jueves, 19 de noviembre de 2009

daybreak


La lluvia golpea con viloencia la ventana de mi habitación. Mis ojos se niegan a cerrarse, así que me levanto. Bajo al salón y miro por la ventana. La chimenea, al lado de la ventana, sigue encendida.

Me siento bajo ella y al calor del fuego. Al ver las chipas saltar y extinguirse, me da un escalofrío. Sin darme cuenta, reparo en que mi hermano ha vuelto a dejarse la guitarra sobre el sofá. Es un desastre de chico. Dudo. Pero al final, la cojo entre mis brazos y la acaricio. El suave tacto de la madera me produce un suspiro de nostagia.

La miro bien y, como siempre, está afinada. Con lo que él la quiere no la guardaría desafinada en su funda.

Rozo las cuerdas y las hago sonar levemente. Finalmente, empiezo a dibujar con mis dedos las notas de aquella canción. El viento chocando en la ventana y las paredes parece querer susurrarme la melodía al oído.

Siempre había sentido pasión por tocar. Era mi sueño. Viajar con mi guitarra allá donde el viento me llevara.

Pero ese sueño tuvo que esfumarse cuando mi vida cambió radicalmente. Ciertamente, ahora no estoy tan sola como antes. Pero he perdido la pasión por tocar que había nacido en mí. Ahora, rozar esta guitarra que está entre mis manos solo me produce tristeza, así como sus acordes melancólicos.

Sabía que el día que dejara de acariciarla, esa sensación que producía en mí desaparecería. Quizá no puedo quejarme, ya que soy bastante feliz. Estoy pasando unos días con mi hermano en esta cabaña alejada del mundo y mi inspiración me acompaña.


Pero creo que, a veces, te echo de menos. Mucho de menos.





Como cambia la vida, ¿verdad? Se me empaña la mirada si miro atrás.




Nos gusta quedarnos en silencio y acordarnos de lo que se marchó. Y así despertamos con el alma echa pedazos. ¿Qué puedo decir? Cómo cambia la vida.

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