viernes, 12 de febrero de 2010

piel.pasión.por favor.

Le odiaba, sí. Pero ya se había acostado con él antes. Y acababa de salvarla la vida. Tantas cosas incoherentes la desestabilizaban por completo. Suspiró suavemente y se levantó de la silla que había puesto al lado de la cama, donde él parecía dormir.
- Me has asustado - se quejó, cuando él, al parecer no tan dormido, la sujetó por la muñeca.
- ¿Dónde...?
- En mi casa - contestó -. Te traje aquí después de que nos atacaran.
- ¿Te has ocupado bien de mí? - preguntó.
- Ya no tienes ninguna bala en el hombro - le contestó, con cierta indiferencia ante sus palabras.
Se acercó a tocarle la frente para ver si tenía fiebre y, apenas le hubo tocado la frente, él la sujetó la mano.
- No es ahí donde tengo fiebre, muñeca - susurró.
Su sonrisa torcida la dio a entender que se recuperaba con facilidad de cosas como aquella. Él acompañó la mano de la chica bajo las sábanas y rozó con ella parte de su piel sobre el pantalón.
- Suéltame - susurró, con calma.
- Sabes que tu fingida indiferencia me pone mucho, ¿verdad?
- Tu alto nivel de libido no es normal, ¿sabes? Háztelo mirar.
- Me pongo en sus manos, doctora - sonrió, relamiéndose -. Y nunca mejor dicho - musitó.
- Suéltame. Es la última vez que te lo digo -. Dijo. Por alguna razón, empezaba a ponerse nerviosa.
- Oh, vamos. Ni que fuera la primera vez que lo sientes - la susurró al oído.
Ante el silencio de la chica, solamente la besó. Fue un roce descontrolado, duro y fuerte. Y profundo.
- Te he dicho que me sueltes - repitió ella, zafándose del amarre.
Sin darse cuenta, le golpeó con el codo en el hombro. Él dejó escapar un juramento y un pequeño grito.
- Lo siento - susurró, preocupada -. No quería hacerte daño. Al menos, no ahora.
- Está bien. Pero ahora, ¿cómo me compensarás, muñeca? - dijo, aún con la voz algo cortada.
- ¿He de hacerlo?
- Ven aquí.
Se mordió ligeramente el labio inferior. Odiaba a aquella rata. Seducía cuanto se movía, nunca podías contar con él cuando lo buscabas, era el hijo del peor enemigo de su padre y además, se creía dios. Pero aún así, verlo sentado a medias en la cama, con las piernas ligeramente abiertas y la mano tendida hacia ella, con el pelo medio revuelto, sus ojos azules clavados en los suyos y su sonrisa de niñato triunfador, la volvía completamente loca.

Sí. Estoy loca.

Cogió la mano que él la tendía y suspiró. Se acercó a él y apartó las sábanas. Se subió al colchón y puso una pierna a cada costado del cuerpo del chico. Le miró, con aires de superioridad, y le empujó suavemente contra la cabecera de la cama. Deslizó sus manos hasta la camisa del chico y fue desabrochando lentamente los botones. Trataba de no mirarle, a sus ojos que observaban con detalle cada movimiento que hacía y a su sonrisa, tan encantadoramente seductora.


Necesitaba encontrarla urgentemente. Tenía noticias sobre su padre. Estaba gravemente herido después de que los hombres del padre de Ride le tendieran una emboscada. Se acercó a la puerta de su habitación y se detuvo al verla entrecerrada. La sola idea de abrirla y encontrársela dormida sobre la cama le sacó un suspiro. Aquello que sentía latía en su pecho con fuerza. Se asomó ligeramente, con una sonrisa. Pero ésta se congeló en su rostro. Lo que veía allí dentro era la perfecta definición de pesadilla.

Ella estaba sentada sobre él, a horcajadas sobre su cadera. Ride tenía la mano enredada en la melena de Ari y la obligaba a echar la cabeza hacia atrás. Supo que era él porque, en su brazo izquierdo, con el que rodeaba la cintura de ella, tratando de hacer más profundo su roce, lucía aquel inconfundible tatuaje de un dragón. La camisa blanca que ella llevaba puesta estaba desabrochada y abierta, bajada hasta las muñecas, de donde no se la había quitado. Podía ver su perfecta figura moviéndose al son de los pasos de Ride. Entonces él dio un suave beso en el cuello de la chica para luego recorrerlo con su lengua, marcándolo con su saliva, hasta llegar a la oreja.
- ¿¡Qué está haciendo!? ¿¡Por qué no se resiste!? - pensó con desesperación.
Entonces, la chica enredó las manos en el pelo negro del chico y jadeó.
- Te odio - pudo decir.
- ¿Por qué? ¿Porque no eres capaz de controlar lo que te hago sentir, muñeca?
- Cállate, estúpido - dijo, seguido de un ligero gemido, con los ojos cerrados.
- Tu cuerpo me envenena, maldita. Me encanta tu olor, eres el peor de los afrodisíacos, nena.
- Tú tampoco estás nada mal - susurró entre gemidos, a la vez que llevaba una de sus manos a los labios del chico y los acariciaba, consiguiendo que él los lamiera mientras cerraba los ojos.
- Solo diré esto una vez... - susurró entonces él, y se detuvo a jadear un segundo -. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de aquella primera vez...
Ella jadeó más fuerte.
- Ride... Ride... - lo llamó.
- Muévete más rápido... por favor... Aria...
- No... no, puedo - dijo ella, tragando saliva -. Tu hombro podría resentirse con los golpes.
- Aria... maldita sea, no puedo más...
- Idiota... - se agachó sobre su oído y lo besó -. ¿Sabes? Me encanta saborearte lentamente, a mi ritmo - ronroneó.
Los ojos del chico llamearon un momento y luego, todo se volvió oscuro.

El chico se apartó de la puerta como si ésta hubiera estallado en llamas. Su propia respiración estaba entrecortada. Sentía lava correr por sus venas, la rabia golpeándole las sienes y el odio latiéndole en el corazón. Había perdido la cuenta de las veces que había soñado con aquello, con su pequeña Aria a su lado, con cada centímetro de su piel bajo sus manos, con cada jadeo, cada susurro... Y su peor temor se había hecho realidad. Que fuera otro quien ocupara el lugar que él tenía en sus sueños. Golpeó la pared con fuerza, sabiendo que no le escucharían y salió de allí como un huracán. Necesitaba un trago, alcohol, quemar adrenalina, matar a alguien, poseer a otro alguien. Necesitaba gritar.

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