martes, 10 de enero de 2012

Ego.

Sudaba por cada rincón de su cuerpo. Incluso le costaba ligeramente respirar, como si tuviera unos cuantos kilos de más encima. Quiso darse la vuelta e ignorar lo que le había despertado pero no pudo moverse. Sus ojos se resistieron un poco a abrirse pero al final cedieron, dejándole ver poco a poco el techo de la habitación en la que se encontraba. Supo rápidamente que no era un hospital. Era aquel techo blanquecino que conocía. Solo con ver eso, sintió alivio en el pecho. Volvió a cerrar los ojos, algo más tranquilo. Sabía dónde estaba. Y con quién. Su mano rozaba algo caliente que no era la manta de lana y como pudo se giró hacia ella para mirarla. Sabía, solo con el tacto, qué parte del cuerpo de la chica estaba tocando. Eran sus dedos. Suaves, largos y delgados, con aquel anillo de plata en el dedo del medio. Ella tenía la mano enredada entre sus dedos con delicadeza. Intentó con todas sus fuerzas ponerse de lado para mirarla, pero le fue imposible. Las heridas de su cuerpo tiraron y le hicieron dar un pequeño grito de dolor. Los moratones se habían extendido por todo su cuerpo y posiblemente le costaría bastante moverse. Con aquel movimiento brusco de él ella despertó, algo sobresaltada. Se incorporó rápidamente, mirándole.
- ¿Jin?
- Estoy bien – dijo, antes de que ella preguntara -. Solo quería darme la vuelta pero creo que va a ser imposible.
- Perdona, es que tienes muchas cosas encima – le dijo, apartando la manta nórdica y la de lana, dejándole solo con la sábana blanca -. Era para que no cogieras una hipotermia anoche – susurró.
- Anoche, ¿eh? – musitó él, evitando un momento los ojos de ella.
- Gracias – le dijo. Él la miró, sorprendido -. Gracias por volver anoche a casa.
- No fue por mi propio pie, por lo que recuerdo – dijo él.
- No. Pero tú solamente dijiste que volverías, no cómo lo harías – dijo ella, usando sus palabras -. Y volviste.
El chico intentó incorporarse y ella le ayudó por los hombros, dejándole apoyado en el cabecero de la cama ante la imposibilidad para él de incorporarse del todo sin que su abdomen le diera pinchazos de dolor. Él sostuvo la mano de la chica entre sus dedos y los llevó a los labios para besarlos.
- Gracias a ti por cuidar de mí – dijo.
- ¿Quién iba a hacerlo sino? – sonrió ella, acercándose más a él.
La rubia llevaba puestos solo los pantalones y el sujetador. Anoche había pasado bastante calor bajo toda aquella capa de ropa y se había agobiado. Jin al verla ladeó la cabeza.
- Como echaba de menos despertar así – dijo de pronto, sin apartar la vista de sus curvas.
- Oye, no empieces con tu delicada y sutil prosa pre-cama, ¿quieres? – le dijo.
- Qué pena, ya me conoces demasiado – sonrió él, echando la cabeza ligeramente hacia atrás.
- Y tú si crees que me conoces deberías saber ya que…
- No puedes resistirte a mi delicada y sutil prosa pre-cama, ¿no es así? – terminó él.
Ella levantó la mano para darle un golpecito en el hombro pero después su mano acabó enredada en el pelo de él. Prefería no darle, por miedo a hacerle daño aunque fuera en el hueso del hombro.
- Jin, ¿no tendrás nada roto, no? – le preguntó de pronto.
- Si lo tuviera creo que dolería demasiado como para estar aquí sentado y haber dormido del tirón – alegó él -. Así que creo que estoy bien.
- Sería mejor si fuéramos a un médico – le dijo.
- Lo se. Pero también se que no puedo hacerlo – suspiró.
Antes de que la chica contestara, el estómago del chico rugió. Él se llevó las manos a la tripa y la miró.
- Necesito café – dijo -, y chocolate. Y una manzana. Y galletas – fue enumerando.
- Oye, esto no son Los Ángeles. Aquí nadie te preparará el desayuno – le advirtió -. Al menos no tal y como tu lo pides por que en mi frigorífico reza para que haya siquiera leche.
Él sonrió y la chica se levantó de debajo de toda aquella ropa, estirándose al ponerse en pie. Se acercó a la cocina a comprobar lo que había y no encontró nada más que la lista de la compra que había hecho hacía unos días. Suspiró y se vistió rápidamente para salir a comprar algo para desayunar. Jin quiso acompañarla, pero no pudo levantarse lo suficientemente rápido como para que ella le dejara ir con ella.
La chica echó una carrera hasta el 24 horas de la esquina de la calle. Buscó entre las estanterías algo que pudieran desayunar, como chocolate, pan, leche y algo de fruta. Al menos con eso podría preparar un desayuno decente sin tener que dejar nada después en el frigorífico. Al volver al apartamento iba a saludarle desde la puerta pero se detuvo al escuchar que hablaba con otra persona.
- Está bien. Sí. ¿Mañana? – su voz sonaba sorprendida -. Sí, sí, vale, está bien. Sí. Vale.
- ¡Hola! – saludó cuando le escuchó colgar el teléfono.
Se quitó los zapatos y entró en la cocina a dejar la bolsa sobre la encimera. Asomó la cabeza por la puerta hacia el salón y le vio levantado, frente a la ventana, sin la parte de arriba del pijama. Era normal que tuviera calor con la calefacción puesta y todas aquellas mantas que había tenido encima incubándole toda la noche. Ella empezó a hacer café, y mientras el agua hervía, se acercó a él. Estaba fumando junto a la ventana. Parecía distraído pero metido en sus pensamientos.
- ¿Jin?
- Si tanto odias que fume, ¿por qué sigues guardando el tabaco para mi? – la preguntó, sin mirarla.
- Porque sé que nunca lo traes aquí para no molestarme – le dijo, acercándose a él -. Así que, concederte un capricho no es tan malo.
- Me consientes demasiado – suspiró él, apagando el cigarrillo en el único cenicero que había en toda la casa y que era especialmente para él.
Se giró despacio a mirarla y vio que ella tenía los ojos clavados en sus moratones. Tenía uno en el hombro izquierdo, otro sobre el pecho, encima del corazón, otro en las costillas que se extendía por su abdomen y otro que se escondía bajo sus pantalones por la pierna derecha y solo se veía un poco. Él solo la miró, sin decir nada. La chica estiró la mano despacio hacia él pero rápidamente la quiso quitar, esperando que él no hubiera notado su movimiento. Pero era tarde. Él atrapó su muñeca haciendo que ella levantara la vista para mirarle y el chico la acercó a su cuerpo, despacio. Dejó que las yemas de los dedos de la chica rozasen el hematoma de su abdomen. Cerró un momento los ojos a causa de un ligero dolor pero no dejó que ella se apartara. Colocó despacio la mano entera de la chica sobre la herida y luego respiró hondo.
- ¿Te duele mucho? – susurró ella.
- Desaparecerán – dijo él.
- Eso no responde a mi pregunta – le dijo de vuelta.
- ¿Necesitas que admita que siento dolor? – la preguntó, mirándola fijamente a los ojos.
- Está bien. No lo digas si no quieres – dijo al fin ella.
El chico parecía evitar sus ojos y ella lo notó, pero no se atrevió a decirle lo que estaba pensando.
- Me voy, Yarah – dijo de pronto el chico.
- ¿Eh?
- Vuelvo a América – repitió.
Ella respiró hondo. Lo sabía. Sabía que algún día lo diría. Que tenía que volver para continuar con la vida que ahora tenía allí.
- ¿Cuándo? – susurró.
- Mañana por la mañana – dijo.
- ¿¡Cómo!? – soltó la chica. No se esperaba que fuera tan rápido -. ¿Por qué…?
- Parece ser que ya ha habido rumores sobre mi, tanto aquí como en Los Ángeles. Mi representante lo ha organizado todo para mañana mismo. No quiero que vuelva a pasar lo de la última vez.
La chica se apartó un poco de él y Jin la sostuvo de la muñeca. No podía dejar que todo acabara como la última vez.
- Yarah, por favor, entiéndeme. Si vuelvo a Japón, no tengo nada que hacer. Este ya… no es mi lugar – susurró -. Aunque sea mi hogar, no es el lugar donde tengo que estar ahora.
- Lo entiendo – aseguró ella -. Es solo que me ha pillado por sorpresa. Eso es… demasiado rápido – susurró.
- A mi también me gustaría quedarme más tiempo aquí contigo – la dijo -, pero lo siento. Tengo que volver.
Ella asintió con la cabeza y se separó de él para acercarse a la cocina y preparar algo para desayunar. Aunque tenía el estomago algo cerrado después de la noticia. Solo un día más. Unas horas mas y aquel apartamento volvería a quedarse vacío de nuevo.
Al ver ese gesto de nostalgia, de tristeza repentina en ella que tanto odiaba, Jin se acercó de repente a ella y se quedó detrás de ella un instante. Ella se detuvo y antes de que se girara a mirarle y a preguntar qué pasaba, él pasó los brazos por su cintura, mientras ella sostenía la cafetera y dio un ligero brinco al sentir esos brazos de nuevo sobre ella de esa manera tan suave.
- Jin – susurró.
- Voy a echar mucho de menos el olor de tu pelo por las mañanas – la susurró al oído.
- No me digas esas cosas – le pidió, echando el café en dos tazas.
- ¿No puedo? – preguntó, apartándola el pelo del cuello y dándola un dulce beso bajo la oreja.
- No debes – le corrigió -. O yo también te echaré de menos.
Él sonrió y deslizó las manos por sus brazos hasta alcanzar sus dedos y entrelazarlos a los suyos con suavidad, para poder abrazarla mejor aunque no más fuerte, porque no podía apretarla contra su pecho mucho más de lo que ya lo hacía.
- Te quiero – la dijo -. No volveré a olvidarlo nunca jamás – la prometió.
- Más te vale – contestó Yarah -. De todas formas, si algún día sientes que no encuentras ese sentimiento que te da fuerzas, entonces vuelve a mis brazos una vez más a recordar que yo también te quiero.
Ella se giró hacia él para ver sus ojos clavados en su rostro. Suavemente alcanzó su boca y le besó, atrapando sus labios entre los suyos, su lengua y su saliva. Marcándolos lentamente, grabando a fuego su nombre en ellos.
El café se enfrió. La chica accedió a ayudarle a ducharse, porque después del calor que había pasado, había sudado demasiado y se sentía algo sucio. Sabiendo que en su condición no podía forzar su cuerpo, la chica entró medio vestida en la ducha y él se tapó con una toalla mientras ella estaba allí con él, limpiando con cuidado cada moratón, cada herida, con gestos que iban quedando en su memoria, como cada mirada y cada sonrisa. Juguetearon un poco con el agua y el jabón y al final, tuvieron que volver a calentar el café con leche en el microondas.
Los chicos llegaron a medio día con la comida preparada para todos. Aunque el apartamento era pequeño, se las apañaron para comer todos juntos en el salón, alrededor de la pequeña mesa, apartando los sofás para poder caber bien. A pesar de la noticia de la vuelta del moreno a América, los chicos aprovecharon la tarde como hacía tiempo que no lo hacían. Con unas películas, comida, unos juegos de mesa y muchas cosas de las que hablar, decidieron pasar una última tarde todos juntos. Quisieron hacer recuerdos que volvieran fuerte a Jin cuando estuviera fuera. Recuerdos que, con simplemente evocarlos, él supiera y se diera cuenta de que era mejor que cualquiera de los que estaba allí esperándole para volver a poner obstáculos en su camino como estrella internacional.
Posiblemente fuera más de media noche cuando se decidieron a dejarles solos. Después de todo, debían despedirse también de aquel lugar los dos. Apenas marcharon, Jin se dejó caer en la cama con cuidado. Estiró los brazos ocupando el colchón entero y suspiró sonoramente. Ella terminó de recoger lo poco que quedaba, pues los chicos la habían ayudado, y se sentó junto a él, mirándole fijamente. Él abrió los ojos y también se quedó mirándola, sin decir nada, apenas parpadeando, como si no quisieran perderse de vista ni un solo segundo. Sin apartarse la mirada, la mano del chico buscó la de ella, encontrándola a medio camino porque ella también buscaba la suya. Sus dedos se rozaron sutilmente, despacio, entrelazándose y acariciándose a la vez. La chica se agachó lentamente sobre él hasta apoyar la frente contra la de él, sintiendo su flequillo hacerla cosquillas y él notando la melena rubia de ella en el cuello.
Cerraron los ojos un momento antes de besarse como si aquel fuera el último día del resto de sus vidas.

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