sábado, 7 de mayo de 2011

Muévete; siénteme.

Se había quedado totalmente dormida leyendo aquel libro que la tenía completamente enganchada. Cuando el móvil sonó, ella estiró la mano, molesta, y lo cogió, contestando de mala gana.
- ¿Qué pasa?
- ¿¡Donde demonios estás!? - gritó una voz al otro lado del teléfono.
- ¿Hikari? ¿A qué vienen esos gritos?
- ¿Dormida? ¿¡Estabas dormida!?
- Sí, y quiero seguir haciéndolo, estaba teniendo un sueño precioso - bostezó, aunque realmente no sabía que estaba soñando.
- ¡Tu graduación es lo que tienes que hacer ahora, pedazo de borrica! - la gritó.
Izumi se puso en pie de un salto y miró el calendario. Era ese día. Estaba rodeado en rojo y tachado en negro.
- ¡Ya estás vistiéndote y viniendo para aquí! ¡Shiori se ha ido para la escuela ya, no podía esperarte más! ¡Así que, arranca de una vez! - chilló antes de colgarla el teléfono.
La chica tiró el teléfono sobre la cama y se metió corriendo en el baño. A punto estuvo de meterse el lápiz de los ojos en un ojo y el rimel casi se la corre de la rapidez con la que se lo echó. Metió el vestido negro y blanco por la cabeza con rapidez y se peinó con las manos, sin pararse a mirarse a un espejo. Fue a meter un pie en las sandalias pero al final, se calzó unos zapatos cerrados y bajos, con los que podría correr a gusto. Cogió el bolso, con un número de cosas incierto dentro, puesto que no sabía ni lo que llevaba, y salió corriendo de casa.
Hikari tenía cara de perro por haber estado esperando y su expresión al verla con los zapatos bajos fue la que esperaba. Casi la mata.
- ¿¡Pero qué estabas haciendo dormida a estas horas y precisamente hoy!?
- Vamos, camina mientras me sigues gritando - la dijo, pasando a su lado -. Mis padres no están hoy. Así que me he quedado hasta tarde leyendo y... pues eso.
- Dios, de verdad que no tienes remedio alguno, ¿eh?
- Lo siento - se disculpó, entrando en la escuela.
- Sí, sí - contestó solamente Hikari, entrando tras ella -. ¡Espera!
- ¿Qué?
- Ponte mis zapatos - dijo la chica, quitándoselos.
- Ni de coña - se negó.
- He dicho que te los pongas y punto. ¿O te recuerdo que has llegado tarde a tu graduación durante el resto de tu vida? - la amenazó.
A la chica no le quedó más remedio que ponerse las sandalias negras de Hikari y ella se puso sus zapatos blancos, que no era que pegasen mucho con su vestido azul y negro pero bueno.
La ceremonia fue tal y como ella había previsto. Los discursos de las profesoras eran gratificantes para algunos, dolorosos para otros, indiferentes para ella. De vez en cuando, sus ojos pugnaban por cerrarse, aunque gracias a Shiori logró soportarlo. Una de las profesoras, la que se suponía era dueña de la escuela, soltó un rollo sobre la religión y el amor de Dios que casi la hizo levantarse e irse. ¿Que no existia el amor sin Dios, solo el placer? Ella tenía la sensación entonces de conocer a Dios. Cuando su tutora pronunció su nombre, se levantó con firmeza, aunque en realidad temblaba. Los tacones de Hikari eran realmente altos. Pero no se tambaleó. Pisó fuerte en el escenario del teatro y cogió la orla que la tendía su tutora, dándola un par de besos. Esa mujer era realmente la mejor, dentro de lo que cabía. Se dio la vuelta para bajar del escenario y entonces vio, a lo lejos, una sombra que no debería de estar mirándola con aquella sonrisa tan encantadora. Quiso gritar su nombre pero su voz se quedó muda. ¿Era él? No. Tenía que estar fuera, no allí en ese momento. La profesora, al ver que no bajaba, la dio un empujoncito que la hizo reaccionar y cuando parpadeó, él había desaparecido.
http://www.youtube.com/watch?v=18rRNbZCdik
Un espejismo, pensó. Precioso, pero un espejismo a fin de cuentas, bajaba pensando, hasta dejarse caer en la silla al lado de Shiori de nuevo.
- ¿Pasa algo? - la susurró la chica.
Ella solo negó con la cabeza y suspiró. Cuando al fin la tortuosa ceremonia terminó, los alumnos subieron a hacerse una foto todos juntos. Ella dejó salir a Shiori y se acercó a Hikari.
- ¿No subes?
- ¿A qué? ¿A esconderme tras las bambalinas? - preguntó, con algo de ironía.
- Por cierto, voy a matarte - sonrió Hikari.
- ¿Por? ¿Qué se supone que he hecho ahora?
- No poner tu móvil en silencio.
- ¡Ay va!
- Sí, ay va. Ya tuve yo que tapar la musiquilla como pude. ¿Sabes qué alto se oía la voz de Sho? - la recriminó.
- ¿Quién llamó?
- No lo se - contestó ella -. Pero fue en el instante en el que subías al escenario - recordó -. Es casi como si él hubiera estado aquí, ¿eh?
- El destino - adivinó ella -. No, si esa persona no hubiera llamado, no habría sonado. El destino no existe - dijo Izumi.
- Eso es lo que tu dices. Pero no lo crees - dijo Hikari, antes de buscar un hueco por el que salir de aquel teatro.
Izumi la siguió. La directora informó de que habría un pequeño evento en la capilla de la escuela y por más que Izumi quiso negarse, las profesoras la obligaron a ir. Hikari se despidió de ella, en parte porque no quería ir a ese evento y en parte porque la echaban. Pero Izumi consiguió escabullirse. Sin darse cuenta, mientras se escondía de las posibles profesoras o señoras que pasaran por los pasillos, llegó al gimnasio pequeño, el de la parte de abajo. Dio una vuelta por él y se sentó en las colchonetas que había apiladas al final. Se quitó los zapatos con cuidado y suspiró. Aquel lugar la relajaba. Porque cada vez que recordaba lo que había pasado en aquellas colchonetas una noche de invierno, se sonrojaba. Cuando volvía a imaginar las manos de él sobre su cuerpo, tumbado en una de aquellas colchonetas verdes, o sentada sobre él, que la miraba con aquellos ojos claros llenos de pasión, sentía que solo quería y deseaba estar en un sitio. Y era entre sus brazos. Izumi llevó sus rodillas hasta su pecho y escondió la cabeza en ellas, abrazándose a sí misma. Le echaba tanto de menos cuando tenía que volver a irse. Pero las cosas eran así. Y si no podía aceptarlas él se iría pero para siempre. Una cosa tenía clara. Eso no podía permitirlo. Así que soportaría cuanta distancia y tiempo hicieran falta por él.
El móvil sonó, haciendo que escuchase esa voz que tanto echaba de menos. Esperó hasta que pasara, aunque al final tuvo que cogerlo antes de que Isha colgase.
- ¿Dónde estás? Nos vamos a dar una vuelta y luego a la cena.
- Voy, ¿me esperais en el parque de fuera?
- Sí, Shiori está conmigo, vamos para allá.
Al colgar, suspiró. Se levantó y volvió a ponerse los zapatos. Desde luego, Hikari estaba loca. Ahora tendría que caminar con aquellas cosas. Con lo bien que iba ella con sus zapatos bajos. Buscó a las dos chicas que la esperaban y caminó con ellas dando un paseo por el barrio viejo de la ciudad. Ellas hablaban de la ceremonia y criticaban algún vestido. Izumi se reía con sus comentarios, pero no era demasiada la felicidad que sentía en realidad. Miró al cielo y pensó, por un momento, si él estaría haciendo lo mismo.
Él solo sonrió.
Las mesas del restaurante donde sería la cena eran redondas. Se sintió como en la novela de los Caballeros de la Mesa Redonda y deseó tener una espada en la mano en el momento en el que aquella profesora que la había amargado los últimos tres o cuatro años y que seguiría haciéndolo incluso después de que terminara el curso, en su preciado verano, se sentó frente a ella, con una enorme sonrisa de felicidad en la cara. Probablemente porque nosotros pagamos tu cena, pensó Izumi, rabiada. No escuchó a Shiori hablarla hasta que no la tocó el hombro.
- ¿Qué?
- Que si puedes soltar el mantel ya - la dijo.
Izumi se dio cuenta de que se había agarrado tan fuerte al mantel de tela que lo había movido un poco además de arrugarlo todo. Carraspeó y lo soltó, sin encontrar otra cosa que apretar antes de echarla las manos al cuello. Sacó el móvil, no para pagarlo con él precisamente, y envió un mensaje. "¡A la mierda el destino! Es una puta mierda" El contacto fue Hikari. Enviar.
Esperó la respuesta con impaciencia, aunque sabía más o menos lo que decía antes de abrirlo.
"Existe. Y te vas a dar cuenta tu solita". Izumi pensó que eso le daba miedo. Luego, volvió a la maldita realidad. Escuchar reír a esa zorra como si nada pasara en el mundo ni en su vida la repateó bastante. Quiso decirla cuatro cosas más de una vez, pero, por alguna razón y fuerza en su interior que desconocía, se contuvo. Se centró en su plato y empezó a hacer pedacitos la croqueta que tenía en él, como si le hiciera una autopsia. Era un poco infantil y maleducado hacer eso, pero no tenía otra cosa que la distrajese. Hasta que Shiori empezó a golpear su brazo con el dorso de la mano.
- ¿Qué? - se quejó.
- Mira eso - susurró.
- ¿Que mire qué? - preguntó.
La mano de Isha, al otro lado, empezó también a golpearla.
- ¿Quereis parar las dos? - las dijo, mirando a la chica a su otro lado.
Entonces se dio cuenta de que la atención del resto de compañeros estaba en la puerta del restaurante. Levantó la vista y soltó un gritito de sorpresa. Así, sus ojos se posaron en ella. La chica se puso en pie de un salto, como para que la viera, pero no fue capaz de decir nada. ¿Volvía a ser un espejismo? Miró de nuevo a sus compañeros. Ninguno la miraba a ella por estar de pie. Todos los ojos estaban puestos en un muchacho de más de veinte años que acababa de entrar, vestido con un traje negro y una corbata del mismo color, con una elegancia que nunca antes habían visto; era como una mezcla entre dios y humano, como una escultura demasiado preciosa que no pegaba con la decoración y llamaba la atención.
El restaurante estaba cerrado solo para los alumnos, asi que era normal que llamase la atención alguien que no era un estudiante. Pero incluso las profesoras se giraron a mirar sin ser capaces de levantarse a preguntarle. Si alguna se levantaba, las demás irían detrás. Entonces él caminó entre las mesas sin la más mínima preocupación por las miradas, solo con los ojos puestos en la chica que se acababa de levantar. Al llegar a ella, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, la miró ladeando la cabeza.
- Asi que, no crees en el destino - susurró.
- Fuiste tú realmente - dijo ella -. ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías...
- Vengo a rescatarte, por supuesto. ¿Acaso no es eso lo que hacen los príncipes azules con sus princesas? - preguntó.
Adoraba su voz. Sus ojos claros. Sus manos cálidas y fuertes que eran capaces de sostenerla en pie. Sus palabras. Su corazón, que latía al mismo son que el de ella mientras hacían el amor. Izumi no pudo evitar que sus ojos rezumasen amor por aquel hombre.
- Eso es muy cursi - sonrió ella.
- Lo se, es culpa de Kazu, que me hace leer libros de amor - se disculpó. Ella se rió ligeramente.
Entonces las cinco chicas que había en la mesa de detrás se levantaron de golpe. Izumi las miró mal. Como zorras a por la presa. Pues ni de coña.
- No deberías haber venido.
- No me preocupa lo que puedan decir o intentar hacer, Izumi, deberías saberlo - contestó, entendiendo su reacción -. Solo vengo a por ti.
Y la tendió la mano, sacándola con firmeza y elegancia del bolsillo. Ella no dudó ni un solo instante. Mientras con una mano alcanzaba el bolso negro pequeño que llevaba, con la otra cogía aquella oportunidad de libertad que el chico de ojos claros la ofrecía.
- Espera, espera - dijeron algunas.
- Vámonos, por favor - le rogó.
- Estás preciosa - dijo él de pronto.
- Eso es mentira - le soltó -. No es posible en diez minutos.
- Yo no miento y lo sabes. Aunque si te digo la verdad, para estar preciosa solo necesitas despertar a mi lado, Izumi - la susurró, apretando suavemente su mano. Sus ojos claros relucieron un instante antes de que le guiñara uno de ellos y sonriera.
- Izumi, podeís quedaros - propusieron las chicas que estaban tras ellos.
- Ni lo sueñes - contestó, sin dejar de mirarle a los ojos -. Él se viene conmigo - aseguró. Él rió suavemente.
La profesora entonces, de repente, se puso de pie. Les miró, atravesándoles con los ojos pequeños y saltones que tenía.
- Izumi, en una cena de graduación, ¿tú te crees que podemos permitir que te vayas? - inquirió la profesora.
- La pregunta es, ¿quién ha dicho que me lo va a impedir? - la desafió ella al fin.
- Si quiere, nos quedamos, profesora - dijo entonces él -. Pero los dos. Porque no voy a permitir que me mantenga alejado de ella ni un solo segundo del poco tiempo que tengo para verla - aseguró.
- Vosotros dos... - susurró la señora, casi asustada, como si fuera un pecado verles cogidos de la mano.
El chico, algo cansado de ella porque sabía lo que le había hecho a la chica, metió la mano que tenía libre en el bolsillo del pantalón y acercó a Izumi aún más a él, tirando suavemente de la mano que tenía sujeta.
- Sí, señora, si así se la puede llamar - contestó -. Vivimos en pecado. ¿Algún problema?
Izumi soltó una carcajada. ¿Qué era eso de vivir en pecado?
- Si algo tengo claro - siguió él - es que no voy a dejar que su cara de amargada que necesita un buen polvo le joda la cena especial de graduación a mi morena, ¿vale? Así que, con o sin su permiso o el de todo ser que está en esta sala, me la llevo. Adiós - zanjó.
No dejó que nadie le detuviera. Tiró suavemente de Izumi para sacarla de allí y ella claramente no opuso resistencia. Es más, su cara de estúpida enamorada en ese momento fue realmente tonta.
El chico no dijo nada hasta que llegaron al parquecito, donde al fin se detuvo y la miró de cerca.
- Gracias - dijo ella.
- Dáselas a Hikari. Yo no sabía donde estabas. Ella me trajo - comentó, apartándola un mechón de pelo del rostro.
- Se las daré después de matarla por estos zapatos - se quejó ella.

- Tus zapatos están en mi coche - dijo entonces él -. Me los dio.

Izumi sonrió. Esa mujer era demasiado. El chico la llevó de la mano hasta el coche y lo abrió para que se sentase en el asiento del piloto a cambiarse de zapatos. Se sentía mucho más cómoda, pero ahora era bastante más bajita que él. El chico de ojos claros al verla hacer una mueca, la acarició el pelo como quien tranquiliza a un gato.

- Vamos, te llevaré a casa.
- Vivo aquí al lado, puedo ir dando un paseo - dijo ella.
- ¿Acaso no quedó suficientemente claro? - preguntó él de pronto -. No pienso perder el poco tiempo que tengo para estar contigo, Izumi. Lo decía en serio, mujer.

Ella sonrió y enganchó los brazos suavemente en su cuello. El chico sacó las manos de los bolsillos y la rodeó la cintura lentamente.

- Mis padres - musitó ella -. No están este fin de semana.

- ¿Eso es una provocación, Izumi? - la susurró, rozando la punta de su nariz con la suya propia antes de dejar un beso.

- En toda regla - rió ella.
El chico de ojos claros se inclinó sobre ella. La chica quiso retroceder pero se había acorralado a sí misma contra el coche y solo pudo esperar a que él la besara con aquella pasión que les recorría las venas cada vez que se veian de aquella manera.
- Vamos - susurró él contra sus labios y su cuerpo pegado al de la chica -. Antes de que te tumbe en el asiento trasero del coche - musitó.
- No hemos probado la tracción del coche ahora que lo pienso - soltó ella.
Él se separó de la chica y cerró la puerta del piloto. Era como si le hubiera molestado.
- Tira para casa - la dijo -. Porque de verdad, eres encantadora, ¿eh?

Izumi soltó una carcajada y echó a andar hacia su casa. En medio del camino, la mano del chico de ojos claros alcanzó la suya, obligándola a caminar a su lado.
Solo él podía darle una noche perfecta como la que se merecía un día de graduación. Solo él podía hacerla feliz un día especial como ese. Solo estar con él podía ser un día de celebración.
Porque solo podía sonreír si él la miraba. Porque estaba decidida a ser feliz sin soltar su mano nunca jamás.

3 comentarios:

  1. Creo que voy a cambiarte el nombre en el móvil xDD.
    Gracias, me ha sentado más que genial. Hasta el martes no creo que pueda hacerlo yo, pero lo haré.
    Esa foto......si ya me gustaba poco.....

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  2. ¿En serio? xD
    Me alegro de que te gustara. A Mika también. No te preocupes, no pasa nada, es más, incluso si lo dejas para cuando tengas "mejor humor" no importa. El asunto es que, algún día, lo hagas.
    Es que precisamente por eso elegí dicha foto...

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  3. Me hace sentir en nuestro planeta aunque estemos en (esta puta) realidad.
    Hontoni, arigato gozaimashita.
    Abúf, abúf, es demasiado.

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