domingo, 16 de septiembre de 2012

Como un cristal lleno de cicatrices.

[...] - No... - pudo susurrar.
De la nada, se escuchó un disparo en medio del silencio. Koki no parpadeó. En ese momento deseó detener el tiempo. Solo era consciente de una cosa. Su pelo olía a champú. [...]

La mano que le sostenía con fuerza del brazo le soltó rápidamente. Tan rápido como un disparo que atravesó su brazo para obligarle a soltar al pelinegro. Koki movió las manos inconscientemente para sujetar el pequeño cuerpo de Shiori entre sus brazos. Las piernas de la chica cedieron y al darse cuenta de que ella se dejaba caer confiando en él, el pelinegro reaccionó.
- ¡Shiori! - pudo gritar cuando su voz se dignó a salir.
Se dejó caer en el suelo con ella encima, contra su cuerpo. La chica le miró con los ojos abiertos, parpadeando despacio y dejando que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas.
- Eh, eh, aguanta, aguanta, ¿me oyes?
- Koki...- murmuró, sin decir nada más porque sus pulmones no se llenaban de aire.
- ¡Shiori! - la llamó, con cierto miedo en la voz al verla respirar más despacio -. Estas loca, completamente chiflada, maldita sea... - susurró él, besándola la frente.
Sentía que el corazón se le iba a salir por la boca, que golpeaba contra su pecho como un martillo que amenazaba con acabar con la poca razón que le quedaba. Las manos le temblaban como nunca antes lo habian hecho. Porque nunca antes habían estado cubiertas de una sangre que no fuera la suya.


Sintió aquel líquido resbalando desde su costado. La sangre manchó la mano con la que intentaba taponar la herida, tiñéndola de rojo escarlata, miedo y dolor.
- Aguanta, por favor...
- ¡Diciendo eso solo vas a conseguir que se desangre, idiota! - gritó una voz desde la acera, al otro lado del parque.
El pelinegro levantó la mirada y se dio cuenta de que veía borroso. ¿Lágrimas? Parpadeó varias veces para quitárselas y vio a tres personas acercándose a él con paso ligero.
- Vete - le dijo el mismo chico que acababa de gritarle para que espabilara -. Yuichi está en el coche. Id al hospital. Rápido.
- Vosotros siempre en el momento oportuno - sonrió amargamente el chico -, Kazuya.
El chico de las mechas en el pelo asintió con la cabeza con una pequeña sonrisa y se giró hacia los hombres que estaban alrededor de su jefe, viendo como sangraba por la herida de bala que tenía en el brazo.
- ¿¡Quién os creeis que sois para disparar un arma, eh!?
- Mejor cállate y da gracias de que mi puntería sea excepcional o la bala podría estar en tu enorme cabeza en lugar de haber rozado el brazo - le silenció Kazuya -. Koki - le llamó -. Coge a la chica y vete, vamos. Nosotros nos encargamos de esto.
Los dos chicos que estaban al lado de él asintieron cuando el pelinegro les miró. De acuerdo, ahora es cuando las cosas empiezan a cambiar, se convenció Koki. Pasando la mano izquierda por debajo de las rodillas de la chica y a pesar del dolor que sentía recorrerle el brazo, hizo acopio de todas las fuerzas que pudo para levantarse con la chica en brazos, apoyada en él. Su mano derecha aún presionaba la herida que la chica tenía en la espalda, en el costado izquierdo.
- ¿¡A donde crees que vas!? - gritó el hombre con la nariz rota, que parecía tener instintos psicópatas contra Koki después del cabezazo que le había dado -. ¡No hemos acabado aún!
Con una mano se lanzó contra el pelinegro para golpearle. El chico de las mechas se puso en medio, le sujetó la muñeca y con un gesto elegante le retorció el brazo hasta colocárselo en la espalda y presionar un poco para que la articulación del hombro sufriera ligeramente. El hombre gritó.
- ¡Vete! - le dijo por última vez Kazuya a Koki.
El pelinegro no dudó más. Caminó hacia el coche tan rápido como sus nervios y el peso del cuerpo de la chica le permitían. El chico que esperaba en el coche se bajó para abrirle la puerta de atrás y que subiera con la chica encima de él. Luego volvió rápidamente al asiento del conductor y casi antes de cerrar la puerta ya estaba arrancando y pisando el acelerador a fondo.
- Agárrate - le dijo a Koki.
- Por favor - susurró el pelinegro -. Date prisa, Yuichi.
Él miró a su amigo por el retrovisor. Nunca antes le había visto así. Volvió la mirada al frente y con toda la frialdad del mundo, se saltó una hilera de semáforos en rojo justo antes de que los demás coches tuvieran tiempo si quiera a arrancar. El chico cambiaba de marchas como un auténtico experto y controlaba la dirección del coche a la perfección para que la máquina hiciera exactamente lo que él quería que hiciera. Al llegar a la entrada de urgencias del hospital clínico de la ciudad, Yuichi dio un fuerte frenazo, dejando la marca de las ruedas en el asfalto. Abrió la puerta de atrás y Koki intentó salir. Al ver que no conseguiría aclararse de los nervios que tenía encima, Yuichi cogió a la chica en brazos y la sacó del coche, entrando en la zona de urgencias mientras pedía una camilla con voz autoritaria. Koki sintió, cuando Yuichi la levantó y la apartó de su cuerpo, que el calor de la chica nunca iba a volver. Una naúsea desde la boca del estómago estuvo a punto de hacerle vomitar, pero resistió. Al escuchar a Yuichi pedir ayuda, el pelinegro salió del coche y cerró la puerta de un fuerte portazo. Corrió dentro y pudo ver cómo su amigo dejaba a la chica sobre una camilla rodeada de médicos, que la empujaban a la zona interior, donde iban a tratarla. El pelinegro quiso entrar corriendo detrás de ellos pero Yuichi le detuvo.
- No puedes entrar - le recordó -. Vamos a ocuparnos primero del papeleo.
- ¡Pero, Yuichi, ella...!
- Estará bien - repitió su amigo -. Está en manos de los médicos ahora, Koki.
- ¡Tengo que estar con ella! - insistió el pelinegro.
- Mirando no podrás hacer nada le cortó el chico -. Cálmate, por favor.
- Disculpe - les interrumpió la señora del mostrador -. ¿Podrían rellenar los datos de la chica, por favor?
Yuichi le señaló el mostrador con la cabeza y Koki se resignó. Se acercó a la señora, que le tendió un papel en blanco y demasiadas casillas que rellenar. De repente, al leer el papel se dio cuenta de que solo sabía escribir las casillas de nombre, apellidos y lugar de nacimiento. No sabía nada de la chica. Ni su tipo de sangre, ni un número de indentificación, ni siquiera de teléfono para avisar a su familia. El bolígrafo se resbaló de entre sus dedos y cerró los ojos con fuerza, maldiciendo por lo bajo. Aquello era precisamente lo que quería haber evitado a toda costa. Lo único que realmente le daba miedo. Y no había podido hacer nada. Ni siquiera rellenar su ficha hospitalaria.
- Disculpe, señora - intervino entonces Yuichi -. Shiori trabaja aquí. Es enfermera. ¿No podría usted rellenar los datos que faltan por nosotros?
- ¿No son familiares de la chica?
- No exactamente - sonrió el chico, intentando ser todo lo amable que podía sin responder demasiadas preguntas.
- ¡Koki!
La voz de Kazuya le hizo girarse hacia la entrada. Parecía que habían salvado la situación. Pero solo eran dos.
- ¿Tatsuya?
- Ocupándose del resto - dijo solamente el chico de mechas -. ¿Cómo está?
- Aún no han salido a decirnos nada - le contestó Yuichi.
- ¿Koki? - le llamó el otro chico, el más alto de ellos -. ¿Y tu? ¿Estás bien?
- Tendría que ser yo el que se estuviera muriendo ahí dentro, Junnosuke - contestó el pelinegro en voz baja, con la mirada perdida -. Por supuesto que no estoy bien.
- No digas eso - le cortó Kazuya -. Se pondrá bien. Ya lo verás.
- ¿Y qué pasa si no es así, eh? ¿Entonces qué cojones se supone que tengo que hacer yo? - le preguntó, levantando progresivamente la voz.
- Koki, estoy es un hospital - le recordó Junnosuke.
- ¿Cómo he podido dejar que esto acabara así? - insistió Koki.
- No ha sido culpa tuya. Posiblemente pensaran hacer lo mismo con ella hubieras estado o no. Así que realmente la has salvado la vida.
- Si esos cabrones siguen por ahí, ahora mismo...
- ¡Les han cogido!
Los tres chicos se giraron a mirar a Tatsuya entrando en el hospital a la carrera. La señora del mostrador de información le instó a que se cayara con un chasquido de lengua. El muchacho llegó al lado de los demás con el poco aliento que le quedaba y una sonrisa.
- Chicos, han cogido a los ladrones. Lo hemos conseguido - dijo al fin, tratando de respirar.
- Se acabó - sonrió Junnosuke.
- Sabíamos que no sería en vano - celebró Yuichi.
- Koki - le llamó Kazuya, poniéndose delante de él -. Ahora todo está bien.
El chico de las mechas sacó de su pantalón una cartera pequeña y negra y un arma enfundada en un trozo de cuero también negro. El pelinegro lo miró, algo sorprendido por la cantidad de cosas que se le estaban acumulando. Cogió ambas cosas con cierto temblor en las manos, aún manchadas de sangre, y las miró fijamente.
- ¿Puedo...?
- Bienvenido de nuevo - sonrió Junnosuke -, compañero.
Koki resopló. Tenía que calmarse. Sí, eso era. Aquél era él. Él de verdad. Así sentía que podía protegerla. Ahora podía. Solo rogaba para que sobreviviera a aquello que había permitido que la hicieran y entonces, todo sería diferente. Como para hacerle responder, Tatsuya le golpeó el brazo entre risas y él dejó escapar un pequeño grito de dolor. Los cuatro le miraron, más serios.
- Busquemos un médico que te cure el brazo - dijo entonces el chico de mechas -. Y luego vete a casa.
- No - respondió de inmediato -. No, Kazuya, me quedo con ella, yo...
- Eh, escúchame. De nada sirve que te quedes, no por eso se va a recuperar antes. Deberías cambiarte de ropa para que no se asuste cuando despierte, ¿no crees? Nosotros nos quedamos, si quieres. Ve a casa.
La voz de Kazuya lograba calmarle, de alguna manera. Dejó que un médico le llevara dentro para curarle la herida del brazo. Al pasar por delante de la sala donde los médicos trataban a Shiori estuvo tentado a pararse pero sintió la mirada de Kazuya en la nuca pidiéndole que no lo hiciera. Por más que trató de no darle vueltas al asunto, no fue capaz. El sonido del cuchillo clavándose en la piel de Shiori, la sangre manchando su piel, la forma desesperada en la que la chica se amarró a su camisa, aguantando el dolor. El último suspiro que dio. Todos esos recuerdos y sentimientos se agolparon en su pecho haciendo que sintiera una presión que le dolía al respirar. Solo tenía algo claro. Necesitaba un buen trago.

Las piernas la temblaban. Tragó saliva y uno de aquellos hombres pareció escucharla, porque se giró de inmediato a mirarla. El hospital era un caos. Uno de los testigos de lo que habían hecho había entrado mal herido y ellos trataban de acabar con él para que no hablara. Uno de ellos iba por toda la planta del hospital preguntando como un loco por aquel hombre. Uno de los policías que estaba de guardia trató de enfrentarse a él. Fue la primera vez que ella escuchó un disparo. La gente empezó a gritar y aquel hombre gritaba también intentando acallar a todos. Cuando él siguió buscando, la chica se movió despacio desde detrás del mostrador donde estaba, tratando de que no la viera. Tal vez aquel hombre siquiera vivo y necesitara ayuda. Ella, como enfermera, tenía la obligación de ayudarle e intentar hacer algo por su vida. Aunque todavía estuviera en prácticas y fuera una novata sentía esa necesidad de salvar a las personas enfermas o heridas o al menos, intentar hacer cuanto estuviera en sus pequeñas manos.
Pero entonces escuchó el seguro de la pistola detrás de ella. Levantó las manos al momento y se puso en pie despacio. Su corazón latió de miedo durante unos segundos hasta que escuchó el segundo disparo de aquella pistola. Notó un sudor frío por todo el cuerpo. Sus piernas no aguantaron su peso y la dejaron caer al suelo. Vio como las baldosas blancas se teñían de rojo escarlata. Era su sangre. Tragó saliva como pudo y los nervios la dominaron. Empezó a temblar, sintiendo frío en el cuerpo. Intentó dominarse pero no pudo. Las lágrimas salían solas de sus ojos. Nadie iba a moverse. Nadie se jugaría la vida por ella. Nadie sujetaría su mano mientras se desangraba en el frío suelo del hospital. Cerró los ojos y escuchó los latidos de su corazón restallar en sus oídos. Soledad. Presión en el pecho. La desesperación empezó a recorrer sus venas más rápido que su sangre. Moriría allí, por alguna razón, parecía que no había salida a aquella situación, que alguien había decidido que así fuera. Fueron los instantes más dolorosos de su vida.
Hasta que una cálida mano rozó sus dedos con decisión. Ella abrió los ojos de golpe y se mareó. Tuvo que volver a cerrarlos pero no dejó de sentir a aquella persona junto a ella.
- ¡Eh! ¿¡Qué haces!?
- Nada. No me he movido - dijo la persona en cuestión. Su voz era de hombre -. He estado aquí todo el tiempo, lo juro.
El tipo pareció creerle y la chica escuchó sus zapatos alejándose sobre las baldosas. Con impaciencia entrelazó los dedos con la mano de aquel desconocido. Con los ojos aún cerrados, incapaz de abrirlos, notó como él la sujetaba en brazos y la recostaba contra su cuerpo. También sintió presión contra la herida de su hombro. Estuvo tentada a gritar de dolor pero él la acalló con un susurro.
- Shh, ya, ya se que duele, pero tienes que aguantar.
- ¿Por qué...? - pudo decir.
- No morirás aquí. Te lo aseguro.
Ella volvió a intentar abrir los ojos. ¿De quién era aquella voz que derrochaba semejantes cantidades de seguridad y positivismo en aquel preciso momento? Cuando fue capaz de enfocar algo, vio algo de la ropa que llevaba puesta él. El jersey era fino y blanco, y dejaba parte de su cuello al aire. Además era de manga larga, lo veía remangado para no mancharse con su sangre. Sabía que llevaba algo colgado del cuello porque a veces lo sentía frío contra su oreja. Levantó cuanto pudo la cabeza y él volvió a acomodarla en sus brazos, para que pudiera respirar mejor. La chica distinguió su pelo de color rubio. Pero no pudo ver del todo su rostro. Solo supo que iba a estar bien. Los latidos del corazón de aquel chico eclipsaban todos los sentimientos de miedo que tenía. Estaba tranquila mientras los escuchaba. Si al final las cosas no salían bien, moriría tranquila.
No sabia cuánto tiempo había pasado pero escuchó más disparos. Los brazos de aquel chico se cerraron sobre ella y la abrazaron, en un intento de protegerla de los tiros. Ella al respirar sintió el olor del chico entrar en sus pulmones. Hasta cierto punto, la embriagó. Su pelo la rozaba la mejilla y el cuello. Sintió un cosquilleo. Y después, nada más.

Koki salió de la ducha y cambió la canción que sonaba en el reproductor del salón. Su apartamento, comparado con el de Shiori, era como una enorme mansión. Una mansión solitaria, demasiado grande, donde no podría acercarse a la chica sin tener que usar alguna excusa. Subió el volumen de la música, cerrando los ojos un momento para escuchar unos acordes de violín que iban subiendo de tono junto con la batería de fondo y terminaban con una extraordinaria voz cantando a compás con ellos. Entró en la habitación y tiró la toalla sobre la cama. Abrió el armario y sacó la ropa que tenía pensado ponerse, una ropa que había tenido mucho tiempo guardada en un cajón y no sabía cómo le quedaría. Miró de reojo los pantalones y la camisa que la chica le había regalado, colocados sobre el pequeño sofá que tenía al lado del escritorio. Las manchas de sangre posiblemente no salieran. Le daba algo de pena y rabia. Terminó de vestirse con bastante rapidez. Colocó la pistola en la funda en el cinturón del pantalón y guardó la cartera en el bolsillo trasero. Cogió las llaves del coche de encima de la mesilla de la entrada, apagó el reproductor y, después de ponerse las gafas de sol, salió del apartamento. Cogió el ascensor hasta el garaje y abrió el coche con el mando a distancia. La carrocería negra del BMW X3 Sport relució con el sol del medio día. Koki bajó la ventanilla para sentir el aire en la cara, que le revolvió el pelo aún mojado y se incorporó a la carretera que le llevaría de vuelta al hospital.
"Espérame, pequeña. No tardaré."

Epilogue.
[...] - Koki... tú... eres...
- Te dije, que nos habíamos visto antes. [...]





Cuando una niña juega a las muñecas con sus amigas y consideran a las muñecas como los mejores juguetes del mundo, todo parece estar envuelto en un halo de color rosa. Pero las muñecas también se llenan de polvo y se rompen. Dicen que es algo normal. Solo son de plástico. Tal vez de plástico son todas las emociones que podemos llegar a experimentar. Pero por más que sean de plástico, no repelen en agua. No son impermeables a todo. Podemos intentar protegerlas, pero las emociones pueden llegar a salirse de control. Y es entonces y solo entonces cuando te das cuenta de que vives en la triste realidad. A partir de entonces es cuando ya solo puedes huir de la palabra sueños. Y seguir corriendo.



http://www.youtube.com/watch?v=9myN57_CeRM






Me pregunto cuánto habremos andado juntos en este cambiante paisaje, donde los colores se funden y hacen brillar el mundo.

2 comentarios:

  1. Vale, genial, terminarás matándome en una de estas, de verdad. Te juro que no entiendo de donde sacas esas ideas, la manera en la que se conocieron la primera vez, es simplemente, excelvillosa. Y lo preocupado que se le ve a él es... nosé como que se podía sentir su angustia, su desesperación; menos mal que estaban allí sus queridos compañeros para ayudarle. Me los he imaginado como son, tal cual, y pegan MUY bien.
    Es verdad que no somos impermeables a todas las emoviones, eso lo sabemos bastante bien.
    PD. Adoro de manera increíble esa canción, y a esos hombres, por supuesto.

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    1. Bueno, tu muerte no es el resultado final buscado peeeero... Las ideas salen solas, lo juro. No se por qué precisamente se me ocurrió que se conociesen así pero me pareció profundo. Sus compañeros son muy oportunos. Tienen el gen Sebastian jaja
      No, cuando llueve nos mojamos. Suele pasar. Pero luego el agua se seca. Y sale el sol.
      PD. Es que la canción es muy buena. Pero realmente la banda sonora sería Negai. Me encanta.

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