martes, 5 de julio de 2011

Lovesick.

La chica le abrazó con fuerza y él se fundió con ella. Aquel calor que tanto había anhelado, que tanto daño le había hecho por faltar en su vida. El calor que se arrepentía de haber dejado escapar al olvido de su corazón. Él la aferró con tanta fuerza que ella al final se quejó un poco.
- Estoy aquí - susurró él -. Y me alegro de haber vuelto. No sabes hasta que punto me alegro de haber podido volver.
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Volvió a mirar sus ojos y la besó la frente, cerrando los ojos. Adoraba aquella sensación. Adoraba sus brazos, el calor que le transmitía el cuerpo de aquella chica que tan fuerte le hacía latir el corazón.
Ella sonrió y luego se separó de él para recoger la bolsa y abrir la puerta. Hacía frío y ella había estado la noche anterior bajo la lluvia, podía coger una buena pulmonía si no tenía cuidado.
- Pasa - susurró -. Hace frío.

- ¿Seguro que puedo? Quiero decir, yo...

- Coge la bolsa de una vez, que pesa - se quejó ella, cortándole suavemente.
- Yarah...
- Es culpa tuya que mi codo esté dislocado, asi que, ocúpate, ¿quieres? - insistió, tendiéndole la bolsa y haciendo una mueca de dolor.
- ¿¡Eh!?
El chico rápidamente cogió la bolsa y la miró con preocupación en los ojos.
- ¿Era verdad? ¿Tu codo está dislocado?

- ¿Crees que nos atreveríamos a mentir para que rebuscaran y algún médico destapase que nos había hecho un justificante falso? No, mejor no.

- ¿¡Pero tú estás loca!? ¿¡Cómo se te ocurre hacer eso por...!?

Él dejó de gritar y bajó la cabeza. Apretó los dientes y chasqueó la lengua. Ella le obligó a alzar la cabeza por la barbilla para mirarle a los ojos.
- ¿Por ti? - susurró ella -. Solo fue un golpe de nada, no te preocupes. Al principio pensamos en llevar a Junnosuke al hospital y presentar el parte de sus heridas en la mano como mías, pero también podían descubrirnos asi que...

Jin se agachó sobre ella y la robó un suave beso. Ella se calló y solo le miró.
- Estás completamente loca - susurró.
- Sí. Pero funcionó.
- Pero...
- Anda, vamos, entremos. La calefacción está puesta. Y ahí dentro hay cerveza - dijo, señalando la bolsa que él llevaba.
- Hace tiempo que no bebo una de esas - sonrió él.
Al fin podía sonreír otra vez sin sentir algo aplastándole el pecho. Cerrar la puerta tras su espalda, escuchar el tintineo de las llaves cuando ella las posaba en la mesilla o los zapatos al caer al suelo cuando se los quitaba y los dejaba son colocar, como siempre hacía. Había echado tanto de menos cosas tan normales y a veces tan molestas que se quedó parado en la puerta como un idiota escuchando todo lo que sonaba a su alrededor. Incluso la voz de ella. Solametne con eso, con su voz, podía sentir que todo estaba lleno, que la casa no estaba vacía; que no le asaltaba la tristeza y la sensación de pena y angustia que llevaba tanto tiempo sintiendo como una daga que le atravesaba el alma. Dejó la bolsa en el suelo de la cocina, que estaba frente a la entrada y rápidamente se giró a abrazarla mientras ella se quitaba la gabardina.
- Cuidado, Jin, por favor - dijo ella -. Mi codo.
- Perdona pero necesitaba hacer esto - susurró él, cerrando los brazos más fuerte sobre su cintura y apoyando la cabeza en su hombro -. ¿Molesto?
- Claro que no - contestó la chica -. Yo también te he echado de menos, ¿qué te crees? - susurró.
- Volver a casa y tener a alguien a quien abrazar, alguien así de cerca - musitó él, cerrando los ojos -. Es una sensación tan reconfortante.
- Pérdoname tú también - dijo entonces Yarah -. Ha tenido que ser tan dificil para ti... y yo decidí quedarme, no se si fue una decisión egoísta pero en ese momento pensé que era lo que tenía que hacer y...
- Shh - la acalló él, subiendo una de sus manos por su cuerpo para taparle los labios con suavidad -. No debería haberte obligado a elegir en primer lugar. Pero esta experiencia es algo que me ayudará a no olvidar lo que de verdad quiero y lo que es de verdad importante para mí.
- Ahora sí suenas como tú - sonrió ella.
- Gracias por seguir esperándome, Yarah - la susurró al oído -. Gracias por no dejar que el amor que siento por ti desapareciera conmigo.
La chica se giró como pudo entre sus brazos y le besó un momento los labios antes de abrazarle.
- No te pongas sentimental, ¿eh? Eso sí que no va contigo - soltó la chica junto a una risotada.
- Oh, vamos, no me fastidies el momento bonito, mujer - se quejó él, soltándola un poco.
- Venga, coge las cervezas de ahí - dijo, apartándose para sentarse en el sofá.
Más bien, para dejarse caer sobre él. Hizo un sonido de ronroneó y se estiró solo con un brazo para no lastimarse el codo.
- ¿Cansada?
- Agotada - reconoció.
- Entonces tal vez debería...
- Jin, mueve tu precioso culo hasta este sofá, a mi lado, y trae esa cerveza ya, anda - le exigió.
- Si, tú tan diligente como siempre - comentó el chico, sentándose en el sofá y tendiéndole el botellín de cerveza.
- Chin chin - dijo ella, buscando un brindis.
- ¿Por qué?
- Porque mi chico favorito ha vuelto, ¿por qué sino?
- Chico favorito... - susurró él -. Tú últimamente te acercas demasiado a Kazuya.
- ¿¡A Kazuya!? - gritó. Luego se echó a reír -. Te equivocas estrepitosamente, Jin. No es a él a quien me arrimaría, de todos modos.
- ¿Qué significa eso? No se qué será peor.
- Venga, no empieces y brinda de una vez - le pidió.
- Por ti - dijo él -. Por quererme a pesar de todo. Por hacerme ver lo imbécil que soy.
- Está bien - admitió ella, sonriendo -. Por nosotros - susurró.
Los botellines hicieron un pequeño sonido al chocar y ellos los levantaron antes de acercarlos a la boca para beber. Él había olvidado cuando fue la última vez que se encontró tan relajado como para olvidarse del resto del mundo solo tumbado en un sofá con una cerveza y su chica. Ella. Su chica.
Yarah le dio un largo trago a la cerveza, igual que él, aunque Jin estaba más pendiente de mirarla de reojo. Seguía sin creerse que de verdad ella tuviera sentimientos tan fuertes por él como para esperarle y quererle todavía.
- Préstame tus piernas - dijo él entonces.
- ¿Eh?
La chica solo estiró las piernas en el sofá y él se movió hasta quedar tumbado, con la cabeza sobre las piernas de la chica, mientras tanteaba la mesilla para dejar el botellín de cerveza y que no se cayera manchando el sofá de la chica.
- Estás comodo, sí - bufó ella.
- Pues si - ronroneó él.
La alegraba que él volviera a tomarse esas confianzas con ella. Era precisamente lo que quería. Que todo volviera a ser como antes, o incluso mejor. Con su mano libre entrelazó los dedos en el pelo del chico, peinándolo y acariciándolo suavemente.
- Dime que nadie más te ha hecho esto, Jin - le pidió en un ruego.
- Solo tú me tocas así, Yarah - dijo él, con los ojos cerrados -. Nadie más podría hacerme sentir lo que tú provocas en mí con solo rozarme.
- Jin...
- Y pensar que decidí olvidar estos sentimientos... soy más retrasado mental de lo que creía - suspiró.
Sintió los labios de ella en su frente y sonrió.
- ¿Eso que significa?
- Que te adoro, mi retrasado mental - dijo ella, con una risa.
- Vaya, gracias por llamarme eso que me he llamado yo mismo - se quejó, pero sin abrir los ojos. Era como un animalito que estaba cómodo y solo ronroneaba.
- Para empezar deberías contarme cosas de tu vida en Los Ángeles, ¿no crees?
El chico mantuvo el silencio un momento y ella supo aguantarlo pacientemente y esperar a que él se decidiera.
- Los Ángeles no es un paraíso, Yarah - susurró -. Fiesta, noche, alcohol, mujeres por todos lados, luces artificiales, música a tope...
- Bueno, a ti te gusta la música, y bailar. No es tan malo - dijo, tratando de ignorar el tema "mujeres por todos lados."
- Créeme, no era divertido. Me dejaba llevar como un pobre bobo sin personalidad. Solo porque decían que tenía que integrarme - escupió en voz baja -. Si mi representante no me hubiera obligado a venir a Japón, posiblemente hubiera terminado pensando como Janey. Que la ambición es lo más importante y los medios para conseguirla son necesarios, sean cuales sean. Que todo esto es solo un juego para que hablen de ti y no se olviden de tu fama. Que la música es... un juego - susurró.
- La música es lo más importante para ti, por eso te fuiste - le recordó -. No es un juego, y en el fondo de tu corazón siempre lo sentiste así. Por eso creo que no cediste del todo a la vida de esos compañeros que tienes. Porque seguías sintiendo la música con el corazón.
- ¿A ti te gusta mi música?
- Por escuchar tu voz con esas preciosas letras viajaría hasta el fin del mundo.
- Exagerada - sonrió él.
- Es verdad. A pesar de que tenía que odiarte por no llamarme, por no escribirme, por preocuparme y esas cosas, en el reproductor de música siempre hay un disco tuyo dando vueltas. Creo que los tengo algo rayados y todo - comentó.
- Pues con eso me vale - aseguró -. Ahora me he dado cuenta de que con eso, me basta para ser feliz.
La chica le acariciaba el pelo con tal ternura que llegó un punto en el que el chico no contestaba ni se movía. Solo su respiración calmada mostraba signos de que seguía respirando tranquilamente dormido. La sensación de tenerle de nuevo allí la hizo querer llorar, pero se aguantó. El olor de su perfue, el olor de su champú, el sabor de sus labios de nuevo, todo era como vivir un sueño de esos que había tenido tantas veces. Pero ahora era diferente. Ahora él entrelazaba su mano con la de ella mientras con la mano libre ella podía enredarle el pelo suavemente a la vez que le miraba dormir como un niño pequeño, con aquella expresión de felicidad que llevaba dos años anhelando volver a ver.

Al descubrir un techo que no era el de su habitación, se sobresaltó. Se levantó de una forma brusca y se cayó al suelo, con un fuerte estrépito. Hizo un sonoro quejido de dolor y al levantar la cara vio el rostro de la chica colgando de lado del sofá. Menuda manera de dormir.
- Te mereces la hostia - susurró ella, dormida todavía -. Por hacerme dormir de esta manera, pedazo de estúpido.
- Creo que me duele más a mí que a ti la espalda de dormir - se quejó, tocándose la espalda donde se había golpeado.
- Quejica, que eres un quejica - dijo la chica, bostezando y abriendo ligeramente los ojos -. ¿Ya no reconoces ni el techo de mi habitación?
- Son dos años sin cerlo. Es normal, ¿no?
- En sitios peores habrás despertado - le espetó.
- Eso no lo dudes - musitó, haciendo otra mueca de dolor mientras se levantaba para sentarse en el sofá -. Buenos días, de todas formas - la dijo, mientras la chica se incorporaba y él se inclinaba cuanto podía para besarla.
- ¿Quieres desayunar? - preguntó ella, mirando por la ventana. Había amanecido.
- Ni siquiera he cenado. Tengo un hambre enorme.
- Está bien, prepararé algo que haya por ahí.
Ella se levantó con gran agilidad y se metió en la cocina. Desde el sofá él podía verla moverse para arriba y para abajo, buscando cacharros y comida que encontraba en los armarios. Queriendo ayudarla, queriendo estar cuanto más tiempo cerca de ella mejor, se levantó también, al menos adolorido, y se acercó a la cocina. Entre platos, frutas y pasteles, desayunaron cualquier cosa que pillaron. Jin seguía comiendo por cuatro, como cuando le conoció. En eso no había cambiado, no. Sintió una gran ternura al verle sentado encima de la mesa frente a ella, sentada encima de la encimera, comiéndose un pastel de chocolate que había comprado hacía dos días por antojo pero que al final no se había comido al enterarse de que él precisamente estaba en el país.
Cuando él entró primero en la ducha sintió un algo que la impidió quedarse fuera. Necesitaba creer de verdad que él estaba allí. Y que su piel aún la recordaba y que la había echado de menos. La pasión que había sentido extinguida dentro de ella al no poder tocarle se reavivó como el viento reaviva el fuego empujándola directamente a los brazos de aquel hombre del que estaba loca y completamente enamorada. Su boca, sus manos, su cuerpo, su piel fría y húmeda calentándola sin cesar, sin dejar un palmo de su piel sin rozar, sin tocar con suavidad. Dos años habían pasado desde que había visto los ojos del chico relucir de aquella salvaje y pasional forma mientras la hacía el amor sin soltarla, sin dejar de repetir su nombre una y otra vez. No había nada más para ella que él. Y fue feliz al verle en el salón, mojado completamente después de aquella larga ducha conjunta donde no too había sido frotarse la espalda y bebiendo zumo de una botella que había en el frigorífico de la cocina. ¿Cómo no iba a adorarle? Para ella era perfecto, con sus defectos y sus virtudes. Simplemente perfecto.

5 comentarios:

  1. te quiero, te adoro, te...te... no se que te hagooo xDDDD em encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  2. Jajajajajajajajajajaja, qué pelotaa xD

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  3. no no es ser pelota, todavia no me as conocido cmo pelota xDDDDD
    de verda dme encantaaaaaaaa ^^ xD

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  4. Ah, pues que miedo me das como pelota xD
    Me alegro de que te encante :D

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  5. wiwiwi, epsero que te apetzca hacer continuacion xDD

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