domingo, 21 de abril de 2013

Mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor...

Keira no se acostumbró fácilmente a la soledad del apartamento. Estar sola no le daba ninguna libertad que no tuviera cuando también estaba Ryu, por lo que realmente era triste sentirse de esa manera. Aunque tenía que agradecer que aquel lugar fuera el paraíso, y no el infierno en el que había vivido durante los últimos ocho años. 
El primer día de trabajo fue duro. La entrevista no fue demasiado complicada. Con la ropa que tanto había provocado a Ryu consiguió el mismo efecto en Yukiya, aunque la mirada de su nuevo jefe la había dado náuseas  Él no la reconoció. Había contado con ello. Después de todo, había cambiado mucho. Y no solo físicamente. La secretaria del segundo al mando, un tipo raro llamado Kai que llevaba las cuentas de la empresa, no estuvo de acuerdo con su contratación. La mujer parecía querer tener el monopolio de "debajo de las mesas de los jefes." Como si a Keira le interesara eso. Ella estaba por encima. Desde el momento en el que entró en aquel edificio, en aquella empresa, había estado memorizando todo lo que veía a su alrededor, fijándose en cada movimiento y en cada pequeño descuido. Hasta en cómo tomaban los jefazos el café. Para poder entrar en las oficinas sin que nadie sospechase de ella. Sin embargo, aquello le llevaría más tiempo del que había imaginado. Siete meses y una semana, para ser exactos. Lo llevaba prácticamente apuntado en el calendario. Aunque habían sucedido cosas que llevaba apuntadas en otro sitio más profundo. Cosas que Ryu la había grabado a fuego en la piel y en el alma. 
La primera semana que estuvo trabajando con Yukiya fue capaz de hacerle un acertado perfil psicológico, pero nada más. Y para colmo, ese fin de semana Ryu tuvo un viaje de negocios y no volvió a casa. El lunes, al volver del trabajo en el coche que el pelinegro le había prestado, encontró algo que no esperaba. Junto a la puerta del garaje había una caja. Sin nombre ni dirección. Quien la hubiera dejado allí sabía quién vivía en ese apartamento. Por si acaso era peligroso, la chica lo había abierto allí fuera. Y se sintió estúpida al haber pensado que aquello podía tener algo de peligroso. Un libro. Solamente había un libro dentro de la caja. Entonces cayó en la cuenta. Solamente una persona sabía que ella vivía en aquel apartamento. No entendía la razón de un regalo por parte del pelinegro, pero tuvo que reconocer que el chico había dado en el clavo con su gusto por las novelas de misterio mezcladas con parte de un pasado histórico oculto y, sobretodo, con malos avariciosos que siempre acababan jodidos. Después de aquel, cada semana llegaba una caja. Algo que, al final, Keira se acostumbró a esperar.
Los fines de semana que Ryu volvía, al principio, los pasaban hablando de trabajo. Pero poco a poco, el pelinegro se acostumbró a tumbarse en su gran sofá de cuero negro con Keira a su lado, bien sentada en su regazo o tumbada junto a él. A pesar de que llevaba el pelo corto, el chico tenía la inconsciente costumbre de juguetear con su flequillo entre los dedos. La sensación de tenerla allí, tan cerca de él, paliaba toda la soledad que sentía durante la semana entera. Cada vez le costaba más mantener oculto a los demás que algo bueno le estaba pasando. Keira le estaba cambiando. Y aunque tratara de luchar contra eso y a veces fuera borde con ella, no podía evitar sentir la necesidad de abrazarla contra él. Sin embargo, a pesar de eso, cuando estaba enfadado por algo de su trabajo o pensaba demasiado, se volvía arisco. Algo con lo que Keira sabía lidiar a la perfección. 
- Podías dejarme un huequito - le dijo, mirándole tirado cuan largo era en el sofá -. Quiero ver la película. 
- La han puesto millones de veces en la tele - respondió él, sin moverse. 
- Sí, pero te recuerdo que llevo ocho años sin ver una televisión - le espetó. 
Él no respondió. Ella suspiró. 
- Ni siquiera eres capaz de darte cuenta todavía de cuándo quiero estar a tu lado para que dejes de pensar. Maldito cabezón orgulloso - susurró entre dientes, fastidiada por tener que decirlo. 
El pelinegro la sujetó de la mano y tiró de ella hasta tumbarla en el sofá. La miró un momento intenso y luego la mordió la oreja. Para Ryu aquello era como el beso que desencadenaba todo. Porque nunca la había besado los labios. 
- Si quieres que deje de pensar vas a necesitar más que una película - la susurró en el oído, lamiendo la zona que había mordido. 
 - Entonces apaga la televisión - respondió la morena, deslizando la mano sobre la camiseta del chico y llegando a la goma del pantalón de deporte que llevaba puesto. 
La sonrisa de complacencia del pelinegro la hizo temblar. Como lo hacía cada vez que le veía en la cocina a la mañana siguiente preparando algo para comer. Con sus vaqueros azules y sus camisas viejas o sus camisetas de manga corta, fuera como fuera, concentrado en hacer la comida para los dos mientras ella no podía apartar los ojos de él. Ni siquiera cuando él se daba cuenta y la pillaba mirándole de forma descarada. La daba igual. Porque quería mirarle. Y punto. 
Cuando la chica cumplió los dos meses en la empresa, le pagaron su primer salario. Como había entrado a trabajar a mitad de mes, le habían pagado los dos meses a la vez. Un par de días después de eso, Keira cumplió veinticinco años. Ryu tuvo que viajar de nuevo, pero a la semana siguiente volvió al apartamento. Keira se asomó a mirar al elevador mientras lo escuchaba subir. Reconocía que aquel sonido le ponía el corazón a mil, sabiendo que él estaría tras aquella reja. Pero aquel día lo primero que vio fue una gran cabeza de color azul. Se acercó despacio y vio salir al pelinegro de detrás de aquel oso de peluche gigante. 
- Feliz cumpleaños - sonrió él. 
El gesto de la cara de Keira le recordó al de una pequeña niña inocente. Dando un grito de alegría, la chica se tiró encima del oso, que la sujetó a la perfección de lo grande que era, y le dio un abrazo. Casi no podía abarcarlo. 
- Vale, deja de hacer el bobo - dijo Ryu, entrando en el apartamento. 
- Oh, vamos, es genial, y blandito - respondió ella -. Y huele como tú. 
- Será porque casi tengo que salir yo del coche para traerlo - ironizó él -. Bueno, ¿qué? ¿Ya has amortizado tu primer sueldo?
En realidad tenía más que de sobra con el dinero que Ryu dejaba allí todos los meses. Pero había caprichos que no estaba dispuesta a que él pagase. 
- Sí - dijo, levantándose del regazo del oso y tratando de sacarlo del elevador. 
- ¿En qué?
La chica pasó a su lado con el peluche entre los brazos y movió hacia los lados la boca. Estaba comiendo un chupachups. 
- ¿En eso? - soltó él. 
Ella asintió y señaló con la cabeza la mesa del escritorio. Había un saco entero de esos allí encima. 
- ¿Va en serio? - preguntó, aún incrédulo.
- ¿Qué pasa? Me encantan - respondió Keira, dejando el oso en el suelo, al lado de la cama.
Ryu se acercó a ella después de quitarse la americana y le robó el chupachups de la boca.  
- Te saldrán caries - dijo solamente. 
Antes de meterse el caramelo en la boca y sonreír de forma torcida. La morena solo deseó recuperar aquel dulce. Y probar su saliva solamente por una maldita vez. 
El oso de peluche gigante había sido la peor idea de su vida. Pero al ver la ilusión de Keira esa sensación había desaparecido. Ella no le acusaba de cursi, antiguo o loco. Es más, juraría que había acertado. Cosa de la que se dio cuenta la noche que llegó al apartamento después de tres semanas lejos y se encontró a Keira durmiendo acurrucada al oso de peluche. Al verla, la tapó con la sábana y se dirigió al sofá para dormir. Pero no había podido resistir la tentación de mandar el peluche al sofá y ser él quien acurrucara a la chica entre sus brazos. Junto a su calor. Algo que Keira reconoció incluso en sueños cuando se aferró con fuerza a él y sonrió dulcemente en su inconsciencia.
Durante los meses siguientes, además de hacer su trabajo para Yukiya y a la vez ocuparse de investigar hasta las raíces de aquella empresa, Keira siguió vigilando los movimientos del recientemente aparecido Chen. Aún no parecía recuperarse del todo, pero últimamente había visto por la oficina de Yukiya a alguien que podía ir de parte de él para hablar de negocios. Había puesto sus siete sentidos en vigilarlo todo para no perderse absolutamente nada. Ryu estaba también acostumbrado a recibir los informes de Keira. Aunque lo que no decía era que, estuviera con quien estuviera, ocupado o no, fuera donde fuera, siempre lo interrumpía todo para hablar con ella. Para escucharla, aunque fuera hablar de su venganza. Cuando se dio cuenta de que anteponía el sentimiento de calidez que le provocaba Keira antes que su venganza, Ryu dejó de ir por el apartamento. Así sin más, sin dar explicaciones. En cada llamada, contestaba brevemente, solamente escuchaba. E incluso hubo veces que colgó el teléfono cuando ella llamaba. Empezó a sentirse confuso y eso no le gustaba absolutamente nada. ¿Podía sentir algo por ella? ¿Debía hacerlo? No estaba dispuesto a dejar que su corazón le dijera cuál era la elección que debía hacer si en algún momento tenía que decidir entre venganza... y vivir. Trató de culpar a Keira de eso, como si hubiera sido ella la que le había seducido y le estaba jodiendo, como si fuera ella quien le estaba cambiando por dentro y le estaba volviendo completamente loco. Pero en el fondo, sabía que ella no era más que una mujer por fuera y una niña aún asustada e inocente por dentro. Y si le tenía desesperado de aquella manera, era porque él se había dejado. Incapaz de resistirse a ella. Por su parte Keira se enfadó al principio. No entendía a qué venía aquella forma de comportarse por parte del pelinegro, aquel cambio respecto a ella. ¿Habría hecho algo que le había sentado mal? ¿Por qué no respondía al teléfono como antes? ¿Y por qué la había dejado tan sola? Sin embargo al final terminó pensando que a Ryu solo le interesaba su venganza y que si ella había esperado más de él, se había equivocado. Si Ryu no tenías más prioridad que esa, ella no dejaría que él se convirtiera en su propia prioridad. Si él deseaba una relación así, de socio a socio, algo frío, firme y sin sentimientos, ella así lo haría. O al menos, lo intentaría. 
Una tarde, siete meses después, Ryu estaba sentado en el sillón reclinable de cuero de su despacho, echándole un vistazo a los últimos informes de su ayudante de cuentas cuando la pantalla del ordenador se quedó totalmente en negro. Él dejó la taza de café sobre el escritorio y tanteó algunas teclas del teclado e incluso movió el ratón hacia los lados intentando volver a recuperar la visibilidad de la pantalla. Antes de que se levantase para buscar a un técnico en informática, un mensaje en letra verde y en formato de códigos de sistema apareció en la pantalla. 
"Deberías aplicarte más en lo que a seguridad informática de la empresa se refiere, Kagura."
El pelinegro chasqueó la lengua y se acercó al teclado. Estaba muy cabreado. Aquella persona parecía haberse paseado por sus sistemas como Pedro por su casa y eso le ponía enfermo. ¿Quién se creía que era para tomarse ese derecho? Al escribir, hundió las teclas con fuerza hasta el fondo del teclado.
- ¿Quién cojones eres? - escribió mientras gruñía. 
"Blue. Y soy quien acaba de evitar que un virus que se había saltado todas las murallas de tus técnicos acabara con absolutamente toda la red informatizada de tu querida empresa, so imbécil."
- ¿Y por qué lo has hecho?
"Porque esta es mi forma de protegerte."
- ¿Protegerme? ¿Tú a mí? ¿De qué?
"Sí. Protegerte. De quienes intentan destruirte. Igual que tú me protegiste a mí de quienes intentaban destruirme, Ryu." 
El pelinegro iba a escribir la siguiente pregunta cuando sus dedos se congelaron sobre el teclado. Contuvo el aliento un instante. 
- Keira - pronunció en voz alta. 
Blue debía ser su nombre como hacker. Por un momento se quedó sin palabras. ¿Le había estado vigilando a él también? Si desde luego había sido capaz de detener un ataque como el que estaba diciendo, realmente le debía una muy gorda a la chica.  
- ¿Qué le has hecho a mis ordenadores? - volvió a escribir. 
"Nada. Solamente estoy hablando contigo, el resto de ordenadores funcionan a la perfección, no te preocupes."
- ¿Y dices que alguien ha intentado sabotear mis sistemas?
"Exacto. Con la precisión de un halcón, para más detalle. Iba a por todas."
- ¿Cómo lo has detenido?
"Ah. Secreto profesional."
Ryu imaginó a Keira riéndose de él ante aquella respuesta y no pudo evitar sonreír levemente. 
"Bien, ahora que he limpiado toda tu mierda, volveré a mi trabajo. Señor Kagura, un placer."
- Espera - dijo en voz alta, antes de poder escribirlo. 
La pantalla volvió a cambiar de nuevo y los documentos que estaba revisando aparecieron otra vez frente a sus ojos. Suspiró y se recostó en el sillón. Keira se había dado cuenta de que pasaba algo así incluso cuando ese no era su trabajo. Le había librado de un caos que difícilmente hubiera podido manejar por sí solo. Y él solo trataba de evitarla por miedo a... ¿enamorarse de ella? Sacudió la cabeza, negándose a sí mismo aquella estupidez. No era posible. No lo era. 
Al final, ese fin de semana decidió volver al apartamento. Llevaba con él una bolsa entera de esos chupachups que tanto la gustaban para agradecerle que hubiera protegido su empresa. Al principio cuando todo empezó, Ryu siempre pensó que aquella empresa solamente era la tapadera perfecta a su venganza. Pero poco a poco se fue dando cuenta de lo mucho que había trabajado su padre para mantenerla a flote y que al heredarla le habían confiado una responsabilidad mayor de la que él creía estar aceptando. Sin embargo, fue capaz de mantener las expectativas de los ejecutivos más veteranos que siempre alegaron que Ryu sería incapaz de lograr manejar aquel negocio. Y, para desplante de unos cuantos, no solo lo había manejado a la perfección, sino que en los últimos años el negocio y la empresa se habían extendido al punto de convertirse en uno de los mayores conglomerados del país, contando incluso con relaciones extranjeras muy prometedoras y fructíferas a largo plazo. Quien había desconfiado de él, se había equivocado por completo. Ahora que su venganza había comenzado, sentía que debía proteger la empresa más de lo que ya lo hacía. Porque, en el fondo, quizá eso era lo único que no estaba dispuesto a sacrificar. 
Keira no se movió del escritorio incluso al escuchar el elevador. No mostraría las jodidas ganas que tenía de mirarle a los ojos. En cuanto el sistema terminó de cargar unos datos en su pendrive, la chica se levantó y se encontró de frente con el pelinegro. Él la miró de arriba abajo. Iba vestida aún con su ropa de secretaria. Pero ya era viernes por la tarde. 
- ¿Qué estás haciendo?
- Terminar tu trabajo - respondió pasando a su lado, con cierto tono hiriente del que él se percató como si le hubieran dado una buena hostia. 
- ¿De qué hablas? - suspiró, girándose hacia ella. 
- Tengo las claves para desencriptar los archivos de Yukiya - le informó. 
- No me lo habías dicho - hizo notar él. 
- Te lo estoy diciendo ahora - contestó Keira.
- Oye, escucha, este trabajo es... - empezó el pelinegro, dejando la bolsa sobre el escritorio y acercándose a ella. 
- Sé perfectamente lo que es - le cortó la morena, mirándole desafiante -. Estoy preparada para hacerlo y lo haré. Esta noche, acabaré con Yukiya. 
- Deja que te acompañe - propuso Ryu. 
- Sí, claro, no te jode. Después de todo, sería completamente normal que las cámaras te vieran, ¿no?
- Pero si te ven a ti y justo después pasa algo, sabrán que has sido tú - susurró él. 
- A mí nunca me encontrarán - murmuró la chica, con un aire algo misterioso. 
La morena se apoyó en la mesilla del vestíbulo para ponerse los zapatos. Parecía totalmente convencida de lo que estaba haciendo. Era él quien no sentía esa convicción por ninguna parte. 
- Keira, espera - insistió, sujetándola de la muñeca. 
- Suéltame - reaccionó ella, tirando del brazo. 
- ¿Qué pasa?
- No, ¿qué te pasa a ti? Parece que de repente no estás tan convencido de lo que quieres.
Quizá había dado en el clavo. El chico se puso tieso. 
- Claro que lo estoy. Quiero destruir a los cabrones que me robaron a Keiko hace ocho años, jamás he puesto en duda lo que tengo que hacer. Así que, ¿qué estupideces dices? - escupió casi con enfado. 
- Sí, eso es lo que soy. Una maldita estúpida - susurró -. Encima de la mesa hay un transmisor. Yo llevaré uno en la oreja. Si quieres vigilarme, controlarme o te interesa lo que voy a hacer, esa será la forma de contactar conmigo. 
- Para la amabilidad que derrochas al hablar casi mejor no molestarte - le espetó el pelinegro. 
La chica sintió que su paciencia se había terminado. Se giró hacia él y apretó los dientes, pero no fue capaz de contenerse. 
- Eres un maldito gilipollas cretino bastardo cabrón hijo de puta - soltó -. Me dejas aquí abandonada durante ¿cuánto tiempo, eh? ¿Casi dos meses? ¡Dos jodidos meses, Ryu! - gritó, incapaz de contenerse -. Y ahora llegas como si nada y encima te crees con derecho a decirme todo esto y a tratarme de esta manera. Si ese es Kagura Ryu entonces estupendo. No volveré a esperar absolutamente nada de ti. No debí hacerlo desde el principio - susurró -. Sin expectativas, nunca hay decepción. 
La había decepcionado. La había dejado sola. La había condenado a su venganza. Y a pesar de todo, ella le había protegido ante el cabrón que había intentado joderle el sistema y arruinarle hacía unos días. 
- No debí dejar que te enamorases de mí - susurró él -. Así no estaría pasando todo esto. 
- ¿Perdona? - soltó Keira, con incredulidad en la cara -. Tú no tienes la capacidad de hacer que alguien se enamore o se desenamore de ti - le espetó -. Esa decisión no te corresponde a ti, maldito cretino. Y además, ¿quién ha dicho que yo estoy enamorada de ti? 
- Tu reacción - respondió automáticamente el pelinegro. 
- Ya. Que te crees que todas te respondemos así cuando nos enamoramos de ti y tú nos decepcionas - comprendió ella -. Pues mira, estúpido ignorante, solamente estoy cabreada porque me has tenido preocupada sin ni siquiera una llamada. No es que debas darme ninguna explicación. Pero un "no iré" sería suficiente para saber que tu miserable vida seguía latiendo. 
- Estás mezclando placer con trabajo, Keira - dijo Ryu, poniéndose serio -. Y eso no me gusta.
- ¡Ja! Mira quien dice eso. El que se acostó conmigo por confianza - le recordó -. Yo no estoy mezclando nada. Pero creo que es comprensible que, si después de ocho años de soledad y miedo tengo a una persona a mi lado aunque sean dos jodidas noches, es normal que me acostumbre a ello y no quiera dejar ir ese calor. ¿O no?
- ¿Dices que valdría cualquiera? - preguntó él, casi ofendido. 
- Estoy diciendo que me siento sola, gilipollas. Eso estoy intentando decirte. Y no juegues conmigo - siseó -. Si valiese cualquiera o quisiera el calor de quien fuera, ya lo habría buscado. Pero no lo he hecho. Y si quieres pensar que es porque... te quiero - pronunció al fin -, pues piénsalo. Si te hace ilusión, hazlo. 
- ¿Entonces por qué te quejas de mi comportamiento si solamente somos socios en esto? - insistió el pelinegro. Tal vez intentando entender la forma de pensar y de sentir de Keira.
- ¿Quieres saber por qué? Pues bien, te lo diré. -Sus ojos se encontraron, y Ryu tuvo que luchar contra una mirada fiera -. Porque eres importante para mí. -No dudó al hablar -. Y porque eres lo único que tengo en este jodido mundo. 
Y en ese instante en el que se miraron fijamente, los dos supieron que se acababan de alejar. Dejando entre ellos un abismo que incluso podía llegar a doler. 
Antes de que Ryu pudiera siquiera procesar sus palabras, Keira subió en el elevador y pulsó el botón para bajar al garaje. Él se quedó con la cabeza patas arriba en ese momento. ¿Qué anteponía Keira? ¿Cuál era su prioridad? ¿Por qué parecía que ella podía hacer cualquier cosa incluso sintiendo algo por él? Ryu no comprendía cómo podía dejarse llevar por lo que parecía sentir y a la vez ser capaz de mantenerse firme en sus propósitos. Y ella parecía saber la respuesta. Porque lo hacía. 
El pelinegro caminó hasta la mesa y encontró el transmisor. Se lo puso en la oreja y respiró hondo. 
- Keira. 
- No molestes - respondió ella desde el coche. 
- Está bien - dijo al final Ryu -. Te seguiré por aquí. Ve. Y acaba con él. 
- Sí, Señor. 
Las palabras de la morena se le clavaban como espadas. Pero no antepondría a Keira a su venganza. No debía hacerlo. Él era así. Y si ella era capaz de sentir y hacer en consecuencia, capaz de realizar su trabajo sin más preocupación, entonces que lo hiciera. Pero él hacía mucho que había dejado de sentir y pensar en aquellas cosas que le desestabilizaban por completo. Por lo que si la solución que necesitaban era mantener una relación estrictamente profesional, que así fuera. 
Sin embargo, mientras ella conducía hasta las oficinas de Yukiya, Ryu miraba a todos los lados del apartamento. En cada lugar había algo que le recordaba a la chica. El peluche sobre la cama, la bolsa de deporte que llevaba el primer día, los ordenadores, los chupachups, el sonido del cuero del sofá mientras lo sentía en la espalda y Keira montaba sobre él. Joder. ¿Qué estaba haciendo? Y la pregunta más difícil de todas. ¿Qué tenía que hacer?
Keira aparcó el coche atravesándolo en dos plazas. No estaba de humor para colocarlo. Se quedó un instante en el coche, intentando tranquilizarse. Nunca había hecho un trabajo de infiltración pero sabía que podía hacerlo. Si había sido capaz de engañar a todo el mundo fingiendo ser solo la secretaria, también podía colarse en las oficinas sin problema. Cogió el bolso, que le daba un aire más natural e inofensivo y se acercó al puesto de vigilancia nocturna. Saludó educadamente al guardia de seguridad y le enseñó su acreditación como secretaria para que la dejase pasar. El hombre la miró bien de arriba abajo y ella aguantó sin llamarle de todo o cruzarle la cara y partírsela en tres. El guarda comprobó la acreditación y la dejó pasar. Primer obstáculo superado. Ahora tenía que tratar de no mirar demasiado a las cámaras, como si aquello fuera algo casual. De todas formas, tenía preparado un montaje con las imágenes que había hackeado de las propias cámaras unos días antes. Incluso se había quedado una noche hasta tarde simulando que trabajaba para poder ponerle esas imágenes en pantalla al guardia. Las pondría mientras ella estaba en el despacho de Yukiya y después, cuando saliera, borraría las cintas de esa noche, dejando las que ella había manipulado. Sin pruebas, nadie creería al estúpido guarda. El siguiente paso era abrir la cerradura del despacho. No tuvo mayor problema con su juego de ganzúas favorito. La puerta cedió en apenas un par de minutos.
- Estoy dentro - susurró. 
- Perfecto. -La voz de Ryu en el oído la dio un escalofrío -. ¿Qué ves?
- Tienes una imagen de la cámara del despacho de Yukiya en el ordenador - le dijo. No tenía tiempo para describirle lo que estaba viendo. 
El pelinegro se giró hacia uno de los ordenadores y abrió el programa que manejaba Keira para hackear las cámaras. Buscó la imagen en la que aparecía ella y la hizo más grande. 
- Vale, puedo verte.
- No toques nada más - la advirtió mientras caminaba despacio sobre la moqueta del despacho -. O me joderás el plan. 
- Tranquila. Solo miraré. 
- Bien. 
Keira no había querido pedirle ayuda, pero tener a alguien al otro lado de las cámaras para ver lo que pasaba en el resto de la oficina era una ayuda extra realmente incalculable. Por suerte, él no parecía percatarse de lo que suponía para ella que estuviera allí, al otro lado. Y es que ella todavía pensaba, llamándose idiota, que él podía protegerla. 
La morena se acercó directamente al escritorio y apartó el sillón. Se agachó bajo la mesa para buscar la torre del ordenador y lo encendió, metiendo el pendrive en una de las clavijas adecuadas para ello. Se levantó y se sentó en el sillón, acercándolo con las ruedas. Encendió la pantalla y tamborileó en la mesa con los dedos hasta que el sistema arrancó. 
- ¿Qué hay en ese ordenador? - preguntó Ryu de repente. 
- Según mis investigaciones - Keira se puso técnica -, después del desastre que hiciste con Chen, Yukiya tuvo que tirar de sus más oscuros y profundos negocios. Estaba endeudado pero milagrosamente se salvó. 
- ¿Cómo? 
- Arruinando a los demás, por supuesto - respondió inmediatamente la morena.  
- Te veo la cara y parece que vas a arruinarle tú ahora a él - comentó el pelinegro. 
- Tú solamente quieres destruirlo, ¿recuerdas? - hizo notar ella -. A ti te daré lo que buscas, no te preocupes. Pero también me quedaré con lo que yo quiero. 
- ¿Y qué quieres?
- Devolverle la vida a unas cuantas familias - respondió, mirando hacia la cámara.
- Te vas a meter en un fregado más grande que el que requiere nuestra venganza, Keira - la advirtió. 
- De eso nada - le cortó la chica -. No estoy arriesgando absolutamente nada. Y si tengo oportunidad no solo de cumplir tu venganza, sino también de ayudar entonces lo haré. Y ahora déjame trabajar. 
Ryu bufó, tratando de que ella no le escuchara. ¿Seguro que no estaba poniendo nada en peligro? Hacer que Yukiya fuera descubierto, llevarle al infierno de la desesperación y la cárcel ya era de por sí arriesgado. Pero entonces se dio cuenta de que había una cosa que había olvidado por completo. Que confiaba en Keira. Que de no haber sido así, no habrían podido llegar hasta donde estaban ahora. 
- ¿Puedo coger un chupachups? -La pregunta la sorprendió. Imaginarse al pelinegro comiendo un caramelo de esos la dejaba la mente en blanco. 
- Si solo es uno - accedió en voz baja. 
Ella escuchó el sonido del papel, mientras él lo desenvolvía con los dientes. ¿Podía dejar de joderla de esa manera? Centró su atención en la pantalla y siguió tecleando para desencriptar el resto de archivos y poder copiarlos en el pendrive. Después solo tenía que introducir el programa que protegería los archivos fuera cual fuera el daño del ordenador. Incluso si se borraban, podrían restaurarse; incluso si el ordenador era destruido, los datos se enviarían de forma automática a una base de datos alternativa y segura que la chica había seleccionado. El contenido y las pruebas de aquel ordenador, pasara lo que pasase, quedarían totalmente protegidos. Justo lo que Yukiya desearía poder borrar del mapa, no podría hacerlo de ninguna de las maneras. Y eso la hacía sentirse jodidamente orgullosa de sí misma. 
- ¿Y qué es lo que has descubierto de los oscuros y profundos negocios de Yukiya? - siguió preguntando entonces Ryu. 
La chica puso los ojos en blanco y suspiró. Había olvidado que hacía tiempo que no le informaba de lo que pasaba por allí. Y técnicamente eran socios así que se lo debía. 
- Hay un vínculo. Un lazo invisible que le une a una red de locales y tugurios donde se trafica y vende de todo. ¿Cómo sino pudo pagarse la mansión que compró hace tres meses? -Le había tenido muy controlado y gracias a aquella compra había descubierto algunas de sus conexiones oscuras -. Chen también estuvo metido en el negocio - añadió -. Por eso cuando cuando cayó, Yukiya no quiso ensuciarse las manos salvándole por si descubrían todo el negocio ilegal, y simplemente cortó la unión entre sus empresas. Digamos que dejó a Chen con el culo al aire.  
- Así que por eso huyó Chen - susurró el pelinegro -. Para que no descubrieran esa red ilegal y así, algún día, poder volver como un empresario legítimo y con dinero.
- Exacto - confirmó Keira -. Y aunque se odien, esos dos no tienen más remedio que hacer negocios juntos, debido a que uno conoce los secretos del otro. Pero también sabes lo que supone eso, ¿verdad?
- Que si uno cae, el otro se hunde con él - sonrió el pelinegro, sintiendo como una pequeña emoción le revolvía por dentro. Era la sensación de la venganza rozándole los dedos. La tenía ahí, al alcance de su mano. Más cerca que nunca. 
- Sí. Este tipo de negocios tan... íntimos, digamos, son un auténtico suicidio - hizo notar la chica. 
- Ya lo creo. No me extrañaría haber visto muerto a alguno en medio de una guerra de bandas - comentó él. 
- No. No tienen valor para hacer algo así - respondió Keira -. Ellos estaban allí, Ryu. Pero no mataron a Keiko. -En su voz pudo notar algo de frialdad, como si tratara de hablar de algo ajeno a ella cuando en realidad, era la más involucrada en el asunto. 
- Eso es casi peor - siseó Ryu. 
- ¡Aquí está! - casi gritó Keira entonces. 
- ¿Qué? ¿Qué has encontrado? -El pelinegro se sentó bien en la silla y miró la pantalla del ordenador, a la cámara del despacho de Yukiya. 
- Lo que buscaba - sonrió, mirando a la cámara para que la viera -. Ryu, escucha. Lo que hay en este ordenador es aquello que más valora la sociedad de hoy en día. -Su sonrisa cambió a sádica, y hubiera helado la sangre de cualquiera -. Pruebas. Con esto, ni siquiera hará falta dejar miguitas de pan a la maldita policía para que les descubran. Con esto... serán condenados de por vida. -Ella misma les acababa de sentenciar. 
Ryu respiró hondo y sonrió. Les había costado más de lo que había imaginado, sí. Pero allí estaba. El final no solo de uno de los cerdos que había estado en el asesinato de Keiko, sino de dos. Allí él se tomaba la libertad de aplastarlos como insectos y condenarles a algo peor que la propia muerte. Allí terminaban sus asquerosas vidas. Para siempre. Al fin. 



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