viernes, 13 de mayo de 2011

Y siento que podría ser amable.

Yarah no le miró durante el rato que duró el camino a casa en su coche. El silencio era incómodo, pero no se le hubiera ocurrido encender la radio. Él la echaba vistazos de vez en cuando pero ella no iba a cruzar su vista con la de él. El aire que entraba por la ventanilla no la molestaba, pero revolvía su pelo con gracia, a veces tapando su cara de él. Sentía que si le miraba, lo mataría.
Cuando paró el coche trató de amarrarla antes de que bajase pero ella había abierto la puerta incluso antes de que él detuviera el coche. Salió rápidamente tras ella y la alcanzó cuando cerró la puerta de un fuerte portazo. Los ojos de la chica relucían de ira y de rabia hacia él. No supo que decir. La chica se quitó la chaqueta que llevaba puesta, que era de él, y se la tiró a la cara.
- ¡Espera! - la gritó al fin.
- Vete al infierno - contestó ella.
- ¡Vale, está bien, enfadate si es lo que quieres! Pero eso no cambiará nada y lo sabes. Eres una cabezota, Yarah.
- ¿¡Cabezota!? ¿¡Quién es el cabezota que es capaz de permitir que le hagan daño a alguien solo para conseguir lo que busca!?
- Eso no es así... no del todo... - intentó explicarse.
- ¡Es y seguirá siendo así! Lo se, te conozco. No cambiarás. La ambición de ser siempre el mejor en tu trabajo te pierde. Hasta el punto de hacer que ni siquiera yo te reconozca, Jin - le dijo, con voz fiera. Estaba muy enfadada.
- ¿Es esa la imagen que tienes de mí?
- Es la imagen que me das a ver, Jin. No puedo conocer más allá de eso si tú no me lo enseñas - le dijo.
- ¿Y la confianza?
- Pregúntate a ti mismo donde dejaste la mía - contestó.
Todo había sido demasiado rápido, impactante y peligroso. Aquella noche, el Comisario había tenido que intervenir en una redada en un tugurio perdido en los bajos fondos de la ciudad. Yarah, a pesar de no tener nada que ver con el equipo de asalto, sino con el de investigación, había querido acompañarle. Algo en su interior la decía que esa noche pasaría algo no muy bueno. Y su pálpito acertó. Aquello solo había sido una trampa. Una trampa para matar a Jin. Infiltrados como miembros de la plantilla de aquel bar, vigilaron todas las posibles vías de un intercambio, sin conseguir nada.
Pero ella había visto a aquel hombre tratar de sacar la pistola. Sin arriesgarse a un tiroteo, se había lanzado contra él para seducirlo cuanto pudo. Con la mala suerte de que lo consiguió hasta el punto de que aquel hombre se la había llevado a un reservado en el que pasó más tiempo del que debería haber estado. A pesar de que al final la había sacado de allí antes de que pasara nada, no podía creerse que hubiera permitido que aquel ser la tocase. Y menos cuando acababa de salvarle la vida al robarle el arma a aquel enviado del peor enemigo del Comisario.
- Yarah, se que debí entrar antes en esa habitación pero...
- ¿Pero? ¿Tienes excusa de verdad?
- Era una infiltración y...
- Y se jodería si me rescatabas - siguió ella -. Está bien, ya veo que clase de policía eres, Jin. Perderías a cualquiera de tus hombres por una misión sin dudarlo ni pestañear. Incluyéndome a mí - susurró.
- Eso no es verdad y lo sabes - la contradijo -. Mis hombres son lo más importante. Es solo que... Yarah, necesitaba capturarlos.
- Claro. Tu vida dependía de ello. Y serías capaz de sacrificar la mía por ello.
Cada vez se enfadaba más con él y con ella misma por estar dándole explicaciones. Apretó los dientes y se dirigió a subir las escaleras de su apartamento sin detenerse ni un segundo a mirar atrás.
- ¡Yarah!
Ella no le escuchó. El chico volvió a meterse en el coche y cerró de un portazo, todavía con la chaqueta en la mano. Reconocía que tenía que haberla salvado antes. Pero no podía contarle la verdad.


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- Tu vida dependía de ello, Yarah - musitó, suspirando hondo.
No podía decirle que, a por quien realmente habían ido, era ella. Porque sabían que ella lo era todo para él. No era que Yarah hubiera seducido a aquel hombre. Era que la habían secuestrado sin que la muy ingenua se diera cuenta. La condición era dejar marchar a sus hombres en libertad a pesar del intercambio de mercancías que hicieron delante de las narices de Jin. Le hirivió la sangre al ver aquello, pero tuvo que contenerse. Era el precio por volver a verla con vida. ¿Cómo iba a explicarle que por su culpa tenía a media mafia detrás? Era injusto.
Maldijo a aquel bastardo varias veces en silencio por jugar así de sucio y golpeó el volante con fuerza. Miró la chaqueta y la sostuvo entre sus manos. Olía a ella. Cerró los ojos con fuerza, y se abrazó a ese sentimiento, a ese olor que le daba la calma que nunca podría merecer por culpa de su pasado. Fue en ese momento cuando se planteó por primera vez dejarla ir. No podía estar con él. Porque parecía que no era capaz de protegerla.
Entonces, la sola idea de no volver a mirarla, de no poder hablarle con sinceridad, de no poder volver a tocarla, hizo que sintiera un vacío por dentro que hacía años que no sentía de aquella manera. Esa estúpida chica había roto con todos sus esquemas en menos de tres meses y ahora, él solo no podía volver a poner al derechas lo que ella había cambiado en él. Molesto con su propio sentimentalismo, salió del coche rápidamente y subió las escaleras hasta llegar al apartamento y aporrear la puerta. Ella sabía que no se iría hasta que le abriera y podía montar un escándalo si quería. Por lo que Yarah tuvo que abrirle a medias. Lo justo para ver sus ojos desencajados mirándola como asustados.
- ¿Jin?
- No me dejes - la pidió -. Por favor.
- ¿Pero que...?
- ¿Quieres abrir la maldita puerta? - la gritó, en un ruego -. No puedo abrazarte así.
Ella pareció pensárselo. La había tomado por sorpresa. ¿Qué estaba pasando?
- Vamos, no te resistas. Se que quieres gritarme más, golpearme, insultarme... y se que necesitas llorar. Así que vamos, ven. Ven a mis brazos, Yarah - susurró.
Ese sí era él y no el chico que no sabía que hacer ni qué decir. Él siempre sabía lo que ella necesitaba, sabía mimarla y cuidarla mejor de lo que ella misma se cuidaba. Pero también tenía un pasado y secretos que escondía bajo aquella apariencia de hombre fuerte que podía con todo lo que pasara.
Yarah dejó caer la cadena de la puerta y salió de la casa, tirándose encima de él. Jin retrocedió un par de pasos empujado por ella y la sujetó con fuerza entre sus brazos. Cerró los ojos, sintiendo su pequeño cuerpo entre sus brazos, el calor de su piel en su piel, el aroma de su champú entrando por su nariz y nublando el resto de sus sentidos hasta el punto de que creyó enloquecer.
- Voy a protegerte. Pase lo que pase. Lo prometo - dijo, jurándose a si mismo que no habría mafia en el mundo que pudiera matarla mientras él fuera su escudo.
La acarició el pelo y sintió los brazos de la chica cerrarse con más fuerza en su cintura.
- No tengas miedo. Ya estoy aquí - susurró, besándola la cabeza un par de veces -. Perdóname.
- No. No es culpa tuya, yo... hice una estupidez y... tenía que habertelo dicho...
- Eres una profesional cualificada para hacer algo como esto. Y yo confío en ti como para dejarte al mando de todo lo que yo manejo. Así que - la obligó a mirarle a los ojos -, confía en mí también. Nunca dejaría que te pasara nada, ¿me oíste? Así que nunca dejes tú de confiar en mi, por favor. Eres todo cuanto me queda de cordura y locura - susurró.
- Bésame - le pidió, mirándole a los ojos -. No me hagas pedírtelo dos veces.
El chico sonrió de lado y se agachó sobre ella, sujetando con una mano su rostro y acercándola a su cintura pasando el otro brazo por su cadera, sobre la camisa blanca que llevaba y que reconocía como suya.
- ¡Entrad al menos en casa, mocosos! - gritó un señor que acababa de llegar al apartamento que había dos puertas más allá que el de Yarah.
Ellos se separaron y le miraron, sin soltarse. Cuando cerró la puerta, se echaron a reír como dos idiotas. Ella nunca le había visto sonreír de aquella manera tan despreocupada y eso provocó que algo reaccionara en su interior, en su estómago, algo que subió hasta hacer palpitar su corazón y bajó hasta hacer temblar sus piernas. Tal vez había olvidado lo tremendamente sexy que podía llegar a ser aquel hombre que la tenía entre sus brazos como si fuera la única mujer que existiera en el planeta. Sus brazos se cerraron sobre el cuello de él, empujándole sobre ella para volver a besarlo. Le tomó por sorpresa, pero no pudo por menos que corresponderla. Pero no fue solo un beso. Fue un roce sutil entre sus cuerpos Fue un juego entre sus labios y su lengua. Fue un baile entre sus salivas entremezcladas en su boca.
Cuando ella le dejó respirar, aunque lo hizo entrecortado, la miró a los ojos. Ella estaba sonrojada bajo los ojos, con un color precioso, mientras sus ojos brillaban tenuemente. También estaban algo rojos de llorar. Se odió un instante por ser el causante de que otro la hiciera llorar. Pero rápidamente dejó de pensar cuando ella se acomodó en el hueco de su cuello y su hombro y le besó bajo la oreja.
- Jin, esta noche - musitó -, hazme olvidar - le pidió.
- Esta noche - susurró él, devolviéndole le beso en la oreja con un lametón de regalo -, te haré el amor hasta que no puedas ni recordar por qué querías matarme.
Ella sonrió y dio un salto para enganchar las piernas en la cadera de él. Jin la sostuvo con fuerza y caminó hasta dentro de la casa de ella donde, después de cerrar la puerta, apagó las luces, dejándolo todo en el más oscuro y silencioso momento, roto solamente por sus voces unidas en susurros y sus sombras recortadas en las paredes unidas como una sola.






"Eternamente, Jin."

2 comentarios:

  1. Adoro este relato, de verdad, ademas me encantan los nombres que has usado ^^ :D.
    De verdad me encanta, es que ni siquiera se que escrite tia, de verdad. Me encanta,... no se ni que decir.
    Simplemente genial. Como siempre.
    P.D.: estoy contigo, eternamente Jin ^^

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