domingo, 13 de enero de 2013

Regálame una fantasía.

El día era un asco en sí. Hacía frío, las clases habían sido más que aburridas esa mañana, las calles por razones navideñas estaban llenas de gente y por consiguiente, de paraguas, porque estaba cayendo una tormenta curiosa. Izumi adoraba la lluvia... menos cuando no la adoraba, el momento exacto en que acababa de decidirse a arreglarse el pelo, cosa que sucedía cada... ¿cinco años? Lo suyo era suerte. Suspiró. Cerró el paraguas de color rojo y lo sacudió en la puerta de casa antes de entrar. Dejó las llaves encima de la mesilla, cerró la puerta con cuidado, se quitó la gabardina mojada y la colgó del perchero. El paraguas se perdió dentro del paragüero, dado que era pequeño. Se sentó, más bien se dejó caer, en el peldaño del vestíbulo y se quitó las botas empapadas. Hasta los calcetines estaban algo húmedos, porque aquellas botas no eran especificamente para cuando caía semejante tromba de agua. Al levantarse se miró un momento en el espejo y vio que su pelo no era demasiado desastre. Miró hacia el interior del pequeño apartamento. La puerta del baño estaba ligeramente abierta y la luz encendida. Además podía escuchar el agua del grifo correr y casi podía ver el vapor de agua salir por la rendija de la puerta. Dios, a ese hombre le encantaba ducharse con agua hirviendo. La chica entró en la habitación a dejar el bolso con los libros de sus clases. Tiró el bolso sobre el pequeño sillón que había allí y se quitó el jersey y la camiseta. Odiaba cuando se pegaban a su cuerpo de esa manera, a causa de la maldita humedad. Sintió un escalofrío al hacerlo y tiró ambas prendas contra la cama, buscando la parte de arriba de su pijama. Pero entonces sus ojos distinguieron otra prenda sobre la colcha de la cama. Se mordió el labio. ¿Y si...? Solo sería un momento, nada más. Él no se enteraría, aún estaba en la ducha. Tragó saliva antes de alargar la mano hacia la prenda y ponérsela encima. Se abrazó a sí misma, sintiendo la suavidad de la tela. Respiró hondo, notando en el cuello el olor del chico. Aquella sensación recorrió su cuerpo de arriba abajo, haciéndola sentir un escalofrío en la espina dorsar, una punzada de placer en cada músculo y cada sentido. Demasiado embriagador, demasiado dulce. 
   Demasiado él. 
   De repente el sonido de su teléfono móvil la sobresaltó. Lo buscó en el bolso pero al darse cuenta de que la melodía no sonaba tan cerca, salió al vestíbulo. Estaba en la gabardina empapada. Metió la mano en el bolsillo con toda la rapidez que pudo y lo sacó. El nombre de una de sus amigas relucía acompañada de una melodía especial que tenía para ella. 
- Dime - contestó al descolgar, apenas segundos antes de que la chica colgase. 
- Ya pensaba que te pillaba en mal momento - se quejó la muchacha al otro lado de la línea. Izumi sabía que lo decía con malicia.
- Pues no, lista, es que dejé el móvil en el bolsillo de la chaqueta - la dijo, mientras se apoyaba contra la pared con una sonrisa -. ¿Qué pasó? 
-  Solo quería preguntarte una cosa. ¿Te ha llegado a casa una invitación para una fiesta?
- ¿Eh? ¿Debería llegarme algo así?
- Sí. Si tienes correo, échale un ojo a ver si está. 
- Vale. 
   La chica bajó el escalón del vestíbulo y se acercó a la mesilla. Al lado del cuenco de cristal que tenían para dejar las llaves había unos cuantos sobres. Posiblemente él los hubiera recogido al llegar pero ni se había molestado en mirarlos. Entre todos había uno en color más beige que blanco. Supo enseguida que era ese. Cogió el teléfono entre la oreja y el hombro y con ambas manos lo miró. Por fuera parecía normal. Algo la decía que lo que llevaba dentro era precisamente lo que la iba a hacer daño. Respiró hondo antes de abrirlo. 
- No te preocupes, tampoco es una sentencia a muerte - escuchó la voz de su amiga, que la había oído respirar fuerte. 
   Casi con más miedo que antes, tiró de la solapa hasta abrirlo. El sello que iba grabado en la parte superior de la tarjeta estuvo a punto de hacer que tirase la carta a la basura sin mirarla. 
- Es el escudo del colegio - susurró, con la voz cortada -. ¿Sigues diciendo que no es una sentencia a muerte? - la preguntó a la chica. 
- Izumi, ambas sabemos lo que ese lugar supuso, tanto para ti como para mí. Pero...
- Sí, sí, lo sé. Somos fuertes y todas esas cosas... - dijo, mientras tiraba de la cartulina para leer lo que ponía. 
- No es solo eso, Izumi. 
   La carta invitaba a los antiguos alumnos de su promoción a una fiesta en conmemoración de los veinticinco años que hacía que habían entrado en primero de primaria. Izumi sintió que se la revolvía el estómago. Dejó la carta sobre el aparador, como si la quemase en los dedos, y suspiró.
- ¿A no? - contestó a su amiga -. ¿Entonces qué es? 
- Ahora es diferente. - Adivinó que su amiga estaba sonriendo -. Ahora, no estamos solas.
   ¿Sola? Por acto reflejo levantó la mirada hacia el baño. No había sido consciente de que el agua había dejado de correr hasta ese preciso instante. El pelinegro la miraba con aquellos penetrantes ojos claros, con una sonrisa entre divertida y paciente, mientras se apoyaba de lado en la pared cerca de la puerta de la cocina. Llevaba los brazos cruzados, sin camisa que le cubriera y unos pantalones vaqueros azul claro, más bien desgastados, que tenían dos botones. Solo uno iba abrochado junto con la cremallera, dejando ver la goma de su rompa interior negra. 
   Izumi tragó saliva. No se atrevió a mirarse. Pero aún llevaba aquella prenda del pelinegro puesta en su cuerpo, cuya parte superior solo cubría la ropa interior.
- Te llamaré luego - le dijo a su amiga con toda la voz que su cuerpo se dignó a dejarla usar. 
- Vaya, ya me estás cambiando por ese hombre de cuerpo escultural y sonrisa encantadora - se quejó la muchacha, intentando aparentar seriedad mientras no podía contener las primeras carcajadas.
- Hikari... - la reprendió Izumi. No necesitaba que nadie le recordara como era aquel hombre. Lo tenía delante y demasiado tentador como para pensar con claridad.
- Vale, vale - se rió ella -. Ya hablaremos. Pasalo bien en la cama con el señor ojazos. 
- ¡Hikari! Dios, eres imposible - se quejó la muchacha morena. 
- Sí, pero como te gustan los imposibles, por eso me soportas. No pienses demasiado en la carta, anda. Bye bye.
   "Como si pudiera pensar en eso ahora" hizo notar su subconsciente.
   Después de despedirse, la chica colgó. Desde luego aquella chica sabía como sacarla de sus ideas. O peor. Cómo meterla en sus fantasias. Se volvió hacia el chico, soltando el móvil sobre la maldita carta.
- Sho...
- ¿Se puede saber qué haces con mi bata? - preguntó sutilmente directo, acariciándose la sien un instante con el dedo índice, sin ningún tipo de enfado en la voz. Más bien parecia divertido y a la vez, sorprendido.
- Yo...
- ¿Me lo puedes explicar? - la ayudó a terminar. 
   El pelinegro estaba grabando una pelicula. Era médico. El resto de detalles no importaba. Llevaba el pelo cortado de una manera que a ella personalmente nunca la gustó. Pero en ese momento, mojado y cayendo con suavidad sobre sus hombros y sus ojos, la tenía completamente encantada. Aquella bata blanca era la que usaba durante los rodajes. Al verla sobre la cama, la chica no había podido evitar semejante tentación. Esa prenda olía como él, era como si fuera el propio pelinegro quien la estuviera abrazando. Sin embargo todas aquellas cosas, ella no podía decírselas así sin más. Aunque algo la hiciera suponer que él ya lo sabía. Y solo jugaba con ella y su a veces mortal incapacidad de expresar lo que sentía.
- ¿Por qué la has traído a casa? Normalmente no lo haces - desvió ella la conversación. 
- ¿Sinceramente? Esperaba que pasara esto - la confesó. 
- ¿Qué? - Eso la había tomado por sorpresa. 
- Sin querer he visto los catálogos de viajes que tienes metidos en el cajón - siguió confesando, mientras señalaba la mesilla del vestíbulo, sobre el que estaban el cuenco de las llaves y las cartas. 
- ¡Oh vamos! ¿¡En serio!? - soltó ella. 
- Supuse que se te había ocurrido la genial idea de preparar algo para mi cumpleaños, sí.
   La chica se dejó apoyar contra la pared opuesta a donde estaba el mueblecito y resopló. 
- ¿Tan fácil de entender soy?
- No, simplemente eres convencional y terriblemente romántica - sonrió él -. No es complicado darse cuenta cuando cumplo años en apenas dos semanas y esos folletos de viajes son solo hasta el mes que viene. 
   Se había dado cuenta de absolutamente todo. Se cruzó de brazos e hinchó los mofletes un momento. Luego dejó escapar todo el aire con un sonido de decepción. 
- Nunca me sale nada bien - se quejó, ofuscada. 
- No es culpa tuya. No te estaría diciendo que lo sé todo si no fuera por una buena razón. 
- ¿Qué quieres decir? - preguntó, aún con voz decepcionada. 
- No puedo ir. He visto las fechas que tenías apuntadas y... lo siendo - se disculpó. 
   Ella cogió aire con fuerza. Para variar, él trabajaba. Eso no podía echárselo en cara. Jamás le pediría que dejara su trabajo o una locura semejante por ella. Él era el hombre al que quería, tal cual era, con sus virtudes, sus defectos, sus sonrisas, sus enfados, su trabajo y su maldito e inoportuno jefe.
- En fin, ¿qué le voy a hacer? - se consoló ella misma. 
- Ven aquí - la dijo. 
   Izumi subió el escalón y se acercó despacio a él. Sho no se incorporó, y solamente se quedó mirándola un momento. Pasó la mano despacio por su pelo, con suavidad. La rozó la oreja con los dedos y el cuello con la yema. Ella cerró un momento los ojos. 
- Ya que iba a fastidiarte el viaje, pensé que tal vez si me hacías un regalo de cumpleaños que no fuera ese, te quedarias más agusto - siguió él, ladeando la cabeza mientras seguía mirando cada gesto de su rostro. 
- No he pensado en nada más, todavía - confesó la chica. 
- Es que no necesito que pienses - susurró de repente, cambiando la expresión de sus ojos. Parecían brillar de emoción. No supo si asustarse y salir corriendo o acercarse más a él y empezar a excitarse.
- ¿Qué quieres? - comprendió ella, abriendo los ojos para mirarle muy fijamente. Estaba más cerca de lo que recordaba al cerrar los ojos.
   En cierta forma era mejor que no la dejase pensar, porque eso no se la daba demasiado bien a la hora de elegir regalos. Prefería aquello. Él sabía lo que quería por su cumpleaños y no iba a dudar en pedírselo abiertamente.
- Quería que vistieras esa bata.
Eso la desconcertó. 
- ¿Así sin más?
- No, Izumi - sonrió él -. Precisamente llevas ropa de más. 
   La chica empezó a entender las intenciones del pelinegro, pero no acababa de creerselo. 
- ¿Me estás diciendo que...? - intentó que él acabara la frase. 
- Desnúdate - la pidió con simpleza y cierto tono de posesión -. Y ponte mi bata. Solo - remarcó - mi bata. 
   Con los dedos colocó bien el cuello de la bata, aprovechando para acariciarla la clavícula. 
- ¿Quieres que tu regalo de cumpleaños sea eso? - soltó, sorprendida. 
- Sí. Quiero que me regales una de mis fantasias, Izumi. 
- ¿Cómo puede ser eso un regalo de...? 
   El pelinegro se movió rápidamente, sin que ella pudiera casi advertirlo. La sujetó por los hombros y la apoyó contra la pared. Puso la mano izquierda contra la pared, al lado del rostro de la chica, y pasó la otra por encima de la bata, rodeando la cintura de la chica. La atrajo hasta su cuerpo. Ella puso las manos sobre el pecho desnudo de él. Sho se inclinó para besarla. Solo lo hizo suavemente una vez. Después empezó a apoderarse lenta y tortuosamente de los labios de la chica, con una mezcla de pasión y sensualidad que empezaron a hacer que Izumi perdiese algo más que la cordura. Despacio, el chico separó las piernas de la morena con la rodilla y se apoyó aún más sobre ella, sin dejar ni un solo resquicio de separación entre sus cuerpos. Los besos del pelinegro eran cada vez más y más ardientes, cargados de una pasión incontenida. 
   Izumi reaccionó en un instante de lucidez breve. Le puso las manos contra el pecho y le separó un poco de ella. Sho la miró, entre interrogante y entrecortado. 
- Espera - musitó.  
   La chica se escabulló por el poco hueco que había entre el brazo del chico y la pared. Cuando entró en la habitación y cerró la puerta, el pelinegro sonrió, complacido, mordiéndose el labio. Entró en la cocina, peinándose con la mano el pelo húmedo todavía. Abrió el frigorífico y sacó una botella de vino tinto que le habían regalado hacía poco por las navidades y por haber terminado satisfactoriamente el último anuncio comercial que había grabado. La descorchó en un momento y llenó a la mitad una copa. Él no solía beber, excepto en ocasiones especiales. Y aquella, sentía que lo era. Se apoyó contra la encimera, sin perder de vista la puerta de la habitación que quedaba justamente frente a él. Cuando la escuchó abrirse, muy despacio, sintió emoción en la garganta, que ni siquiera con un trago de aquel tinto pudo pasar. La chica siempre pensaba que aquellas cosas, el hecho de querer y desear hacerlas con ella, eran locuras. Como si no fuera capaz de admitir que él la quería tanto como ella le quería a él. 
   Izumi sacó primero un pie. Iba descalza. Temblaba de los nervios. Por suerte había podido abrochar la bata y la tapaba hasta las rodillas. Sin embargo, algo la decía que aquella prenda no duraría mucho sobre ella. Lo sabía después de haber visto aquel deseo arder en los ojos claros de su pelinegro. 
   Al fin, salió de la habitación, quedándose parada en la puerta. Sho le hizo un gesto con el dedo para que se acercara a él. La morena cogió aire y caminó hacia el chico. Dio un pequeño bote al sentir los baldosines fríos del suelo de la cocina. De puntillas, llegó hasta Sho. El pelinegro dio un trago al vino y apenas lo tragó, cogió a la chica de la barbilla y la acercó a él para besarla. El sabor del alcohol había quedado reducido debido a la saliva del chico, por lo que Izumi no sintió aquel mal sabor que la provocaba el vino tinto. Saboreó la boca del muchacho como si en vez de vino hubiera tomado azúcar y fuera el manjar más dulce del mundo. Él la tendió la copa y ella la cogió, sacando primero la mano perdida dentro de la manga, que la quedaba ligeramente larga. Una vez lo hizo, él pasó ambas manos por la cadera de la chica y la hizo girarse para darle la espalda. La apoyó contra su pecho, cerrando los ojos y hundiendo la nariz en su pelo moreno. Ella se recostó ligeramente contra él, sin soltar la copa y pensándose muy en serio darle un buen trago a pesar de que precisamente el tinto no era de sus vinos favoritos, era demasiado fuerte para ella. Sentía la garganta seca y una extraña sensación de necesidad y fuego naciendo en sus entrañas. 
   Las manos de Sho parecían más decididas que nunca, más fuertes, más hábiles. El pelinegro deslizó los labios desde la base de su cuello hasta la nuca, mientras con las manos empezaba a desabrochar la bata blanca por abajo, rozando de vez en cuando las piernas desnudas de la chica. Izumi le dio un trago al vino y le escuchó reír con suavidad. Le gustaba ponerla nerviosa de aquella manera, lo sabía. Curioso, el chico siguió desabrochando los botones de abajo con una sola mano, mientras la otra la subía hasta los botones de arriba para desabrocharlos a la vez. Cuando el primero se soltó, echó un vistazo, apartando suavemente las solapas. Sonrió de forma torcida al ver que no llevaba sujetador. Sin terminar de desabrocharla ante su falta de paciencia en ese momento, Sho levantó la bata desde abajo, rozando con la palma de la mano toda la pierna izquierda de la chica hasta que llegó al final. Se hizo paso entre sus muslos con los dedos y jadeó contra su oreja al sentir su calor. 
- Realmente te desnudaste para mí - la susurró al oído, mordiéndole el lóbulo y tirando un poco de él.
- ¿No era lo que querías? - contestó ella con la voz entrecortada. El aliento del chico sobre su cuello no ayudaba lo más mínimo a intentar tranquilizarse o recuperar el ritmo mas o menos normal de los latidos de su corazón. 
- Reconoce que tú también querías. -Los dedos del chico se movieron, traviesos. Izumi gimió. 
- Nunca había pensado... algo como esto - dijo, cuando pudo recuperar el aliento. Seguía de espaldas a él, completamente recostada contra el pecho desnudo del chico, sintiendo sus caderas y su entrepierna contra la espalda y la zona baja de su cuerpo. 
- No me refiero a eso. -La otra mano del chico la acarició el cuello con suavidad, deslizándose después por la abertura superior de la bata -. Quería decir que tú también deseabas estar conmigo. -Su respiración se volvía cada vez más y más inconstante a causa de los movimientos de las manos del chico, el roce de sus labios contra el cuello y la oreja y aquella voz que adoraba susurrándola de semejante manera en el oído, estimulando su sentido auditivo hasta el punto de volverla más sensible a sus toques.  
- Siempre quiero estar contigo - susurró ella, como si eso la ofendiera. 
   Volviéndose rebelde, se metió de lleno en la fantasia del pelinegro. Se dio la vuelta, sin separarse demasiado de él. Le echó los brazos al cuello, dejando antes la copa de vino sobre la encimera donde él seguía apoyado, y le besó. Le hizo abrir la boca para poder besar y lamer cada rincón de sus labios, para poder morderlos suavemente como tanto adoraba hacer. Volvió a sentir las manos del chico abriendo la bata. Ella misma, mientras seguía besándole, se desabrochó los pocos botones que quedaban atados. Él detuvo el beso un momento. Izumi hubiera dado cualquier cosa por evitar que él se detuviese a mirarla, pero no podía hacer otra cosa. Sho recorrió su cuerpo con la mirada, con una sonrisa demasiado pícara en los ojos. El pelinegro pasó los brazos alrededor del cuerpo de la chica, por debajo de la bata, sin quitársela. Se acercó a besarla mientras la encerraba entre sus brazos y su cuerpo. Izumi aguantó un jadeo al sentir contra su piel desnuda el cuerpo del chico. 
   Mientras él volvía a buscar la entrada a su cuerpo y la sujetaba el pelo bajo la nuca para dirigir sus labios al besarla, ella deslizó las manos a su gusto y antojo por el cuerpo del pelinegro. La gustaba la sensación de esa piel cálida bajo los dedos. Sentirle vivo, respirando allí, con ella, a veces por ella, entregándose por completo a sus sentimientos. Al principio parecía simplemente incalcanzable. Sin embargo, de alguna manera, había conseguido ver que nada estaba más lejos de la realidad. Que aquel hombre no solo había podido alcanzarlo, sino que era capaz de tenerlo entre su cuerpo y las sábanas de su cama, de abrazarlo mientras dormía y ver sus ojos claros al despertar, de acariciarle el pelo cuando estaba cansado, de admirarle desde el fondo de su corazón por la persona que era y mirarlo mientras escribía con el corazón, de estar entre sus brazos tumbados una tarde lluviosa en el sofá y de ser la única mujer en la faz de la tierra a la que se permitía llevar de la mano cuando salían juntos y disfrazados a dar una simple vuelta por el parque de la esquina. Todos aquellos pensamientos y realidades habían desembocado en una felicidad que jamás creyó conocer. 
   Sho era suyo.
   Y haría cualquier cosa por él. 
   Izumi llevó los dedos hasta el extremo de aquellos pantalones vaqueros desgastados. Desabrochó el botón que quedaba sin mirar, pues él estaba concentrado entre dar placer a la zona baja de su cuerpo y sofocar su boca a besos asfixiantes y condenadamente pasionales. Sho jadeó contra su boca, cerrando los ojos. La chica había bajado la cremallera de los pantalones y le acariciaba aquella zona sensible y, al tacto, dura y caliente. Ella se mordió el labio con suavidad y movió la mano despacio. Él la obligó a levantar la vista de nuevo hacia él para besarla otra vez, entre jadeos contenidos. Izumi hizo una ligera presión sobre él y Sho echó la cabeza hacia atrás, soltando un gemido ronco. Ella sonrió, complacida, y a ver el cuello del chico completamente accesible a ella, se agachó para besarlo y lamerlo, despacio. Fue bajando por su clavícula y su pecho para luego subir otra vez. En el cuello, dio un pequeño mordisco. Él sabía que intentaba dejarle una marca. Y debía recordarle que eso, con el trabajo que él tenía, no podía ser así. Movió los dedos más rápido dentro del cuerpo de la chica y ella se desconcertó, jadeando contra su piel y empezando a sentir um temblequeo en las piernas que amenazaba con dejarla caer al suelo si él no la sujetaba primero. 
- No es justo - se quejó entre jadeos. 
- No debes olvidar esa regla, Izumi - la dijo, buscando su cuello para hacer lo mismo que ella pretendía haber hecho. 
- ¿Y tú qué? - se quejó, pero cerrando los ojos y pasando la mano por el pelo del chico, enredando en él los dedos.
- Yo puedo hacerte cuanto me de la gana, preciosa - contestó él, haciendo presión sobre el punto que iba a dejar marcado. 
   Había caido ante aquel hombre. Lo mirase por donde lo mirase. Aunque en ese momento no era capaz de procesar nada más que el hecho de que estaba dejándose llevar por un placer que la dejaba la mente completamente en blanco hasta el punto de perderse a sí misma entre aquellos brazos. 
- Eh, eh, para, para - susurró de repente él contra su oreja. 
- ¿Qué? - musitó ella, quedándose quieta. 
   Buscó sus ojos. Ardían en pasión. Tragó saliva. Él la besó una vez suavemente y luego se separó un poco de ella. Con dulzura, la quitó la bata, despacio, recorriendo su cuerpo aprovechando el contacto. Al terminar, estiró la tela sobre el suelo de la cocina. Ella le miró, mostrando sorpresa. 
- ¿Aquí? 
- ¿No? - respondió él con otra pregunta. 
- Tienes fantasias muy raras - soltó la chica. 
- Oh vamos... - dijo él, acorralándola contra la encimera -. He soñado con hacerte el amor en cada rincón de esta pequeña casa - confesó en un susurro contra sus labios, mirándola fijamente a los ojos. 
- Estás loco - murmuró ella. 
- No. Estoy perdidamente enamorado de ti - sonrió, con aquella calidez que tantas y tantas veces la había animado a salir adelante. 
   Pasó los brazos alrededor del cuello del pelinegro y le besó. Él la guió, sin dejar de besarla, hasta arrodillarse en los baldosines y tumbarla con suavidad sobre la bata. Al principio sintió un escalofrío porque el frío se traspasaba a través de la tela. Pero pronto el cuerpo de Sho asfixió esa sensación al tumbarse sobre ella con cuidado. La besó la frente un momento mientras empezaban a notar sus cuerpos rozarse, buscarse, desearse. Él se bajó la ropa con apenas una mano, sin olvidarse de los labios de la chica, que se habían puesto algo colorados a causa de tantos besos. Y más que pensaba darle. 
   Izumi cerró los ojos. Y por un instante que la pareció eterno, solo escuchó el corazón de Sho golpetearla contra el pecho, su respiración entrecortada contra su oreja, su voz ronca gimiendo por ella. Deslizó los brazos por la cintura del pelinegro y se acercó aún más a él, a su calor. Él apoyó la frente contra el hombro de la chica y bajó, despacio, sobre sus caderas. La chica le acariciaba la espalda mientras él la besaba en un intento por calmar cualquier dolor que pudiera causarla aceptarle en su cuerpo. 
- Te quiero - jadeó en su oreja, con la voz entrecortada por el placer, mientras movía el cuerpo acorde a los movimientos de las caderas de la chica. 
   Ella se aferró con más fuerza a él. Poco a poco, sus voces empezaron a dejarse oír a causa de aquel baile pasional y erótico que marcaban sus cuerpos. Izumi sintió que todo su ser estaba entregándose por completo a aquel hombre, mientras Sho escuchaba algo que solamente era para él. La voz de Izumi inundada de placer. 
   En silencio, sus cuerpos parecían ponerse de acuerdo para entregarse al otro por completo. Nada importaba fuera de aquella cocina. Ni siquiera aquella maldita carta que había recibido esa mañana sobre una fiesta en el colegio con los bastardos que un día intentaron destruir su vida por completo. Solo podía sentir el calor de Sho, su pelo negro a veces cayendo sobre su frente o sus mejillas, sus labios acalorados besarla con mimo pero con fuerza, sus gemidos contra su boca y su cuerpo gritando de placer por ella. Sho entrecruzaba las manos con las de ella, levantándolas sobre su cabeza, acariciando sus dedos. Sus piernas se acariciaban unas contra otras, inconscientemente, produciendo placer incluso de aquel leve roce. 
   De pronto, Izumi aguantó un gemido contra los labios de Sho. Él se dio cuenta y aceleró el ritmo de sus caderas contra ella. La piel sudorosa del chico resbalaba entre los dedos de la chica, quien se aferraba a él casi desesperadamente mientras le besaba. Cuando le escuchaba entre jadeos decir su nombre con aquella voz cargada de pasión sentía que cada vez le quería más y más. Y ese era un sentimiento que ni podía ni quería evitar sentir.
   La chica no se preocupó de gritar. La daba igual. Arqueó la espalda, echando la cabeza hacia atrás, dejando el cuello libre para que él lo besara. Los brazos del chico rodearon su espalda y la apretaron contra él. Sho también gritó contra su clavícula, mientras entrelazaba los dedos en su melena morena y movia las caderas con ritmo frenético unas últimas veces. 
   Con suavidad, soltó a la chica, despacio, dejándose caer sobre ella, apoyando la cabeza en su pecho. Sentía la respiración completamente descontrolada de la chica contra la oreja y eso le hizo sonreír. Él mismo sentía que le costaba respirar después de aquello. Y de pronto, se echó a reir. Como un idiota. Ella no lo comprendió, pero dio igual. Se contagió de aquella estraña felicidad que le había entrado al chico y empezó a soltar carcajadas a la vez que él. El pelinegro se incorporó y la miró a los ojos, con esa condenada sonrisa que tenía a la chica completamente hipnotizada. La besó suavemente en los labios y se apartó, para ponerse la ropa. La tendió la mano al acabar y la levantó. Cogió la bata y se la echó por encima. Ella se la puso. Con la botella de vino y la copa en la mano, Sho volvió a sentarse en el suelo, apoyado contra uno de los armarios, el que estaba bajo el fregadero. La tendió de nuevo la mano y ella volvió a acceder. Se sentó entre las piernas del chico, acurrucada en su pecho con las piernas recogidas. Él pasó la mano por sus hombros y la acarició el pelo suavemente mientras bebía otra copa de aquel vino tinto. Aún estaba frío. 
- ¿Estás bien? - susurró contra su pelo. 
- ¿Tienes muchas más fantasias parecidas? Por ir pensando y eso... - soltó ella, levantando la mirada hacia él pero sin apartarse de su hombro. 
- Reconoce que te ha gustado - la dijo. Ella levantó las cejas -. Bueno, al menos te ha sorprendido. 
- Eso sí - admitió -. Me da igual lo que fuera. Mientras sea estar contigo... - susurró. 
   Sho deslizó la mano desde sus hombros hasta su cintura. Dejó la copa en el suelo y buscó una de las manos de la chica para entrelazarla con la suya y jugar con sus dedos después de besarlos.  
- Ha sido regalo de cumpleaños increíble - la susurró. 
- ¿Creiste que no lo haría? - curioseó ella. Tal vez ni siquiera la propia chica hubiera pensado que era capaz de perder su elevado sentido del pudor de esa manera.
- Por un instante, sí - admitió. 
- Sho, yo... te quiero - murmuró, algo más bajito -. Haría cualquier cosa por ti. Y más si es tan fácil como desnudarse - añadió, aunque al principio de fácil no había tenido nada. 
- Y lo se - sonrió él -. Creéme, me aprovecharé de eso más de una vez - advirtió. 
- No seas malo - le espetó la chica, hinchando los mofletes. Sho la besó la mejilla y ella dejó escapar todo el aire. 
Ella se acomodó aún más cerca del cuerpo de él. Notaba el corazón del chico contra la oreja. Era un sonido reconfortante, muy cálido. 
- Izumi. 
- ¿Mmm? 
- ¿De qué hablabas antes con Hikari?
La morena se incorporó de golpe. Le miró un momento asustada. Él la acarició la cara con las dos manos, suavemente. 
- Tranquila. Cuéntamelo. Por favor. 
Sonaba preocupado. Y ella odiaba preocuparle. 
- Ha llegado una invitación para una fiesta. Del colegio - susurró. 
- ¿Y? ¿Tan malo es? 
- Si, Sho, para mi... -Se detuvo y bajó un poco la voz -. Esa época no fue la mejor de mi vida. Pero no pasa nada - dijo rápidamente -. Solo tengo que rechazarlo. Total, nadie se dará cuenta de que falto. Así ya está todo arreglado - sonrió, aunque él notó la amargura de aquel gesto. 
- No, Izumi. Tú no eres así. La única manera de arreglarlo es enfrentarte a ello. 
- No puedo - soltó -. Es imposible. 
- También era imposible que hicieras semejante actuación para mí y lo has hecho - la recordó. 
- Es distinto. A ti te quiero - dijo. No sabía cómo explicarlo. 
- No dejaré que nadie te haga daño - la prometió -. Pero no debes huir, Izumi. Es tu vida. El pasado es parte de nosotros. Nos hace lo que somos ahora. Te hace la persona de la que me enamoré - susurró, acariciándola las mejillas con los dedos. 
   Ella buscó la mano del chico para estrecharla y acariciarle los dedos. Él apartó con suavidad el flequillo de la chica de sus ojos y la hizo mirarle, sujetándola por la barbilla. 
- Sé valiente. Yo estaré contigo. Lo prometo - sonrió. 
   Aquella sonrisa era de verdad como el aliento que necesitaba para vivir. Se separó ligeramente de él y le hizo cerrar las piernas. Se sentó a horcajadas sobre su cadera, pasó la mano izquierda por su cuello para enredar los dedos en el pelo de su nuca, se agachó a besarle y mientras, deslizó la otra mano por cada palmo de su piel desnuda. Él reaccionó un poco tarde, al darse cuenta de que la chica había aceptado ser valiente como él la pedía. Pero que en ese momento, solo quería olvidarse de absolutamente todo. Y si eso era lo que su pequeña quería, él se lo concedería, sin preguntar, sin condiciones, fuera como fuera. Porque Izumi tenía ese poder sobre él. El encanto necesario para hacerle caer por ella y quererla hasta límites que el mismo Sho jamás hubiera sospechado que sería capaz de sobrepasar solo por estar con ella, para siempre.
   







Love U, my boo.

9 comentarios:

  1. Bien, he muerto.
    Esa manera de ser de Sho, me encanta, ese punto entre picaro romantico cabron cariñoso, me flipa; Alguien deberia decirle a esa amiga que es un poco perra, como dato, vamos. La verdad es que como me ha parecido todo tan bestialmente brutal es dificil comentarte algo en concreto... bueno si, que él dice cosas super bonitas, y esa manera de hacerla el amor ha sido entre preciosa, genial y estupendisima. Y bueno, si, una palabra: vino. Ahi queda eso.
    La foto me encanta, y el video, es el video.
    Creo que una chica hoy la va a dar algo del placer
    PD yo quiero un novio que quiera regalos asi!

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    1. Pues anda que si empezamos muriendo ya... ¿Picaro romantico cabrón cariñoso? Me gusta la descripción jaja Oye, no me toques a la amiga perra, ¿eh? Ya veo que te resulta dificil procesar ahora mismo, mona. A ti el vino te ha dejado marcada, chata. Bueno eso y las fresas con chocolate muhahahaha.
      La foto... es que en esa foto dan ganas de ñam ñam, tia, mientras buscaba una esta me encantó. El video es que tenía que ser señor Taboo, por dios.
      Si, espero que cuando la dé, me lo haga saber...
      PD. Jajajajajajaja mucho pides tu! Quédate con el hielo y el señor empresario, anda...

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    2. si, yo muero con mucha facilidad ultimamente.... es la descripcion perfecta de Sho, no me lo niegues!si, el vino me ha dejado marcada, y ahora adivina de quien fue la culpa! jajajaja uf, las palabras magicas, fresas con chocolate!
      Si, la foto es muy ñam ñam, nunca mejor explicado xD y el video, si señor taboo, como no es poco ñam ñam la foto y el relato, para rematar, vamos
      Mi reaccion al leer tu PD: grrrrrrr!* muere de placer* jajajaja

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    3. Aqui todo marca y todo mata y todo ñam ñam y todo grrr ¿no? Es lo que saco en claro de tu comentario jajajajaja
      Sí, sabía que mi PD tendría ese efecto muahahaha

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  2. Ni que una espere, ni que la otra crea; esa chica os aseguro que esta muerta y en su nube de fantasías y felicidad.
    No le regalo una, le regalo las que quiera; cómo para resistirse a él...
    Me gusta esa esencia que la señorita de aquí arriba describe, consiguiendo lo que él quiere, mientras la transmite seguridad, cariño y tranquilidad.
    Esa forma de hacerla suya entre pícara, cariñosa y pasional; me encanta.
    Y me gusta esa seguridad y esa fuerza que él la transmite para enfrentarse a cualquier cosa solo por el simple hecho de estar a su lado.
    Creo que sabemos que ese vide y esa foto, obviamente, a mi también me matan.
    PD. A mi la amiga perra me pierde xD

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    Respuestas
    1. Esta es una de esas ideas que aparecen por arte de magia cuando menos deberían... pensé en esperar a que hicieras alarde de tu ingenio, pero no pude evitarlo. Sin embargo, ahora que conste que debes una, debes escribir, mira a ver cómo lo haces, pero ahora es obligatorio, ja!
      En esencia, es muy él. Solo que ahora empiezo a tener problemas con su maldita voz. Me resulta... adictiva. Escucho sus solos varias veces porque... me encanta su voz en mi oreja. Brrrrr... esto es malo.
      PD. Que nadie se meta con la amiga perra! Si la chica es muy genial~ :3

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    2. Pues es una idea jodida y brutalmente maravillosa. Puff... ya se puede comer el perro lo que yo haga xD
      ¿Qué voy a decirte yo de él? Me encanta su voz, sus manos, sus ojos, su sonrisa. Todo él. Es perdecto.
      PD: Yo no me he metido con ella, encima que digo que es muy genial....
      PD2: Etiquétame la entrada, anda xD Que así cuando me dé las tengo todas seguidas :ppppppp jajajajajajajaja

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    3. Pero, ¿aparecer en medio de una clase de medicina legal? Bueno, de anatomías va la cosa peeeero... ¡No fastidies ahora! Dije que haría algo pero tú también, así que, a ello, va.
      No se no se, yo me estoy volviendo loca... más, quiero decir. Y empiezo a tener el mismo camino con Masaki, aunque por esa parte, su voz no me gusta tanto como la del resto... al menos, sola.
      PD: Claro que es genial! Hasta por teléfono reconoce tu voz de: "dios, espera que voy a tirarme a este un ratito" jajajajajajajajajaja.
      PD2: Queeeeeee perra eres, bonica! X3 Vooy ~

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  3. WOW bastante fluida me gusta, siguela! :3

    PD: nos seguimos

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