jueves, 21 de julio de 2011

Las sombras en el asfalto no parecen ser las mismas de siempre.

El chico había vuelto un minuto antes de que ella subiera a buscarle. Había estado muy pendiente de eso. Él se dio cuenta y se lo agradeció en voz baja al volver tras acompañar a aquella chica a la salida. Parecían peleados. No se miraban ni se dirigían palabra y andaban distantes el uno del otro a pesar de que todo el mundo debía de saber que había algo entre ellos. Elena se sintió de pronto culpable y quiso disculparse o hablar con él, pero el chico terminó de grabar sus escenas antes que ella y se fue a casa sin ni siquiera despedirse de ella. Comprendía que la situación no era sencilla y realmente ella no sabía lo que hubiera hecho si se hubiese encontrado una escena como aquella, pero sabía que la cara desencajada y los gritos desmedidos de aquella chica que parecía estar loca eran demasiado exagerados. Tal vez fuera una celosa compulsiva de esas que no soportan ver a su novio ni siquiera hablando con otra persona porque ya se enfadaban. Si era asi, ¿cómo lo había soportado alguien como Sho, siendo una estrella popular de música y un gran actor como era? Desde luego, él no se merecía aquella vida. La chica miró el móvil. Mejor terminaría de grabar cuanto antes, no era necesario llamarle ahora, todavía era pronto. Volvió al plató y se concentró en sus frases para poder sacar sus escenas a la primera y así poder irse.

No quería pisar esa casa sabiendo que ella estaría esperando. O al menos, sino esperándole, que estaría allí. Pensó en ir a cenar a algún restaurante pero no tenía hambre. Se le había cerrado el estómago después de la escenita que Saki le había montado esa mañana. ¿Por qué siempre tenía que ponerlo todo peor? ¿No se daba cuenta de que así no arreglaba nada? No, eso a ella le daba igual. Como se sintiera él, daba igual. Se armó de valor y volvió al apartamento. Eran tan suyo como de ella, tenia el mismo derecho a estar allí. Con solo eso en mente, volvió al apartamento y abrió la puerta con decisión. Entonces escuchó unas risas estridentes y algo partiéndose contra el suelo. Entró corriendo y vio un montón de gente sentada en la alfombra, alrededor de la mesa del salón, riéndose, con una botella de cristal que acababa de romperse en el suelo y con muchas otras sobre la mesa y desperdigadas por ahí.
- ¿Qué demonios estás haciendo, Saki? - preguntó el chico, sorprendido -. ¡Saki! - gritó, ya que no le escuchaba con la música puesta.
- ¿Qué quieres? - gruñó la chica, levantándose. Con la copa en la mano, se tambaleó y uno de los chicos que estaba a su lado la sujetó por la cadera para sostenerla en pie y acercarse más a ella.
- ¿Qué es todo esto?
- Tú haces lo que te da la gana en tu plató, ¿no? - dijo, con cierto tono de burla -. Entonces yo en mi casa también.
- ¡Pero también es mi casa! ¡Eres una niñata irresponsable, Saki! - la gritó. No podía soportarlo más. No tenía ninguna razón para aguantar todo aquello. Ya no.
- ¡No me sermonees! Si te apetece, quédate con nosotros. Es una fiesta, venga.
- No alucines, ¿qué te has tomado, eh?
- Entonces vete a la cama a dormir como un abuelo y deja que vivamos nuestra vida - le escupió.
- No tienes ni idea de lo que estás haciendo. Eres solo una inconsciente, Saki - la dijo -. Solo eso.
Se dio media vuelta y escuchó a la chica gritarle pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera largarse bien lejos de aquel lugar y no volver ni a por su ropa. Porque allí no le quedaba nada.
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Ni siquiera volvió a coger el coche. Se fue caminando. Era consciente de que en su estado podría hacer cualquier locura y podría pasar cualquier cosa. Mientras caminaba por la ciudad con la capucha puesta para que nadie le pudieera reconocer y con las manos metidas en los bolsillos de la americana, sintió que los edificios, los árboles, las personas y el mismísimo cielo se le caían encima. ¿De verdad había querido alguna vez a una persona como ella? No era posible. Le daba escalofríos solo de pensarlo. Y también se sentía enfadado consigo mismo. Porque era estúpido. Porque en ese momento, solo podía pensar en esos ojos oscuros donde se sentía tan a gusto mirando. Sintió un escalofrío. Comenzaba a hacer frío y el cielo amenazaba con llover. Su estómago rugió y él se acordó de todos los dioses que existieran en el cielo. No le quedaba nada. En ese momento, se sentía más solo que nunca. Y entonces recordó que tal vez alguien en el mundo sí le esperaba, sí le entendía, sí le arrebataría su soledad. ¿Estaría montándose películas él solo o no serían imaginaciones? La forma en que la chica había hablado con él, como le había acariciado la cabeza, como le había mirado... tenía que haber algo en todo eso. Sin querer o tal vez sabiéndolo, llegó hasta el edificio de apartamentos donde ella vivía. Era porque sentía que ella era lo único que le quedaba y a lo que podía recurrir, definitivamente. Y se sentía imbécil por eso. Se acercó a la puerta y miró los nombres de los telefonos. Allí estaba el suyo. Acercó el dedo al timbre pero al final no llamó. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le iba a decir a ella cuando respondiera? ¿Que se había tomado por su cuenta el hecho de que ella no podía negarse a ayudarle? Eso era una tontería. Ahora se sentía más imbécil todavía por estar si quiera allí. Dio media vuelta para marcharse y se encontró con una chica parada en medio de la acerca, mirándole. Vestía un pantalón pirata de chandal y una sudadera gris como el pantalón. Llevaba unas deportivas y el pelo recogido en una coleta. Y unas gafas negras. Se preguntó por qué le estaría mirando. Ella hizo un gesto entonces con la cabeza hacia un lado que él reconoció.
- ¿Sho? - susurró ella.
- ¿Elena? ¿Qué...?
- Salí a comprar - comentó la chica, acercándose a él -. ¿Qué haces aquí?
- Ah, bueno, yo... nada, realmente, nada - dijo al fin.
- ¿Está todo bien? - la preguntó, agachándose para mirarle bajo la capucha -. Pareces un delincuente huyendo de la policía - comentó.
- No pasa nada, es solo por si acaso. Lo de ser famoso, ya sabes... - intentó explicarse sin contarle la verdad.
- No te creo - le susurró, casi metiéndose bajo la capucha -. No me mientas. Tus ojos se vuelven más oscuros cuando mientes, ¿sabes?
- ¿Cómo...? - susurró, sorprendido del detalle.
- ¿Es por esa chica?
- Eres una cotilla muy directa - dijo él, sin ánimo de ofenderla.
- Solo quería escucharte - refunfuñó ella -. Pero creo que tienes problemas, sino, no estarías aquí.
- No te buscaría solo si tuviera problemas, la verdad - reconoció él.
- ¿Entonces...?
Los ojos de la chica le obligaban a hablar. Era como si ellos quisieran saber la verdad y él no pudiera negársela. ¿Tanto poder podía ejercer ella sobre él?
- No tengo a donde ir - tuvo que admitir -. Quiero decir un lugar cálido y acogedor como una casa. La ciudad está llena de hoteles - trató de arreglarlo.
Ella pareció quedarse algo pálida. Se apartó de él y dio un par de pasos hacia atrás. Él se sorprendió. ¿Qué había dicho?
- Pues, mejor date prisa en encontrar uno o te caerá un chaparrón encima - susurró -. Mañana nos vemos en el plató, ¿vale?
Como espantada, pasó a su lado y a unos pocos pasos de él se dio cuenta de que un batallón de periodistas armados con sus cámaras iban hacia allí. Posiblemente no a buscarla a ella. Por eso comprendió que Sho estuviera allí. Algo había pasado con esa chica estúpida e irresponsable y ahora él tendría que pagar por todo estando en boca de meido país. Ofuscada por ese hecho, se giró y miró al chico, que había dado unos cuantos pasos y le detuvo. Se acercó corriendo a él con la bolsa de la compra en la mano y le sujetó de la muñeca. El chico se quedó todavía más perplejo por ese comportamiento y ella tiró de él hacia el edificio. Entró rápidamente en el ascensor con él y pulsó varias veces el 3.
- ¿Qué estás haciendo? - la preguntó mientras subían. Ella parecía muy nerviosa -. Elena...
- Venían detrás de ti, Sho, te han seguido hasta aquí y no te has dado ni cuenta - le espetó.
- Nunca te había visto así de angustiada. Solo son periodistas...
- Pero si están aquí es porque saben algo... sobre ti - añadió -. Y no quiero que te hagan daño - susurró, mirándole. Parecía firme pero temblaba ligeramente. Él pasó un brazo por sus hombros intentando tranquilizarla.
- No pasará nada. No pueden hacerme daño - dijo, convencido -. Ya no. Ahora me preocupa más que te lo hagan a ti.
Sin contestar, la chica salió del ascensor con él detrás y caminó por el pasillo de apartamentos hasta la cuarta puerta. Ella se paró delante, mirándola, sin sacar ni siquiera las llaves. Él comprendió que si su chico le veía, posiblemente tuvieran problemas. Él realmente estaba actuando con Elena en ciertas escenas que enfadarían a cualquier novio y lo comprendía.
- Sho - le llamó -. Prométeme que guardarás mi secreto - susurró.
- ¿Eh?
Señaló al ascensor. Subía. Y se escuchaba mucho ruido y alboroto en las escaleras. Subían a buscarle hasta allí.
- Esto es una locura, joder - dijo el chico, apretando los dientes -. Voy a enfrentarles y a decirles que...
El ruido de las llaves le hizo mirar hacia la chica, que estaba abriendo la puerta a toda prisa. Volvió a tironear de él y en el instante en el que el ascensor hizo el sonido de llegada al piso, ella cerró la puerta del apartamento con fuerza. Elena parecía respirar entrecortada. Y parecía preocupada por él. Eso le conmovió, aunque se odió por hacerla preocupar.
- Elena, yo... - empezó él.
- ¿Volviste? - resonó una voz desde dentro del pequeño apartamento.
- Sí, Kay, estoy en casa - dijo ella, quitándose los zapatos y entrando en la cocina, que estaba a dos pasos del vestíbulo y además, no tenía tabique -. He traido helado - dijo, con voz cantarina, dejándolo sobre la encimera.
Unos pasos pequeños se acercaron corriendo. El chico había esperado ver un bigardo alto y atlético. Pero apareció corriendo por ahí un niño pequeñito vestido con la camiseta de su equipo de baseball favorito. Entró en la cocina pasando delante de su cara sorprendida sin mirarle y se subió a la encimera apoyándose en una sillita que había en el suelo. Con sus manos sacó el tarro de helado de chocolate y su cara se iluminó.
- Chocolate, chocolate - canturreó -. Gracias - dijo, mirándola -, mamá.
La cara de Elena se iluminó con una sonrisa y le acarició la cabeza, despeinándole el pelo negro. El niño se estiró y cogió una cuchara. Le tendió el bote a la chica para que lo abriera después de intentarlo él y no poder. Pero Elena lo metió en la nevera.
- Para después de cenar, ¿de acuerdo, jovencito? - dijo ella.
El niño hizo un puchero pero lo aceptó, dejando la cuchara de nuevo en su sitio.
- ¿Qué cenamos hoy? - preguntó él.
- Primero, mira detrás de ti, anda. Eres un despistado, tenemos visita - dijo ella, señalando detrás del niño.
Sho seguía parado en la entrada del apartamento, mirando la escena como quien mira la tele y está viendo un drama de por la tarde. No sabía qué decir, realmente.
- ¿Quién es? - preguntó el niño, mirando a la chica.
- Es Sho - le presentó la chica -. Es un compañero de trabajo.
- Yo soy Kazuya. Hola, Sho - le saludó el niño.
- Hola - dijo él, todavía sorprendido -. Así que es tu hijo... - susurró.
Por eso le había pedido que guardara su secreto. Eso significaba que nadie sabía que tenía un hijo. El niño volvió a mirar a la chica y ambos sonrieron de nuevo. Aquel ambiente era totalmente diferente al de su casa. Se respiraba tranquilidad y todas esas sonrisas y muestras de cariño le producían cierta nostalgia y dulzura.
- Bueno, pasa, ahí parado no haces nada - le dijo entonces ella a Sho -. Ayuda a Kay a poner la mesa, por favor - le pidió, mientras ella se anudaba el delantal a la cintura -. Kay, ¿pasta? - le preguntó al chico, que había saltado de la encimera y estaba sacando los cubiertos de un cajón.
- ¡Sí! - sonrió él.
- Está bien. - Miró al otro chico -. ¿Y tú?
- ¿Eh? Ah, no te preocupes por mi.
- He preguntado que qué quieres comer - dijo ella. El estómago del chico respondió por él que cualquier cosa valía con tal de que fuera comestible. Ella soltó una risotada y el niño también.
- Entonces... cualquier cosa está bien - dijo, pasando a la cocina aún algo cohibido.
- ¿Te gusta la pasta como a todo ser humano sobre la faz de la tierra? - le preguntó, apuntándole a la cara con un puñado de espaguetis crudos.
- Sí - dijo él, soltando una carcajada -. Pasta está bien.
- Perfecto - sonrió la chica.
Ella se volvió hacia los fogones y entonces el niño se acercó a Sho y le cogió de la mano. El chico le siguió y le ayudó a poner cubiertos sobre la mesa. Al ver que se le complicaba el colocar cubiertos sobre la mesa sin subirse a una silla, el chico le cogió en brazos y así el niño pudo colocarlo todo sin problemas y sin que se le cayese nada. Viéndole de cerca, el niño se parecía mucho a su madre. El mismo tipo de pelo, la piel clara y los ojos oscuros como pozos pero dulces y tranquilizadores a la vez. Kay era un chico muy educado y formal que parecía haber tenido todo cuanto necesitaba un niño en la vida. Todo, menos un padre. Al menos, esa sensación daba cuando miraba las fotos sobre los muebles. Solo había fotos de ellos dos, nunca con otra persona.
- Está listo - avisó ella -. A la mesa.
Elena parecía comportarse como la típica madre ama de casa que solo tiene ojos para sus hijos. Pero en realidad era mucho más que eso. Trabajaba como actriz, tenía una vida pública e importante, era una ídolo. Y aún así era capaz de mantener aquella vitalidad, aquella sonrisa, y aquella felicidad. Realmente admirable. Aquella fue la primera comida tranquila que hizo después de mucho tiempo. Madre e hijo conversaban animadamente y cuando Elena comía pasta, la salsa de tomate le salpicaba la barbilla y la nariz. Ambos chicos empezaron a reirse con ello y ella no se enteraba de lo que pasaba por lo que se frotó la cara y extendió la salsa de tomate por sus mejillas, lo que hizo que ellos se rieran aún más. Sho cogió una servilleta y la limpió toda la cara mientras el niño seguía comiendo y moviendo las piernas bajo la mesa animadamente y con una sonrisa. Después de la cena y de recoger entre los tres, Elena sacó el helado y los tres cogieron una cuchara cada uno para atacar el bote de chocolate y ponerse las botas comiendo el helado. A veces hubo peleas entre las cucharas de Sho y Kay y Elena solo podía mirarles, entretenida. A Kay le cayó bien el chico de ojos claros, por lo que después de cenar la chica se prestó a recoger sola la cocina mientras el niño le enseñaba todos los juguetes y algunos dibujos que tenía por ahí. Se sentía muy a gusto con él y ella lo agradecía. Cuando al fin terminó de recoger, preparó café y lo llevó al salón. Kay estaba dormido sobre las piernas de Sho, en el sofá. El chico le acariciaba el pelo y le miraba con cierta nostalgia en los ojos.
- Sho - susurró.
- Se durmió - dijo él, mientras ella se sentaba a su lado en el suelo. Apoyó el brazo en el sofá y también le acarició la cabeza al niño, que respiraba tranquilamente.
- Estaba agotado, es normal. Se pasa el día en el colegio gritando y correteando por ahí. Cuando llega a casa está más cansado que yo misma - comentó, tendiéndole el café al chico.
- Elena, ¿cuántos años tiene? - preguntó en un susurro. Tal vez ella no quisiera hablar de ese gran secreto que guardaba.
La chica cogió aire y suspiró. Volvió los ojos al pequeño y respondió De todas formas, él ya conocía aquel secreto que celosamente había guardado durante tantos años, por lo que no tenía por qué desconfiar de él ahora.
- Tiene ocho años - contestó -. Nació tres días antes de que yo cumpliera los dieciocho.
Miró al chico. Quería ver su reacción. Tal vez aquello le pareciera una aberración o una cosa parecida. Eso la asustaba.
- ¿Cómo? - musitó él.
- ¿Eh? Yo... quise tenerlo porque en el momento en el que vivía estaba sola. Pensé que tal vez un hijo... lo siento, esto te sonara a mentalidad infantil pero en aquel entonces...
- Eras una niña - susurró él, cortándola con suavidad y mirándola a los ojos. No había reproche en ellos, ni nada malo que pudiera decir respecto al tema. Había sorpresa -. ¿Cómo pudiste criar sola a un bebé y lograr que se convirtiera en un niño tan sano y tan maravilloso?
Elena se quedó sin palabras. Aquello la había llegado realmente al corazón.
- Sho...
- ¿Puedo escuchar tu historia? - la pidió -. Por favor.
Ella volvió a coger aire y empezó a hablar con suavidad. Hacía ocho años sus padres la habían repudiado por haberse quedado embarazada estando en el instituto y la obligaron a dejarlo. El último curso pudo graduarse gracias a que un profesor de un instituto público la ayudó y respondió por ella. Vivió durante ese año en casa de otra de sus profesoras, a cambio de que hiciera las tareas de la casa, que era de dos pisos bastante amplios y de que aprobara todo. Aún seguía sin saber cómo lo había logrado. Pero lo había conseguido. Al dar a luz había dejado de estudiar de forma presencial y había hecho arte dramático a distancia, mientras cuidaba de su hijo.
- Ahora, con esta grabación espero conseguir algo más de dinero - suspiró al fin -. No es que nos falte, pero me gustaría viajar a algun sitio con Kay.
- ¿Cómo le cuidas ahora que estamos rodando? - preguntó, curioso.
- Hay un colegio en la esquina de la calle. La chica que lo lleva es amiga mía de la infancia. Su hija y Kay se llevan muy bien, asi que cada vez que tengo que grabar o salir a hacer algo solo tengo que llamarla.
- ¿Cuida a Kay por las noches? Digo, los guiones suelen llegarnos por las tardes y estudiarlos para el día siguiente debe ser complicado.
- No, qué va. Normalmente voy a buscarlo en cuanto salgo - dijo. Sho entendió el entusiasmo de la chica el día anterior en el camerino. Hablaba con su hijo por teléfono -. Venimos a casa y jugamos toda la tarde después de hacer los deberes y estudiar un poco. Y por las noches, cuando se duerme, es cuando estudio los guiones - relató. El chico volvió a entender una cosa más. La bronca de la maquilladora. Era por eso que tenía ojeras, por ese ritmo de vida tan agotador que llevaba y soportaba por su hijo, al que de verdad parecía adorar, solo hacía falta vérselo pintado en la cara, en esos ojos, en cómo le miraba.
- Eres increíble - dijo él entonces, sin poder evitarlo -. De verdad, todo esto es admirable. Creo que cualquier persona como tu, adolescente y madre soltera en su época, se hubiera cansado a estas alturas de un niño. Creo que le echarían las culpas de que su vida no fuera como soñó.
- Mis sueños no se vieron truncados por Kay. Es más, él es mi sueño ahora. Verlo crecer, sano, fuerte, buena persona. Mi trabajo es solo un condicionante de eso, por eso me esfuerzo cuanto puedo.
- Elena, eso es tan maduro - dijo él -. No pareces tener solo 25.
- ¿Verdad? A veces dicen que parezco una vieja - suspiró.
- No, no, no es por eso. Lo decía por tus palabras. Tu vitalidad, tu energía, tus ganas de reír... nadie en su sano juicio diría que eres una vieja.
- Todo eso lo mantengo gracias a mi niño. Tengo suerte de que él sea como es - admitió entonces -. Kay no es un niño que confíe así como así en cualquiera. Es muy maduro para su edad y realmente, a veces siento que es él quien cuida de mí más que yo de él - dijo, dándole un sorbo al café. Casi se había quedado frío -. Me consuela más que nadie, me hace reír más que nadie, y me quiere más que nadie. Con tenerle a él, lo tengo todo, siento que no necesito absolutamente nada más.
- ¿Ni siquiera un...? - se calló -. Perdona.
- ¿Un hombre? - dijo ella -. Eso no es una regla fija, hay cosas que cambian. Que alguien las hace cambiar - susurró ella.
Después de tomar el café con leche frío y de comentar cosas del rodaje y de los compañeros, Elena le preguntó por su pequeño problema de esa tarde. Porque la abalancha de periodistas solo podía indicar una cosa, y esa era poblemas.
- Saki ha montado una fiesta estudiantil monumental en el salón de mi casa - susurró -. No se como se enteraron esos periodistas pero si no me hubieras rescatado, alguno habría salido mal parado, porque no estaba de buen humor - aseguró.
- ¿Y? ¿Has llamado a la policía o algo?
- ¿La policía? No, solo me fui. ¿Cobarde, eh? Huyendo así de mi propia casa... - echó la cabeza hacia atrás en el sofá -. Patético.
De pronto sintió las manos de la chica sobre sus hombros, masajeándolos suavemente. Su rostro estaba encima de sus ojos, podía verlos perfectamente, ese mar de calma y tranquilidad que llevaba con ella. Se dejó hacer mientras cerraba los ojos y dejaba escapar unos suspiros de gusto. Tenía tensión acumulada, contracturas por todos lados y la espalda en general echa un asco, pero se negaba a asistir a las sesiones de fisioterapia que su manager le preparaba. Odiaba que le hicieran daño. Pero Elena solo masajeaba sus hombros con algo de fuerza, de forma que no le lastimaba y le gustaba. Así no iba a arreglar nada, pero él lo prefería así.
Un rayo iluminó el salón y luego el trueno le siguió. El estruendo hizo que Kay se agazapara más junto a Sho. Ambos le miraron. El niño se había sobresaltado. Elena miró la hora y se dio cuenta de que si el niño no dormía bien, al día siguiente no podría levantarse. Con mucho cuidado trató de levantarlo del sofá pero Sho le pidió en silencio hacerlo por ella. La chica le dejó y solo le miró mientras lo hacía, muy despacio, para no despertarle. Sintió su corazón latir más y más deprisa, como si la hubieran dado una descarga en el pecho con la imagen que estaba viendo y quedaría grabada en sus pupilas oscuras por siempre.

4 comentarios:

  1. Everthing(L)
    Mis sonidos, mis caras y mis gestos no son pasables a letras o emoticonos, creo que me conoces de sobra cómo para imaginártelos.
    Eres MUY grande, de verdad.

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  2. Mi imaginación tal vez no de para tanto.
    Si, soy enorme, de metro sesentaysiete aprox.

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  3. Uy, da para eso y mucho más, querida.
    Si ya sabía yo que ibas a soltar alguna de las tuyas....ains. Eres imposible.

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