miércoles, 11 de enero de 2012

Pánico a las alturas.

El ruidoso despertador sonó con fuerza a las ocho de la mañana. El chico se estiró debajo de la sábana para apagarlo con rabia. Con el movimiento brusco, sus heridas le recordaron que seguían allí y le hicieron detenerse a hacer las cosas con más calma. Aplastó el reloj con la mano y luego se dio la vuelta otra vez en la cama. Hacía frío. Abrió los ojos despacio y vio el otro lado de la cama. Vacío. Se levantó despacio, fastidiado por no poder ser más rápido, y buscó a la chica en el pequeño apartamento. No estaba. Volvió a sentarse en el sofá y buscó con la mirada el tabaco. Al encontrarlo, vio una nota bajo la cajetilla, que cogió antes que los cigarrillos. Era la letra de ella.
“Buenos días, dormilón. He tenido que salir antes, he tenido una urgencia, por eso te he dejado puesto el despertador o te quedarías dormido. Lo siento, pero tendrás que irte solo al aeropuerto. Perdóname, prometo recompensarte, ¿vale? Te quiero mucho. Yarah.”
Suspiró con fuerza. Para un día que podían despedirse, pasaba algo importante para ella. La última vez había sido todo frío. No había habido una despedida en condiciones, nada de decirse hasta pronto. Él se había ido como si no fuera a volver y a pesar de todo, ella le había esperado. En fin, él debía comprender que ella también tenia cosas importantes y que ellos ya se habían despedido, en cierta forma, la noche anterior. Aunque reconocía que le hubiera gustado verla al abrir los ojos esa mañana. Pero no había podido ser.
Con cuidado de sus heridas para que no le tirasen, el chico se vistió con la ropa que Nakamaru le había llevado y después de desayunar algo de lo que había quedado de la tarde anterior, salió hacia el hotel caminando despacio, donde su representante le había dicho que le esperaría para llevarle al aeropuerto. Caminó por su adorada ciudad una vez más, calmado, tranquilo, sintiendo el ambiente en el que había crecido, en el que se había convertido en lo que era. Algún día le hubiera gustado cantar una canción en el medio de Tokio, con la gente siguiéndole, cantando con él. Sonrió a medias mientras giraba en la esquina de la manzana para llegar al hotel. Su representante le reconoció rápidamente y le hizo subir al coche que tenía preparado. Le tendió los billetes y le miró mientras el chófer conducía.
- No me voy contigo. Tengo una cosa que arreglar aquí antes – le dijo.
- ¿Es por mi? – quiso saber.
- No importa – dijo él.
- ¿Qué pasa? Dímelo, por favor – le insistió -. Si es por mi, quiero saberlo.
- No tienes que preocuparte, de verdad. Agradezco mucho el haberte obligado a venir a Japón – dijo de pronto -. Porque sino, no habrías vuelto a ser tu.
- ¿Así era yo cuando tú me conociste?
- Sí. Eras cálido a veces, alegre otras, desesperante otras, así como cada una de tus canciones. Realmente, me alegro de haberte traído de nuevo a tus orígenes y a recordar quien eres.
- Gracias – pudo decir. Le conmovían hasta las palabras de su representante.
- Ahora vuelve a Los Ángeles, y no te preocupes por nada más.
Él asintió con la cabeza y no dijo nada más durante todo el trayecto. Solamente jugueteó entre los dedos con el billete. Ojala tuviera junto a ese uno que pusiera Los Ángeles a Japón. Pero no podía tenerlo todo. En América le esperaban un montón de proyectos pendientes, cosas que tenía y realmente quería hacer. Aunque también estuvieran ellos, esos que habían intentado matarle de forma descarada, sentía que podría con ellos. Ahora tenía claro que pensaba hablar con Yarah cada día, cada noche, hacer lo imposible por verla cuanto antes.
Que viviría para la música y por Yarah.
El aeropuerto era un hervidero de gente, pero por suerte no parecían reconocerle. Se dirigió sin prisas hasta la puerta de embarque. Como siempre, los que viajaban allí eran tremendamente aprensivos a perder el vuelo hacia su país, por lo que en las escaleras mecánicas por las que él tenía que bajar ni había nadie. Antes de subir, una voz detrás de él le detuvo. Se giró en redondo al reconocerla y dio unos pasos hacia ella, sorprendido.
- Janie – susurró -. ¿Qué estás…?
De golpe, ella se lanzó contra su cuello y le abrazó. Él hizo un sonido de molestia por las heridas pero no la apartó. La chica se separó despacio y no demasiado. Sus ojos parecían enrojecidos.
- ¿Janie?
- Me alegro mucho de que estés vivo – susurró.
- Si lo estoy, es gracias a ti – la dijo.
Recordaba el mensaje que había recibido minutos antes de la carrera con Jam. Era de la chica rubia. Decía dónde exactamente estaba colocado el explosivo que haría saltar por los aires el coche pero después quedaría todo como un simple fallo del motor. El chico pisó el acelerador, sabiendo que el coche no se pararía y tendría unos segundos para abrir la puerta del copiloto y saltar al río, pero solo después de que el coche diera un par de vueltas sobre sí mismo, lo que le había provocado aquellos hematomas y heridas.
Casi inconscientemente la acarició la mejilla, como gesto de agradecimiento.
- No podía dejar que Jam te hiciera esto – le dijo -. Pretendía matarte desde el principio, Jin.
- ¿Y por qué no le dejaste hacerlo? – quiso saber.
- ¿¡Por qué!? ¡Porque…! – se detuvo de pronto -. Porque él no es nadie para jugar con la vida de otra persona – dijo al fin -. Y porque tú eres el único que siempre me ha tratado como una persona y no como un simple objeto.
El chico la miró a los ojos. Podía ver en ellos aquella sinceridad de la que no podía dudar.
- Es que no eres un objeto, y tú eres la primera que tenía que darse cuenta – la dijo, acariciándola el pelo -. Me alegro de que te hayas decidido por fin a no dejarte pisotear por Jam.
- Jin – le llamó -. Si algún día pasara algo yo…
- Tienes mi número – sonrió -. Llámame.
- Pero, incluso si… - insistió.
- Incluso si el mundo se está cayendo, Janie – la interrumpió -. Fuiste la primera que se dignó a enseñarme Los Ángeles, la forma de vida de allí, la manera de hacer las cosas. Fuiste la primera que me ayudó. Te lo debo.
- Pero yo conté esas mentiras a la prensa hace unos días – siguió -. Y si no hubiera sido por esa chica a la que quieres, yo lo hubiera destrozado todo.
- Pero ella estaba allí, y todo se solucionó. Además, también es culpa mía por dejarte hacerlo, así que no te preocupes.
Suavemente la acarició la cabeza y la despeinó un poco. Ella sonrió a medias.
- Y hablando de ella, ¿dónde está? – preguntó.
- ¿Yarah? No podrá venir. Ha tenido algo importante que hacer hoy.
- Ah. Pensé que no querría separarse de ti. Y menos…
Ella cerró los labios con fuerza, como si los estuviera sellando.
- ¿Menos? – la instó a seguir él.
- Si yo ando cerca – susurró, desviando la mirada.
- ¿Por qué? – se sorprendió el chico.
La chica cogió aire y le miró, con cierta resolución. Como si le hubiera costado la vida decidir decirle aquello y ahora se sintiera con fuerzas de hacerlo.
- Porque creo que ella sabía que yo te…
- ¡Jin! ¡Jin!
El chico se giró casi por instinto, sin escuchar nada más de lo que había a su alrededor. Al ver los ojos de Yarah al otro lado de la zona de espera, su rostro pareció iluminarse.
- ¿Jin?
- Perdona – le dijo a Janie -, pero…
- Nos veremos en Los Ángeles pues – se despidió de él.
- Sí – asintió él, mirándola -. Nos veremos y recuerda que tienes que confiar en mí, ¿de acuerdo?
La chica rubia solo pudo asentir y darse la vuelta para alejarse. Sabía que su presencia allí no provocaría ningún tipo de malentendido con la otra chica. Era imposible que nadie lo malinterpretara después de ver el rostro del chico con solo verla a lo lejos hacía unos minutos. Se había quedado para dentro los sentimientos que tenía por él. Pero podría vivir con eso. Ahora sabía que la felicidad de una persona a la que se podía querer tanto, era más importante que su propia felicidad.
- ¿Qué haces aquí? Pensé que tenías algo que hacer, ¿no? – la preguntó.
- Pero, ¿en serio pensabas irte?
- ¿Eh? Sí, claro – dijo, enseñándola el billete -. ¿Qué pasa?
- ¡Ey!
La voz ruidosa de Koki les hizo girarse a mirarles. Jin rezó para que nadie les reconociera o estarían perdidos. Los cuatro chicos se acercaron a ellos.
- ¿Pensabais iros sin despediros, eh? – les espetó el rubio.
- Ya nos vimos ayer, no seas tan exagerado – le dijo Jin. De repente se giró a mirarle -. ¿Irnos?
- ¡Idiota! – le gritó entonces Yarah. Rebuscó en su bolso y sacó un libro pequeño -. ¡Esto era lo que corría tanta prisa!
El chico lo cogió cuando ella casi le golpea en el pecho con él. Al mirarlo, puso cara de sorpresa.
- ¿Un diccionario de inglés? – preguntó.
- Hace unos años que no lo practico – le dijo -. Y creo que en Los Ángeles solo tú me hablarás en nuestro idioma, ¿no? – le preguntó, seriamente, mirándole con los ojos clavados en él.
- ¿Pero que…? – empezó él.
- ¿Qué hago yo en Los Ángeles? – arrancó ella -. ¿Por qué a los hombres os gusta preguntar las cosas que son obvias? – le preguntó de vuelta.
- Porque a veces no son tan obvias – la dijo -. ¿En serio vienes… conmigo? – quiso asegurarse.
Ella se echó a reír y sus amigos también. Se sintió estúpido por un momento pero al final solo torció los labios y esperó a que dejasen de reírse de él, literalmente.
- Deberías haber mirado el billete de embarque – le dijo Kazuya.
- ¿Vosotros lo sabíais? – soltó.
Con un gesto de ofuscación el chico abrió el billete. Y se dio cuenta de que, bajo aquella tarjeta de embarque con su nombre había una más. Con el nombre de ella grabado en letras mayúsculas. Sintió que el corazón le daba un vuelco y luego la miró. Ella solo admitió con la mirada que cogería aquel avión con él para volver al lugar donde brillaba como una estrella más. Sin preocuparse siquiera de sus heridas, el chico se abrazó a la rubia con toda la fuerza que pudo, besándola la frente con ternura.
- Creo que no me lo puedo creer – susurró.
- Tu representante me ayudó. Dice que tal vez pueda encontrar algo para mi en la redacción de alguna revista, aunque sea de tirada pequeña, pero algo es algo.
- ¿Estás dispuesta a dejar el trabajo que tanto te costó conseguir, por mí? – la preguntó, con seriedad. Aquello era bastante importante, y sabía lo mucho que ella había trabajado para lograr un puesto en la redacción donde trabajaba.
- Si no lo estuviera no estaría aquí ahora mismo. Te habría dejado irte sin detenerte, sin verte siquiera para no sentir el impulso de ir tras de ti. Pero estoy convencida de que lo que quiero hacer, más que cualquier otra cosa, es estar a tu lado.
El chico no pudo evitar sostenerla la mano con fuerza mientras ella hablaba. Estaba demasiado sorprendido y emocionado como para decir nada ni interrumpirla. Quería escucharla hasta el final.
- Después de dos años en los que pude trabajar en lo que yo quería, creo que llegó el momento de hacer lo que más quiero hacer ahora, que es vivir una vida junto a ti, sea lo que sea lo que me espera.
- Si sigues así lo harás llorar – dijo de pronto Koki.
- Y perderéis el avión – apuntó Junno, mirando su reloj.
- Es verdad, mejor vámonos – dijo él -. Chicos, nada de despedidas, por favor.
- ¿Despedidas por qué? – dijo Nakamaru -. Volveremos a vernos, ¿verdad?
Jin asintió con la cabeza y después de unos abrazos, volvió a buscar la mano de Yarah. Pero ella se lo pensó.
- ¿Qué pasa?
- Creo que hay periodistas esperándote abajo – dijo, señalando las escaleras mecánicas.
- Entonces que se enteren de una buena vez de que soy quien soy y que lo soy porque te tengo a ti – la dijo, con seguridad en la mirada.
Ella caminó hasta las escaleras y él la siguió. Se despidieron de los chicos por última vez agitando la mano y les perdieron de vista mientras bajaban. Jin la tendió la mano y ella le miró.
- ¿Recuerdas lo que te dije cuando me fui a Los Ángeles por primera vez?
- Dijiste demasiadas cosas – susurró ella.
- Te dije que quería que todos me envidiaran al verme pasear contigo por la ciudad, ¿lo recuerdas?
Ella solamente asintió con la cabeza, sin dejar de mirarle a los ojos.
- Entonces, que empiecen a envidiarme ya mismo – la pidió -. Que empiecen a sentir que eres parte de mí.
Yarah soltó una leve carcajada y de pronto, escuchó los flashes de las cámaras y el murmullo de los periodistas. Tragó saliva.
- Confía en mí. No pienses en nada más. Yo cuidaré de ti, Yarah.
Sin pensarlo más, cerró su mano sobre la de Jin, algo temblorosa, y él entrelazó sus dedos con los de ella. Le miró para verle sonreír y ella también sonrió, incapaz de no mostrarle el sentimiento de felicidad que llevaba dentro por poder estar con él.
El primer paso al bajar de aquellas escaleras mecánicas fue como la primera huella en el camino que recorrerían juntos dos años después de guardar su amor bajo una llave que se había oxidado pero aún abría las puertas de su futuro.

1 comentario:

  1. Aunque lo haya leido algo desordenado, me gusta igual.
    La manera de proteger lo que quiere, que llega incluso a arriesgar su vida, me encanta, sin decirte que me parece totalmente él jajajajaja
    y bueno de los que tiene alrededor no sé que decirte, ¿Quizá ese que tiene una brecha en la cabeza es un poco burro, no? ;)
    Por cierto, tus finales cada vez me dejan más asombrada. :)

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