mientras él la miraba con cara divertida.
- ¡Augh!
- Quema - sonrió él.
- Imbécil, podías haberme avisado de que estaba muy caliente, como te gusta a ti - dijo pasando su lengua por sus labios adoloridos.
- No, porque entonces, no tendría una excusa para hacer esto.
Con rapidez, se agachó sobre su boca y la besó. Estaba caliente del café, pero era un calor calmante del dolor palpitante que tenía sobre los labios. Aria llevó una mano a la cara del chico y la acarició suavemente. Cuando se separaron, ni se molestaron en mirarse. Solo era un beso.
- Está bien, ¿y ahora qué?
- ¿Y si lo registramos? A tu amigo, digo. Igual tiene la dirección apuntada o un mensaje en el móvil o algo.
- Oye, que Ian no es tan estúpido como para hacer eso.
Ride la miró con cara incrédula y dejó la taza sobre la encimera. Se acercó a Ian y empezó a registrarle en los bolsillos. Ella se cruzó de brazos, enfadada y mirándole de forma torcida. Pero su cara cambió a impresión cuando Ride le mostró un papel a la chica, triunfante.
- ¿Decías, corazón? - preguntó él, con aires de grandeza.
- Trae eso aquí - escupió ella, cabreada, arrebatándoselo de las manos.
- ¿Qué dice? - curioseó el chico, levantándose y asomándose al hombro de la chica.
- Está en el Hospital Central - susurró, leyendo a toda velocidad -. La habitación 923.
- ¿El Hospital Central? - repitió Ride, ahora mirándola a ella.
- Sí - musitó, también mirándole.
- ¡Eso está a tres horas de aquí! - exclamó.
- Lo dices como si no lo supiera - contestó la chica, con cierto nerviosismo -. ¿Por qué? ¿Por qué tan lejos de la capital? - susurró, dándose la vuelta y empezando a caminar por la cocina, pensativa.
- Bueno, morena, ¿entonces qué? ¿Nos vamos ya?
Ella se detuvo y le miró. Siempre con esa maldita sonrisa de niñato triunfador. Aunque había algo diferente allí. El corazón de la chica palpitó un momento y luego recuperó su ritmo normal.
- Gracias. Por estar aquí - le dijo.
- Vámonos ya - dijo él solamente.
Al pasar por delante de él recordó la herida que tenía en el brazo.
- Vamos, te curaré antes de salir.
- Esto no es nada, Aria. Sobreviviré. Tenemos que salir ya.
- No. Primero te curaré. Y no me rechistes. Yo soy el médico aquí.
Con una mirada severa, le convenció. El chico se sentó en la cama y ella a su lado. Limpió la herida y la vendó con suavidad. Se quedó un momento mirando la venda, y él, mirándola a ella fijamente. Con delicadeza, la chica cerró los ojos y le besó la venda. Respiró su olor, sintió su piel tibia bajo sus manos, su propia mano enredada en su melena morena, su respiración chocando contra su nuca. Deslizó la mano por su brazo hasta llegar a su hombro y engancharse suavemente a su cuello.
- No deberías de hacer esto, Aria - la susurró -. Tu padre.
- Y tú siempre rompiendo el encanto de los momentos bonitos - contestó ella, sin moverse -. Déjame quedarme así. Solo un poco más.
- Te quedarás dormida. Y tenemos que irnos.
- Mi padre esperará por mí. Lo sé - murmuró.
- Aria, si realmente le atacaron los secuaces de mi padre, estará muy malherido. Muy malherido - recalcó -. Tenemos que irnos ahora si queremos llegar a tiempo, pequeña.
- Ride... - musitó, como rogando.
- Puedes dormir en el coche. Yo conduciré. Pero ahora...
- Está bien - suspiró, incorporándose a la vez que sentía como los dedos de Ride se desenredaban de su pelo.
Ella le miró un momento y sonrió a medias. Se agachó sobre él y le besó con fuerza. Él se quedó paralizado de la sorpresa y solo pudo mirarla al principio. Pero después, algo tan cálido como la suave arena de la playa bañada por el sol, la brisa del mar revoloteando su pelo y golpeando su cara le recorrió por dentro. Una sensación reconfortante, una extraña necesidad por roces más frecuentes tan dulces y suaves como un simple beso. Entonces Aria se separó de él, quien se quedó algo pasmado, aunque lo ocultó a los ojos de la chica.
- ¿Ves? Yo no necesito excusas para hacer esto - le dijo.
Él no contestó, solo la miró.
- Tengo que ducharme. ¿Te importa esperarme?
- Iba a decirte lo mismo justo ahora - dijo él, levantándose.
- Entonces vamos. Solo hay una ducha y no tenemos tiempo - cortó ella.
- Aria, no me estás pidiendo que entre contigo a la ducha, ¿verdad? - repitió él.
- ¿Qué mosca te ha picado? Sí. No vas a ver nada que no hayas visto ya - dijo, encogiéndose de hombros.
- El problema, morena, viene en que me gusta demasiado eso que ya he visto y no quiero dejar de mirar - susurró muy cerca de su cara, en su oído.
- Ride, no estoy para tonterías y lo sabes - le dijo, pero sin agresividad -. Por favor, solo por esta vez.
- Está bien - dijo él, suspirando.
Ambos entraron en el baño mientras se iban desnudando. Una vez dentro, mientras Aria estaba bajo el agua que caía de la ducha, con los ojos cerrados, Ride se acercó por detrás y la abrazó. Ella no se movió, ni siquiera abrió los ojos. Porque los brazos de Ride y sus manos la rodeaban la cintura. Solamente la cintura. No se deslizaban por su piel, no buscaban un contacto físico más profundo. Solamente un roce suave, delicado a la vez que sensual, y cariñoso. Aria se relajó y se dejó sujetar por los brazos del muchacho. Entonces Ride llevó la mano derecha hasta la cara de la chica y la rozó la mejilla.
- Tus lágrimas se confunden con el agua que resbala por tu cara - la susurró al oído -. Pero a mí no puedes engañarme, pequeña.
- Lo se - susurró ella, estrechando la mano de Ride entre sus dedos y besándolos un par de veces.

Él entonces hundió la cara en el pelo mojado de la chica y no dijo nada más.

domingo, 21 de febrero de 2010

¿amor o placer?


- Me das tanta pena, Aria - dijo Ian, que había vuelto a sacar la pistola -. Y yo que creí que tendrías el coraje suficiente para matarlo después de lo que le hicieron a tu padre... qué mala hija eres.
Ante aquello, el propio Ride empuñó la pistola de Aria, que estaba aún en la cintura de su pantalón. Ian le miró fijamente. Sabía que a Ride no le temblaría la mano para matarle.
- No vuelvas a decir algo así.
- ¿Ahora eres el defensor del mal hijo? Porque tengo entendido que tú también eres un lastre para tu familia.
Ride cargó la pistola.
- ¡No, Ride! - lo detuvo ella, a la que todavía tenía amarrada por la cintura con su brazo izquierdo.
- No voy a soportar una palabra más de este cabrón que no sabe ni siquiera dónde se está metiendo - siseó -. Vete, lárgate de aquí. Deja a los adultos jugar a juegos de adultos, estúpido niñato.
- ¿Adultos? - dijo, con sorna.
- ¿Tengo que recordarte que lo que tengo entre mis brazos es una mujer, pedazo de imbécil? Porque si quieres, te cuento cómo la convertí en eso - los ojos de Ride brillaron de superioridad.
- ¡Bastardo!
- Insúltame cuanto quieras pero se que lo que te jode de verdad, niño, es que jamás podrás sentir su piel bajo tus manos, ¿verdad? Nunca la besarás, jamás la tocarás, no la oirás gemir tu nombre mientras sus uñas se clavan en tu espalda y grita de placer mientras su rostro dibuja una imagen inolvidable.
Aria, sin separarse de él, le dio una ligera bofetada. Él la miró con cara de ofuscado.
- Eso me ha dolido - dijo él.
- Te aguantas. No tienes que provocarlo, idiota.
- ¿Eso es provocarlo? Pues menos mal que no se me ocurrió meter mi lengua dentro de tu boca y juguetear con tus labios hasta dejarte sin aliento.
- No tienes remedio, eres una causa perdida.
- Veo que te gustan los retos, entonces. Porque sigues aquí conmigo - susurró.
La primera bala hizo que dejaran de mirarse y se fijaran de nuevo en el muchacho que tenían frente a ellos.
- ¿Eres idiota o te lo haces? - preguntó Ride, con tono serio.
- ¡Se acabó! ¡Os mataré aquí a los dos y se acabará todo! ¡Mis pesadillas terminarán y podré descansar al fin!
- A este le faltan tres veranos, cariño - le dijo Ride a Aria, sin dejar de mirar a Ian -. ¿Este es tu mejor amigo?
- Antes no era así - susurró ella -. Desde que le he visto entrar, me he dado cuenta.
- ¿Es posible que nos viera antes, mientras lo hacíamos?
Aria pareció comprender todo de golpe. Miró más fijamente al chico y se preocupó.
- Ten cuidado, Ride. Mira su cara. Está pálido, sudando. Y sus ojos están rojos y con profundas ojeras.
- Eso es que se ha metido algo más que litros alcohol, ¿verdad?
- Sí – confirmó la chica -. Ian, ¿qué te has tomado, eh?
- No es asunto tuyo – contestó él.
- Sí lo es cuando estás amenazando mi vida con una pistola – contradijo Aria.
- ¿Por qué? ¿Por qué no podías amarme a mí? – susurró.
- ¿Amarte? – preguntó ella.
- ¡Sí! ¡Amarme como lo haces con él!
Esas palabras la desconcertaron del todo. No esperaba un argumento como aquel.
- Yo no le amo, Ian – dijo ella, con un gesto de confusión.
- Entonces… ¿por qué te acuestas con él?
- Se le llama placer físico, ¿sabes? – dijo Ride.
- La relación que Ride y yo tenemos es solo física, Ian. Nada más.
- ¿Y no podía ser yo con quien tuvieras esa relación? Me conformaría con eso de ti.
Aquellas palabras hicieron pensar a la chica. Era cierto. ¿Por qué no haber estado con Ian, que además la quería? ¿Por qué entonces había escogido a Ride?
- Ian, escucha, no podría… como se lo que sientes por mí, utilizarte solo para mi propio placer sería injusto. No quiero hacerte daño – dijo ella.
- ¡Mentira! – gritó él -. ¡Si estás con él es porque sientes algo más! Te conozco, Aria. Y se que no estarías con alguien así porque sí.
- Esta vez te equivocas.
- No, no me equivoco. Pero tú no lo comprendes. Porque no estás aquí, en mi lugar, para ver como él te tiene sujeta y escondida mientras más de la mitad de su cuerpo está expuesto a mi pistola. No entiendes que no eres tú la única que siente, Aria.
Ella miró un momento a Ride, que no apartó los ojos de la pistola del chico.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Yo solo quería amarte. Pensé que si te daba un poco más de tiempo, te enamorarías de mí. Pero…
- No puedo controlar lo que siente mi corazón, Ian.
- ¡Tu corazón tendría que ser mío! ¡Porque soy el único que nunca te ha hecho sufrir, el que siempre ha estado a tu lado, el que te ha tendido una mano pasara lo que pasase, el que te ha protegido hasta ahora! ¡Me lo debes!
- ¿El qué te debo, Ian? - le encaró ella. No soportaba todos aquellos reproches -. ¿Qué quieres? ¿Una noche de pasión? ¿Dos? ¿Tres? Solo pídelo.
- Eres una puta.
La segunda bala del cargador de la pistola que Ride empuñaba salió con un fuerte ruido para estamparse en la silla que Ian tenía a centímetros de su cuerpo.
- No te debo nada, Ian. Porque aunque creas que es así, nunca has estado a mi lado en los momentos realmente importantes. Solo has sido mi sombra, nada más.
- Pero él te ha hecho sufrir, nunca ha estado contigo, se divertía con otras mujeres a tus espaldas y ¡ha estado a punto de matarte! ¿Como puedes amar a un tipo así?
- Te repito que no es amor -. Aria notó que en su voz había algo diferente. Algo de falsedad -. Ride no me debe lealtad, no tiene por qué protegerme de nada ni de nadie, ni siquiera de él mismo. Yo solita me metí en esto y lo se. No voy a cargarle a nadie las culpas de todo lo que me ha pasado por cosas que yo he hecho.
- No tiene por qué protegerte, pero ahora mismo lo está haciendo.
- Sí. De quien menos me lo esperaba. De ti, Ian. De ti. Eres casi peor que él. Porque por lo menos Ride siempre da la cara. Tu no. A veces pienso que no vales la pena, Ian.
La furia y la ira que llevaba conteniendo, se desataron. Apretó el gatillo con fuerza mientras dejaba escapar un grito. Sus ojos estaban cerrados, no sabía a quién le había dado. Pero de pronto, con otro sonido igual de alto, sintió un dolor muy agudo en el brazo. Abrió los ojos del dolor mientras caía al suelo; de repente, esperó realmente encontrarse una señal de que su bala no le había dado a ella. Y la tuvo.
- ¡¡Ride!! - gritó.

junto a.


La luz de la bombilla de aquella cocina parecía una vela en el pasadizo al infierno. Y podría ser peor. Ian se tambaleó un momento.
- Ah, vale, comprendo - se mofó -. Quieres vengarte. Está bien, vamos, mátalo.
- No es el momento ni el lugar - dijo ella solamente.
- ¡Pues yo creo que sí! Es el momento perfecto para matarlo. ¡Hasta habéis echado un polvo de despedida!
Aria volvió a cargar la pistola y le apuntó a la cabeza, sin dejar de mirarlo fijamente.
- Lo que haga o deje de hacer con mi cuerpo no es asunto tuyo.
- Ya, pero le estás vendiendo tu alma al diablo.
- Qué sabrás tú - le espetó.
- ¡Por lo pronto, se la habitación y el nombre del hospital donde tu padre se debate entre la vida y la muerte!
Aquello pareció golpearla más fuerte que cualquier bala. Toda su fortaleza se deshizo en pedacitos como una fachada que cae tras un vendaval. Tragó saliva un momento y tembló.
- ¿Mi padre?
- ¡Sí! ¿Y a que no adivinas por culpa de quién está a punto de morir?
Los ojos de Aria se movieron hasta los de Ride, que acaba de ponerse de pie.
- Bingo - dijo Ian, bajando la pistola y poniéndole el seguro para después guardarla en su pantalón -. ¿Ves? Es el momento perfecto para vengarte.
Ride lo taladró con la mirada, porque sabía que la estaba usando; la manipulaba ahora que era vulnerable a cualquier reacción porque había recibido la peor noticia de su vida. Entonces se dirigió hacia ella, que se giró a mirarle aún con la pistola cargada en su mano derecha. Él se detuvo frente a ella y la miró. En ese momento, extendió los brazos.
- Adelante - susurró.
- Fue tu padre... - susurró ella -. Él lo mandó asesinar... - comprendió la chica.
- Sabías que podía pasar, ¿verdad? Es lo que pasa cuando intentas jugar con la mafia, Aria. Ya lo sabías cuando aceptaste esto.
- No sabía que me descubrirían - musitó.
- Pero estuviste dispuesta a arriesgar, a pesar de todo.
- Ride, si mi padre muere...
- Vamos, aprieta el gatillo ahora, morena. Si tu padre muere, habrás cumplido tu venganza. Si no, habrás librado al mundo de una escoria como yo. Hagas lo que hagas, estará bien.
Ella sintió una presión en el pecho y las lágrimas acumulándose tras sus ojos. Su garganta empezó a secarse y respiró hondo, tratando de buscar un huequecito en su corazón o en su mente que estuviera calmado y le pudiera susurrar al oído qué debía hacer.
- Aria, solo tienes que apretar un gatillo. No es nada que no hayas hecho antes.
- Yo no mato a sangre fría.
- Cierto. No eres como yo - dijo él, sin dejar de mirarla.
Ian se acercó por detrás de ella y la levantó el brazo casi con suavidad, hasta que la pistola apuntó al pecho de Ride.
- Solo apriétalo - susurró a su oído -. Acaba ya con tus problemas y tus errores.
- Ride no... nunca fue un error - dijo, algo más firme -. Y no es muerto donde quiero verlo ahora mismo.
Con aquella ligera confesión en un susurro, el muchacho se apartó de ella. Aunque la pistola seguía apuntándole, Ride dio un paso hacia ella, hasta alcanzar su mano. La sujetó y la miró seriamente.
- ¿Seguro que es esto lo que quieres?
- Llévame con mi padre - susurró -. Por favor.
El chico cogió la pistola a la vez que ella la soltó y, después de ponerle el seguro, se la guardó en la cintura del pantalón, en su espalda. Apenas hizo ese movimiento, volvió a extender los brazos, esta vez, algo menos exagerado como cuando se expuso ante ella. Aria se tiró, se dejó caer entre los brazos de Ride, los cuales la rodearon con fuerza.
- Sigues siendo una niña llorona - la susurró.
- Y tú un asesino egocéntrico sin escrúpulos ni modales - dijo ella, sin apartarse de su cuerpo.
- Tranquila.
- Dime que todo saldrá bien.
- No quiero mentirte.
- ¡Miénteme! - le gritó -. ¡Miénteme si es necesario! ¡Hazlo! Pero no me dejes llorar...
- Llora. Eso aliviará tu alma y desahogará tu corazón - musitó, besándola dulcemente el pelo.
- Me han descubierto. Por eso han atacado a mi padre, Ride. Saben quién es él.
- Voy a acompañarte a verlo, no te preocupes, yo te protegeré.
- ¡No! - gritó, separándose a mirarlo. Él pudo ver por primera vez los ojos azules de la chica de un color rojo irritado. No le gustó.
- ¿Por qué?
- Porque puede que sea una trampa y que estén esperándome allí para matarme. Y si vienes conmigo...
- Entonces no te matarán y punto.
- No, nos matarán a los dos - le contradijo.
- No voy a permitir que me dejes aquí - sentenció el chico.
- Estás herido - recordó ella.
- Estoy perfectamente - cortó él. De pronto, se había puesto cabezón -. Te acompañaré.
- Pero...
Él se llevó el dedo índice de la mano derecha a los labios y la hizo un gesto de silencio. Ella solo suspiró.

domingo, 14 de febrero de 2010

Baaang!

- ¿Podrás levantarte solo?
- Sin problemas - contestó.
La chica apartó las sábanas y él trató de incorporarse, para sentarse en el borde de la cama. Hizo una mueca de dolor y ella le miró con cara de superioridad.
- Venga, sí, dilo - soltó él.
- Te lo dije - sonrió ella -. Al menos olvida tu orgullo por un momento y déjame ayudarte.
- No es orgullo - repuso él.
- Lo es - zanjó ella - y, además, ¿tú no habías dicho que estabas en mis manos de doctora? Entonces cállate y no rechistes ante lo que yo diga.
- Odio tu vena sarcástica.
- No es sarcasmo - dijo ella, arrugando la nariz.
- Como sea, ¿vas a echarme una mano o no?
Ella puso los ojos en blanco y le ayudó a levantarse.
- Mucho mejor - susurró, ya de pie.
- ¿Te mareas? - le preguntó, mientras salía de la habitación.
- No, parece que no - contestó en voz alta.
Trató de habituarse a la carga del dolor, a sus movimientos ralentizados y a sentirse debilucho. Entonces llegó hasta la cocina, donde estaba ella. Aria buscaba algo en un estante, mientras con su pie derecho rascaba el gemelo de su pierna izquierda. Él ladeó la cabeza.
- ¿Lo encuentras?
- Café, ¿no? - preguntó, sacando al fin un bote de color rojo.
- Cargado - contestó -. Oye, ¿por qué está todo tan oscuro?
- ¿Por qué es de noche? - dijo ella, parándose a mirarle.
- Me refería a por qué la lámpara es tan pequeña - dijo él, casi espetándoselo.
- Pues porque cuando me levanto por las mañanas, odio que haya una luz muy fuerte que me despierte de golpe - comentó.
Él no contestó nada. Se quedó mirando cómo ella manipulaba la cafetera, echándole agua y el café. Se apoyó en la encimera mientras éste se hacía y le miró.
- ¿Qué piensas hacer ahora?
- ¿A qué viene eso?
- Nos atacaron, ¿recuerdas?
- Sí, y yo me llevé un "souvenir", nena, que tampoco se te olvide.
Algo se revolvió en su interior. Quiso desviar la vista y dejar de mirarle, pero no lo hizo.
- ¿Por qué? - susurró entonces -. ¿Por qué protegerme de esa manera? ¿Por qué jugarte la vida así por mí? Contéstame, Ride, por favor.
Él resopló y echó la cabeza hacia atrás. Luego volvió a mirarla.
- Te dije que no volvería a repetirlo. Y no pienso hacerlo.
La cafetera anunciando que el café estaba listo hizo que dejara de mirarle. Pero aquello la había puesto a pensar.
Sacudió la cabeza y puso las dos tazas a rebosar sobre la mesa. Se sentó frente a él y dio un sorbo al café.
- Qué calentito - susurró.
- ¿Tardaré mucho en recuperarme?
- Se que odias que te limiten. Pero de momento, te aguantas.
- Sí, ya se, ya se. Me lo merecía.
- Bueno, al menos ahora, hacemos juego - susurró ella.
- ¿Qué quieres decir con eso?
Ella apartó la camisa de su hombro derecho y le miró, atravesándole con los ojos.
- ¿Habías olvidado la cicatriz que me dejó aquel balazo que me pegaste hace un año, justo como hoy, el día de San Valentín?
- Era mi regalo - dijo él solamente, bebiendo un poco de café -. Pero te recuerdo que me la devolviste con creces, muñeca.
- Solo fue un tiroteo de nada, nene, nada que te preocupara lo más mínimo, ¿no, gran héroe del silencio?
- Cállate - espetó él.
De repente, los ojos del chico se desviaron de los de Aria y se fijaron tras ella. La chica no comprendió hasta que escuchó un click tras ella. Como impulsada por un resorte, saltó de la silla, tirándola al suelo; sabía de dónde venía ese sonido. Era el cargador de una pistola. Se giró rápidamente y vio allí de pie algo que la sorprendió.
- ¿Qué haces aquí? - susurró.
- No me hables - contestó él, con voz grave.
- Estás borracho, Ian. ¿Qué te ha pasado?
- Te he dicho que te calles - respondió él, aún mirando a Ride, quien se mantenía calmado y sentado a pesar de estar siendo apuntado por un arma.
- Vaya, no sabía que un perdedor como tú tenía una 538 modelo B. El día en que acabe contigo, me la quedaré – dijo el chico.
- Ey, cálmate, Ian, por favor. Y baja la pistola, ¿quieres? – siguió Aria.
- ¡Te he dicho que te calles, maldita puta!
Con una velocidad increíble, la chica sacó su propia pistola, que había llevado enganchada en la goma de su ropa interior. Ride silbó.
- Cuidadito con la nena, Ian.
- ¡Cállate o te mataré!
- Si quisieras hacerlo ya lo habrías hecho - dijo Aria, con tono enfadado -. Ahora, bájala, idiota. ¿Qué bicho te ha picado?
Era su mejor amigo, pero todo tenía un límite. Y él lo había sobrepasado.
- Te he dicho que sueltes la pistola, Ian.
- Antes tendrás que matarme.
Ella cargó la pistola y volvió a apuntarle.
- No me lo digas dos veces.
- ¿Estarías dispuesta a matarme a mí por defenderlo a él? - gritó -. ¿Cómo has caído tan bajo?
- Ahora mismo, está herido y desarmado. No puedes matarlo así.
- ¿Lo proteges a cambio de tirártelo?
La primera bala del cargador salió con un estruendo para estamparse en la pared, justo frente a ella, rozándole el cuello al muchacho.
- Solo yo tengo derecho a matar a Ride - contestó la chica -. Ahora, vete, Ian.

viernes, 12 de febrero de 2010

piel.pasión.por favor.

Le odiaba, sí. Pero ya se había acostado con él antes. Y acababa de salvarla la vida. Tantas cosas incoherentes la desestabilizaban por completo. Suspiró suavemente y se levantó de la silla que había puesto al lado de la cama, donde él parecía dormir.
- Me has asustado - se quejó, cuando él, al parecer no tan dormido, la sujetó por la muñeca.
- ¿Dónde...?
- En mi casa - contestó -. Te traje aquí después de que nos atacaran.
- ¿Te has ocupado bien de mí? - preguntó.
- Ya no tienes ninguna bala en el hombro - le contestó, con cierta indiferencia ante sus palabras.
Se acercó a tocarle la frente para ver si tenía fiebre y, apenas le hubo tocado la frente, él la sujetó la mano.
- No es ahí donde tengo fiebre, muñeca - susurró.
Su sonrisa torcida la dio a entender que se recuperaba con facilidad de cosas como aquella. Él acompañó la mano de la chica bajo las sábanas y rozó con ella parte de su piel sobre el pantalón.
- Suéltame - susurró, con calma.
- Sabes que tu fingida indiferencia me pone mucho, ¿verdad?
- Tu alto nivel de libido no es normal, ¿sabes? Háztelo mirar.
- Me pongo en sus manos, doctora - sonrió, relamiéndose -. Y nunca mejor dicho - musitó.
- Suéltame. Es la última vez que te lo digo -. Dijo. Por alguna razón, empezaba a ponerse nerviosa.
- Oh, vamos. Ni que fuera la primera vez que lo sientes - la susurró al oído.
Ante el silencio de la chica, solamente la besó. Fue un roce descontrolado, duro y fuerte. Y profundo.
- Te he dicho que me sueltes - repitió ella, zafándose del amarre.
Sin darse cuenta, le golpeó con el codo en el hombro. Él dejó escapar un juramento y un pequeño grito.
- Lo siento - susurró, preocupada -. No quería hacerte daño. Al menos, no ahora.
- Está bien. Pero ahora, ¿cómo me compensarás, muñeca? - dijo, aún con la voz algo cortada.
- ¿He de hacerlo?
- Ven aquí.
Se mordió ligeramente el labio inferior. Odiaba a aquella rata. Seducía cuanto se movía, nunca podías contar con él cuando lo buscabas, era el hijo del peor enemigo de su padre y además, se creía dios. Pero aún así, verlo sentado a medias en la cama, con las piernas ligeramente abiertas y la mano tendida hacia ella, con el pelo medio revuelto, sus ojos azules clavados en los suyos y su sonrisa de niñato triunfador, la volvía completamente loca.

Sí. Estoy loca.

Cogió la mano que él la tendía y suspiró. Se acercó a él y apartó las sábanas. Se subió al colchón y puso una pierna a cada costado del cuerpo del chico. Le miró, con aires de superioridad, y le empujó suavemente contra la cabecera de la cama. Deslizó sus manos hasta la camisa del chico y fue desabrochando lentamente los botones. Trataba de no mirarle, a sus ojos que observaban con detalle cada movimiento que hacía y a su sonrisa, tan encantadoramente seductora.


Necesitaba encontrarla urgentemente. Tenía noticias sobre su padre. Estaba gravemente herido después de que los hombres del padre de Ride le tendieran una emboscada. Se acercó a la puerta de su habitación y se detuvo al verla entrecerrada. La sola idea de abrirla y encontrársela dormida sobre la cama le sacó un suspiro. Aquello que sentía latía en su pecho con fuerza. Se asomó ligeramente, con una sonrisa. Pero ésta se congeló en su rostro. Lo que veía allí dentro era la perfecta definición de pesadilla.

Ella estaba sentada sobre él, a horcajadas sobre su cadera. Ride tenía la mano enredada en la melena de Ari y la obligaba a echar la cabeza hacia atrás. Supo que era él porque, en su brazo izquierdo, con el que rodeaba la cintura de ella, tratando de hacer más profundo su roce, lucía aquel inconfundible tatuaje de un dragón. La camisa blanca que ella llevaba puesta estaba desabrochada y abierta, bajada hasta las muñecas, de donde no se la había quitado. Podía ver su perfecta figura moviéndose al son de los pasos de Ride. Entonces él dio un suave beso en el cuello de la chica para luego recorrerlo con su lengua, marcándolo con su saliva, hasta llegar a la oreja.
- ¿¡Qué está haciendo!? ¿¡Por qué no se resiste!? - pensó con desesperación.
Entonces, la chica enredó las manos en el pelo negro del chico y jadeó.
- Te odio - pudo decir.
- ¿Por qué? ¿Porque no eres capaz de controlar lo que te hago sentir, muñeca?
- Cállate, estúpido - dijo, seguido de un ligero gemido, con los ojos cerrados.
- Tu cuerpo me envenena, maldita. Me encanta tu olor, eres el peor de los afrodisíacos, nena.
- Tú tampoco estás nada mal - susurró entre gemidos, a la vez que llevaba una de sus manos a los labios del chico y los acariciaba, consiguiendo que él los lamiera mientras cerraba los ojos.
- Solo diré esto una vez... - susurró entonces él, y se detuvo a jadear un segundo -. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de aquella primera vez...
Ella jadeó más fuerte.
- Ride... Ride... - lo llamó.
- Muévete más rápido... por favor... Aria...
- No... no, puedo - dijo ella, tragando saliva -. Tu hombro podría resentirse con los golpes.
- Aria... maldita sea, no puedo más...
- Idiota... - se agachó sobre su oído y lo besó -. ¿Sabes? Me encanta saborearte lentamente, a mi ritmo - ronroneó.
Los ojos del chico llamearon un momento y luego, todo se volvió oscuro.

El chico se apartó de la puerta como si ésta hubiera estallado en llamas. Su propia respiración estaba entrecortada. Sentía lava correr por sus venas, la rabia golpeándole las sienes y el odio latiéndole en el corazón. Había perdido la cuenta de las veces que había soñado con aquello, con su pequeña Aria a su lado, con cada centímetro de su piel bajo sus manos, con cada jadeo, cada susurro... Y su peor temor se había hecho realidad. Que fuera otro quien ocupara el lugar que él tenía en sus sueños. Golpeó la pared con fuerza, sabiendo que no le escucharían y salió de allí como un huracán. Necesitaba un trago, alcohol, quemar adrenalina, matar a alguien, poseer a otro alguien. Necesitaba gritar.

domingo, 7 de febrero de 2010

¡CORRE!