jueves, 25 de febrero de 2010

guárdame el miedo, cobarde.


Por primera vez, había sentido aquella bala traspasarla. A pesar de que no la había dado precisamente a ella, la dolía en lo más profundo de su cuerpo. Ride no se tambaleó ni un poquito. Se quedó quieto y firme, sin apartar su mirada del chico que yacía en el suelo, inconsciente. En sus ojos, Aria reconoció aquel brillo y ese fuego que le recorrían cada vez que tenía que disparar. Después de aquel grito que había dado por acto reflejo, respiró hondo.
- ¿Estás bien?
- Nada que tus manos de doctora no puedan arreglar - susurró. Su voz era seria.
- ¿Dónde te ha dado?
- El brazo - dijo solamente.
En el instante en el que Ian había disparado, Ride había dado un giro de 180 grados, exponiendo su brazo izquierdo, con el que la sujetaba, para poder disparar con el derecho por encima de su hombro. Había expuesto toda su espalda desnuda a la metralla de aquella 538 modelo B sin dudarlo ni un segundo. Ambos sabían que, en aquello, pararte un segundo a pensar era la diferencia entre vivir y morir. Y a Ride no le había temblado el pulso para apretar aquel gatillo.
- Solo te ha rozado - dijo la chica, mientras examinaba el brazo del muchacho, que la miraba muy de cerca.
- El dragón está sangrando... - susurró.
- No digas algo como eso. Me da escalofríos - dijo ella, sin mirarle directamente a los ojos -. Vamos, te curaré antes de ir a ver a mi padre.
- Solo ese estúpido sabía la dirección. Y ahora mismo, no puede hablar.
- ¿¡Lo mataste!? - gritó, acercándose a Ian.
- No. Solo le di en el brazo - dijo, con tono aburrido.
- Su puntería desde luego no tiene nada que hacer contra la tuya - comentó, agachándose al lado de su amigo -. Parece que se ha desmayado a causa de todo el alcohol que debe de haber bebido. Estúpido – susurró.
- ¿En serio él era tu mejor amigo?
- Es, Ride. Que no está muerto - le corrigió.
- Bueno, vale, eso.
- Sí - suspiró ella, mientras se levantaba y desaparecía un momento de la cocina.
Ride aprovechó para sentarse en la silla de nuevo y dejar la pistola sobre la mesa. Cogió la taza de café y le dio un sorbo. Entonces puso cara de asco.
- ¿Qué pasa? - preguntó ella, entrando de nuevo.
- Está frío - dijo él.
- Pues usa el microondas. Y de vez en cuando, también podrías usar la cabeza.
- ¿A qué viene eso? - preguntó él, mientras pasaba por su lado con la taza en la mano.
- Sí, es mi mejor amigo - respondió ella de nuevo -. Desde pequeños siempre estuvimos juntos. Mis padres llegaron a pensar que él y yo, algún día...
- Argh, calla. De pensarlo, me dan nauseas.
- No seas así, Ride - le espetó.
La chica usó el cinturón que había cogido de su armario para hacer un torniquete alrededor de la herida del brazo del chico, para que no se desangrara. Al menos cuando despertara, podría valerse por si solo para llegar al hospital. No podían llamar a una ambulancia o llevarlo directamente a un hospital. Demasiadas preguntas. Una bala no sale de la nada así como así. Y Aria tenía muy claro que sería Ian quien daría explicaciones, no ella.
- ¿Vas a dejarlo ahí? - preguntó Ride, soplando el humo que salía de la taza de café una vez caliente.
- No se duerme tan mal en este suelo de tatami - dijo ella, acercándose al muchacho.
- Humm - asintió él, bebiendo un sorbo - y tampoco se hace nada mal el amor - comentó.
Aria se ahorró contestarle a aquello. Una vez a su lado, le cogió de las manos y bebió un trago del café de Ride, mientras él la miraba con cara divertida.
- ¡Augh!
- Quema - sonrió él.
- Imbécil, podías haberme avisado de que estaba muy caliente, como te gusta a ti - dijo pasando su lengua por sus labios adoloridos.
- No, porque entonces, no tendría una excusa para hacer esto.
Con rapidez, se agachó sobre su boca y la besó. Estaba caliente del café, pero era un calor calmante del dolor palpitante que tenía sobre los labios. Aria llevó una mano a la cara del chico y la acarició suavemente. Cuando se separaron, ni se molestaron en mirarse. Solo era un beso.
- Está bien, ¿y ahora qué?
- ¿Y si lo registramos? A tu amigo, digo. Igual tiene la dirección apuntada o un mensaje en el móvil o algo.
- Oye, que Ian no es tan estúpido como para hacer eso.
Ride la miró con cara incrédula y dejó la taza sobre la encimera. Se acercó a Ian y empezó a registrarle en los bolsillos. Ella se cruzó de brazos, enfadada y mirándole de forma torcida. Pero su cara cambió a impresión cuando Ride le mostró un papel a la chica, triunfante.
- ¿Decías, corazón? - preguntó él, con aires de grandeza.
- Trae eso aquí - escupió ella, cabreada, arrebatándoselo de las manos.
- ¿Qué dice? - curioseó el chico, levantándose y asomándose al hombro de la chica.
- Está en el Hospital Central - susurró, leyendo a toda velocidad -. La habitación 923.
- ¿El Hospital Central? - repitió Ride, ahora mirándola a ella.
- Sí - musitó, también mirándole.
- ¡Eso está a tres horas de aquí! - exclamó.
- Lo dices como si no lo supiera - contestó la chica, con cierto nerviosismo -. ¿Por qué? ¿Por qué tan lejos de la capital? - susurró, dándose la vuelta y empezando a caminar por la cocina, pensativa.
- Bueno, morena, ¿entonces qué? ¿Nos vamos ya?
Ella se detuvo y le miró. Siempre con esa maldita sonrisa de niñato triunfador. Aunque había algo diferente allí. El corazón de la chica palpitó un momento y luego recuperó su ritmo normal.
- Gracias. Por estar aquí - le dijo.
- Vámonos ya - dijo él solamente.
Al pasar por delante de él recordó la herida que tenía en el brazo.
- Vamos, te curaré antes de salir.
- Esto no es nada, Aria. Sobreviviré. Tenemos que salir ya.
- No. Primero te curaré. Y no me rechistes. Yo soy el médico aquí.
Con una mirada severa, le convenció. El chico se sentó en la cama y ella a su lado. Limpió la herida y la vendó con suavidad. Se quedó un momento mirando la venda, y él, mirándola a ella fijamente. Con delicadeza, la chica cerró los ojos y le besó la venda. Respiró su olor, sintió su piel tibia bajo sus manos, su propia mano enredada en su melena morena, su respiración chocando contra su nuca. Deslizó la mano por su brazo hasta llegar a su hombro y engancharse suavemente a su cuello.
- No deberías de hacer esto, Aria - la susurró -. Tu padre.
- Y tú siempre rompiendo el encanto de los momentos bonitos - contestó ella, sin moverse -. Déjame quedarme así. Solo un poco más.
- Te quedarás dormida. Y tenemos que irnos.
- Mi padre esperará por mí. Lo sé - murmuró.
- Aria, si realmente le atacaron los secuaces de mi padre, estará muy malherido. Muy malherido - recalcó -. Tenemos que irnos ahora si queremos llegar a tiempo, pequeña.
- Ride... - musitó, como rogando.
- Puedes dormir en el coche. Yo conduciré. Pero ahora...
- Está bien - suspiró, incorporándose a la vez que sentía como los dedos de Ride se desenredaban de su pelo.
Ella le miró un momento y sonrió a medias. Se agachó sobre él y le besó con fuerza. Él se quedó paralizado de la sorpresa y solo pudo mirarla al principio. Pero después, algo tan cálido como la suave arena de la playa bañada por el sol, la brisa del mar revoloteando su pelo y golpeando su cara le recorrió por dentro. Una sensación reconfortante, una extraña necesidad por roces más frecuentes tan dulces y suaves como un simple beso. Entonces Aria se separó de él, quien se quedó algo pasmado, aunque lo ocultó a los ojos de la chica.
- ¿Ves? Yo no necesito excusas para hacer esto - le dijo.
Él no contestó, solo la miró.
- Tengo que ducharme. ¿Te importa esperarme?
- Iba a decirte lo mismo justo ahora - dijo él, levantándose.
- Entonces vamos. Solo hay una ducha y no tenemos tiempo - cortó ella.
- Aria, no me estás pidiendo que entre contigo a la ducha, ¿verdad? - repitió él.
- ¿Qué mosca te ha picado? Sí. No vas a ver nada que no hayas visto ya - dijo, encogiéndose de hombros.
- El problema, morena, viene en que me gusta demasiado eso que ya he visto y no quiero dejar de mirar - susurró muy cerca de su cara, en su oído.
- Ride, no estoy para tonterías y lo sabes - le dijo, pero sin agresividad -. Por favor, solo por esta vez.
- Está bien - dijo él, suspirando.
Ambos entraron en el baño mientras se iban desnudando. Una vez dentro, mientras Aria estaba bajo el agua que caía de la ducha, con los ojos cerrados, Ride se acercó por detrás y la abrazó. Ella no se movió, ni siquiera abrió los ojos. Porque los brazos de Ride y sus manos la rodeaban la cintura. Solamente la cintura. No se deslizaban por su piel, no buscaban un contacto físico más profundo. Solamente un roce suave, delicado a la vez que sensual, y cariñoso. Aria se relajó y se dejó sujetar por los brazos del muchacho. Entonces Ride llevó la mano derecha hasta la cara de la chica y la rozó la mejilla.
- Tus lágrimas se confunden con el agua que resbala por tu cara - la susurró al oído -. Pero a mí no puedes engañarme, pequeña.
- Lo se - susurró ella, estrechando la mano de Ride entre sus dedos y besándolos un par de veces.

Él entonces hundió la cara en el pelo mojado de la chica y no dijo nada más.

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