martes, 27 de julio de 2010

¿Hero or a stupid man?

Cuando la última nota resonó suavemente en la habitación, el chico moreno sentado sobre el alfeizar de la ventana blanca y recostado en la pared abrió lentamente los ojos. Sus pupilas enfocaron la figura delgada que ocupaba el banco tras el enorme piano de cola negro.
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Con cuidado de no tropezarse, se levantó y caminó hacia él.
- Parece que te ha gustado este lugar, ¿no? - comentó la chica, mirando la silueta del chico recortada bajo la luz de la luna, que proyectaba también algunas ramas demasiado altas y los árboles del jardín -. Pasas mucho tiempo en él.
La chica omitió recordar que aquella, era su habitación.
- ¿Y sabes por qué?
Ella negó con una sonrisa.
- Porque aquí puedo estar con nuestra música, nuestra luna. Pero sobre todo, porque tú estás aquí - susurró, levantándose de la ventana.
La chica acabó de acercarse a él y levantó la vista.
- Suerte mañana - dijo.
-Tu voz me la dará - aseguró él -. ¿Vendrás?
- ¿Estoy invitada?
- Con pase VIP - sonrió él.
Sacó las manos de los bolsillos y, tras colocarlos sobre los hombros de la chica los deslizó hacia atrás, acercando a la chica hasta su cuerpo y estrechándola entre el hueco de sus brazos. Ella llevó sus manos hasta la espalda de él, correspondiendo a su abrazo. La chica apoyó la cabeza en el hombro del moreno y suspiró.
- ¿Puedo pedirte algo?
Ella asintió levemente.
- Dame un amuleto para mañana. Ayúdame a creer en nuestra victoria - susurró.
La chica se lo pensó unos segundos y luego levantó la vista de neuvo hacia él, sin apartarse ni un centímetro de su cuerpo. Se alzó levemente hasta alcanzar sus labios. Pero nunca llegó a rozarlos. El sonido del cristal de la ventana haciéndose añicos les hizo quedarse inmóviles, mirándose. El chico tragó saliva y dejó escapar el aire de sus pulmones. Giró la cabeza lentamente para ver a una persona subida en lo alto del árbol que había frente la ventana.
- Emy - musitó, con un dibujo de sorpresa en los ojos.
Era ella, no había duda a pesar de la oscuridad. Y aún conservaba su arma en la mano.
Al separarse levemente de él, temblando, la chica sintió un nudo en el estómago provocado por el pánico de la escena que veía ante sus ojos. La flecha coronada por un par de plumas negras pequeñas sobresalía del costado derecho del moreno. Las piernas del chico cedieron ante la herida y cayó sobre ella, quien se dejó caer al suelo acompañando al cuerpo de él. Ella colocó la espalda del chico apoyada en su pecho, para sostenerlo entre sus brazos mientras presionaba la herida alrededor de la flecha. Su mano se deslizó rápidamente hasta posarse sobre la de él, que intentaba detener el flujo de sangre.
- Escandaloso, ¿eh?
- ¡No es momento para bromas! ¡Tenemos que llevarte al hospital!
- No - cortó él -. Si voy allí... - su voz se entrecortó -. Si voy, no me permitirán jugar mañana... No puedes hacerme esto... Ericka... por favor... - rogó.
- ¿¡Pero te has vuelto loco!? - le gritó.
- Sabes lo importante que es para mí jugar mañana - dijo del tirón, para después pararse a respirar con dificultad.
- ¡Podrías morir!
- Ericka... Ericka... por favor - rogó de nuevo.
Lentamente, los ojos del chico se fueron cerrando pesadamente. La chica se olvidó de respirar.
- ¡¡¡Julian!!!

Faltaba poco para que los jugadores saltasen al terreno de juego. Poco a poco aparecieron desde los vestuarios y tras saludar a la afición, se acercaron a los banquillos a ultimar detalles de la estrategia. Mientras el entrenador hablaba, la mano de la chica arrastró al moreno fuera del círculo. Sus ojos mostraban algo de reproche. Los de ella, miedo.
- Por favor, déjalo - repitió por trigésima vez -. Por favor.
- Vamos a ganar. Te lo prometo.
- ¿¡Y qué hay de ti!?
- Sobreviviré - sonrió -. Tú y yo tenemos que celebrar nuestra victoria.
- Deja de sonreír cuando estás pensando en suicidarte - le espetó.
- Ericka...
- No, Julian, no. Es imposible, no podrás resistirlo y entonces...
- No, no podré - la cortó él -. Si no me apoyas y confias en mi desde el fondo de tu corazón, no podré hacerlo.
Sus miradas llenaron el vacío que dejó el silencio de sus palabras. La chica tragó saliva. Aún recordaba todas sus sábanas blancas manchadas de aquel líquido color escarlata que manaba del costado del chico. A pesar de haber sido atendido por un doctor en casa de Ericka, la herida podría abrirse en cualquier momento si no mantenía un reposo absoluto. La costilla que se había roto podría provocar que tuviera un derrame interno y se desangrase en cualquier momento, por no hablar de la herida que había dejado aquella cosa.
- ¿Sabes qué fue lo que me enamoró de ti? - preguntó él de pronto. Élla le miró, casi interrogante aunque fuera un tema que nada tenía que ver con su discución -. Tu optimismo. Tu forma de ver la vida. A pesar de que la vida es de color negro, tú lo conviertes todo en gris. Todo mi mundo es gris gracias a ti, Ericka. Por favor - la pidió, sujetando sus manos entre las suyas -, no vuelvas a sumirme en la oscuridad del color negro. Confía en mí. Por favor, confía en mí - la rogó.
Ella apretó los labios y luego suspiró, dejando que una pequeña lágrima se escapase de sus ojos.
- ¿Por qué nunca puedo negarte nada, idiota? - susurró.
- Porque tembién hay algo que te enamoró de mí - contestó él, sujetando aún una de las manos de la chica y usando la otra para colocar uno de sus mechones morenos tras su oreja. Aún con ambas manos ocupadas, se agachó sobre su rostro y besó aquella lágrima rebelde para llevársela consigo -. Dime, ¿confiarás en mí? ¿Me apoyarás y estarás a mi lado, Ericka?
La chica le miró a los ojos.
- Como siempre - contestó, tratando de regalarle una sonrisa de comprensión.
- Te quiero - la susurró, inclinándose sobre ella para besarla el pelo.
- Eso dímelo cuando salgas vivo del desafío de los noventa minutos - susurró ella.
- Te lo diré. Te lo repetiré tantas veces al oído que no podrás borrar de tu corazón mi voz jamás - dijo él, con una ligera media sonrisa.
La chica levantó la cabeza y le besó los labios lentamente. Él, algo sorprendido, cerró los ojos instintivamente. Al separarse de él, ella apoyó la cabeza en su hombro, cubierto por aquella camiseta blanca con el número veinticuatro.
- Ahí tienes tu amuleto. Ahora, ve y gana, capitán - susurró.
El moreno la abrazó con fuerza un segundo. Después, los chicos del equipo comenzaron a salir al campo y él los siguió, con paso firme y decidido.
A pesar de que tienes las alas lastimadas, intentarás volar hasta el final, ¿verdad? pensó ella, juntando sus manos con fuerza, como si rezase a algún dios que pudiese salvarle de aquello.

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