martes, 24 de febrero de 2009

Vivir la vida... contigo


Akira reaccionó y se acercó a él. Evitó su mirada y también levantó la vista al cielo. Pero la bajó enseguida al notar como él la cogía de la muñeca derecha. El chico levantó su mano y miró la herida del dedo. Solo tenía un buen corte, algo que era realmente escandaloso. Sin dudarlo, se llevó el dedo de la chica a la boca. Ella abrió los ojos desmesuradamente. Nunca antes había sentido sus mejillas arder como en aquel momento. El pelinegro estaba rozando su herida con la lengua, lentamente, limpiándola con su propia saliva. Akira suspiró, y su respiración se agitó un poco. Él, tan tranquilo, ni la miraba. Estaba buscando algo en los bolsillos de su pantalón. Hasta que encontró un pañuelo. Sacó de su boca el dedo de ella y rompió el pañuelo en dos partes. Con una de ellas, vendó con suavidad la herida, poniendo mucha atención. No quería mirarla, sabía que ella estaba sonrojada, y verla así le provocaría para hacer alguna locura. Así que evitó mirarla cuanto pudo. Cuando acabó, volvió a mirar al cielo. Pero ella ya había tomado la determinación de aclarar las cosas con él de una vez por todas.
- Itachi - susurró - por favor, mírame - pidió
- Si quieres puedes usar la cama. No tengo problema - contestó él
- Por favor - rogó ella - por favor
Y él se giró, sin poder negarse a aquel ruego. Soltó el aire lentamente al mirarla a los ojos. Esos ojos verdes que relucían a la luz de la luna y que tan loco le volvían. Los ojos de una niña.
- ¿Qué quieres? - dijo, sin elevar la voz
- ¿por qué me proteges?
Él no contestó.
- ¿es acaso porque soy importante para ti? - preguntó ella, tratando de sacarle algo - por favor, respóndeme, necesito respuestas, estoy muy confusa, Itachi.
- Sí, eres importante para mí.- susurró al fin
Definitivamente había perdido la cabeza al confesarse así.
- ¿de verdad? - susurró ella, casi sin creérselo
- No podía dejar que te hiciera nada - contestó - es demasiado tarde para mi - musitó él, mirando otra vez fuera. Ya llovía, aunque aún suavemente.
- Itachi yo... también siento algo por ti - confesó ella - es la primera vez que lo siento, pero...
- Nadie puede enamorarse de un asesino - cortó él, pero sin gritar - somos criaturas despreciables y despreciadas por una sociedad a la que odiamos. No puedes amar a alguien como yo.
- Déjame demostrártelo - soltó ella
El pelinegro la miró, desconcertado. Realmente nunca sabía lo que pensaba esa cría. La chica se incorporó y se abrazó a su cuello. Él sintió una descarga en la espina dorsal. Un escalofrío.
- te quiero - le murmuró al oído, erizándole la piel
- eso ya lo he oído antes - fue capaz de articular, tratando de controlarse
Ella se echó más encima de él, llegando a juntar sus cuerpos y se abrazó a él con más fuerza. Sentía el pecho del pelinegro rozándola con suavidad.
- soy tuya - musitó, besándole la oreja.
Itachi enloqueció. La acercó aún más, rodeándola la cintura con sus brazos y se puso de pie. Se quedaron unos minutos abrazados. El pelinegro juraría que sentía las lágrimas de felicidad de la chica en su hombro. Entonces la apartó un poco y la hizo mirarle. Ella le sonrió. Con delicadeza, la acarició la cara y lentamente, la besó. Mil sentimientos les inundaron en aquel momento. Akira dejó resbalar unas lágrimas y cerró los ojos un poco más tarde, ya que los tenía abiertos a causa de la sorpresa. Nunca antes la habían besado, no sabía lo que era aquella sensación tan explosiva pero dulce a la vez que estaba sintiendo. Itachi por su parte disfrutó de aquel simple beso más de lo que había imaginado. Pronto, necesitó más. Tuvo cuidado al profundizar en la boca de la chica, para no asustarla. Ella abrió los ojos de nuevo por la sorpresa, pero también se acostumbró a juguetear con los labios del pelinegro. Cuando necesitaron respirar, Itachi rompió el beso. Ella nunca habría sido capaz de hacerlo, al menos no en ese momento.
- ¿estás bien?
- Sí - contestó ella, con la respiración agitada
- ¿era la primera vez que te besaban, Akira? - quiso saber él
- Sí - volvió a contestar - y me alegro
Él no pudo evitarlo. Lentamente, atacó a su cuello. Primero le dio un suave beso. Luego, comenzó a hacer las caricias más concienzudas, caricias que buscaban algo más.
- Itachi... - musitó ella, cerrando los ojos
- ¿Qué pasa? - preguntó, sin detenerse
- Siento calor...
El pelinegro sonrió ante la inocencia de la niña. Volvió a besarla en los labios y aprovechó para empezar a soltar los botones del vestido que ella llevaba. Cuando la chica se dio cuenta, ya tenía el vestido totalmente desabrochado. Entonces se separó bruscamente de él, amarrándose el vestido sobre el pecho. Sus mejillas estaban encendidas, y eso que solo habían sido unas cuantas caricias.
- ¿Qué te pasa? - preguntó él, algo molesto
- Lo siento - se disculpó ella entrecortada, tragando saliva
- ¿te asustaste? - susurró el pelinegro
- Un poco - admitió
- ¿te di miedo? - preguntó, con cautela
- Sí - contestó, apenada
Él debía entenderlo, era comprensible. Estaba asustada, él estaba provocando que sintiera cosas que nunca había sentido antes. Cosas bastante fuertes.
- en ningún momento tuviste miedo de que te matara, pero ahora...
- esto es diferente - se defendió ella
Siguieron mirándose. Ella se sentía incómoda por haber acabado aquello así, pero realmente tenía miedo. Entonces él puso los ojos en blanco y se quitó la camiseta. Ella le miró. Lo que antes eran puntos de una herida, ahora era una cicatriz sonrosada que incluso le hacía parecer más hombre todavía. Akira no entendió por qué él hizo eso y se sonrojó al darse cuenta de que él la había cazado en pleno miramiento.
- no tengas miedo - susurró, con una media sonrisa de confianza - no voy a hacerte daño
- lo siento, me asusté yo... - tartamudeó
- tranquila - repitió, acercándose a ella - no sería capaz de hacerte daño - volvió a decir
- lo se, pero... yo no... no se...
- Ssh. ¿Cómo se puede hacer daño a la persona que amas, pequeña?
Aquello la dejó sin aliento. Había soñado más de mil veces con aquello, con él confesándola sus sentimientos. Y se había cumplido, como en los cuentos de hadas. Sintió unas ganas enormes de llorar. Pero de felicidad. Él la abrazó contra su pecho y ella se abrazó a él. Y ni siquiera se separó del pelinegro cuando sintió que su vestido había resbalado hasta el suelo. Itachi se separó, pero siguió mirándola a los ojos, en ningún momento bajó la vista a su cuerpo. Quería ver sus ojos, brillando bajo alguna lágrima que se la escapaba. La limpió y volvió a besarla.
- ¿sabes qué voy a hacer si continúo?
- Sí - murmuró ella
- ¿quieres que lo haga? - la preguntó al oído, abrazándola por la cintura
- Yo... supongo que si - contestó al fin, dejando caer la cabeza en su hombro desnudo
- No supongas, pequeña. Quiero que estés segura.
- No se lo que voy a sentir, no se si... me da miedo - confesó al fin
- Tranquila. Solo llegaré hasta donde tú quieras llegar, ¿vale? - la susurró, besándola el cuello y luego el hombro.
- Te quiero, te quiero mucho, Itachi - dijo ella
- Lo se - dijo, presumido - ven conmigo - la susurró seductoramente en el oído.
Ella se amarró a su mano y dejó que el pelinegro la tumbara sobre la cama, posesionándose con suavidad sobre ella. Comenzó entonces a besarla y acariciarla, arrancándola suspiros y pequeños jadeos al principio. La lluvia ya golpeaba la ventana con fuerza, pero la habitación seguía totalmente iluminada por la luna. Cuando el se incorporó para mirarla bien, se dio cuenta de que también estaba sonrojado. Aquello le estaba matando; toda su mentalidad y su fría razón estaban cambiando de golpe. Entonces ella llevó su mano derecha, aún con el dedo envuelto en aquel trozo de pañuelo, hasta el costado donde estaba la cicatriz. La rozó con suavidad y sintió como después de unas cuantas caricias, al pelinegro le costaba respirar. Entonces ella también se incorporó e hizo simplemente lo que ya había hecho una vez en su casa, aquel día que lo tuvo a su merced; le besó la cicatriz como si estuviera examinándola, a la vez que la recorría con los dedos. Aquella inocencia de ella mezclada con un aire seductor que tenía la pequeña, le enloqueció. Volvió a tumbarla sobre la cama, y mientras la llenaba de besos y caricias, acabó por desnudarla y acabó de quitarse su propia ropa. Al principio, ella lloraba. El dolor que sentía era demasiado intenso. Verla así le hizo replanteárselo, y se detuvo, apartándose. Ella se incorporó y se acercó a él, que se había quedado de espaldas. Le abrazó por la espalda y le besó los hombros.
- lo siento... - sollozó - pero yo...
- te entiendo, pequeña. Eres virgen, comprendo que te duela - susurró él, sin mirarla
- por favor, inténtalo otra vez - pidió ella
- no - se negó él - no quiero volver a hacerte daño. No quiero verte llorar. No lo soporto - admitió
- no quiero privarte de eso, Itachi. De veras quiero hacerlo. Ahora ya no lo supongo - le susurró - quiero que me hagas el amor, Itachi. Tú y solo tú - musitó, aún abrazada a él
Él se giró y la miró a los ojos. Sonreía. Sonreía como siempre había hecho. El pelinegro se volvió a recostar sobre ella y la besó profundamente. Ella se abrazó a su cuello, tratando de relajarse. De nuevo, el dolor fue intenso. Pero trató de aguantarlo. Cuando por fin estuvieron juntos, ella lanzó un grito. Él se abrazó a ella también con fuerza, y luego cuando la miró, la sonrió para calmarla y la besó los labios. Aún aguantó unos minutos sin moverse, más por miedo a hacerla daño que por otra cosa.
- Itachi... - lo llamó, en un jadeo
Él entendió que era como un aviso de salida. Empezó a moverse con mucho cuidado y suavidad. Poco después, el dolor dejó paso al placer. Su voz dejó de ser lastimera y pasó a ser algo más salvaje. La lluvia ahogaba los gemidos de ambos. Sus siluetas, unidas en una y moviéndose a un ritmo frenético, se reflejaban en la pared a consecuencia de la luz de la luna. Las gotas de agua resbalaban por la ventana, la cual golpeaban con fiereza, al igual que el sudor resbalaba por sus cuerpos. Después de varios relámpagos, un último trueno ahogó dos profundos gritos de placer. Ella pronunció su nombre tan alto como pudo. Solo sintió algo de dolor cuando él se separó de ella; luego, sus ojos se cerraron por el cansancio, pero en sus labios había pintada una sonrisa de felicidad. El pelinegro trató de recuperar la respiración y cuando se calmó un poco, la miró, tumbada a su lado. Su cuerpo estaba perlado de sudor, sus ojos cerrados y sus labios esbozaban una sonrisa. Era como un ángel. Con cuidado, echó la sábana sobre ellos y la movió con delicadeza para ponerla sobre su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, el pelinegro durmió tranquilo, sin preocuparse de nada de lo que sucedía fuera de aquella habitación. Había dejado de llover.

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