miércoles, 2 de diciembre de 2009

vainilla.


¿Por qué? ¿Por qué no sonríes como entonces?


Recuerdo verte correr agarrada a mi mano, tratando de seguir mi ritmo. Sonreías siempre que me giraba a mirarte mientras te guiaba hacia la base secreta que había construido con mi padre. Subiste detrás de mí. Al principio te daba miedo, porque el árbol era alto. Salí y te tendí mi mano, diciéndote que no pasaba nada, que subieras conmigo.


Volviste a sonreir con esa hermosura que te caracteriza. Subiste por la escala de cuerda y alcanzaste mi mano. Al rozarme, sentí un cosquilleo y luego te ayudé a llegar hasta mi lado.


Al ver lo que había construido con mis manos y mi esfuerzo, volviste a regalarme una sonrisa más. En ese momento supe que te amaba más que a nada que pudiera tener o más que a cualquiera que pudiera conocer. Supe que, si no eras tú, no sería nadie.


Me encantaba cuando te sonrojabas porque parecias una flor de cerezo a punto de abrirse y mostrar todo su esplendor.



Entonces aquel día, mientras limpiabas la herida de mi mano en aquel mismo rincón donde tantas cosas habíamos pasado, quise besarte y llevarte conmigo. Y lo hice. A pesar de que sabía que, si te robaba un beso, te arrastraría conmigo. No quería hacerte daño. Pero lo hice. Nunca olvidaré el dulce sabor de tus labios. Vainilla.


No puedo perdonarme, no lo haré nunca.

Porque desde entonces, no he vuelto a verte sonreir como aquel día, cuando tu mirada se iluminó, dando luz a mi mundo de oscuridad.





Te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario