viernes, 9 de octubre de 2009

Sopla la nieve, llama el glaciar.

El viento sopla con tanta fuerza, que los árboles caen rendidos ante su potencia. Los copos de nieve se arremolinan violentamente frente a la ventana, formando pequeños ciclones. Su madre tenía razón cuando la dijo que no debería haber ido a esquiar. Más que nada, porque parecía un pato, y a causa de su torpeza, había acabado hundida en la nieve hasta el cuello. Menos mal que allí dentro la estufa calienta la habitación y sus huesos ya han entrado en calor. Pero aún así, se siento fatal. Sus ojos empiezan a nublarse, a cerrarse lentamente. Apoya la frente contra la ventana. Está fría, cosa que agradece. El cuerpo la pesa, e incapaz de soportar su propio peso, las piernas se la doblan y se deja caer al suelo. Algo no está bien.


Por fin agua caliente. Se moja la cara con ambas manos y se mira al espejo para recogerse el pelo. Sale del baño, comentando tranquilamente que sería bueno ir pensando en bajar a cenar, porque tiene hambre. Entonces ve su cuerpo desfallecido y encogido bajo la ventana, tendido en el suelo y sin señal de movimiento. Corre, como si nunca fuera a alcanzarla. Nada más rozar su blanquecina piel siente el calor que ésta despide. No hace falta ser médico para saber lo que le pasa. La nieve. A pesar de ir abrigada hasta los ojos porque era muy friolera, haberse caido de lleno en la nieve unas cuantas veces esa mañana no la había sentado bien. Casi con miedo a que se rompiera entre sus brazos, la levanta del suelo. Aparta las sábanas de la cama y la pone dentro, arropándola hasta taparla incluso la boca. Entonces sale corriendo de la habitación y camina rápido escaleras abajo.


El peso de las mantas la agobia un poco; el calor que despiden la agrada y la molesta a la vez. Es como si su cuerpo fuera un horno al rojo vivo. Se siente incapaz de abrir los ojos, la pesan los párpados y la cabeza parece querer estallar en mil pedazos. Aún así, puede sentir que él no está allí, con ella. Pero no tiene fuerzas ni para intentar levantarse, y mucho menos, para buscarle.


Abre la puerta con sumo cuidado y la cierra del mismo modo. Se sienta al borde de la cama y la destapa un poco. Introduce la mano bajo la nuca de la chica y trata de incorporarla un poco. Ella hace un ruido extraño, un gruñido, una queja. Lentamente, él desliza su mano libre hasta la mejilla ardiendo de ella, y con cuidado, roza sus labios con el dedo pulgar. Después de acariciarlos unos cuantos segundos, trata de introducirlo en su cavidad bucal, consiguiendolo al fin. Entonces pone dentro una pequeña pastilla de color blanco y la obliga a tragársela acompañada de un poco de agua.


Solo es consciente de que algo se desliza por su garganta hacia su estómago. Cuando su cabeza vuelve sobre la almohada, hace otro sonido de molestia. Siente un suave ronroneo en su oído, algo que no es capaz de descifrar en el estado en el que se encuentra. Al posarse sobre su mejilla los labios de su chico, la parecen una bendición; están fríos comparado con su temperatura corporal actual. En este momento, solo quiere dormir.


Piensa en bajar a pedir una manta más para ponérsela también encima. Odia verla en ese estado. Débil, desprotegida, enferma, triste, silenciosa. Entonces, de pronto, las luces del refugio parpadean. Y finalmente, se apagan. Refunfuñando y resoplando, sale de la habitación y baja corriendo. Cunde un poco el pánico. No hay luz ni calefacción. Eso es preocupante; el estado de la chica podría empeorar si eso continuaba hasta por la mañana. Y nadie podía ayudarles, la tormenta les ha incomunicado por completo. Pide definitivamente otro par de mantas y vuelve a la habitación.


Solo oye los latidos de su propio corazón restallar contra sus oídos en su cabeza.


Echa las mantas sobre el cuerpo de la chica, sobre las que ya la cubren. Pasa una hora, quizá dos. La luz y la calefacción se niegan a volver. Toca la frente de la chica y siente que el calor de su cuerpo, en vez de bajar, aumenta. Maldiciendo por lo bajo, se quita el jersey de cuello vuelto de color marrón que lleva puesto. Y luego, la camiseta de manga larga; y también la de manga corta que lleva debajo, hasta quedarse desnudo de cintura para arriba. Entonces le recorre un gran escalofrío que le hace encogerse unos segundos. Aparta todas las mantas del cuerpo de la chica y la mira un momento. Parece un ángel dormido de aquella manera. Sacude la cabeza. Se acerca a ella y la incorpora, sentándola en la cama apoyada contra su pecho. Dándose toda la prisa que puede, la viste con su jersey marrón, en un intento de calentarla más para que le baje la fiebre.


Los movimientos la matan. La cabeza sigue como si tuviera un concierto de rock en ella y su cuerpo sigue sin fuerzas.


Vuelve a tumbarla en la cama. Se sienta en el borde y se quita con rapidez las botas que lleva puestas. Se sube en la cama y se tumba al lado de ella. Echa todas las mantas sobre ellos; siente un peso abrumador, y un calor casi insoportable, pero lo aguanta. Bajo las mantas busca el cuerpo de la chica y la abraza por la cintura. La recuesta sobre su pecho, sintiendo toda la cascada de pelo moreno de la chica rozarle el pecho y darle otro ligero escalofrío.


No sabe por qué, pero el calor ahora es más intenso. Trata de mover su mano hasta ponerla en el pecho del muchacho, quien con su mano libre entrelaza sus dedos con los de ella. Es entonces cuando, después de aquello, no se entera de nada más, hasta que amanece un nuevo día.
Abre los ojos antes que él. Observa su rostro dormido y sonríe. Vuelve a tener fuerzas; su cuerpo reacciona y puede moverlo. Su frente aún está algo caliente, pero siente que ya está bien. Al verle allí, a su lado, desnudo, proporcionándola su propio calor, no puede evitar darle un beso. Él solo se remueve un poco.


No hace tanto calor. Nada le agobia. Y no siente el peso del pequeño cuerpo que ama sobre él. Abre los ojos, rápido al principio; la luz que entra por la ventana le detiene y le obliga a entrecerrar los ojos hasta que se acostumbra a la luminosidad. Se incorpora y la silueta algo deformada de una mujer se dibuja en el suelo de madera de la habitación; la sigue con la mirada y la encuentra de pie frente a la ventana. Aún lleva puesto su jersey. Sonríe al verla de pie y tan radiante. Se levanta con rapidez y la abraza por la espalda, abarcando toda su cintura. Ella se recuesta sobre él. El sol brilla sobre las laderas nevadas.


Ella entrelaza su mano con la de él. Él, la lleva hasta sus labios y le besa la mano a la muchacha, que solo sonríe. No necesita decirle nada. Cierra los ojos y solo piensa. Hasta en mis peores pesadillas vienes a rescatarme, ¿verdad, amor?

1 comentario:

  1. Tía,ultimamente estas que te sobras eh?
    pues es lo ultimo que leo con 16 :)
    y espero leer muchisimas BUENAS cosas como
    esta tuyas,en mis proximos 17
    te quiero mucho hada madrina!

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