miércoles, 11 de enero de 2012

Pánico a las alturas.

El ruidoso despertador sonó con fuerza a las ocho de la mañana. El chico se estiró debajo de la sábana para apagarlo con rabia. Con el movimiento brusco, sus heridas le recordaron que seguían allí y le hicieron detenerse a hacer las cosas con más calma. Aplastó el reloj con la mano y luego se dio la vuelta otra vez en la cama. Hacía frío. Abrió los ojos despacio y vio el otro lado de la cama. Vacío. Se levantó despacio, fastidiado por no poder ser más rápido, y buscó a la chica en el pequeño apartamento. No estaba. Volvió a sentarse en el sofá y buscó con la mirada el tabaco. Al encontrarlo, vio una nota bajo la cajetilla, que cogió antes que los cigarrillos. Era la letra de ella.
“Buenos días, dormilón. He tenido que salir antes, he tenido una urgencia, por eso te he dejado puesto el despertador o te quedarías dormido. Lo siento, pero tendrás que irte solo al aeropuerto. Perdóname, prometo recompensarte, ¿vale? Te quiero mucho. Yarah.”
Suspiró con fuerza. Para un día que podían despedirse, pasaba algo importante para ella. La última vez había sido todo frío. No había habido una despedida en condiciones, nada de decirse hasta pronto. Él se había ido como si no fuera a volver y a pesar de todo, ella le había esperado. En fin, él debía comprender que ella también tenia cosas importantes y que ellos ya se habían despedido, en cierta forma, la noche anterior. Aunque reconocía que le hubiera gustado verla al abrir los ojos esa mañana. Pero no había podido ser.
Con cuidado de sus heridas para que no le tirasen, el chico se vistió con la ropa que Nakamaru le había llevado y después de desayunar algo de lo que había quedado de la tarde anterior, salió hacia el hotel caminando despacio, donde su representante le había dicho que le esperaría para llevarle al aeropuerto. Caminó por su adorada ciudad una vez más, calmado, tranquilo, sintiendo el ambiente en el que había crecido, en el que se había convertido en lo que era. Algún día le hubiera gustado cantar una canción en el medio de Tokio, con la gente siguiéndole, cantando con él. Sonrió a medias mientras giraba en la esquina de la manzana para llegar al hotel. Su representante le reconoció rápidamente y le hizo subir al coche que tenía preparado. Le tendió los billetes y le miró mientras el chófer conducía.
- No me voy contigo. Tengo una cosa que arreglar aquí antes – le dijo.
- ¿Es por mi? – quiso saber.
- No importa – dijo él.
- ¿Qué pasa? Dímelo, por favor – le insistió -. Si es por mi, quiero saberlo.
- No tienes que preocuparte, de verdad. Agradezco mucho el haberte obligado a venir a Japón – dijo de pronto -. Porque sino, no habrías vuelto a ser tu.
- ¿Así era yo cuando tú me conociste?
- Sí. Eras cálido a veces, alegre otras, desesperante otras, así como cada una de tus canciones. Realmente, me alegro de haberte traído de nuevo a tus orígenes y a recordar quien eres.
- Gracias – pudo decir. Le conmovían hasta las palabras de su representante.
- Ahora vuelve a Los Ángeles, y no te preocupes por nada más.
Él asintió con la cabeza y no dijo nada más durante todo el trayecto. Solamente jugueteó entre los dedos con el billete. Ojala tuviera junto a ese uno que pusiera Los Ángeles a Japón. Pero no podía tenerlo todo. En América le esperaban un montón de proyectos pendientes, cosas que tenía y realmente quería hacer. Aunque también estuvieran ellos, esos que habían intentado matarle de forma descarada, sentía que podría con ellos. Ahora tenía claro que pensaba hablar con Yarah cada día, cada noche, hacer lo imposible por verla cuanto antes.
Que viviría para la música y por Yarah.
El aeropuerto era un hervidero de gente, pero por suerte no parecían reconocerle. Se dirigió sin prisas hasta la puerta de embarque. Como siempre, los que viajaban allí eran tremendamente aprensivos a perder el vuelo hacia su país, por lo que en las escaleras mecánicas por las que él tenía que bajar ni había nadie. Antes de subir, una voz detrás de él le detuvo. Se giró en redondo al reconocerla y dio unos pasos hacia ella, sorprendido.
- Janie – susurró -. ¿Qué estás…?
De golpe, ella se lanzó contra su cuello y le abrazó. Él hizo un sonido de molestia por las heridas pero no la apartó. La chica se separó despacio y no demasiado. Sus ojos parecían enrojecidos.
- ¿Janie?
- Me alegro mucho de que estés vivo – susurró.
- Si lo estoy, es gracias a ti – la dijo.
Recordaba el mensaje que había recibido minutos antes de la carrera con Jam. Era de la chica rubia. Decía dónde exactamente estaba colocado el explosivo que haría saltar por los aires el coche pero después quedaría todo como un simple fallo del motor. El chico pisó el acelerador, sabiendo que el coche no se pararía y tendría unos segundos para abrir la puerta del copiloto y saltar al río, pero solo después de que el coche diera un par de vueltas sobre sí mismo, lo que le había provocado aquellos hematomas y heridas.
Casi inconscientemente la acarició la mejilla, como gesto de agradecimiento.
- No podía dejar que Jam te hiciera esto – le dijo -. Pretendía matarte desde el principio, Jin.
- ¿Y por qué no le dejaste hacerlo? – quiso saber.
- ¿¡Por qué!? ¡Porque…! – se detuvo de pronto -. Porque él no es nadie para jugar con la vida de otra persona – dijo al fin -. Y porque tú eres el único que siempre me ha tratado como una persona y no como un simple objeto.
El chico la miró a los ojos. Podía ver en ellos aquella sinceridad de la que no podía dudar.
- Es que no eres un objeto, y tú eres la primera que tenía que darse cuenta – la dijo, acariciándola el pelo -. Me alegro de que te hayas decidido por fin a no dejarte pisotear por Jam.
- Jin – le llamó -. Si algún día pasara algo yo…
- Tienes mi número – sonrió -. Llámame.
- Pero, incluso si… - insistió.
- Incluso si el mundo se está cayendo, Janie – la interrumpió -. Fuiste la primera que se dignó a enseñarme Los Ángeles, la forma de vida de allí, la manera de hacer las cosas. Fuiste la primera que me ayudó. Te lo debo.
- Pero yo conté esas mentiras a la prensa hace unos días – siguió -. Y si no hubiera sido por esa chica a la que quieres, yo lo hubiera destrozado todo.
- Pero ella estaba allí, y todo se solucionó. Además, también es culpa mía por dejarte hacerlo, así que no te preocupes.
Suavemente la acarició la cabeza y la despeinó un poco. Ella sonrió a medias.
- Y hablando de ella, ¿dónde está? – preguntó.
- ¿Yarah? No podrá venir. Ha tenido algo importante que hacer hoy.
- Ah. Pensé que no querría separarse de ti. Y menos…
Ella cerró los labios con fuerza, como si los estuviera sellando.
- ¿Menos? – la instó a seguir él.
- Si yo ando cerca – susurró, desviando la mirada.
- ¿Por qué? – se sorprendió el chico.
La chica cogió aire y le miró, con cierta resolución. Como si le hubiera costado la vida decidir decirle aquello y ahora se sintiera con fuerzas de hacerlo.
- Porque creo que ella sabía que yo te…
- ¡Jin! ¡Jin!
El chico se giró casi por instinto, sin escuchar nada más de lo que había a su alrededor. Al ver los ojos de Yarah al otro lado de la zona de espera, su rostro pareció iluminarse.
- ¿Jin?
- Perdona – le dijo a Janie -, pero…
- Nos veremos en Los Ángeles pues – se despidió de él.
- Sí – asintió él, mirándola -. Nos veremos y recuerda que tienes que confiar en mí, ¿de acuerdo?
La chica rubia solo pudo asentir y darse la vuelta para alejarse. Sabía que su presencia allí no provocaría ningún tipo de malentendido con la otra chica. Era imposible que nadie lo malinterpretara después de ver el rostro del chico con solo verla a lo lejos hacía unos minutos. Se había quedado para dentro los sentimientos que tenía por él. Pero podría vivir con eso. Ahora sabía que la felicidad de una persona a la que se podía querer tanto, era más importante que su propia felicidad.
- ¿Qué haces aquí? Pensé que tenías algo que hacer, ¿no? – la preguntó.
- Pero, ¿en serio pensabas irte?
- ¿Eh? Sí, claro – dijo, enseñándola el billete -. ¿Qué pasa?
- ¡Ey!
La voz ruidosa de Koki les hizo girarse a mirarles. Jin rezó para que nadie les reconociera o estarían perdidos. Los cuatro chicos se acercaron a ellos.
- ¿Pensabais iros sin despediros, eh? – les espetó el rubio.
- Ya nos vimos ayer, no seas tan exagerado – le dijo Jin. De repente se giró a mirarle -. ¿Irnos?
- ¡Idiota! – le gritó entonces Yarah. Rebuscó en su bolso y sacó un libro pequeño -. ¡Esto era lo que corría tanta prisa!
El chico lo cogió cuando ella casi le golpea en el pecho con él. Al mirarlo, puso cara de sorpresa.
- ¿Un diccionario de inglés? – preguntó.
- Hace unos años que no lo practico – le dijo -. Y creo que en Los Ángeles solo tú me hablarás en nuestro idioma, ¿no? – le preguntó, seriamente, mirándole con los ojos clavados en él.
- ¿Pero que…? – empezó él.
- ¿Qué hago yo en Los Ángeles? – arrancó ella -. ¿Por qué a los hombres os gusta preguntar las cosas que son obvias? – le preguntó de vuelta.
- Porque a veces no son tan obvias – la dijo -. ¿En serio vienes… conmigo? – quiso asegurarse.
Ella se echó a reír y sus amigos también. Se sintió estúpido por un momento pero al final solo torció los labios y esperó a que dejasen de reírse de él, literalmente.
- Deberías haber mirado el billete de embarque – le dijo Kazuya.
- ¿Vosotros lo sabíais? – soltó.
Con un gesto de ofuscación el chico abrió el billete. Y se dio cuenta de que, bajo aquella tarjeta de embarque con su nombre había una más. Con el nombre de ella grabado en letras mayúsculas. Sintió que el corazón le daba un vuelco y luego la miró. Ella solo admitió con la mirada que cogería aquel avión con él para volver al lugar donde brillaba como una estrella más. Sin preocuparse siquiera de sus heridas, el chico se abrazó a la rubia con toda la fuerza que pudo, besándola la frente con ternura.
- Creo que no me lo puedo creer – susurró.
- Tu representante me ayudó. Dice que tal vez pueda encontrar algo para mi en la redacción de alguna revista, aunque sea de tirada pequeña, pero algo es algo.
- ¿Estás dispuesta a dejar el trabajo que tanto te costó conseguir, por mí? – la preguntó, con seriedad. Aquello era bastante importante, y sabía lo mucho que ella había trabajado para lograr un puesto en la redacción donde trabajaba.
- Si no lo estuviera no estaría aquí ahora mismo. Te habría dejado irte sin detenerte, sin verte siquiera para no sentir el impulso de ir tras de ti. Pero estoy convencida de que lo que quiero hacer, más que cualquier otra cosa, es estar a tu lado.
El chico no pudo evitar sostenerla la mano con fuerza mientras ella hablaba. Estaba demasiado sorprendido y emocionado como para decir nada ni interrumpirla. Quería escucharla hasta el final.
- Después de dos años en los que pude trabajar en lo que yo quería, creo que llegó el momento de hacer lo que más quiero hacer ahora, que es vivir una vida junto a ti, sea lo que sea lo que me espera.
- Si sigues así lo harás llorar – dijo de pronto Koki.
- Y perderéis el avión – apuntó Junno, mirando su reloj.
- Es verdad, mejor vámonos – dijo él -. Chicos, nada de despedidas, por favor.
- ¿Despedidas por qué? – dijo Nakamaru -. Volveremos a vernos, ¿verdad?
Jin asintió con la cabeza y después de unos abrazos, volvió a buscar la mano de Yarah. Pero ella se lo pensó.
- ¿Qué pasa?
- Creo que hay periodistas esperándote abajo – dijo, señalando las escaleras mecánicas.
- Entonces que se enteren de una buena vez de que soy quien soy y que lo soy porque te tengo a ti – la dijo, con seguridad en la mirada.
Ella caminó hasta las escaleras y él la siguió. Se despidieron de los chicos por última vez agitando la mano y les perdieron de vista mientras bajaban. Jin la tendió la mano y ella le miró.
- ¿Recuerdas lo que te dije cuando me fui a Los Ángeles por primera vez?
- Dijiste demasiadas cosas – susurró ella.
- Te dije que quería que todos me envidiaran al verme pasear contigo por la ciudad, ¿lo recuerdas?
Ella solamente asintió con la cabeza, sin dejar de mirarle a los ojos.
- Entonces, que empiecen a envidiarme ya mismo – la pidió -. Que empiecen a sentir que eres parte de mí.
Yarah soltó una leve carcajada y de pronto, escuchó los flashes de las cámaras y el murmullo de los periodistas. Tragó saliva.
- Confía en mí. No pienses en nada más. Yo cuidaré de ti, Yarah.
Sin pensarlo más, cerró su mano sobre la de Jin, algo temblorosa, y él entrelazó sus dedos con los de ella. Le miró para verle sonreír y ella también sonrió, incapaz de no mostrarle el sentimiento de felicidad que llevaba dentro por poder estar con él.
El primer paso al bajar de aquellas escaleras mecánicas fue como la primera huella en el camino que recorrerían juntos dos años después de guardar su amor bajo una llave que se había oxidado pero aún abría las puertas de su futuro.

martes, 10 de enero de 2012

Ego.

Sudaba por cada rincón de su cuerpo. Incluso le costaba ligeramente respirar, como si tuviera unos cuantos kilos de más encima. Quiso darse la vuelta e ignorar lo que le había despertado pero no pudo moverse. Sus ojos se resistieron un poco a abrirse pero al final cedieron, dejándole ver poco a poco el techo de la habitación en la que se encontraba. Supo rápidamente que no era un hospital. Era aquel techo blanquecino que conocía. Solo con ver eso, sintió alivio en el pecho. Volvió a cerrar los ojos, algo más tranquilo. Sabía dónde estaba. Y con quién. Su mano rozaba algo caliente que no era la manta de lana y como pudo se giró hacia ella para mirarla. Sabía, solo con el tacto, qué parte del cuerpo de la chica estaba tocando. Eran sus dedos. Suaves, largos y delgados, con aquel anillo de plata en el dedo del medio. Ella tenía la mano enredada entre sus dedos con delicadeza. Intentó con todas sus fuerzas ponerse de lado para mirarla, pero le fue imposible. Las heridas de su cuerpo tiraron y le hicieron dar un pequeño grito de dolor. Los moratones se habían extendido por todo su cuerpo y posiblemente le costaría bastante moverse. Con aquel movimiento brusco de él ella despertó, algo sobresaltada. Se incorporó rápidamente, mirándole.
- ¿Jin?
- Estoy bien – dijo, antes de que ella preguntara -. Solo quería darme la vuelta pero creo que va a ser imposible.
- Perdona, es que tienes muchas cosas encima – le dijo, apartando la manta nórdica y la de lana, dejándole solo con la sábana blanca -. Era para que no cogieras una hipotermia anoche – susurró.
- Anoche, ¿eh? – musitó él, evitando un momento los ojos de ella.
- Gracias – le dijo. Él la miró, sorprendido -. Gracias por volver anoche a casa.
- No fue por mi propio pie, por lo que recuerdo – dijo él.
- No. Pero tú solamente dijiste que volverías, no cómo lo harías – dijo ella, usando sus palabras -. Y volviste.
El chico intentó incorporarse y ella le ayudó por los hombros, dejándole apoyado en el cabecero de la cama ante la imposibilidad para él de incorporarse del todo sin que su abdomen le diera pinchazos de dolor. Él sostuvo la mano de la chica entre sus dedos y los llevó a los labios para besarlos.
- Gracias a ti por cuidar de mí – dijo.
- ¿Quién iba a hacerlo sino? – sonrió ella, acercándose más a él.
La rubia llevaba puestos solo los pantalones y el sujetador. Anoche había pasado bastante calor bajo toda aquella capa de ropa y se había agobiado. Jin al verla ladeó la cabeza.
- Como echaba de menos despertar así – dijo de pronto, sin apartar la vista de sus curvas.
- Oye, no empieces con tu delicada y sutil prosa pre-cama, ¿quieres? – le dijo.
- Qué pena, ya me conoces demasiado – sonrió él, echando la cabeza ligeramente hacia atrás.
- Y tú si crees que me conoces deberías saber ya que…
- No puedes resistirte a mi delicada y sutil prosa pre-cama, ¿no es así? – terminó él.
Ella levantó la mano para darle un golpecito en el hombro pero después su mano acabó enredada en el pelo de él. Prefería no darle, por miedo a hacerle daño aunque fuera en el hueso del hombro.
- Jin, ¿no tendrás nada roto, no? – le preguntó de pronto.
- Si lo tuviera creo que dolería demasiado como para estar aquí sentado y haber dormido del tirón – alegó él -. Así que creo que estoy bien.
- Sería mejor si fuéramos a un médico – le dijo.
- Lo se. Pero también se que no puedo hacerlo – suspiró.
Antes de que la chica contestara, el estómago del chico rugió. Él se llevó las manos a la tripa y la miró.
- Necesito café – dijo -, y chocolate. Y una manzana. Y galletas – fue enumerando.
- Oye, esto no son Los Ángeles. Aquí nadie te preparará el desayuno – le advirtió -. Al menos no tal y como tu lo pides por que en mi frigorífico reza para que haya siquiera leche.
Él sonrió y la chica se levantó de debajo de toda aquella ropa, estirándose al ponerse en pie. Se acercó a la cocina a comprobar lo que había y no encontró nada más que la lista de la compra que había hecho hacía unos días. Suspiró y se vistió rápidamente para salir a comprar algo para desayunar. Jin quiso acompañarla, pero no pudo levantarse lo suficientemente rápido como para que ella le dejara ir con ella.
La chica echó una carrera hasta el 24 horas de la esquina de la calle. Buscó entre las estanterías algo que pudieran desayunar, como chocolate, pan, leche y algo de fruta. Al menos con eso podría preparar un desayuno decente sin tener que dejar nada después en el frigorífico. Al volver al apartamento iba a saludarle desde la puerta pero se detuvo al escuchar que hablaba con otra persona.
- Está bien. Sí. ¿Mañana? – su voz sonaba sorprendida -. Sí, sí, vale, está bien. Sí. Vale.
- ¡Hola! – saludó cuando le escuchó colgar el teléfono.
Se quitó los zapatos y entró en la cocina a dejar la bolsa sobre la encimera. Asomó la cabeza por la puerta hacia el salón y le vio levantado, frente a la ventana, sin la parte de arriba del pijama. Era normal que tuviera calor con la calefacción puesta y todas aquellas mantas que había tenido encima incubándole toda la noche. Ella empezó a hacer café, y mientras el agua hervía, se acercó a él. Estaba fumando junto a la ventana. Parecía distraído pero metido en sus pensamientos.
- ¿Jin?
- Si tanto odias que fume, ¿por qué sigues guardando el tabaco para mi? – la preguntó, sin mirarla.
- Porque sé que nunca lo traes aquí para no molestarme – le dijo, acercándose a él -. Así que, concederte un capricho no es tan malo.
- Me consientes demasiado – suspiró él, apagando el cigarrillo en el único cenicero que había en toda la casa y que era especialmente para él.
Se giró despacio a mirarla y vio que ella tenía los ojos clavados en sus moratones. Tenía uno en el hombro izquierdo, otro sobre el pecho, encima del corazón, otro en las costillas que se extendía por su abdomen y otro que se escondía bajo sus pantalones por la pierna derecha y solo se veía un poco. Él solo la miró, sin decir nada. La chica estiró la mano despacio hacia él pero rápidamente la quiso quitar, esperando que él no hubiera notado su movimiento. Pero era tarde. Él atrapó su muñeca haciendo que ella levantara la vista para mirarle y el chico la acercó a su cuerpo, despacio. Dejó que las yemas de los dedos de la chica rozasen el hematoma de su abdomen. Cerró un momento los ojos a causa de un ligero dolor pero no dejó que ella se apartara. Colocó despacio la mano entera de la chica sobre la herida y luego respiró hondo.
- ¿Te duele mucho? – susurró ella.
- Desaparecerán – dijo él.
- Eso no responde a mi pregunta – le dijo de vuelta.
- ¿Necesitas que admita que siento dolor? – la preguntó, mirándola fijamente a los ojos.
- Está bien. No lo digas si no quieres – dijo al fin ella.
El chico parecía evitar sus ojos y ella lo notó, pero no se atrevió a decirle lo que estaba pensando.
- Me voy, Yarah – dijo de pronto el chico.
- ¿Eh?
- Vuelvo a América – repitió.
Ella respiró hondo. Lo sabía. Sabía que algún día lo diría. Que tenía que volver para continuar con la vida que ahora tenía allí.
- ¿Cuándo? – susurró.
- Mañana por la mañana – dijo.
- ¿¡Cómo!? – soltó la chica. No se esperaba que fuera tan rápido -. ¿Por qué…?
- Parece ser que ya ha habido rumores sobre mi, tanto aquí como en Los Ángeles. Mi representante lo ha organizado todo para mañana mismo. No quiero que vuelva a pasar lo de la última vez.
La chica se apartó un poco de él y Jin la sostuvo de la muñeca. No podía dejar que todo acabara como la última vez.
- Yarah, por favor, entiéndeme. Si vuelvo a Japón, no tengo nada que hacer. Este ya… no es mi lugar – susurró -. Aunque sea mi hogar, no es el lugar donde tengo que estar ahora.
- Lo entiendo – aseguró ella -. Es solo que me ha pillado por sorpresa. Eso es… demasiado rápido – susurró.
- A mi también me gustaría quedarme más tiempo aquí contigo – la dijo -, pero lo siento. Tengo que volver.
Ella asintió con la cabeza y se separó de él para acercarse a la cocina y preparar algo para desayunar. Aunque tenía el estomago algo cerrado después de la noticia. Solo un día más. Unas horas mas y aquel apartamento volvería a quedarse vacío de nuevo.
Al ver ese gesto de nostalgia, de tristeza repentina en ella que tanto odiaba, Jin se acercó de repente a ella y se quedó detrás de ella un instante. Ella se detuvo y antes de que se girara a mirarle y a preguntar qué pasaba, él pasó los brazos por su cintura, mientras ella sostenía la cafetera y dio un ligero brinco al sentir esos brazos de nuevo sobre ella de esa manera tan suave.
- Jin – susurró.
- Voy a echar mucho de menos el olor de tu pelo por las mañanas – la susurró al oído.
- No me digas esas cosas – le pidió, echando el café en dos tazas.
- ¿No puedo? – preguntó, apartándola el pelo del cuello y dándola un dulce beso bajo la oreja.
- No debes – le corrigió -. O yo también te echaré de menos.
Él sonrió y deslizó las manos por sus brazos hasta alcanzar sus dedos y entrelazarlos a los suyos con suavidad, para poder abrazarla mejor aunque no más fuerte, porque no podía apretarla contra su pecho mucho más de lo que ya lo hacía.
- Te quiero – la dijo -. No volveré a olvidarlo nunca jamás – la prometió.
- Más te vale – contestó Yarah -. De todas formas, si algún día sientes que no encuentras ese sentimiento que te da fuerzas, entonces vuelve a mis brazos una vez más a recordar que yo también te quiero.
Ella se giró hacia él para ver sus ojos clavados en su rostro. Suavemente alcanzó su boca y le besó, atrapando sus labios entre los suyos, su lengua y su saliva. Marcándolos lentamente, grabando a fuego su nombre en ellos.
El café se enfrió. La chica accedió a ayudarle a ducharse, porque después del calor que había pasado, había sudado demasiado y se sentía algo sucio. Sabiendo que en su condición no podía forzar su cuerpo, la chica entró medio vestida en la ducha y él se tapó con una toalla mientras ella estaba allí con él, limpiando con cuidado cada moratón, cada herida, con gestos que iban quedando en su memoria, como cada mirada y cada sonrisa. Juguetearon un poco con el agua y el jabón y al final, tuvieron que volver a calentar el café con leche en el microondas.
Los chicos llegaron a medio día con la comida preparada para todos. Aunque el apartamento era pequeño, se las apañaron para comer todos juntos en el salón, alrededor de la pequeña mesa, apartando los sofás para poder caber bien. A pesar de la noticia de la vuelta del moreno a América, los chicos aprovecharon la tarde como hacía tiempo que no lo hacían. Con unas películas, comida, unos juegos de mesa y muchas cosas de las que hablar, decidieron pasar una última tarde todos juntos. Quisieron hacer recuerdos que volvieran fuerte a Jin cuando estuviera fuera. Recuerdos que, con simplemente evocarlos, él supiera y se diera cuenta de que era mejor que cualquiera de los que estaba allí esperándole para volver a poner obstáculos en su camino como estrella internacional.
Posiblemente fuera más de media noche cuando se decidieron a dejarles solos. Después de todo, debían despedirse también de aquel lugar los dos. Apenas marcharon, Jin se dejó caer en la cama con cuidado. Estiró los brazos ocupando el colchón entero y suspiró sonoramente. Ella terminó de recoger lo poco que quedaba, pues los chicos la habían ayudado, y se sentó junto a él, mirándole fijamente. Él abrió los ojos y también se quedó mirándola, sin decir nada, apenas parpadeando, como si no quisieran perderse de vista ni un solo segundo. Sin apartarse la mirada, la mano del chico buscó la de ella, encontrándola a medio camino porque ella también buscaba la suya. Sus dedos se rozaron sutilmente, despacio, entrelazándose y acariciándose a la vez. La chica se agachó lentamente sobre él hasta apoyar la frente contra la de él, sintiendo su flequillo hacerla cosquillas y él notando la melena rubia de ella en el cuello.
Cerraron los ojos un momento antes de besarse como si aquel fuera el último día del resto de sus vidas.

lunes, 9 de enero de 2012

Shock.

Se despidió de todo, disfrutando hasta del último grito. No sabía cuándo, pero volvería. Lo prometió en silencio. Pero la sensación de irse no era comparable a la que tenía por entrar detrás de las pantallas. Buscaba una melena rubia que le estaba esperando. Pero se encontró con un pequeño círculo de personas que parecían enfrentarse entre ellos. Caminó rápidamente hacia ellos y apartó a un par de personas para llegar hasta el centro del enfrentamiento. Kazuya y Koki se revolvían entre los brazos de Nakamaru y Junno, con un par de golpes en la cara, mientras que todo el grupo de baile que rodeaba a los cuatro chicos y coreaban a Jam. Aquel tipo rapado, lleno de tatuajes por todos lados y con unos brazos como martillos, animaba al resto a seguir gritando mientras provocaba a sus amigos para que pelearan. Porque sabía que no podrían con él.
- ¿¡Qué demonios está pasando aquí!? - gritó el chico.
Todas las voces se detuvieron. Los chicos se giraron a mirarle y Kazuya y Koki hicieron aspavientos para que los otros dos les soltaran. El rubio se limpió la frente donde tenía un golpe muy fuerte que sangraba un poco y el moreno lamió la comisura de sus labios con la lengua para apartar la sangre del labio roto. En sus ojos brillaba la ira y las manos del rubio crujían cuando las cerraba con fuerza.
- ¿Qué estás haciendo, Jam? - le dijo Jin.
Si había algo que todos sabían, era que no podían tocar a Jin. Ellos serían el cuerpo de baile, más numeroso y se consideraban más peligrosos y divertidos, e independientes de él, pero el chico era la estrella. Sin él, no había bailes, ni contrato. Por ello los enfrentamientos con Jin a pesar de ser intensos al principio, eran contenidos, llenos de tensión pero sin llegar a los puños. Luego el chico se rindió a su propia soledad y se juntó con ellos. Maldita la hora en la que lo hizo.
- Te he preguntado qué cojones te crees que estás haciendo.
- A mi no te me pongas gallito, japonés - le dijo el chico -. Tus amigos se pasean por aquí como si este fuera su lugar. No se dan cuenta de que se han equivocado de liga - escupió.
- ¿De qué estás hablando?
- Oh, vamos. Nosotros jugamos en una división diferente, somos más importantes - presumió -. Y si, somos mejores. Así que, que no se atrevan a jugar con nosotros porque no tienen oportunidad de ganar.
- ¡No te lo creas tanto, maldito americano! - gritó Koki de nuevo. Jin se puso delante de él rápidamente, antes de que el chico saltara sobre Jam -. ¡Puede que este estadio esté lleno hoy, pero no olvides que es por Jin! ¡Porque todas esas chicas han venido a verle a él!
- Es cierto. Jin era una leyenda aquí mucho antes de que vosotros pensarais siquiera en trabajar con él - dijo Junno -. No podéis compararos con él.
- Ni con nosotros - dijo de pronto Nakamaru. Todos se sorprendieron de esas palabras. Aquel chico era el menos egocéntrico de todos a pesar de ser el mayor y el que siempre andaba cuidándoles.
- ¡¿Quién es ahora el que se cree superior, estúpido!?
- ¡No te atrevas a meterte con Nakamaru! - rugió Kazuya. El brazo de Jin le sujetó del pecho mientras mantenía a raya también a Koki.
- No he dicho que seamos superiores. Pero vosotros tampoco sois mejores - dijo el mayor -. Nosotros cantamos, bailamos, se nos conoce por nuestro talento, no por nuestra vida privada ni por nuestros escándalos porque no los hay.
- Qué asco de vida tan aburrida - comentó uno, provocando una risa general.
- De aburrido nada - contraatacó Junno -. Somos más felices de lo que podéis imaginar.
Otra risa resonó en el backstage. Jin cerró los ojos con fuerza.
- ¿Felicidad? ¿Pero qué te crees tú que es eso, eh, mocoso? En esta vida, solo la fama y el dinero lo son todo. No te eres tan buen niño por hablar de la felicidad de forma tan idealista porque en realidad todos somos iguales. Nosotros lo demostramos, vosotros no. Nosotros somos libres, vosotros no. Esa es la única diferencia.
- No, Jam - cortó Jin, girándose a mirarle -. La diferencia entre nosotros, está en que vosotros creéis vivir la vida al límite, y estáis equivocados. Mientras que nosotros, solo nos dedicamos a vivir por y para la música, por y para las personas que son importantes para nosotros. Había olvidado todo eso, la sensación de llegar a casa y que alguien te salude con una sonrisa, la adrenalina corriendo por tus venas cuando sales a un concierto con miedo a equivocarte pero allí están tus amigos para arreglarlo si eso pasa, el sentimiento tan cálido de abrir los ojos por la mañana... y ver el sol amaneciendo a tu lado - dijo, con cierta solemnidad -. No tenéis ni idea de lo que pueden hacerte sentir esas cosas tan rutinarias, aburridas y banales. Y eso es lo que no os hace mejores que nosotros.
- Pues te recuerdo lo bien que te lo pasabas y cómo te divertías con las chicas en nuestras fiestas, imbécil - soltó el chico.
- ¿Y? ¿Acaso no se pueden cometer errores en la vida o qué? Además, no eres nadie para juzgarme. No tienes ese derecho.
- No soy yo quien te está juzgando en este momento.
De repente se escuchó el grito de una de las chicas que estaban detrás de ellos y a eso, le siguió una sarta de voces y revuelo.
- ¡Soltadme malditas zorras! - gritó una voz detrás de todos los bailarines -. ¡He dicho que me soltéis!
- Yarah - susurró él -. ¿Qué estáis haciendo, eh? ¡Soltadla ya mismo! ¡Jam! No te atrevas a ponerle una mano encima a ella.
- Este es el punto malo de ser feliz - dijo, con sorna, mientras se acercaba a él -. Que tienes un punto débil donde cualquiera podría atacar para hundirte la vida.
- ¿Qué quieres? – comprendió el chico, mirándole con fiereza.
De repente, algo le saltó encima. Lo sujetó con la mano haciendo alarde de reflejos y lo miró. Cogió aire con fuerza. Sabía lo que significaba la llave de aquel Opel Vectra. Ya lo había visto antes en América. Jam era el campeón imbatible de carreras con coches trucados. Y de muchos de sus oponentes, nunca se había vuelto a saber nada.
- Acepto – dijo entonces Jin -. Acepto el desafío. Pero con la condición de que no les pongáis una mano encima a ninguno ni ahora ni nunca. Y soltad ya a Yarah – siseó frente a la cara del norteamericano, quien con un chasquido de dedos hizo que las chicas soltaran a la rubia.
Ella no queriendo demostrar ninguna debilidad no se acercó corriendo a Jin, sino que caminó despacio y con paso seguro. Tal y como Jin había esperado de ella.
- La chica se queda fuera – le dijo Jam -. Ya conoces las reglas.
- No pienso…
- Yarah – la cortó Jin, con la voz firme -. Está bien. Solos, con los bailarines del grupo de testigos.
- ¿A quién llevarás a ver tu final? – le preguntó.
- Kazuya – le llamó, mirándole de lado -. ¿Me acompañarías? – le preguntó.
- Hasta el fin del mundo – contestó el chico, con una firme mirada.
- Él vendrá conmigo – dijo Jin, sintiéndose ligeramente orgulloso de la rápida respuesta de Kazuya.
- Entonces vamos.
Con una indicación de su cabeza, todos empezaron a salir del backstage, pero Jin les detuvo de nuevo.
- ¿Qué pasará si no venzo? – preguntó entonces él.
- ¿Qué pasará? Deberías saberlo. No podrás volver, japonés. América no te recibirá con los brazos abiertos – le amenazó.
- ¿Significa eso que todo América sabría que soy un perdedor contra ti? – resumió él. Otra cosa pero sabía que aquel tipo tenía buenas relaciones públicas y que podía controlar hasta el alfiler que llevaba en la corbata el tipo del telediario.
- Muy bien, Jin, eres rápido pensando. Si no me derrotas, serás la vergüenza de tu país. Serás un estúpido y pobre japonés perdido en los grandes Estados Unidos.
Una risa se generalizó. Jin la ignoró. No era eso lo que le interesaba en ese momento.
- ¿Y si te derroto?
El ruido escandaloso de sus risas de superioridad se detuvo. Jam dio unos pasos hacia él y le miró de cerca.
- ¿De veras crees que puedes vencerme? – susurró, sibilante.
- No solo puedo. Lo haré – dijo él, orgulloso, levantando la cabeza frente al americano -. No puedes vencerme y creo que, en algún lugar de tu estúpida y gran cabeza, lo sabes – insinuó.
- Me muero de ganas por verte derrotado, regodearme en tu dolor y verte muerto, estúpido japonés – sentenció el bailarín, dándose la vuelta y saliendo a paso rápido del escenario.
El resto le siguieron cual borregos al pastor, quedando solo dos que esperaron a Jin y Kazuya. Como si pensaran que iban a escapar.
- No – susurró Yarah cuando el chico se giró a mirarla -. No lo hagas.
- Solo así nos dejarán vivir en paz – suspiró él -. No te preocupes. Volveré.
Sin querer decir nada más que luego no pudiera cumplir, el chico se agachó a besarla la frente y salió de allí sin mirar atrás. Ella intentó alcanzarle pero Koki la sostuvo de la muñeca. Ella se giró hacia él para replicarle pero su rostro serio la preocupó.
- Deja que se ocupe de lo que tiene que ocuparse. Si sale de esta, será la última cosa que haga solo, dejándonos atrás a todos – susurró.
- Pero yo no puedo dejarle – insistió ella.
- ¿Y nosotros sí? – le preguntó Junno -. Créeme, nuestros lazos de amistad van más allá de lo que te puedes imaginar.
- Al igual que tú, también queremos salvarle – dijo Nakamaru, mirando a la chica -. Pero comprendemos que no siempre estamos juntos. Que no siempre podemos proteger a los demás.
Yarah respiró hondo, resignada. No quería dejarle solo pero los chicos tenían razón. Jin debía hacer aquello por su cuenta y riesgo. Debía enfrentarse a todos los miedos y sentimientos que había evadido hasta aquel crítico momento. Para luego regresar libre de cualquier carga en el corazón.

Seasons.


Las flores de primavera florecieron hermosas, pero no aparecen así ante mis ojos. Porque si tu no estás aquí, no hay nada que ver en este mundo, nada importa. Así que ahora estoy sentado en la oscuridad, echando de menos la luz que un día trajiste a mi vida y eso no es justo.

Para que me comprendas, te juro que prefiero un día lluvioso contigo antes que ver la luz del sol en soledad, o tener cien días de invierno contigo aquí entre mis brazos. Seré tu refugio de la tormenta solo para tenerte a mi lado.
Si pudiera verte ahora, si pudiera verte...





Ahora cada vez que veo un bonito resplandor recuerdo tu sonrisa, con la que no puedo estar. Recojo tus fragmentos y volvemos a encontrarnos en vagos recuerdos. Prefiero un día lluvioso contigo antes que ver la luz del sol en soledad, o tener cien días de invierno contigo aquí entre mis brazos. Seré tu refugio de la tormenta solo para tenerte a mi lado.

Si pudiera verte ahora, si pudiera verte...
Necesito que vuelvas conmigo, asi que vuelve a mí. Vuelve, cariño. Sabes que ahora mi vida sin ti es una canción de amor rota. Si ahora cantase lo que tu significas, las palabras escritas que cantaría serían un montón de abrazos que no hiriesen.




Prefiero un día lluvioso contigo antes que ver la luz del sol en soledad, o tener cien días de invierno contigo aquí entre mis brazos. Seré tu refugio de la tormenta solo para tenerte a mi lado.
Si pudiera verte ahora, si pudiera verte...


http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=2KMQMZvRDxs



He querido que esta canción sea la primera del año por una razón muy simple. Igual que las estaciones llegan, cambian y pasan, nuestra vida es una estación en constante cambio, en la que a veces hace frío, otras calor, otras hay alegría, otras tristeza, otras hay que luchar por lo que quieres y otras ser valiente para dejarlo ir a pesar de cualquier sentimiento. Hay momentos duros y fáciles, decisiones rápidas y otras que no lo son tanto, pero la esencia de la vida es ser capaz de enfrentar todo eso y seguir adelante. Por eso somos humanos. Porque somos las únicas criaturas capaces de seguir después de caer, de fallar, de errar, de equivocarse, de rendirse, de tomar decisiones horribles. Y no es porque no tengamos otra opción. Sino porque lo llevamos dentro. El querer ser lo que nuestro corazón anhela viene grabado a fuego en nuestra alma, y es el motor que nos mueve y nos hace ser como somos. No hace mucho que me he dado cuenta de esto. Ojala lo hubiera hecho antes para dejar de sentir algunas cosas que solo me hacían daño. Ahora, quiero seguir adelante, pase lo que pase, ¡siempre hacia delante!