jueves, 18 de abril de 2013

¿Hasta dónde irías por lo que buscas?

Mientras Ryu subía las cajas en el montacargas del apartamento, Keira empezó a desenvolver todas ellas, cerca de la mesa de estudio que Ryu tenía en el piso. Ella aún no sabía si decir salón, habitación o qué. Pero eso importaba poco. La gustaba aquel lugar. Era como si la transmitiese paz. Y para haberlo diseñado así, algo la decía que al pelinegro tambn le transmitía esa sensación. Sentada en el suelo de parqué, la chica montó todo el equipo en apenas una hora. Ryu, después de subirle todas las cajas y dejárselas a mano, se sentó a horcajadas en una silla y se apoyó con los brazos en el respaldo, mirándola mientras trabajaba en el ordenador completamente concentrada. Keira era un espectáculo. Su forma de moverse, rápida, sabiendo lo que hacía, segura de sí misma, de que esos cables iban como iban y de que iba a funcionar todo. Era una profesional de verdad. Y no pensaba desaprovechar su talento. Dio un trago corto a la copa de vino tinto que tenía en la mano antes de levantarse y acercarse a ella cuando la chica se puso en pie, satisfecha de su trabajo. Encima del escritorio había montadas dos pantallas de ordenador. Al lado, el portátil estaba abierto. Las CPU estaban bajo la mesa. La chica había apañado los cables para poder dejar aquello lo más ordenado posible. Solo había un enchufe en el que había puesto una regleta con seis enchufes más, para poder conectar tanto el ordenador como la lampara que había puesto sobre el escritorio, con tres posiciones de luz dependiendo de cuánto quería iluminar. Reconocía que no había dudado al comprar todas aquellas cosas con la tarjeta de Ryu. Si él quería profesionalidad, la tendría. Y para eso, ella necesitaba su equipo al completo. 
Keira se sentó en la cómoda silla de cuero y la hizo rodar hasta acercarse al escritorio, después de recoger las cajas y dejarlas colocadas en la entrada para tirarlas al día siguiente. El pelinegro acercó su silla a ella, sin preguntar. Keira no estaba muy acostumbrada a que nadie la mirase trabajar, pero Ryu técnicamente era quien la estaba "contratando", así que tenía derecho a estar allí. En menos de diez minutos, la chica instaló, organizó y configuró todo el equipo. Una vez hecho eso, miró al pelinegro, que la miraba a ella con una expresión indescifrable. 
- Ya está - le informó -. Ahora llega el momento de que me digas qué demonios quieres. 
- Eres eficiente - apuntó él. 
- Lo sé - presumió la chica -. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres que haga? - insistió. 
En realidad, tenía una ligera emoción latiéndole en el pecho por empezar aquel trabajo. Hackear la había convertido en lo que era, la había salvado más de una vez de volverse loca. No la importaba cuál fuera la razón que impulsaba a Ryu a hacer aquello. Si no iba en contra de sus principios, ella lo haría y punto. 
- Para empezar, no quiero que esa gente tenga ni un solo secreto que nosotros no conozcamos. Quiero que entres hasta las entrañas de sus empresas, de sus cuentas, de su vida y la vida de quienes les rodean. ¿Me explico?
- Lo quieres absolutamente todo - resumió Keira, juntado los dedos de las manos y estirándolos hasta hacerlos crujir sonoramente -. Pues, manos a la obra. 
La chica empezó a teclear y un montón de páginas se abrieron ante sus ojos. Ryu reconoció algunas, pero otras con series de números y claves iban más allá de su entendimiento. 
- ¿Por dónde empiezo?
- Nuestro primer objetivo será fácil. Es una empresa dedicada a fabricar productos médicos.
- ¿Medicamentos?
- Sí. Para empezar, además de mi venganza personal, esa empresa es un maldito fraude. Tienen deudas a mansalva y parece ser que sus productos no son del todo... legales. 
- ¿Cómo se llama la empresa en la que tengo que entrar? - preguntó sin mirarle, concentrada en lo que hacía, tecleando sin parar. 
- Aishu Farmaceutical - pronunció Ryu, con un tono que a ella le pareció resentimiento. 
- Me suena incluso a mi - comentó la chica, mientras empezaba a buscar.
- Es la empresa de Yukiya, Keira. 
Los dedos de la morena se detuvieron sobre el teclado. Parpadeó varias veces antes de girarse hacia él, que parecía esperar su reacción con ansia. 
- ¿Él? 
- Sí, así es. Hasta hace poco estaba aliado con Nere Laboratorios. ¿Adivinas quién llevaba esa empresa?
Keira pareció buscar una conexión en su mente. 
- ¿Chen? - preguntó, casi con voz temblorosa. 
- Exactamente. 
Chen y Yukiya eran los dos matones de Sakura Aizawa en el instituto. Además de ellos dos, el grupo se componía por Jim y Sira, y de la propia Sakura. Ellos cinco eran el terror del instituto. Recordó aquel día un breve instante. Esos dos habían estado de pie, mirando, impasibles sin hacer nada mientras Keiko moría. Igual que ella. Cerró los ojos un momento con fuerza. No conocía del todo a Chen. Pero Yukiya... el chico de mechas en el pelo. El chico que la perseguía hasta límites insospechados. Posiblemente ya no se acordase de ella. Pero ella si le recordaba a él. Y la encerrona que había preparado con ella en el gimnasio del instituto también. Apretó los dientes y tragó saliva.
- ¿Pretendes que entre en la empresa de Yukiya?
- Él es el primero en caer. Mejor dicho, el segundo. Chen está fuera de esto ya. Cuando cayó, el vínculo con Aishu Farmaceutical se rompió. Por lo que Yukiya está desesperado, en una situación límite. Y sin embargo, parece que pretende seguir adelante con sus negocios. 
Keira evitó preguntar cómo había acabado Chen y su empresa. 
- Y tú crees que Yukiya está tramando algo - dijo. 
- Sí. La manera de salvar su empresa. Y pretendo cortar esa vía de escape que tiene. No dejaré que se salve. Pero no sé que demonios está tratando de hacer, lo lleva todo en el más estricto de los secretos. Y no puedo investigar sin exponerme demasiado - suspiró el pelinegro. 
- De acuerdo. -Volvió a teclear en el ordenador, mirando la pantalla de su izquierda -. Voy a intentar acceder a todas las bases de datos que tiene, a ver si encuentro alguna puerta que se haya dejado abierta por donde poder colarme. 
Dicho así parecía incluso sencillo. Pero él era plenamente consciente de que no podía hacerlo sin Keira. Y, de alguna manera, sentía que tampoco quería hacerlo si no era con ella.
- ¿Te importa si me quedo mirándote? - preguntó él de repente. 
Ella se lamió los labios inconscientemente. 
- Mientras no me mires como estás haciendo ahora, me vale - respondió la chica. 
El pelinegro se inclinó hacia ella. Su respiración la rozó el cuello. 
- ¿Y cómo te estoy mirando, Keira? - susurró, sintiendo su aliento en la oreja.
- Me estás follando con la mirada, Ryu - contestó, mirándole de reojo un momento -. Deja de hacerlo. Y podrás quedarte ahí sentado mirando lo que hago, si es lo que quieres hacer.  
- ¿Te pongo nerviosa?
Ella se giró hacia él y le rozó la nariz con los labios.
- Me pones cachonda - musitó, mirándole a los ojos de forma firme y terriblemente pasional -. Pero tengo que trabajar. 
Él sonrió de forma retorcida y se acomodó en la silla, apoyándose de nuevo en el respaldo de cuero y volviendo a coger la copa de vino. La chica se incorporó y volvió a mirar a la pantalla para empezar con su hackeo. Ryu entendía más bien poco de todo lo que Keira estaba haciendo. Pero la cara de concentración de la morena, sus ojos moviéndose de allá para acá, leyendo a velocidades de vértigo, mientras tecleaba de una forma bestialmente rápida, le hacían sentir algo de tranquilidad. Le gustaba lo que veía. Pensar que aquel era el principio de su venganza le hacía volver a sentir la sangre corriendo por sus venas. Y sabía que tampoco era ajeno a la morena. Eso era algo en lo que no debía pensar. No pensarlo. Pero controlarlo. Porque él no sabía dejarse llevar, no se lo permitía a sí mismo. Hasta que la noche anterior había sentido auténtico placer al hacerlo con Keira. Tendría que haberlo dejado como una noche más, como había hecho hasta entonces con todas las mujeres. Peo no había podido. No podía dejar de mirarla de aquella manera que ella denominaba "follar con la mirada". No podía evitar sentir ganas de volver a tocarla. No podía negar el evidente atractivo sexual que había entre ellos, sobre todo cada vez que la veía sonreír o le miraba con aquellos ojos que estaban tan teñidos de oscuridad como los suyos. 

Ryu dejó los platos sobre la mesilla del salón. Había cocinado algo sencillo que le pudiera gustar a la chica. Mejor no preguntar, prefería sorprenderla. Cocinar le relajaba. Normalmente lo hacía con algo de música, que ponía en los altavoces que tenía en la cocina. Pero esa noche había preparado la cena mientras la escuchaba teclear, respirar, moverse en la silla, estirarse y ronronear, beber agua de la botella que él la había puesto en el escritorio. Y había sido agradable. 
- Deja eso y vamos a cenar, anda. 
La proposición la hizo desconcentrarse un momento. Dejó de teclear y se giró en la silla a mirarle. Estaba sentado en el sillón individual, con los codos apoyados en las rodillas. Sus ojos azules estaban fijos en ella, pero la miraban con tranquilidad. Aunque para ella, seguía siendo pasión. Se levantó de la silla y se estiró hasta ponerse de puntillas. Se acercó al sofá más grande y se apoyó en el respaldo. 
- Cenemos. Si tú eres el postre - sonrió, lamiéndose los labios. 
- Con lo asustada que parecías ayer... - le recordó él. 
- Pensé que me harías daño - admitió, rodeando el sofá y sentándose en él, delante de la mesa llena de platos con una comida que le hacía la boca agua. 
- Siento haber sido un poco brusco.
- No fuiste brusco - dijo, con una pequeña sonrisilla traviesa.
- Si sigues poniendo ese tipo de caras, acabaré cayendo - advirtió -. Vamos a cenar ya. 
- No te imaginaba cocinando de esta manera, Ryu. 
- Pues espérate a probarlo - dijo, guiñándola un ojo. 
La comida que Ryu había preparado fue simplemente deliciosa. No quería subirle el ego al pelinegro pero era realmente bueno en la cocina. Cuando acabaron, ella le ayudó a recoger las cosas. Con un café en la mano, la chica se volvió a sentar en el sofá. Más bien, se estiró cuanto quiso. Aquella comodidad era algo a lo que se iba a acostumbrar más rápido de lo que esperaba. Pero no podía evitarlo. Después de todo lo que había pasado, lo consideraba algo normal. Además, tampoco tenia tiempo para preocuparse de esas cosas. Ryu se sentó a su lado con un vaso de whisky. Se miraron un momento y él ladeó la cabeza. 
- ¿Puedo preguntarte algo?
- ¿El qué?
- Es una curiosidad, más que nada. ¿Cómo demonios abriste mi coche?
A la chica la cogió un poco por sorpresa la pregunta, pero sonrió. 
- Ganzúas. 
- ¿Cómo? Ese coche es de una de las marcas que tiene de las seguridades antirrobo más alta del mercado. -Parecía realmente sorprendido él también. 
- Yo también tengo una habilidad de lo más alta haciendo esas cosas - dijo, soltando una carcajada. 
- ¿Dónde compraste esas ganzúas?
- No las compré. Eran mías - respondió, dándole un sorbo al café. 
- ¿Las has sacado de la cárcel? ¿Cómo?
Tanta pregunta era algo repentina. Pero Keira respondía como si fuera algo normal, como si estuviera manteniendo una conversación tan normal y tranquila con un amigo. 
Un amigo. Ingenua. 
- Es un secreto - dijo al fin, misteriosa.
- Ya... Bueno, la verdad es que tampoco sabía que podías usarlas - añadió él. 
- ¿Eso no estaba en mi curriculum de hacker? - bromeó la chica. 
- Pues no - dijo el pelinegro, mirándola con un brillo de interés en los ojos -. ¿Cómo es que sabes usarlas, pequeña hacker?
Que la llamase así la volvió loca.
- Digamos que... tenía demasiado tiempo libre - respondió la morena. 
- ¿No me lo contarás?
- ¿Por qué ese ansia por saberlo todo? - le devolvió ella la pregunta. 
- Bueno, llevas ocho años sin hablar con alguien decente. Pensé que tendrías conversación de sobra - contestó. Pero mentía. Sabía que no podía responder a esa pregunta. Porque ni siquiera él mismo sabía por qué se interesaba por la vida de Keira. 
- En la cárcel hubo una mujer que se dedicaba a abrir candados cerrados con un par de ganzúas. Estaba relegada casi a vivir en la biblioteca y allí escondía su pequeño hobbie. En realidad no escondía nada, todo el mundo lo sabía. Pero nadie le prohibió seguir con ello. Porque con el paso de los años las vigilantes se dieron cuenta de que esa mujer no tenía intención alguna escapar. Al final, yo acabé en la biblioteca también, cual ratón de librería. Allí encontraba la paz que no podía tener en otro sitio. Hablé mucho con ella. -Su voz se enterneció -. Ella me enseñó a manejar las ganzúas al saber que yo no escaparía de la cárcel usando sus técnicas. Después de todo, le conté mi vida y supo que yo no tenía ninguna intención de terminar con mi condena escapándome. 
- ¿Por qué estaba ella allí?
- Por proteger lo que más quería - susurró -. No fue mucho tiempo pero la conocí más que suficiente para admirarla.
- ¿Murió?
- No - dijo, levantando la vista hacia sus ojos azules. Ryu vio un par de pozos oscuros en sus pupilas. Supo la respuesta antes de que Keira pronunciara las palabras -. La mataron. 
El chico se llamó estúpido por hacerla recordar cosas así. Dio un trago al whisky y se fijó en la expresión de la chica. No parecía triste por ello. Se preguntó si Keira había llorado por esa mujer. Sintió que verla llorar sería algo muy íntimo, así como lo era para él un beso. Algo que nadie vería de ella y que él no volvería a dar. 
- No creo que las necesites más, Keira. Mejor dicho, no deberías de usarlas - la dijo entonces, algo serio, aprovechando también para desviar la conversación. No se sentía cómodo hablando de más asesinatos.   
- ¿Por qué? - preguntó ella. La gustaba llevar sus ganzúas y sentirse un poquito más segura. 
- Podría ser delito. Y si no te peleas por eso, no deberías andar por ahí con un juego de "ganzúas abre cualquier puerta".
- Pero si en mi gran misión - ironizó ella - tengo que entrar en algún despacho sin que nadie se entere, serán más que útiles. 
- A los despachos se entra llamando a la puerta - hizo notar él. 
- Todas las que llaman a la puerta y entran con una carpeta contra las tetas acaban de rodillas debajo de la mesa del jefe - le increpó la morena -. Y sinceramente, prefiero revolver las cosas antes que tener que sonreír como una estúpida para conseguir apenas una ligera pista. 
- Deberías cambiar de actitud. Así no te cogerán en la entrevista que te van a hacer para la empresa
- Tranquilo. Sé de sobra lo que tengo que hacer. Estuve haciéndolo hasta los dieciséis - apuntó -. Esas cosas son como montar en bici. Nunca se olvidan - añadió en un susurro. Había sido su madre que no había permitido que las olvidara. Esa era otra de las razones por las que odiaba el pelo largo. Mantuvieron el silencio un rato. Un silencio cómodo y tranquilo. Keira se jugó la posibilidad de que Ryu la rechazase dejándose caer contra su hombro. Fue un gesto que no pudo evitar. En contra de sus expectativas, el pelinegro la besó el pelo y la acercó la copa con el alcohol dentro. Ella se incorporó ligeramente y bebió un trago, poniendo una simpática cara al tragarlo y sentir la quemazón en la garganta. Él sonrió.
- ¿Te duele el cuerpo? - la preguntó entonces. 
- ¿Por lo del aparcamiento? No, claro que no. Eso no ha sido nada - dijo, encogiéndose ligeramente de hombros. 
El pelinegro dejó el vaso en la mesilla que había al lado del sofá y le pasó la mano suavemente por el cuello para hacer que le mirase. 
- Mentirosa - susurró contra sus labios, sin rozarlos. Ella sintió que si hacía eso más veces, sin dejar que le besara, iba a enloquecer. 
- ¿Por qué? - pudo musitar.
- Porque te hirieron - respondió con la voz baja, acariciándole la comisura del labio con el dedo. 
Ryu sintió, por un segundo, un impulso irresistible de besarla. Pero no lo hizo. Siguió mirándola de lado, observando cada estremecimiento de la chica ante él. 
- Se curará - alcanzó a decir la chica, casi incapaz de mantener la respiración tranquila. 
- No has curado esta herida de aquí. Yo lo haré por ti.
Con suavidad, el chico besó el corte de su mejilla antes de pasar la lengua por él. Curaría con su saliva. Keira cerró los ojos por instinto. Ryu era capaz de hacer que se olvidara de absolutamente todo. 
Y él lo sabía. El pelinegro se movió para subir una pierna al sofá y pasarla por detrás de ella antes de acercarla más a su cuerpo. Ella se quedó inmóvil un momento al ver las piernas de él a ambos lados de su cuerpo, ahogando una queja cuando él la quitó la camiseta y la dejó sobre el respaldo del sofá. Suspiró cuando los labios del pelinegro besaron la cicatriz de su hombro derecho, la que esa mañana había estado toqueteando, mientras la acariciaba el cuello con ambas manos. 
- Ryu, ¿qué te pasa? ¿Por qué te gustan tanto mis cicatrices?
- No es que me gusten. Pero sé que te gusta que las toque. Que las bese. De alguna manera, es como si pudiera borrar todo el dolor que te provocaron en su momento - dijo, besándola el hombro. 
Ella dejó caer la cabeza sobre el hombro de él. A cambio del gesto, recibió un beso en la zona baja del cuello, que provocó que la recorriese un escalofrío por la espina dorsal. El pelinegro había estado controlándose, pensando que no podía hacer una noche más. Pero ya no era capaz de soportarlo. No entendía qué provocaba exactamente esa mujer en él, pero le enardecía y le hacía parecer un desesperado ante ella. Despacio, entrelazó los dedos con los de ella y los besó. Volvió sobre su cuello, pasando la lengua por el hueso de su clavícula. Le gustaba probar el sabor de su piel suave. Keira ronroneó. Él presionó su cuello para hacer que ella apoyara los labios contra su hombro y así le dejase más hueco para poder seguir acariciando su piel a besos. Ella no se opuso, no hizo fuerza siquiera. No quería resistirse. No podía. Después de todo, sabía que él vencería. Su pasión vencería. Su inexplicable atracción por él y el magnetismo de su mirada azul cargada de promesas, la llevarían hasta el final. 
Sus manos se movieron solas hacia la camisa blanca del pelinegro, rozando los botones. Sin dudar, los desabrochó y apartó la tela de su pecho, acariciándole con la yema de los dedos. Estaba cálido bajo sus dedos, y sentía los latidos de su corazón contra su mano. Ryu deslizó la mano por su brazo y llegó a su cadera, bajando por sus piernas, desnudas bajo un pantalón negro corto que la chica se había puesto. Keira abrió los labios y le besó la piel, subiendo hasta su oreja y sintiendo el pelo negro del chico rozarla la nariz, lo que la arrancó una sonrisilla graciosa. El pelinegro sonrió al escuchar aquel sonido tan estimulante para él. Su mente y su cuerpo estaban atentos a cada movimiento del cuerpo de la chica, a cada gesto de su cara, a cada sonido de su voz, cada estremecimiento de su piel bajo sus manos. No iba a negarlo más. Le gustaba sentirla. Sentirla así. 
- Date la vuelta - susurró suavemente Ryu contra su hombro. 
¿Otra vez? 
Keira no se movió, dudando. 
- Por favor - añadió él, recorriéndola la clavícula con el dedo índice. 
La chica cogió aire con fuerza y se dio la vuelta, quedando de espaldas a él. El pelinegro la sujetó las muñecas con suavidad y las llevó hacia delante del cuerpo de la chica, haciendo que arquease la espalda hacia él. Ella resistió las ganas de jadear. ¿Qué demonios era todo aquello? ¿Qué estaba pasando? O mejor dicho, ¿qué estaba haciendo ese hombre? Ryu pasó los dedos despacio por su columna, mientras se acercaba cuanto podía a ella; Keira sintió una descarga en su piel desnuda. Con el dedo índice de la mano derecha, el chico delineó la primera cicatriz que encontró en la espalda de la chica, una que simulaba un corte desde el hombro hasta cerca de la columna. Keira seguía sin comprender la fascinación que aquel hombre había cogido con sus malditas cicatrices. Pero era cierto que su tacto sobre ellas la enardecía por completo.
- ¿Qué te hicieron? - musitó contra su oreja, con dulzura. 
- Ryu... - Su cuerpo entero se tensó -. Eso no... - intentó ignorar la pregunta. 
- Keira, no soy idiota. Sé lo que te pasó ayer, en la cama - la dijo, sin levantar la voz ni apartarse de ella -. Solamente quiero que me lo cuentes. Que confies en mi - matizó - y me lo cuentes. 
- No es algo que necesites saber - insistió ella, cerrando los ojos por las caricias que le estaba dando la mano derecha del chico en la cadera y la cintura. Como si intentara tranquilizarla. 
- Sé que no podré ni imaginarme el dolor que te hicieron sentir, morena. Pero quiero saberlo. Por favor. 
Keira se encontró dudando. Ante aquella voz. Ante aquellas caricias protectoras. Ante Ryu. Cuando la mano que sujetaba sus muñecas se movió, liberándola, para abrazar sus manos y entrelazar sus dedos, Keira respiró hondo y se aferró con fuerza a él. Sintió un ligero temblor en las piernas, y trató de contenerse. Ryu era lo único que tenía en ese momento. Sabía que él no la miraría con pena ni nada por el estilo, sabía que él estaba con ella, lo notaba cerca, más cerca que aquellas caricias que la estaba dando. Sabía que Ryu no la haría daño.  
Él esperó. No conocía nada de Keira dentro de la cárcel. Y quería saberlo todo de ella. Keira movió la cabeza para girarla, hasta mirarle a los ojos. Él intentó tranquilizarla mirándola fijamente de una forma suave. Pero había algo demasiado oscuro en los ojos de ella. Porque ni siquiera él hubiera imaginado algo como lo que Keira ocultaba en lo más profundo de su ser. 
- Me violaron - dijo, con un hilo de voz.
- Kei... - soltó él sin poder evitarlo, conteniendo la voz antes de interrumpirla. La mano de Ryu sobre su cadera se tensó. El pelinegro se irguió, sin apartarse ni un milímetro de ella. 
- En el centro para menores antes que en la cárcel - añadió ella, respirando hondo tratando de concentrarse para no temblar. Por muy fuerte que se considerara, no podía obviar el miedo y el pánico que la provocaba ni siquiera pensar en volver a la cárcel -. Era su juguete. En las duchas. En la cama. Su saco de boxeo. Su maldita puta. Con las piernas siempre abiertas a su disposición y...
Ryu pasó el brazo derecho por los hombros de la chica y la recostó sobre su pecho, apoyando él la espalda en el cuero negro del sofá. Ella volvió a verse entre las piernas del pelinegro; como si aquel lugar fuera su círculo de seguridad, un lugar donde realmente se sentía a salvo al sentir la piel de Ryu contra la suya. El calor del pelinegro la abrazó. La embriagó. Y la encadenó. 
- Shh - la murmuró al oído -. Ya. Ya, pequeña, ya.
Sintió su corazón golpetear contra el pecho con fuerza. No era posible. Se hubiera imaginado una mala relación, un engaño, una traición, unas palizas como demostraban sus cicatrices. Pero aquello que ella contaba eran cicatrices más profundas de las que él podía ver. Tan profundas que, de reabrirse, podrían arruinar el resto de su vida. Y que él no sabía si sería capaz de cuidar. Keira era más, mucho más de lo que él había pensado. No era una mujer fácil, no era una mujer débil, no era una mujer cobarde, no era solamente una pieza de pasado y de su venganza. Por un instante sintió pánico. Eran dos en aquel plan. No él y su compañera. Eran él y ella. Porque Keira debía cobrarse su propia venganza contra aquellos que habían dejado que pasara por todo aquello. Y si ella no lo hacía, él se encargaría de lo que hiciera falta. Una venganza o dos, ya le daba realmente igual. Pero por Keira, si era necesario, lo haría.  
- No necesitas sentir lástima por mí - le dijo entonces ella, ligeramente molesta, intentando zafarse de su abrazo. 
- No siento lástima. Al menos, no por ti. La sentiría por quien te hizo eso, porque si algún día llego a tenerlo enfrente, no sé que sería capaz de hacer. 
- Nada - le cortó ella -. No le pondrías la mano encima. 
- No dejaría que estuviera toda la vida mofándose de que te... - quiso decir él. 
- No, Ryu - le interrumpió, alzando la voz -. Tú nunca le pondrías la mano encima a una mujer - dijo, en un susurro. 
La verdad le golpeó como un jarro de agua fría. El establecimiento penitenciario en el que Keira había estado, era solamente para mujeres. 
- Valientes hijas de puta - soltó, sin poder ocultar su sorpresa. 
Ella desvió la mirada y se incorporó, separándose de él aunque sin salir del cerco de sus piernas. 
- ¿Keira? -La veía pensar demasiado, lo sabía. 
- Sí, lo sé. Doy asco - murmuró -. Pero por más que he frotado cada milímetro de mi piel yo no...  
- Eh - la interrumpió él, cogiéndola de la barbilla y obligándola a mirarle -. ¿Quién ha dicho que des asco? Espero que no necesites que te recuerde que ayer me acosté contigo - la dijo, directo -. Y que me fascinaste por completo - admitió. 
- No me considero precisamente una mujer fascinante, Ryu. No con mis antecedentes y la vida tan puta que he llevado. 
- No me hagas recordarte por qué ha sido. 
- No me estoy quejando - dijo ella -. Pero tampoco me digas que soy como cualquier mujer. 
- No, no eres cualquier mujer. Hasta ahora, ninguna me había convertido en su postre - la susurró, acariciándola los labios con los dedos.
- Ryu... - musitó. 
- No me importa tu pasado, Keira - murmuró, mirándola muy fijamente -. Solamente las cicatrices que te ha dejado. ¿A ti te importa mi pasado?
- Eso es algo que compartimos. El pasado... y las cicatrices - susurró la chica.
- Hay algo más que compartimos - dijo él, poniendo un tono de voz seductor. 
- ¿Qué?
- La cama - sonrió de medio lado. 
Antes de que la chica respondiera, el pelinegro se levantó del sofá y la hizo ponerse de pie, tendiéndola la mano. Ella la aceptó y se aferró a él. Al tumbarla sobre la cama, Ryu la hizo ponerse boca abajo para que dejara las cicatrices a su vista. Recorrió, con todo el tiempo del mundo, cada cicatriz, de principio a fin, preguntando la historia que se escondía detrás de ellas. Keira las recordaba absolutamente todas. El dolor se había ido hacia años, pero esas marcas perdurarían para siempre en su piel, recordándole que algún día y durante mucho tiempo, no fue feliz. La morena resistió las caricias de Ryu entre jadeos. Su voz se entrecortaba y su respiración se agitaba sin poder evitarlo. Cuando el pelinegro se dio por satisfecho de recorrer su espalda, ella se dio la vuelta y se enganchó a su cuello para subirse sobre él. Ryu se dejó, apoyándose contra la pared y mirando a la chica que tenía sentada a horcajadas sobre él y su ya notable erección bajo el pantalón. Empezó a tocarla a la vez que ella hacía lo mismo con él. El baile entre sus manos calentó aún más el ambiente pasional que había entre ellos. Algo a lo que ninguno de los dos podía resistir más. El pelinegro deslizó los dedos por su vientre y levantó la mirada hacia ella al llegar a su costado derecho.  
- ¿Y esta? - murmuró al rozar la cicatriz que tenía allí. 
- No - pudo musitar ella. 
Ryu sonrió. No necesitaba que se lo contase. Él lo sabía. Aquella cicatriz, sabía de qué era. Pero seguiría fingiendo que no tenía ni idea si ella se sentía más cómoda así. Keira se inclinó sobre él y le besó suavemente el pecho. Aquellos roces con una mezcla de pasión e inocencia le daban un aire inocente también a Keira, por cómo respondía de forma suave a él y su roce. Si pensaba que solo era ella quien estaba respondiendo y cayendo en la trampa, en realidad se equivocaba. Porque él se estaba entregando como hacía más tiempo del que podía recordar no lo hacía. Pero resistirse a Keira no era opción. Poseerla era más fácil. Y mil veces más placentero tenerla cerca que apartarla de sí. Aunque eso fuera lo más sensato para mantener tanto la cabeza como su ansiada venganza, frías. 





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