sábado, 24 de julio de 2010

Planetarium.

Sus dedos se posaban suavemente sobre cada tecla, dibujando cada nota con suma delicadeza. La melodía que inundaba la gran habitación de ventanales blancos de aquella mansión de aspecto palaciego era aquella a la que, un día, ella había puesto voz. Ahora no podía hacerlo sin llorar. Siempre es triste despedirse, se decía una y otra vez.
El sonido fuerte y decidido de un trueno eclipsó por un momento el sonido dulce del piano. Y también el ruido que causó la puerta doble de color blanco al abrirse de golpe. Los ojos de la chica cruzaron la estancia desde el piano, pasando por la cama situada en el centro de la habitación, bajo la lámpara de cristales y por el suelo adoquinado. Hasta posarse en la persona que se encontraba entre las dos puertas abiertas. Un fantasma. Un sueño, quiso pensar.
Pero ese fantasma se acercaba a ella. Se levantó, con cuidado de no tropezar y se colocó al lado del piano. Él llegó frente a ella, a una distancia corta pero demasiado grande para ambos.
- ¿Qué haces tú aquí? - susurró.
Otro trueno desdibujó la figura del chico con la luz que proyectó y que entró a través de la gran ventana.
- Tú también me quieres - dijo él.
La chica tragó saliva, pero mantuvo la voz firme.
- Sí. ¿Y qué? Eso no cambiará lo que ha pasado.
- Si tan solo pudieras mirarme de otra manera...
- Te miro como te has mostrado ante mí - susurró ella - Julian.
- Y te equivocas, porque tus sentidos te engañan constantemente - contestó él -, Ericka.
La chica morena cogió aire con fuerza.
- Vete. Desaparece. Por favor. Lárgate - dijo, cerrando los ojos con fuerza.
- ¿Dudas ante mí?
- Cállate - murmuró.
- El día del concierto estuve allí - susurró.
- Cállate - repitió ella.
- Esperé durante dos horas a que abriesen las puertas del auditorio. No acompañé a los muchachos al partido de la final. Por esperarte.
- ¡Cállate! - gritó, girándose a mirarle -. ¡No quiero escuchar más mentiras!
- Ericka - volvió a murmurar -. Gracias.
Dio media vuelta, colocándose frente a la puerta.
- Gracias por tocar nuestra canción aquel día - susurró, antes de empezar a caminar hacia la salida.
La chica dejó escapar un sonidito de sorpresa. Otro trueno inundó la habitación con su luz. Ella pudo ver entonces la ropa empapada del chico. Su pelo caía de forma descolocada y mojada.
- ¡¿Por qué?! - gritó entonces -. ¿¡Por qué estabas con ella!?
El chico se detuvo, pero no la miró.
- Porque es mi mejor amiga - dijo, simple.
- ¡Pero...! - la voz se la cortó -. Tú la besaste. Yo lo vi - murmuró -. La besaste, Julian.
- Se va - dijo él -. Deja el país. Ahora mismo debería de estar embarcando en el aeropuerto. Solo se despidió de mí. Porque sabía que no dudaría en venir a buscarte esta noche a ti.
Julian ladeó la cabeza para mirarla.
- Feliz cumpleaños, Ericka - susurró, con una cálida sonrisa.
- Julian...
El chico metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió a la salida. Antes de que saliese de la zona que dibujaba la sombra de la ventana, los delgados brazos de Ericka lo sostenían de la cintura. Estaban metidos en el hueco que había entre los brazos del chico y su cuerpo; las manos de la chica se cerraban con fuerza sobre su camisa mojada y podía sentir la frente de ella apoyada en su espalda.
- Ericka - susurró.
- Perdóname. Perdóname - musitó -. Por favor. Perdóname.
- No. Tú y yo hemos roto. Tú lo dijiste.
La chica se quedó sin aire. Las lágrimas finalmente escaparon de sus ojos.
- Pero - siguió él -, podemos romper cuantas veces quieras - sonrió -. Porque nunca te dejaré ir. Simplemente te atraparé de nuevo. Cada vez, te encontraré. Y te haré mía de nuevo.
Julian sacó las manos de los bolsillos lentamente. Sujetó las manos de la chica entre sus manos y luego la soltó para poder girarse a mirarla. Ella se dio cuenta de que incluso todavía quedaban restos de agua en su cara. ¿Había corrido hasta allí bajo la tromba de agua que estaba cayendo? Seguramente desde el campo de fútbol. El moreno alzó las manos hasta la cara de ella para quitar aquellas molestas lágrimas de sus mejillas. Una de ellas aún estaba a punto de caer, en su ojos izquierdo. El chico se agachó sobre ella para llevársela con un beso. Ericka llevó las manos hasta las de Julian, que sujetaban su rostro, para apretarlas. Para que no fuera un sueño.
- Julian... - repitió ella.
- Shh - la acalló suavemente -. Dime, Ericka, ¿volverías a cantar para mí?
Ella se lo pensó un segundo antes de asentir con la cabeza.
- Te tomaré la palabra - susurró -. Pero ahora...
Casi con un movimiento brusco el chico bajó hasta su cintura y la acercó a su cuerpo con una sola mano, mientras que con la otra la acarició la cara mientras fundía sus labios en un cálido beso.
- Ahora quiero tenerte a ti - musitó sobre su boca.
Otro trueno. Y después, el silencioso caer de la lluvia golpeó los cristales del ventanal blanco. Hasta el amanecer.

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