martes, 13 de octubre de 2009

El Valor Para Cambiar El Camino Equivocado.

Pongo el pie en la tierra con fuerza. El sol me daña los ojos. Cruzo la primera puerta. Camino con decisión hasta la segunda, la que esconde mi libertad. Una de esas odiosas mujeres todavía me acompaña, como si creyera que voy a volver ahí dentro. La puerta se abre por fin. Cuando la cruzo, suspiro. Respiro hondo. La libertad huele sumamente bien. Pero mi tranquilidad dura unos segundos. Veo un coche apostado en la acera, a unos cuantos metros. Ese coche lo conozco. Él está apoyado en la puerta, mirándome fijamente. Trato de hacer como si no lo hubiera visto, y en lugar de acercarme, camino por la otra acera y por la avenida que hay a mi izquierda. Le oigo gritarme. No, no quiero, no puedo pararme. Si lo hago, volveré a perder todo cuanto me queda. Mis pies echan a correr, aterrados como mi corazón ante la sola idea de volver a verme entre sus brazos. Me doy cuenta de que no me sigue más allá de la mitad de la calle. Sigo corriendo, algo más despacio. No se a dónde ir. Tantos años encerrada entre aquellas cuatro paredes mal levantadas hacían estragos en la memoria. Empiezo a caminar hacia un lugar que debería seguir como entonces, como lo dejé. Después de tener el alma y la libertad guardadas bajo llave, necesito ver el color verde del campo. Llego hasta la orilla del río. Desciendo hasta la ribera y me siento. Respiro hondo. No se como he podido soportar aquella prisión de barrotes y mujeres locas y peligrosas. Ni siquiera se como he salido con vida, después de lo que le sucedió a la última que osó desafiar a la que se creía dueña, reina y señora de todas nosotras, no siendo más que una privada de libertad como todas. Una mujer con ansias de poder, eso es lo que pienso.

Además, miro el curso de río. Y le recuerdo a él. Al otro él. Si no hubiera cometido la mayor estupidez de mi vida, quizá él estaría sentado a mi lado. Pero no, tuve que ser más y mejor que las demás y lanzarme a jugarme la vida con ese maldito desgraciado que permitió que me encerraran a cambio de su propia libertad. Si solo hubiera escuchado a mi corazón, no habría pasado tantos años perdida en la oscuridad de la soledad. Le amaba tanto que le dejé y entonces, me embarqué en una vida suicida. Y ahora estoy aquí, en el río donde nos veíamos, donde conversábamos, donde le dije por última vez cuanto le amaba. Ilusa de mí, esperar volver a verle. Él tiene su vida, es feliz lejos de mí; no puedo culparle, solo yo tengo la culpa de todo esto. Ahora solo tengo que salir de aquí y volar lejos, muy lejos. Empezar de cero.

De repente siento cómo estos deseos se desmoronan. No, no quiero irme. ¿Por qué? Por la mirada que siento tras mi espalda, clavada en mi pelo. Oigo unos pasos deslizarse a mi lado; mis sentidos se han agudizado, dentro de aquella cárcel siempre había que estar alerta. Tiemblo entera cuando oigo su dulce voz susurrar mi nombre.

No, te has equivocado, quiero decirle. No quiero arruinarle la vida como hice con la mía. Pero al girarme a mirar sus ojos, me quedo colgada, enganchada a él como el drogadicto a la cocaína. Veo una fea herida en sus labios. Me levanto de golpe.

Fui a buscarte, me susurra.

Él lo sabía, sabía que yo salía hoy de aquel encierro. Mi corazón palpitó. Até cabos entonces. Allí estaba él. Supe que se habían peleado y me sentí culpable de sus heridas. Todo había sido por mi culpa, todo.

No he podido dejar de pensar qué te diría cuando volviera a verte y ahora no puedo hacer otra cosa que contemplarte, oigo en mi oído.

Demasiado cerca. Le amo. Pero quiero irme. No puedo hacerle daño. No a él. Cojo mi bolsa y me apartó de él, sin dirigirle la palabra. Pero no me deja llegar más allá de los primeros dos pasos. So voz vuelve a detenerme. Suena como una dulce melodía que he ansiado oír durante años, y con la que he soñado cada noche.

Te quiero.

Y yo sé que es verdad. Me ha esperado todos estos años y ahora se presenta aquí, buscándome y hablandome como si tan solo hiciera unas semanas que no nos vemos. Supongo que igual que yo he conservado intacto mi amor por él, él habrá hecho lo mismo, o por lo menos, eso parece. Me giro a mirarle. Su sonrisa, la de siempre, está ahí. Y su mano esperandome, tendida hacia mí. Me ofrece una nueva oportunidad. ¿Y si todo sale mal? ¿Y si le hago daño? Parece que él ya ha pensado en todo eso y aún así, está aquí, de pie, frente a mi y con su mano tendida, esperándome.


Extiendo mi mano y aferro la suya. Rápidamente, se funde conmigo en un abrazo. Y definitivamente, me deshago en lágrimas, gritandole miles de cosas que él, simplemente, escucha con calma y una sonrisa. Y con su siempre protector brazo a mi alrededor. Como fue siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario