sábado, 27 de febrero de 2010

tan pequeñas grandes... ¿mentiras o verdades?


Un rato más tarde, ambos salieron del baño envueltos en toallas de color azul. Ride se quedó apoyado en el quicio de la puerta del baño, mirándola mientras, sentada en la cama, se secaba el pelo con otra toalla.
- ¿Pasa algo? - susurró ella -. ¿Por qué me miras así?
- Solo pensaba - contestó.
- Sí, veo el humo saliendo de tu pelo - comentó ella, tratando de hacer una gracia a pesar de la presión que sentía en el pecho.
- Aria, solo estamos aquí, solo ha pasado todo lo que ha pasado porque me utilizaste, ¿verdad? Desde aquel día...
A la chica casi se le cae la toalla de entre las manos.
- Ride... - murmuró, mirándole fijamente y sin saber qué decirle.
- Lo sabía - susurró -. Solo querías llegar hasta arriba en la organización, ¿verdad? Hubieras utilizado a cualquiera que te hubiera sido útil. Pero me tocó a mí.
- No me hables así, por favor - le pidió ella, levantándose y abriendo el armario, para buscar algo de ropa.
- Pero es la verdad. Solo me usaste.
- Si solo te hubiera usado, no me hubiera importado que te hubieran matado el otro día. Ni que Ian te hubiera disparado, ni que tu padre te torturara por no haber matado a tu madre - le espetó, mirándole -. Pero me importó, me dolió. Y mucho - murmuró.
Por un momento recordó aquel instante en que creyó que el chico moriría entre sus brazos...
Estaban en un sótano enorme, oscuro, lúgubre y húmedo. Una bombilla chisporroteaba sobre sus cabezas y podían oírse los ruidos de las ratas correteando por allí.
- ¡Ride! ¡Maldita sea, aguanta, estúpido! ¡No puedes morirte ahora!
El cuerpo del chico estaba frío e inerte entre los brazos de la chica. Un reguero de sangre cubría su ropa y parte del suelo. Cortes superficiales y profundos, golpes que había provocado heridas graves y una brecha en la cabeza. Aria creyó que no podría salvarle de aquello.
- No pude... no pude, Aria... - musitó -. No pude... matar… la... - tosió con fuerza. Un par de lágrimas rodaron por su cara sucia -. No pude... matar a mamá... Aria...
Aria cerró un momento los ojos, tratando de olvidar aquella imagen, y suspiró.
- Ride, si solo te hubiera utilizado no... - repitió.
- Bueno, al fin y al cabo, eso es lo que hace la policía - cortó él.
- No soy policía y lo sabes.
- Pero te metiste en esto para ayudar con una investigación de tu padre, el superintendente, ¿no es así?
- ¡Sí, pero era solo porque yo era la única que no estaba vigilada y fichada por la organización de tu padre, Ride! - le gritó -. ¡Era la única que podía ayudarle en su empeño, en lo que llevaba persiguiendo por años!
Él no cambió su posición.
- ¿Cómo pude dejarme engañar por ti?
- No sabes lo que dices - susurró ella. No podía, no podía contarle lo que había sentido. No podía.
- Sí, sí lo se. Se que si hubiera sido cualquiera de mis hermanos hubiera valido. Se que hubieras usado a cualquiera. Creí que me necesitabas para sobrevivir en este mundo incluso antes de saber quién eras. Pero... después de todo, yo te necesitaba a ti - susurró.
Esta vez, fue él quien recordó la primera vez que había visto aquellos ojos. Hacía más de un año ya.
Era un local llamado PassionFire. Durante el día era un simple bar como cualquier otro. Pero por la noche, se llenaba de grandes señores de la mafia, donde hacían negocios, alianzas para matar a otros, bebían alcohol y se tiraban una mujer tras otras, como si el mundo se acabara y no existiera nada más fuera de aquel lugar. No le gustaba ir allí, pero su padre le había llamado para un negocio importante. Al entrar, una música de ambiente sensual y erótico sonaba por todos lados. Y entonces, fue cuando la vio. Apenas vestida con ropa interior, una muchacha morena de ojos azules bailaba sobre el escenario. No pudo apartar la vista de ella durante unos segundos. Su cuerpo se movía de manera suave, casi delicada. Sus curvas parecían simplemente perfectas, como si hubieran sido labradas por la mano de algún dios. Mientras se sentaba con su padre y un par de socios más, siguió contemplando aquella escultura perfectamente redondeada y armónica. Sabía que ella le estaba mirando, pero no podía dejar de observarla. Cuando su padre terminó el trato, en el que él jugaba el papel de verdugo, la chica salió del escenario. Ride se levantó de golpe y la siguió hasta el camerino. Entró sin llamar y ella le miró.
- Sabía que vendrías.
- Chica lista - susurró.
- No has dejado de mirarme, ¿sabes? Desde ahí arriba se ven muchas cosas - dijo, dándose la vuelta a mirarle -. Mi nombre es Aria.
- Ride - dijo solamente.
- Hijo de aquel importante... - se ahorró decir mafioso - señor.
- ¿Y qué importa eso?
- Realmente nada - se giró de nuevo. Suspiró. Era condenadamente guapo. Claramente, él no la recordaba. Pero ella a él sí. Ella y su corazón, le recordaban.
- ¿Qué hace una doctora como tú en un tugurio como este?
Ella se irguió, casi asustada.
- ¿Cómo sabes eso?
El chico señaló el sillón donde estaba su bolso. Dentro se veía la tarjeta de identificación del hospital. Ella resopló.
- Dinero extra - dijo. Sería doctora, pero manejaba las armas mejor que cualquiera de las policías con las que trabajaba su padre, el superintendente.
- ¿Te da igual exponer tu cuerpo de esa manera a una manada de lobos hambrientos y sin escrúpulos, caperucita?
- No soy una cría para que me hables así - le espetó - Se cuidarme solita.
- Yo creo que no. Déjame cuidar de ti - propuso.
- ¿A cambio de qué?
- Veo que eres realmente astuta.
- Los hombres como tú y tu padre y toda esa sarta de cabrones que hay ahí fuera, siempre hacen las cosas por algo y a cambio de otro algo - dijo la chica, cruzándose de brazos.
- Exclusividad.
- ¿Qué?
- Dinero extra y, mi exclusividad.
- ¿Quieres que baile para ti? - se sorprendió.
- Quiero más que eso, muñeca - susurró, acercándose peligrosamente a ella -. Quiero todo de ti.
Habían cerrado un trato esa noche. Pero ella nunca le dejó tocarla. Una cicatriz en la pierna derecha del chico era la prueba. Hasta que, el tipo al que debía matar por el trato que su padre había hecho, osó ponerle una mano encima a Aria. Trató de violarla el mismo día en que él pensaba hacer un trato para no tener que matarlo. Pero se lo encontró sobre ella, ambos desnudos, con mil gritos y heridas. Y lo hizo. Lo mató cegado por la ira que le producía que alguien hubiera tocado algo que consideraba suyo. Y ella vio por primera vez que, en el fondo de su ser, seguía siendo él.

- Tranquila. Ya estoy aquí - susurró, acogiéndola entre sus brazos a la vez que la cubría con la sábana.


- Ride... por favor, ahora no. No tengo la cabeza para esto, por favor. - La voz de la chica le sacó de sus recuerdos.
- ¿Entonces cuando? - soltó.
- Quizá cuando mate a tu padre por haber asesinado al mío - siseó ella, molesta por el tono de voz de él -. ¿Te parece bien?
El chico no dijo nada más. Se sentó en la cama, con aplomo, y vio como la chica se cambiaba. Observaba cada una de sus curvas, cada palmo de su piel, rogando y deseando por poder volver a sentirla bajo sus manos, bajo su propia piel. Suspiró. Después de todo, así son las cosas, supongo, pensó.
- La ropa interior negra te sienta mejor - susurró él, desviando la mirada, después de haber visto el conjunto de color verde que ella había escogido.
Ella esbozó una sonrisa. Gracias, pensó la chica.

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