lunes, 30 de mayo de 2011

Lo que el viento se llevó.

El grifó de la ducha se silenció. Salió del baño vestida con un pantalón corto y un jersey azul claro largo que prácticamente escondía el pantalón. No era suyo. Se dejó caer en el sofá grande y vio su reflejo en la televisión apagada. Era patética. Se acercó a la mesa inclinándose, ya que su pierna izquierda estaba bajo la derecha, que colgaba del sillón. Del líquido amarronado que había en la botella sobre la mesa echó un culo en el vaso de cristal que había al lado. Lo sustuvo frente a sus ojos y lo miró. El color era horrible. Lo acercó a su nariz. Olía asqueroso. Puso el vaso en sus labios y apretó los ojos. Le dio un trago largo, bebiéndolo de golpe. Su cara después mostró asco. Se limpió los labios con el dorso de la mano y volvió a mirar el vaso. Vacío. Como ella. Apoyó el vaso contra sus labios. Suspiró y su aliento lo empañó. Su vista estaba empañada también, pero no por su aliento, sino por su pena. Apartó ese sentimiento con la mano de su mejilla. Con rabia. No quería sentir pena de sí misma. Volvió a llenar el vaso y dio otro sorbo. Cada vez sabía peor. La desesperación recorrió su garganta junto al alcohol. Odiaba el whisky con toda su alma. Pero tambien se odiaba a si misma y allí estaba, contemplando su horrible reflejo en el televisor apagado mientras bebía como una maldita alcohólica que nada más tenía que hacer. Ni que perder. Empinó de nuevo el vaso y bebió hasta el final. Se dejó caer en el sofá, tumbada y cerró los ojos un instante. Un momento que se convirtió en eternidad mientras una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla de sus ojos cerrados y el vaso caía suavemente de su mano para rodar sobre la moqueta y perderse bajo la mesa de cristal. Perderse como se pierden los sueños cuando se escapan despacio de tus manos sin que puedas correr para atraparlos.

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