miércoles, 21 de octubre de 2009

En algún lugar.

La mente grita ten más juicio si es que no quieres llorar por nada. Y aunque no se puede controlar el viento, pero sí ajustar las velas. Muévelas hacia donde el viento no dañe tus ojos; hacia donde el destino no dañe tu corazón.

Empieza a pensar como quieres vivir y ten el valor de tus sueños cumplir. Tal vez sea el momento de problar algo nuevo; algo dulce, como la crema de chocolate, algo como una sonrisa de mano de una confianza ciega.
No debemos confiar ciegamente, quizá. Pero ¿sabes qué? que el que nunca se arriesga se suele perder lo mejor.

Sigue a tu corazón, mereces ser feliz.

jueves, 15 de octubre de 2009

No, solo son recuerdos

¿Pero tú que te has creido que es el corazón?

Si no dejas de meter cosas inútiles dentro, acabará lleno. Y entonces no habrá sitio para cuando las cosas importantes lleguen. Será demasiado tarde para vaciarlo y entonces, perderás todo aquello realmente importante.

_________________________________________________________________

Una cobarde que finge ser fuerte, una cazadora de sueños imposibles, una ladrona de sonrisas frustrada, una peligrosa estúpida, una estúpida peligrosa, un corazón dormido, un titán muerto, un siniestro total, una condenada fracasada y una inexistencia.


¿Alguien da más?
Estupendo.

martes, 13 de octubre de 2009

El Valor Para Cambiar El Camino Equivocado.

Pongo el pie en la tierra con fuerza. El sol me daña los ojos. Cruzo la primera puerta. Camino con decisión hasta la segunda, la que esconde mi libertad. Una de esas odiosas mujeres todavía me acompaña, como si creyera que voy a volver ahí dentro. La puerta se abre por fin. Cuando la cruzo, suspiro. Respiro hondo. La libertad huele sumamente bien. Pero mi tranquilidad dura unos segundos. Veo un coche apostado en la acera, a unos cuantos metros. Ese coche lo conozco. Él está apoyado en la puerta, mirándome fijamente. Trato de hacer como si no lo hubiera visto, y en lugar de acercarme, camino por la otra acera y por la avenida que hay a mi izquierda. Le oigo gritarme. No, no quiero, no puedo pararme. Si lo hago, volveré a perder todo cuanto me queda. Mis pies echan a correr, aterrados como mi corazón ante la sola idea de volver a verme entre sus brazos. Me doy cuenta de que no me sigue más allá de la mitad de la calle. Sigo corriendo, algo más despacio. No se a dónde ir. Tantos años encerrada entre aquellas cuatro paredes mal levantadas hacían estragos en la memoria. Empiezo a caminar hacia un lugar que debería seguir como entonces, como lo dejé. Después de tener el alma y la libertad guardadas bajo llave, necesito ver el color verde del campo. Llego hasta la orilla del río. Desciendo hasta la ribera y me siento. Respiro hondo. No se como he podido soportar aquella prisión de barrotes y mujeres locas y peligrosas. Ni siquiera se como he salido con vida, después de lo que le sucedió a la última que osó desafiar a la que se creía dueña, reina y señora de todas nosotras, no siendo más que una privada de libertad como todas. Una mujer con ansias de poder, eso es lo que pienso.

Además, miro el curso de río. Y le recuerdo a él. Al otro él. Si no hubiera cometido la mayor estupidez de mi vida, quizá él estaría sentado a mi lado. Pero no, tuve que ser más y mejor que las demás y lanzarme a jugarme la vida con ese maldito desgraciado que permitió que me encerraran a cambio de su propia libertad. Si solo hubiera escuchado a mi corazón, no habría pasado tantos años perdida en la oscuridad de la soledad. Le amaba tanto que le dejé y entonces, me embarqué en una vida suicida. Y ahora estoy aquí, en el río donde nos veíamos, donde conversábamos, donde le dije por última vez cuanto le amaba. Ilusa de mí, esperar volver a verle. Él tiene su vida, es feliz lejos de mí; no puedo culparle, solo yo tengo la culpa de todo esto. Ahora solo tengo que salir de aquí y volar lejos, muy lejos. Empezar de cero.

De repente siento cómo estos deseos se desmoronan. No, no quiero irme. ¿Por qué? Por la mirada que siento tras mi espalda, clavada en mi pelo. Oigo unos pasos deslizarse a mi lado; mis sentidos se han agudizado, dentro de aquella cárcel siempre había que estar alerta. Tiemblo entera cuando oigo su dulce voz susurrar mi nombre.

No, te has equivocado, quiero decirle. No quiero arruinarle la vida como hice con la mía. Pero al girarme a mirar sus ojos, me quedo colgada, enganchada a él como el drogadicto a la cocaína. Veo una fea herida en sus labios. Me levanto de golpe.

Fui a buscarte, me susurra.

Él lo sabía, sabía que yo salía hoy de aquel encierro. Mi corazón palpitó. Até cabos entonces. Allí estaba él. Supe que se habían peleado y me sentí culpable de sus heridas. Todo había sido por mi culpa, todo.

No he podido dejar de pensar qué te diría cuando volviera a verte y ahora no puedo hacer otra cosa que contemplarte, oigo en mi oído.

Demasiado cerca. Le amo. Pero quiero irme. No puedo hacerle daño. No a él. Cojo mi bolsa y me apartó de él, sin dirigirle la palabra. Pero no me deja llegar más allá de los primeros dos pasos. So voz vuelve a detenerme. Suena como una dulce melodía que he ansiado oír durante años, y con la que he soñado cada noche.

Te quiero.

Y yo sé que es verdad. Me ha esperado todos estos años y ahora se presenta aquí, buscándome y hablandome como si tan solo hiciera unas semanas que no nos vemos. Supongo que igual que yo he conservado intacto mi amor por él, él habrá hecho lo mismo, o por lo menos, eso parece. Me giro a mirarle. Su sonrisa, la de siempre, está ahí. Y su mano esperandome, tendida hacia mí. Me ofrece una nueva oportunidad. ¿Y si todo sale mal? ¿Y si le hago daño? Parece que él ya ha pensado en todo eso y aún así, está aquí, de pie, frente a mi y con su mano tendida, esperándome.


Extiendo mi mano y aferro la suya. Rápidamente, se funde conmigo en un abrazo. Y definitivamente, me deshago en lágrimas, gritandole miles de cosas que él, simplemente, escucha con calma y una sonrisa. Y con su siempre protector brazo a mi alrededor. Como fue siempre.

domingo, 11 de octubre de 2009

Sweet Seventeen, My Teddy Bear

Una fina raya de luz iluminaba la habitación. Ella, molesta incluso por aquella pequeña luz, se da media vuelta en la cama. Al darse cuenta de que puede abarcar la gran cama ella sola, abre los ojos lentamente. Él no está. Pero nota un ligero olor a café.


A pesar de hacerlo con cuidado, no es capaz de encender la vela con el número 7. Se le resiste. Hasta que al fin, lo logra, llevándose de recuerdo una pequeña quemadura. La tarta de chocolate que su madre hizo la tarde anterior seguía con una pinta tan dulce y exquisita como si la acabara de hacer. Lentamente, vuelve a la habitación.


Abrocha el último botón de la camisa blanca que le había quitado a él la noche anterior y entonces, la puerta se abre. No sabe qué cara poner al verle entrar, iluminado solamente por dos mechas pequeñas, con una bandeja en la que lleva una tarta redonda y probablemente de chocolate. La sonrisa se dibuja sola en sus labios.


Pone la tarta sobre la cama, entre ellos. Se sienta al lado de ella y la da un beso en el oído. Ronronea. Felices y dulces 17, amor mío. Pide un deseo.


Ella mira la tarta. Está más que claro que la ha hecho la madre de él, una mujer a la que admira y quiere; sobre todo, a sus postres. Cierra los ojos y sopla con fuerza. Siente el aire escapando de sus pulmones como precipitado hacia fuera, como si tuviera ganas de salir. Salir para hacerle un hueco a todo el chaparrón de sentimientos que se arremolinaban dentro de ella; es el primer cumpleaños que pasa con él a su lado.


Hunde el dedo en el chocolate, ante el reproche de la chica, que se ha acostumbrado a la poca luz y le basta para verle. Entonces lo pone sobre los labios de ella y la besa con pasión. Ella cierra los ojos y lo disfruta. Entonces se levanta, recordando que ha dejado el café en la cocina porque no podía con todo.


Ella le ve salir de la habitación y solo puede pintar una sonrisa más amplia. Vuelve la vista a la tarta y descubre una inscripción en ella, hecha también con chocolate. Entorna los ojos para poder leerla. Feliz cumpleaños, niña azul. Tanta felicidad no puede ser buena, eso es lo primero que se la pasa por la mente al leer aquello, ante lo cual ya no puede sonreír más ampliamente y se pone a reír a carcajadas.


Él reparte el café, sabe perfectamente cómo le gusta a la niña. Cuando vuelve a la habitación, deja ambas tazas sobre una mesilla y se acerca a levantar la persiana. El sol les inunda por completo. Entonces le tiende su café a la chica y vuelve a salir. Esta vez, cuando vuelve, lleva algo consigo. Ella quiere llorar al verlo. Abre la funda con cuidado, como lo hace siempre. La coge entre sus brazos y se sienta frente a la chica.


Cierra los ojos cuando suenan los primeros acordes. Deja que la música de la canción que está interpretando de manera excepcional, inunde su ser por completo. Vuelve a abrir los ojos y le mira. Adora contemplarle acariciar su guitarra tan suavemente, creando aquella maravillosa sinfonía de susurros.


Termina con un último y largo acorde. Cuando la mira, solo puede sonreír. Deja su querida guitarra apoyada en la pared y vuelve a la cama, junto a ella, esquivando la tarta que sigue sobre las sábanas. La chica le recibe con un beso. Antes de que pase algo con la tarta, parten dos porciones y se la comen como desayuno. Y como todos los días, hablando de diversos temas que a ambos les interesan.


El día se completa con un paseo por el campo, por una ladera desde la que pueden contemplar el mar. En lo alto de la colina, donde está el faro, se quedan a comer. Él mismo se ocupa de preparar la comida y todo cuanto necesita para hacer de aquella una velada especial bajo la luz del sol, las nubes y olor del mar.




¿Qué es la felicidad? La felicidad es lo que sienten cuando están juntos. _________________________________________________________

0:22 del 11 de Octubre de 2009
Creí que las palabras sobrarían, así que he escrito esto; recuerdo que felicité a Paula usando lo que había escrito del cumpleaños de Azalea. Pero para ti, tenía que darle al coco y pensar en algo digno.
No se que decirte, cariño. Sabes que te quiero y que eres lo más importante, y que lo seguirás siendo así pase el tiempo y la vida nos separe. Realmente eres como un angelito de la guarda; me conociste y me salvaste, no solo de la crueldad de la realidad, sino de mi propia soledad y mi miedo. Estuve en tus 15, estuve en tus 16, estoy en tus 17 y espero estar ahí para siempre; a pesar de que nada es eterno, siempre es siempre.
Disfruta mucho, por favor. Tú sí te lo mereces. Te quiero mucho. (L)

viernes, 9 de octubre de 2009

Sopla la nieve, llama el glaciar.

El viento sopla con tanta fuerza, que los árboles caen rendidos ante su potencia. Los copos de nieve se arremolinan violentamente frente a la ventana, formando pequeños ciclones. Su madre tenía razón cuando la dijo que no debería haber ido a esquiar. Más que nada, porque parecía un pato, y a causa de su torpeza, había acabado hundida en la nieve hasta el cuello. Menos mal que allí dentro la estufa calienta la habitación y sus huesos ya han entrado en calor. Pero aún así, se siento fatal. Sus ojos empiezan a nublarse, a cerrarse lentamente. Apoya la frente contra la ventana. Está fría, cosa que agradece. El cuerpo la pesa, e incapaz de soportar su propio peso, las piernas se la doblan y se deja caer al suelo. Algo no está bien.


Por fin agua caliente. Se moja la cara con ambas manos y se mira al espejo para recogerse el pelo. Sale del baño, comentando tranquilamente que sería bueno ir pensando en bajar a cenar, porque tiene hambre. Entonces ve su cuerpo desfallecido y encogido bajo la ventana, tendido en el suelo y sin señal de movimiento. Corre, como si nunca fuera a alcanzarla. Nada más rozar su blanquecina piel siente el calor que ésta despide. No hace falta ser médico para saber lo que le pasa. La nieve. A pesar de ir abrigada hasta los ojos porque era muy friolera, haberse caido de lleno en la nieve unas cuantas veces esa mañana no la había sentado bien. Casi con miedo a que se rompiera entre sus brazos, la levanta del suelo. Aparta las sábanas de la cama y la pone dentro, arropándola hasta taparla incluso la boca. Entonces sale corriendo de la habitación y camina rápido escaleras abajo.


El peso de las mantas la agobia un poco; el calor que despiden la agrada y la molesta a la vez. Es como si su cuerpo fuera un horno al rojo vivo. Se siente incapaz de abrir los ojos, la pesan los párpados y la cabeza parece querer estallar en mil pedazos. Aún así, puede sentir que él no está allí, con ella. Pero no tiene fuerzas ni para intentar levantarse, y mucho menos, para buscarle.


Abre la puerta con sumo cuidado y la cierra del mismo modo. Se sienta al borde de la cama y la destapa un poco. Introduce la mano bajo la nuca de la chica y trata de incorporarla un poco. Ella hace un ruido extraño, un gruñido, una queja. Lentamente, él desliza su mano libre hasta la mejilla ardiendo de ella, y con cuidado, roza sus labios con el dedo pulgar. Después de acariciarlos unos cuantos segundos, trata de introducirlo en su cavidad bucal, consiguiendolo al fin. Entonces pone dentro una pequeña pastilla de color blanco y la obliga a tragársela acompañada de un poco de agua.


Solo es consciente de que algo se desliza por su garganta hacia su estómago. Cuando su cabeza vuelve sobre la almohada, hace otro sonido de molestia. Siente un suave ronroneo en su oído, algo que no es capaz de descifrar en el estado en el que se encuentra. Al posarse sobre su mejilla los labios de su chico, la parecen una bendición; están fríos comparado con su temperatura corporal actual. En este momento, solo quiere dormir.


Piensa en bajar a pedir una manta más para ponérsela también encima. Odia verla en ese estado. Débil, desprotegida, enferma, triste, silenciosa. Entonces, de pronto, las luces del refugio parpadean. Y finalmente, se apagan. Refunfuñando y resoplando, sale de la habitación y baja corriendo. Cunde un poco el pánico. No hay luz ni calefacción. Eso es preocupante; el estado de la chica podría empeorar si eso continuaba hasta por la mañana. Y nadie podía ayudarles, la tormenta les ha incomunicado por completo. Pide definitivamente otro par de mantas y vuelve a la habitación.


Solo oye los latidos de su propio corazón restallar contra sus oídos en su cabeza.


Echa las mantas sobre el cuerpo de la chica, sobre las que ya la cubren. Pasa una hora, quizá dos. La luz y la calefacción se niegan a volver. Toca la frente de la chica y siente que el calor de su cuerpo, en vez de bajar, aumenta. Maldiciendo por lo bajo, se quita el jersey de cuello vuelto de color marrón que lleva puesto. Y luego, la camiseta de manga larga; y también la de manga corta que lleva debajo, hasta quedarse desnudo de cintura para arriba. Entonces le recorre un gran escalofrío que le hace encogerse unos segundos. Aparta todas las mantas del cuerpo de la chica y la mira un momento. Parece un ángel dormido de aquella manera. Sacude la cabeza. Se acerca a ella y la incorpora, sentándola en la cama apoyada contra su pecho. Dándose toda la prisa que puede, la viste con su jersey marrón, en un intento de calentarla más para que le baje la fiebre.


Los movimientos la matan. La cabeza sigue como si tuviera un concierto de rock en ella y su cuerpo sigue sin fuerzas.


Vuelve a tumbarla en la cama. Se sienta en el borde y se quita con rapidez las botas que lleva puestas. Se sube en la cama y se tumba al lado de ella. Echa todas las mantas sobre ellos; siente un peso abrumador, y un calor casi insoportable, pero lo aguanta. Bajo las mantas busca el cuerpo de la chica y la abraza por la cintura. La recuesta sobre su pecho, sintiendo toda la cascada de pelo moreno de la chica rozarle el pecho y darle otro ligero escalofrío.


No sabe por qué, pero el calor ahora es más intenso. Trata de mover su mano hasta ponerla en el pecho del muchacho, quien con su mano libre entrelaza sus dedos con los de ella. Es entonces cuando, después de aquello, no se entera de nada más, hasta que amanece un nuevo día.
Abre los ojos antes que él. Observa su rostro dormido y sonríe. Vuelve a tener fuerzas; su cuerpo reacciona y puede moverlo. Su frente aún está algo caliente, pero siente que ya está bien. Al verle allí, a su lado, desnudo, proporcionándola su propio calor, no puede evitar darle un beso. Él solo se remueve un poco.


No hace tanto calor. Nada le agobia. Y no siente el peso del pequeño cuerpo que ama sobre él. Abre los ojos, rápido al principio; la luz que entra por la ventana le detiene y le obliga a entrecerrar los ojos hasta que se acostumbra a la luminosidad. Se incorpora y la silueta algo deformada de una mujer se dibuja en el suelo de madera de la habitación; la sigue con la mirada y la encuentra de pie frente a la ventana. Aún lleva puesto su jersey. Sonríe al verla de pie y tan radiante. Se levanta con rapidez y la abraza por la espalda, abarcando toda su cintura. Ella se recuesta sobre él. El sol brilla sobre las laderas nevadas.


Ella entrelaza su mano con la de él. Él, la lleva hasta sus labios y le besa la mano a la muchacha, que solo sonríe. No necesita decirle nada. Cierra los ojos y solo piensa. Hasta en mis peores pesadillas vienes a rescatarme, ¿verdad, amor?

viernes, 2 de octubre de 2009

No ser de piedra.

A pesar de que la calle es una de las más anchas de la ciudad, siento como si caminara sobre un borde, mirando abajo, manteniendo el equilibrio para no caer en la cuneta que hay al otro lado. Tengo que conseguir volver al cauce de la calle, pero no sé cómo hacer tal cosa. Mis pies se mueven solos entre el tumulto de gente. Hay mucho ruido, pero parece como si mis oídos no escucharan nada de nada. Solo la soledad de mi interior repiquetea en mi pecho. Miro hacia ambos lados de la calzada.
Una chica rubia y alta, con tacones de color rojo, un pantalón blanco y una camiseta ajustada del mismo color que sus zapatos, camina con soltura hacia mí, para pasar a mi lado, rozándome el brazo. Soy capaz de respirar su aroma. Es algo fuerte para mi gusto. Me giro y la miro de nuevo. Esta vez, ya está en brazos de un muchacho más alto que ella, de complexión fuerte y pelo negro. Lleva una camisa azul y unos vaqueros, con unas deportivas elegantes a mi parecer. Unas gafas de sol adornan su pelo azabache. Y sus ojos de un perfecto color marrón oscuro le hacen la clase de chico que cualquiera tacharía de perfectamente bello. Me quedo mirándo cómo se besan ante mis ojos.
Giro la cabeza de nuevo y prosigo mi camino, haciendo malabares para no caer a la cuneta a pesar de que voy caminando por el centro de la calzada. Pero esa cuneta va mucho más allá de lo material o lo territorial. Es mi propia soledad, mi propio miedo. Y no puedo dejarme caer, me digo a mí misma.
La calle sigue abarrotada de gente cuyas caras pasan a mi lado sin reparar en mi existencia. Miles de manos cerradas sobre las de una persona cercana, miles de abrazos, miles de sonrisas y millones de sentimientos. Nunca creí poder ver todo eso en el mismo lugar.
Mi pecho se encoge. Camino más lento, como si quisiera largarme de allí y no pudiera. La soledad me arrastra; es como un vórtice, un agujero oscuro, un incendio que lo arrasa todo a su paso. Y me lleva con él.

Finalmente, viendo mi incapaz de detener ese agujero y ese incendio, me dejo llevar. Mi ánimo se desmorona en pedacitos. Y al verlos repartidos por el suelo me doy cuenta de que no podré volver a unirlos yo sola. Son demasiados. No puedo.

Salgo del tumulto de gente y empiezo a caminar por calles más tranquilas y solitarias. Ahora, la música inunda mis oidos. Las melodías son tristes sonidos lejanos que no significan nada. Me detengo en una pequeña plaza con un par de bancos de madera maciza y unos cuantos arboluchos mal cuidados. Incapaz de seguir.
Todo se desdibuja de repente. Me toco los ojos, buscando la razón de aquello. Y mis manos se empapan en lágrimas.

La debilidad escapa de mis ojos, pero solo por eso no significa que vaya a perderla. Volverá, como siempre. Y como siempre, se quedará.
Sigo caminando. No. No tengo fuerzas, ni ganas. Y de todas formas, tampoco puedo hacerlo, pues mis piernas no se mueven. Yo no tengo voluntad suficiente para hacer que se muevan.
Entonces me dejo caer bajo un arbolucho. Encojo las rodillas y las acerco a mi cara. El pantalón se moja rápidamente, bañado por mis lágrimas. Pero no puedo detener mi llanto. El dolor de la soledad me asalta de nuevo. Todo es demasiado para alguien como yo.

Y solo quiero gritar. Aunque seguramente, nadie lo escucharía.


Nadie puede oír la voz de la soledad.