lunes, 2 de agosto de 2010

Love so sweet.

Sacudió la cabeza y se dio media vuelta, saliendo por la puerta grande hacia el jardín. Allí respiró hondo y maldijo por lo bajo. Era tan estúpida. Amigos, eran amigos. Fin.
Con pesadez se dejó caer en el bordillo de la fuente que estaba colocada en medio del jardín, distribuido al estilo de los jardines del mismísimo Palacio de Versalles. Adoraba la casa palaciega de su amiga. Y debía agradecerle que se la prestase para la fiesta de carnaval veneciano por el cumpleaños de Jiro.
- Me conformaré con verte brillar desde aquí abajo, estrella – susurró.
http://www.youtube.com/watch?v=gavKoWmBUuQ
- Tengo la impresión de que esto es tuyo.
Al oír aquella voz, salió de sus pensamientos; dio un pequeño bote y se giró a mirarle. El chico estaba de pie a su lado y sostenía una flor blanca entre sus manos. Una flor de lis.
- ¿Qué? ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo sabes…?
- Creo que mi pequeña Nika sería la única capaz de montar algo tan impresionante como esto para mí. Además – susurró, acercándose a ella, que seguía sentada en el bordillo de la fuente – también serías la única que estaría sola en medio de una gran fiesta contemplando el cielo – sonrió.
- Jiro… - musitó, respirando hondo. Realmente no había confundido a Aihara con ella. La había reconocido incluso escondida bajo aquella máscara y la peluca morena para ocultar su rubio platino doloroso a la vista -. Yo…
El chico la tendió la mano e hizo una reverencia.
- ¿Me concederíais el honor de un baile, princesa? – preguntó, mirándola a los ojos.
- Por supuesto – sonrió ella, colocando su mano con suavidad sobre la de él.
Jiro la ayudó a ponerse en pie con delicadeza. Hizo una nueva reverencia, al igual que ella y la acercó a él para sujetar su cintura. Ella colocó la mano sobre los hombros de él, pasándola por detrás del cuello. Jiro empezó a moverse con suavidad hacia los lados.

- No se bailar, princesa. Lo siento – susurró en su oído.
- No es realmente el baile lo que me importa, Jiro – contestó ella.
El chico trató de moverse lo más acorde que pudo con la música que sonaba dentro.
- Dime, princesa, ¿has escogido ya un regalo para mí?
- Lo siento
– dijo ella – pero no lo tengo aquí ahora mismo. Si me disculpas un momento...
Ella se soltó de su cuello pero él la sujetó de la mano que sostenía y volvió a acercarla a su cuerpo, para volver a colocar su otro brazo en su cintura. Siguió danzando suavemente, sin apartar sus ojos de los verdes de la chica.
- Todo lo que quiero, está aquí – musitó.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Puedo elegir mi regalo?
– preguntó, deteniéndose pero sin apartarse de ella.
- Claro – susurró ella, tragando saliva. La cercanía a Jiro era demasiado para ella.
Jiro sonrió. Con cuidado, la quitó la máscara y la dejó caer al suelo. Hizo lo mismo con la suya y volvió a colocar la mano en la cintura de la chica. Agachó la cabeza hasta rozar su frente y ella cerró los ojos, colocando ambos brazos alrededor del cuello del capitán sin estrujarle.
- Regálame un beso – musitó contra sus labios.
- Eso no tienes ni que pedirlo siquiera – contestó ella en un susurro, temblando de emoción.
- ¿Puedo?
- Por favor.

Una voz chillona se acercaba por las escaleras de la puerta grande. Pero el sonido del agua cayendo suavemente en la fuente y todos y cada uno de los pequeños animales tarareando una melodía nocturna eclipsaron aquella pesadilla para que no interfiriera en los sueños de Romeo y Julieta.
Jiro abrió ligeramente los labios y ella sintió su cálido aliento rozando su piel. Se estremeció y apretó las manos alrededor del cuello del chico. Entonces sintió la sensación más cálida y dulce que jamás había experimentado. Los labios húmedos y suaves de Jiro rozaban los suyos lentamente, saboreándolos a cada segundo que pasaban unidos. Con una de sus manos la sujetó de la cintura y con la otra subió hasta su cara para acariciarla y después enredarla en su melena morena, sin dejar que sus labios abandonasen los de Nika.
Cuando al fin les apremió la necesidad de oxigeno, se separaron lentamente. Ella vio un ligero brillo en los ojos de Jiro que la hizo sonreír. El chico entonces cogió la flor que aún sostenía y la colocó entre el pelo de Nika, sobre su oreja. - Te sienta bien – dijo él.
La chica solo pudo sonreír y dejar caer la cabeza sobre el hombro del chico, quien cerró los brazos sobre la cintura de la morena para abrazarla contra su pecho. Su mano derecha subió despacio hasta su pelo, para enredarse allí y juguetear ligeramente, mientras ella cerraba los ojos y solamente se dejaba acunar por los brazos y el dulce olor de aquel ser que la estremecía de pies a cabeza, pasando y quedándose en su corazón.