martes, 24 de mayo de 2011

I´m...

Estudiar, estudiar y estudiar. ¿Sabía hacer otra cosa? Había llegado a la conclusión de que no.
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Mientras la voz de aquel chico que fue su amor platónico durante años resonaba con mucha fuerza en los auriculares de su mp4, la chica cogió el metro para volver a casa desde la universidad. Subió las escaleras del edificio de apartamentos casi de dos en dos. Porque en el buzón no había cartas. Porque alguien las había cogido. Rápidamente insertó la llave en la cerradura y abrió la puerta, quitándose los zapatos con velocidad y entrando en la casa como un tornado. Desde el salón pudo ver, por el tabique sin cerrar que separaba la cocina del propio salón, como él estaba subido en un taburete y bajaba una cazuela llena de agua hirviendo del microondas. Ella soltó una carcajada y él, después de dejar la cazuela sobre la mesa, la miró. La había echado de de menos.

- Bienvenida - dijo él.

- Estoy en casa - sonrió la chica -. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

- Me he tomado un respiro para venir a prepararte la comida - contestó el chico moreno.

- Ah. Así que te has escapado de ese evento monumental de un mes para venir a hacerme la comida - repitió ella -. Pero que mono que eres.

- Anda ya, deja de decir cosas así - la dijo, algo avergonzado, mientras se ponia a cocinar de nuevo.

La chica dejó la mochila sobre el sofá y entró en la cocina. Caminó despacio hasta ponerse detrás de él y le abrazó por la espalda, cerrando los brazos sobre su pecho y apoyó la cara en su espalda. Él sonrió.
- ¿Qué tal?
- Bueno, mas o menos - suspiró, respirando su aroma. Odiaba que las sábanas de su cama no olieran a él -. Hoy he aprendido a disparar un arma, ¿sabes?

- Dios, que miedo - soltó él, mientras cortaba las verduras con gran velocidad con el cuchillo.

- Das mas miedo tu armado con ese pedazo de cuchillo - soltó ella, junto a una risa. Él también rió.

- ¿Y? ¿Cómo es disparar?

- Extraño. Es como si sintieras tu cuerpo emocionarse al apretar el gatillo pero después deja una sensación agridulce en el estómago.

- Vaya, si que sientes tu cosas cuando disparas.

- No es tan sencillo como apretar un gatillo - aseguró ella, apartándose de él para acercarse al frigorífico y sacar una botella de zumo de naranja -. No es... agradable. Aunque claro, con un arma, uno siempre se siente protegido, pero...

- No te sientas protegida por un arma - la dijo. Se había cercado demasiado a ella -. Quiero que te sientas protegida por mí - la susurró.

- ¿Acaso eres un arma? - susurró ella.
- Seré lo que tu quieras o necesites que sea - aseguró él -. Pero nadie más que yo puede protegerte.
- Egocéntrico - sonrió ella.
- Niñata - contestó el chico, agachándose para besarla tras la oreja.

La chica echó algo de zumo en el vaso y le dio un trago. Él volvió al fuego y empezó a preparar la comida.

- ¿Puedes darme un poco de zumo, por favor? Tengo sed - dijo.

Sus manos estaban ocupadas, por lo que ella aprovechó la ocasión. Dio otro trago al zumo pero no bebió el líquido, sino que se acercó a la boca del chico y, juntándola profundamente con ella, dejó que él bebiera de sus labios. El chico no se negó, sino que, como pudo, se limpió las manos y rodeó la cintura de la chica para acercarla aún más a él y así poder besarla cuando el zumo se terminó. Ella enredó los brazos en su cuello y sus manos en su pelo claro, correspondiéndole con una sonrisa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él la había pedido aquello porque sabía que haría algo así. Rodeando más fuerte su cintura, el chico la levantó del suelo y la sentó sobre la encimera, al lado de la vitrocerámica. Cuando el agua empezó a hervir de nuevo, él se separó de ella y volvió a cocinar, mientras ella meneaba las piernas de un lado a otro y le miraba muy fijamente, recibiendo por parte de él algunas sonrisas y miradas de vez en cuando.

Apenas terminó, ella había puesto la mesa en el salón y le esperaba. Cuando vio los platos, uno en cada mano del chico, ladeó la cabeza.

- ¿Cual quieres?

- El más grande - sonrió.

- No se cual es...
- Tú - le cortó ella -. Tú eres el plato más grande y es el que me apetece, el que quiero ahora - se relamió.

- Lo siento, cariño - dijo él, sentándose y dejando uno de los platos en frente de ella. Se agachó sobre su oreja y soltó su aliento suavemente, haciendo que se estremeciese, mientras susurraba -, pero yo, soy la mejor parte. Soy el postre - sonrió.

Ella soltó una carcajada y atrapó sus labios antes de que se apartase de ella. Le miró una ultima vez antes de mirar su plato de pasta y escuchar a sus tripas rugir, por lo que rápidamente empezaron a comer. Deseando solamente llegar al final y, tras el café, comerse el que prometía ser el más dulce de los postres.

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