miércoles, 10 de abril de 2013

Encadenándome a ti.

No era cierto. Aquellas caricias no podían ser parte de un juego de venganza. Se negaba a creer que Ryu pudiera ser tan cruel. Sus manos se deslizaban por su cuello, rozando su clavícula y bajando hacia su cintura, delineando sus caderas muy despacio, acariciando su piel con la yema de los dedos, mostrando una sensualidad y dulzura desmedidas. Con algo que Keira jamás había sentido antes. Sus dedos parecieron extrañarse, aunque no dudar, al encontrar una cicatriz en la parte derecha de su abdomen, y la rozaron un par de veces arriba y abajo, delineándola; haciéndola suspirar. Era como si aquellos dedos encendieran cada terminación nerviosa de su cuerpo involuntariamente. ¿Acaso trataba de seducirla? No podía explicar de otra manera aquellos roces de esos dedos que, de repente, la hacían arder. Cada lugar de su piel que tocaban parecía estallar en llamas. Si trataba de volverla loca para luego llamarla furcia barata, algo la decía que podía conseguirlo. Keira echó mano de todo el autocontrol que tenía al principio. Cuando él se deshizo de sus pantalones, sacándoselos por los talones y dejándolos en el suelo, la chica se propuso simplemente cerrar los ojos y aguantar. Sin embargo, el pelinegro no solamente parecía no tener prisa alguna, sino que de alguna manera, su cómodo y sensual silencio la hacían demasiadas promesas que no alcanzaba a entender. A pesar de todo, no podía seguir preguntándose por qué. El pelinegro la empujó de forma suave hasta la cama y, cuando Keira sintió el colchón detrás de sus rodillas, él la inclinó hasta dejarla medio tumbada sobre la cama. La chica se incorporó hasta sentarse, sin apartar la mirada de Ryu. No quería parecer un animalillo asustado pero debía reconocer que, de haber podido, habría salido corriendo. Hasta que se dio cuenta de que, parte de la culpa de que su mente no funciara la tenía la inexplicable atracción que sentía por el pelinegro. Esa forma de mirarla con sus ojos azules, de recorrer su piel como si quisiera recordarla antes de tocarla, su mueca de sonrisa misteriosa a la vez que cabrona, era algo que Keira no había pensado ni por asomo en encontrarse al salir de la cárcel. Ante los ojos interrogantes y a la vez, furiosos, de la chica, Ryu se desabrochó la camisa, sacándosela del pantalón pero sin llegar a quitársela. Se sentó a su lado en la cama y la apartó el flequillo de los ojos. Keira sentía un temblor irracional en las piernas y sus manos se aferraron con fuerza a la colcha. Él deslizó los dedos por su mejilla, por su cuello, por su cuerpo, despacio. Además seguía sus propios dedos con esa mirada azul que superaba las barreras de la chica. Sus dedos se detuvieron en la cicatriz que cruzaba horizontalmente su costado derecho. Era la única que tenía en la parte delantera del cuerpo. Una chispa de curiosidad asaltó sus ojos azules. Pero no preguntó.
- Date la vuelta - susurró el pelinegro suavemente. 
Ella tardó unos segundos en procesar lo que él la pedía. Se soltó de la colcha sintiendo los dedos agarrotados y, apoyando el codo derecho en el colchón, se dio la vuelta, apoyando la mejilla contra la almohada. La funda de la almohada olía a jabón y sudor. Cerró los ojos al respirar hondo. El olor de aquella sábana la embriagó por completo. El olor de Ryu. 
Volvió a sentir los dedos del chico rozando su piel. La acariciaba el cuello de una forma dulce mientras miraba todas y cada una de sus cicatrices. Keira le sintió moverse y trató de mirar hacia él. Se había levantado solamente para pasar una pierna a cada lado de su cadera. Le tenía literalmente encima. Cuando se agachó hacia ella notó una oleada de calor en la espalda. El pecho desnudo del chico rozaba sutilmente su espalda, provocándola escalofríos a pesar de que empezaba a sudar. Habría pensado en cualquier cosa en ese momento. Que iba a intentar asfixiarla contra la almohada, que la agarraría por el cuello para cortarle la respiración, que la obligaría a poner los brazos a la espalda hasta retorcérselos para atarla las manos. Cualquier cosa menos sentir los cálidos labios del chico deslizandose por sus cicatrices. Contuvo un jadeo de sorpresa y cerró los ojos.  
- Ryu, no... - articuló.
- No me disgusta - la interrumpió él sin levantar la voz -. Y a ti tampoco - hizo notar. 
- Pero... son... -No encontraba exactamente la palabra adecuada para definirlas.
- La prueba de que estás viva.  
La chica aguantó un momento la respiración antes de suspirar. Cada beso que él dejaba en su espalda hacía arder absolutamente todas sus terminaciones nerviosas. Llegó a pensar que explotaría antes siquiera de que la tocase. Los dedos del pelinegro llegaron hasta el engache del sujetador negro que llevaba puesto. Keira ni siquiera se inmutó cuando él lo desabrochó y se lo quitó, sin dejar todavía que se diera la vuelta. ¿Cómo era posible que la alterase más un roce de ese hombre que el hecho de que pretendía abusar de ella? Era como si esa razón hubiera desaparecido. Como si solo fuera una excusa barata para tocarse entre ellos, nada más. Y Keira sentía que iba cediendo a ese juego poco a poco.
Ryu pasó los brazos por delante del cuerpo de ella y la levantó. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared y llevó a Keira a sentarse entre sus piernas, con la espalda apoyada en él. Los labios del chico pronto volvieron a encontrar su cuello y mientras ella volvía a dejarse llevar, el pelinegro movió las manos a su antojo por su cuerpo. Su mano izquierda la acarició la clavícula antes de deslizarse por su pecho y rodearlo con la palma entera. Los dedos de su mano derecha se abrieron camino bajo la goma de su ropa interior y la tocaron más profundamente. Keira intentó aguantar la voz pero a cambio tuvo que arquear la espalda y gruñir. Le sintió sonreír contra su oreja. 
- Capullo - articuló. 
Él presionó los dedos ligeramente en la zona baja de su entrepierna y ella exhaló todo el aire de sus pulmones de golpe. 
- Eres suave - la susurró con una media sonrisa complacida. 
Ella cerró los ojos con fuerza. No. Daba igual. Por mucho que aquel hombre la hiciera sentir, su cuerpo no reaccionaría de la manera que él parecía esperar. Se conocía lo suficiente y sabía que el miedo que había sentido tantas veces por situaciones peores que aquella la bloqueaban por completo, haciéndola incapaz de mantener una relación así sin dolor. Ryu pareció darse cuenta al sentir la rigidez de su espalda y su forma de apretarle los pantalones entre sus manos. 
- ¿Estás bien? - susurró. 
- Déjame... - le pidió con un hilo de voz.
Keira no albergaba esperanza alguna de convencerle. Además, ella misma debía reconocer que allí, perdida de cualquier otro lugar y otro sentimiento, como si su existencia hubiera sido borrada, y entre los brazos de Ryu, había encontrado un refugio para su apaleado y casi muerto corazón. 
El pelinegro dejó de tocarla y ella se encogió. ¿En serio ya estaba? Apenas había pensado en ponerse de pie y apartarse de él cuando Ryu cogió las manos de la chica entre las suyas y cambió de estrategia. Deslizó de nuevo las manos a donde las tenía antes, hacia su pecho y su entrepierna. Llevando a aquellos lugares las manos de la chica. Ella intentó retirar sus propias manos pero la fuerza de Ryu en sus muñecas se lo impidió.
- ¿Qué haces?      
- Tócate - respondió él, dándola un suave beso en el hombro. 
- ¿Que qué? - soltó ella. Aquello se estaba volviendo una auténtica locura. 
- Vamos, tú te conoces mejor que nadie. Si es tu propio roce en vez del mío, tu cuerpo reaccionará. 
Keira no podía creerse que, después de todo lo que había pasado, hubiera acabado en aquella situación. Resignada mientras gruñía, apretó los ojos cerrados y empezó a mover sus propias manos en sus zonas erógenas. Con las manos de él sobre las suyas, rozándola de vez en cuando, y sus labios pegados a su cuello y su oreja, la chica empezó a sentir un temblor en las piernas que nunca antes había sentido 
Sus sentidos empezaron a nublarse y su voz se negaba a quedarse en su garganta, haciendo que soltara jadeos guturales a veces ahogados y ronroneos. Su cuerpo se estremecía de una forma que no conocía, que no entendía. Entre los brazos de Ryu, sus músculos se contraían, se dejaban caer contra él, como si supiera de sobra que él la cogería y volvería a hacerla sentir. 
 - Eso es - susurró el pelinegro contra su oreja, lamiéndola el lóbulo como si fuerauna recompensa.
La voz de Ryu recorrió su espalda y Keira contuvo el aliento. De no haber estado tan sorprendida y tan perdida en sus propias sensaciones, quizá aquella voz hubiera sido capaz de llevarla al orgasmo. No podía creérselo. No era posible. No podía estar sintiendo de verdad. Su mente empezaba a quedarse en blanco, respondía a las caricias del pelinegro, a sus exigencias, y sus dedos se movían ellos solos, por inercia. Por necesidad. Nunca había sentido necesidad de esa manera tan placentera.  
- Eso está mejor - murmuró él. 
La chica se dio cuenta entonces de que el pecho del chico golpeaba contra su espalda, con la respitación ligeramente agitada. ¿Ella le estaba haciendo sentir a él también? No pudo pensar en si ella tenía el suficiente encanto como para hacer eso cuando notó la mano de él moverse sin previo aviso en su entrepierna. Con suavidad, introdujo un dedo en su interior, muy despacio. Keira echó la cabeza hacia atrás y todo su cuerpo se tensó. La mano con la que estaba tocándose se aferró, por acto reflejo, a la muñeca del pelinegro, en un intento por rogarle que no siguiera. Él, en lugar de atender a aquella súplica silenciosa, apartó la mano de la chica de su propio pecho y entrelazó los dedos con los suyos. 
¿Qué estaba pasando allí? ¿Qué hacía Ryu actuando de esa manera? ¿Qué estaba sintiendo ella? ¿Y por qué? 
Se mordió el labio al sentir el segundo dedo del chico invadirla. Soltó un ligero gemido de dolor que él apaciguó con una caricia de sus dedos en su otra mano y un suave susurro. 
- Relájate...
- No - se negó, sacudiendo la cabeza.
- Keira...
- ¡No! - gritó, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia delante -. ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué estás haciendo esto!? ¡Si lo que pretendes es vengarte entonces, ¿por qué no lo haces y punto?! ¿¡Por qué no cuando más duele?!
Estaba demasiado confundida. Ryu la había hecho sentir. Había ido demasiado lejos. La cabeza de Keira no podía procesar absolutamente nada. Había pensado desde el principio que él solamente se preocuparía por abusar de ella y dejarla tirada como si fuera un trasto viejo y roto. Ella, en cierta manera, había esperado por eso. Pero si la hacía sentir de aquella manera, si la excitaba hasta el punto en el que su dolor se volvía placer, cosa que nadie antes había conseguido hacer, entonces no podría perdonarle por hacerla eso. Y no quería odiar a Ryu.       
Él chasqueó la lengua. Cuando había decidido acostarse con ella no pensó que la chica se dejaba hacer simplemente arrastrada por la culpa del pasado. Tampoco era que creyese que cualquier mujer caería ante él; tal vez era precisamente eso lo que había intentado probar. Pero había jugado demasiado con Keira. Se mordió con fuerza el labio inferior y sintió un violento temblor del cuerpo desnudo de la chica. Nunca había pretendido dominarla. Ella era increíble siendo salvaje. Lo único que había intentado, fallando estrepitosamente, era hacer que ella confiase en él sin tener que hablar de sentimientos. Que una mujer se entregase de esa manera a un hombre para él era una muestra de esa confianza. Sin embargo esa forma de verlo para ella era un intento de venganza por... ¿violación? Se exasperó al pensar que ella de verdad había pensado eso de él. 
- Yo no soy así - la dijo entonces.
- ¡Pues mátame de una puta vez! - insistió ella. 
El chico apartó la mano de la entrepierna de la chica y la obligó a mirarle, sujetándola la mejilla. Sintió los dedos húmedos del chico rozarla la piel y su corazón dio un vuelco. Realmente estaba excitada a causa de aquel hombre de mirada fría pero con un corazón que latía dentro de su pecho. Todavía lo hacía a pesar de todo. 
- Si hubiera querido matarte - la susurró, casi rozándola los labios -, estarías muerta. 
- Entonces qué... ¿qué es lo que quieres, Ryu? - preguntó, tragando saliva -. ¿Qué es lo que pretendes con todo eso de la venganza?
El pelinegro la tumbó con cuidado en la cama, con la cabeza sobre la almohada, y se echó a su lado, sin apoyar el peso de su cuerpo en ella. Keira sintió otra descarga de adrenalina cuando volvió a sentirle tan cerca de ella. 
- No me has entendido - la dijo, mirándola a los ojos -. No has entendido nada. Pero no importa - su voz se volvió melosa. Los ojos azules del chico reflejaron la mirada temblorosa de la chica -. Te lo contaré todo después de hacerte experimentar los orgasmos más placenteros de toda tu vida. Cuando deje de tocarte y tú dejes de gemir mi nombre, Keira - la susurró, mordiéndole el lóbulo de la oreja. 
- ¿Ryu? - murmuró ella, realmente sorprendida. No podía ver la palabra "venganza" por ningún sitio en aquel derrote de erotismo por su parte. 
El pelinegro se incorporó ligeramente y se quitó la camisa, dejándola caer contra el colchón, a su espalda. Luego se inclinó de nuevo hacia ella y, casi sin pensar, le besó la frente. Con aquel gesto, a pesar de no entenderlo, Keira supo que acababa de sucumbir irremediablemente a él. 
- No voy a hacerte daño - dijo al fin el pelinegro, acariciándola suavemente la mejilla -. Confía en mí. 
Por alguna razón, decir esas palabras en aquella situación parecía más fácil. No lo hubiera hecho si ella no hubiese sido tan terca. Pero precisamente esa terquedad era una de las cosas que la hacía una belleza ante sus ojos azules. 
La chica no fue demasiado consciente de que había asentido con la cabeza a su petición hasta que le vio curvar la comisura de los labios en una sonrisa entre complacida y traviesa. Tal vez las promesas que sus dedos le habían hecho no eran mentira después de todo. Seguía sin saber el por qué y sin comprender absolutamente nada de todo aquello pero al menos ahora había algo que sabía.  Que confiaba en Ryu. Y que eso, cambiaría su vida para siempre. 

Le rugía el estómago. Tenía hambre. Estaba acostumbrada a despertar cada mañana con un fuerte sonido retumbando contra sus oídos. El pitido que anunciaba que era hora de levantarse. En la cárcel, la disciplina era fundamental y dura. Y además, a veces había que levantarse de la cama rápido antes de que alguien más se metiera dentro. Keira había pensado que su cuerpo estaba acostumbrado a despertarse escuchando ese estruendoso sonido, y que si llegaba el momento en que no lo escuchara, se despertaría extrañada o desorientada, o que le cambiarían sus ritmos horarios o una cosa de esas. Pero al parecer esa noche había dormido más de lo que recordaba haber dormido desde hacía al menos diez años. Se giró entre las sábanas que cubrían su piel y se quejó en un ronroneo, llevándose las manos al estómago. No dejaba de gruñir. Abrió despacio los ojos al sentir un olor dulce en la nariz. Parpadeó despacio y esperó ver la pared gris a la que saludaba cada mañana. Al ver un espacio demasiado grande más allá de la cama se incorporó de golpe. Respiró hondo al ubicarse y recordarlo todo. 
"Dios... Ryu, por favor..."
Había dicho eso. 
"¿Por favor... qué?"
Aquella voz enviaba descargas eléctricas por todo su cuerpo hasta el centro de su placer.
"No... no pares..." 
Lo había hecho. 
"Me encanta la forma en que te estremeces, Keira. No imaginaba que eras tan increíble, morena."
Sacudió la cabeza y se echó la sábana por encima. Su corazón dio un ligero vuelco al empezar a recordar retazos de aquella noche. Aún sentía escalofríos si pensaba en la forma en que Ryu la había... ¿la había que? ¿Hecho el amor? ¿Acaso era estúpida? Al final, todo aquello solamente había sido un juego de confianza por parte de Ryu. Era un imbécil millonario incapaz de decir con palabras lo que la confianza suponía para él. Aunque debía reconocer que jamás se había abandonado a sí misma de aquella manera tan locamente placentera. Por algún motivo que no lograba descifrar en su maldita mente, Ryu la había atraído desde el principio. Por primera vez, se había sentido a la altura de aquel chico, desde que lo conoció en el instituto. Siempre se había considerado inferior, los protagonistas de aquella historia eran el grupo de los malos y los buenos, él y su chica; ella no entraba en el cuento. Sintió una punzada molesta en el pecho. Su chica. Pensar en ella la revolvió un momento el estómago. Desde luego no se había acordado de ella mientras cedía a la pasión que Ryu hacía vibrar en todo su cuerpo. Keira se dio cuenta de que empezaba a pensar demasiado. Volvió a sacudir la cabeza con más fuerza.
Idiota. Solo sexo. Te pone y punto.
Volvió a mirar hacia el apartamento. Realmente la gustaba aquel lugar. La luz entraba solamente por las ventanas superiores del otro extremo del apartamento; las que había al lado de la cama estaban tapadas con cortinas de color negro, creando una oscuridad que la había permitido dormir más tiempo. Su mirada se posó en el salón que había al otro lado del piso. La televisión que colgaba de la pared sobre una peana, justo encima de un armario de color negro estaba encedida, pero con el volumen bajo. El canal era de noticias mañaneras. La chica escudriñó cuanto pudo pero no alcanzó a ver la hora que marcaba la pantalla. Él estaba en el sillón individual de la izquierda, de espaldas a la ventana y la luz. Tenía en la mano una taza que humeaba y parecía concentrado en la pantalla del ordenador que tenía delante. Volvía a llevar las gafas puestas y no llevaba una camisa, sino una camiseta gris sin mangas y unos vaqueros azules con un par de rotos a la altura de las rodillas. Así sí parecía aquel Ryu rebelde que había conocido en el instituto. Se mordió el labio inferior, incapaz de no pensar con el calor que invadía su cuerpo al mirarle. Tanto como si llevaba traje, como con aquel aspecto de muchacho de instituto como completamente desnudo frente a ella, Ryu seguía siendo demasiado atractivo. Condenadamente guapo. Y jodidamente follable.
Él levantó la mirada en ese momento, como si supiera que le estaba mirando. No pudo apartar los ojos de él. No era ninguna niñata que se sonrojaría cuando su amante la mirase por la mañana. Era una mujer que había hecho una estupidez. Mantuvo los ojos clavados en los de él durante el tiempo que él la miró, dándole un lento sorbo a la taza con, posiblemente, café.
- Buenos días - dijo ella, intentando que su voz no sonara demasiado ronca. 
- Hola, morena - le devolvió él el saludo, ladeando la cabeza de forma suave. 
Cuando sintió aquellos ojos azules sobre ella de nuevo recordó cómo la habían mirado la noche anterior. Mientras gemía bajo su cuerpo cubierto de sudor y placer. Se había aferrado con fuerza a la espalda del pelinegro en un intento por no perder la noción de la realidad pero el contacto con su piel caliente solo lograba enviar más y más sensaciones de placer por todo su cuerpo.   
- ¿Hay más? - preguntó entonces la chica, señalando la taza. 
- Todo el que quieras - respondió el pelinegro, con una sonrisa complaciente. 
Le hubiera gustado estar mirando mientras la chica dormía. Tenía el pelo alborotado, al menos el flequillo; ella no parecía preocuparse por ello. La sábana no la tapaba del todo pero Keira había acercado las rodillas al pecho y parecía bastarla con eso. Por alguna razón, esa imagen le hizo volver a sentir calor en la espalda, recorriendo su espina dorsal. La piel que Keira le enseñaba ahora desde lejos había estado cálida y suave bajo su toque, no había rincón de ella que no hubiera besado o acariciado la noche anterior. Quiso sonreír de forma pícara, pero se contuvo. Habían pasado muchas mujeres por su cama. Pero no por "aquella" cama. Nunca imaginó que ver despertar en aquel lugar a alguien que no fuera la mujer que había amado ocho años atrás podría hacerle sonreír. En Keira había algo más que la distinguía de todas las demás. Los ojos la brillaban. No de lujuria. No de satisfacción. La brillaban por alguna razón que escapaba al entendimiento de Ryu. Nunca había visto a una mujer menos perfecta que ella. Y eso era precisamente lo que más le atraía de esa morena.
Volvió a centrarse en el correo que tenía abierto en el ordenador, de uno de los hombres más insistentes, histéricos y tocapelotas que había conocido. El contable de la empresa. Ni siquiera sabía para qué le tenía contratado. Él solito se bastaba para hacer números. Aunque en un conglomerado como el que él dirigía, ocuparse solo dejaba de ser algo increíble para pasar a ser una auténtica estupidez. Y él no caería en la trampa de ser estúpido y creerse más inteligente que los demás. Por lo que aceptaba la ayuda de aquel hombre que a veces le sacaba de sus casillas. Sin embargo, por urgente que fuera enviarle los documentos que aquel hombre le reclamaba, no pudo evitar mirar por rabillo del ojo a Keira mientras se envolvía la sábana alrededor del cuerpo para levantarse de la cama y entrar en el baño. Ryu se encontró a sí mismo teniendo que resistir a la tentación de seguirla al baño. ¿Por qué? Debía reconocer que Keira era diferente a todas las demás. Pero no era más. Estaba completamente fascinado por el cambio que había dado aquella chica, por la mujer en la que se había convertido. Y una mujer que le atraía de una forma peligrosamente adictiva y eléctrica. Volvió la mirada al ordenador y siguió leyendo los papeles que tenía que poner el orden. 
Como si él hubiera sabido que lo primero que iba a hacer era darse una ducha, Keira encontró el baño cálido, por un pequeño calefactor que había al lado de la puerta, que estaba encendido. El baño era lo suficientemente grande como para ser de una suite de hotel. En la bañera cabían al menos tres personas, con una mampara de crista opaco. El resto era todo de baldosines de un color crema suave. La luz era tenue y además, amarilla en lugar de blanca, lo que le daba al lugar aún más aspecto de calidez. Keira se acercó al lavabo y miró su aspecto en el espejo. Por primera vez desde hacía tiempo se preguntaba por qué demonios se había cortado el pelo. Por el lado derecho apenas la llegaba por encima de la oreja; a medida que miraba hacia la izquierda, las capas en el pelo aumentaban hasta el flequillo de la izquierda. No era un corte feo, y para ella había sido muy útil, pero parecía ser cosa de la sociedad que los hombres prefirieran a las mujeres de pelo largo. Y mucho, mucho más femeninas que ella. 
Estúpida.
Sin embargo, no pudo contener una sonrisa triunfadora. Recordaba con detalle cada vez que Ryu le había acariciado el cuello esa noche, enredando los dedos en aquel pelo corto, dejándose llevar por ella. Debía ser consciente de que igual que él había sido capaz de hacerla perderse, ella también tendría algo, aunque no supiera el qué, que le hacía perderse a él. 
Dejó caer la sábana al suelo con intención de meterse en la bañera. Al moverse chocó con algo pesado. Bajó la mirada y vio, bajo el lavabo, la bolsa de deportes con la que ella había salido del establecimiento penitenciario. ¿Ryu había...? Se detuvo antes de seguir. Lo último que necesitaba era seguir pensando, por lo que se metió bajo la ducha cuando fue capaz de aprender cómo funcionaba y puso el agua caliente. Cerró los ojos al meterse debajo. Normalmente acostumbraba a ducharse con agua fría. Como si cada chorro pudiera despertarla de una pesadilla. O llevarse el dolor de las heridas. Sin embargo en aquel momento sintió, por un instante que quiso hacer eterno, que aquella calidez acariciando su piel significaba que podría ser feliz.       



Solo por esta noche, más fuerte, una y otra vez, entregándonos a una sensación desquiciante.

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