Llueve en la ciudad.
El cielo está cubierto de nubes negras como el asfalto, sin dejar apenas un huequecito por donde la luz pueda entrar.
Luz y oscuridad. Oscuridad y luz. Opuestos y complementarios. Y ambos necesarios.
El agua golpea las ventanas con fiereza. Parece que alguien está enfadado y gritando contra el mundo. Bueno, no es de extrañar.
Creo que estos cambios de clima no me benefician en lo absoluto. Me duele el cuerpo. Y además, eso me inspira miedo, pues nunca antes me había pasado esto.
Oh, claro, lo olvidaba. Nada volvería a ser lo mismo después de este (más que olvidable) verano.
No quiero unirme a la lluvia. No quiero llorar.
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