miércoles, 11 de mayo de 2011

No hay noche a la que no siga un amanecer.

La chica bajó las escaleras de la casa agarrándose a la barandilla de metal, con los pies descalzos y la camisa blanca de rayas azules de él abrochada hasta el pecho. Desde la escalera pudo ver el mar y la arena a través de la ventana, casi sentir la brisa en la cara que entraba por la ventana abierta.
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Al llegar a la cocina olió el café recién hecho y cuando se asomó, le vio vestido con sus pantalones vaqueros y sin la camisa que ella llevaba puesta. Miró sobre su hombro para ver que no estaba sujetando nada con lo que pudiera lastimarse y se enganchó de repente a su cintura por la espalda, besándole el omóplato.
- Despertaste, tormenta - sonrió él. La llamaba así porque decía que era como un huracán que no podía estarse quieto mezclado con la elegancia de la lluvia y la fuerza interior de los truenos. Y porque tras la tormenta, llegaba la calma y brillaba la luz del sol.
- Sí. Qué bien huele eso - comentó.
- Siéntate, vamos a desayunar.
- ¡Yaaa! - gritó -. Estoy hambrienta.
- No me extraña - soltó él, acercando la comida a la mesa y sentándose en el lado opuesto a ella.
Ella cogió una fresa y la puso en la boca de él, mientras que mordía una manzana roja muy dulce y hacía una mueca de gusto. El chico solo la miraba. Le encantaba mirarla, cuando despertaba, cuando se dormía, cuando su pelo se despeinaba, cuando se enredaba, cuando se estiraba como un gato y ronroneaba, cuando reía, cuando andaba, cuando derrochaba alegría que le acababa contagiando, cuando buscaba las llaves en su bolso para abrir la puerta de su casa.
La chica cogió un trozo de plátano que el chico había cortado y él la apartó un mechón de la cara para que no se lo comiera. Ella mordió el trozo de fruta y le dio a él el resto. Hiro comió aquel pedazo de plátano y antes de que ella apartara la mano, el chico lamió sus dedos suavemente, haciéndola reír.
- Cuando acabes, cámbiate. Nos vamos a dar una vuelta.
- Eh, espera, no me dejes terminar sola - le pidió.
- Tengo algo que hacer antes de salir. En una hora nos vemos en la puerta - sonrió.
Se agachó sobre ella y la besó la frente, por encima del flequillo. Ella cogió el bol con la manzana troceada y salió a la terraza. El mar estaba en calma y el sol se reflejaba sobre él suavemente. La fina arena se movía a causa del viento, algo fuerte, que también revolvió el pelo negro de la chica. Estaba tan tranquila en aquel lugar. Nada podía calmarla tanto como el mar, la playa, el sol, aquel lugar y él.
Emocionada por lo que el chico fuera a hacer, ella subió corriendo las escaleras para buscar algo que ponerse. Después de rebuscar en el armario, una falda blanca de tela fina larga y una camiseta negra sin mangas y de corte bajo fue su elección. Antes de que llegara la hora, estaba esperándole fuera, sentada en las escaleras de la casa que daban al transitado paseo de la playa. Entonces, a la hora acordada, la chica escuchó un extraño ruido en la parte de atrás, la que daba a la playa. Se levantó y dio la vuelta a la casa, encontrándose con que la sorpresa de Hiro era su precioso caballo marrón, Asuka. La chica corrió hacia él y acarició al animal, que se dejó.
- ¿Cómo es que le has traído? – preguntó, mientras él bajaba del caballo.
- Necesitaba dar una vuelta – sonrió Hiro -. Creo que te echaba de menos.
- Y yo a él – dijo la chica -. ¿Cómo estás, precioso? – le preguntó, volviendo a acariciarle con cariño y una sonrisa.
- Vamos – dijo entonces él -. Hoy Asuka quiere llevarnos.
- ¿Vamos a montar a caballo?
- ¿Tienes miedo? – preguntó él.
- No. Pero amárrame fuerte, ¿eh?
El chico soltó una risotada y ayudó a la chica a subirse encima de Asuka. El caballo no se movió y Hiro montó detrás de la chica, pasando los brazos por la cintura de ella para agarrar las riendas. Tiró de ellas y el caballo empezó a trotar suavemente por la arena, hacia la pequeña cala que había al este. La chica disfrutó gritando al viento y levantando las manos para rozarlo, mientras él solamente podía alargar esos momentos de felicidad que no podía ocultar por su enorme sonrisa. Al llegar a la pequeña playa, Hiro bajó a la chica sujetándola entre sus brazos y ella le miró a los ojos. Adoraba verle sonreír. Y si para ello ella tenía que hacer el idiota e inventarse que estaba bien cuando no lo estaba, lo haría. Porque lo más importante para ella era esa sonrisa.
La chica echó a correr hacia el mar y mojó los pies en el agua. El chico se acercó a uno de los árboles que había, donde daba la sombra, y amarró las riendas del animal. Hiro le quitó un peso de encima al caballo cuando le quitó el atillo que le había puesto sobre la montura donde llevaba una cesta con comida. Sacó un mantel de color azul y lo tendió sobre la arena, sentándose a mirarla. Su figura recortada por la luz del sol era simplemente perfecta. Ella corrió hacia él cuando se cansó de estar en el agua y se sentó a su lado, tumbándose con la cabeza sobre las piernas de él. Hiro acarició su pelo una y otra vez, sin cansarse de entrelazar sus dedos en sus mechones negros y rojos.
- Hiro – susurró.
- ¿Mm?
- Tengo miedo – musitó.
- ¿Por qué?
- Porque soy tan feliz que me parece que no es normal, que esto todo se va a acabar. Como la calma antes de la tormenta. Siento que en cualquier momento aparecerá algo o alguien que se interponga entre nosotros y que no podré hacer nada por evitarlo.
Él sonrió. Se había asustado por un momento, pero eran solo pensamientos que la incordiaban.
- Mírame – la pidió. Ella puso sus ojos verdes en los de él -. No voy a permitir que nada ni nadie nos separe. Porque no quiero alejarme de ti. No quiero perder mi sonrisa. Tú eres mi tormenta, vuelves mi vida patas arriba y la dejas así, y a pesar de eso, yo sigo aquí, ¿no es así? Eso quiere decir que no hay tormenta que nos pueda alejar al uno del otro.
- ¿En serio? ¿De verdad me quieres tanto como para jurarlo? – preguntó. Era algo infantil, pero sabía que él no se molestaría.
- Claro que sí – volvió a sonreír -. Sabes que adoro ese lado de niña pequeña y mimada que tienes. Porque cuando tienes que ser seria y madura, lo eres también. Sabes distinguir perfectamente esos momentos, cuando te necesito a mi lado y cuando quiero consentirte, cuando necesito que me mimes y cuando quiero mimarte yo a ti. Y por eso te quiero tanto tal y como eres – la dijo, acariciándola la cara.
Ella sonrió ampliamente y se acomodó aún más en sus piernas, hasta que su estómago, siempre puntual, la pidió comer algo. El chico sacó lo que había llevado en la cesta y ella le abrazó. Cómo la conocía. Cómo sabía lo que deseaba en cada momento. Como sabía hacer de cada instante un recuerdo especial y único.
Una vez terminaron de comer, ella se levantó y empezó a correr por la arena. Volvió y le obligó a dejar de vaguear y a moverse con ella. Corrieron amarrados de la mano. Al volver, algo cansados, él la sujetó entre sus brazos, con una mano en su cintura y con la otra entrelazada en sus dedos. Suavemente empezó a moverse hacia los lados, dando pequeños pasos. Ella solo le miraba.
- ¿Estamos bailando? – preguntó en un susurro.
- Lo intentamos – dijo él -. ¿No te gusta?
- Solo si es contigo – dijo ella, sonriendo.
- Yo no se bailar muy bien.
- No es eso. Es que a pesar de ver lo pésima que soy bailando y en muchas otras cosas, me quieres igual – soltó entre risas.
- Es lo que tiene el amor, que a pesar de descubrir que es lo malo de esa persona, no puedes evitar amarla como yo te quiero a ti – susurró, acercándose más a ella.
La chica se soltó de su mano y pasó los brazos por su cuello, mientras él llevaba la mano que le había quedado libre a la cintura de ella. Tras minutos enteros mirándole a los ojos, la chica se recostó en su hombro y él la acarició el pelo y respiró su aroma, aún meciéndose suavemente aunque casi sin apenas moverse.
- Mira – la susurró de pronto, haciendo que levantase la cabeza -. El sol se va. Hemos de despedirlo.
Ella miró el horizonte. El chico puso la mano delante de sus ojos y abrió los dedos, para que pudiera ver la puesta de sol sin dañarse los ojos. La luz anaranjada y rojiza del sol empezó a cubrir el mar con su suave color y lentamente, fue desapareciendo, dejándolo todo en sombras mientras ellos dos, dándose luz mutuamente fundidos en un sincero abrazo, contemplaban como un recuerdo terminaba y se grababa a fuego en sus almas, prometiendo que la oscuridad no consumiría aquel sentimiento que nadie podría obligarles a dejar caer en el olvido nunca jamás.

1 comentario:

  1. ¡LE AMOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
    "La llamaba así porque decía que era como un huracán que no podía estarse quieto mezclado con la elegancia de la lluvia y la fuerza interior de los truenos. Y porque tras la tormenta, llegaba la calma y brillaba la luz del sol."

    "- Mírame – la pidió. Ella puso sus ojos verdes en los de él -. No voy a permitir que nada ni nadie nos separe. Porque no quiero alejarme de ti. No quiero perder mi sonrisa. Tú eres mi tormenta, vuelves mi vida patas arriba y la dejas así, y a pesar de eso, yo sigo aquí, ¿no es así? Eso quiere decir que no hay tormenta que nos pueda alejar al uno del otro."


    Creo que si sigo sacando trozos acabo por ponerte el relato entero de nuevo en el comentario. Pero me EN.CAN.TA eres simplemente increíble (y más te vale no decirme nada de lo contrario en un comentario ¬¬. Urusai)

    Izumi

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