jueves, 4 de marzo de 2010

las vidas, los ríos y la mar


Tras cambiarse y ponerse una camiseta blanca de tirantes cruzados y unos pantalones negros, la chica quitó las vendas mojadas del cuerpo de Ride y las cambió. Evitaba mirarle. Pero él no la quitaba los ojos de encima. En alguna ocasión, él apartó algunos mechones de pelo mojado que se la ponían delante de la cara y no la dejaban ver. Ella entonces le miraba de forma efímera y volvía a las vendas, sin saber qué decirle.
- Espérame. Voy a ver si queda algo de ropa de mi hermano en su cuarto. - le dijo.
Él no contestó y ella suspiró, mirándole antes de salir. Hacía mucho tiempo que no entraba en la habitación de su hermano. Aunque reconocía que no le echaba de menos. No era, ni mucho menos, el mejor hermano del mundo. Aria pensaba que solamente compartían lazos de sangre, porque nada más la unía a él. No sentía aquel cariño y aquel calor de hermano mayor protector. De pequeña eso la molestaba. Pero aprendió a vivir con ello. Empezó abriendo el armario. A simple vista, estaba vacío. Se agachó, para rebuscar en los cajones. Hasta que en el último, encontró un par de camisetas y unos pantalones.
Debió de dejárselo aquí cuando se fue tan enfadado, pensó ella.
Sacudiendo la cabeza, y recordándose a sí misma lo estúpido que era su hermano, cogió los pantalones y las camisetas. Al coger cada cosa con una mano, no podía cerrar el cajón y, al intentarlo, las camisetas cayeron al suelo. Con un ruido sordo. Ella miró al suelo inmediatamente, extrañada. ¿Cómo podían hacer unas camisetas ese sonido? Al descubrir lo que había entre ellas, sintió una punzada en el pecho. Las lágrimas se la escaparon de los ojos, y tenía que dar grandes bocanadas de aire para poder respirar. Algo la atenazó el corazón y Aria se dejó caer al suelo, con las piernas retorcidas. En ese momento podía caerse la casa abajo, entrar alguien a matarla o podía llegar el día del apocalipsis. Pero ella, no se enteraría. Así como no se enteró cuando Ride abrió la puerta.
- Aria, ¿se puede saber qué haces? - preguntó desde la puerta -. Hace casi veinte minutos que viniste aquí. ¿Tan difícil es rebuscar en unos cajones que no puedes hacerlo sola?
Ride se extrañó que ella no le contestara. Normalmente, se hubiera levantado y le hubiera gritado o directamente, le hubiera dado un guantazo. Pero no lo hizo. De hecho, no movió un solo dedo.
- Aria, ¿qué pasa? - susurró, acercándose a ella.
- Fue él... todo este tiempo... fue él... - murmuró.
- Estás diciendo cosas sin sentido. Cálmate - dijo, agachándose a su lado.
Al ver sus ojos clavados en un punto, miró hacia allá. Entre las camisetas del suelo, pudo ver sobresalir un cañón.
- ¿Qué hace esto aquí? - preguntó, acercándose a cogerlo.
- ¡No! - gritó ella.
- ¿Qué?
Pero ya la tenía en su mano. Era una Reedmyer 22, una pistola con el cañón el color plata y balas del mismo material.
- El arma de las Silver Bullet - susurró él, mirando el arma y a la chica alternativamente -. ¿Esto es tuyo?
- No - musitó, tragando saliva -. Es de mi hermano.
- ¿Y qué hace aquí? ¿Cómo no se llevó algo tan maravilloso como ésto con él? - preguntó, admirando el arma entre sus manos.
- ¡No califiques de maravilloso un objeto que puede quitar la vida a otra persona! - le chilló.
Ride la miró y vio sus ojos empapados en lágrimas. Además, estaban algo rojos, lo que significaba que llevaba un rato llorando. Miró la pistola y la dejó con suavidad sobre las camisetas. Ella se arrastró hasta apoyarse en la pared, con las rodillas levantadas, donde escondió la cara. Ride solo sabía que lloraba cpor la convulsión lenta y repetida de sus hombros.
- Aria - susurró, volviéndose hacia ella y sentándose frente a la chica -. ¿Que te pasa? No quiero que llores. Ey, mírame - la susurró, metiendo su mano derecha entre las rodillas de la chica y tomándola suavemente de la barbilla -. Solo yo, ¿oíste? Solo yo tengo el derecho de hacerte llorar.
- Tú no me haces llorar - susurró ella, mirándole entre lágrimas.
- Precisamente - dijo él.
La chica se desenvolvió y se colocó de rodillas frente a él para poder abrazarlo.
- En las últimas dos horas nos hemos abrazado más que en todo el tiempo que hemos pasado juntos - comentó él, cerrando los brazos alrededor de la espalda de la chica.
Pronto, volvió a sentirla sollozar. Se separó para poder mirarla y, acogiendo su cara entre sus manos, la limpió las lágrimas.
- ¿Qué pasa?
- Esa Reedmyer... mi hermano... fue él - trató de pararse para poder hablar con coherencia -. Una bala de plata mató a mi mejor amiga, Ride - dijo al fin -. Y por buscar venganza, su chico se metió en la boca del lobo. No pude protegerlo. A ninguno de los dos.
- ¿De qué hablas? - preguntó él.
- ¿Lo olvidaste? Estabas conmigo cuando...
- Me refiero a que, - la cortó - ¿estás pensando que tu hermano...?
- Nunca lo descarté, la verdad, porque ellos sabían mi secreto. Pero ahora encuentro esto... - volvió a sollozar.
- Él los mató - comprendió.
- Sí - confirmó ella.
- Bueno, quizás...
- ¿Es de un amigo? - dijo ella, con sorna -. Venga, Ride, por favor. ¿Cuántas personas conoces que posean una Reedmyer, eh? Hasta tú te has quedado boquiabierto cuando la has visto y eso que has manejado las mejores armas.
Él quitó las manos de la cara de la chica, pero no bajó su mirada.
- ¿Y? ¿Qué vas a hacer?
- No me importaría matarlo. Si él la mató, eso quiere decir que me secuestraron porque él lo ordenó. Fue él.
- ¿Lo matarías por venganza?- quiso saber él.
- ¿Por Kate y Erick? Sí - aseguró, sin dudarlo - Ellos eran una de las razones más importantes que tenía para seguir. Eran mis amigos, Ride. Y me los quitó. A Kate la mató mientras trataba de cuidarme, fue por rescatarme a mí, cuando ella no tenía nada que ver con toda esta mierda. Y luego Erick, cegado de dolor... ¿Sabes lo que eso supuso para mí, Ride? Llevo desde entonces buscando esa maldita pistola, buscando a su dueño, al asesino de ellos. Y ahora, lo tengo. Pero mi sangre es la misma que corre por sus venas. Me siento tan mal...
Cerró los ojos. Con la última lágrima que resbalaba por su cara, su corazón latió de dolor al recordar ese instante que tenía clavado en el alma.
- ¿Cómo se te ha ocurrido hacer esto, Kate?
- Soy la única que sabía que estabas aquí. He avisado a ese chico pelinegro, por cierto.
- ¿Ride? - susurró, mientras se escondían tras una columna para que dos guardias que había en el pasillo no la vieran.
- Sí.
- Pero has puesto tu vida en peligro.
- Ey, un poco de acción nunca viene mal - sonrió.
- Gracias - susurró, abrazándola con fuerza.
El jardín olía a bosque verde. Estaban fuera, lo habían conseguido. Entonces, algo brilló sobre la cabeza de Aria. Se detuvo en seco cuando se dio cuenta de que, si brillaba sobre ella, era porque no era precisamente ella el blanco.
- ¡¡Kate, corre!!
Un sonido sordo. Pumm Pumm. Pumm Pumm. Los latidos del corazón de Aria se detenían, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.
- ¡¡¡Kate!!! - gritó, al verla caer al suelo -. ¡Kate, aguanta! - gritó, cogiéndola entre sus brazos.
- Aria... vete. Ese chico... te está esperando...
- ¡No! Cállate, no digas nada. Saldremos de esta, ya lo verás. Como siempre.
- Aria... por favor... vienen hacia aquí... Aria...
La chica estaba conmocionada, mientras sus brazos de llenaban de sangre que brotaba del vientre de la chica.
- Por favor, Kate, no, no me dejes ahora. Por favor...
- Solo quieren... atraparte... así que, vete. Vete - musitó, acariciándola la cara.
Ride apareció entonces. Ver a la chica ensangrentada entre los brazos de Aria le hizo detenerse.
- Llévatela... por favor... -le pidió la chica a Ride -. Y cuídala...
Él asintió con la cabeza y tiró del brazo de Aria.
- ¡No! ¡No puedo dejarla aquí! ¡No!
- ¡Aria, si te quedas y te capturan, te matarán! ¡Y su muerte habrá sido en vano! ¡Aria!
- ¡No! - gritó, mientras lloraba.
Entonces, algo la golpeó con fuerza. Kate la había dado un tortazo con la misma fuerza de siempre. Y la miraba con sus ojos calmados, aunque asustados.
- Vete, Aria... - susurró, casi sin voz.
- No...
- Vete.
Aquella fue la última vez que la vio sonreír.
Entonces recordó a su padre, que estaba a punto de perderlo a él también. Se levantó y se secó las lágrimas con el antebrazo.
- ¿Por fin has comprendido que llorando no harás nada?
- Cállate, vístete y vámonos - contestó ella.
- Esta es mi chica - dijo él, guiñándola un ojo.
Salió de la habitación detrás de ella. Al cerrar la puerta, el chico miró un momento de nuevo dentro.
Maldito cabrón, pensó, acercándose a coger la Reedmyer. Le quitaste a tu propia hermana aquello que más apreciaba. ¿Cómo pudiste? Ni siquiera yo tengo tanta sangre fría. Pero te prometo algo. Si ella no aprieta el gatillo, lo haré yo.
Entonces, volvió hasta la habitación, donde ella le esperaba.

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