martes, 27 de julio de 2010

¿Hero or a stupid man?

Cuando la última nota resonó suavemente en la habitación, el chico moreno sentado sobre el alfeizar de la ventana blanca y recostado en la pared abrió lentamente los ojos. Sus pupilas enfocaron la figura delgada que ocupaba el banco tras el enorme piano de cola negro.
http://www.youtube.com/watch?v=i_iLXZCCtQc
Con cuidado de no tropezarse, se levantó y caminó hacia él.
- Parece que te ha gustado este lugar, ¿no? - comentó la chica, mirando la silueta del chico recortada bajo la luz de la luna, que proyectaba también algunas ramas demasiado altas y los árboles del jardín -. Pasas mucho tiempo en él.
La chica omitió recordar que aquella, era su habitación.
- ¿Y sabes por qué?
Ella negó con una sonrisa.
- Porque aquí puedo estar con nuestra música, nuestra luna. Pero sobre todo, porque tú estás aquí - susurró, levantándose de la ventana.
La chica acabó de acercarse a él y levantó la vista.
- Suerte mañana - dijo.
-Tu voz me la dará - aseguró él -. ¿Vendrás?
- ¿Estoy invitada?
- Con pase VIP - sonrió él.
Sacó las manos de los bolsillos y, tras colocarlos sobre los hombros de la chica los deslizó hacia atrás, acercando a la chica hasta su cuerpo y estrechándola entre el hueco de sus brazos. Ella llevó sus manos hasta la espalda de él, correspondiendo a su abrazo. La chica apoyó la cabeza en el hombro del moreno y suspiró.
- ¿Puedo pedirte algo?
Ella asintió levemente.
- Dame un amuleto para mañana. Ayúdame a creer en nuestra victoria - susurró.
La chica se lo pensó unos segundos y luego levantó la vista de neuvo hacia él, sin apartarse ni un centímetro de su cuerpo. Se alzó levemente hasta alcanzar sus labios. Pero nunca llegó a rozarlos. El sonido del cristal de la ventana haciéndose añicos les hizo quedarse inmóviles, mirándose. El chico tragó saliva y dejó escapar el aire de sus pulmones. Giró la cabeza lentamente para ver a una persona subida en lo alto del árbol que había frente la ventana.
- Emy - musitó, con un dibujo de sorpresa en los ojos.
Era ella, no había duda a pesar de la oscuridad. Y aún conservaba su arma en la mano.
Al separarse levemente de él, temblando, la chica sintió un nudo en el estómago provocado por el pánico de la escena que veía ante sus ojos. La flecha coronada por un par de plumas negras pequeñas sobresalía del costado derecho del moreno. Las piernas del chico cedieron ante la herida y cayó sobre ella, quien se dejó caer al suelo acompañando al cuerpo de él. Ella colocó la espalda del chico apoyada en su pecho, para sostenerlo entre sus brazos mientras presionaba la herida alrededor de la flecha. Su mano se deslizó rápidamente hasta posarse sobre la de él, que intentaba detener el flujo de sangre.
- Escandaloso, ¿eh?
- ¡No es momento para bromas! ¡Tenemos que llevarte al hospital!
- No - cortó él -. Si voy allí... - su voz se entrecortó -. Si voy, no me permitirán jugar mañana... No puedes hacerme esto... Ericka... por favor... - rogó.
- ¿¡Pero te has vuelto loco!? - le gritó.
- Sabes lo importante que es para mí jugar mañana - dijo del tirón, para después pararse a respirar con dificultad.
- ¡Podrías morir!
- Ericka... Ericka... por favor - rogó de nuevo.
Lentamente, los ojos del chico se fueron cerrando pesadamente. La chica se olvidó de respirar.
- ¡¡¡Julian!!!

Faltaba poco para que los jugadores saltasen al terreno de juego. Poco a poco aparecieron desde los vestuarios y tras saludar a la afición, se acercaron a los banquillos a ultimar detalles de la estrategia. Mientras el entrenador hablaba, la mano de la chica arrastró al moreno fuera del círculo. Sus ojos mostraban algo de reproche. Los de ella, miedo.
- Por favor, déjalo - repitió por trigésima vez -. Por favor.
- Vamos a ganar. Te lo prometo.
- ¿¡Y qué hay de ti!?
- Sobreviviré - sonrió -. Tú y yo tenemos que celebrar nuestra victoria.
- Deja de sonreír cuando estás pensando en suicidarte - le espetó.
- Ericka...
- No, Julian, no. Es imposible, no podrás resistirlo y entonces...
- No, no podré - la cortó él -. Si no me apoyas y confias en mi desde el fondo de tu corazón, no podré hacerlo.
Sus miradas llenaron el vacío que dejó el silencio de sus palabras. La chica tragó saliva. Aún recordaba todas sus sábanas blancas manchadas de aquel líquido color escarlata que manaba del costado del chico. A pesar de haber sido atendido por un doctor en casa de Ericka, la herida podría abrirse en cualquier momento si no mantenía un reposo absoluto. La costilla que se había roto podría provocar que tuviera un derrame interno y se desangrase en cualquier momento, por no hablar de la herida que había dejado aquella cosa.
- ¿Sabes qué fue lo que me enamoró de ti? - preguntó él de pronto. Élla le miró, casi interrogante aunque fuera un tema que nada tenía que ver con su discución -. Tu optimismo. Tu forma de ver la vida. A pesar de que la vida es de color negro, tú lo conviertes todo en gris. Todo mi mundo es gris gracias a ti, Ericka. Por favor - la pidió, sujetando sus manos entre las suyas -, no vuelvas a sumirme en la oscuridad del color negro. Confía en mí. Por favor, confía en mí - la rogó.
Ella apretó los labios y luego suspiró, dejando que una pequeña lágrima se escapase de sus ojos.
- ¿Por qué nunca puedo negarte nada, idiota? - susurró.
- Porque tembién hay algo que te enamoró de mí - contestó él, sujetando aún una de las manos de la chica y usando la otra para colocar uno de sus mechones morenos tras su oreja. Aún con ambas manos ocupadas, se agachó sobre su rostro y besó aquella lágrima rebelde para llevársela consigo -. Dime, ¿confiarás en mí? ¿Me apoyarás y estarás a mi lado, Ericka?
La chica le miró a los ojos.
- Como siempre - contestó, tratando de regalarle una sonrisa de comprensión.
- Te quiero - la susurró, inclinándose sobre ella para besarla el pelo.
- Eso dímelo cuando salgas vivo del desafío de los noventa minutos - susurró ella.
- Te lo diré. Te lo repetiré tantas veces al oído que no podrás borrar de tu corazón mi voz jamás - dijo él, con una ligera media sonrisa.
La chica levantó la cabeza y le besó los labios lentamente. Él, algo sorprendido, cerró los ojos instintivamente. Al separarse de él, ella apoyó la cabeza en su hombro, cubierto por aquella camiseta blanca con el número veinticuatro.
- Ahí tienes tu amuleto. Ahora, ve y gana, capitán - susurró.
El moreno la abrazó con fuerza un segundo. Después, los chicos del equipo comenzaron a salir al campo y él los siguió, con paso firme y decidido.
A pesar de que tienes las alas lastimadas, intentarás volar hasta el final, ¿verdad? pensó ella, juntando sus manos con fuerza, como si rezase a algún dios que pudiese salvarle de aquello.

sábado, 24 de julio de 2010

Planetarium.

Sus dedos se posaban suavemente sobre cada tecla, dibujando cada nota con suma delicadeza. La melodía que inundaba la gran habitación de ventanales blancos de aquella mansión de aspecto palaciego era aquella a la que, un día, ella había puesto voz. Ahora no podía hacerlo sin llorar. Siempre es triste despedirse, se decía una y otra vez.
El sonido fuerte y decidido de un trueno eclipsó por un momento el sonido dulce del piano. Y también el ruido que causó la puerta doble de color blanco al abrirse de golpe. Los ojos de la chica cruzaron la estancia desde el piano, pasando por la cama situada en el centro de la habitación, bajo la lámpara de cristales y por el suelo adoquinado. Hasta posarse en la persona que se encontraba entre las dos puertas abiertas. Un fantasma. Un sueño, quiso pensar.
Pero ese fantasma se acercaba a ella. Se levantó, con cuidado de no tropezar y se colocó al lado del piano. Él llegó frente a ella, a una distancia corta pero demasiado grande para ambos.
- ¿Qué haces tú aquí? - susurró.
Otro trueno desdibujó la figura del chico con la luz que proyectó y que entró a través de la gran ventana.
- Tú también me quieres - dijo él.
La chica tragó saliva, pero mantuvo la voz firme.
- Sí. ¿Y qué? Eso no cambiará lo que ha pasado.
- Si tan solo pudieras mirarme de otra manera...
- Te miro como te has mostrado ante mí - susurró ella - Julian.
- Y te equivocas, porque tus sentidos te engañan constantemente - contestó él -, Ericka.
La chica morena cogió aire con fuerza.
- Vete. Desaparece. Por favor. Lárgate - dijo, cerrando los ojos con fuerza.
- ¿Dudas ante mí?
- Cállate - murmuró.
- El día del concierto estuve allí - susurró.
- Cállate - repitió ella.
- Esperé durante dos horas a que abriesen las puertas del auditorio. No acompañé a los muchachos al partido de la final. Por esperarte.
- ¡Cállate! - gritó, girándose a mirarle -. ¡No quiero escuchar más mentiras!
- Ericka - volvió a murmurar -. Gracias.
Dio media vuelta, colocándose frente a la puerta.
- Gracias por tocar nuestra canción aquel día - susurró, antes de empezar a caminar hacia la salida.
La chica dejó escapar un sonidito de sorpresa. Otro trueno inundó la habitación con su luz. Ella pudo ver entonces la ropa empapada del chico. Su pelo caía de forma descolocada y mojada.
- ¡¿Por qué?! - gritó entonces -. ¿¡Por qué estabas con ella!?
El chico se detuvo, pero no la miró.
- Porque es mi mejor amiga - dijo, simple.
- ¡Pero...! - la voz se la cortó -. Tú la besaste. Yo lo vi - murmuró -. La besaste, Julian.
- Se va - dijo él -. Deja el país. Ahora mismo debería de estar embarcando en el aeropuerto. Solo se despidió de mí. Porque sabía que no dudaría en venir a buscarte esta noche a ti.
Julian ladeó la cabeza para mirarla.
- Feliz cumpleaños, Ericka - susurró, con una cálida sonrisa.
- Julian...
El chico metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió a la salida. Antes de que saliese de la zona que dibujaba la sombra de la ventana, los delgados brazos de Ericka lo sostenían de la cintura. Estaban metidos en el hueco que había entre los brazos del chico y su cuerpo; las manos de la chica se cerraban con fuerza sobre su camisa mojada y podía sentir la frente de ella apoyada en su espalda.
- Ericka - susurró.
- Perdóname. Perdóname - musitó -. Por favor. Perdóname.
- No. Tú y yo hemos roto. Tú lo dijiste.
La chica se quedó sin aire. Las lágrimas finalmente escaparon de sus ojos.
- Pero - siguió él -, podemos romper cuantas veces quieras - sonrió -. Porque nunca te dejaré ir. Simplemente te atraparé de nuevo. Cada vez, te encontraré. Y te haré mía de nuevo.
Julian sacó las manos de los bolsillos lentamente. Sujetó las manos de la chica entre sus manos y luego la soltó para poder girarse a mirarla. Ella se dio cuenta de que incluso todavía quedaban restos de agua en su cara. ¿Había corrido hasta allí bajo la tromba de agua que estaba cayendo? Seguramente desde el campo de fútbol. El moreno alzó las manos hasta la cara de ella para quitar aquellas molestas lágrimas de sus mejillas. Una de ellas aún estaba a punto de caer, en su ojos izquierdo. El chico se agachó sobre ella para llevársela con un beso. Ericka llevó las manos hasta las de Julian, que sujetaban su rostro, para apretarlas. Para que no fuera un sueño.
- Julian... - repitió ella.
- Shh - la acalló suavemente -. Dime, Ericka, ¿volverías a cantar para mí?
Ella se lo pensó un segundo antes de asentir con la cabeza.
- Te tomaré la palabra - susurró -. Pero ahora...
Casi con un movimiento brusco el chico bajó hasta su cintura y la acercó a su cuerpo con una sola mano, mientras que con la otra la acarició la cara mientras fundía sus labios en un cálido beso.
- Ahora quiero tenerte a ti - musitó sobre su boca.
Otro trueno. Y después, el silencioso caer de la lluvia golpeó los cristales del ventanal blanco. Hasta el amanecer.

martes, 20 de julio de 2010

Dolce vita.

[Tengo la sensación de que debería hablar de mi vida, por la cosa de haber estado perdida por los océanos y esas cosas, pero no. Sería demasiado... no se ni lo que sería. Así que para contar esas cosas ya tengo un diario de viaje. Ahora, ¡a volar, imaginación! (como siempre, vamos xD)]


La pasta estaba ya echada en la cazuela, cuyo agua hervía. Mientras pasaban los seis minutos que tenía previsto para que se hiciesen justo en su punto, echó la carne y el tomate frito en la sarten, con una pizquita de aceite, y empezó a removerlo con ganas. Recogió algunas cosas que había dejado tiradas de los ingredientes y volvió a darle vueltas a la pasta.
Una vez lista, la echó en la sarten y le dio vueltas junto a la carne y el tomate. Minutos después, con las pinzas de cocina, colcoó los espaguetis cuidadosamente sobre el plato, buscando una forma de hacer que el plato quedase incluso bonito. Espolvoreó un poco de perejil sobre ellos y listo.
Sonrió.
- ¡Ya está! - gritó.
- Bien - dijo entonces el pelinegro, entrando en la cocina -. Ahora, ¿Sabes lo que toca?
- ¡Claro! - dijo -. ¡Dolce! - sonrió.
- Correcto - sonrió él también.
Adoraba esa locura que la chica tenía por los dulces que él hacía. Por los dulces y por cualquier otro plato que preparase. Ella siempre sonreía y se le iluminaba la cara solo con probar una cucharada de cualquier cosa que él hiciera.
- ¿Me ayudarás?
- ¿Podré hacerlo sin estropearlo?
Que ella supiese hacer algo tan simple como la pasta no significaba que fuera buena en los fogones.
- No seas tonta, claro que podrás. Vamos, ven aquí y ayúdame - le pidió, poniéndose el delantal negro en la cintura.
Él comenzó a pedirle los ingredientes y ella se los fue acercando rápidamente. Cuando no necesitaba nada, la chica se quedaba mirándole fijamente. Sus manos parecían tratar con suavidad el merengue y su mirada estaba totalmetne centrada en ello.
- Trae el cacao en polvo, per favore - sonrió.
- ¡Va bene! - contestó ella.
- Veo que le has cogido el truco al italiano, ¿eh pequeña?
- Por supuesto - sonrió ella, entregándole lo que le había pedido.
- Grazie, bambina - contestó él.
Ella volvió a acercarse mucho a él para observar cómo terminaba el postre. Una vez estuvo hecho, ella no podía quitarle los ojos de encima, mientras se mordía el labio.
- ¡Qué buena pinta! - gritó.
- Solo es tiramisú, bambi - dijo él, acercándose a ella.
- ¡Me lo quiero comer! - sentenció la chica.
Él se apoyó en la mesa y untó un par de dedos en los restos de merengue que había en el bol donde había mezclado los ingredientes y la llamó. Al girarse, la chica recibió una mancha en la mejilla.
- ¿Pero qué...? - soltó de pronto. Entonces cogió un poco con su dedo y se lo comió -. ¡Qué rico!
- Realmente, eres increíble - dijo él, suspirando.
La chica hinfló los mofletes y metió ambas manos en el bol. Y le cogió la cara entre ellas.
- ¡Ah! - gritó él, tratando de soltarse.
Ella empezó a reírse como una loca. Y luego se lamió los dedos para quitarse lo que le había quedado de merengue.
El muchacho entonces se acercó a ella y la atrajo hacia su cuerpo por la cintura. Al mirar a sus ojos ella pudo ver aquel brillo especial que tenían. Él se agachó sobre su cara y lamió un poco del merengue que quedaba en su mejilla. Ella sintió un escalofrío. Se acercó a él y besó sus labios, lamiendo lo que ella misma había puesto sobre ellos. Él sujetó su cara con la otra mano y correspondió a su sediento beso. Cuando consiguieron despegarse, dejaron que sus frentes reposaran la una sobre la otra. El chico volvió a lamer el merengue de su mejilla. La chica sintió una ligera descarga en la espina dorsal que le hizo cerrar los ojos.
- Lávate eso antes de que se te pegue - le susurró al oído.
Ella solo atinó a asentr con la cabeza.
- ¡Ah! ¡La pasta! ¡Se enfriará! - dijo entonces la muchacha.
- Venga, ¡presto, bambi! Sino, no será lo mismo - sonrió él.
Minutos después ambos estaban brindando con Lambrusco rosado frente a un par de platos de pasta a la italiana y un tiramisú estilo bambino con tan solo una vela en la mesa en la terraza llena de flores de uno de los edificios más altos de la ciudad desde donde había unas vistas del cielo perfectas debido a la ausencia de luz fuerte que eclipsase aquel brillo de la bóveda celeste que pendía sobre sus corazones.

http://www.youtube.com/watch?v=gavKoWmBUuQ

sábado, 3 de julio de 2010

Almíbar.

Dejó escapar un ligero suspiro y pasó la página. Al fin iba llegando al final. Todas las historias, bonitas o desagradables, ¿qué más da? Siempre terminan, supongo, pensó. Sus ojos se volvieron hacia las letras que formaban las palabras de cada línea de la página y no se desviaron de ellas ni cuando la puerta se abrió de pronto y se cerró de golpe. Después de escuchar como suspiraba con fuerza, ella dejó escapar una risilla.
- ¿Perseguido de nuevo por las guardianas? - preguntó, sin mirarle todavía.
- Entrar aquí es como ir a la guerra, ¿eh? - dijo.
Se separó de la puerta y se acercó a la cama, donde ella estaba sentada leyendo.
- ¿Y bien? - preguntó ella, bajando el libro -. ¿Quién ha ganado esta vez?
- Ellas, por supuesto - contestó.
La chica no pudo evitar soltar una carcajada.
- Es que tú no pintas nada en los dormitorios de las chicas - hizo notar ella.
El chico la miró con los ojos muy abiertos.
- ¿Ni siquiera venir a verte? - preguntó, con cierto recelo.
- Qué lindo - sonrío ella. La verdad es que a veces le gustaba molestarle un poco.
- Bueno, también puedo decir que he venido a incordiarte un rato.
Con esas palabras, el chico la quitó las gafas de leer de un solo tirón, aunque procuró no lastimarla. Rápidamente se puso de pie y la miró con la actitud de un niño pequeño que está jugando. La chica colocó el marca páginas entre las dos que estaba leyendo y dejó el libro sobre la almohada.
- Devuélvemelas. Ahora - dijo, poniéndose en pie tras él.
Él hizo un sonidito de negación mientras sonreía pícaramente.
- Ven a por ellas, preciosa - dijo.
- Sabes que suelo devolverte todas y cada una de tus bromas. Así que no te la juegues - su voz no era para nada seria, a pesar de su actitud, con la mano tendida hacia él esperando recibir sus gafas.
- ¿Y qué harás esta vez? - preguntó, curioso.
La chica dejó escapar una risa y se acercó a él lentamente. El chico solo la vio llegar a su lado y al mirar sus ojos, respiró hondo. Ella, por su parte, le sujetó suavemente de la camiseta y tironeando poco a poco se acercó todo cuanto pudo a su cuerpo y enlazó sus brazos tras la espalda del chico. Se empinó y colocó la cabeza en el hombro de él, para después dejar su aliento salir lentamente contra la piel del cuello del muchacho moreno. Él solo tragó saliva.
- Shin - ronroneó en su oreja.
- Oye, pelirroja, ¿Sabes qué es lo que haces? - murmuró.
- Ajá - musitó ella, levantando la cabeza para mirarle a los ojos.
Él se agachó un poco buscando sus labios. Pero ella soltó una risotada y se apartó de él con agilidad, sin dejar de reír.
- No voy a dejar que me beses hasta que no lo pidas por favor - dijo, casi cantarina -. Y de paso, me devuelves mis gafas.
Volvió a sentarse sobre la cama y le miró.
- ¿Qué? ¿Hay trato?
Él soltó un bufido y se acercó a ella con paso decidido. Al llegar al borde de la cama ella se empinó y se metió hacia el centro del colchón. El chico se subió de una vez y antes de que ella pudiera darse la vuelta, tenía una pierna del chico a cada lado de su cadera y a él sentado ligeramente sobre ella. Cuando intentó revolverse, él la sujetó ambas muñecas con una mano por encima de su cabeza y se recostó encima de ella, quedando sus frentes casi rozándose.
- No lo conseguirás - susurró ella.
Él sonrió.
- No te muevas... - musitó él.
Con la mano libre, el chico abrió las gafas y se las colocó de nuevo en su sitio. Ladeó la cabeza sin apartarla mucho de ella.
- Te sientan bien - comentó.
Entonces se dio cuenta de que ella temblaba ligeramente. De emoción. No se había dado cuenta de la situación que acababan de crear entre broma y broma. Él tuvo el instinto de levantarse y apartarse. Pero se quedó enganchado a aquellos ojos almendrados. La mano con la que sostenía ambas muñecas se movió y recorrió el antebrazo de su brazo izquierdo hasta llegar a la mano y estrecharla entre sus dedos. Hizo lo mismo con la otra, apoyando al final la frente en la frente de la pelirroja. Sincronizados, ambos cerraron los ojos.
- Por favor - musitó él. Ella se estremeció al sentir su cálido aliento sobre sus labios -. Por favor, por favor, por favor. Déjame besarte. Por favor.
- Idiota - murmuró ella.
Levantó la cabeza un poco y atrapó los labios del moreno entre los suyos. La forma que tuvo de empinarse hacia él dejaba entre ver aquella pasión que podía nacer entre ellos de repente. Devoró los labios del chico, consentida por él y después, le miró.
- Quítamelas - susurró.
Él deslizó la mano desde el brazo de ella, rozándolo con las yemas de los dedos hasta llegar a su rostros. Se entretuvo un momento acariciando su cara y después, la quitó las gafas. Las cerró con cuidado y las dejó un poco más lejos de donde estaban. Entonces su mano hizo el mismo recorrido de nuevo y volvió a cerrarse sobre la de la chica.
- Nunca más vuelvas a pedirme un beso - le dijo -. Sólo róbamelo.
- Eso haré - sonrió él, con sus labios rozando ligeramente los de ella.
Sus labios se movieron entonces hacia la derecha, recorriendo su barbilla su oreja, la parte baja de su cuello, su clavícula, y volviendo de nuevo hacia arriba.
- ¿Sabes lo que pasará si las guardianas vienen? - preguntó ella.
- Sí. Me expulsarán - dijo él, depositando otro beso en el otro lado del cuello de la chica.
- ¿Y no te importa?
- No - dijo solamente él.
- Te quiero - le susurró ella en el oído, mordisqueándole suavemente la oreja.
- Eh, no hagas eso - musitó él, temblando -. Sabes que tengo las orejas sensibles.
- Lo se. Por eso precisamente lo hago - sonrió ella.
Con habilidad, ella se zafó del amarre de él y se incorporó, obligándole a él también a quedarse sentado sobre las piernas y parte de la cadera de la chica. La miró sonreír y la acarició la cara para llevarla a un nuevo beso, más profundo que aquel por el que había rogado. Después de eso, ella le sujetó el rostro entre sus manos y empezó a besarle por toda la cara, incluyendo de vez en cuando el cuello y las orejas. Sentirle temblar a causa de sus caricias la hacía simplemente feliz.
- Déjame mimarte hoy - murmuró, tratando de hacer que se recostase sobre el colchón -. Porque a eso viniste aquí, ¿no?
Él, con la respiración algo cortada, sonrió.
- Me descubriste.
Le miró una última vez a los ojos antes de perderse bajo su piel morena y entre el torrente de sensaciones que la producía estar entre los brazos de aquel tipo orgulloso y tremendamente dulce ante sus ojos. Si había ido realmente porque la necesitaba, era que pasaba algo que le preocupaba. Algo que no le dejaba descansar o le mantenía intranquilo. A pesar de que existiera la otra cara de la moneda, que sería el hecho de que solamente la necesitase porque tenía demasiadas cosas acumuladas sobre sus hombros, no importaba. Todo daba igual en ese instante eterno. Quería ver brillar aquellas pupilas verdes del chico como si realmente, estuviera en el mismísimo cielo.
Porque le quería. Le quería más que a nada en este mundo.

jueves, 1 de julio de 2010

Recordando lo que Soy.

http://www.youtube.com/watch?v=d9hFkjXiAPY



La nieve caía suavemente sobre el asfalto y tejados, cubriendo todo a su paso de blanco. Hacía frío, pero nada fuera de lo normal en aquella época en un lugar como Japón.
La chica soltó su aliento sobre sus manos, que aún enguantadas, tenía algo frías. Miró a todos lados de la calle, pero por hacerlo, él no iba a llegar más pronto.
La madre del chico la invitó a entrar minutos después. Pero ella rechazó la oferta. No podía quedarse demasiado tiempo, tenía que volver a ayudar a su madre con mil cosas todavía.
Cuando escuchó la puerta cerrarse, miró el reloj. Cinco minutos, pensó. Pero pasaron diez. Suspiró y dejó el paquete que llevaba entre las manos sobre el alfeizar de una de las columnas que franqueaban la puerta. Se dio media vuelta y comenzó a caminar bajo la nieve.

El chico bajó del autobús y se estiró. Soltó la pelota que llevaba debajo del brazo y comenzó a patearla mientras caminaba hacia su casa. En el segundo cruce de la calle, se cruzó con la chica que había estado esperando en la puerta de aquella casa. Ni siquiera se miraron.
Al llegar a casa, entró con ansias. Pero antes, reparó en aquel paquete que había sobre la puerta. Al entrar, saludó y detuvo el rodar del balón.
Abrió el paquete. Llevaba su nombre. Al ver lo que había dentro y tras el comentario de su madre sobre la chica, él volvió a salir corriendo con el balón bajo sus pies y su regalo en la mano.
En la puerta del instituto, donde ella se había detenido para ver el patio completamente cubierto de blanco, el chico la dio alcance. Ella se quedó sorprendida al verle allí.
-Rui – susurró ella, mientras él recuperaba el aliento.
- Gracias por la bufanda- dijo él -. ¡Es muy calentita!
Ella sonrió.
-¿Qué haces aquí? Quiero decir…
-¿No fuiste tú quien fue a buscarme a mí?
- Sí, es solo que…
- ella le miró fijamente -. Feliz navidad, Rui.
- Lo siento, pero no tengo ningún regalo. Ya sabes que no soy precisamente del tipo de chicos que piensa en esas cosas
– se disculpó él.
- No tiene importancia – sonrió ella -. Me basta con que hayas venido hasta aquí corriendo para verme – susurró la chica.
Entonces el chico se amarró a la valla del instituto y se metió dentro de un solo salto, llevándose consigo el balón. Abrió la verja y la miró.
- Ven – dijo entonces el pelinegro, tendiéndola la mano.
Ella la estrechó con fuerza.
-No te muevas de aquí – la susurró.
La chica sintió un escalofrío y luego él empezó a corretear por la nieve, lanzando el balón en todas direcciones de forma loca, a la vista de ella. Entonces él volvió a sujetarla de la mano y tiró de ella hacia el edificio del instituto. Una vez dentro, se dirigió por las escaleras hasta la azotea. Parecía como si él hubiera olvidado que la llevaba amarrada y corría a toda prisa. Al llegar arriba, el chico la acercó a la barandilla, para luego apoyarse en ella.
-¡Tachán! – sonrió, mostrándola el paisaje.
En el enorme patio nevado, Rui había utilizado el roce del balón en la nieve para hacer aparecer unos trazos que e formaban un mensaje.
FELIZ NAVIDAD, AIKO.
-Rui… - susurró ella, con el corazón latiéndole a mil por hora -. Esto… yo… gracias – pudo decir al fin, sin dejar de contemplar aquel escenario.
Fue entonces cuando sintió los brazos del chico rodearla por los hombros y acercarla a él. La chica se quedó quieta, como si él se fuera a desvanecer si se movía.
-Te he echado de menos, Ai – susurró él.
- Y yo a ti – contestó ella, mientras sentía el aliento del chico rozarle la mejilla.
- ¿Has estado bien?
Ella hizo un sonido de asentimiento.
-Entonces estoy tranquilo – dijo, besándola el pelo.
- Gracias, Rui – susurró ella.
- ¿Por qué?
La chica se volteó entre sus brazos, quedando aún entre ellos. Le miró a aquellos ojos color chocolate y tragó saliva. Lo que sentía era demasiado fuerte, tanto, que a veces la asustaba.
-Por volver – dijo al fin.
-Gracias a ti por seguir en el lugar al que he vuelto – murmuró él.
Con una mano la acarició la cara, mientras que la otra se deslizó hasta su espalda. Con esa mano, la acercó de golpe a su cuerpo y fundió sus labios en un cálido beso. La chica, cuando reaccionó después de la marea de sensaciones que tuvo los primeros segundos, dejó que sus manos se cerrasen sobre la cazadora del chico que la sujetaba entre sus brazos y cerró los ojos para acabar de derretirse entre sus labios como lo haría la nieve de aquel regalo apenas llegase la primavera.