domingo, 13 de noviembre de 2011

Corchete y asterisco.

Hace mucho frío en el balcón de mi habitación. He salido tapada con una colcha un poco rara de flores, la que había en el altillo del armario. Las plantas del pequeño jardín del vecino hacen ruido entre ellas, y es como si el murmullo de las gotas de agua cayendo resonara en la oscuridad, haciendo parecer que llueve. Pero ya me di cuenta de que no. Solo hace viento, mucho viento. Los árboles que hay cerca no dejan de tambalearse y las hojas se mueven con violencia. Siento como si el cuerpo se me fuera a congelar entero, pero el aire con cierta violencia en mi cara me hace dejar de llorar. Mi pelo se enrerda, pero como lo llevo rizado con tres kilos de laca desde esta mañana, me da igual. Si cierro los ojos quiero respirar hondo y cuando lo hago siento el frío entrar por mis pulmones. De alguna manera, se siente bien así. Es como si pudiera morir en paz de repente. Las farolas de la acerca de enfrente se tambalean, o eso creo. Porque mis ojos ya no dan para más. Tal vez solo sea una ilusión y la farola esté más quieta que el banco que tiene debajo. Cuando alzo la mirada al cielo, siento que si esas farolas estuvieran apagadas, podría ver un espectáculo estelar maravilloso. Algún día me gustaría poder verlo, eso pienso, mientras recuerdo los atardeceres de octubre que vi desde aquí mismo, apoyada en la barandilla, con el cielo azul y las nubes blancas tiñéndose de un rojo brillante precioso, o la mañana en que vi amanecer por cosas del destino y pude casi coger la luna llena del cielo azulado con mis manos. Algo que nunca olvidaré, será el árbol que hay frente a la parada del autobús. Es un corazón. Cada día cuando me siento bajo la marquesina y lo veo siento que puedo sonreíe. Es extraño. Pero verlo agitarse es como si dentro de mi propio pecho algo se removiera también.

De repente veo encenderse una luz en la habitación de algún señor o señora de los que viven en la residencia de ancianos de la manzana de enfrente. Entonces me pregunto si él o ella estarán pensando en su familia como estaba haciendo yo o solo han tenido un pequeño problema para ir al lavabo. Recuerdo los autobuses que me llevan de vuelta a casa como si los hubiera visto millones de veces. Uno directo, es blanco. El otro viene desde abajo del todo y sube hasta arriba, pero también me deja en casa. Ambos se juntaron el otro día para hacerme llorar y sentir nostalgia. Y ciertamente me hicieron sentir un poco sola.
Mis labios empiezan a escocer. Me resigno a volver dentro, cerrando con fuerza la ventana blindada que el agua casi tira hace unos días con el diluvio universal que cayó, con el que creí que tendría que salir en barca de aquí. Corro las cortinas azules que llegan hasta el suelo, arrastran y se comen toda la mierda y el polvo del suelo de tatami. Cuando me siento en la silla y las lágrimas vuelven a caer prefiero pensar que es por el calor de la habitación o por la barrita de incienso que se está quemando encima de la mesilla. Las compré hoy en unos chinos en algun punto de Salamanca. No se, Rosa era la guía y el pitufo solo hablaba cosas que yo no entendía, excepto la palabra patos, lo que me hizo suponer que ibamos de paseo a ver un lago. No me equivoqué, por cierto. Les di de comer gusanitos, aunque casi me los como yo antes, también es verdad. Luego el pequeño se cansó, tuve que cogerlo en la espalda y luego en brazos; y la cotilla más cotorra del pueblo dice que soy la hermana de Rosa, o sea, la tia del niño. Y yo sin decir nada pensando qué bien que ya soy... tia. Esas pequeñas cosas son simpáticas, pero de verdad hay algo que me hace sentir muy bien. Que me hace pensar que además de
echar de menos a mi familia también echaré de menos a estos que considero tambien importantes desde hace poco tiempo, pero que han entrado como huracanes en mi pequeño espacio de personas que me gustaría querer.
Mientras lloraba, ella ha entrado sin que me diera tiempo a reaccionar y al verme llorando, me ha abrazado. He sentido un calor reconfortante y no quería que dejara de abrazarme. Me ha cogido de las manos y me ha consolado, y eso que debería ser al revés en este momento. Cuando me ha pedido que no llorara, se me ha escapado una sonrisa. Como si mamá me pidiera que no llorase y quisiera sonreír entre lágrimas para consolarla y decirla que todo estaba bien.
Ahora estoy sola con los dos niños, esperando que ninguno se despierte. Tengo los cascos puestos para la música pero la puerta está abierta, por si acaso el pequeño pitufo llora y tengo que asomarme a ver qué pasa.
Seguro que se le ha caido el tete o se ha destapado y tiene frío o ha perdido el pitufo entre las sábanas y no lo encuentra para abrazarse a él. Espero que no se amarre a mi pelo porque hace tiempo cuando le cojo se queda callado mientras me toca el pelo, ya esté liso o rizado, y se queda como un tonto así. Me hace gracia y me gusta, así me queda más cerca para darle besitos en la mejilla y en la oreja. Cuando lo hago, se revuelve un poco y sonríe. Me gusta hacerle sonreír. Y tiene unos ojos azules preciosos que me miran siempre de una forma que no sería capaz de descifrar.
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He vuelto a entrar en calor. El olor del incienso me tranquiliza, de alguna manera. Ya he gastado tres pañuelos y me niego a sacar uno más. Así que, se acabó ya.