domingo, 21 de abril de 2013

Mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor...

Keira no se acostumbró fácilmente a la soledad del apartamento. Estar sola no le daba ninguna libertad que no tuviera cuando también estaba Ryu, por lo que realmente era triste sentirse de esa manera. Aunque tenía que agradecer que aquel lugar fuera el paraíso, y no el infierno en el que había vivido durante los últimos ocho años. 
El primer día de trabajo fue duro. La entrevista no fue demasiado complicada. Con la ropa que tanto había provocado a Ryu consiguió el mismo efecto en Yukiya, aunque la mirada de su nuevo jefe la había dado náuseas  Él no la reconoció. Había contado con ello. Después de todo, había cambiado mucho. Y no solo físicamente. La secretaria del segundo al mando, un tipo raro llamado Kai que llevaba las cuentas de la empresa, no estuvo de acuerdo con su contratación. La mujer parecía querer tener el monopolio de "debajo de las mesas de los jefes." Como si a Keira le interesara eso. Ella estaba por encima. Desde el momento en el que entró en aquel edificio, en aquella empresa, había estado memorizando todo lo que veía a su alrededor, fijándose en cada movimiento y en cada pequeño descuido. Hasta en cómo tomaban los jefazos el café. Para poder entrar en las oficinas sin que nadie sospechase de ella. Sin embargo, aquello le llevaría más tiempo del que había imaginado. Siete meses y una semana, para ser exactos. Lo llevaba prácticamente apuntado en el calendario. Aunque habían sucedido cosas que llevaba apuntadas en otro sitio más profundo. Cosas que Ryu la había grabado a fuego en la piel y en el alma. 
La primera semana que estuvo trabajando con Yukiya fue capaz de hacerle un acertado perfil psicológico, pero nada más. Y para colmo, ese fin de semana Ryu tuvo un viaje de negocios y no volvió a casa. El lunes, al volver del trabajo en el coche que el pelinegro le había prestado, encontró algo que no esperaba. Junto a la puerta del garaje había una caja. Sin nombre ni dirección. Quien la hubiera dejado allí sabía quién vivía en ese apartamento. Por si acaso era peligroso, la chica lo había abierto allí fuera. Y se sintió estúpida al haber pensado que aquello podía tener algo de peligroso. Un libro. Solamente había un libro dentro de la caja. Entonces cayó en la cuenta. Solamente una persona sabía que ella vivía en aquel apartamento. No entendía la razón de un regalo por parte del pelinegro, pero tuvo que reconocer que el chico había dado en el clavo con su gusto por las novelas de misterio mezcladas con parte de un pasado histórico oculto y, sobretodo, con malos avariciosos que siempre acababan jodidos. Después de aquel, cada semana llegaba una caja. Algo que, al final, Keira se acostumbró a esperar.
Los fines de semana que Ryu volvía, al principio, los pasaban hablando de trabajo. Pero poco a poco, el pelinegro se acostumbró a tumbarse en su gran sofá de cuero negro con Keira a su lado, bien sentada en su regazo o tumbada junto a él. A pesar de que llevaba el pelo corto, el chico tenía la inconsciente costumbre de juguetear con su flequillo entre los dedos. La sensación de tenerla allí, tan cerca de él, paliaba toda la soledad que sentía durante la semana entera. Cada vez le costaba más mantener oculto a los demás que algo bueno le estaba pasando. Keira le estaba cambiando. Y aunque tratara de luchar contra eso y a veces fuera borde con ella, no podía evitar sentir la necesidad de abrazarla contra él. Sin embargo, a pesar de eso, cuando estaba enfadado por algo de su trabajo o pensaba demasiado, se volvía arisco. Algo con lo que Keira sabía lidiar a la perfección. 
- Podías dejarme un huequito - le dijo, mirándole tirado cuan largo era en el sofá -. Quiero ver la película. 
- La han puesto millones de veces en la tele - respondió él, sin moverse. 
- Sí, pero te recuerdo que llevo ocho años sin ver una televisión - le espetó. 
Él no respondió. Ella suspiró. 
- Ni siquiera eres capaz de darte cuenta todavía de cuándo quiero estar a tu lado para que dejes de pensar. Maldito cabezón orgulloso - susurró entre dientes, fastidiada por tener que decirlo. 
El pelinegro la sujetó de la mano y tiró de ella hasta tumbarla en el sofá. La miró un momento intenso y luego la mordió la oreja. Para Ryu aquello era como el beso que desencadenaba todo. Porque nunca la había besado los labios. 
- Si quieres que deje de pensar vas a necesitar más que una película - la susurró en el oído, lamiendo la zona que había mordido. 
 - Entonces apaga la televisión - respondió la morena, deslizando la mano sobre la camiseta del chico y llegando a la goma del pantalón de deporte que llevaba puesto. 
La sonrisa de complacencia del pelinegro la hizo temblar. Como lo hacía cada vez que le veía en la cocina a la mañana siguiente preparando algo para comer. Con sus vaqueros azules y sus camisas viejas o sus camisetas de manga corta, fuera como fuera, concentrado en hacer la comida para los dos mientras ella no podía apartar los ojos de él. Ni siquiera cuando él se daba cuenta y la pillaba mirándole de forma descarada. La daba igual. Porque quería mirarle. Y punto. 
Cuando la chica cumplió los dos meses en la empresa, le pagaron su primer salario. Como había entrado a trabajar a mitad de mes, le habían pagado los dos meses a la vez. Un par de días después de eso, Keira cumplió veinticinco años. Ryu tuvo que viajar de nuevo, pero a la semana siguiente volvió al apartamento. Keira se asomó a mirar al elevador mientras lo escuchaba subir. Reconocía que aquel sonido le ponía el corazón a mil, sabiendo que él estaría tras aquella reja. Pero aquel día lo primero que vio fue una gran cabeza de color azul. Se acercó despacio y vio salir al pelinegro de detrás de aquel oso de peluche gigante. 
- Feliz cumpleaños - sonrió él. 
El gesto de la cara de Keira le recordó al de una pequeña niña inocente. Dando un grito de alegría, la chica se tiró encima del oso, que la sujetó a la perfección de lo grande que era, y le dio un abrazo. Casi no podía abarcarlo. 
- Vale, deja de hacer el bobo - dijo Ryu, entrando en el apartamento. 
- Oh, vamos, es genial, y blandito - respondió ella -. Y huele como tú. 
- Será porque casi tengo que salir yo del coche para traerlo - ironizó él -. Bueno, ¿qué? ¿Ya has amortizado tu primer sueldo?
En realidad tenía más que de sobra con el dinero que Ryu dejaba allí todos los meses. Pero había caprichos que no estaba dispuesta a que él pagase. 
- Sí - dijo, levantándose del regazo del oso y tratando de sacarlo del elevador. 
- ¿En qué?
La chica pasó a su lado con el peluche entre los brazos y movió hacia los lados la boca. Estaba comiendo un chupachups. 
- ¿En eso? - soltó él. 
Ella asintió y señaló con la cabeza la mesa del escritorio. Había un saco entero de esos allí encima. 
- ¿Va en serio? - preguntó, aún incrédulo.
- ¿Qué pasa? Me encantan - respondió Keira, dejando el oso en el suelo, al lado de la cama.
Ryu se acercó a ella después de quitarse la americana y le robó el chupachups de la boca.  
- Te saldrán caries - dijo solamente. 
Antes de meterse el caramelo en la boca y sonreír de forma torcida. La morena solo deseó recuperar aquel dulce. Y probar su saliva solamente por una maldita vez. 
El oso de peluche gigante había sido la peor idea de su vida. Pero al ver la ilusión de Keira esa sensación había desaparecido. Ella no le acusaba de cursi, antiguo o loco. Es más, juraría que había acertado. Cosa de la que se dio cuenta la noche que llegó al apartamento después de tres semanas lejos y se encontró a Keira durmiendo acurrucada al oso de peluche. Al verla, la tapó con la sábana y se dirigió al sofá para dormir. Pero no había podido resistir la tentación de mandar el peluche al sofá y ser él quien acurrucara a la chica entre sus brazos. Junto a su calor. Algo que Keira reconoció incluso en sueños cuando se aferró con fuerza a él y sonrió dulcemente en su inconsciencia.
Durante los meses siguientes, además de hacer su trabajo para Yukiya y a la vez ocuparse de investigar hasta las raíces de aquella empresa, Keira siguió vigilando los movimientos del recientemente aparecido Chen. Aún no parecía recuperarse del todo, pero últimamente había visto por la oficina de Yukiya a alguien que podía ir de parte de él para hablar de negocios. Había puesto sus siete sentidos en vigilarlo todo para no perderse absolutamente nada. Ryu estaba también acostumbrado a recibir los informes de Keira. Aunque lo que no decía era que, estuviera con quien estuviera, ocupado o no, fuera donde fuera, siempre lo interrumpía todo para hablar con ella. Para escucharla, aunque fuera hablar de su venganza. Cuando se dio cuenta de que anteponía el sentimiento de calidez que le provocaba Keira antes que su venganza, Ryu dejó de ir por el apartamento. Así sin más, sin dar explicaciones. En cada llamada, contestaba brevemente, solamente escuchaba. E incluso hubo veces que colgó el teléfono cuando ella llamaba. Empezó a sentirse confuso y eso no le gustaba absolutamente nada. ¿Podía sentir algo por ella? ¿Debía hacerlo? No estaba dispuesto a dejar que su corazón le dijera cuál era la elección que debía hacer si en algún momento tenía que decidir entre venganza... y vivir. Trató de culpar a Keira de eso, como si hubiera sido ella la que le había seducido y le estaba jodiendo, como si fuera ella quien le estaba cambiando por dentro y le estaba volviendo completamente loco. Pero en el fondo, sabía que ella no era más que una mujer por fuera y una niña aún asustada e inocente por dentro. Y si le tenía desesperado de aquella manera, era porque él se había dejado. Incapaz de resistirse a ella. Por su parte Keira se enfadó al principio. No entendía a qué venía aquella forma de comportarse por parte del pelinegro, aquel cambio respecto a ella. ¿Habría hecho algo que le había sentado mal? ¿Por qué no respondía al teléfono como antes? ¿Y por qué la había dejado tan sola? Sin embargo al final terminó pensando que a Ryu solo le interesaba su venganza y que si ella había esperado más de él, se había equivocado. Si Ryu no tenías más prioridad que esa, ella no dejaría que él se convirtiera en su propia prioridad. Si él deseaba una relación así, de socio a socio, algo frío, firme y sin sentimientos, ella así lo haría. O al menos, lo intentaría. 
Una tarde, siete meses después, Ryu estaba sentado en el sillón reclinable de cuero de su despacho, echándole un vistazo a los últimos informes de su ayudante de cuentas cuando la pantalla del ordenador se quedó totalmente en negro. Él dejó la taza de café sobre el escritorio y tanteó algunas teclas del teclado e incluso movió el ratón hacia los lados intentando volver a recuperar la visibilidad de la pantalla. Antes de que se levantase para buscar a un técnico en informática, un mensaje en letra verde y en formato de códigos de sistema apareció en la pantalla. 
"Deberías aplicarte más en lo que a seguridad informática de la empresa se refiere, Kagura."
El pelinegro chasqueó la lengua y se acercó al teclado. Estaba muy cabreado. Aquella persona parecía haberse paseado por sus sistemas como Pedro por su casa y eso le ponía enfermo. ¿Quién se creía que era para tomarse ese derecho? Al escribir, hundió las teclas con fuerza hasta el fondo del teclado.
- ¿Quién cojones eres? - escribió mientras gruñía. 
"Blue. Y soy quien acaba de evitar que un virus que se había saltado todas las murallas de tus técnicos acabara con absolutamente toda la red informatizada de tu querida empresa, so imbécil."
- ¿Y por qué lo has hecho?
"Porque esta es mi forma de protegerte."
- ¿Protegerme? ¿Tú a mí? ¿De qué?
"Sí. Protegerte. De quienes intentan destruirte. Igual que tú me protegiste a mí de quienes intentaban destruirme, Ryu." 
El pelinegro iba a escribir la siguiente pregunta cuando sus dedos se congelaron sobre el teclado. Contuvo el aliento un instante. 
- Keira - pronunció en voz alta. 
Blue debía ser su nombre como hacker. Por un momento se quedó sin palabras. ¿Le había estado vigilando a él también? Si desde luego había sido capaz de detener un ataque como el que estaba diciendo, realmente le debía una muy gorda a la chica.  
- ¿Qué le has hecho a mis ordenadores? - volvió a escribir. 
"Nada. Solamente estoy hablando contigo, el resto de ordenadores funcionan a la perfección, no te preocupes."
- ¿Y dices que alguien ha intentado sabotear mis sistemas?
"Exacto. Con la precisión de un halcón, para más detalle. Iba a por todas."
- ¿Cómo lo has detenido?
"Ah. Secreto profesional."
Ryu imaginó a Keira riéndose de él ante aquella respuesta y no pudo evitar sonreír levemente. 
"Bien, ahora que he limpiado toda tu mierda, volveré a mi trabajo. Señor Kagura, un placer."
- Espera - dijo en voz alta, antes de poder escribirlo. 
La pantalla volvió a cambiar de nuevo y los documentos que estaba revisando aparecieron otra vez frente a sus ojos. Suspiró y se recostó en el sillón. Keira se había dado cuenta de que pasaba algo así incluso cuando ese no era su trabajo. Le había librado de un caos que difícilmente hubiera podido manejar por sí solo. Y él solo trataba de evitarla por miedo a... ¿enamorarse de ella? Sacudió la cabeza, negándose a sí mismo aquella estupidez. No era posible. No lo era. 
Al final, ese fin de semana decidió volver al apartamento. Llevaba con él una bolsa entera de esos chupachups que tanto la gustaban para agradecerle que hubiera protegido su empresa. Al principio cuando todo empezó, Ryu siempre pensó que aquella empresa solamente era la tapadera perfecta a su venganza. Pero poco a poco se fue dando cuenta de lo mucho que había trabajado su padre para mantenerla a flote y que al heredarla le habían confiado una responsabilidad mayor de la que él creía estar aceptando. Sin embargo, fue capaz de mantener las expectativas de los ejecutivos más veteranos que siempre alegaron que Ryu sería incapaz de lograr manejar aquel negocio. Y, para desplante de unos cuantos, no solo lo había manejado a la perfección, sino que en los últimos años el negocio y la empresa se habían extendido al punto de convertirse en uno de los mayores conglomerados del país, contando incluso con relaciones extranjeras muy prometedoras y fructíferas a largo plazo. Quien había desconfiado de él, se había equivocado por completo. Ahora que su venganza había comenzado, sentía que debía proteger la empresa más de lo que ya lo hacía. Porque, en el fondo, quizá eso era lo único que no estaba dispuesto a sacrificar. 
Keira no se movió del escritorio incluso al escuchar el elevador. No mostraría las jodidas ganas que tenía de mirarle a los ojos. En cuanto el sistema terminó de cargar unos datos en su pendrive, la chica se levantó y se encontró de frente con el pelinegro. Él la miró de arriba abajo. Iba vestida aún con su ropa de secretaria. Pero ya era viernes por la tarde. 
- ¿Qué estás haciendo?
- Terminar tu trabajo - respondió pasando a su lado, con cierto tono hiriente del que él se percató como si le hubieran dado una buena hostia. 
- ¿De qué hablas? - suspiró, girándose hacia ella. 
- Tengo las claves para desencriptar los archivos de Yukiya - le informó. 
- No me lo habías dicho - hizo notar él. 
- Te lo estoy diciendo ahora - contestó Keira.
- Oye, escucha, este trabajo es... - empezó el pelinegro, dejando la bolsa sobre el escritorio y acercándose a ella. 
- Sé perfectamente lo que es - le cortó la morena, mirándole desafiante -. Estoy preparada para hacerlo y lo haré. Esta noche, acabaré con Yukiya. 
- Deja que te acompañe - propuso Ryu. 
- Sí, claro, no te jode. Después de todo, sería completamente normal que las cámaras te vieran, ¿no?
- Pero si te ven a ti y justo después pasa algo, sabrán que has sido tú - susurró él. 
- A mí nunca me encontrarán - murmuró la chica, con un aire algo misterioso. 
La morena se apoyó en la mesilla del vestíbulo para ponerse los zapatos. Parecía totalmente convencida de lo que estaba haciendo. Era él quien no sentía esa convicción por ninguna parte. 
- Keira, espera - insistió, sujetándola de la muñeca. 
- Suéltame - reaccionó ella, tirando del brazo. 
- ¿Qué pasa?
- No, ¿qué te pasa a ti? Parece que de repente no estás tan convencido de lo que quieres.
Quizá había dado en el clavo. El chico se puso tieso. 
- Claro que lo estoy. Quiero destruir a los cabrones que me robaron a Keiko hace ocho años, jamás he puesto en duda lo que tengo que hacer. Así que, ¿qué estupideces dices? - escupió casi con enfado. 
- Sí, eso es lo que soy. Una maldita estúpida - susurró -. Encima de la mesa hay un transmisor. Yo llevaré uno en la oreja. Si quieres vigilarme, controlarme o te interesa lo que voy a hacer, esa será la forma de contactar conmigo. 
- Para la amabilidad que derrochas al hablar casi mejor no molestarte - le espetó el pelinegro. 
La chica sintió que su paciencia se había terminado. Se giró hacia él y apretó los dientes, pero no fue capaz de contenerse. 
- Eres un maldito gilipollas cretino bastardo cabrón hijo de puta - soltó -. Me dejas aquí abandonada durante ¿cuánto tiempo, eh? ¿Casi dos meses? ¡Dos jodidos meses, Ryu! - gritó, incapaz de contenerse -. Y ahora llegas como si nada y encima te crees con derecho a decirme todo esto y a tratarme de esta manera. Si ese es Kagura Ryu entonces estupendo. No volveré a esperar absolutamente nada de ti. No debí hacerlo desde el principio - susurró -. Sin expectativas, nunca hay decepción. 
La había decepcionado. La había dejado sola. La había condenado a su venganza. Y a pesar de todo, ella le había protegido ante el cabrón que había intentado joderle el sistema y arruinarle hacía unos días. 
- No debí dejar que te enamorases de mí - susurró él -. Así no estaría pasando todo esto. 
- ¿Perdona? - soltó Keira, con incredulidad en la cara -. Tú no tienes la capacidad de hacer que alguien se enamore o se desenamore de ti - le espetó -. Esa decisión no te corresponde a ti, maldito cretino. Y además, ¿quién ha dicho que yo estoy enamorada de ti? 
- Tu reacción - respondió automáticamente el pelinegro. 
- Ya. Que te crees que todas te respondemos así cuando nos enamoramos de ti y tú nos decepcionas - comprendió ella -. Pues mira, estúpido ignorante, solamente estoy cabreada porque me has tenido preocupada sin ni siquiera una llamada. No es que debas darme ninguna explicación. Pero un "no iré" sería suficiente para saber que tu miserable vida seguía latiendo. 
- Estás mezclando placer con trabajo, Keira - dijo Ryu, poniéndose serio -. Y eso no me gusta.
- ¡Ja! Mira quien dice eso. El que se acostó conmigo por confianza - le recordó -. Yo no estoy mezclando nada. Pero creo que es comprensible que, si después de ocho años de soledad y miedo tengo a una persona a mi lado aunque sean dos jodidas noches, es normal que me acostumbre a ello y no quiera dejar ir ese calor. ¿O no?
- ¿Dices que valdría cualquiera? - preguntó él, casi ofendido. 
- Estoy diciendo que me siento sola, gilipollas. Eso estoy intentando decirte. Y no juegues conmigo - siseó -. Si valiese cualquiera o quisiera el calor de quien fuera, ya lo habría buscado. Pero no lo he hecho. Y si quieres pensar que es porque... te quiero - pronunció al fin -, pues piénsalo. Si te hace ilusión, hazlo. 
- ¿Entonces por qué te quejas de mi comportamiento si solamente somos socios en esto? - insistió el pelinegro. Tal vez intentando entender la forma de pensar y de sentir de Keira.
- ¿Quieres saber por qué? Pues bien, te lo diré. -Sus ojos se encontraron, y Ryu tuvo que luchar contra una mirada fiera -. Porque eres importante para mí. -No dudó al hablar -. Y porque eres lo único que tengo en este jodido mundo. 
Y en ese instante en el que se miraron fijamente, los dos supieron que se acababan de alejar. Dejando entre ellos un abismo que incluso podía llegar a doler. 
Antes de que Ryu pudiera siquiera procesar sus palabras, Keira subió en el elevador y pulsó el botón para bajar al garaje. Él se quedó con la cabeza patas arriba en ese momento. ¿Qué anteponía Keira? ¿Cuál era su prioridad? ¿Por qué parecía que ella podía hacer cualquier cosa incluso sintiendo algo por él? Ryu no comprendía cómo podía dejarse llevar por lo que parecía sentir y a la vez ser capaz de mantenerse firme en sus propósitos. Y ella parecía saber la respuesta. Porque lo hacía. 
El pelinegro caminó hasta la mesa y encontró el transmisor. Se lo puso en la oreja y respiró hondo. 
- Keira. 
- No molestes - respondió ella desde el coche. 
- Está bien - dijo al final Ryu -. Te seguiré por aquí. Ve. Y acaba con él. 
- Sí, Señor. 
Las palabras de la morena se le clavaban como espadas. Pero no antepondría a Keira a su venganza. No debía hacerlo. Él era así. Y si ella era capaz de sentir y hacer en consecuencia, capaz de realizar su trabajo sin más preocupación, entonces que lo hiciera. Pero él hacía mucho que había dejado de sentir y pensar en aquellas cosas que le desestabilizaban por completo. Por lo que si la solución que necesitaban era mantener una relación estrictamente profesional, que así fuera. 
Sin embargo, mientras ella conducía hasta las oficinas de Yukiya, Ryu miraba a todos los lados del apartamento. En cada lugar había algo que le recordaba a la chica. El peluche sobre la cama, la bolsa de deporte que llevaba el primer día, los ordenadores, los chupachups, el sonido del cuero del sofá mientras lo sentía en la espalda y Keira montaba sobre él. Joder. ¿Qué estaba haciendo? Y la pregunta más difícil de todas. ¿Qué tenía que hacer?
Keira aparcó el coche atravesándolo en dos plazas. No estaba de humor para colocarlo. Se quedó un instante en el coche, intentando tranquilizarse. Nunca había hecho un trabajo de infiltración pero sabía que podía hacerlo. Si había sido capaz de engañar a todo el mundo fingiendo ser solo la secretaria, también podía colarse en las oficinas sin problema. Cogió el bolso, que le daba un aire más natural e inofensivo y se acercó al puesto de vigilancia nocturna. Saludó educadamente al guardia de seguridad y le enseñó su acreditación como secretaria para que la dejase pasar. El hombre la miró bien de arriba abajo y ella aguantó sin llamarle de todo o cruzarle la cara y partírsela en tres. El guarda comprobó la acreditación y la dejó pasar. Primer obstáculo superado. Ahora tenía que tratar de no mirar demasiado a las cámaras, como si aquello fuera algo casual. De todas formas, tenía preparado un montaje con las imágenes que había hackeado de las propias cámaras unos días antes. Incluso se había quedado una noche hasta tarde simulando que trabajaba para poder ponerle esas imágenes en pantalla al guardia. Las pondría mientras ella estaba en el despacho de Yukiya y después, cuando saliera, borraría las cintas de esa noche, dejando las que ella había manipulado. Sin pruebas, nadie creería al estúpido guarda. El siguiente paso era abrir la cerradura del despacho. No tuvo mayor problema con su juego de ganzúas favorito. La puerta cedió en apenas un par de minutos.
- Estoy dentro - susurró. 
- Perfecto. -La voz de Ryu en el oído la dio un escalofrío -. ¿Qué ves?
- Tienes una imagen de la cámara del despacho de Yukiya en el ordenador - le dijo. No tenía tiempo para describirle lo que estaba viendo. 
El pelinegro se giró hacia uno de los ordenadores y abrió el programa que manejaba Keira para hackear las cámaras. Buscó la imagen en la que aparecía ella y la hizo más grande. 
- Vale, puedo verte.
- No toques nada más - la advirtió mientras caminaba despacio sobre la moqueta del despacho -. O me joderás el plan. 
- Tranquila. Solo miraré. 
- Bien. 
Keira no había querido pedirle ayuda, pero tener a alguien al otro lado de las cámaras para ver lo que pasaba en el resto de la oficina era una ayuda extra realmente incalculable. Por suerte, él no parecía percatarse de lo que suponía para ella que estuviera allí, al otro lado. Y es que ella todavía pensaba, llamándose idiota, que él podía protegerla. 
La morena se acercó directamente al escritorio y apartó el sillón. Se agachó bajo la mesa para buscar la torre del ordenador y lo encendió, metiendo el pendrive en una de las clavijas adecuadas para ello. Se levantó y se sentó en el sillón, acercándolo con las ruedas. Encendió la pantalla y tamborileó en la mesa con los dedos hasta que el sistema arrancó. 
- ¿Qué hay en ese ordenador? - preguntó Ryu de repente. 
- Según mis investigaciones - Keira se puso técnica -, después del desastre que hiciste con Chen, Yukiya tuvo que tirar de sus más oscuros y profundos negocios. Estaba endeudado pero milagrosamente se salvó. 
- ¿Cómo? 
- Arruinando a los demás, por supuesto - respondió inmediatamente la morena.  
- Te veo la cara y parece que vas a arruinarle tú ahora a él - comentó el pelinegro. 
- Tú solamente quieres destruirlo, ¿recuerdas? - hizo notar ella -. A ti te daré lo que buscas, no te preocupes. Pero también me quedaré con lo que yo quiero. 
- ¿Y qué quieres?
- Devolverle la vida a unas cuantas familias - respondió, mirando hacia la cámara.
- Te vas a meter en un fregado más grande que el que requiere nuestra venganza, Keira - la advirtió. 
- De eso nada - le cortó la chica -. No estoy arriesgando absolutamente nada. Y si tengo oportunidad no solo de cumplir tu venganza, sino también de ayudar entonces lo haré. Y ahora déjame trabajar. 
Ryu bufó, tratando de que ella no le escuchara. ¿Seguro que no estaba poniendo nada en peligro? Hacer que Yukiya fuera descubierto, llevarle al infierno de la desesperación y la cárcel ya era de por sí arriesgado. Pero entonces se dio cuenta de que había una cosa que había olvidado por completo. Que confiaba en Keira. Que de no haber sido así, no habrían podido llegar hasta donde estaban ahora. 
- ¿Puedo coger un chupachups? -La pregunta la sorprendió. Imaginarse al pelinegro comiendo un caramelo de esos la dejaba la mente en blanco. 
- Si solo es uno - accedió en voz baja. 
Ella escuchó el sonido del papel, mientras él lo desenvolvía con los dientes. ¿Podía dejar de joderla de esa manera? Centró su atención en la pantalla y siguió tecleando para desencriptar el resto de archivos y poder copiarlos en el pendrive. Después solo tenía que introducir el programa que protegería los archivos fuera cual fuera el daño del ordenador. Incluso si se borraban, podrían restaurarse; incluso si el ordenador era destruido, los datos se enviarían de forma automática a una base de datos alternativa y segura que la chica había seleccionado. El contenido y las pruebas de aquel ordenador, pasara lo que pasase, quedarían totalmente protegidos. Justo lo que Yukiya desearía poder borrar del mapa, no podría hacerlo de ninguna de las maneras. Y eso la hacía sentirse jodidamente orgullosa de sí misma. 
- ¿Y qué es lo que has descubierto de los oscuros y profundos negocios de Yukiya? - siguió preguntando entonces Ryu. 
La chica puso los ojos en blanco y suspiró. Había olvidado que hacía tiempo que no le informaba de lo que pasaba por allí. Y técnicamente eran socios así que se lo debía. 
- Hay un vínculo. Un lazo invisible que le une a una red de locales y tugurios donde se trafica y vende de todo. ¿Cómo sino pudo pagarse la mansión que compró hace tres meses? -Le había tenido muy controlado y gracias a aquella compra había descubierto algunas de sus conexiones oscuras -. Chen también estuvo metido en el negocio - añadió -. Por eso cuando cuando cayó, Yukiya no quiso ensuciarse las manos salvándole por si descubrían todo el negocio ilegal, y simplemente cortó la unión entre sus empresas. Digamos que dejó a Chen con el culo al aire.  
- Así que por eso huyó Chen - susurró el pelinegro -. Para que no descubrieran esa red ilegal y así, algún día, poder volver como un empresario legítimo y con dinero.
- Exacto - confirmó Keira -. Y aunque se odien, esos dos no tienen más remedio que hacer negocios juntos, debido a que uno conoce los secretos del otro. Pero también sabes lo que supone eso, ¿verdad?
- Que si uno cae, el otro se hunde con él - sonrió el pelinegro, sintiendo como una pequeña emoción le revolvía por dentro. Era la sensación de la venganza rozándole los dedos. La tenía ahí, al alcance de su mano. Más cerca que nunca. 
- Sí. Este tipo de negocios tan... íntimos, digamos, son un auténtico suicidio - hizo notar la chica. 
- Ya lo creo. No me extrañaría haber visto muerto a alguno en medio de una guerra de bandas - comentó él. 
- No. No tienen valor para hacer algo así - respondió Keira -. Ellos estaban allí, Ryu. Pero no mataron a Keiko. -En su voz pudo notar algo de frialdad, como si tratara de hablar de algo ajeno a ella cuando en realidad, era la más involucrada en el asunto. 
- Eso es casi peor - siseó Ryu. 
- ¡Aquí está! - casi gritó Keira entonces. 
- ¿Qué? ¿Qué has encontrado? -El pelinegro se sentó bien en la silla y miró la pantalla del ordenador, a la cámara del despacho de Yukiya. 
- Lo que buscaba - sonrió, mirando a la cámara para que la viera -. Ryu, escucha. Lo que hay en este ordenador es aquello que más valora la sociedad de hoy en día. -Su sonrisa cambió a sádica, y hubiera helado la sangre de cualquiera -. Pruebas. Con esto, ni siquiera hará falta dejar miguitas de pan a la maldita policía para que les descubran. Con esto... serán condenados de por vida. -Ella misma les acababa de sentenciar. 
Ryu respiró hondo y sonrió. Les había costado más de lo que había imaginado, sí. Pero allí estaba. El final no solo de uno de los cerdos que había estado en el asesinato de Keiko, sino de dos. Allí él se tomaba la libertad de aplastarlos como insectos y condenarles a algo peor que la propia muerte. Allí terminaban sus asquerosas vidas. Para siempre. Al fin. 



sábado, 20 de abril de 2013

Las noches sin dormir fueron culpa tuya.

Keira estiró los brazos. Abarcó la cama entera, notando el otro lado algo frío. Abrió los ojos despacio. Ryu se había levantado antes que ella los dos días. Y estaba convencida de que solamente dormía en la cama con ella porque se habían acostado. Pero nunca esperaba a que despertase. Sin embargo, no la importó. No tenían ningún compromiso, ninguna relación. Nada que hiciera que la emocionase ver al pelinegro a su lado al despertar. O algo menos, eso se decía a sí misma. Dio media vuelta y notó el olor del pelo de Ryu en la almohada. Él se había apoyado en esa sábana mientras ella montaba a horcajadas sobre sus caderas, sintiendo como el pelinegro se aferraba con la mano izquierda a su muslo y entrelazaba los dedos de su mano derecha con la de ella. Keira había apoyado la mano libre en el abdomen firme y moreno de Ryu para mantener los movimientos de su cuerpo sobre él. Su voz entrecortada había pronunciado su nombre entre sonidos roncos que la habían enloquecido, mientras echaba la cabeza hacia atrás sobre la almohada y se mordía el labio en un intento por contener el placer que ella le daba. 
Keira suspiró. La morena se levantó antes de seguir pensando. Se metió en el baño para darse una ducha rápida y ponerse un pantalón corto y una camiseta de tirantes. No había curioseado demasiado la ropa que Ryu había comprado el día anterior. No la interesaba, tampoco. Se sacudió el pelo para quitarle un poco de agua y agradeció de nuevo llevarlo tan corto. El olor a café todavía flotaba en el aire. Antes de entrar en la cocina vio de reojo la mesa del salón. Preparada para un desayuno. Con los pies descalzos caminó hasta sentarse en el sofá frente a las bandejas que estaban llenas de comida. Palmeras, croissants, bollos de chocolate. Zumo de naranja en copa. Café que aún parecía caliente. Fruta partida en trocitos y colocada en diferentes platos. Keira no pudo evitar soltar una sonrisa sonora. No se esperaba algo como eso, desde luego. Se mordió el labio. Al final, ese imbécil había conseguido emocionarla. Un poquito. 
Bajo la taza había un papel doblado cuidadosamente. Lo cogió a la vez que la taza, a la que le dio un sorbo, y abrió el mensaje. 
"Desayuna tranquila. Hay algo especial para comer en la nevera. Volveré para hacerte la cena. Tú piensa en el postre. Aprovecha tu día libre y no me eches demasiado de menos."
Egocéntrico. 
Puso los ojos en blanco un momento y luego miró otra vez la cantidad de comida que había encima de la mesa. No tenía ni idea de por dónde empezar. Cuando se decidió, dio un trago al zumo de naranja y se levantó a por el portátil. Echaría un vistazo en internet. Desde la noche anterior, tenía una enorme curiosidad que la preocupaba. Cogió un bollo y le dio un mordisco, manchándose la nariz con chocolate del relleno, mientras el windows se dignaba a ejecutarse. Se limpió bien los dedos antes de teclear las palabras clave en el buscador de internet. 
"Nere Laboratorios. Cierre. Quiebra."
Salieron más entradas de las que pensaba. Había muchos reportajes en periódicos y revistas y hablaban de ello. Pulsó sobre el primero y lo abrió en una nueva pestaña. Keira leía con bastante rapidez, mientras comía casi sin darse cuenta el resto del bollo de chocolate. Nunca la habían gustado los periodistas. A veces tergiversaban la verdad hasta puntos insospechados. Ella lo sabía bien. Pero en aquello parecían estar todos de acuerdo. La quiebra de aquella empresa era normal. Todos los artículos que leyó lo pintaban así. La noticia parecía haber trascendido bastante. A los directivos de las empresas les habían literalmente empapelado de mierda. El dueño y propietario, Chen Taru, había desaparecido antes de saldar sus cuentas con la justicia. La prensa siguió el tema hasta que los juicios de los imputados en casos de corrupción y blanqueo de capitales fueron sentenciados. Después, ni siquiera había un recorte o una columna que hablase del paradero desconocido de Chen. Ya no causaba expectación. Todos se habían olvidado del tema. 
Pero para Keira era algo personal. Sabía que aquello no se había expuesto solo. Por las palabras de Ryu deducía que había sido cosa suya. No sabía cómo lo había hecho y tampoco si tenía ganas de preguntarle. Pero algo semejante era lo que él pretendía que hiciera con Yukiya. Y ella no dudaría. No ante aquel bastardo.  
Se pasó el día rebuscando para intentar conocer la empresa en la que se iba a meter como si fuera la palma de su mano. Cada chanchullo, cada traspiés, cada movimiento ilegal, cualquier cosa, hasta investigar a quienes trabajaban allí. Para Keira, ninguno era inocente hasta que no se demostrase lo contrario. Y se encargaría de todos sin excepción. 

El pelinegro movió el hielo que quedaba junto a los restos del whisky en la copa. La rubia que tenía a su lado, con el pelo recogido en una coleta y sus ojos azules clavados en él, estaba apoyada en la barra con el codo. Parecía divertida mirándole. 
- ¿Qué? - dijo al fin Ryu. 
- Vamos, cuéntamelo. -Su voz era melosa pero sonaba bromista. 
- ¿El qué, pedazo de pesada?
- Lo que has hecho con esa chica - insistió, poniendo pucheros -. Me mata la curiosidad, primito. 
- Nunca debí haberte contado lo que pensaba hacer, Yukia - se lamentó el pelinegro. 
- Estabas borracho - le recordó la chica -. Pero sabes que no diré nada a nadie - añadió, haciendo un gesto de cremallera sobre sus labios. 
- Eres una cotilla - la acusó, acariciándola el pelo.
La rubia sonrió ampliamente. Ryu era el único primo de la familia al que Yukia realmente adoraba. El resto los consideraba la peor escoria. Y aunque había estado decepcionada con su primo desde que había abandonado su rol de rebelde en el instituto, al conocer las razones que le habían llevado a ser un hombre de negocios y sobretodo, al conocer el dolor por el que había pasado, no había podido evitar por menos que quererle todavía más. Ella no diría nada nunca. Pensaba igual que Ryu, que aquellos hombres se lo tenían más que merecido. Y ella no era nadie para aconsejarle que no lo hiciera ni mucho menos, para detenerle. Yukia sabía que su primo vivía por y para esa venganza. Pero desde que le había visto entrar por la puerta de la casa de su tía, la multimillonaria madre de Ryu, sabía que algo había cambiado. Lo de ir a comer toda la familia en ocasiones especiales era inevitable. Su tía quería celebrar algún tipo de negocio del que ella no entendía nada de nada, pero aún así, allí estuvo. Sentada a la izquierda de su primo Ryu. Porque su derecha estaba copada por una despampanante rubia teñida con más pecho que una vaca y una sonrisa más falsa que un billete de tres euros. Jaqueline. La prometida de Ryu. 
- Keira está bien - interrumpió el pelinegro los pensamientos de su prima -. Pero ha sufrido más de lo que me había imaginado. Me siento un cabrón. 
- ¿Por qué? No ha sido culpa tuya - dijo, acariciándole el brazo cálidamente. 
- Sabía que Keira no había tenido nada que ver cuando empecé a investigar hace años. Y sin embargo, dejé que pagara en la cárcel. Porque al estar allí, yo la tenía controlada. No la perdería de vista y así ella quizá podría ayudarme con mi plan. Si la hubiera sacado de allí unos años antes... - dijo, apretando con fuerza los dientes. 
- En aquel momento solo pensabas en ti mismo, Ryu. No te sirve de nada lamentarte ahora. Piensa que la sacaste de ahí viva. Antes de que la matasen. 
El pelinegro recordó cómo habían intentado matarla al salir de la cárcel, en el centro comercial. Quizá dentro de la prisión, hubiera muerto de verdad. Pero aún así, eso no le consolaba. Keira había sufrido lo indecible allí dentro. Y él la primera noche la había obligado a confiar en él acostándose con ella. Sintió un escalofrío por encima de la culpabilidad. Pensar en el cuerpo de la morena envolviéndose a su alrededor le hizo sentir un tirón en la entrepierna. 
Condenada mujer.
- ¿Y lo demás? Has hablado con ella, ¿verdad?
- Sí. Ya nos hemos puesto en marcha. Es todo cuanto puedo decirte - dijo, apurando lo que quedaba del whisky en la copa. 
- No necesito que me digas que esa mujer te gusta - dijo de pronto ella -. Se te ve en los ojos, Ryu. 
Él se giró hacia su prima, con gesto sorprendido. 
- ¿Qué demonios estás diciendo? Yukia, desde que perdí a Keiko yo no... -Sus palabras se trabaron en su garganta. 
- ¿No habías vuelto a sentir lo mismo? - le ayudó ella a terminar, con una sonrisa -. Sé que no eres la clase de persona que habla de sus sentimientos honestamente, cosa por la que me da pena esa chica, pero... basta con que lo admitas tú mismo. Y yo lo veo, Ryu. En ti. En tu forma de mirar. 
- ¿Crees que he cambiado?
- No. Sigues siendo el tú de siempre. Pero con una persona a tu lado que hace que tus ojos azules, vuelvan a ser azules, primito. 
No iba a dejar que eso fuera así. No podía perder sus ansias de venganza, era lo único que le quedaba. Sin embargo, Keira no provocaba eso en él. No le hacía querer abandonar sus propósitos. Sino seguir adelante con más ganas. Para vengarse por ella también. 
- Yukia, no siento nada por Keira. -Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que se estaba mintiendo a sí mismo. 
- A mi no me la das - soltó la chica -. Ahora que tienes a alguien que te espera en casa cuando vuelves, que te apoya incondicionalmente como alguien que te comprende mejor que nadie, ¿me vas a decir que eso no provoca nada en ti? No me lo creo. 
- No decías lo mismo de Jaqueline - desvió la conversación el pelinegro. Pensar en Keira le ponía tonto. 
- Es que esa zorra malparida no es una mujer, es una ameba lapa sin cerebro que no sirve para más que para complacer a tu madre - soltó la muchacha, con aire indignado -. Además, no vives con ella por más que ella quiera. Tu tienes tu casa, esa que nadie parece saber donde está. Y esa a la que no has llevado nunca a ninguna mujer. ¿Me equivoco?
- No - admitió él -. Sabes que no me gusta que nadie invada la vida que escondo detrás de la fachada de hombre de negocios. 
- Lo sé. Pero... a esa chica - volvió a mencionar a Keira - sí la has llevado. 
- Ella me conoce. Sabe cómo soy. Además, no tenía otro sitio para esconderla - dijo el pelinegro. 
- Otra vez mientes - se rió Yukia -. Eres el hombre más poderoso del país. Puedes permitirte pagarle a esa chica un hotel de superlujo durante el tiempo que necesites. ¿Y en lugar de eso la llevas a tu casa, un lugar que nadie conoce y que nunca antes había pisado una mujer? Vamos, Ryu, soy rubia pero no gilipollas. Desde el principio querías cuidar de ella, ¿no es así? Llevándola a tu casa pretendías darle una calidez que había perdido hace... ¿ocho años ya? 
- Pretendía no dejar rastros. Por eso es mejor que no use dinero para mantenerla en un hotel - se excusó él. 
- Seguro que ya has usado dinero con ella - adivinó la rubia, mirándole de lado -. Eso no vale como pretexto conmigo, Ryu-chan. 
- Eres un asco de prima - le espetó Ryu, dándola un golpecito en la frente y chasqueando la lengua. 
Ella se rió después de quejarse por el golpe y tocarse la frente. ¿Cómo podía negar aquellas palabras? Quizá en el fondo fuera cierto. Pero solamente se dejaba llevar por esos "sentimientos" porque no interferían con su propósito principal. En el momento en el que lo hicieran, se desharía de ellos y arreglaría lo que hiciera falta con tal de que su plan no se viera truncado por absolutamente nada. 
El pelinegro condujo hasta el apartamento con bastante mal humor. Después de dejar a su prima Yukia en casa, Jaqueline había llamado. Con sus malditas insistencias e incluso, ligeras amenazas, no había tenido más remedio que irse a cenar con ella. No era el momento de abrir más frentes de batalla. Ya se encargaría de terminar con aquellas tonterías de esa mujer cuando todo acabara. Cuando su venganza estuviera completa. Por un instante pensó qué pasaría cuando eso sucediera. Qué sería de su vida entonces. Algo le decía, de todas formas, que aquello iba realmente para largo. No era tan sencillo llevar a cabo su plan. Aún contando con la ayuda de Keira, aquello iba a ser tedioso y largo. Sin embargo, no saber cuánto tiempo tendría que estar la morena a su lado no era precisamente un problema para él. 
Dejó las llaves en la mesilla al entrar en el vestíbulo. Se quitó los zapatos y la chaqueta, dejándola en el perchero de la entrada. Subió el par de escalones que separaban la estancia del vestíbulo y se quedó parado allí. Al lado de la cama, Keira estaba subida encima de unos tacones de al menos ocho centímetros. Podía verla tambalearse de vez en cuando, manteniendo el equilibrio como bien podía, a veces haciendo algún que otro aspaviento. Llevaba puesto uno de los trajes de falda y chaqueta negro que él le había comprado la tarde anterior. Se miraba constantemente a sí misma, tirando de la falda hacia abajo y tratando de comprobar si la chaqueta le quedaba mejor abrochada o sin abrochar. Ryu lo tenía claro. Lo pensó en ese momento al verla. 
Sin ropa, preciosa. 
Contuvo un gruñido animal de placer. 
- ¿Keira?
Ella se giró hacia él y sonrió levemente. 
- Bienvenido a casa. 
Ryu sintió una punzada en el pecho. Tragó saliva imperceptiblemente y asintió suavemente con la cabeza. 
- Ya he llegado - respondió en voz baja. Había olvidado la última vez que alguien le había dicho esas palabras al volver a casa. Y le acababa de embargar una ligera emoción que hacía tiempo que creía haber perdido.
Entonces la morena volvió a tambalearse un momento y Ryu se acercó a ella casi de dos zancadas, haciendo que se girase hacia él. 
- ¿Qué demonios estás haciendo? Te vas a matar ahí arriba - la dijo, con las manos ligeramente extendidas como si fuera a cogerla en caso de que se cayera. 
Con esos zapatos, Keira era igual de alta que él, quizá un poco más incluso. 
- Fuiste tú quien los compraste - le recordó. 
- Sí, pero no para ir a trabajar, bruta. Para eso los hay más bajos ahí, en el armario. ¿Es que no husmeaste?
- Evidentemente, no más de lo necesario - ironizó la chica. 
Ella volvió a mirarse, con el gesto extraño. Él buscó su mirada. 
- ¿Qué? ¿Qué pasa?
- Ah, no, nada... es este look secretaria - suspiró -. Siento que me da alergia. 
- Pues yo creo que te queda realmente bien - dijo él, ladeando la cabeza. 
- Mentira - soltó ella, mirándole con incredulidad. 
- No miento. Simplemente con imaginarte así vestida ejerciendo de secretaria... -El pelinegro se mordió el labio inferior -. Me dan ganas de que ejerzas para mí, morena. 
- ¿Eres del tipo de hombres que tiene fantasías de esas? - preguntó ella, con un gesto divertido.
- No. No hasta que te he visto así vestida precisamente a ti - respondió, salvando los pasos que le separaban de ella.  
Keira no retrocedió. Solamente quería que se acercase más y más. La idea de llamar a su puerta y verlo sentado detrás de su escritorio, concentrado en sus negocios, y saber que ella tenía la capacidad de hacer que dejase todo y la devorase porque estaba completamente atrapado por ella, la volvía loca. El pelinegro llegó hasta ella y la rodeó la cadera con un brazo, para acercarla a su cuerpo. Olió el champú de su pelo, cerrando los ojos y besándola el cuello con suavidad. Ella ronroneó, pasándole un brazo por el cuello para sujetarse a él. 
- Oye, Ryu, escucha...
- Te queda jodidamente bien - repitió él. 
- Antes de que sigas así - le interrumpió ella, haciendo que la mirase -. Tengo que hablarte de algo serio. 
Él vio aquella seriedad en sus ojos y asintió. Antes de separarse, pasó la lengua por su cuello, cogiéndola desprevenida y provocando un jadeo de sorpresa en ella, un sonido que le enardeció.
- Algún día - susurró él contra su oreja -. Algún día te pondré contra el escritorio así vestida y te follaré con todo mi cariño, mi pequeña hacker - musitó, rozándola con el aliento y mordiéndola el cuello ligeramente, a la vez que le levantaba un poco la falda.
Ella entrelazó los dedos en su pelo y le besó la mejilla suavemente. Él se quedó confundido un momento y luego se apartó de ella con cuidado. La chica se bajó de aquellos tacones mortales para ella y se cambió. Cuando volvió a ponerse los pantalones y la camiseta, se acercó al escritorio y se sentó en su silla, indicándole al pelinegro que ocupase la de al lado. Él miró la pantalla mientras ella buscaba algunas cosas. Luego se volvió hacia él y respiró hondo. 
- ¿Qué? ¿Tan grave es?
- He investigado a Chen - le confesó. 
- ¿Qué? ¿A Chen? ¿Por qué?
- Curiosidad. Al principio fue eso. Pero luego empecé a encontrar cosas que no cuadraban. Algo que no encajaba. 
- ¿Y lo encontraste?
- Sí. No acabaste con él, Ryu. No lo hiciste - susurró, tratando de calmarle con la voz suave para que no se pusiera nervioso. 
El gesto del pelinegro pasó de incredulidad a casi indignación. 
- ¿¡Cómo qué no!? ¡No digas estupideces, ¿quieres?! Sé perfectamente lo que hice y cómo lo hice y sé que ese maldito bastardo está...
- Aquí, Ryu - le interrumpió, mostrándole entonces una página en el ordenador, señalando una foto -. Ha vuelto de su exilio. Algo falló en lo que hiciste. La empresa quebró. Pero él tenía un as bajo la manga. Lo que le ha permitido volver. 
El pelinegro leyó la información y los datos que había recopilado la chica con los dientes apretados. No era posible. Ese cerdo... tenía que haber acabado con él hacía tiempo. Sin embargo, allí estaba, como siempre, como si nada hubiera pasado. Disfrutando de la vida y de la segunda oportunidad que le había dado su gran plan. ¿Por qué? 
- Si él sigue aquí, ¿por qué Aishu Laboratorios está cerca de la quiebra? Eran empresas casi fusionadas. De salvarse uno, deberían salvarse los dos - intentó encontrar incoherencias a aquella noticia. 
- No sé hasta dónde llega ese vínculo entre ellos. Pero sí sé, basándome en las pruebas, que Chen no ha caído al fondo donde querías enviarle. Lo siento. 
Ryu apoyó los codos en las rodillas y juntó las manos para apoyarlas contra los labios. Tenía los nudillos blancos de la fuerza que estaba haciendo. 
- No puedo creer que tenga que empezar desde cero - susurró, cerrando los ojos con fuerza. 
Desesperación. Se sentía completamente inútil. Todo lo que había hecho para cazar a aquel desgraciado había sido en vano. ¿Qué clase de plan tenía ese tipo para huir de él de esa manera tan escurridiza? De repente, sintió la mano cálida de Keira en el hombro. Podía haberla gritado que se apartase, que no necesitaba la lástima de nadie por ser tan torpe incluso en algo que anhelaba tanto como su venganza. Y sin embargo, no pudo apartarla. La calidez que le transmitía fue algo a lo que quiso aferrarse, durante unos minutos, con todas las fuerzas de su corazón. 
- Eh, escúchame - le susurró -. Estoy segura de que Chen sabía que tarde o temprano alguien iría a por él. Así que por eso tenía un plan B tan elaborado como éste, para salir ileso de las acusaciones, detenciones y quiebras. No es culpa tuya que ese cabrón sepa pensar, Ryu. Estoy segura de que le jodiste mucho cuando acabaste con su tapadera. No pienses más en eso. Ahora lo que tienes que hacer es ponerte por encima de él. Y volver a llevarle directamente al infierno.
- Keira, yo...
- Primero iremos a por Yukiya - le interrumpió ella suavemente -. Luego nos encargaremos de Chen. Yukiya siempre fue más descuidado. Descubriré qué es lo que está tramando para salvar su asqueroso culo. Y le hundiremos, ¿de acuerdo? 
Él respiró hondo, chasqueando la lengua un momento, aún molesto consigo mismo. La chica le sujetó de ambas mejillas y le miró a los ojos. 
- ¿De acuerdo? - repitió. 
- Sí - susurró él. 
- Eso es. No vamos a rendirnos por algo como esto. ¿Acaso no conoces la frase que dice que el tamaño de los héroes se mide por la valía de sus enemigos? - sonrió la morena -. Cuanto más difícil nos lo pongan, más disfrutaremos acabando con ellos. 
Las palabras que él necesitaba oír a toda costa. El apoyo del que había carecido durante toda su vida. Se veía irremediablemente reflejado en los ojos de Keira. En su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía tranquilo. Siempre había pensado que era capaz de cualquier cosa. Sin embargo aquel fracaso le había hecho dudar hasta de sí mismo. Y allí estaba ella, para disipar todas sus dudas, todos sus miedos, para confiar en él. El pelinegro apoyó la frente contra el hombro de la morena, que no se movió. 
- Solo un momento - la pidió en un susurro. 
Ella asintió con suavidad y no se movió. Ni siquiera para abrazarle. Quizá el buscaba la soledad en su interior, aunque el hecho de que se apoyase en ella demostraba que apreciaba su presencia en ese momento. Entonces él entrelazó su mano derecha con la suya, despacio, casi como si pidiera permiso. Ella extendió los dedos y cuando los tuvo enredados con los de él, los cerró con fuerza. Sintió cómo el pelinegro se aferraba a ella, casi con desesperación. Y su corazón dio un vuelco. Él estaba con ella. La aceptaba y, de alguna manera, sabía que la agradecía que estuviera allí. Se sintió útil para Ryu, más allá de sus conocimientos o su cuerpo. Sus sentimientos también servían para algo. Servían para estar al lado de Ryu. 
El pelinegro se incorporó al darse cuenta de que estaba demasiado cómodo. De que podría quedarse así durante más tiempo de que imaginaba. Carraspeó y se levantó de la silla, apartándose de ella. 
- Yo también tengo que decirte un par de cosas - dijo entonces.
- ¿El qué? - prestó atención ella. 
- No voy a vivir contigo aquí - dijo, directo -. Tú te quedarás, pero yo tengo mi vida. En la mansión de mis padres. Tengo que seguir yendo a trabajar y haciendo todas esas cosas que tengo que hacer. No voy a estar contigo. 
La morena contuvo el aliento. Viviría sola en aquella casa, sin él para llenarla. Empezó a sentir la soledad en ese preciso momento. 
- ¿Ni siquiera los fines de semana? - murmuró la chica, desviando la mirada.
Él sonrió pícaramente.
- Esos días no te librarás de mí - aseguró él -. Pero el resto de la semana no puedo venir. Sé que te apañarás bien sola. Te dejaré las llaves del coche que prefieras, para que vayas a la ciudad y a tu trabajo como secretaria de Yukiya. 
- Aún no me han contratado - hizo notar ella. 
- Lo harán - dijo solamente él -. Siento mucho que las cosas tengan que ser así pero no hay otro remedio.
- Te mantendré informado de todo lo que pase - prometió la chica.
El pelinegro agradeció que no se lo tomase mal. No tenía ganas de ponerse a darle más explicaciones o a tener que justificarse delante de ella. Pero olvidaba que Keira no era así. Que no le pediría explicaciones de esa manera tan posesiva o incluso, obsesiva. Y eso le gustó aún más. 
- ¿Y lo otro? - preguntó entonces la chica. 
- Ah, nada, solo disculparme por no haber venido a cenar como te dije. Me surgió algo. 
- No importa.
- ¿No has cenado?
- ¿Tú te crees que estaría esperándote? - se rió ella -. Qué ingenuo. 
Ryu se sintió más tranquilo. Keira era independiente totalmente. Eso era algo bueno. El pelinegro entró en la cocina y abrió el frigorífico para sacar un botellín de agua. Entonces se dio cuenta de que el interior estaba tal y como él lo había dejado esa mañana. Faltaba únicamente la comida. Pero estaba convencido de que allí no se había comido nada más. Miró un momento a Keira a través de la ventana que daba al estudio. ¿Realmente le había mentido para no hacerle sentirse culpable por plantarla? Reconocía que si decía que haría algo, normalmente lo cumplía, y que se había preocupado precisamente de que ella estuviera esperándole. Y solo para que no se sintiera así, ella le mentía, con la mejor de sus intenciones. 
Entonces no ha comido nada.
Suspiró con resignación. Dio un trago a la botella del agua y la dejó sobre la encimera. Limpió un par de manzanas debajo del grifo y las hizo trozos en un pequeño cuenco que tenía, mientras ponía a calentar chocolate para deshacerlo. Luego, lo echó por encima de la fruta recién cortada y salió de la cocina. Se acercó a la chica y dejó el cuenco sobre el escritorio, lejos de los ordenadores. Se sentó a medias en el otro lado de la mesa y sujetó la silla donde ella estaba sentada para hacerla rodar hasta ponerla frente a él. Keira no dijo nada, pero bastaba con su gesto de confusión. El pelinegro abrió las piernas y las colocó a ambos lados de la silla, dejándola cerca de él. Solamente la miró a la vez que alcanzaba la parte de abajo de su camiseta y tiraba de ella para quitársela. Keira no armó ningún escándalo, pero cada vez estaba más y más confusa por aquella repentina actitud de Ryu. 
- ¿Qué...?
- Las manos - dijo él, mientras se desabrochaba la corbata negra. 
- ¿Eh?
- Las manos, Keira. No me hagas repetírtelo, morena.  
La chica se miró las manos extrañada antes de tenderlas hacia él. El pelinegro la hizo juntarlas y le ató la corbata de seda alrededor de las muñecas, sin apretar demasiado el nudo. Ella las dejó sobre su regazo mientras le veía desabrochar los botones de la camisa blanca, incluidos los de las mangas, las cuales levantó hasta el codo. Keira empezó a comprenderlo todo demasiado tarde. Ryu cogió una pieza de manzana y la sujetó por la barbilla, acercándosela a los labios y acariciándole el labio inferior con el pulgar.  
- Abre la boca - susurró él, con una sensualidad en la orden que la chica no pudo ignorar. Y a la que no pudo negarse.
El olor del chocolate caliente inundó su sentido del olfato de inmediato. La mezcla de la fruta con aquel complemento dulce y caliente era realmente erótico. La costó no ahogarse mientras lo comía. Ver a Ryu de aquella manera frente a ella, mirándola como lo hacía, con esa mirada que ella denominaba "follar con la mirada", sintiendo esos ojos azules sobre su cuerpo, recorriéndolo como una suave caricia, la hacía desearle aún más de lo que ya lo hacía, si eso era posible. 
- ¿Por qué...? - pudo decir cuando terminó de comer. 
- Dije que yo traería el postre - respondió él, recogiendo un poco de chocolate que había caído por su barbilla -. Abre - le dijo otra vez, acercándole el dedo manchado para que lo lamiera. 
El pelinegro contuvo un jadeo cuando ella respondió a sus expectativas con más pasión de la que había imaginado que le pondría a aquello. Cada vez que una pieza de fruta entraba en la boca de Keira, Ryu sentía que perdía un poco más el control. Si llegaba a perderlo del todo, no sabía qué sería capaz de hacerle a aquella mujer. La morena sujetaba la mano del pelinegro cuando le daba de comer, acariciándole despacio. El roce con ella le trastornaba como hacía muchos años que una mujer no lograba hacer. Estaba obsesionado con tocarla, con sentirla, con hacerla sentir. Y la verdad era que ella se lo ponía extremadamente fácil. Abriendo la boca de aquella manera para él, entregándose a unas bajas pasiones que él provocaba y ella provocaba también en él, de una forma que no había podido imaginar al sacarla de la cárcel un par de días antes. 
Ryu cogió el último trozo de fruta y lo acercó a ella. 
- No lo muerdas todavía - la dijo entonces, agachándose sobre ella -. Sujétalo entre los labios. Eso es. 
El pelinegro se bajó de la mesa y se arrodilló delante de ella. Pasó la mano por su cuello y se acercó con los labios hasta el trozo de fruta. Lo mordió despacio, sintiendo las manos de la chica aferrarse a su camisa abierta. Ella cerró los ojos, sintiendo un escalofrío al sentir sobre el cuello desnudo la correa de plata del reloj que el chico llevaba en la muñeca. Pensó en dejar caer la fruta para llegar a alcanzar sus labios. Solo una vez, se dijo. Pero no lo hizo. No lo haría si él no quería hacerlo. No podía forzarle de esa manera a algo que para él parecía serio. Así que, solamente aguantó. Sin embargo, la mano libre del pelinegro empezó a rozarla la piel. Sus labios temblaron un momento ante la emoción y soltó la fruta de entre los labios, que cayó rodando por su pecho. Él se separó ligeramente y lo buscó con la mirada. Había quedado al borde de su pantalón. Relamiéndose un momento, deslizó la boca desde el cuello de la chica hacia abajo, lamiendo el chocolate que se había quedado pegado a su piel blanca. Ella echó la cabeza hacia atrás y jadeó, a lo que él respondió con un ronroneo complacido.  
- Ryu... - pronunció su nombre con la voz entrecortada, mientras llevaba las manos juntas hasta el pelo negro del muchacho. 
Al llegar al borde del pantalón, desabrochó el botón y se comió la pieza de fruta. Volvió a hacer el camino hasta el cuello de la chica y la miró. Se había puesto ligeramente colorada y eso le hizo sonreír de medio lado. 
- ¿Te gusta el postre? - la susurró al oído. 
- Quiero comérmelo entero - respondió la chica a su provocación. 
- ¿Por qué no me has dicho que estabas esperándome, eh?
La chica se inclinó sobre él y le besó la mejilla con suavidad mientras le acariciaba el cuello con las manos. 
- Quiero más postre - le murmuró, en un ronroneo. 
- No deberías tener postre, has sido una niña mala - dijo él, paseándole un dedo por la piel -. Pero por esta vez, te lo daré todo, pequeña. 
Ella se aferró con más fuerza a su cuello y Ryu aprovechó que estaba amarrada a él para levantarla de la silla y llevarla hasta la cama. 
- ¿No vas a soltarme? - le preguntó mientras la cargaba. 
- No. A no ser que te moleste - añadió, sentándose en la cama con ella encima. 
- No, no me molesta. Es suave - respondió la morena, moviendo un poco las muñecas para demostrárselo. 
- Entonces vas a quedarte así, atadita, para mí - dijo, lamiéndose los labios y moviendo las manos por cuerpo medio desnudo, haciéndola entrar en calor -. Toda para mí. 
Keira no pudo rechazar semejante proposición. Se movió sobre él para sentarse a horcajadas sobre su cintura y pasó los brazos atados alrededor del cuello del pelinegro. Esperó a que él se moviese, conteniendo las ganas que tenía de besarle. Esos labios habían besado cada zona de su cuerpo, todas y cada una, desde el cuello, hasta los empeines y debajo de las rodillas, detrás de las orejas y dentro de ellas, los dedos, absolutamente toda su piel. Pero la negaba un beso. Keira no había pensado nunca que se podía anhelar tanto algo tan sencillo como un simple beso. Algo que sabía que él no la daría. 
Ryu empezó a acariciarla como llevaba todo el día deseando hacer. Incluso la comida de ese día había sido distinta a las demás. No había estado más amable, ni mucho menos. Pero saber que volvería esa noche a su casa y Keira estaría esperándole allí, le había cambiado el humor. Yukia se había dado cuenta del efecto que tenía esa mujer en él. Y él empezaba a comprenderlo al darse cuenta de que se dejaba llevar por ella. Tener a la morena de esa manera sobre él, moviéndose suavemente, provocándole usando la pasión de su mirada, con los dedos rozándole el cuello, era algo más que un simple polvo. Darse cuenta de eso le daba auténtico pánico. Pero no tenía tiempo de pensar en ello mientras poseía a aquella morena dándole más de él de lo que había mostrado jamás a nadie.