viernes, 17 de junio de 2011

Incluso si el mundo cambia.

Todo estaba a oscuras. Subió las escaleras despacio, una a una, sintiendo un peso cada vez más doloroso en el alma. Con cada escalón, sentía que la costaba más respirar. Una luz al fondo del lugar, que parecía estar en obras, la indicó que había llegado. Caminó hasta la puerta. Cogió el pomo. Cuando entrara en ese despacho se ganaría el cielo... o el infierno. Él estaba sentado en el sillón, tras el escritorio. Estaba ladeado, mirando hacia una de las estanterías, con los ojos cerrados y las manos entrecruzadas frente a su boca.
- Así que - susurró, abriendo los ojos y mirándola sin moverse -, has venido.

- ¿Me lo vas a poner así de fácil? Qué decepción - dijo ella. Ódiame, por favor, le pidió en silencio.

El Comisario se levantó de la silla con elegancia y tranquilidad. Metió el dedo en el nudo de la corbata y la aflojó para quitársela y dejarla sobre la mesa; y entonces sacó la pistola reglamentaria de su funda, dejándola sobre la mesa. Se acercó a ella y le tendió la mano.

- Será una pelea justa. El que pierda, perderá su derecho a vivir - dijo.
La chica sintió un nudo en el estómago. Para él parecía tan sencillo. Pero le conocía. Quería derrotarla porque él no la haría daño. Y parecía no saber qué haría ella en caso de que le venciese. Aunque le daba igual. La chica sacó su pistola y la puso en la mano del comisario, quien la dejó al lado de la suya. Se giró rápidamente para golpearla con el brazo pero ella le detuvo sin pestañear.
- ¿De verdad crees que puedes vencerme, Jin?


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- ¿De verdad crees que puedo perderte, Yarah?
Él se movió hacia su espalda para atraparla pero la chica se deshizo de sus intenciones y le golpeó el estómago. Él se encogió ligeramente pero la sujetó de la mano, haciendo que cayera en su trampa y pudo acorrarlarla contra su cuerpo y la mesa.

- No te estás esforzando nada - la susurró al oído. Ella se estremeció.

Molesta porque la hubiera atrapado y porque la hiciera sentir estremecimiento con su voz, echó la cabeza hacia atrás y le golpeó en la frente. Cuando la soltó le dio un puñetazo en la cara que él esquivó y la devolvió, lanzándola contra la estantería, de donde cayeron algunos libros. Él se miró la brecha de la frente y juró en todos los idiomas.

- Eres una cabezona - soltó -. Duele...

- Maldito bastardo, de verdad te has atrevido a golpearme... - se quejó ella, levantándose y mirándole de forma desafiante.

- Prefiero unas pocas heridas antes que una muerta - dijo él.

Rápidamente se acercó a ella y la acorraló contra la estantería, inmovilizándola.

- Voy a matarte - siseó ella.
- Vas a intentarlo - rectificó él -. Pero no lo harás. Ya no puedes vivir sin mi, no te engañes - la susurró.
Yarah se maldijo a sí misma y le golpeó en la entrepierna con la rodilla. Cuando él se encogió le golpeó en el pecho con la pierna y luego un puñetazo directo a su cara para alejarle cuanto pudo de ella. Jin acabó contra la pared y Yarah aprovechó para sostener el arma y apuntarle.

- Se acabaron los juegos - dijo, quitándole el seguro a la pistola -. Tienes que morir.

De repente él, mientras se ponía en pie, empezó a reirse de forma muy suave y tranquila. Yarah disparó, abriendo un agujero en la estantería al lado de la cabeza del chico. Como si quisiera decirle que aquello no era una broma. Jin se apoyó en la pared y sus ojos se vieron brillantes bajo su flequillo. Ella no lo entendió. Él respiró hondo, sujetándose el abdomen, y empezó a caminar hacia ella. La chica no retrocedió y él llegó hasta su altura, dejando que el cañón de la pistola apuntara a su corazón sobre su camisa blanca.

- Dispara - susurró -. Si tengo que morir... dispara, Yarah.

- Qué poco orgullo, Jin - susurró ella.
- Eres tú quien ha decidido humillarme de esta manera - suspiró -. Nunca sabes lo que quieres. Mátame o no, pero acaba ya.
- No quieres morir, no te hagas el fuerte - le espetó.

- Para empezar si no dudases, ya habrías disparado - dijo él -. Y otra cosa... ¿tan fuerte te crees que eres?

Ella pareció pensárselo. Luego levantó la cabeza, con mirada fría.
- Lo soy. Y no necesito ni tu protección ni la de nadie, ¿te queda claro?

- Entonces concédeme el último deseo de condenado a morir - la cortó -. Dame un beso.

- ¿Eh?

- Vas a matarme. Me has condenado a morir. Entonces, dame mi último deseo. Bésame, Yarah.

La chica tragó saliva. ¿Como iba a besarle y después a disparar? Era una locura. Pero no podía negarse. Dio un paso hacia él bajando la pistola y le besó de forma fría. Esperando a poder separarse cuanto antes de él. Antes de que el amor que sentía por él la obligara a olvidarse de todo. Entonces la mano de él sostuvo su mano. Pero lejos de quitarle el arma, subió por su brazo suavemente y llegó a su cuello, rodeándolo con la mano y entrelazando los dedos en su pelo mientras buscaba profundizar el beso. Quiso negarse. Quiso apartarse. No pudo hacer ninguna de las dos cosas. Se perdió en su boca, se perdió en sus brazos cuando la abrazaron.
Y de pronto recordó a sus sobrinos. Los niños. Se sintió tan tensa, tan traidora de su familia que la pistola se disparón. Ambos abrieron los ojos de golpe y se separaron con un amargo sabor. Ella sintió sus lágrimas resbalar por sus mejillas. ¿Le había disparado de verdad? Buscó la sangre. No la encontró. Ni la herida. Solo el agujero en el suelo, cerca de sus pies. Soltó la pistola, relajada de pronto y sintió sus piernas temblar. Él la sostuvo y la apoyó en la mesa.
- Jin, no... no...

- Tranquila. No les pasará nada.

- ¿Que? ¿Tú sabes...? - musitó, sorprendida.

- No hay nada que puedas esconderme, pequeña - la susurró, abrazándola -. Porque conozco hasta lo más profundo de tu alma.

Yarah cerró los ojos y respiró el aroma de Jin. Y entonces sintió un golpe seco en su cuello. Luego, ya no sintió. Él la sujetó entre sus brazos y la miró.

- Yo me encargaré de que no vuelvan a lastimarte. Te lo prometo - susurró, besándola el pelo.

La cogió en brazos y la bajó a la parte baja de la comisaria. La tumbó con cuidado en los sillones de la sala de espera y la tapó con su chaqueta negra. Recogió la pistola y también la de ella. Las iba a necesitar si quería proteger lo que ahora le importaba de verdad.

viernes, 3 de junio de 2011

Así como eres.

Aquella calle era la más peligrosa del barrio bajo de la ciudad. Los carteles de neón de varios baretos colgaban de un cable y las luces parpadeaban de forma molesta. El agua de las alcantarillas mojaba el suelo de asfalto negro y se escuchaban las patas de las ratas correteando por ahí, entre los cientos de cubos de basura que habían en las aceras.
La música resonó en la vieja y podrida callejuela cuando él abrió la puerta del tugurio al que iba. Pasó entre la gente que se amontonaba en la aprte de atrás y llegó hasta la barra. El camarero, un chico alto de unos veinticinco años, limpiaba copas de coctail cuando le miró. Vestía un traje negro. La camisa era blanca, con el cuello y los botones en tela negra de seda. Y posiblemente fuera armado.
Sus ojos claros ligeramente oscurecidos por el ambiente del lugar y la poca luz le indicaron que debía ponerle lo de siempre. El hombre sacó un cigarro del bolsillo interior de la chaqueta y lo miró. No tenía ganas de fumar. Más bien, no quería hacerlo. Porque a ella no le gustaba el olor a tabaco en sus camisas ni el sabor a nicotina en su boca. Suspiró. ¿Desde cuando pensaba de esa manera? ¿Era posible que sintiera "algo"? Volvió a negárselo a sí mismo y encendió el cigarro.
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A penas le dio una calada, se giró en la silla a ver el espectáculo que había montado en la barra metálica de striptease, porque de pronto las babas y gritos obscenos de quienes estaban sentados en las mesillas, cerca del escenario, le habían llamado la atención. Vio un cuerpo esbelto, blanco, más bien poco cubierto con algo de lencería negra y de encaje, salir bailando sensualmente. Le gustaba la lenceria de encaje. Y además... ladeó la cabeza. Y sonrió de forma torcida. Sí. Conocía ese cuerpo. Esos lunares en el vientre. Los reconocería donde fuera. Había recorrido el mapa de su piel demasiadas veces como para no tenerlo grabado en la mente y en la piel. ¿Pero qué hacía aquel cuerpo allí? Empezó la música. Él mostró una mueca de sorpresa. ¿Desde cuando ella capaz de ser tan sensual frente a los demás? El baile desde luego era una maravilla. Se movía suavemente, con calma a pesar de la música que invitaba a desnudarse. Por un momento pensó en quedarse mirando qué estaba haciendo. Pero algo le llevó a levantarse. Sus ojos. Miraban a ninguna parte. No brillaban bajo las luces de colores. Algo faltaba allí. Algo que se dio cuenta, era demasiado importante para él. Sin apartar los ojos de ella, que siguió bailando alrededor de la barra de metal, el chico cogió la copa que había pedido y le dio un trago enorme, sintiendo cierto quemazón en la garganta al tragar el alcohol. Pasó entre la gente, sin que nadie le detuviera y en el instante en el que el corsé de la chica empezaba a soltarse, él la detuvo, subiendo al escenario de un salto. La chica, de espaldas al público, se intentó girar. Pero el hombre tiró de los cordones para apretarlos y ella sintió que se la cortaba la respiración.
- ¿Qué...? - empezó ella, aunque con la música y el alboroto sería imposible que la escuchase.
- ¡Eh, tú! ¡No nos estropees el show!
La música se detuvo y las luces se volvieron algo más claras. Así los que estaban allí pudieron verles mejor. Él ni se inmutó, siempre con esa cara indiferente y esa mirada fría.
- ¡Vete! ¡Deja que se desnude ya! - gritó otro.
- ¡Eso, baja de ahí y búscate otra puta!
El hombre dio un silbido con la lengua y el ruido cesó ligeramente.
- Esta puta, señores - dijo él, con voz firme y amenazante -, es mía. Así que, el show ha terminado - sentenció.
Los guardias de seguridad no le detuvieron. Le conocían demasiado bien como para cometer esa locura. Incluso uno de los clientes le tiró una botella de cristal a la cabeza y uno de los guardias la detuvo, echando inmediatamente a aquel borracho baboso. El camarero avisó a otra chica que salió de inmediato al escenario mientras el hombre desaparecía tras una cortina de terciopelo rojo hacia algún lugar en el rincón más oculto del tugurio, tirando de ella por la muñeca.
La sala era algo más lujosa que el resto del bareto. Moqueta roja terciopelo y paredes oscuras con sofás de cuero negro. Él se sentó en uno individual y la miró. Ella no se movió.
- ¿Por qué has hecho eso? - le recriminó -. Tú y yo terminamos.
- Eres una bailarina pésima, cariño, me dabas pena - comentó, recostándose y cruzando las piernas -. ¿Qué haces aquí?
- No tengo por qué contestarte - cortó ella, dándose la vuelta.
- Izumi - la detuvo con voz fuerte -. Ni se te ocurra salir por esa puerta. Te comerán.
- ¿Qué te hace pensar que prefiero estar aquí contigo antes que dejar que me coman ahí fuera? - preguntó, algo enfadada.
- Que me adoras demasiado como para dejar que otro que no sea yo - susurró en su oreja. Ella se sobresaltó. ¿Cuándo se había levantado y acercado tanto a ella? Su aliento golpeó su nuca -, te toque de esta manera - musitó, pasando ambos brazos por su cadera para acercarla a él.
La chica notó la tela del traje rozarle los hombros. Realmente estaba detrás de ella, tocándola la cadera desnuda con sus manos calientes y con tendencia a ser dolorosamente protectoras.
- ¿Y tu? ¿Qué haces aquí? - susurró ella, sin poder moverse.
- Salvar a una zorra de que sea cazada, ¿te parece poco? - dijo él en su oreja.
- No me llames...
- ¿Y como tengo que llamarte? - la cortó -. No se si te has dado cuenta de que eso es lo que estabas haciendo. Zorreando delante de viejos gordos y babosos... con dinero - musitó.
Ella trató de girarse a mirarle pero él solo la dejó darse la vuelta, nada de alejarse de él. La chica apoyó las manos en sus hombros, intentando alejarle.
- No te permito que me llames puta de ninguna manera, ¿me entendiste, Sho? - le gritó -. Ni tu puta ni la de nadie.
- Nunca te pagué por estar contigo - recordó él.
Ella tuvo que callarse. Puta solo era una palabra. Lo sabía.
- ¿Y por qué...?
Él rápidamente llevó la mano al cuello de ella, entre su pelo, y la apoyó en su hombro.
- Deja de haacer estupideces, ¿quieres? - susurró.
No era ninguna estupidez. Estaba trabajando. Como infiltrada en una misión de alto riesgo. Pero solo asintió con la cabeza con suavidad. Cuando ella trató de abrazarle por la cintura él la detuvo y puso sus manos alrededor de su cuello. En la cintura, atrás, llevaba la pistola consigo. La que usaba siempre que tenía que matar los encargos que le hacían. No por nada, era un asesino a sueldo. Y de los buenos.
- Aunque he de reconocer que me has calentado - la susurró. Ella se imaginó la sonrisa sádica que estaba poniendo y se separó de él.
- No - contestó. Técnicamente, estaba trabajando.
- Sí - dijo él -. Y sabes que en cuanto te bese - musitó, acorralándola contra la pared sin darla lugar a escapatoria -, no podrás alejarte de mí.
- No, Sho, no otra vez... - susurró, en un último intento de hacerle entrar en razón.
Pero el chico de ojos claros solo sonrió con la mirada y la besó con tal pasión que sus salivas se mezclaron bruscamente por el contacto entre sus lenguas. Ella trató de apartarle los primeros segundos. Pero cuando él la dejó morderle el labio como tanto adoraba hacer, sus brazos dejaron de apartarle para acercarlo todavía más a su cuerpo medio desnudo. Sintió sus manos en su cadera. Como siempre. Sin brusquedad. Acogiéndola entre sus brazos con suavidad a pesar de lo pasional que era él.
El chico de ojos claros recorrió sus brazos y los llevó hasta encima de su cabeza, sujetándolos con una mano por las muñecas y bajando la otra de nuevo a su cadera. Pero él no era el único que podía sentirse de aquella forma tan lasciva; la chica buscó sus labios de nuevo hasta darle un beso casi asfixiante, como si quisiera marcar su territorio dentro de sus labios. Esperaba que fuera consciente de que él no
era el único que podía atrapar a alguien. Sino que ella también sabía atraparle a su voluntad para jugar con él. O para amarlo. Fuera lo que fuera, seguía siendo para que fuera suyo.