lunes, 15 de abril de 2013

La respuesta es apostar todo al "ahora".

Keira miró su propio reflejo en la ventanilla del coche al bajar del BMW. ¿Esa que le devolvía la mirada era ella? Había olvidado cuántos años llevaba sin dejar que su pelo creciera más allá de su cuello. Y ni se acordaba ya de cuándo fue la última vez que utilizó una goma para atarse una coleta. Volver a verse con el pelo tan largo de repente la hacía sentirse menos ella. Ryu la había convencido de que, para hacer lo que tenían que hacer, debía cambiar su aspecto. Pero nunca imaginó que la primera parada de su día de compras fuera una peluquería. Ni mucho menos que fuera una de esas llenas de mujeres que no tenían nada mejor que hacer que cotillear como grandes marujas del mundo del dinero y chicas jóvenes que gritaban cada dos por tres emocionándose hasta cuando decían "o sea". Todas habían gritado sin disimular un solo ápice al ver entrar a Ryu. Keira quiso salir corriendo y esconderse en el coche. Allí sí que había sentido que no encajaba de ninguna de las maneras. La sociedad era un saco podrido lleno de psicópatas igual que la cárcel, solo que éstos tenían dinero, olían bien y tal vez no hubieran matado nunca a nadie. Aún así, no dejaba de ser repulsivo. El mundo era del dinero. Se preguntó por un instante si sus padres seguirían en auge o, en general, qué demonios les había pasado. Al ser condenada hacía años, sus padres rompieron todos los lazos que podían tener con ella, incluido el del registro civil de familia que vinculaba su nombre a ellos. Así, ella había muerto para su familia. Keira sabía que, si no hubiera acabado en la cárcel, habría tenido que ser como aquellas chicas que veía en el espejo mientras una muchacha le lavaba la cabeza. Eso era lo que su madre esperaba de ella. Que se convirtiera en una señorita, pero no en una señorita cualquiera, sino en una capaz de atraer al viejo más rico del planeta o al joven más estúpido con una fortuna en el bolsillo. Ese habría sido su destino. Habría estado completamente perdida en su propia existencia. Hubiera vivido la vida que los demás hubieran querido para ella, lo sabía. Ella había sido así. Sin expectativas, sin poder para cambiar su propia vida, el rumbo de su destino. Sin embargo, cuando tomó la decisión de aceptar el castigo que le impusieron aquella tarde de rayos y truenos en el Juzgado Central de la capital, supo que algo había cambiado dentro de ella. El centro de menores y la cárcel la habían demostrado que había algo más dentro de ella, un espíritu dormido que había llegado el momento de liberar y dejar rugir. Estar encerrada entre psicópatas y asesinas había hecho que esa fortaleza que tenía en el fondo de su ser saliera de su corazón y la cambiara. Cosa que jamás habría hecho viviendo en la sociedad. Sin embargo, no le podía dar las gracias a la cárcel. Ya que el precio que había pagado por ello, había sido demasiado alto.
- ¿Aún sigues toqueteándote las extensiones? - la preguntó él, parado en merdio de la acera y mirándola de lado -. Vamos, déjalo ya. Ya te he dicho que te quedan bien. 
- ¿Me vacilas? Son horrorosas. Y pesan - añadió, moviendo ligeramente la cabeza hacia los lados. Las extensiones se movieron con su gesto.  
- Keira por favor, pareces una cría - dijo el pelinegro, acercándose a ella. Pasó los dedos por su oreja para colocarla detrás un mechón -. ¿Ves? - la dijo, mirando también su reflejo en la ventana del BMW -. No estás tan mal.
- No parezco yo - susurró, toqueteando otra vez su flequillo, ahora completamente moreno, sin puntas doradas. 
- Con que yo sepa que eres tú - la susurró al oído - es suficiente. 
La chica sintió un escalofrío y luego se apartó de él, volviendo a sacarse de la oreja el mechón que el pelinegro había colocado. El chico le había hecho un tour increíble por la ciudad, la había llevado a comer a uno de los restaurantes más normales de un barrio normal, como supuso que ella preferiría y la había acompañado a la dichosa peluquería, donde había perdido las horas más absurdas de su vida. Al atardecer había decidido que era hora de finalizar las compras y había conducido en silencio, roto por la armonía de la música de la radio, hasta aquel lugar. Ryu aparcó el BMW en el parking para clientes de un centro comercial bastante inmenso. Por fuera parecía ser entero de espejos, que reflejaban lo que rodeaba al edificio sin dejar ver lo que había dentro. Después de su absurda obsesión con mirarse cada poco el pelo largo, el pelinegro no la dio tiempo ni siquiera a quedarse mirando el edificio como si fuera tonta. Entró en el centro comercial cuando las puertas se abrieron para él. La chica le siguió casi estampándose contra ellas. Ryu reprimió una sonrisilla traviesa. Esa chica a veces lograba sorprenderle. Parecía una mujer atormentada y llena de cicatrices internas de su pasado y, sin embargo, a veces él no podía evitar mirarla como una chica un poco torpe a la vez que inquisitiva y preguntona. Era una bipolaridad de la que ella no era consciente. Pero que a él, le encantaba.  
El pelinegro cogió directamente las escaleras mecánicas que subían a la parte de arriba del centro comercial. Aquello parecía más una estación espacial que un centro comercial, en realidad. Al llegar arriba las escaleras hicieron un ruido raro que anunciaban que habían llegado. 
Gracias, pero no soy gilipollas.  
Siguió a Ryu prestando una increíble atención a su alrededor. Estaba en territorio desconocido y no se sentía ni por un instante, bien recibida. Todo el mundo, absolutamente todos, llevaban encima más dinero del que Keira había visto junto en toda su vida. Bolsos de marca de por lo menos el sueldo de dos funcionarios, zapatos increíblemente feos con precios completamente desorbitados, trajes, faldas, complementos, cada cosa que veía parecía brillar como si fueran diamantes, y valían como si de hecho, lo fueran. ¿Dónde acababa de meterse? Evitó mirarse a sí misma, los pantalones negros anchos llenos de bolsillos, las deportivas negras desgastadas y la camisa. Quiso frotarse la cabeza, como hacía cuando estaba algo nerviosa, y no pudo ni siquiera hacer eso, debido a las dichosas extensiones. Menos mal que eran de pega, que iban cogidas a su escaso pelo con horquillas escondidas en su pelo real estratégicamente. No las aguantaría mucho y lo sabía. Sin embargo, era verdad que llamaba demasiado la atención. Ninguna de aquellas chicas llevaba el pelo corto, ni una sola. Y tampoco las veía vestir pantalones. ¿Se podía vivir solo con vestidos y faldas? Ella desde luego no podría. Un par de chicas entonces chocaron contra ella. No las había visto aparecer. Había demasiadas y todas parecían casi iguales. Rubias, altas, con tacones y algo de color rosa encima. Una de las chicas dejó caer todas sus compras al suelo y la otra gritó con ella, a pesar de que no la había rozado. 
- ¡Dios santo! - gritó la rubia. 
Keira se inclinó a coger las bolsas con una sola mano y las levantó, tendiéndoselas mientras metía la otra mano en el bolsillo del pantalón. No se pondría nerviosa ante gente como aquella. Había vivido dieciseis años en aquel ambiente de dinero, no de tanto, pero sabía las normas de cortesía y buenos modales. 
- Aquí tienes. 
- Tú... ¿de dónde...? Oh, por dios, o sea... ¿cómo puedes...? - Su cara de asco acababa cada frase. 
Las chicas la miraban de arriba abajo como si fuera un bicho raro. Ella puso los ojos en blanco y no esperó a que se decidieran a coger las bolsas. Se las puso en la mano a la rubia, que rápidamente las dejó caer porque no podía con ellas. Keira se dio la vuelta mientras las dos parecían proferir insultos hacia su persona y trató de ignorarlas. A su espalda se encontró con Ryu, apoyado en una columna, mirándola con gesto divertido. 
Eres un capullo integral.
Keira trató de pasar entre la gente que había hecho un círculo para ver el espectáculo y llegó hasta el pelinegro, suspirando. Definitivamente, aquello era territorio hostil.  
- ¿Te gusta tu nuevo mundo? - la susurró él. 
- ¿Cuándo puedo volver al antiguo? - dijo al instante ella. 
- En cuanto volvamos al coche - la prometió, cogiéndola de la mano para tirar de ella. 
Quiso soltarse. Las descargas eléctricas que los dedos de Ryu hacían recorrer por su piel no eran nada bueno. Pero no pudo. De alguna manera, agarrarse a él de aquella forma la hacía sentirse protegida. Ella llevaba ocho años protegiéndose sola. La sensación de poder tener la confianza suficiente con alguien para dejarle a ciegas su protección, era sencillamente orgásmica. 
Cuando Ryu se detuvo de golpe, ella se chocó contra su hombro. 
- ¿Qué...?
- Keira. 
Ella le miró. Tenía los ojos fijos en un punto en el pasillo
- ¿Qué pasa?
- Tu no ves bien, ¿verdad?
- ¿Eh?
- Me he dado cuenta de que a veces entrecierras los ojos para ver de lejos. 
- Ah, no, veo perfectamente - dijo, encogiéndose de hombros. 
- Porque nunca has visto mejor. -Tiró de ella hasta ponerla a su lado -. Mira aquel cartel verde de allí y dime que pone. 
- Esto es absurdo, Ryu...
- Dímelo - insistió él. 
La chica soltó un bufido y miró el cartel. Inconscientemente entrecerró los ojos para poder distinguirlo bien. Ladeó la cabeza suavemente, como si eso pudiera hacer que viera lo que ponía. 
- Dos por uno en... ¿calabazas? - dijo. 
- ¿Calabazas? - repitió el pelinegro, abriendo mucho los ojos -. Pone calcetines, Keira. 
- Bueno, no iba muy desencaminada. Además ese cartel está muy lejos. 
- No, eres tú quien no ve una mierda. Anda, vamos - suspiró -. Haremos una parada por aquí. 
Él volvió a tirar de ella a su antojo y la llevó por el pasillo de la izquierda. La morena solamente le seguía sin quejarse, aunque supuso perfectamente a donde la llevaba. Nunca había usado gafas. Sus padres habían dicho que era antiestético por lo que a pesar de tener algunas jaquecas a causa de su visión durante la adolescencia, nunca se dignaron a hacer que un oculista le echase un vistazo a sus ojos. En la óptica, el médico saludó a Ryu como si fueran amigos. Supuso que aquel hombre sería el que le graduaba y le hacía las gafas y las lentillas al pelinegro. El doctor la hizo pasar rápidamente a una pequeña sala donde la hizo todos los examenes de visión pertinentes. Para acabar diagnosticando que no veía de lejos y que necesitaba urgentemente unas gafas. Una de las chicas que estaba allí, algo más normal que las que se había cruzado antes, quiso ayudarla a elegir unas monturas. Sin embargo el pelinegro la sonrió encantadoramente y le dijo que lo haría él mismo. El gusto de Ryu era bastante pijo, aunque, de alguna manera, aquel hombre sabía lo que la sentaba bien. Tras elegir unas monturas medio de metal medio de pasta, de color negro, Ryu le pidió al doctor que añadiera un par de lentillas al lote y que, a poder ser, tuviera esas cosas lo antes posible. Después de que el hombre pusiera unas etiquetas de urgente en la montura, éste prometió tenerlas para, a lo sumo, un par de días. Keira vio como el pelinegro colocaba otras monturas sobre la mesa, pero no llegó a verlas. ¿En qué estaba pensando? Tras despedirse del doctor, volvieron a salir al agitado y millonario centro comercial. Recorrieron el pasillo de vuelta hasta que Ryu volvió a detenerse de repente.               
- Bueno, aquí nos separamos - dijo entonces el pelinegro, al llegar al pasillo que se bifurcaba. 
- ¿Qué? ¿Y qué pretendes que haga yo? 
- Entra en esa tienda - la dijo, señalando una tienda que cubría casi todo el pasillo de lo grande que era. Tenía un letrero enorme con letras blancas y fondo rojo -. Es de informática. Cualquier cosa que necesites, cómpralo. 
- ¿Va en serio? - le preguntó, alzando las cejas. 
- Pues claro. Ahí tienes tu material de oficina, morena - sonrió, tendiéndola una pequeña tarjeta magnética de color azul con una banda negra.
Ella se lo pensó un segundo antes de coger la tarjeta de crédito. Odiaba eso. El dinero también lo odiaba, pero más si provenía de otra persona. Aunque en aquel caso, era precisamente porque él quería que hiciera algo, porque él la había encargado un trabajo. Él era el jefe. Él debía pagar. Se convenció a medias de eso y cogió la tarjeta al fin de entre sus largos dedos morenos. 
- Nos vemos aquí en un par de horas, ¿de acuerdo?
- Sé volver sola - le cortó. Cuanto menos tiempo estuviera en aquel lugar, mejor -. ¿Puedo esperar en el coche?
- De acuerdo. Quedamos allí. 
Keira asintió y le vio caminar con una elegancia desmedida por el pasillo contrario al que tenía que seguir ella. 
Aparta los ojos de su culo. 
Sacudió la cabeza y se guardó la tarjeta de crédito en el bolsillo trasero del pantalón. En la cárcel había aprendido tres o cuatro trucos sobre cómo levantarle a alguien la cartera y otras cosas parecidas. Nadie la metería mano para quitarle la tarjeta si la llevaba en ese bolsillo. Al entrar en la tienda, después de pasar por un par de enormes detectores de metales y tres gorilas uniformados de verde y armados con porras, se quedó parada en medio de la entrada. Aquello parecía un almacén inmenso lleno de tecnología de última generacion por todas partes.
¿Pero tú has visto esto? ¿Quién te va a robar aquí? Tú eres tonta. 
Suspiró. Sus propios pensamientos eran como una persona que la hacían compañía allá donde fuera. A veces incluso discutía en silencio con su propia conciencia, como si ésta fuera un diablillo vestido de negro encima de su hombro. El angelito del otro hombro se había ido corriendo hacía demasiado tiempo ya. 
Keira echó a andar entre los pasillos de la tienda. Todos aquellos aparatos llamaban poderosamente su atención. Había millones de modelos nuevos de teléfonos móviles, televisiones más grandes que la que Ryu tenía en el salón, todo tipo de electrodomésticos para una cocina, algunas que Keira consideró pijadas en sí, una sección de discos de música impresionante y otro tanto con la sección de películas. También tenían una sección de videojuegos, con sus respectivas maquinitas, y muchos medios de reproducción de música. La morena divagó por aquellos pasillos durante al menos veinte minutos. En la parte más alejada de la entrada estaba la sección de ordenadores y aparatos electrónicos para almacenamiento y procesamiento de datos. Bingo. En el primer pasillo encontró dispositivos de almacenamiento. Les echó un vistazo rápido y agradeció haber tenido muchas horas muertas en la biblioteca cutre de la cárcel para navegar por internet y ponerse al día con aquella tecnología. Se moría de ganas de probarlo todo. Alarla mano para coger una pequeña caja que contenia un pendrive de color amarillo. Demasiado llamativo, pero los dieciseis gigas que tenía prometían espacio libre. No llegó a tocar la caja cuando la mano de un dependiente de la tienda, identificado por la ropa con el nombre de la misma, la detuvo casi con un alarido de alarma. Keira se apartó y estuvo a punto de gritar "no iba a robarlo" cuando el chico se acercó a ella. 
- Señorita, veo que no conoce nuestros procedimientos. 
- ¿Procedimientos?
- Sí. Verá - el muchacho se tomó unos minutos para entregarla una libreta, en coyas hojas iba estampado el logo de la tienda, y un bolígrafo rojo por fuera y de tinta negra -, aquí debe apuntar lo que quiere comprar. Nosotros se lo acercaremos a la caja cuando desee finalizar sus compras. 
El chico le puso la libreta en la mano y se alejo de una sorprendida y estupefacta Keira. ¿Por qué tenía que airear por ahí todo lo que iba a comprar? Aquello era absurdo. ¿No era más sencillo hacerlo ella? Echó un vistazo a su alrededor y entonces se dio cuenta. Todos hacían lo mismo. Ni una sola de las personas que había allí, llevaban nada en los brazos. Sin embargo, pudo ver a u grupo de chicos en la sección de videojuegos que llevaban escritas tres hojas de la libreta.    
Asquerosamente ricos.  
La chica se resignó. No podía luchar contra aquello, asi que no merecía la pena perder el tiempo en ello.  Se centró en encontrar un ordenador capaz de procesar datos a alta velocidad, acompañado de una pantalla que no hiciera demasiado daño a su vista, ya que se iba a pasar unas cuantas horas diarias frente a ella leyendo códigos y direcciones. Apuntó en la dichosa libreta uno de aquellos pendrives y luego, otros dos más. Con ellos, pensaba crearse su propio pendrive, algo que pudiera ocultar con facilidad y que, aunque tuviera que dejar dentro de un ordenador, nadie pudiera verlo. Nunca lo había hecho pero parecía interesante. Y las indicaciones para hacerlo las había sacado clandestinamente de un servidor oculto que hackeó de un centro de alto mando de la autoridad internacional. Decían que era poco útil y por eso lo habían relegado, pero ella le había hecho unas pequeñas modificaciones al plano de construcción y esperaba poder apañárselas para probarlo. Añadió a la lista un portátil grande pero poco pesado por si acaso tenía que trabajar fuera del apartamento. Uno pequeño era más útil en cuanto a espacio, pero para hacer lo que ella hacía, era completamente inútil. Añadió un par de aparatos más a la lista, además del teclado y el ratón que necesitaba y se dirigió a la caja. La chica que se sentaba en la silla detrás del ordenador era absolutamente divina. Ojos castaños, pelo rubio rizado, unas pestañas largas, unas piernas finas y un escote de infarto. Las gafas que llevaba puestas, seguramente como adorno y no porque viera mal debido a que las llevaba casi caídas de la nariz, le daban el toque de porno secretaria que ponía cachondos a absolutamente todos los trabajadores presentes. Keira suspiró más de cinco veces hasta que llegó su turno. Le entregó la nota a la chica y ésta empezó a teclear con las uñas de porcelana encima del teclado, de una forma lenta y casi tortuosa. Keira trató de contenerse mientras un par de chicos sacaban todas las cajas con lo que ella había pedido. La rubia, sin mirarla siquiera, la tendió la mano esperando recibir la tarjeta de crédito. Ella se la dio, casi reacia a hacerlo. 
- Deme la dirección de su domicilio para poder llevarle la compra - le dijo, con un tono de voz elevado, casi estridente. 
- Tengo el coche fuera - dijo Keira -. No necesito que me lo lleven a casa. 
Escuchó algún que otro sonido de sorpresa en la gente de la cola. ¿En serio? Miró de reojo a la rubia, que parecía estar flipando. Carraspeó y se levantó, contoneando las caderas, para acercarse a un hombre con traje que parecía controlar a los trabajadores. Y al que poco le faltó para engancharla por el trasero en cuanto la tuvo cerca. El hombre iba a negarse en rotundo a dejar que un cliente hiciera aquello, quería dar un buen servicio. Hasta que vio la tarjeta de crédito. Debió de reconocer algo en ella que hizo que empezara a sudar frío. Se acercó a Keira de dos zancadas e hizo una pequeña reverencia frente a ella. 
- Enseguida un par de hombres la acompañarán a su coche con la compra, Señorita - dijo, sonriendo de forma forzosa y nerviosa. 
- Gracias - pudo decir ella. Aquello era una auténtica locura.    
Con un pip pip que indicaba que su compra estaba hecha y que acababa de gastarse dios sabía cuanto dinero, los chicos subieron las cajas en un par de carros para empujar y la acompañaron a la salida del centro comercial. Al llegar a la puerta, Keira se detuvo un momento y miró al nivel inferior del edificio. Había algún que otro niño correteando y se oían voces de padres regañándolos y risas jóvenes. Keira sonrió. Gente normal. Y tiendas normales.
- Esperen un momento - les dijo a los hombres, que se detuvieron en la entrada -. Tengo algo que hacer. 
Bajó las escaleras de dos en dos y al llegar a la planta inferior, echó un vistazo rápido. Tiendas de ropa de segunda mano, supermercados pequeños, una librería cuyo escaparate se quedó mirando como una boba, y hasta una tienda de chucherías. Iba a entrar en ella cuando se dio cuenta de que había una ferreteria al otro lado del pasillo. Encima de la puerta había un reloj. Aún quedaba un rato para que Ryu bajara. Y acababa de recordar que era él quien tenía las llaves del coche. Soltó una maldición en voz baja y entonces ladeó la cabeza mirando la tienda. En el escaparate había algunas herramientas pesadas, útiles para romper alguna que otra ventana. Ella era un poco bruta, pero también la gustaba ser sutil. Frunció ligeramente el ceño. Un BMW. Con un sistema de cierre automático y alarma antirrobo de última generación. Sonrió. De repente, tocarle las narices a Ryu le parecía una idea demasiado tentadora. Algo que no podía dejar pasar. Y que la hizo olvidarse de las chucherías.
Vamos a "hackearle" el coche de niño pijo al macarra de instituto. 
En uno de los bolsillos del pantalón encontró su pequeña bolsita negra enrollada con un cordón del mismo color. Volvió a subir las escaleras y les pidió a los hombres que se quedaran esperando un momento en la puerta, lejos del coche, mientras ella les abría el maletero. Amparada en la oscuridad que había ya, Keira se agachó al lado de la puerta del conductor y sacó la bolsita. Eligió un par de ganzúas largas y con las puntas de diferente forma para intentar abrirlo. Introdujo una que dejó enganchada en la cerradura y con la otra y suaves movimientos de muñeca intentó encontrar el punto exacto para abrirla sin hacer saltar la alarma. Se mordió el labio inferior, concentrada en lo que hacía, hasta que resonó el típico pitido que se oye cuando se abre el coche con el mando a distancia. La chica sonrió y sacó las ganzúas, levantándose. Abrió la puerta sin ningún tipo de problema y metió la cabeza en el coche, buscando el botón del maletero. Lo pulsó e indicó a los hombres con las cajas que se acercaran para meterlo todo dentro del coche. Cuando acabaron, la chica empujó hacia abajo la puerta del maletero y lo cerró. Se apoyó en él, resignada a esperar. ¿Qué estaría haciendo Ryu? 
Su sexto sentido saltó de repente. Sacó las manos de los bolsillos del pantalón a tiempo para protegerse la cara de un inesperado golpe con el brazo que venía desde su derecha. El golpe la empujó unos metros más allá del coche, casi haciéndola caer. No les había visto llegar. No solo por la oscuridad. Había estado tan perdida dentro de aquel centro comercial, donde seguramente la habían seguido, que ni siquiera se había dado cuenta de que tenía a alguien tras su nuca. Se apartó el maldito pelo de la cara y vio a tres hombres acercándose a ella... yendo a por ella. Cerró los puños con fuerza pero al respirar hondo se dio cuenta de que no podía hacerlo. No podía defenderse. Chasqueó la lengua y resistió el primer golpe en la cara sin quejarse. El segundo la empujó contra una valla. Uno de los hombres la levantó sujetándola por el cuello. Ella le apretó la muñeca para que la soltara, pero fue inútil. Se ahogaba. Cuando la soltó, golpeándola contra el suelo, Keira tosió con fuerza, respirando de forma irregular y agitada. 
- ¡Vamos! ¡Defiéndete! - le exigió uno de ellos, el que la había golpeado primero. 
- ¡Nos habían dicho que eras más divertida, zorra!
Los otros dos se echaron a reir pero el hombre que había gritado la obligó a incorporarse, poniéndola de rodillas en el suelo y sujetándola por el pelo. 
Mierda de pelo largo. 
El más corpulento volvió a golpearla en el estómago y le quitó el aliento. Keira cerró los ojos y trató de seguir respirando. No era la primera vez de todas formas. Podía soportarlo.  
No entendía cómo las mujeres podían cargar ellas solas con doscientas bolsas a la vez. Él había metido bolsas pequeñas dentro de bolsas grandes y aún así iba tan cargado que parecía un árbol de navidad. Keira no tenía absolutamente nada para convertirse en una secretaria e infiltrarse en las empresas que tenía pensado arruinar. Para él era un pensamiento fácil, pero imaginaba que para Keira sería todo una absoluta locura. Y tampoco quería forzarla mucho más. Iba a mimarla un poco, aunque algo le decía que ella no era de la clase de mujer que se dejaban mimar precisamente. Al llegar al parking se detuvo poco antes de llegar al coche. Oía pequeños quejidos y algunos sonidos extraños. Dejó las bolsas con cuidado en el suelo. Había un gorila enorme cerca de su coche que paseaba de arriba abajo, fumando tranquilamente. Cuando se apartó en uno de sus paseos, pudo ver la figura de otro tipo igual de grande detrás de una sombra más pequeña, que se sujetaba en las rodillas y las manos y parecía contraerse. Frente a esa silueta pequeña, otro hombre hacía crujir los nudillos de sus manos. 
- Levanta a esa puta.
Esas palabras resonaron en el desértico parking. El hombre que estaba detrás de ella enredó la mano en su pelo largo y tiró hacia arriba de ella, obligándola a erguir la espalda y mostrarle la cara al tipo que tenía en frente.  Éste la sujetó de la barbilla y ella se movió para zafarse.
- ¿Por qué no jugamos un poco, eh?
- Que te jodan - respondió ella, escupiéndole a los pies. 
Esa es mi chica.  
Fue un pensamiento involuntario. Su corazón bombeaba más rápido de lo que lo había hecho nunca. De repente, sintió como si su peor pesadilla se hiciera realidad. La imagen de Keiko superpuso la de Keira. Por un instante, revivió aquel día. Sus pies se negaban a moverse, su voz no salía, empezaba a temblar. Bajo la luz de una farola cerca vio relucir una navaja de más de diez centímetros. Entonces espabiló. Allí estaba la diferencia. Keira aún estaba viva. A ella, aún podía salvarla. 
- De acuerdo, si no quieres jugar entonces acabemos cuanto antes con lo que hemos venido a hacer. 
El hombre colocó la navaja en posición horizontal. En lugar de cortarla el cuello le abriría en dos el estómago. Keira no bajó la mirada. No era la primera vez que intentaban matarla de esa manera, tenía una cicatriz para demostrarlo. Ahora, casi igual que en aquel entonces, no tenía absolutamente nada. Vivir o morir, cualquier opción valía. 
Antes de ser consciente de que echaba a correr, la adrenalina controló el cuerpo de Ryu y le impulsó hacia allí. Se movía como un gato, con movimientos rápidos y elegantes, sibilantes y prácticamente invisibles. Rodeó el coche para sortear al gorila que había delante del que empuñaba la navaja y, cuando éste hizo el movimiento hacia atrás para impulsar el brazo y ensartar a Keira, Ryu le pasó el brazo por el cuello y con la mano libre le inmovilizó la muñeca, apenas tocándole. Pero él sabía dónde tocar. Los otros dos adoptaron posturas de guardia, uno todavía sujetando a Keira, pero no se movieron. Él supuso que no llevaban armas y si las llevaban, no se atreverían a usarlas mientras él se resguardaba tras su amigo. 
Los ojos azules del pelinegro fueron como dos puñaladas en cada corazón.   
- Creo que - susurró, con la voz más afilada que el filo de aquella navaja - os habeis metido con la persona equivocada.   
Al instante siguiente, el chico retorció la mano de aquel hombre que por lo menos era dos veces más grande que él sin apenas moverse. Éste gritó y soltó la navaja como si quemara. El sonido del metal contra el suelo hizo que los otros dos se lanzaran a por el pelinegro. Aún sosteniendo a ese por la muñeca, fue lo suficientemente hábil como para golpear a uno y hacer que el otro golpease a su compañero. Él los apartó de su cuerpo y les miró, mientras daba unos pasos hacia Keira y se ponía ligeramente delante de ella.
- No quereis que me quite la americana - les advirtió, con voz suave pero amenazadora. 
El mismo hombre que había soltado la navaja volvió a recogerla, con la clara intención de lanzarse a por Ryu. El pelinegro apretó los dientes. Él no quería llegar más allá. Sabía que cuando estaba en una situación como aquella, a veces su juicio se nublaba por completo. Y solamente veía sacos de boxeo a los que zurrar hasta romperlos. Por suerte o por desgracia, estaba acostumbrado a los intentos de asesinato por parte de la competencia. Siempre había sido el último recurso de muchos estúpidos que se creyeron demasiado. Sin embargo, con Keira de por medio, sabía que acabaría perdiéndose. Y ni dios podría salvar a aquellos matones de tres al cuarto. 
Cuando aquel hombre decidió ir a por él, el pelinegro le detuvo apenas se acercó a su cuerpo. Le sujetó el brazo y le golpeó el codo para doblárselo de nuevo y hacer que soltara la navaja otra vez. Le golpeó con la rodilla en la nariz, rompiéndosela y luego lo lanzó contra la pared, lejos de Keira, mientras se quitaba la chaqueta y la lanzaba sobre el maletero del coche. Otro de ellos dio un grito de guerra antes de ir a por él. Ryu se agachó y le barrió las piernas con tanta fuerza como para tumbarlo. Éste se golpeó la espalda contra el suelo y quedó prácticamente inmóvil. Mientras escuchaba los quejidos del hombre con la nariz rota, el que quedaba le tanteó. Bailó a su alrededor, como si buscara sus puntos débiles o estuviera haciendo algo inteligente, como pensar. El pelinegro solamente le siguió con la mirada, sin alterarse. Cuando definitivamente el hombre se lanzó contra él, Ryu le detuvo con una fuerte y directa patada al estómago, que le cortó la respiración, dejándolo casi inconsciente al momento. El pelinegro puso un gesto molesto en la cara durante unos segundos. Aquello había sido una pérdida de tiempo. 
- ¡Ry...!
Él ya estaba girándose antes de que ella gritara. Después de golpearle con la pierna como había hecho con su amigo, le hizo caer de rodillas al suelo y le flexionó los brazos hacia atrás, tirando de ellos. Él empezó a chillar.
- ¿Qué te parece si te parto los brazos y así no puedes volver a empuñar un arma contra mi chica, eh? - le susurró al oído, con un tono ligeramente sádico. 
- ¡Suéltame! ¡Basta, maldito bastardo hijo de puta! - gritaba el hombre, mientras se debatía. 
Ryu le puso el pie en la espalda. Y tiró de sus extremidades, forzándolas. El hombre gritó entre gemidos de dolor. Él siguió tirando. Hasta que los brazos de Keira rodeando su cintura desde delante intentaron hacer fuerza para separarle del hombre. 
- ¿Qué estás haciendo?
- Basta. Por favor, Ryu. Se acabó.  
- No me detengas - insistió él, como si fuera razonable. 
Ella apretó las manos alrededor de sus costados, empujándole ligeramente hacia atrás. 
- No hagas una estupidez. No merece la pena y lo sabes.
Aún no sabía por qué la escuchaba. Pero ella estaba allí. Con él. En ese momento. La mirada firme y decidida de Keira hizo que se detuviera a intentar buscar un poco de lucidez en su mente y respirase hondo una vez. Y que al final, soltara a aquel tipo. Cuando cayó, también estaba inconsciente debido al dolor que le había provocado el chico al llevarle más allá de sus límites. 
Keira se apartó del pelinegro, intentando tranquilizarse un poco. Ryu se acercó a ella cuando se alejó, sin dejar que se apartara mucho de él. La sujetó por los hombros y la miró la cara. Tenía algunas heridas abiertas que tendría que curar más tarde. Podía haberla limpiado las lágrimas. Pero Keira no había llorado. Ryu la tocó la clavícula, haciendo que alzase la barbilla para buscar cortes en el cuello; no había ninguno. Miró sus brazos, tocándolos con los dedos, haciendo algo de fuerza. Pasó las manos por su espalda y no sintió ninguna herida. Los pantalones no estaban desgarrados por lo que tampoco había ningun corte allí. Sin embargo algo llamó su atención. La camisa que llevaba puesta con una básica debajo... tenía un botón abrochado.  
¿Por qué no dijiste nada? De la herida. Podías haberte desangrado. Te ataste la chaqueta para ocultar la herida. ¿Por qué, Keiko? 
Ryu soltó aquel botón con un ligero tembleque en los dedos. Al hacerlo no vio ninguna mancha. Pero no se quedó a gusto hasta que no levantó la camiseta de la chica y vio que la piel blanca de su estómago estaba perfectamente. Incluso le pasó los dedos por la cintura, la tripa y la cadera para comprobarlo.
Ella no es Keiko, se recordó a sí mismo.  
- Ryu... - susurró entonces ella, sin moverse todavía. Nunca había visto aquella mirada en sus ojos azules. Ni tampoco le había visto defenderse de aquella manera tan absolutamente letal.
Él pareció despertar. 
- Luego hablaremos - respondió, soltándola la camiseta -. Ahora, vámonos de aquí. 
Ella no discutió la orden de aquella voz que parecía entre amenazante, rabiosa y ligeramente... ¿asustada? En ese momento su mente no le daba para pensar en eso. Keira cerró los ojos apenas subió al abrazo protector del BMW. Escuchaba los latidos de su corazón golpetearla contra los oídos y además, lo sentía con fuerza en el pecho. Casi la costaba respirar. Ryu arrancó de inmediato en cuanto metió las bolsas en el maletero y algunas en la parte de atrás, y ella agradeció que bajara ligeramente la ventanilla de su lado para dejar entrar algo de aire. Lo necesitaba. La sentaba bien. Ryu cogió una rotonda a demasiada velocidad y, aunque el coche se estabilizó solo, ella notó el movimiento brusco. Él se aferraba con fuerza al volante y parecía respirar todavía con dificultad. La chica miró hacia fuera pero movió la mano hasta colocarla sobre la mano de él. El pelinegro giró la cabeza hacia ella un instante y luego la devolvió a la carretera. Sin apartar la cálida mano de la morena de la suya. 
- Keira.
Ella se giró hacia él, sorprendida de que la hablase mientras conducía. El pelinegro detuvo el coche en el semáforo y se volvió para mirarla. Se inclinó sobre ella para tocarla el pelo y fue buscando una a una las horquillas de broche que enganchaban las extensiones a su pelo corto. La chica no se movió, ni tampoco dijo nada. Parecía que él empezaba a tranquilizarse, porque sus manos y cada gesto que hacía se volvieron metódicos y calmados de nuevo. Cuando terminó de soltarlas todas, le quitó las extensiones, todas unidas por una fina diadema negra que se ocultaba bajo su cuello y se las puso en el regazo. Antes de que el vehículo de atrás pitase porque el semáforo estaba en verde, el pelinegro metió primera y arrancó
- Ahora entiendo por qué no te gustan - susurró, mirando a la carretera -. Era por esto, ¿no?
Las luces del interior del vehículo, que no eran muchas, iluminaban un rastro de culpabilidad en los ojos de Ryu. La chica respiró hondo y asintió con suavidad. 
- Llevas el pelo tan corto - murmuró él, mirándola de soslayo -, para que no pudieran... - Él cogió aire con fuerza. Sí, definitivamente se sentía culpable. Había sacado a Keira de la cárcel sin intención de cuidar de ella, solo para utilizarla, pero tampoco lo había hecho para que la mataran a navajazos el primer día que estaba fuera. 
- Dominarme - le ayudó ella, echando la cabeza hacia atrás y suspirando con una ligera sonrisa -. Eres muy listo. 
- Sí, muy listo. Por eso ni siquiera me imaginé el hecho de que podías tener enemigos aquí fuera - insistió él, molesto consigo mismo. 
- Yo tampoco imaginé que aparecerían de la nada a atacarme así - le interrumpió, volviendo a mirarle y girándose a medias en el asiento -. No es culpa tuya.
- Te habrías defendido tú sola muy bien si no te hubieran atrapado de esa manera - siguió el pelinegro, medio frustrado. 
- No, Ryu - dijo ella -. En realidad, no. 
- ¿No? ¿Me estás diciendo que no habrías sabido defenderte de estos tres estúpidos por muy grandes que fueran? - preguntó, incrédulo.
- No es eso. Claro que les hubiera pateado. Pero no puedo. Mejor dicho - rectificó -, no debo. 
- ¿Por qué? Iban a matarte - insistió él, bastante sorprendido de aquel gélido autocontrol que demostraba la chica. 
- Si lo hubiera hecho entonces el permiso para la libertad condicional...
Keira no dijo más. Él cayó en la cuenta rápidamente. Si se formaba una pelea en la que ella estaba implicada con testigos y demás, posiblemente intentaran revocar su permiso de libertad. Y eso no era algo que ella se pudiera permitir. Y él, tampoco. ¿Cómo había podido pensar antes en eso que en su propia seguridad?
No se ha defendido por ti. 
Ryu sacudió suavemente la cabeza. No podía empezar a pensar así. No debía. 
- Es cierto que eso sería un problema - susurró entonces él, con voz grave -. Pero tampoco dejes que te maten, morena. 
El pelinegro condujo en silencio el resto del viaje hasta que llegaron a su edificio. Él abrió la puerta del garaje y entró con el coche antes de que la puerta mecanizada terminara de subir. Aparcó el coche y respiró hondo después de sacar las llaves del contacto. Keira suspiró imperceptiblemente. Estaban a salvo.   
- ¿Sabes quién ha sido?
Ella se mordió el labio inferior, como si se lo estuviera pensando, y luego salió del coche. Él se dio cuenta de que intentaba huir. 
- Eh, Keira, espera. 
- Olvídalo, Ryu. 
- ¿Cómo voy a olvidarlo? ¡Iban a matarte!
- ¿Y no estaría mejor muerta? - soltó la chica, caminando con prisa hacia el montacargas.
- ¡Por supuesto que no! - insistió el pelinegro, persiguiéndola.
- Claro que no, porque me necesitas para tu estúpida venganza, ya, ya lo sé - siguió ella, hablando sin mirarle. 
El pelinegro la alcanzó por el codo y la retuvo, obligándola a mirarle. 
- Dime quién ha sido. 
Keira no supo si le molestó más que insistiera con eso o que no hubiera negado que no podía dejarla morir porque la necesitaba para sus planes. Claro que era solo eso, ¿en qué demonios estaba pensando? Ryu no era un jodido principe azul. Ni ella una puta princesa. 
- No te servirá de nada. No podrás detenerlos. 
- ¿Y que pretendes? ¿Que me quede quieto mientras te persiguen?
- No te preocupes tanto por mi - le dijo, zafándose de su agarre con un tirón -. Esa gente te ha visto de sobra y saben quien eres. No van a acercarse demasiado a mí si saben que estoy contigo. 
- Así que sí les conoces bien. 
- No buscan venganza - le dijo al fin -. Son sicarios. 
- ¿Asesinos a sueldo? - soltó él. 
- Algo así. Pero de baja calaña. No hay más que ver lo chapuzas que son. 
- Estuvieron a punto de mat...
- Vale, no hace falta que me lo recuerdes - le cortó ella. 
El garaje quedó en silencio. La chica le observó casi sin querer pero sin poder apartar la vista de él. La había salvado la vida. Técnicamente, ya era la segunda vez. No sabía que hubiera sido de ella en la cárcel si hubiera seguido estando allí dentro. Después del último ataque, no sabía cuánto podría sobrevivir. Hasta que apareció Ryu. 
Él parecía preocupado. No daba vueltas por el garaje de casualidad, pero había algo rondando su mente de una forma molesta. Y ella vio en sus ojos que estaba pensando demasiado.
- ¿Qué pasa? - le preguntó
El pelinegro la miró. Supo que no podía tener secretos con ella. No de ese tipo.  
- ¿Cómo han podido encontrarte? - le devolvió la pregunta -. ¿Cómo sabían que estabas fuera? Quien quiera que les enviase, conocía esa información. Y no se la he dado a nadie - aseguró. 
Eso era lo que le preocupaba. Keira se mordió otra vez el labio y él ladeó la cabeza. Con la mirada, le pidió que se lo contara. Ella se dio cuenta de que la sería muy dificil negarle absolutamente nada a aquellos ojos azules.             
- Quien les pidió que me mataran... está en la cárcel - respondió ella.
- ¿Qué? ¿Cómo? Es una prisión de alta seguridad. 
- Sí, pero existen los regímenes de visitas, campeón - le recordó -. Y fíjate qué casualidad. Hoy pera precisamente día de visitas. 
- ¿Insinuas que alguien de dentro de la cárcel va a por ti? 
- Sí - dijo solamente. "Y sí, sé quién es."
- ¿No hubiera sido más fácil intentar matarte dentro que fuera? - racionalizó él.
La chica sintió una punzada en el estómago. 
- No he dicho que nunca lo haya intentado - susurró la chica, dándose la vuelta y mordiéndose los nudillos.
Él se acercó a ella de un par de zancadas, le apartó el puño de la boca con suavidad y la obligó a mirarle. Sus dedos rozaron los nudillos que había mordido, llevándose ligeramente el dolor y la saliva que ella había dejado en ellos. Con la otra mano sostuvo su barbilla y la acarició con el dedo pulgar la mandíbula.
- ¿Estás bien?
Ella solamente asintió. Estaba más tranquila. Y acababa de darse cuenta de que, contra más cerca estaba de Ryu, más se tranquilizaba.  
Estúpida, estúpida, estúpida
Él se dio la vuelta en ese momento y se dirigió de nuevo al coche. Se quitó la americana y se subió las mangas mientras abría el maletero para empezar a sacar las cosas que habían comprado. Cuando ella se acercó y cogió dos cajas sin decir nada, él solo la miró. Sintió que le hervía la sangre por momentos. Realmente habían intentado matarla. Había visto aquel cuchillo demasiado cerca de arrebatarle la vida. Por un instante, había recordado a Keiko. Su Keiko, con aquella herida, aquel día en que se volvió completamente loco por ella. Seguramente Keira pensaría que estaba chiflado por haberle dado aquel repaso a toda su anatomía buscando heridas ocultas que no tenía. Trató de no pensarlo, esperando que ella tampoco lo hiciera. En realidad, ninguno de los dos debía pensar. No debían dejarse llevar. Ambos sabían que, si no controlaban la situación, aquello no iba a ser solo una cruel y lenta pero dulce venganza.
  

Las personas pueden llegar a ser más fuertes de lo que pensamos.

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