jueves, 28 de febrero de 2013

Te quiero, dice el mapa de nuestro futuro.

Los dedos de la mano derecha de Jun, con un anillo en el dedo medio, jugueteaban con la palma de la mano derecha de Keiko, sobre el abdomen de la chica. Los dedos de la mano izquierda del chico hacían rizos en el pelo moreno de ella, mientras apoyaba contra su cabeza la mejilla. Keiko estaba recostada contra el cuerpo de Jun, sentada en el sofá entre las piernas abiertas del chico moreno. Podía sentir el golpeteo del corazón de él contra el omóplato, que con cada latido hacía que la recorriera una cálida sensación de tranquilidad. Sus nervios se habían calmado todo cuanto era posible con un medicamento bastante fuerte, un tranquilizante, apenas había llegado a casa la noche anterior. Había empezado a dar vueltas por el salón, pensando que tal vez se había equivocado al tomar la decisión de dejar a Sakura en manos de Ryu. Se había puesto literalmente histérica y Jun tenía una herida en la comisura de la boca para demostrarlo. Después de dormir durante casi quince horas, Keiko se había levantado esa tarde con la mente algo más despejada y los nervios mucho más templados. Jun la había mirado fijamente al salir de la cocina y habia sonreído antes de abrazarla con fuerza. Eso era todo cuanto a ella le importaba. Nada más.
Aquel día, el chico se había inventado una excusa suficientemente coherente como para que la gente de la grabación de su próximo especial no se enfadara porque no fuera a grabar. Alan, el hombre que cuidaba de la galería, había llamado esa mañana para decirla que se quedara en casa, que no se preocupara que habían tenido problemas en la galería. Al parecer, todo se resumía en un robo con fuerza en el que habían saqueado por completo el artístico local. Keiko intentó aparentar estar sorprendida; en realidad, habia una parte de ella que sí lo estaba, ya que no entendía como habían acabado las cosas convirtiéndose en un simple robo. Pero tampoco se quejaría. Prefería una mentira como esa a no una verdad como la que se ocultaba detrás de todo aquello.
La televisión encendida era un murmullo en aquella paz que tenían en el salón, con todas las luces apagadas y solo la luz de la blanca media luna de esa noche clara iluminando a medias la estancia. Antes de bostezar, Keiko se llevó la mano de Jun a los labios y le besó el dorso. Él movió ligeramente la cabeza para mirarla. 
- Eh... - murmuró. 
- Quiero mimos - pidió ella, acomodando más la espalda en el pecho del chico.
- Mimos - repitió él -. Pero, ¿mimos de estos? - preguntó, acariciándola los dedos suavemente -. ¿O mimos de los míos? - susurró, bajando la voz, contra su oreja, a la vez que la acariciaba con los labios suavemente y deslizaba la mano enredada en su pelo por toda la base de su cuello. 
- Jun... - ronroneó, cerrando los ojos. 
"Una banda organizada de ladrones de arte en el centro de la ciudad"
Ambos abrieron los ojos de golpe y se incorporaron en el sofá, tropezando el uno con el otro y sin ser capaces de sentarse bien del todo. Los dedos de la chica temblaron entre los de Jun durante un momento. En la televisión, el presentador de las noticias, un hombre alto y moreno, con barba y vestido con un traje gris y corbata a juego con su camisa color salmón, anunciaba el titular con la voz bastante seria. Movía nerviosamente los papeles de un lado a otro mientras hablaba. 
Anoche, la banda organizada de ladrones de arte que está revolucionando a la policía del país, volvió a actuar en una zona del centro de la capital. En esta ocasión, la galería no fue lo único que se vio afectado. Además de llevarse con ellos la mayoría de los cuadros de la principiante pero valorada artista Keiko Kimura, los ladrones se encontraron con algo que no esperaban. La multimillonaria heredera del imperio Aizawa se encontraba en ese momento dentro de la galería debido a una compra que tenía pensado realizar como regalo sorpresa para su madre, la popular directiva Ai Aizawa.
El hombre casi carraspeó, pero se abstuvo. Era eso. No estaba cómodo con el apellido Aizawa. Era un apellido que parecia venirle grande a cualquier boca, como si simplemente al pronunciarlo, pudiera suceder algo malo. Era el miedo al poder.      
La heredera fue herida por los ladrones en una pierna con una pistola nueve milímetros parabellum. Apenas fue un roce pero la mujer fue encontrada inconsciente y la galeria, rodeada de paredes blancas sin un solo cuadro. 
La siguiente imagen mostraba el exterior de la galería. Estaba rodeado de gente y de policias que intentaban evitar que todos esos curiosos entrasen en el lugar. Habia algunos investigadores El cámara hizo un recorrido por la galería desde el exterior, ya que no les permitían entrar dentro. La vista era totalmente devastadora. Ryu había roto hasta el ultimo foco, el último jarrón y el último cristal que había. 
La artista Keiko Kimura no ha aparecido por la galería desde hacía dos dias, se rumorea que está de viaje negociando próximas exposiciones, por lo que no ha sido llamada ni reclamada para declarar. El cuidador de la galería ha cedido a los investigadores una lista catalogada de todas las obras que han sido robadas. No se sabe por qué no saltó la alarma de seguridad ni por qué ningún vecino escuchó absolutamente nada esa noche. La policía sigue investigando. 
El reportaje terminó ahí. Ambos se dejaron caer contra el respaldo del sofá, resoplando. ¿Ya estaba? ¿Se acababa allí? Jun no podía negar que era un auténtico alivio que aquello no les hubiera salpicado hasta destruirles. Protegería a Keiko de cualquier cosa y de cualquier persona. Y si intentaban acabar con su chica, tendrían que pasar por encima de él primero. Con todas las consecuencias que acarreaba intentar acabar con la carrera de un Jhonny. Podía ser cobarde ocultarse detrás de eso. Pero ahí estaban sus armas para proteger a la mujer de su vida.
- Me alegro de que Ryu no hiciera ninguna estupidez - dijo ella, resoplando. 
- Tú no la hiciste porque yo estaba allí. Creo que para Ryu fue algo parecido - dijo Jun.   
- Pero creo que ha metido la pata. Nadie se creería que Sakura iba a hacer un regalo a su madre - soltó entonces Keiko. 
- Oh, vamos, no pienses en ese detallito ahora. Parece que esa excusa es suficiente para el resto de la gente - hizo notar el moreno.   
- Sí, pero... las cosas podrían complicarse - susurró. 
- Y a mí algo me dice que Ryu no dejaría que fuera así - tuvo que admitir Jun. 
- Aún así, todo esto sigue pareciendo surrealista, reconócelo. ¿No llegará a explotarnos en la cara?
- Sakura posiblemente ahora tenga miedo. Sabe de lo que es capaz Ryu. No creo que se atreva a volver a poner vuestras vidas en peligro, ni mucho menos a desvelar la verdad. 
- Si lo cuenta todo, Ryu... iría a la cárcel -. Sintió un escalofrío al pensar eso. 
- Pero no para siempre - apuntilló él -. Lo que supone que, dentro de diez años cuando saliera, iría de nuevo a por ella, ¿no te parece? Sakura no va a permitirse vivir con miedo de esa manera, ¿a que no?
Eso era cierto. Sakura era demasiado orgullosa como para vivir así. Y sin embargo, lo suficientemente cobarde como para estar desesperada y pensar en suicidarse pero no lograr hacerlo. Apreciaba demasiado su propia existencia como para eso.       
Keiko suspiró. Ahora veía mucho más claro todo cuanto Alan le había contado por teléfono esa mañana, empezaba a comprender lo que había pasado en medio de aquella vorágine de acontecimientos. Aunque seguia sin entender cómo había sido capaz Ryu de hacer todo aquello y lo que era más increíble: había conseguido silenciar a Sakura.
- Es como que... todo ha terminado - susurró Keiko, sin levantar la voz, como si eso pudiera romper la magia de un hechizo que la mantenía a salvo de todo
- Creo que sí. Que ya era hora de que se acabara - añadió él, besándola el pelo cerca de la oreja -. Aunque debo decir que si sigues apretándome la mano con semejante fuerza, posiblemente tengan que arrancarme unos cuantos dedos, preciosa. 
- Ah, perdona, perdona - dijo rápidamente, soltándole la mano -. No me daba cuenta, lo siento. 
Apenas ella liberó su mano, el moreno la deslizó suavemente por su brazo, rozándola la piel con la yema de los dedos. Keiko sintió un escalofrío en la columna y se mordió el labio inferior.
- Jun...
- Dime qué es lo que necesitas para sentir que la pesadilla, terminó. Esta vez, de verdad - la susurró contra la oreja -. Dime qué es lo que quieres que haga. Sea lo que sea.
- Nada - respondió ella, girándose entre sus brazos para mirarle -. Porque ya te tengo a ti. Eres lo único que tengo para aferrarme al final de la pesadilla y despertar. 
Jun inclinó la cabeza hacia los labios de la chica para atraparlos en un beso suave. Keiko, sin embargo, se apoyó en el cuerpo del chico para acercarse más a su boca y poder hacer de aquel beso una dulce tentación. Jun deslizó la mano bajo el pelo de la chiza, rozándola el cuello. En la yema de los dedos notó una vez más la cicatriz que tenía allí. La conocía de sobra, pero nunca había preguntado qué pasó. Ahora que lo sabía no podía evitar pensar que Keiko podía estar muerta. Intentando apartar esos pensamientos de su mente, se liberó del beso asfixiante de la chica y acercó los labios a aquella vieja marca. Besó la cicatriz suavemente antes de pasar sobre ella la lengua, despacio. Keiko jadeó a conscuencia de la sorpresa. No hubiera esperado eso. Se aferró con fuerza a la camisa del moreno y cerró los ojos.
- Jun, eso...
- ¿Te molesta?
- Me sorprende - admitió -. Esa cicatriz es... 
- Parte de ti - la interrumpió él -. Y no me cansaré nunca de verla, besarla y agradecer que sigues viva, Keiko. 
La chica le robó un apasionado beso. Y el tono de llamada del móvil de Jun les robó el momento. Keiko gruñó por lo bajo mientras él respondía. Su gesto cambió de repente a uno de fastidio y preocupación. 
- Sí, en seguida voy. Vale, vale, Risa, déjame en paz - la gruñó él. 
- ¿Qué pasa?
Le dio un golpecito a ella en la cabeza. 
- El arma que robaste - la respondió, mientras se levantaba del sofá -. Si no la devuelvo, posiblemente mañana habrá un hombre más en el paro. 
- ¿¡Eh!? - gritó, al darse cuenta de que aquel arma que ella había cogido posiblemente la tuvieran en algún tipo de lista o catálogo de objetos de grabación -. Yo... ¡lo siento! ¡No pretendía...! 
Jun se inclinó sobre ella para cerrarle la boca con un beso. 
- No es culpa tuya. Tranquila, si la dejo donde estaba, todo pasará por un susto. Ahora tengo que irme - susurró, acariciándola la mejilla.
- Gracias - pudo pronunciar ella -. Ten cuidado. 
- Vuelvo ahora - dijo él, cogiendo la chaqueta del perchero, mientras la guiñaba el ojo. 
La chica suspiró y se dejó resbalar en el sofá cuando escuchó la puerta cerrarse. ¿Qué había hecho? Ahora se daba cuenta de que estaba loca y en los peores momentos, no se daba cuenta hasta que ya había hecho alguna gilipollez. Volvió la mirada hacia la televisión, donde una mujer rubia con tacones y una falda extremadamente corta comentaba la previsión del tiempo para aquella semana que terminaba. Entonces se dio cuenta. Estaban a día dieciocho. 
El diecinueve era su décimo aniversario. 
Habían pasado demasiadas cosas desde aquel día. Apenas sin que se diera cuenta, había llegado hasta donde estaba. Sin contar el tiempo, habían pasado diez años ya. Días, minutos y segundos que no podía calcular, sin Keiko. Sabía que aquella chica habría sido a quien recurriera cuando tuviera problemas, a quien pidiera consejo y tratara de echar una mano en lo que pudiera. Alguien con quien jamás perdería el contacto, alguien en quien confiaría ciegamente. Ella sería la dama de honor más guapa de su boda y la madrina de su primera hija. Sería a quien le dejara los niños mientras se iba de vacaciones y a quien se los cuidaría ella. Keiko habría sido una pieza fundamental en su futuro de cuento de hadas. Sin embargo en aquel cuento, la bruja había vencido antes del vivieron felices y comieron perdices. Y las flores del día de su graduación se convirtieron en los lirios blancos que descansaron sobre la fría lápida de mármol de Keiko. 
Iba a apretar los dientes o morderse el labio para contener algunas lágrimas cuando escuchó un fuerte petardazo. El ruido la sobresaltó ligeramente, haciéndola incorporarse. Ante el repentino silencio, volvió a sentarse, pero un nuevo petardazo la hizo levantarse del todo. Se acercó a la ventana para abrirla y gritarles a los chavales del barrio, que estarían en el parque que había enfrente, que no eran horas de andar jugando con petardos. Al asomarse sin embargo solo vio una figura. Con otro sonido similar, el cielo quedó cubierto momentáneamente por luces de colores. Sonrió. Eran fuegos artificiales. 
- ¡Ven!
Nunca le negaría algo a aquella voz. Antes de darse cuenta ya tenía puesta la chaqueta de punto azul. Se puso las deportivas tan rápido como pudo y bajó las escaleras de cuatro en cuatro, a saltos. Abrió la puerta del portal de un empujón y corrió hasta el parque. La figura esbelta y de perfil de Jun se dibujó a la luz no solo de la luna, sino también de la barrita artificial que ardía en su mano derecha. Tenía la otra mano metida en el bolsillo del pantalón y miraba las chispas de la barrita como hipnotizado, con una sonrisa de medio lado que la hizo temblar. Definitivamente, su cuento había acabado mal diez años atrás. Pero sin que se diera cuenta, el chulo del príncipe había vuelto a aparecer y había actuado por su cuenta empezando una nueva historia con ella como protagonista. Y esta vez, él cocinaría las perdices para cenar.
- ¿Qué haces? ¿No eres mayorcito para estas cosas? - le dijo ella, acercándose. 
- Nunca se es suficientemente mayor como para dejar de jugar con fuegos artificiales - respondió él, viendo como la barrita terminaba de consumirse con unos últimos chispazos rojos. 
- ¿Y por qué te ha dado la neura hoy?
- Porque hoy hay algo que celebrar - sonrió, tendiéndole una de esas barritas a la chica. 
- ¿Qué quieres celebrar? - siguió preguntando la chica, cogiendo la barrita mientras él buscaba el mechero. 
- Que sigues a mi lado. 
La chica se quedó ligeramente sorprendida por aquella declaración. 
- En realidad eras tú quien podía haberse apartado de mi - le recordó ella. 
- Pero tú no huiste de mí cuando te dije que te quería. Insistí un montón de veces, casi te perseguí - recordó con una sonrisa -. Sabías más de mí que yo mismo. Me conocías, tal y como era. Y nunca quisiste alejarte de mí. Ahora me toca darte las gracias por eso. 
- ¿Por qué?
- Porque no quiero perderte nunca más. 
Keiko no supo si entendía del todo las razones que hacían sonreir en ese momento a Jun, pero no pudo evitar sentirse atraída por él. Se acercó al moreno y le rozó el brazo con el suyo mientras él encendía los fuegos artificiales. Aquella zona del parque se llenó de luces de colores y chispas que revoloteaban en el aire. Ambos fueron encendiendo todas las barritas, hasta que al final Jun cogió por lo menos siete u ocho de golp y las encendió todas. El espectáculo de colores fue brillante. Cuando todos los fuegos se hubieron apagado y no les quedaron más, se sentaron en el césped y miraron al cielo. Keiko se quedó sentada mientras Jun se estiraba y colocaba las manos bajo la cabeza.        
- ¿Sabes qué? Algún día te regalaré una estrella - dijo de repente él, sonriendo. 
- ¿Una estrella? Venga ya - se rió ella -. ¿Cómo piensas hacer eso?
- No lo sé - tuvo que admitir -. Pero algún día...
La morena se volvió hacia él y se recostó sobre su pecho. Ella le alcanzó los labios antes de que siguiera hablando.  Jun sonrió ante el inesperado roce y pasó una de las manos por la mejilla de la chica, entrelazando los dedos en su pelo moreno para apartarlo de su cara, rozándola la oreja al colocarlo detrás.
- No me hace falta alcanzar una estrella diminuta como esas. Tú eres mi estrella, Jun. La que más brilla de todas - susurró ella contra sus labios. 
El chico pasó el otro brazo por la cintura de ella para abrazarla contra su cuerpo. Le acarició la mejilla y, al ver la sonrisa de Keiko, se dio cuenta de que él era una estrella solo para hacerla sonreír. Sería cualquier cosa que hiciera falta por ella. Volvió a acercar sus labios a los de la chica para atraparla en una dulce tentación llena de promesas de la que no pudiera escapar esa noche. Ni nunca más.                 

El timbre de la puerta sonó por tercera vez. Las dos primeras, Keiko había metido la cabeza bajo la almohada. Gruñó a la tercera y se levantó, incapaz de seguir ignorando ese doloroso sonido taladrándola los oídos. Se sentó en la cama y se estiró. Jun estaba dormido, con la sábana enredada entre las piernas. Al ver su cuerpo desnudo sintió el irrefrenable impulso de volver a tocarle. Se inclinó sobre él y le besó el hombro. Deslizó los labios hacia su cuello y luego descendió con la yema de los dedos por su columna vertebral. Se apartó de él al sentir que se movía y ronroneaba. Si aquello seguía, quien esperaba en la puerta quemándola el timbre acabaría por largarse. Se conocía bien a sí misma. Y sabía que nunca podría negarse a quedarse entre los brazos de Jun. 
Rebuscó entre la ropa del suelo hasta dar con la camiseta de Jun y se la puso. Se recogió el pelo en una coleta con una goma que llevaba alrededor de la muñeca y aprovechó para estirar el cuerpo. En aquella habitación solamente había la poca luz que entraba por la pequeña ventana que había sobre la cama. Estaban en el estudio. Aquel era posiblemente el único lugar de la casa que no olía a sexo con Jun. Y ella había querido cambiar eso. En aquella habitación ella se sentía segura, a salvo de todo lo que pasara fuera. Que Jun durmiera de vez en cuando en la cama que había allí y dejara su olor en las sábanas ya no era suficiente para sentir que le tenía, que era completamente suyo.
Abrió la puerta descalza. El chico que esperaba allí podría estar cabreado pero parecía tener más paciencia que un santo. 
- Disculpe si la he despertado - fue lo primero que dijo -. Esto es para usted. 
El muchacho la tendió un enorme ramo de lirios blancos que ella apenas pudo abarcar entre los brazos. Después de firmar como pudo en el resguardo, Keiko volvió dentro de casa. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Alzó la vista hacia Jun, que se había levantado también y esperaba en el pasillo. Con el pantalón puesto y dejándola adivinar que no llevaba nada debajo de esos vaqueros azules, el moreno la miraba con gesto confundido en los ojos. Un "no he sido yo" que hizo que Keiko resoplara. 
- ¿Tienes admiradores secretos y yo no lo sabía? - se quejó Jun. 
- Son de Ryu - dijo, sin necesidad de abrir la tarjeta que llevaba amarrada el lazo del ramo. 
- ¿Cómo estás tan segura? - preguntó él, mientras la chica entraba y dejaba el ramo sobre la pequeña mesa del salón. 
- Hoy hace diez años que murió Keiko - le dijo, sin apartar la mirada de las flores. 
Aquellos lirios eran las flores favoritas de Keiko. Ryu lo había recordado durante todo aquel tiempo. Antes de poder siquiera ponerse sentimentalmente nostálgica, Jun la abrazó por la espalda, apretándola contra su cuerpo desnudo. Apoyó los labios contra su cuello, sin besarlo. 
- Lo siento - susurró. 
- No me pidas perdón, no pasa nada. No es... un día triste, en realidad. Solamente es rutina. Cada año llevo un ramo de flores a su tumba. Él también lo hace. Algo me dice que Ryu este año no puede llevarlas él mismo y por eso me las manda a mí.
- ¿Vas a ir a verla?
- Sí - respondió ella, girándose entre sus brazos -. Y ya llego tarde a coger el próximo autobús. -Le señaló con el dedo índice -. Voy a ducharme. Mantén tus manos alejadas del baño - le advirtió. Si tenía que decirle eso cuando ya estuviera allí, simplemente no podría.  
- Tranquila, morena. Aproveché que roncabas a toda voz para ducharme esta madrugada y luego volver a la cama fresquito - la dijo, sacándola a medias la lengua. 
Ella arrugó la nariz y le dio un beso bajo la oreja antes de entrar en el baño. Mientras ella se duchaba, Jun se cambió. Se puso unos pantalones negros y una camisa blanca de seda. Iba abrochándose los botones de las muñecas cuando se sentó en el sofá delante del ramo de lirios blancos. Quitó la tarjeta que Ryu había escrito y, por curiosidad, la leyó. 
"Lo siento mucho, Iry. No puedo enfrentarme a Keiko con los sentimientos que tengo por Keira. Sé que lo entenderás. Cuídate." 
Jun volvió a dejar la tarjeta donde estaba. La chica cruzó el salón hasta la habitación sin pararse a mirarle. Él esbozó una sonrisa pícara. Sabía de sobra que a él le daban igual sus razones. Si quería arrancarla la toalla de una sola vez y hacerle el amor contra la pared del pasillo, lo haría. Y lo peor de todo, es que ella no podría decirle que no. 
Keiko salió de la habitación después de coger el colgante de plata que su padre le había regalado hacía unos cuantos años, cuando había cumplido la mayoría de edad. En el pasillo encontró a Jun esperándola. Estaba apoyado contra la pared, con un pantalón negro y la camisa abrochada y metida por dentro del pantalón. Encima de la camisa llevaba un chaleco negro desabrochado todavía. La chica vio de reojo la chaqueta americana colgada del perchero.
- ¿Jun?
- ¿No pensarías en serio - la preguntó, mientras la quitaba de la mano el colgante - que iba a dejar que fueras sola - siguió, a la vez que caminaba hasta ponerse a la espalda de ella -, verdad, pequeña?
Con un suave movimiento apartó su pelo del cuello y le pasó el colgante por delante. Apenas unos segundos después, lo enganchó. Antes de que volviera a echarse el pelo hacia atrás, él la besó la nuca. Ella se estremeció un instante y se volvió hacia él para mirarle. 
- ¿Vas a acompañarme? -Tuvo que contener las lágrimas en su voz. 
- Por supuesto. Incluso si fuera el fin del mundo o el lugar más recóndito del infierno - susurró, con una voz suave como una caricia, mientras la rozaba la mejilla con la yema de los dedos -. Ya te lo dije. Pase lo que pase. Yo estaré contigo hasta el final.  
Keiko apoyó la cabeza en el hombro de Jun y le pasó los brazos por la cintura. Él respondió a su abrazo rodeándola los hombros con calidez. Después de un beso que Jun lamentó no poder alentar con pasión, el moreno cogió las llaves del coche después de ponerse la americana y coger las Rayban. Keiko se puso la gabardina negra y cogió el ramo de flores de Ryu. En la entrada se puso los zapatos negros con un poco de tacón ancho. Jun abrió la puerta y la tendió la mano. La morena se quedó un instante mirando aquella escena que tenía delante. Jun deslumbraba como si fuera una estrella del cielo de verdad. Su estrella. Por un momento la voz de su amiga Keiko nubló sus sentidos.
Pero él es mío. Es mi razón de vivir. Ryu es mi alma. Forma parte del ser que soy. 
Sonrió. Aquellas palabras no habían sido más que una confesión de una chica completamente enamorada que, para ella, habían sido como un poema de amor. Ahora lo entendía todo. Cogió la mano de Jun sin vacilar. Y, olvidando todo lo demás, se aferró con fuerza a su calidez. Sin intención alguna de soltarse de ella jamás.                   



1 comentario:

  1. Es un jodido amor, ante todo y que quede claro.
    Jun + mano + anillo = a muerte
    Reconozco que al principio me ha costado situarme en plan: a ver, dónde están y qué pasó al final; una vez centrada ya lo he ido pillando bien.
    Creo que no quiero preguntar/saber cómo ha acabado el pobre de Jun con la heridita en los labios.
    Yo también quiero despertar así. Viéndole y con un abrazo de él, jo.
    Me alegro que se las hayan apañado para estar juntos, bueno claro, como no; yo ya ni le dejaba salir de casa...
    Uy, mimos de los suyos! para qué narices pregunta?
    Bueno, al menos han salido bien. Creo realmente que todo ha acabado. Lo que dice Jun es cierto, si Sakura vuelve a las andadas creo que Ryu ha demostrado que es capaz de matarla, y como es una maldita zorra cobarde no creo que vuelva a las andadas.
    Ha sido imaginar los besos sobre la cicatriz, y recorrerme a mi un escalofrio. No es plan de molestia, peeerooo....ha sido algo raro; no sé cómo definirlo exactamente, realmente.
    Aaaahhhhhh, amdlita sea, yo ya no dejo ni que coja el móvil, aunque creo que eso debería de cambiarlo ya que igual tiene consecuencias graves como esa si no lo hubiera hecho.
    :'( la verdad que hubiera sido una amistad verdadera y de esas que casi ya no existen, Keiko llegó a significar mucho, aunque fuera en poco tiempo.
    Me ha encantado mi pequeño con los fuegos artificiales, esa forma de distraerla/celebrar me ha gustando un montón, em ha parecido un jodido encanto(aunque por un momento me ha recordado a Maou).
    ¿Cómo no se va a asentir atraida por él sonriendo, por favor? Si es que está preciosismo.
    Que de repente haya soltado lo de la estrella, así sin motivo alguno y creo que hasta sin darse cuenta de la locura que acaba de decir, he muerto de amor. Me lo comía (en el buen, sentido, y bueno en el malo también, pero me has entendido :$)
    "Sería cualquier cosa que hiciera falta por ella. Volvió a acercar sus labios a los de la chica para atraparla en una dulce tentación llena de promesas de la que no pudiera escapar esa noche. Ni nunca más." Aparte de que me gusta esa frase, no creo que sea tan tonta como para escaparse de ese hombre, creo que lo lógico casi sería que él escapara de ella xD
    Repito:qué buenos despertares.
    Ya te digo si tiene paciencia, pobre muchacho, yo hubiera dejado las flores en la puerta y me hubiera largado, anda y que la den, aunque imagino que Ryu haya tenido algo que ver en la insistencia.
    Mmmmmmmm, realmente no me imaginaba que no lo hubieran hech en el estudio, de hecho imaginaba que todos los rincones estuvieran ya estrenados xD
    Jajajajajajaja, me la he imaginado envuelta en la toalla, de puntillas y a toda hostia del baño a la habitación sólo para que (el cabrón de) Jun no pudiera pillarla. Qué capullo es, cómo lo sabe ¬¬"
    He muerto de amor (vale, también he orgasmeseado un poco) al verle de pie apoyado contra la pared y vestido así. Hasta me he emocionado yo con el detalle que la acompañe.
    Me gustó mucho esa frase de Keiko hablando sobre Ryu.
    Las intenciones de no soltarse nunca de esa calidez son más que lógicas y comprensibles.



    Pues eso que me encanta, y que es un puto amor; creo que ha quedado más que claro después de mis repeticiones xD
    A la canción yo le cambio el titulo, I want somebody no, I want Jun xD. Y la foto.....niadfjsofisiufhusdifhyusdf viva a los reportajes de la cut.
    Ah, y por cierto, el titulo me pierde.

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