jueves, 21 de julio de 2011

Oscuros sus ojos.

"La chica se revolvía con cierta violencia sobre las sábanas. Él que acababa de llegar se acercó a la cama y la miró. La zarandeó un poco por el hombro pero ella seguía diciendo cosas que no lograba entender. Hasta que la obligó a despertar gritando su nombre.
- ¡Misaki!

- ¡Ah! - gritó la chica, sentándose sobre la cama. Miró a todos lados, mientras sudaba, con los ojos desorbitados -. ¡Satoru!

- ¡Shh, tranquila, estoy aquí! - la dijo, cogiéndola de las manos que le buscaban -. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

- Pesadilla... - susurró ella.
- Cálmate. Ya estoy aquí - la susurró, sentándose en la cama a su lado para abrazarla.
Ella se amarró con fuerza a su camisa blanca y empezó a respirar más tranquila mientras él la acariciaba el pelo con suavidad.

- No me dejes nunca, por favor - le rogó ella de pronto.

- ¿Esa es la pesadilla que te hace ver tan vulnerable? - la preguntó, obligándola a levantar la cara y mirarle -. ¿Es eso?

Ella desvió la mirada. Él la acarició la mejilla y la hizo mirarle aunque intentara evitar sus ojos.

- Nunca, jamás me iré de tu lado. Te lo prometo - susurró.

- Tengo miedo - admitió ella -. Todo esto es una locura...

- Una locura que viviremos juntos - dijo él -. ¿Confías en mi?

Ella pareció dejar de pensar en todo lo demás y solo asintió con una pequeña sonrisa. Él correspondió a su sonrisa y se agachó más sobre ella.

- Te quiero - la susurró.

- Sato... - musitó, quedándose a medias ante la imposibilidad de pronunciar su nombre con sus labios besándola suavemente en lo que pronto se convirtieron en caricias tranquilizadoras y cercanas para ambos muchachos que aún, vestían uniforme de preparatoria."


- ¡Ok, corten! - gritó una ruidosa voz por el megáfono -. ¡Vamos a comprobarlo!

Los dos chicos se levantaron de la cama, efectivamente vestidos con uniformes de instituto y se acercaron a la cámara principal para ver la escena que acaban de grabar juntos en aquel plató de la cadena de televisión nacional. Una persona del staff le tendió una toalla a la chica para que se limpiara y le llevó una botella de agua a cada uno para que se refrescaran en caso de que tuvieran que seguir grabando. Cuando el director dio el ok final, ellos suspiraron. Ambos compartían la vergüenza de llevar un uniforme de instituto con 28 y 25 años.
- Bien, ahora tenemos que grabar con él la escena de los recuerdos de Satoru - dijo el director, mirándole a él -. Tú terminaste hoy, puedes irte.
- ¿De veras? - preguntó ella, con la mirada iluminada -. ¡Gracias! Nos vemos mañana entonces. ¡Hasta mañana! -gritó, llena de energía a pesar de la escena que acababan de grabar.
La chica salió casi corriendo, dando saltitos de alegría, hacia el camerino a cambiarse. Él también tuvo que volver al camerino a cambiarse el peinado del pelo. Por el camino escuchó el sonido de un móvil y la voz emocionada de su compañera.
- Si, cariño, hoy volveré antes - decía, derrochando alegría -. Vale, lo prepararé para cenar. Espérame, llegaré en nada. Te quiero.
El chico suspiró. Aquella vitalidad en esa chica le animaba un poco. Él al principio también había tenido una relación parecida con su novia. Ahora todo era diferente. Ahora solo quería tener escenas que grabar para no volver a casa. Solo quería trabajar y trabajar para no volver a aquel lugar. Suspiró y se metió en la peluquería. Entre los cambios en su pelo, en su vestimenta y en el propio escenario, estuvo otras tres horas en la cadena de televisión. Estaba agotado. Condujo hacia su casa con la ventanilla bajada, buscando un poco de aire. Al aparcar y apagar el motor se pensó por un instante quedarse allí mismo a dormir. Pero al final se armó de valor y salió del coche negro hacia el apartamento. Subió las escaleras despacio, cargando con una bolsa de deporte y arrastrando un poco los pies. Encajó la llave en la cerradura de la puerta y entró en el vestíbulo quitándose los zapatos empujando hacia fuera uno con otro. Dejó caer la bolsa en el pasillo y entró hasta el salón. Solo estaba encendida la luz de la televisión. Había muchos papeles sobre la mesa y también bolígrafos. A un lado había un vaso con un poco de leche todavía y la chica estaba recostada en el sofá, sin moverse, apenas parpadeando ante las imágenes del televisor.
- Hola - dijo.
- Hola - contestó ella con voz queda.
- ¿Cenaste?
- Solo eso - dijo, señalando con la cabeza el vaso.
¿Solo? Moriría de inanición si seguía así. Pero no podía repetirla como si fuera su padre que comiera algo más. Estaba cansado de eso. Que hiciera lo que quisiera. Él no preguntó nada más. Mejor que no contestara, para decir cosas inconexas, mejor se iba a dormir. Se metió en la habitación y se tumbó sobre la cama apenas se desvistió. Aquellas cosas le sacaban de quicio. Era como si solo la desespereación por terminar de estudiar existiera en ella. Y ahora más que nunca, era como si no tuviera vitalidad. Él recordó que estaba en época de exámenes. No lo entendía. La chica tenía una carrera, un trabajo bueno que no la quitaba mucho tiempo y una vida independiente. Podrían llevar una vida diferente a aquella cosa que compartían y vivían. ¿Entonces por qué se empeñaba en hacer caso a las exigencias de sus padres y seguir estudiando lo que ellos querian que estudiara? Era absurdo. ¿Qué estaban haciendo sus padres para obligarla? No encontraba nada más que una obligación moral para explicar esa tontería de seguir estudiando cuando no lo necesitaba. Él había intentado apoyarla en cuanto había podido, pero se estaba rindiendo. Las situaciones empezaban a poder con él, a vencerle, a derrotarle. Necesitaba vivir, no vivir por ella y por él mismo. El chico se metió bajo las sábanas y se quedó dormido. Dejó de pensar y se dedicó a roncar, que al menos eso le relajaba más que darle vueltas a su cabezota.

El plató era un bullicio como cada mañana. Entró saludando a todo el mundo y se dirigió a la sala del maquillaje después de ponerse de nuevo aquel uniforme. Cuando lo llevaba rogaba porque le tragara la tierra. Al llegar tocó la puerta. Pero con la conversación que había, no le oyeron.
- Es que de verdad, deberías dormir un poco más - decía la maquilladora -. Estas ojeras son importantes, va a llegar el día en el que no pueda ni taparlas con maquillaje - se quejó.
- Venga, tu eres un genio de esto, puedes hacerlo - decía animadamente su compañera de reparto. No parecía estar dormida o tener sueño a pesar de que la chica decía que tenía ojeras -. Gracias, de todas formas. Supongo que soy un poco irresponsable respecto a eso - se disculpó, rascándose la cabeza.
Parecía que él no era el único con problemas. Entró en la sala y la maquilladora rápidamente le ubicó en una de las sillas mientras la chica de peluquería atendía a los pedidos del director para la forma de su pelo de ese día. Las grabaciones se alargaron, dando paso a que ninguno de los dos pudieran salir a comer. Tuvieron un rato para comerse un bocadillo y nada más. Él cuando terminó, dado que el escenario de la siguiente escena no estaba listo, se dedicó a dar una vuelta por el edificio, acabando en la azotea. A veces le gustaban los sitios altos. Paz, tranquilidad, soledad. Todo parecía tan sencillo cuando desde allí arriba miraba al cielo.
- Mirándote desde aquí debo decir que ese uniforme te sienta de miedo - comentó una voz a su espalda.
Se giró rápidamente y se encontró con su compañera de escena sentada en la gravilla y comiéndose su bocata de tres pisos con una botella de zumo al lado.
- ¿Qué haces aquí?
- La azotea no es de nadie y es donde mejor se come - dijo ella.
La chica le señaló un lugar a su lado para que se sentara a hacerla compañía y él aceptó. Cuando se sentó, ella le lanzó un bollo de chocolate metido en una bolsita de plástico de esos que vendían en una de las máquinas expendedoras de los pasillos. El chico lo miró y ella le miró a él como diciendo con los ojos "¡come, hombre!". Él al final abrió la bolsita y le dio un mordisco al bollo.
- ¿Tanto miedo doy con esto puesto?
- Ah, no me refería a eso. Quería decir que te sienta muy bien - sonrió, dándole un trago al zumo de naranja.
- A mi edad, ¿eso es un cumplido?
- Intentaba serlo - admitió ella.
Nunca antes había hablado así con su compañera. Llevaban unos cuatro capitulos grabados juntos en casi un mes y reconocía que no había intentado conocerla a pesar de las escenas que habían compartido llenas de besos y caricias. Pero ella parecía una persona totalmente diferente a las que estaba acostumbrado. Normalmente eran gente centrada, profesional, excepto sus compañeros de grupo que eran profesionales pero descentrados totalmente. Pero aquella chica tenía una vitalidad enorme, una alegría en el cuerpo que nunca parecía perder y siempre tenía conversación. Además parecía una persona interesante. Hacía tiempo que no se sentía a gusto en compañía; prefería estar solo, pero con ella era como estar en medio del mundo entero sin conocer a nadie y no sentirse solo de ninguna manera. Con ella era posible volver a sonreír sin pensar en nada más.
- Dime, ¿tienes novia? - preguntó entonces ella, curiosa, mientras se chupaba los dedos del chocolate del otro bollo que acababa de abrir.
- ¿Qué más da eso?
- Solo pregunto, no te molestes.
- No se si tengo novia o un adorno encima del sofá - suspiró él, volviendo la vista al cielo.
- ¿Es una aburrida? No te pega - comentó.
- ¿Qué sabrás tu? - la dijo, aunque sin tono ofendido.
- Bueno, creo que eres una persona muy divertida. Te he visto con tus compañeros de grupo, digamos que soy vuestra fan - añadió -. Y pareces alguien a quien le gusta vivir con una sonrisa en la cara.
- Bueno, creo que eso es cierto.
- Lo dices como si no te conocieras a ti mismo - susurró ella.
- Es que no se si me reconozco a mí mismo - susurró él, bajando la cabeza -. Ya no lo se.
La chica dejó el bollo sobre el papel y se limpió las manos cuidadosamente antes de acercarse más a él y pasarle una mano por los hombros hasta llegar a su pelo para hacerle apoyar la cabeza en su hombro. Él se dejó llevar casi inconscientemente. Sentía en ella un aura diferente, más responsable, más cuidadosa, con sentimientos más profundos de lo que él podía ver. Suspiró. Estar así le tranquilizaba y le calmaba. Como si no pudiera pensar en nada. Ella por su parte sabía que no tenía que haberlo hecho. Lo que sentía por ese chico cada vez se volvía más y más fuerte. Aunque por fuera pareciera que solo era una buena compañera, realmente no era así. Ese chico era una persona estupenda, siempre pidiendo o dando consejos a los demás, siempre esforzándose al máximo, dándolo todo por lo que hacía. Le admiraba. Y sabía que sentía algo más, pero se negaría a admitirlo y se negaría a sí misma lo que él provocaba sin darse cuenta en ella. Porque así era como debía ser.
- ¿Se enfadaría si se enterase de esto? - susurró entonces él.
- ¿Mmm? ¿Quien?
- Él. El chico con el que hablabas ayer. Perdona, pero te escuché.
Él quería mirarla y levantó un poco la cabeza apartándose de ella un poco. La chica dejó caer el brazo y juntó ambas manos para frotarlas, no nerviosa pero sí algo sorprendida.
- Ah, él - repitió -. Quién sabe... - susurró, con voz misteriosa.
De repente hubo un instante en que ambos se quedaron mirando al otro sin saber qué decir. Realmente, sin necesidad de decir nada. Ella tenía unos ojos oscuros muy profundos y llamativos y él pareció perderse en aquellos pozos que le inspiraban de todo menos oscuridad y soledad. Y ella pareció no querer apartarse de sus pupilas claras por un momento, como si estuviera buceando en sus ojos para saber más de él, curiosa, ansiosa por conocerle mejor y sin intenciones de dejar de mirarle a pesar de saber que debía hacerlo.
Cogió el pomo de la puerta de la azotea y entró. La chica tenía un pase especial para la cadena por ser novia de quien era. Él se había negado a dárselo, pero al final había cedido por una razón que él seguramente ya había olvidado. Ella había decidido ir a verle porque la quedaba de camino desde la facultad en la que acababa de presentar su solicitud de examen. Sabía que su chico estaba grabando una nueva serie pero en aquella azotea no había ninguna cámara pero sí una escena. Él tenía a la chica sentada entre sus piernas y apoyada en su pecho con una mano en su cintura mientras se miraban y susurraban cosas que ella no podía oír. El chico pasó la otra mano por su rostro para apartarla el pelo y se agachó sobre ella, despacio, mientras la chica cerraba los ojos suavemente con las manos en el pecho del chico.
- ¡¡Sho!! - gritó entonces la chica desde la puerta de la azotea, sin poder evitarlo -. ¿¡Qué demonios estás haciendo, maldito bastardo!?
- Saki - susurró él al levantar la cabeza, sorprendido -. ¿Qué haces aquí?
- ¡Impedir que me pongas los cuernos!
- Uy, esto se complica - susurró la chica, levantándose rápidamente y tendiéndole la mano para ayudarle -. Yo solo diré una cosa en su defensa - dijo ella.
- ¡No! ¡Tú cállate, maldita zorra...!
- ¡Saki, basta! - rugió Sho. La chica se quedó sin palabras ante aquello. Miró con sorpresa y los ojos desorbitados al chico, que estaba más serio de lo que nunca le había visto.
- Solo estabamos practicando para una escena que tenemos que grabar - dijo la chica -. No te preocupes, no voy a quitarte a tu novio. Pero que yo no lo haga, no significa que no lo haga otra - dijo, como un consejo, mientras se acercaba a la salida -. Sho - le llamó. Era la primera vez que la escuchaba decir su nombre y la otra chica se pudo dar cuenta de cómo se relajó su rostro cuando la escuchó. Eso la enfadó todavía más, llevando su ira hasta límites insospechados por el chico -, tienes diez minutos. Sino, volveré a buscarte. Te espero - dijo, guiñándole un ojo antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
- ¡¿Pero qué se ha creído esa...?!
- ¿Qué haces aquí? - repitió el chico, con voz fuerte, metiendo las manos en los bolsillos y dándole la espalda a ella. Como si no fuera a explicarselo. Como si le diera igual lo que ella pensara.
- ¡He venido a verte, ¿qué si no?! ¡Yo que quería pasar un rato contigo, comer contigo por una vez, y me encuentro esto!
- Solo ensayábamos, Saki - repitió él -. Es tal y como te ha dicho Elena.
- ¿Elena? ¿Así se llama esa zorra?
- Asi se llama mi compañera de trabajo en esta serie, Saki, sí - la corrigió -. Elena - susurró.
¿Por qué no se sentía mal? ¿Por qué no sentía la necesidad de explicarle a su novia lo que había visto? ¿Y por qué le daba igual que le entendiera o no? ¿Que le perdonara o no? ¿Tal vez porque creía que no había hecho nada malo? Porque creía que seguir al corazón no era nada malo. Suspiró. Aquello se había vuelto confuso de repente. La vitalidad y alegría de Elena se le habían contagiado y quería correr, saltar y reír. Así se había sentido cada vez que la había mirado durante aquel mes que llevaba grabando juntos. Y ahora pensaba que ni siquiera el histericisimo y los celos de Saki podrían truncarle esas ganas y esa alegría que la chica le había contagiado en aquel rato en el que habían conocido más del otro de lo que podían imaginar. ¿Significaba eso que ahora la simpatía de Elena competía y vencía a la sensualidad de Saki? Tal vez aquello solo fuera engorroso pero no complicado. Porque aunque intentara pensarlo y pensarlo mil y una veces, sabía lo que sentía, lo que había vuelto a sentir. Pero esta vez, ella era morena y de ojos oscuros.

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