miércoles, 13 de febrero de 2013

Una luz a la que persigue su sombra.

El día que la galería Kingdom inauguró la exposición "Soul" de Keiko Kimura, los medios de comunicación cubrieron la noticia de una forma somera en la sección de los informativos sobre cultura y arte en la ciudad. La pequeña estancia tenía cuatro paredes y dos muros en el centro colocados paralelamente uno al otro. Todas las partes y los muros estaban decorados con al menos dos o tres cuadros, algunos más grandes, otros más pequeños, y colocados con cierta estrategia que el director de la galería la había propuesto. La forma de llamar la atención de los cuadros, por sus colores y tamaños, era un punto a favor de las buenas críticas. La gente curiosa que quería conocer algo de aquel arte que la chica ofrecía, entraba en la galería esperando ver el trabajo de una artista novata y se encontraban, como comentaban en el libro de visitas posteriormente, con el trabajo de una estrella en potencia. Incluso un par de agentes le dejaron sus referencias a la chica por si la interesaban ciertos trabajos como pintora y retratista. Era como un sueño pintado de blanco. 
Para Jun, el tiempo que pasaba sin poder ver a Keiko era compensado únicamente por la sonrisa que la chica llevaba siempre puesta. Su propio trabajo también le mantenía más alejado de casa de lo que quería. Un proyecto relativamente nuevo como era el especial de una serie que había grabado hacía poco le tenía bastante entusiasmado y ocupado. Y tal vez eso fuera lo que hacía que tuviera cada vez más ganas de estar con ella. Sin embargo, aunque ella no parecía darse cuenta, él estaba más pendiente de su vida de lo que imaginaba. Se enteró, de alguna manera, de que algo empezaba a ir mal, a no funcionar. No había dejado que la persona que se lo había dicho le contara qué pasaba, sino que quería que lo hiciera ella misma. Había empezado a quitar esa sonrisa de su rostro, ir a la galería a veces la costaba horrores y eso que solo habían pasado dos semanas; pero él la había visto delante de una taza de café un par de mañanas como si filosofara con el desayuno, quejándose en silencio y demostrando que irse a trabajar empezaba a ser una carga. Y esa no era la razón por la que había decidido aceptar el trabajo en la galería. Tenía que haber algo más que la estaba atormentando. Él pensaba descubrirlo pasara lo que pasara.
Keiko tiró las llaves sobre la mesilla, se descalzó y se quitó la chaqueta americana, colgándola en el perchero con cierto pesar. Como si todo su cuerpo se hubiera vuelto una masa de hierro que la costaba mover. Estaba cansada, cada vez había más gente en la galería, cosa que era algo bueno pero que la agotaba. Ella estaba acostumbrada a estar con su equipo de trabajo y nada más, eso de interactuar con la gente era raro para ella, a pesar de que llevaba ya dos semanas en ello. Además, no podía sacarse aquellas palabras de la cabeza. "Ser quien no puedes ser" Sintió un escalofrío. ¿Qué sabría ella? Se enfadaba solo de pensarlo. Ahora quería helado de vainilla. Comería para olvidar.
Caminó por el pasillo y antes de llegar a la cocina se detuvo. Había una pequeña rendija de luz reflejada en el suelo de madera del pasillo. Salía de debajo de la puerta de su estudio. Supo rápidamente que él tenía que estar allí. ¿Se habría dormido con la luz encendida? Se acercó hasta el cuarto y abrió la puerta. 
El estudio era del tamaño de una habitación normal. Sin embargo, era bastante peculiar. Frente a la puerta había una ventana tapada con cortinas negras y una persiana completamente bajada. Eso dejaba la única opción de que ella usara la lámpara del techo, luz con la que se sentía más relajada para pintar. Bajo la ventana había una cama. No demasiado pequeña pero tampoco excesivamente grande. Estaba ahí por Jun. A veces cuando llegaba del trabajo y estaba cansado pero ella no estaba en la cama sino pintando, el chico se metía en el estudio, la daba un beso y se tumbaba en la cama. Se dormía casi al instante. Decía que le daba tranquilidad el olor a pintura, saber que estaba en casa. Además, tenía la certeza de que cuando despertara al día siguiente, ella estaría tumbada con él, a su lado. La cabecera de la cama estaba apoyada en la pared izquierda y el lateral, contra la pared del frente. Al lado de la cabecera había una mesilla con una lamparita pequeña, y al lado de ésta, pegado a la pared, un sofá grande. Aún quedaba hueco entre la pared y el sofá por lo que Keiko había puesto allí sus lienzos en blanco y un armario para guardar algunos telares. Y al lado derecho de la estancia había una mesa larga que casi iba desde una punta de la pared hasta la otra, paralela a la pared, sin cruzarse en medio de la habitación. En el centro había un caballete de madera sobre la moqueta de lana que cubría el suelo de parqué de toda la habitación. A ella le gustaba pintar con los pies descalzos, notando la suavidad de la moqueta en los pies. Aquel era en realidad, su pequeño santuario. 
Abrió la puerta despacio, sin hacer ruido. El chico estaba frente al caballete y  un lienzo con algunas manchas de color, tenía una de sus paletas viejas que no usaba nunca en la mano y un pincel no demasiado nuevo que habría encontrado en alguna caja. Podía invadir su espacio de esa manera tan brusca y aún así, hacerlo sin tocar absolutamente nada por lo que pudiera regañarle, porque aquellas cosas que había cogido solo las guardaba por nostalgia más que porque fueran útiles; si se rompian, tampoco se enfadaría, porque tendría la excusa perfecta para deshacerse definitivamente de ellas. Jun iba vestido con unos vaqueros algo viejos y una camiseta que le había regalado a ella hacía tiempo para que la usase cuando pintara y así no se manchara la ropa; ella prefería pintar sin usar una bata para no mancharse, porque no consideraba que la pintura fuera un ácido o algo por el estilo, es más, la gustaba mancharse con ella, por lo que él la había regalado una de sus camisetas menos nuevas para que se la pusiera al pintar y no tuviera que preocuparse de mancharla. Él parecía haberla rescatado y la llevaba puesta. Aún después de tanto tiempo y llena de manchurrones de pintura que habían quedado después de muchos lavados, aquella camiseta medio araposa le quedaba jodidamente bien.
- ¿Qué haces ahí? - le preguntó.
- Ah, hola - saludó él, girándose a medias a mirarla -. Pues... pinto.  -Era más que obvio con las pintas que llevaba.
- Eres un manazas - dijo ella, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la puerta. 
- Sí, lo sé, creo que yo mismo podría decir que... la cosa esta que he dibujado solo ha servido para estropearte un lienzo - comentó, sin quitar la sonrisa -. Pero quería intentarlo. 
- No tiene sentido - insistió la chica
- Para mí lo tiene - aseguró él, dándose la vuelta hacia ella -. Me sirve para desconectar. Para pensar en ti. Para intentar imaginar cómo te sientes. Para estar más cerca de ti. Que no salga como debiera salir para que sea bonito no significa que vaya  a dejar de hacerlo porque no quiero perder todos los sentimientos que tengo cuando lo hago. 
La chica suspiró imperceptiblemente y apartó los ojos de él. Se había dado cuenta de que pasaba algo y por eso estaba allí. 
- Pues que te diviertas - le dijo solamente, dándose la vuelta para salir. Bastante tenía él con su trabajo como para encimar echarle sobre los hombros sus propios problemas. 
Antes de que saliera, Jun la sujetó de la muñeca. Ella soltó un grito al ver aquella mano rodeando su piel. Y dejando una marca azul en ella. 
- ¿Por qué me pintas? - se quejó, mirando la forma de la mano del chico pintada en su muñeca.
- Juega conmigo - la dijo. 
- ¿Que haga qué? ¿Te volviste loco?
- Oh, vamos, no seas así. 
Él se acercó otra vez a ella y amenazó con plantarle la mano manchada en la ropa. La chica soltó otro grito y le detuvo levantando las manos. 
- La ropa - le recordó. 
- Vale, si es por eso...
Jun se quitó la vieja camiseta llena de manchurrones de pintura y se la tendió.
- Desvístete - la dijo, tendiéndola la camiseta. 
- Realmente te volviste loco. 
- No. Solamente voy a hacer que te olvides de todo durante el tiempo que estamos juntos.    
- Los novios normales preguntan a sus chicas qué les pasa y esas cosas - hizo notar ella, mientras, casi inconscientemente, se desabrochaba los botones de la camisa. 
- Siento mucho no ser un novio normal. Pero creo que tengo el tiempo suficiente para hacerte sonreír y luego dejarte llorar si es necesario.
Sonaba demasiado sincero. La chica suspiró y se quitó los pantalones. Cogió la camiseta y se la puso sobre la ropa interior. Apenas se había mirado las pintas cuando el moreno la obligó a alzar la cabeza, usando la mano llena de pintura. La besó y ella cerró los ojos. Al apartarse, él soltó una carcajada al ver la mancha que le había dejado. Ella hinchó los mofletes y se acercó a la mesa, buscando botes de pintura que estuvieran casi vacíos para echarse en las manos lo que quedaba. Se acercó a él por la espalda y le recorrió la columna vertebral con ambas manos, dejando dos grandes manchas verde y roja a cada lado de su columna. Él se encogió un momento y luego buscó más pinturas para pringarse los dedos e ir tras ella. La risa de Keiko le inundó los oídos, haciéndole sonreír. En realidad no tenía ni idea de lo que la podía haber pasado a la chica, tampoco podía decir que no estaba preocupado, pero en ese momento no debía demostrar esa preocupación sino todo lo contrario. Tenía que hacer que ella se diera cuenta de que podía apoyarse en él fuera lo que fuera aquello que la había pasado.
Cuando la chica se dejó caer sobre la moqueta, respirando entrecortada y con los ojos cerrados, el chico se limpió las manos como pudo en un viejo trapo que había sobre la mesa y se sentó al lado de ella, apoyando la espalda en el sofá. No dejó de mirarla mientras recuperaba el aliento.
- ¿Sabes qué es lo peor de todo esto? - dijo entonces Keiko.
- ¿Que no vamos a sacar la pintura de la ropa ni con lejía? - respondió con una pregunta el moreno. 
- No - sonrió ella -. Que ahora la razón por la que me sentía mal, me parece una estupidez.
- Eso no es malo. Aunque me gustaría saber qué era lo que te hacía sentirte así.
La chica accedió a responder a esa duda y se incorporó, sentándose a su lado. 
- ¿Recuerdas la tienda en la que yo trabajaba? Donde nos conocimos.
- Eh... -Eso le había cogido por sorpresa -. Sí, claro, la recuerdo. 
- La dueña era la Señora Ai Aizawa, una mujer bastante adinerada que dice ser amante del arte aunque se cree que es más bien, una crítica solo porque tiene poder y sus palabras valen más de lo que imaginamos.
- Es la señora que te dejaba a los niños de otras madres - añadió él. 
- Sí, así es - respondió la chica, esbozando una sonrisa al ver que recordaba semejante detalle -. Pues se ha dejado caer por la galería de arte un par de veces durante la última semana - suspiró. 
- Oh, vaya. ¿Y eso es malo? Digo, si le gusta el arte, tal vez quiera comprar alguno de tus cuadros o algo por el estilo. 
- No es tan fácil. Esa mujer parece odiarme. Las dos veces que ha ido solamente se ha quedado delante de un cuadro. 
- ¿Solo delante de un cuadro?
- Sí, de pie, sin decir nada hasta que acaba de mirarlo, lo cual la lleva casi media hora. 
- Y un dolor de pies horrible si lleva tacones - soltó Jun, a lo que ella le dio un suave golpe en el hombro. 
- La cuestión es que, después de quedarse así, luego solamente dice cosas malas del cuadro - susurró. 
Él puso los ojos en blanco. Nunca había pensado que su chica fuera tan fácil de deprimir. 
- Cariño, tienes que aprender a aceptar una crítica, no puedes dejar que te afecte tanto. Todos somos diferentes y tenemos nuestros gustos y nuestros puntos de vista - la dijo él, colocándola un mechón teñido de pintura roja detrás de la oreja. 
- Pero es que me fastidia que juzgue mis obras y a mí misma solo con mirar un cuadro. La galería está llena de ellos, entonces ¿por qué habla después de mirar solo uno de ellos? 
- No me preguntes a mí el por qué, yo no tengo ni idea de la razón por la que lo hace así.
- Por molestarme - aseguró la chica
- Creo que una mujer como ella tenga algo mejor que hacer que molestar a una pequeña pintora novata, ¿no te parece? - hizo notar él. 
- No lo sé, en realidad está más sola que la una así que... quizá molestarme la resulte divertido - se quejó. 
- ¿Qué te ha dicho exactamente para hacerte enfadar tanto? 
- Cosas sin sentido, no sé, han sido cosas muy extrañas, hablaba como en metáforas a veces. Como si intentara hacer que yo dijera o recordara algo. 
- ¿Tal vez tu tiempo en la tienda? - supuso él. 
- No creo que sea eso. Me ha dicho que estoy intentando ser quien no puedo ser. ¿Qué rayos significa eso?
- Creo que deberías preguntarle directamente a esa señor. Quizá deberíais tener una charla o algo - propuso el chico.
- Me comerá viva - aseguró Keiko. 
- No seas así - sonrió él -. Dale una oportunidad. Puede que en realidad solo quiera comprar uno de tus cuadros y no sepa cuál.
Esa era la idea más absurda que la chica había escuchado. Pero también era una de las más reconfortantes. Se recosen el hombro del moreno y cerró los ojos. Le acarició suavemente la cintura, se acomodó sobre su piel y suspiró. Se quedó dormida sintiendo las primeras caricias de los dedos de Jun en su enredado pelo moreno.                                

Despertar al lado de su chico esa mañana hubiera sido un placer que se habría dedicado a saborear, de no ser porque ambos trabajaban y posiblemente, ambos llegaban tarde también. Tenían que ducharse y la perspectiva de hacerlo juntos acabó por ser una obligación cuando la chica vio cómo le había quedado la espalda a él de la pintura. Jun solo no podría quitarse todo eso, por lo que tuvieron que ducharse juntos encerrando instintos bajo una llave llamada autocontrol. Antes de irse, Jun se acercó a ella y la besó, deseándola mucha suerte. Después de la conversación que habían tenido la noche anterior, Keiko sentía que no necesitaba la suerte. Solo volver a verle a él esa noche también. 
Sin emabargo al salir esa mañana de casa y mirar al cielo, algo la dijo, con un escalofrío, que no todo iba a salir bien ese día. 
Llegó a la galería a la hora prevista. El hombre que gestionaba el lugar ya estaba allí pero aún no había nadie. Al final sí que había tenido suerte. Por aquellos días había bastante gente que se pasaba por allí por las tardes más que por las mañanas, puesto que mucha gente trabajaba precisamente con horario de mañana. Sin embargo, aquella mujer siempre acudía por las mañanas, tal vez por el hecho de que era cuando menos gente había. Como si no quisiera que la criticasen al oír las duras palabras que le dedicaba a Keiko.
La Señora Aizawa entró en la galería esa mañana como un halo de oscuridad. Iba vestida de una forma extravagante, toda de rojo, un color que no estaba hecho precisamente para su tez medio pálida. Llevaba el pelo recogido en un moño tradicional y aquellos ojos fieros eran tan fríos como de costumbre. Keiko se acercó a ella para saludarla, sin muchas palabras. No necesitaba hablar con ella, de todas formas daría otra crítica sobre una de sus obras en cualquier momento. Debía estar preparada para eso. Entonces se fijó en que una muchacha rubia de pelo muy largo, que llevaba un vestido blanco corto con escote parecía seguir a la mujer. Lo confirmó cuando ésta se detuvo a hablarla. Susurró unas palabras en su oreja y la muchacha se giró hacia Keiko. Ella sintió un escalofrío. Aquellos ojos eran iguales que los de la Señora Aizawa. Posiblemente, porque era su hija. Sin embargo, no era eso lo que hizo que el corazón de la morena empezase a latir más y más despacio, como si el mundo hubiera dejado de girar. Era algo diferente, una sensación que acababa de paralizarla por completo sin razón alguna. Casi la costaba hasta respirar con los labios entreabiertos. Respiró tan hondo como pudo y se dijo a sí misma que aquello era surrealista, que no pasaba absolutamente nada. Que tenía que tranquilizarse. 
Ambas entraron en la galería y la Señora se detuvo frente a un cuadro del lado izquierdo. Keiko trató de ignorar que ella estaba allí y dio un paseo alrededor de los muros, hasta llegar al segundo y quedarse en el pasillo entre el muro y la pared, donde no había nadie, solo la compañía de cinco de sus cuadros. En realidad no podía pensar en lo que aquella mujer estaría tramando decirla. Había algo en su hija que la había dado escalofríos, miedo, pánico. Había sentido ansiedad, la necesidad de salir corriendo de allí, de huir de aquella chica que, posiblemente tuviera su misma edad o un poco más y, sin embargo, despertaba los peores miedos de Keiko. ¿Por qué? Era como si hubiera visto un fantasma de verdad. Como si hubiera sentido que iba a por ella.
De repente, la muchacha se asomó al pasillo. Con una sonrisilla que hizo que Keiko se pegara a la pared y sintiera cómo la temblaban las piernas. Aquella boca, esos labios, aquel pelo cayendo por su rostro con elegancia. Esos ojos. Todas esas cosas empezaron a dar vueltas en la mente de la morena.
- ¿Qué...?
- Nunca me imaginé que te encontraría en un lugar como este. -Su voz era fría, distante, como un fino filo acariciándola la garganta con puro sadismo -. Y pensar que he venido solo porque esa vieja me ha arrastrado hasta aquí - añadió. 
- Así que, ¿la Señora Aizawa es tu madre? - pudo preguntar, tratando de calmarse. Tal vez con una conversación pudiera dejar de sentir aquel terror que se apoderaba de ella inconscientemente. 
- Solo me parió. Por lo demás... no es más que una mujer adúltera y derrochona que se pasa el día jodiendo a los demás. Estaría mejor muerta.
Psicópata, pensó la morena.   
- Antes has dicho que... nos conocíamos - se atrevió a decir -. ¿Quién eres? - susurró Keiko.
La chica se mordió el labio, molesta. Se echó el pelo rubio hacia atrás en un gesto que también provocó una reacción irracional en Keiko. La muchacha caminó hacia ella, despacio. Cada golpe de sus tacones contra el suelo de mármol blanco era como una tortura para la morena. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué su cuerpo no se movía? La rubia de repente, apenas la tuvo cerca, llevó la mano derecha con una velocidad impresionante hasta el cuello de Keiko. La empujó contra la pared y ésta se golpeó en la espalda y la nuca. Cerró los ojos por el dolor. ¿Cómo podía tener aquella niña pija semejante fuerza? 
Abrió los ojos de repente. Fijó las pupilas en los ojos casi enloquecidos de la rubia. Empezó a respirar por la boca. Una niña pija con esa fuerza. Su corazón dio un vuelco. Y tembló de terror.
- No puedo creerme que de verdad me hayas olvidado, maldita furcia - siseó la chica en su oído, casi rozándolo con la punta de la nariz. Keiko llevó las manos hasta la muñeca de la chica para intentar apartarla de ella  -. Seguro que tus amiguitos de instituto no lo han hecho, ¿no crees?
La chica dejó de intentar que la rubia la soltase el cuello. Aquellas palabras habían hundido el filo de un arma demasiado poderosa en su piel. Sentía cómo, por dentro, sus viejas heridas mal cicatrizadas, empezaban a sangrar otra vez.
- Y si es así, tal vez deba encargarme de que lo recuerden todo - añadió -. Igual que tú.
La morena dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo y ni siquiera pudo tragar saliva.  
- ¿Sa... Sakura? - musitó, apenas sin respiración, con los ojos fuera de las órbitas y reflejando miedo y odio en sus pupilas.
- Sabía que me recordarías - sonrió -. Siempre fuiste una perra tan leal que imaginé que no la habrías olvidado. A esa zorra bastarda. 
- Yo... yo no lo he...
Su voz dejó de salir cuando la muchacha cerró la mano alrededor de la garganta de la chica, haciendo presión, ahogándola. La morena dejó escapar un par de lágrimas al cerrar los ojos y la rubia, solamente rió triunfante.     
Hacía tiempo que había reprimido en lo más profundo de su ser esos recuerdos demasiado dolorosos como para convivir con ellos. No habría podido ser feliz de haber intentado aceptar que todo aquello había pasado y que había sido real, no producto de su imaginación. Jamás podría aceptar aquel pasado que tenía, ni podría soportar el dolor que la provocaba. Solo se había negado a sí misma que ella había tenido también la culpa. Había intentado empezar de cero, olvidarlo todo y seguir adelante, a pesar de saber que no tenía derecho a estar viva. Y sin embargo ahora aquel maldito pasado volvía a asomar desde las sombras más oscuras de su corazón para torturarla. Una vez más. 
- Yo también me alegro de volver a verte -Su sonrisa fue un puñal cargado de veneno que amenazaba con arrebatarla la vida -, Irya. 



Temblando en dolor, siguiendo en pie.

4 comentarios:

  1. Vale.... ¿por que la llama Irya? ¿No se llama Keiko?. Cuando se ponen a jugar con la pintura me encanta. Son monísimos. En cuanto a la canción, es preciosa, muy bonita. Me gusta mucho la forma que le has dado al estudio. En cuanto a la rubia... bueno, todavía no tengo muchos datos, pero mas o menos tengo una clara idea de lo zorra que va a llegar a ser.

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    1. Vale, y ¿por qué me haces una pregunta que sabes que no voy a responderte? Es preguntar por preguntar xD Dejemoslo en que era una pregunta retórica.
      La pintura lo engocha todo pero claro, como luego él no limpia xD
      Me quedo sin canciones, en serio, ni exagero ni es coña, me quedo sin repertorio, joder.
      Con esos datos ya se puede diagnosticar una psicopatía, hablando así en términos generales. Dejaré que eso lo vayas descubriendo, poco a poco.

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    2. Por que si no hago preguntas absurdas que no respondess no soy yo, y lo sabes xD. Y tanto que el no limpia no te digo xD.
      Buff, pues con la de ellas que hay por ahí, como es que te quedas sin ellas?. Psicipatía. Tendrá insitintos psicopíticos pues xDDD *es que me acabo de acordar, xD*

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  2. Me parece monisimo que con el simple hecho de su sonrisa quede satisfecho ante lo poco que pueden estar juntos.
    Caundo has dicho lo de filosofar con el desayuno no he podido evitar acordarme de silvi xD. Me imagino que con lo de especial te has referido a Lucky Seven, no sé si estaré en lo cierto.
    Me gusta que la habitación esté así por él. El hecho de que llegue a casa y esté allí con ella, aunque dormido, poder verle mientras pinto.
    Me lo imaginado con las pintas de pintor y ha sido jasoidjsidsuhdasuifs ñam, ñam.
    Pues me encanta que no sea un novio normal, la forma que tiene (superdivertida y original) de levantarla el ánimo me ha chifladoencantado, y aún así que luego hable con ella seriamente. Si es que es jodidamente adorable, coño.
    Su chico y su chica, me guuuuusta.
    Ducha grrrrrrrr
    No me ha gsustado nada la sensación que ha tenido al verlas. Me ha dado hasta escalofrios a mi; y ya cuando se acerca a ella y mantienen esa conversación...fliping me hallo, y con la intriga me dejas, señorita.
    ¿Irya?¿Lo has puesto por algo en especial?

    Me gusta mucho la canción. Y la foto ya ni te cuento. Qué coño, el reportaje de esa foto me pierde

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