sábado, 21 de febrero de 2009

Imaginación

Era una noche de luna llena. El cielo estaba despejado y miles de estrellas adornaban el firmamento. En un pequeño paraje verde, apenas se oía el susurro del agua, ya que sus voces lo disimulaban. A veces gritos, otras sollozos. Dos figuras discuten, una de pie frente a la otra, a una pequeña distancia. Los ojos de ella relucían a la luz de la luna, como dos preciosos luceros. Él lo sabía, se había fijado; de hecho, no le había quitado la mirada de encima mientras peleaban. Y ella se cansó de aquella situación y le gritó, enfadada:
- ¡Maldición! ¡Todos los hombres sois iguales!
Y una vez desahogada, la chica eschó a correr, intentando huir de sus propios sentimientos; intentando abandonar su propio corazón al lado de aquel hombre. Lo que ella no esperaba era que la siguiera. Trató de correr tan rápido como sus fuerzas la permitían, pero al final la alcanzó ya que, lógicamente, era más rápido. Intentó sujetarla junto a él, pero ella se rebeló, enfadada consigo misma porque aquel contacto con él la estaba gustando. Al final del forcejeo, ambos cayeron al suelo. Él se mantuvo dominante, acabando recostado sobre ella, sujetándola con fuerza por las muñecas. Sus miradas se encontraron. Ella demostró ira; él con cariño, incluso divertido. Se agachó lentamente entonces sobre ella. La chica creyó que la besaría, estaban tan cerca. Pero el muchacho bajó la cara hasta el oído de ella, donde le sintió respirar con suavidad. La chica se estremece, le huele... es tan dulce. Entonces él habla, en un susurro estremecedor.
- y dime, pequeña, si todos somos iguales - susurra en un tono que la eriza los pelos de la nuca - ¿como es que me amas tanto?
Ella cerró los ojos. La costaba respirar. Sintió como se incorporaba de nuevo y la miraba a los ojos. Entonces le contestó.
- ¿Y como sabes que te amo? - apenas fue un susurro
- Me basta con mirarte a los ojos para darme cuenta - la susurró - con sentir como te estremeces ante mis caricias - siguió, soltando lentamente el amarre y deslizando la yema de sus dedos por los antebrazos de la chica, poniendo cuidado en no dejar caer todo el peso de su cuerpo sobre ella.
La chica sintó realmente el escalofrío que él había previsto que sentiría con su roce.
- Me encanta ver la expresión de tu cara cuando hago esto - la dijo, mientras la besaba en la frente y en la mejilla - eres tan dulce... tan cálida...
- No juegues conmigo - le pidió ella
- Don´t play with Fire - susurra, riendose con suavidad, mientras enreda los dedos en su pelo
Ella le miró a los ojos. Estaba tan guapo y radiente bajo la luz de la luna.
- Tú eres la que debería tener cuiddo de quién se enamora, pequeña - la sonrió
- Es demasiado tarde para eso - admitió - y haré lo que me de la gana - le contestó, pero sin la agresividad que tenía antes
Él siguió sonriendo de lado mientras ella le miraba, ensimismada. El chico continuó con sus caricias por el antebrazo, sintiendo la piel de la chica erizarse a su paso. Decidido, se agachó de nuevo lnetamente sobre ella. Y esta vez, rozó sus labios en un movimiento suave y corto. El simple roce la hizo suspirar y a él le encantó, por lo que esta vez, sí que hizo que el contacto fuera más profundo, besándola al fin tal y como ella siempre había soñado. Sentía su pecho subir y bajar desenfrenadamente, cosa del corazón que la latía más fuerte que nunca. Quiso que aquel roce no terminara, pero cada vez lo que hacía, uno nuevo se iniciaba. La chica rezó por quedarse así, el resto de la eternidad, ya que nunca había sentido la felicidad que la recorría las venas en ese instante. Reconocía que, cuando él se decidió a besarla en su vulnerable cuello, tembló violentamente. Pero él continuó suavemente, acercándose cada vez más a su oído de nuevo, para tranquuilizarla.
- Te quiero - confesó al fin
- Yo te amo - le respondió ella, cerrando los ojos
Cuando el chico la miró, vio lágrimas en los ojos de ella y apenado la limpió con suavidad.
- ¿Por qué lloras?
- Lloro de felicidad. Dicen que cuando la felicidad del corazón es máxima, un poco se derrama por los ojos - sonrió
- Sabes que debería de llevarte de vuelta a tu casa, ¿cierto? - susurró él
- No, por favor - pidió ella - vuelve a besarme
Él la complació, volviendo a atrapar sus labios en un dulce beso.
- ¿Quieres quedarte conmigo? - la preguntó
- Sí - contstó, casi de inmediato
El chico se apartó de encima de ella y rodó hacia un lado. Ella se incorporó y le miró.
- Ven - susurró, sugerente - Ven conmigo
Ella miró el lugar que él la señalaba y no lo dudó dos veces. Apenas se recostó a su lado y él la abrazó, como si quisiera protegerla de todo cuando podía dañarla, se quedó profundamente dormida, sintiendo los latidos del corazón de él en su oído. Él sonrió cuando se dio cuenta de que la chica se había amarrado a su camiseta, como si no quisiera perderlo. Y comprendió al fin, cuanto amaba a aquella pequeña criatura que tenía entre sus brazos.





Por si alguien lo duda (bueno, nadie lee esto, pero en fin) no está sacado de ningún libro. Es mío. Mi imaginación está bastante loca, supongo. Y sí, de mayor seré escritora y detective.

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