lunes, 4 de julio de 2011

Nothing else.

Jugaba su mano más importante. Si ganaba, dispararía. Sin perdía, tendría que quitarse la camisa, cosa bastante molesta si tenía que salir corriendo después de disparar. La cuestión es que en cualquiera de ambas, dispararía. Era lo que tenía la conciencia del asesino a sueldo, que los remordimientos no eran para él. Pero sus ojos estaban fijos en la mujer en ropa interior negra frente a él. Estaba loca. Y condenada si descubrían que era policía. http://www.youtube.com/watch?v=GE_4RtpVVaw
Él no podía protegerla siempre y menos ahora que le odiaba por haberse enterado de a qué se dedicaba. Ella parecía concentrada en que el hombre que era su objetivo se fijase en su encanto de puta. Qué bien actuaba cuando quería la muy estúpida.
Cogió una carta más. La mano mejoraba. Esperó al siguiente turno pero ella se le adelantó. Lanzó las cartas sobre la mesa con rabia. El hombre que estaba presidiendo el juego empezó a reirse y con un solo gesto de su mano, el resto de hombres abandonó el salón, dejándoles solos. Mala señal. El bastardo quería jugar. Él se levantó también para abandonar el salón pero la sujetó por la muñeca y la llevó tras la cortina del lugar.
- ¿Qué haces? - susurró ella.
- Sal de aquí. Ya.
- ¿Qué dices? Ya le tengo. Solo tengo que jugar con él un poco y arrestarlo.

- ¿Tu no lo entiendes, verdad? - la musitó al oído -. No es solo jugar lo que quiere, morena. ¿No sabes lo que hace con sus putas?

- ¿Las viola? - preguntó, como si fuera algo obvio.

- Y las marca, las droga, las lastima y... - acarició su rostro lentamente, como si fuera la última vez que iba a hacerlo - las mata.
- No me vas a arruinar la intervención, Sho - le cortó, apartándole de un manotazo.
- Solo quiero que vivas - la dijo.
- No es algo que le tenga que preocupar a un asesino, ¿no crees? - siseó.
- ¿Tienes pruebas de lo que estás diciendo?
- Las tendré. Y sino, te mataré por engañarme y por todo lo demás - susurró, con fiereza en los ojos.
- Entonces te convertirás en alguien como yo - dijo, con una media sonrisa torcida que tantas veces la había hecho enloquecer.

- Lárgate - le empujó lejos de ella, volviendo a entrar en el salón.

- No siempre estaré para cuidar de ti - la advirtió.

- No necesito que me cuides - aseguró -. Puedo hacerlo yo sola.

El chico la vio entrar mientras se ponía la chaqueta que se había quitado en aquel estúpido juego de poker y se la colocó.

- Podrías - susurró -, si no te hubieran engañado ya, pequeña.

Sin esperar a nada más, salió del recinto y empezó a curiosear por todos lados. Había algo que le inquietaba y no pensaba largarse hasta que aquella sensación desapareciera.


Movió su cuerpo para los ojos lascivos de aquel viejo. Realmente odioso. Pero la imagen de los ojos del chico recorriendo su cuerpo mientras se movía, esas pupilas claras clavadas en cada curva de su piel la hizo sentir tranquila, incluso encendida. No podía dejar de moverse mientras imaginaba la sonrisa del pelinegro mientras la comía con sus ojos y se relamía los labios por probarla. Supo que algo no iba bien cuando aquel deseo irracional empezó a nacer en su pecho y a recorrer su cuerpo como si él de verdad la estuviera tocando. Quiso detenerse pero no pudo, su cuerpo se movía solo y pedía a gritos que la tocasen. Cerró los ojos un momento y se dejó caer sobre la cama al lado del hombre. Sin darse cuenta comenzó a jadear suavemente. Era porque la tocaban. Pero no solamente un par de manos. Eran más. Tenían que ser más para hacerla experimentar aquellas sensaciones tan brutales que rozaban el dolor. Aquello no era normal. Y tampoco era un sueño. Buscó con la mirada perdida cualquier signo de que estaba bien, pero el dolor mezclado con el placer nublaron de nuevo su capacidad de juicio, haciéndola gritar entre gemidos de dolor. Pidió que se detuvieran. Pero su voz no se escuchaba entre la sarta de burradas que decían sobre ella. Quiso defenderse. Pero la fue imposible moverse. Sentía el sudor recorrer su cuerpo, las sábanas pegarse a ella mientras un montón de pieles que no eran las del chico de ojos claros la rozaban de forma lasciva y caliente, brusca y forzada. Sintió que su pecho iba a reventar cuando todo se detuvo tras un ruido sordo.
- ¿¡Qué pasa!? - gritó uno de ellos al ver a su compañero tirado en el suelo.
- Apartad las manos de ella - siseó, disparando al que estaba sentado cerca del rostro de la chica y aún rozaba su cuerpo.

- ¿Qué buscas con esto, muchacho? - preguntó el mafioso, sin alteración aparente pero realmente asustado -. ¿Trabajo?

- Tú eres mi trabajo - dijo, apretando de nuevo en gatillo.

Su respiración agitada se confundió en sus oídos con el resto de sonidos que había en la habitación, los cuales no reconoció. Tardó un rato en sentir las manos que la estaban tocando de nuevo. Abrió los ojos cuanto pudo. Pero le reconoció por el tacto. Y por el olor.
- Sho...
- Te dije que no te dejarían vivir - susurró -. Te dije que te matarían.
- ¿Qué... por qué... vuelto...?

- Porque sabía que te habían engañado y te habían drogado hasta el punto de hacerte perder el conocimiento.
- No... yo... - intentó decir.
- Cállate.
- ¿Muertos...?
- Todos - confirmó, mientras se quitaba la chaqueta y la camisa y la vestía con ésta última, antes de volver a ponerse la chaqueta sobre su cuerpo desnudo -. Te llevaré, solo por esta vez.
Cuando cogió a la chica en brazos se dio cuenta de que se había desmayado. Suspiró y salió de aquel tugurio con ella en brazos, ante la mirada que nada le importaba de algunos borrachos que andaban por allí bebiendo como descosidos. Tumbó a la chica en la parte trasera del coche y al subir por el lado del conductor, arrancó. Su casa quedaba bastante lejos y no es que fuera una noche precisamente calurosa, pero abrió las ventanillas para ver si en ese tiempo la chica espabilaba un poco. Un rato después, la sintió moverse. Miró de reojo un par de veces y la vio revolviéndose, frotándose contra el sillón y jadeando. Maldijo por lo bajo. Seguía bajo los efectos de las drogas afrodisíacas. Eso era lo peor y más para alguien no acostumbrado a tomar la cantidad que aquel tipo debía de haberle proporcionado. Incapaz de escucharla jadear de dolor y seguir de piedra, el chico paró el coche en un callejón y apagó el motor. Se metió en la parte trasera del coche e intentó acercarse a ella. Vio un par de quemaduras de cigarrillo en sus brazos y en sus hombros, que quedaban algo descubiertos a causa de los movimientos que la chica estaba haciendo. Se agachó sobre ella y lamió las heridas intentando calmar la quemazón. Pero ella seguía gimiendo.
- Tócame - le rogó.
- Izumi... - susurró. Nunca la había oído hablar con aquel tono desesperado y lascivo.
- Sho - lo llamó ella, moviéndose con suavidad para acercarse a él y provocarlo.
Ella se enganchó a su cuello y lo lamió, enredando las manos en su pelo. Entonces él subió a la chica sobre sus caderas, de espaldas a él. Despacio pero sin recato, empezó a tocar cada punto sensible de su cuerpo con insistencia y experiencia, mientras ella se amarraba a su chaqueta y gemía inconscientemente, sin poder evitarlo. Intentó cansarla para que volviera a dormirse al menos hasta que llegasen a su apartamento. Pero al final después de un buen rato sin apartar sus manos del cuerpo de la chica
y escuchándola gritar su nombre como una posesa, se dio cuenta de que aquello no bastaría para menguar los efectos de la droga, por lo que después de un último orgasmo de la chica cuya cuenta había perdido, el chico volvió al asiento del conductor y arrancó otra vez. Cuanto antes llegara a casa antes la metería en la ducha con agua fría. Pero tenía un nuevo problema. El hacerle aquello en ese asiento trasero la había despertado en lugar de cansarla y ahora buscaba su cuerpo como una desesperada. Pasó los brazos por detrás del asiento y empezó a meter las manos bajo la chaqueta del chico mientras le mordía la oreja con lascivia.
- Para - le susurró -. Hagámoslo aquí - sonrió, ronroneando.

- Ni de coña. No más. En mi coche, más, ni lo sueñes - dijo, frío, apartándola bruscamente. O se estrellarían contra la primera farola que hubiera en el camino -. Además, soy un asesino y tu me odias - la recordó.

- Pero te necesito... - dijo en su oído - Sho.

Aquella forma tan sensual de llamarle le mataba. Aceleró. Antes de detenerse y de verdad permitir que le controlara el deseo de aquella manera. Tardó lo que le parecieron eternidades en llegar y apenas bajó del coche la chica estaba fuera empezando a desnudarse. Con cuidado la cogió en brazos para evitarlo y la subió hasta su apartamento. Parecía mentira que fuera a ser la primera mujer en entrar en aquel lugar. La mansión la habían pisado muchas mujeres. Su pequeño rincón de luz en el mundo, ninguna. Apenas llegó arriba intentó quitarse los zapatos pero ella se empezó a revolver hasta hacerle caer al suelo bajo ella. La chica ignoró sus sonidos de dolor por el golpe y empezó a lamerle la oreja mientras arrancaba el botón de su chaqueta y comenzaba a deslizar sus manos por el torso del chico. Él intentó quitársela de encima pero fue imposible sin hacerla daño. ¿Desde cuando tenía tanta fuerza? Pensó en cerrar los ojos y dejarse llevar. Pero él nunca hacía eso. Aquella no iba a ser una excepció. Intentó de nuevo detenerla y esta vez lo consiguió, obligándola a mirarle. Sus ojos estaban ligeramente rojos, su respiración era irregular, llena de jadeos roncos y su cuerpo ardía. Sintió algo de pena al ver a una criatura hermosa como ella en aquel estado tan lamentable.
- ¿Confías en mí? - la preguntó.
- No estaría intentando desnudarte para acostarme contigo si no fuera así - susurró, sonriendo como una tonta a causa del efecto de las drogas.
- Qué pena que tengas que estar drogada para decir esas cosas - suspiró él -. Entonces está bien. Voy a hacerte el amor hasta que no puedas más y se te quite la estupidez de encima. Voy a hacerte gritar mi nombre y gemir llena de sudor entre las sábanas de mi cama - siguió, abrazándola para que sintiera que no mentía -. Pero con una condición.
- ¿Qué más quieres de mí? - ronroneó ante su abrazo, buscando de nuevo atacar a su cuello -. Ya lo tienes todo.
- No hagas esto con nadie más - la pidió -. O me volveré completamente loco.

La chica soltó una carcajada y le besó de forma pasional y profunda. Saboreó sus labios mientras él dio por sentado que aceptaba la condición y empezó a explorar de nuevo su cuerpo bajo la camisa de seda blanca. Se puso en pie como pudo y tropezando con las paredes pero sin dejarla caer al suelo y ella sin abandonar su boca un solo instante, mordiéndole y lamiéndole sin cesar, intentó llegar a la cama para tumbarla y posicionarse sobre ella, aunque la chica no le dejó hacerlo, buscando ser ella quien dominara su cuerpo aquella noche. Nunca pensó en dejarse solo llevar. Pero lo hizo. Aquella noche de luna menguante y nubes negras en el cielo, lo hizo. Permitió que fuera ella quien se entregase a él y no él quien tuviera que jugar con ella para que lo hiciera. Solamente aquella oscura y fría noche.

Él no entendía que era exactamente lo que aquella mujer provocaba en él, qué era lo que tenía para cautivarle de aquella manera incluso cuando se enfadaba con él. Solo sabía que no era alguien a quien podía perder.

5 comentarios:

  1. Fnigdjoguoidfugiodufgoidfjgilnsdkjfndjgjighsdfbgjd
    Y no, el teclado no escribe cosas raras, sólo que la loca de su dueña se ha puesto frenética.
    ¿Recuerdas que deciamos que no teniamos palabras para "decir" lo que sentiamos hacia ellos? Pues bien, yo no tengo palabras para comentar esto.
    (Ignoraré tu respuesta, en vistas que creo que te conozco, y sé por dónde vas a salir ¬¬)

    ResponderEliminar
  2. Bueno, la idea era que te corrieras de placer. Si ese es el efecto provocado, todo está muy bien, sin más.

    ResponderEliminar
  3. ¿Sólo correrme de placer? Has conseguido más que eso, querida. Enamorarme más de él si es posible también.
    Además adoro lo que la dice ahora al final antes de entregarse a ella(L).(L)

    ResponderEliminar