sábado, 13 de abril de 2013

Ven conmigo, confia en mí.

Cuando Keira salió de la bañera, el espejo que había encima del lavabo estaba completamente empañado por el calor que había dentro del baño, a causa del agua caliente que había usado y el calefactor que ahora parecía haberse apagado solo al alcanzar el baño la temperatura adecuada. Con la toalla, la chica lo limpió lo suficiente para mirarse. Había olvidado la última ducha caliente que se había dado. Ya no solo el agua caliente, sino el hecho de no tener un tiempo límite, de poder cerrar los ojos bajo el agua sin el miedo a que, al volver a abrirlos, hubiera una pesadilla ante sus ojos que la sumiera de nuevo en el oscuro mundo del dolor. Keira aprovechó aquella tranquilidad al máximo y salió del baño después de casi tres cuartos de hora dentro.
 Al abrir la puerta, pareció que el vapor concentrado dentro del baño quería salir con ella. En comparación, el apartamento estaba fresco, pero no frío, era una sensación agradable contra su piel. La morena salió vestida con un pantalón negro de una tela gruesa, como si fuera lona, lleno de bolsillos por todos lados y cerrados en sus caderas. No se puso una camiseta, solamente un sujetador negro que tenía un estúpido lazo pequeño rosa en el medio. Con la toalla sobre los hombros, se acercó hasta el salón aún sacudiendo la tela sobre su pelo mojado. Se quedó como una idiota mirando la televisión. Tampoco recordaba lo que era ver una televisión así. Ni siquiera sabía que las habían hecho tan sumamente planas y grandes. Casi sentía curiosidad, como si aquel mundo fuera nuevo para ella. Como si ella no perteneciera a él. En realidad, había estado muerta durante los ocho años anteriores por lo que tampoco la preocupaba lo que hubiera cambiado allí fuera. Sabía lo que no había cambiado. La justicia que la condenó. Y la sociedad que la abandonó.
El olor del café gritó su nombre. Siguiendo a su olfato, la chica se acercó a la cocina. Se atrevió a asomarse por la puerta, despacio, pensando que él no la había oído. Ryu estaba de espaldas a ella. De nuevo con aquella calma que había demostrado en la cama la noche anterior, el pelinegro contemplaba el café hacerse en una vieja cafetera de hojalata. A su lado había una taza de color morado con una cuchara dentro y un tarro con forma de manzana plateada al lado de la taza. Azúcar. Por un momento pensó en untarle entero en azúcar y lamer cada músculo y rincón de su cuerpo moreno; se lo comería entero. Dejó de morderse el labio inferior con fuerza cuando él se incorporó y se giró hacia ella. 
- ¿Te ha sentado bien? La ducha. 
- De maravilla - tuvo que admitir. 
Él no se sorprendió al verla sin una camiseta. Tampoco pensaba coartar su libertad, si quería andar provocándole por la casa, que lo hiciera. Pero debería atenerse a las consecuencias. Solo que él no la había avisado de ese pequeño detalle. Bueno, tampoco hacía falta, zanjó su mente. Si ella no pensara igual, no le miraría de la forma en que lo hacía. Aunque tal vez no se diera cuenta. Pero eso a él le traía sin cuidado. Consciente o no, el hecho era que Keira tensaba su cuerpo y le hacía dejar de pensar. 
Cuando la cafetera anunció con un ruido extraño que el café estaba listo, Ryu apagó el fuego más pequeño de la vitrocerámica y apartó el cacharro, que echaba humo. Con un trapo de color azul el pelinegro cogió la cafetera y la inclinó sobre la taza morada. Keira entró en la cocina y se apoyó en la encimera, al lado de él, mientras le miraba. Tenía que aprender cuanto antes como controlar su maldita atracción por él o quizá eso la podía volver completamente vulnerable a él. Y no había salido de la cárcel para caer en otro encierro similar o peor. En realidad, había comprendido bien la incapacidad de Ryu a decir "confia en mi". Porque, aunque se lo hubiera dicho, ella se habría negado. Sin embargo, sintiendo esa confianza que él también la daba mientras estaban en la cama había podido ceder a sus barreras hasta ese punto, dándole la confianza que él ansiaba conseguir. 
La confianza, y lo que no es la confianza. 
Puso los ojos en blanco ante aquel pensamiento y cogió la taza. Sopló suavemente el humo que salía del café y volvió a mirarle. 
- ¿Solo? - preguntó él, ligeramente extrañado
Ella miró la taza y soltó el aire de sus pulmones de golpe. 
- No - respondió, al darse cuenta de que el café no llevaba leche. 
- Ya decía yo - dijo él, acercándose al frigorífico para sacar un cartón de leche de color verde. 
Lo dejó sobre la encimera y ella se arregló el café. ¿Estaba boba o qué? Casi se había tomado el café solo, con lo que lo odiaba. Después de aderezarlo con un poco de azúcar, dio un sorbo largo. Luego volvió a mirarle. Él sonrió por lo que veía en su mirada. 
- Está bueno, ¿eh? 
- Creo que hasta ahora he estado bebiendo agua de fregar - se quejó. Nunca había probado un café como aquel. Y por la sonrisa del pelinegro, supo que se sentía halagado. 
- Pues disfrútalo. 
Mientras ella se tomaba su tiempo, el pelinegro recogió algunos cacharros que tenía por la cocina. Echó un vistazo al frigorifico, posiblemente elaborando una lista mental de las cosas que tenía que comprar.
- No te imaginaba como amo de casa - dijo de repente. Su boca había ido más rápido que su mente. Contuvo un chasquido de fastidio para regañarse a sí misma. 
- No me gustan las visitas. No quiero que nadie pise este lugar - aclaró él, cerrando la puerta del frigorífico -. Así que si quiero que esto esté ordenadito y limpio, he de hacerlo yo. Cosa que por otro lado, me da igual hacer. 
- Vaya, gracias por decir que no soy nadie - hizo notar la chica, subiéndose a la encimera de un salto para sentarse. 
- Creéme, eres alguien. Si no fueras nadie, te estaría gruñendo que te bajaras de mi encimera. Y sin embargo - dijo unos pasos lentos hacia ella. En su mirada la chica volvió a ver reflejado su propio deseo - no solo estás muy bien subida ahí - fue diciendo, mientras se colocaba entre las piernas abiertas de la chica y la miraba desde muy cerca. Demasiado cerca -, si no que esta noche has dormido en mí cama. 
Como si eso no lo hubieran hecho muchas otras mujeres. 
- ¿Y por qué? - dijo ella, omitiendo su pensamiento y casi conteniendo el aliento cuando él puso las manos sobre sus muslos. 
- Porque eres alguien - dijo solamente él. 
Odiaba que la respondiera de esa forma tan evasiva, pero cuando sus ojos se cruzaron con las pupilas azules del pelinegro, Keira se inclinó levemente hacia él, sin poder evitarlo. Sin embargo, antes de rozarle los labios y robarle un beso, el chico desvió suavemente la cabeza y posó sus labios en el cuello de la chica. Ella se quedó descolocada un instante. Hasta que se dio cuenta. Ryu había besado cada rincón de su cuerpo. Sus dedos, sus muñecas, sus mejillas, su frente, la había rozado la nariz y había recorrido con sus labios cada cicatriz, de principio a fin. Pero no la había besado los labios. Posiblemente solo fuera una estupidez, pero Keira en ese momento sintió que era algo importante. Algo que Ryu no iba a darle. Ni a ella ni a nadie. 
El pelinegro respiró hondo, notando el olor de su gel de ducha. Olía distinto en la piel de Keira. Su mano derecha se deslizó por su espalda, despacio. Al volver a sentir las cicatrices de la chica bajo su tacto, arrugó la nariz. Ella al darse cuenta, intentó alejarse, dejando la taza sobre la encimera y bajándose de un salto. Pero el cuerpo de Ryu la arrinconó contra la encimera y la mantuvo quieta. Los ojos del chico hicieron que la recorrieran descargas eléctricas por la espina dorsal.
- Ryu - susurró ella, cuando el pelinegro deslizó los dedos desde su cuello hasta el sujetador. Estaba rozando el lazo rosa.
- ¿Mmm? - Parecía entetenido en la curva de su cuello. 
- ¿Por qué?
- Hueles bien - respondió él. 
- No, idiota - soltó, obligándole a mirarla -. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué yo? Y... - No supo cómo decirlo. Como si esa palabra, le diera miedo.
- ¿La venganza? - la ayudó el pelinegro.
Ella asintió suavemente. 
- ¿No te convenceré de que guardes tu curiosidad ni con un poco de ardiente sexo por la mañana? - apeló él a su jodida atracción. 
Ella levantó una ceja, incrédula. E intentando disimular que aquellas palabras la habían puesto a cien. 
- No - respondió al fin, con firmeza.   
Él se pasó la mano por el pelo negro y suspiró. No podía evitarla toda la vida, y de hecho, ella tenía que saberlo todo. Iba a hacer de ella su cómplice. Quizá debería pensar que ella tenía que vivir, que se merecía una segunda oportunidad después de todo. Pero era egoísta. La necesitaba y eso era suficiente para él y para mantenerla a su lado. Y sabía, de alguna manera, que si ella no se quedaba con él, no tenía otro lugar en el que estar.   
- Vístete - dijo entonces -. Nos vamos de compras. 
- ¿Qué? ¿De compras? ¿Ahora? - preguntó, saliendo detrás de él de la cocina -. ¿Te volviste loco? 
- Sí. Sí. No - respondió el pelinegro -. Vamos. 
- No voy a moverme hasta que me lo cuentes - zanjó ella -. Ya está bien de jugar a los secretos estúpidos. Puede que todo esto haya sido una locura, pero fuiste tu quien me dijo "confia en mi". Y lo he hecho sin dudar. Ahora dame motivos para seguir creyendo, Ryu.
No se lo contaba por no discutir. Porque sabía como iba a acabar aquello. Pero tampoco podía llevarla a todas partes como si fuera un perrito faldero sin que supiera nada. Se armó de valor antes de girarse en medio del salón y la miró fijamente. Serio. Ella se irguió. Él se apoyó en el respaldo del sofá, de espaldas a la televisión, que seguía encendida como un murmullo.
- Te dije que busco mi venganza - empezó él. La chica asintió con la cabeza -. Sabes a lo que me refiero, ¿no es verdad?
Keira cogió aire con fuerza y volvió a asentir suavemente.  
- Han pasado ocho años - susurró -. ¿Aún es... por ella?
- Así es - confirmó el pelinegro -. Y lo que quiero es que tú me ayudes. 
- ¿¡Qué!? - soltó ella, abriendo mucho los ojos ante la sorpresa -. ¿De qué estás hablando?
- ¿Acaso pensaste de verdad que parte de mi venganza sería contra ti? - la interrogó. 
- Sí - respondió, después de pensarlo un instante. 
- Tú no tuviste la culpa, Keira - dijo Ryu, mirándola de forma severa -. No la tuviste. 
- Eso no es verdad - le contradijo ella.
- Sí lo es. Yo sé que lo es. Y sé que has pagado un precio demasiado alto por un crimen que no cometiste. 
- No, Ryu, tú no sabes nada - murmuró Keira, desviando la mirada. 
- Todo lo contrario. Lo sé. Lo que pasó. Lo que hiciste. Lo sé - repitió -. Pero si yo no te culpo por ello, nadie más tiene el derecho a hacerlo. 
- No. No tienes ni puta idea, Ryu. 
Sabía que no la convencería de ello. Muy fuertes debían ser sus convicciones a cerca de lo que pasó para que hubiera aceptado estar en un centro de menores y en la cárcel durante ocho largos e interminables años en los que había sufrido más de lo que él podía imaginar. 
- Eh -La voz de Ryu bajó suavemente -. Ven aquí - susurró, tendiéndola la mano. 
Keira le miró un momento antes de decidirse a estrecharla. Él tiró despacio de ella hacia él y la sentó en el respaldo del sofá, junto a él. La chica dejó la mirada en sus rodillas y él la dio un pequeño codazo para que volviera a alzar la vista. 
- No fue culpa tuya - repitió, poniendo énfasis en cada palabra -. No eres tú de quien busco venganza. Es de quienes la mataron - siseó. 
La morena sintió un nudo en el estómago. No iba a discutir su culpabilidad o no en aquello. Pero aquella oportunidad de acabar con las personas que la hicieron tomar decisiones que arruinaron su vida no iba a desperdiciarla. Nunca había querido venganza, en realidad. Sin embargo, Ryu se la estaba poniendo en la palma de la mano. Solo tenía que aferrarse a ella. Y a él
- ¿Qué es lo que quieres? - preguntó directamente, sin dejar de mirarle.          
- A ti. Y tus habilidades - añadió. 
Ella pareció desconcertada un momento. 
- ¿Mis...?
- Te necesito, Keira - dijo él, interrumpiéndola con suavidad. Esbozó una ligera sonrisa antes de añadir algo más -. Como hacker. 
La chica abrió la boca para decir algo pero no pudo, por lo que solamente susurró su nombre. Casi increpándole por haber urgado en su vida de aquella manera. 
- Ryu...
Él no mostró ni un solo arrepentimiento por saber ese tipo de cosas sin su permiso. Era un maldito egoísta. Pero aún así, debía reconocer que era jodidamente bueno en tener absolutamente todo cuanto le rodeaba, bajo su control. ¿Cómo podía aquel hombre saberlo absolutamente todo de ella? A veces se sentía desnuda internamente a sus ojos, como si realmente a él no pudiera esconderle ni sus más terribles miedos ni sus peores pesadillas.
- No puedo aceptar a cualquiera - siguió Ryu -. Esto tiene que salir bien, no hay ni siquiera una posibilidad de que salga mal. Quiero a la mejor hacker que hay en nuestros días. Y sé que esa, eres tú, morena. 
- ¿Cómo...? - preguntó, aún confundida.
- Oh, vamos, ¿pensaste que no me enteraría de que hackeaste la base de datos de la penitenciaría y de los Juzgados de lo Penal del este del país? - Parecía que le divertía ese hecho -. ¿Cómo lo hiciste? - preguntó, intrigado -. ¿Y por qué?
- Fue un delito - hizo notar la chica.
- Sí, pero no te pillaron. Por lo tanto, no fue nada - dijo él, encogiéndose de hombros -. Además, no hiciste daño a nadie. Eso juega en tu favor.
- En realidad nadie se imaginó que podría hacer algo así con los rudimentarios ordenadores de la cárcel y una mísera conexión a internet - confesó la chica -. Por eso no llegaron a investigarme a mí, de ninguna de las maneras. Pero, lo que intenté, cayó en saco roto. Al final todos mis esfuerzos fueron ocultados. A base de dinero, claro.
- Fuiste a por Aizawa y los demás, ¿verdad? - comprendió el pelinegro. 
Ella volvió a asentir con la cabeza. 
- ¿Qué pretendías? - quiso saber él, curioso. 
- Cargarles a esa gente todos los actos delictivos que han cometido a lo largo de sus asquerosas vidas - le dijo -. No te puedes ni imaginar la cantidad de archivos clasificados que hay con delitos que han cometido y simplemente, se han archivado. Es increíble. Desde multas de tráfico, pasando por robo en tiendas, escándalo público hasta... asesinato - murmuró la última palabra. 
- ¿Han cometido alguno más?
- No. Al menos no que esté registrado, quiero decir. De esos dos... - Ryu supo que se refería a Jim y Sira. Menuda pareja de sádicos cabrones - me creería cualquier cosa. Pero archivado en los juzgados... solo está aquel.
Keira no dio más detalles. Ryu se dio cuenta de que se le hacía duro hablar de ello. Sí, esa chica seguía culpándose por lo que pasó. Y él no iba a hacerla cambiar de opinión aunque lo intentara. Porque parecía decidida a cargar con esa condena el resto de su vida. 
- Pues verás, - siguió Ryu, rompiendo la tensión - esa gente ahora mismo ya no son niños de papá. Han heredado sus empresas y siguen adelante con sus vidas como si nada. 
- Tú también lo haces - hizo notar ella. 
- Si, es cierto, sigo con la empresa de mis padres e incluso las he ampliado al punto de que somos el conglomerado más famoso, adinerado y posiblemente temido del todo el país. Pero es todo una fachada. Para mi, superarles en dinero y prestiguio no significa absolutamente nada. Solo ha sido un camino que he tenido que recorrer para llegar hasta aquí. Hasta el punto en el que mi venganza, se vuelva una realidad.
El tono de la voz de Ryu podía asemejarse a la de un psicópata loco. Pero algo la decía que él distaba mucho de serlo. Aunque también sabía que la clemencia y la piedad no estarían dentro del vocabulario del pelinegro una vez que todo aquello, empezara. 
- ¿Y por qué necesitas un hacker? - preguntó entonces Keira. 
- Porque si quisiera pegarles un tiro entre ceja y ceja, ya lo habría hecho - le dijo él -. Pero eso es demasiado fácil para ellos y solamente me condenaría a mí. Quiero destruirlos por completo, Keira. No quiero dejar nada de ellos en pie. Absolutamente nada.
Empezaba a vislumbrar los planes del pelinegro. Su odio iba más allá de toda lógica. Habían pasado demasiados años y aún así, los ojos azules de Ryu se volvían oscuros al hablar de aquello. Como si aún viviera en esos días. Atrapado en su propio pasado.    
- ¿Quieres decir que vas a ir a por sus imperios?
- Más que eso. Voy a por lo único que les importa en la vida, lo único que de verdad tienen. Su podrido dinero.   
- Vas a arruinarles - susurró Keira. 
- Completamente - confirmó él, sin vacilar.  
Keira se mantuvo en silencio un rato, como si estuviera asimilando dónde estaba a punto de meterse. 
- Dime una cosa - dijo de repente. 
- ¿Qué?
- Si no te ayudo... ¿retirarás mi fianza y me harás volver a la...?
- Jamás - la interrumpió él, mirándola fijamente -. No te devolvería allí dentro por nada del mundo, Keira. La próxima vez que quisiera ir a verte, podrías estar muerta. 
- ¿No lo haces porque me necesitas? Porque quieres utilizarme - insistió ella. 
- Quiero hacer esto contigo, que es distinto. De todas formas, tampoco pretendo que lo entiendas. Simplemente tienes que decidirte. Pero recuerda que tienes toda la libertad del mundo para hacerlo. Es tu decisión, no la mía.    
Ryu no parecía querer controlarla. De haber sido así, realmente la hubiera amenazado con volver a la cárcel. Aquello era parte de su concepto de confianza, supuso. La chica suspiró imperceptiblemente. Acababa de salir de la cárcel después de seis penosos años en ese lugar, ¿no debería estar pensando en qué paradisiaca isla iba a pasar el resto de su vida? Sin embargo, allí delante podía tener el camino de la redención. Por otro lado, la idea de remover el pasado tampoco la atraía demasiado. Ryu había dicho que sabía lo que hizo... ella lo dudaba mucho. Posiblemente se refiriera a su relación con Sakura. Pero no tenía ni idea de hasta donde era culpa suya que esa chica estuviera muerta. Su cabeza era un hervidero de cosas que no era capaz de poner en orden. Miró a Ryu de soslayo. Él parecía mirar al suelo, sin intención de intervenir en su decisión. El chico había cambiado pero, en el fondo, seguía siendo el mismo chaval de instituto con aire rebelde y un punto irresponsable y frío. Él solo no podía hacerlo y por eso había ido a buscarla. Él levantó la mirada y se cruzó con la de ella. Y entonces, por alguna razón, Keira supo que no podía dejarle solo. Porque él no iba a utilizarla. En realidad, la necesitaba de verdad. 
- ¿Qué tenemos que comprar? - respondió ella a su proposición. 
Él sonrió ampliamente, de forma medio retorcida. Ella contuvo el aliento. El pelinegro la tendió la mano. Keira la miró solo un segundo antes de estrecharla con la suya. Ya no había vuelta atrás.
- Material de oficina - dijo solamente él.   
Después de que él se cambiara y Keira sacara una camiseta de color blanco de tirantes y una chaqueta de cuero negra y se las pusiera, ambos volvieron a subir a aquella especie de montacargas ruidoso que él llamaba ascensor. El pelinegro se había puesto un traje negro con una camisa blanca, sin llegar a la corbata. Había cambiado las gafas de ver por unas Rayban de sol después de ponerse las lentillas. Mientras iban en el montacargas, él la echó un par de vistazos de forma disimulada. 
- ¿Qué pasa? - le preguntó ella. Parecía que el chico tampoco podía ocultarle demasiadas cosas a ella.  
- No pegas absolutamente nada con mi mundo - soltó. 
- Mira quién fue a hablar, el rebelde que vestia así para ir al instituto - se quejó ella. 
- Si, pero las cosas han cambiado, Keira. Ahora estoy dentro de esta maldita sociedad y hay algunas normas que no me queda más remedio que acatar - la dijo, mientras le abría la verja del montacargas para que bajara -. ¿Tu te crees que me gusta ir siempre vestido con un traje y una asfixiante corbata?
- Pues parecias cómodo vestido de ricachón - dijo Keira, siguiéndole por el enorme piso, que usaba como aparcamiento. 
El pelinegro se dirigió hacia el BMW plateado y abrió las puertas con el mando.
- La costumbre, son demasiados años - suspiró él, abriendo la puerta del conductor
Keira se echó un vistazo a sí misma antes de subir. ¿Tan mal estaba? Esa ropa para ella era cómoda y útil si tenía que correr. Aunque, si lo pensaba en frío, ¿por qué iba a tener que correr? Suspiró y levantó la vista hacia su flequillo. Veia las puntas del pelo rubias y el resto moreno. Él la había llamado morena. Al subir al coche se sentó de lado, mirándole fijamente. El pelinegro la devolvió la mirada antes de arrancar, pero con la llave metida ya en el contacto.
- ¿Voy a tener que cambiar? - le preguntó directamente. 
- No. A mi me gustas así - respondió sinceramente Ryu. 
- ¿Entonces? ¿A qué viene lo de mi aspecto?
- Viene a que vas a tener que hacer trabajo de campo, ricura. 
- ¿Perdón? - No sabía si la había sorprendido más lo de "trabajo de campo" o "ricura" -. Me dijiste que me necesitabas como hacker, no como infiltrada - le espetó. 
- Para conseguir algunas de las cosas que necesitamos, no hay más remedio que presencia física. Y no puedo confiar en nadie más, Keira. 
- ¿Pero tú quien te crees que soy yo? ¿James Bond? ¡Ryu, por favor! Yo no puedo hacer algo como eso - insistió ella. 
- Podrás, sé que podrás. Has sobrevivido en una cárcel de alta seguridad durante seis años después de haber sobrevivido en un antro para menores lleno de la peor escoria de la podrida sociedad - respondió él -. Tus sentidos están más agudizados que los de cualquier persona que pueda encontrar para hacer esto. Y no quiero tener que ganarme la confianza de nadie a base de dinero. 
- ¿Y por qué no consigues esa confianza como conmigo? - le soltó. 
- Porque tú tienes un motivo para ayudarme. Y, Keira, soy jodidamente irresistible, sí, pero... no tanto como para mantener una relación de trabajo con una mujer sin que pida algo a cambio. Algo además de mí, quiero decir.
- Vamos que no quieres soltar un duro - dijo ella, cruzándose de brazos.
- No quiero tener que matar a nadie - sentenció él -. No podría dejar con vida a quien me ayudase, porque esto es un escándalo demasiado grande y jugoso, Keira. Nadie callaría ni por todo mi imperio. Y sería mi propia ruina. Espero que no haga falta que te recuerde que, si no he matado a esos asesinos ya es porque no quiero caer yo con ellos. Si contratase a otra persona, estaría cayendo en mi propia trampa. Y eso no voy a permitirlo.
- ¿Y a mi? ¿No me matarás a mí?
- Por supuesto que no. Compartes mi pasado, eres alguien en quien puedo confiar. Mira, me han traicionado muchas más veces de las que me gustaría recordar. Pero sé que tú no lo harás. 
- ¿Por qué? - susurró, sorprendida ante aquella confesión. 
- Porque tú estás en esto conmigo. No eres mi asesina a sueldo. Eres mí cómplice.  
Keira contuvo un instante el aliento. Su cómplice. ¿Por qué sonaba rematadamente bien? La morena relajó los hombros y suspiró. Él tenía razón, le entendía perfectamente. Pero el hecho de tener que meterse de lleno en aquello, de traspasar las pantallas de sus ordenadores, realmente la aterraba. Volver a la sociedad así sin más era un empujón bastante importante en su espalda. Miró de refilón a Ryu, que no la quitaba los ojos de encima. 
- Está bien - susurró. Entonces volvió a mirarse la ropa -. ¿Qué demonios tengo que hacer?
- Yo te enseñaré. Tranquila. No vas a estar sola. Yo estoy contigo, ¿de acuerdo?
- No lo estarás siempre - hizo notar ella -. Así que no me hagas ese tipo de promesas, hazme el favor. 
- Eso lo veremos - dejó él en el aire, cerrando la conversación. 
Arrancó el motor del BMW y salió del garaje. A Keira aún le parecía bastante sorprendente que Ryu se hubiera construido su casa en lo que por fuera parecia un simple edificio abandonado en construcción. Aunque aquel lugar era bastante acogedor, y a ella le había encantado por completo. Se dio cuenta entonces de que se había dejado la bolsa de deporte negra en el baño. Ese pequeño detalle la hizo sonreír ligeramente. Dejar sus cosas en esa casa era como saber que tenía que volver allí. Que podía hacerlo. Que cuando no tuviera dónde más resguardarse, el montacargas estaría allí para chirriar mientras la subía al apartamento de Ryu. Y él era el culpable de que pensara así. De que se sintiera de esa manera. ¿Lo había hecho inconscientemente o era algo planeado? ¿Solamente sería hasta que terminara de hacer su trabajo y después la pondría de patitas en la calle? Lo más seguro era que sí. Ryu la había sacado de la cárcel y la había llevado hasta allí solo porque la necesitaba para ejecutar su ansiada venganza. Era cierto cuando él había dicho que solo vivía por ello. Keira sintió que eso era un poco triste. Pero no era quien para dar lecciones de la vida. Por un momento pensó, se dio cuenta de que la tarde anterior había salido de un encierro para meterse en otro. Ryu parecía tener su vida completamente planificada, hasta el último detalle. Sin embargo, quizá hubiera una diferencia entre una cárcel y la vida que Ryu la ofrecía. Y era que ella había tenido la oportunidad de elegir. Había podido decir que no. Una dulce oportunidad de tomar decisiones que nadie había vuelto a darle desde que fue condenada por asesinato, ocho años atrás.                                        


4 comentarios:

  1. Este capitulo o entrada digamos me a encantado. Mas que nada por que se demuestra el cambio de caracter de Keira, se la muestra a ella, el como es, a parte de todo lo que haya sufrido por supuesto.

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    1. Si te digo que acabas de describir más bien la siguiente entrada que estoy preparando... ahí si puedes decir que conoces a Keira, ya verás.

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    2. Lo esteré esperando y por cierto el azucarero en forma de mazana me a venido a la mente el azul de mi casa xD. Me a hecho mucha gracia

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    3. Espero no hacer demasiado larga la espera. Mi abuela tiene ese azucarero, con el que yo tendía a hacer putadas cuando lo sacaba en las comidas familiares, por eso lo puse.

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