sábado, 6 de abril de 2013

Tenerte hasta que despierte.

El pelinegro se movió con cuidado de no hacerla daño y se incorporó ligeramente. Para su sorpresa, al sacar los brazos desnudos de debajo de las sábanas no notó un frío demasiado fuerte. Había una temperatura agradable. Quizá esa era la razón de que la mitad de las sábanas estuvieran en el suelo. El aire acondicionado se habría apagado él solo en algún momento de la noche. Menos mal. Le debía una demasiado grande a Mana. Y pensaba hacerla escarmentar de alguna manera. No la perdonaría fácilmente por haber jugado tanto con él como con la vida de Keiko. No quería ni pensar qué podría haberle pasado a esa chica con la temperatura tan baja a la que se quedó la enfermería esa noche. Se giró a mirar a Keiko, todavía tumbada con la cabeza en la almohada. Tenía el pelo esparcido sobre las sábanas y su cara había recuperado el color. Ya no estaba pálida y podía jurar que su cuerpo no estaba precisamente frío. Intentó apartar ese tipo de pensamientos de su mente recién levantada. Al menos habían sobrevivido esa noche, y eso era lo que importaba. Eso y que ella aún respiraba.     
- ¿Estás bien? 
- Supongo que si obviamos el hecho de que tengo un corte que casi me mata en el costado... sí, estoy perfectamente - dijo, intentando incorporarse ella también. Ryu pasó un brazo por los hombros de la chica y la ayudó a sentarse.
- ¿Seguro que estás bien? - insistió él, al ver que Keiko se llevaba la mano al costado para sujetarse la herida. 
- Si, no te preocupes - repitió ella. 
La camisa que la tapaba cayó contra las sábanas. Keiko ni siquiera se inmutó. Después de todo, sabía que no iba a poder esconder algo que Ryu no hubiera visto ya. La herida estaba curada gracias a él, por lo que de poco serviría ocultarle ahora algo que había tenido el tiempo suficiente de mirar si hubiera querido. Porque algo la decía, por la forma de apartar la mirada de ella, que no había sido así. 
- ¿Por qué no dijiste nada? - la increpó de repente. 
- ¿Eh?
- De la herida - aclaró él, volviéndose a mirarla a los ojos. Estaba ligeramente despeinada y tenía un color medio rojizo en las mejillas que la hizo parecer simplemente adorable ante sus ojos azules.
- Ah, esto. No fue nada, en realidad... - intentó quitarle hierro al asunto la chica. 
- Que no fue nada - repitió él sus palabras -. Keiko, estuviste a punto de desangrarte. Quien te curó tuvo que hacerte una transfusión de sangre. 
- ¿En serio?
- No te hagas parecer estúpida porque no lo eres - la cortó el pelinegro, sin levantar la voz -. Sabias que ese cuchillo te había rozado. Cuando acabó la pelea te fuiste demasiado rápido, sin darme tiempo a fijarme, ¿verdad?
Ella solamente se quedó en silencio, mirándole a los ojos. El había pensado usar su mirada como forma de intimidarla, pero la chica acababa de tirar parte de su encanto por la borda al mantenerle la mirada casi con una media sonrisa. Ninguna chica mantenía la mirada hacia sus ojos azules como estaba haciendo Keiko. Eso le impresionaba, aunque tal vez le sorprendía más el hecho de que no se sentía para nada incómodo con la forma de mirarle de los ojos de Keiko.  Era más bien como un contacto. Sentía como si la estuviera tocando solo con mirarla y se descubrió pensando que eso le gustaría más de lo que imaginaba.
- Te ataste la chaqueta para ocultar la herida - añadió, bajando la voz -. ¿Por qué?
- Porque no quería parecer débil. 
- ¿Débil? ¿Después de cómo llenaste de hostias a esos tios? No mientas, Keiko. 
Ella ladeó la cabeza. 
- Por algún motivo que no entiendo... a ti parece que no puedo engañarte - susurró. 
- No tienes derecho a engañarme después de pelear conmigo y decir mi nombre mientras estabas a punto de desangrarte - respondió el pelinegro -. Dime, Keiko, ¿por qué? 
- Por ti - contestó la chica -. Si alguien se enteraba de lo que había pasado, posiblemente esos tipos hubieran querido meterte en el ajo. Tanto tú como yo sabemos que en este lugar, nuestras voces no tienen nada que hacer contra las de ellos, ¿no es así?
Ryu debía admitir que tenía razón. 
- Sí. En esta escuela, si te llevan a ver al director por una pelea, como la de ayer, estarás expulsada. 
- Lo sabes, ¿verdad?
- Por experiencia propia - suspiró el pelinegro. Habían intentado hacer que le expulsaran a base de denunciar peleas ante el director y de mostrar pruebas que eran falsas. Habían conseguido que le expulsaran dos veces ya. Ni siquiera sabía todavía como había sido capaz de volver. Apretó los dientes.
- Sabes tan bien como yo que la gente con la que peleamos ayer... son unos cabrones con demasiado dinero. No podemos hacerles frente con palabras. Ellos siempre ganarán delante del Consejo de Estudiantes. Incluso teniendo mi herida como prueba; no podemos hacer nada.
- ¿Y por eso te callaste? - la interrumpió él -. Simplemente porque quizá - remar- nos hubieran llevado ante el director. Keiko, ¿eres consciente de que arriesgaste tu vida solo por no causarme problemas que podrían tener solución? Si tú mueres, no habrá solución posible, por si no te habías dado cuenta ya - la reprendió, dándole un ligero golpe en la cabeza con los nudillos. 
Ella hizo un sonido de queja. 
- Pero si venía a la enfermería entonces todo el mundo se enteraría y... - Se detuvo un momento -. No quería causarte problemas, en serio. Pensé que aguantaría bien hasta el final de las clases. 
- Si me lo hubieras dicho, te habría acompañado hasta aquí - admitió él. Estaba realmente preocupado por aquella cabeza loca que tenía la chica. 
- Si, claro, para que la enfermera me echase a patadas - soltó. 
- ¿Perdona?
- O igual me hacía vudú o acababa de rematarme o algo por el estilo - añadió, completamente convencida de lo que decía. 
- ¿De qué estás hablando? - tuvo que preguntar él.  
- Oh, por favor, ¿nunca te has fijado en que te mira por los pasillos?
Ryu no pudo evitar abrir la boca a medias en gesto de sorpresa. 
- Esa mujer no quiere comerte, quiere devorarte entero. No puede apartar sus ojos saltones de tu culo y te sigue a todas partes como si fuera una perra que...
- Eh, eh, eh - la detuvo él -. Ya lo sé - dijo, soltando una carcajada. 
Ella carraspeó. El sonido de su risa había sido inesperadamente agradable.
- Pues eso. Si hubiera visto que venías conmigo, me habria dicho que me diera media vuelta. 
- Vale, pero existen hospitales fuera de este instituto, ¿sabes, morena? Podría haberte llevado a uno. 
La chica cogió aire y lo echó con fuerza. No tenía más excusas. Simplemente, no había pensado con claridad. Además, debía reconocer que había estado asustada. Tal vez si hubiera tenido a Ryu antes a su lado, las cosas hubieran sido muy distintas para ella.
- Vale, está bien, no quería parecer una carga ni causarte problemas. Siempre he estado sola - susurró al fin -. Pensé que aguantaría bien y me las apañaría. Como he hecho toda la vida.
Él se dio cuenta de que tal vez estaba metiéndose demasiado rápido en la vida de la chica. Pero Keiko había hecho lo mismo con él, entrando por la puerta grande y haciendo que no pudiera evitar preocuparse por ella. Tal vez eso les causara algún que otro problema de orgullo. Sin embargo algo le decía, que no habría problemas de confianza entre ellos. Sacudió la cabeza al darse cuenta de que estaba pensando como si tuviera la intención de empezar una relación con ella. Llevaba un rato hablando con ella como si la conociera de toda la vida y no quería que ella dejase de hablar. Casi sin darse cuenta, levantó la mano para apartarla el pelo de la cara y colocárselo tras la oreja. Si no, no podía verla la cara. A ella le tomó por sorpresa el movimiento y se giró a mirarle de frente. Mientras se perdía en sus ojos color chocolate y dejaba que ella bucease en sus pupilas azules, se dio cuenta de que la chica había movido la mano despacio hasta su regazo, buscando su mano. La acercó hasta ella sin dejar de mirarla y rozó sus dedos suavemente. Estuvo a punto de morderse el labio. Aquella chica era mucho más de lo que él estaba viendo. Y si lo que veía ya de por sí le atraía, no quería ni imaginarse la adicción que podía crearle esa morena.           
- ¿Quién te dejó allí fuera como si fueras una atracción de feria? - quiso saber él, desviando un poco la atención de la mano de la chica pero sin soltarla, aún acariciándola los dedos. 
Ella procesó sus palabras. ¿Cómo sabía que no había llegado hasta allí por su propio pie y solamente se había desplomado? Trató de evadir la pregunta.  
- ¿Qué más da eso? 
- A mi no me da igual. -No me preguntes por qué, pensó, pero no me da igual. 
Keiko suspiró. Probablemente Ryu fuera la única persona en aquel mundo que se había preocupado un poco por ella de esa manera. La chica se consideraba una mujer fuerte y decidida, capaz de sobrevivir ella sola, alguien que no necesitaba a los demás. Pero no era lo suficientemente estúpida como para no aceptar a Ryu. Ese chico no era como los demás. Tampoco era diferente. Era especial. 
- ¿Sabes quién es Sakura Aizawa? Es de primer año, como yo. 
- ¿La amiga rubia del líder de la clase...? - Se detuvo a medio camino. Ahí estaba la razón por la que los descerebrados de la clase A habían atacado también a Keiko. 
- Sí, precisamente, ella. Pues... desde que decliné muy educadamente su nada educada invitación a formar parte de su grupo de pijos ricos, creo que solo vive para perseguirme y joderme - dijo, con simpleza. 
- Vaya, apuntas alto ya desde primer año - hizo notar el chico. 
Ella solamente se encogió de hombros y luego soltó una divertida carcajada. Él no veía nada de divertido en aquello, pero el sonido de su risa le arrancó una cálida media sonrisa. 
- Creo que deberíamos irnos antes de que llegue la estúpida de la enfermera - dijo entonces Keiko. 
- No podemos salir. La estúpida de la enfermera es, precisamente, quien nos ha encerrado aquí dentro. 
- ¿Eh? ¿Por qué?
- Porque me negué a acostarme con ella. 
Keiko sintió unas ganas incontenibles de patearle el culo a esa mujer. Al darse cuenta de que eso podía ser lo que las revistas de amor denominaban "celos", sacudió la cabeza. 
- Te he traido ropa limpia - interrumpió él sus pensamientos. 
- ¿Eh? ¿En serio? ¿Pero como...? 
- La he sacado de la chistera - respondió él, haciendo un poco de teatro. 
- Ya, muy gracioso - masculló la chica.  
Él sonrió. Y la cautivó por completo. El pelinegro se levantó sin un solo aspaviento y empezó a buscar la ropa dentro de su mochila. Keiko se miró de reojo la herida, cubierta cuidadosamente con una venda blanca. Estuvo tentada a rozarla pero prefirió no hacerlo. Se acercó al borde de la cama para sentarse y poder levantarse sin caerse ni nada por el estilo. Sería mejor si empezaban a vestirse ya y no causaban un escándalo peor en la escuela. Pero entonces escuchó ruidos. De voces. Miró al pelinegro con gesto interrogante y nervioso y él suspiró. Mana no volvía sola. Llevaba a un profesor con ella, podía oírle. ¿Qué pretendía? ¿Descubrir la herida de Keiko? No podía ocultar algo así con facilidad si trataban de disimular. Sabía que cualquier maldito profesor la haría hasta desnudarse. A no ser que... ya estuviera desnuda. Y en brazos de un hombre que también lo estuviera. O al menos, lo aparentara.
- Túmbate otra vez - la dijo entonces, mientras él se volvía a meter en la cama. 
- ¿Estás loco? ¿En qué demonios estás pensando?
- Quítate la falda. 
Ella solamente alzó las cejas, interrogante. Además de estar alucinando. 
- No voy a hacerte nada.
- Ya, eso lo daba por supuesto - respondió la chica.
Él no tuvo más remedio que explicárselo. 
- No es la primera vez que me encuentran aquí con una mujer - confesó. 
- Ah - pudo pronunciar la chica. De haber sido capaz, habría salido corriendo. 
- Nunca he dormido aquí con nadie - se apresuró a contestar la pregunta en sus ojos marrones -. Eres la primera - susurró.    
Por alguna razón, sabía que ese chico de ojos azules decía la verdad. Y su voz la provocaba unos escalofríos que no la dejaban pensar con claridad. Casi sin creerse que ella estuviera haciendo aquello, desabrochó la cremallera de la falda y la sacó por sus piernas antes de taparse con la sábana de la camilla. El pelinegro cogió la prenda y la tiró al suelo, un poco más allá de donde estaba la camisa y la corbata. 
- Si la enfermera o cualquier profesor nos encuentran aquí después de lo que va a parecer una noche de desenfreno y sexo, posiblemente nos den una palmadita en la espalda y nos dejen tranquilos - la susurró, demasiado cerca de su oído, cuando se tumbó a su lado, de costado, mirándola. 
Ella no podía ponerse de lado, por lo que él pasó un brazo bajo los hombros de ella para acercarla más a su cuerpo y con el otro brazo abrazó su cintura sin rozar la herida, justo bajo el pecho. Cuando la chica sintió los dedos del chico entrelazándose en los tirantes de su sujetador, se tensó. 
- Ryu...
- Solo bájalos - dijo él, apartando los tirantes de sus hombros.        
Keiko tragó saliva. Era jodidamente difícil no sentir que su cuerpo se tensaba bajo el roce cálido de la piel del pelinegro. Lo que más temía era que él también lo notase. Al escuchar el pestillo de la puerta, la chica actuó por instinto. Como si una parte de ella supiera que aquel chico intentaba protegerla. Se acomodó contra la almohada y él arregló la sábana sobre ellos. La chica sintió las piernas de él entrelazarse con las suyas suavemente y no pudo evitar mover sus propias piernas para que él se acomodara. Fue como un acto reflejo. El pelinegro siguió abrazándola contra su cuerpo, con total naturalidad, sin ponerla de lado para no hacerla daño en la herida del abdomen. 
- Esconde la cabeza en mi hombro - la susurró al oído, mientras la colocaba el pelo ligeramente encima de la mejilla, ocultado su cara -. Cierra los ojos. -Sus labios rozaron la oreja de la chica y él sintió como su piel bajo su mano se estremecía suavemente. Sonrió inconscientemente -. Y no te muevas, morena. 
A él ya le habían descubierto allí más de una vez en una actitud como aquella y nunca había pasado nada. Además, le daba igual que Mana, la enfermera le viera; después de todo a esa mujer le encantaba verlo en aquella situación. Pero era diferente para Keiko. Sería mejor protegerla de los rumores de aquella escuela de escorias cotillas. 
La puerta se abrió con un fuerte sonido. Los pasos de un hombre llegaron hasta la cortina. Con un fuerte sonido, tiró de ella, mostrándole la escena. Keiko no abrió los ojos por poco. La respiración de Ryu contra su piel la estaba poniendo extremadamente nerviosa, más que la situación en la que se encontraban. 
- Kagura, tú otra vez - dijo el hombre, resoplando. 
El pelinegro se movió despacio, como si estuviera despertándose. Miró a su alrededor, fingiendo centrarse en dónde estaba, y luego volvió los ojos adormilados hacia el profesor. 
- Lo siento - dijo, con un bostezo -. No tenía otro sitio donde ir. 
El hombre solamente hizo un gesto con la mano, como diciendo que Ryu no tenia remedio. Luego señaló a la chica y después, la puerta. El pelinegro cogió la indirecta. Se agachó sobre Keiko y la acarició la mejilla.     
- Eh, despierta - la susurró.
Ella ronroneó y movió las piernas. Él sonrió para sus adentros. Aquella chica actuaba mejor de lo que había pensado.
- Tenemos que irnos - murmuró, agachándose sobre ella. 
Al ver que no se movía, sintió un impulso que no pudo contener. Apartó el pelo del rostro de la morena y la besó. Atrapó sus labios con cierto ansia, para después dejar otro beso más suave. Keiko llevó la mano izquierda hasta el cuello del pelinegro y entrelazó los dedos en el pelo de su nuca. Los dedos de la chica en aquel lugar le hicieron ronronear plácidamente, como si fuera un gato. Quizá no se sorprendió cuando ella respondió al roce de sus labios. Y no pudo evitar sonreir.
Ryu se apartó ligeramente de ella, dándola por despierta, cuando Keiko hizo presión en su cuello y evitó que se moviese.  
- No... - murmuró ella contra sus labios, sin abrir los ojos -. Un poco más...
Jamás se habría negado ante aquella petición. Volvió a besarla los labios con una pasión que, si no hubiera contenido, habría acabado como aquella noche de sexo y desenfreno que pretendían simular. Los labios de la chica se humedecían con su saliva y su lengua buscaba inconscientemente entrar en la cavidad bucal de la chica y saborear todo cuanto ella parecía dispuesta a darle. 
El profesor carraspeó. Ryu gruñó todavía contra los labios de Keiko y al separarse de su boca, la cubrió la cara con la mano para que no la viese. Y también descubrió a Mana al lado del hombre. La dedicó una sonrisa encantadora y ella se apartó, como si estuviera afectada por lo que acababa de ver.
- Ya. Ya nos vamos - dijo, mirando al profesor con fuego en los ojos. 
El hombre pareció creerle y se dio media vuelta hacia la puerta. El pelinegro escuchó la voz de Mana preguntándole si no pensaba hacer nada con los dos desvergonzados asquerosos que habían usado la cama de la enfermería para retozar y fornicar y el hombre solamente salió de la sala murmurando algo como "son jóvenes, déjales que follen". 
Los ojos azules de Ryu no podían despegarse de la intensa mirada de Keiko. La acarició con suavidad la mejilla y la colocó el pelo detrás de la oreja, rozándola con las yemas de los dedos.   
- ¿Besas así a todos los chicos con los que despiertas? - preguntó el pelinegro, ligeramente sorprendido.
- Nunca había dormido contigo - respondió la morena.
Ryu la regaló una sonrisa jodidamente sensual y llena de encanto y ella se mordió el labio inferior con una sonrisa pícara. Ambos podían atraerse solamente con esos gestos o, más simple que eso, con la forma en que sus ojos relucían de deseo. Sin embargo los dos tuvieron que hacer eso a un lado. El pelinegro se levantó primero y cerró la cortina. Mejor que nadie viera la venda de su abdomen. No. Mejor que nadie viera nada de ella. Ryu la ayudó a ponerse en pie, con todo el cuidado que pudo. Al ver que no se tambaleaba ni nada por el estilo, el chico la acercó su ropa para que se vistiera. Más por darse el placer que por otra cosa, el pelinegro la subió los tirantes del sujetador con cuidado, rozándola la piel, y después se agachó sobre ella para besarla el hombro con delicadeza. La chica se encontró teniendo que resistir su repentino deseo incontrolado hacia Ryu para no volver a besarle y perderse en él. Después de ponerse la camisa, el chico se echó la mochila al hombro y, cuando Keiko estuvo vestida, volvió a apartar la cortina. La chica salió delante de él. Apenas hubo cruzado la puerta, la enfermera se acercó a Ryu a pasos agigantados y le interceptó antes de que saliera. Su intención era hablar a solas con él y poner las cartas sobre la mesa. 
Además, estaba muy enfadada. Su plan de descubrirles en la enfermería y comentar que la chica había sido partícipe de una pelea le había salido mal. Y era culpa de Ryu; cualquiera sabría que para pasar una noche de sexo, no se podía tener una herida como la que tenía Keiko. El profesor ni siquiera se había molestado en comprobar si lo que Mana decía era verdad o no, frustrando los planes de la enfermera. Planes que Ryu había descubierto a tiempo.
- ¿En qué estás pensando, Kagura? - le increpó Mana, con voz de pocos amigos. 
El chico detuvo a Keiko por la muñeca para que no se fuera. La morena quedó fuera de la enfermería mientras Ryu se detuvo en el umbral de la puerta. Se giró despacio a mirar a la mujer. Sabía cómo usar el encanto que tenía. Aunque no lo hiciera muy a menudo. 
- ¿Qué quieres decir?
- Tú nunca duermes con nadie - escupió -. Las traes aquí, te las follas y te largas. 
Ryu soltó una carcajada divertida. Mana perdió el aliento cuando él la miró de lado con aquellos ojos azules y sonrió de forma pícara. 
- Una persona como yo solo duerme por voluntad propia en la misma cama con una persona que le importa de verdad. 
- A ti esa chica no te...
- Si no fuera así - la interrumpió -, jamás te habría dejado intentar tocarme anoche - la recordó. 
La mujer contuvo las palabras que iba a decir. Él sonrió. 
- Corre. Si te tumbas ahora en la cama, todavía olerás el resto de mi champú en la almohada. 
- ¡No me trates como a una vulgar furcia! - le gritó. 
- Cada uno se merece el trato que pide. Y tú lo estás pidiendo a gritos - la respondió -, ramera. 
Sabía que posiblemente no hubiera jefe de estudios, ni profesor ni líder de una clase que no hubiera estado entre las piernas de esa mujer. Le daba auténtico asco. 
- ¡No eres más que un niñato bastardo orgulloso que...!
La mujer se calló cuando Keiko se acercó a Ryu de repente y le hizo girarse a mirarla. Él hubiera esperado una defensa entre chicas pero Keiko se inclinó hacia él para besarle los labios. Por un momento se sintió estúpido por haber olvidado lo esencial, lo que le había cautivado de Keiko. Que ella era diferente. Él solo pudo reaccionar pasando la mano por la espalda de la chica, sin rozarle la cintura y la herida. 
- Mí capullo presumido - susurró, sin mirar a Mana pero hablando con ella -. Eso es Ryu. 
Entrelazó los dedos con la mano de él y tiró del pelinegro para sacarle de allí. El chico solamente la siguió, sin oponerse ni atraverse a soltar aquella mano. Ella no era la única que se había sentido protegida. Para él, tenerla a ella era más importante de lo que Keiko podría imaginar. La chica no solo era directa y sincera, si no que también tenía cierta picardía y valentía que le habían encantado por completo. No sabía exactamente qué había visto la chica en él, porque sabía que Keiko podría ser muchas cosas menos superficial en ese sentido. No sabía qué era pero lo conservaría, fuera lo que fuera, mientras pudiera mantener a esa chica a su lado. Y así, unos meses más tarde, Keiko fue suya. Completamente suya.
Sin embargo, estar juntos jamás fue más complicado que para ellos dos. Envidias, odios, malos entendidos, rabias y frustraciones se interpusieron entre ellos desde el principio. Mana y Sakura Aizawa se ocuparon de ello. Hasta que Ryu decidió que no permitiría que absolutamente nadie dirigiera su vida, ni la de Keiko. 
La chica había estado distante, fría, alejada de él, de sus roces y de sus ojos. Le costó, pero finalmente fue capaz de descubrir que la razón, era simplemente él. Y pensaba ponerle remedio. Una mañana, mientras la chica caminaba por el paseo de árboles del instituto hacia la puerta, Ryu llegó en la moto, deteniéndose a su lado. La chica siguió adelante sin prestarle atención, por más que su corazón y todo su cuerpo pugnaban por volver hacia él y abrazarle con fuerza. Pero se lo había prometido a Sakura. No estaría con él. No lo haría mientras él estuviera a salvo de los alumnos de la clase A. Sin embargo Keiko parecía haber olvidado que, tratándose de Ryu, las cosas jamás saldrían bien de aquella manera tan cobarde y huidiza. Porque el pelinegro nunca la dejaría escapar de él. 
- Ichihara - la llamó para que se girase a mirarle -. Sube. 
La chica desvió la mirada ligeramente hacia Sakura, que estaba al final del camino junto con unos cuantos amigos, pero miraba la escena con recelo. Ella negó con la cabeza. Keiko se volvió hacia Ryu y negó también con la cabeza. 
- No necesito que me lleve nadie. Sé llegar yo sola - le dijo. 
- ¡Sube! - respondió él.
Ella frunció el ceño. Desde luego, no era una chica acostumbrada a acatar las órdenes de nadie.
- ¿Quién te crees que eres para...?
- ¡Tu chico! - la interrumpió el pelinegro -. Tengo todo el derecho para decirte eso y hacerte subir en la parte de atrás de mi moto. Y si te niegas, te juro por dios que te perseguiré hasta cogerte y atarte a mi espalda para secuestrarte y hacer contigo lo que me de absolutamente la gana. 
Keiko se sorprendió ante aquella firmeza. A pesar de lo que esas palabras significaban para ella, la chica mantuvo la compostura y el gesto frío. 
- Piensa lo que te de la gana - casi escupió, antes de echar a andar de nuevo, dándole la espalda. 
- No me harán daño - dijo entonces él. La chica se detuvo, sin girarse a mirarle.
- ¿Qué? 
- No voy a permitir que te hagan dudar chantajeándote con algo así.
- ¿De qué hablas? ¿Por qué te crees que eres el dios del mundo, eh?
- Puede que no sea el dios del mundo - admitió él. No era una persona creída, en realidad -. Pero sí lo soy de tu mundo. - Así se sentía. Así le hacía sentirse ella.
- Oh, por favor, ¿puedes dejar de decir chorradas? - le pidió, aún sin mirarle. Sabía que Sakura les estaba vigilando y esa mujer deseaba que aquellas palabras fueran para ella. Si Ryu las decía tan a la ligera, Keiko no sería capaz de detenerle.  
- No dejaré que te separen de mí nunca más, morena - respondió el pelinegro. 
Mientras la chica se calmaba, cogiendo aire con fuerza y tratando de pensar cómo echar a aquel hombre de su vida, el pelinegro se bajó de la moto, dejando el casco colgado en el manillar izquierdo, y se acercó hasta ella, caminando con elegancia y más calma de la que Keiko podía demostrar en ese momento. De alguna manera, sabía que Ryu lo tenía todo bajo control. Que ella misma quería responder como él estaba haciendo. Realmente la sorprendía que existiera un hombre tan directo y capacitado para sacar adelante sentimientos como aquellos que él decía tener. Muchos otros hubieran callado y habrían perdido sus oportunidades más de una vez. Sin embargo, Ryu era del tipo de persona que siempre iba con sus sentimientos por delante con la gente que realmente le importaba. Como ella. 
- Ryu, no entiendes nada - dijo Keiko entonces -. Esto no es un juego. 
- No he dicho que esté jugando - respondió él, llegando a su lado y poniéndose frente a ella. La chica alzó la cabeza, ligeramente sorprendida al verle tan cerca -. Tú no eres un juego para mí.
Su mano derecha se movió más rápido que los reflejos de Keiko. La chica no pudo apartarse cuando él la sujetó por el pelo y el cuello, acercándola a él de una forma que no podía evitar anhelar. Besó sus labios como si con cada respiración se le fuera la vida en ello. De alguna manera, Ryu lo daba absolutamente todo en cada momento, como si solo viviera el presente sin pensar en el futuro. Pero en sus besos, Keiko saboreaba algo más que eso. Sentía su ansia. Su deseo. Su terca manera de protegerla, ignorando que ella también trataba de protegerlo a él. Pequeñas cosas que, poco a poco, habían hecho de ese chico algo inseparable para ella. Algo necesario. Una parte de ella.
- No me dejes nunca - susurró contra sus labios, ligeramente enrojecidos por la pasión que él infundía en sus besos.
- Ryu... 
Ella no pudo pronunciar nada más al mirarle a los ojos. Solamente asintió, despacio, con la cabeza, cerrando los ojos. ¿Qué había hecho? ¿Condenarle? No sabía todavía hasta donde sería capaz de llegar esa mujer psicópata por Ryu. ¿Y aún así había aceptado seguir a su lado? Debería haberlo entregado cuando tuvo oportunidad. Al menos así, él estaría bien. Pero no. Su maldito corazón tenía que volver a salirse con la suya. Keiko se sintió terriblemente egoísta al olvidar todo aquello cuando él la abrazó contra su cuerpo. El calor que despedia, el olor de su camisa, la fuerza de sus brazos a su alrededor, en una suave promesa de protección, sus labios pegados a su pelo moreno. Todas y cada una de esas sensaciones la hacían enloquecer por completo por aquel chico pelinegro. Para él, esa era la reacción perfecta a sus sentimientos. Abrazarla no era solo darle una muestra de cariño. Era una manera de protegerla, de decirles a los demás que aquella chica era intocable, que era especial y que era completamente suya. A veces era un posesivo bastante insoportable pero algo le decía que el caracter fuerte de Keiko, cosa que también adoraba, le soportaría. Y él solamente deseaba que eso fuera durante mucho, mucho tiempo. 
- Ven, vamos... 
La imagen se distorsionó. Su voz cambió. La chica intentaba hablarle. Él no podía oírla. Ella desapareció de su vista. El corazón se le atenazó. De repente, el sol de aquel día en que había decidido vivir el resto de su vida al lado de Keiko se convirtió en un ardiente y castigador sol de atardecer de tres años más tarde. Él ya no era él. No el que había sido. Estaba presenciando de nuevo aquella escena, sin poder hacer nada. Sintió un pinchazo en el corazón que le hizo caer de rodillas al suelo, sujetándose el pecho. Quiso gritar de dolor. Aún con aquellos pinchazos, el chico levantó la cabeza y trató de ponerse en pie. Al hacerlo, vio pasar a su lado una silueta corriendo. Y luego se dio cuenta de que era él mismo. Ocho años atrás. Se quedó mirando a su propia espalda mientras corría y avanzó unos pasos. Sintió el pánico apoderarse de él. Otra vez. Otra vez lo mismo. No pudo tragar saliva. Empezaba a notar que se ahogaba.
Se arrodilló junto a ella. No la tocó. Apartó el pelo suavemente de su rostro y acercó los dedos a su cuello. Ni siquiera necesitó buscar su pulso. Estaba completamente fría. Y apesar de todo, seguía siendo tan hermosa que le dolía el corazón. La acarició la mejilla, despacio. Podía ver las heridas aún abiertas en su frente y su mejilla; en el puente de la nariz, tenía una herida bastante fea también. Los pantalones tenían más cortes de los que podía contar y en la ropa desgarrada había restos de mucha sangre; unos cortes eran más profundos que otros y parecían hechos muy a conciencia. Acercó los dedos, consciente de que temblaba, hasta los primeros botones de la camisa que ella llevaba puesta. Estaban arrancados. ¿Qué le habían hecho a su niña? Apenas rozó la solapa de la camisa y la apartó ligeramente, pudo ver un gran hematoma en la zona del pecho. No se quiso ni imaginar como estaría el resto de su blanquecino y delicado cuerpo. No hubo ni un solo grito. Ni un solo lloro. Parecía que Ryu mantenía la sangre fría. Pero nadie sabía en realidad si el chico estaba tranquilo o completamente desquiciado. 
- Keiko. 
El pelinegro la acomodó entre sus brazos y le limpió parte de la sangre del rostro con la mano. Luego usó su camisa para terminar de limpiarla, despacio, sin ninguna prisa, de una forma tan lenta que era tortuoso. Le acarició la frente con mimo antes de besársela. Ryu acunaba el cuerpo de Keiko entre sus brazos, suavemente, abrazándola con fuerza. Aferrándose a aquel cuerpo inerte y frío que no le volvería a devolver un abrazo como aquel. 
- Ya pasó todo, mi pequeña. Yo estoy aquí, contigo. Siempre lo estaré, pase lo que pase. Ahora, descansa. Ya se acabó - la susurró al oído.
La besó suavemente el cuello, recordando como un puñal en el corazón la sonrisa que ella ponía cada vez que sus labios la rozaban en ese lugar, antes de hundir el rostro en su pelo moreno y perderse en él. Despidiéndose de ella en silencio. Olvidándose de sí mismo. Abandonando su vida. Para siempre
Gritó. Mientras el hombre que había sido sostenía a Keiko, muerta, entre sus brazos, él gritaba desde el fondo de su alma, sin poder hacer nada más. Ira. Rabia. Dolor. Frustración. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin que hiciera nada por detenerlas. Se dejó caer al suelo y lo golpeó con los puños, hasta que sus nudillos empezaron a sangrar. Aún así, no se detuvo. Había perdido a Keiko aquel día. No volvería a recuperarla. Era todo culpa suya. Siguió gritando. Lloró, como nunca antes lo había hecho. Y volvió a gritar. 




Y aunque estás tan cerca de mí, yo no puedo tocarte.

4 comentarios:

  1. Impresionante. Lo has echo como si fuera un recuerdo. Y ha quedado super bien. Como ya te dije en la anterior pensaba que era empezabas con el como se conocieron y el como acabaron siendo novios. Pero es como si fuera un sueño o algo parecido. Me encanta.

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    1. Si no sabes lo que Ryu sentía por Keiko no podrías entender por qué lleva hasta semejantes puntos su venganza. Además, desde el punto de vista de los recuerdos del propio Ryu todo es mucho menos frío, más real, que si fuera desde el punto de vista de Keiko cuando ella ya no va a salir en el relato.

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    2. Si que lo se gracias a lo que se puede ver en el anterior relato y lo que me has contado. En cuanto a lo de Ryu. La forma que has tenido de enfocarlo todo, sus pensamientos. En el relato anterior le diste la un poco apariencia de un chico algo distante, no digo frío si no distante. Poder ver como piensa, como siente. Y que te cambie por completo esa forma de pensar del personaje es interesante.

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    3. No me refería a ti, me refería a cualquiera que lo leyera. Tú cuentas con información que los demás no, además, en el otro se veía a Ryu teniendo sentimientos ya por Keira. No es lo mismo. Ryu es en sí un personaje interesante con más de un conflicto consigo mismo.

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