
Se abrazó a si misma y escondió la cara entre las rodillas.
Susurró su nombre en la oscuridad.
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Y su voz resonó por toda la solitaria casa. Buscó rápidamente el móvil y descolgó al ver su nombre en la pantalla que relucía con luz tenue.
- ¿Hola?
- Hola, bebé.
Ella no pudo contestar más que con un suspiro.
- Te echo de menos - susurró.
- Y yo a ti - contestó él -. ¿Cómo estás?
- ¿Cuando vuelves? - quiso saber.
- Aún no lo se - dijo él -. ¿Estás bien? Pareces nerviosa... ¿estás asustada? - preguntó, con voz preocupada.
- No. No es... - tragó saliva -. Kazuya, tú... ¿tú me necesitas? ¿Me necesitas a mi? - preguntó.
El chico no respondió de inmediato. Ella sintió un nudo en el estómago.
- ¿Qué ha pasado para que me preguntes una cosa asi?
- Contéstame, por favor, por favor, dime que tu...
- Te necesito - dijo él. Su voz sonaba totalmente calmada -. Y en este momento no desearía otra cosa que estar a tu lado y lo sabes. Asi que deja de preguntar esas cosas con ese tono abatido, por favor. Dijiste que soportarías esto por los dos, por ti y por mi. Yo soy el débil aqui, soy el que se mete en la cama por la noche y huele la almohada y se desespera al sentir que no huele a ti. Soy yo quien ve a una pareja por la calle y aprieta la mano pensando que estás a mi lado. Soy yo quien quiere ducharse contigo por las mañanas después de hacerte el amor y solo puedo lograrlo en sueños por culpa de la distancia. Así que por favor... - respiró hondo -, no me hagas esto.
- Kazuya...
- Dime que tú me necesitas tanto como yo a ti - la pidió.
- Yo te quiero. Con todo lo que ello significa - susurró.
- No sabes como me alegro en este momento de haberte llamado - dijo él -. Necesitaba escuchar tu voz. Y más diciendo algo como eso.
- ¿Tú estás bien? - le preguntó entonces.
- Sí. Es solo que... echo de menos el estar contigo tumbado en el sofá, sobre ti, mientras me toqueteas el pelo y la oreja y solamente me escuchas hablar.
- Tu voz me calma tanto, Kazuya - susurró. Ya no sentía aquel nudo en el estómago, solo quería salir corriendo a abrazarlo -. Tranquilo, no te preocupes. Volverás pronto, de verdad. Y sabes de sobra que yo estaré aquí esperándote.
- Lo se - dijo él -. Porque me quieres.
Ella soltó una risotada.
- Sí. Porque te quiero - sonrió. El simple hecho de escucharle por teléfono había hecho que su soledad y su desanimo cambiara, que su humor volviera a ser el de siempre, alegre y positivo -. ¿En serio no ha pasado nada?
- Solo... he peleado con él otra vez.
- ¿Qué ha pasado?
- No puede entender que quiera que parte del espectaculo sea de color blanco.
- ¿El resto lo entienden?
- Claro. Pero...
- Entonces, ¿por qué peleas? No eres tu solo quien tomas las decisiones, no recae todo el peso sobre ti, Kazuya. No te preocupes.
- ¿Sabes lo que estoy haciendo ahora mismo?
- ¿Qué?
- Toquetearme el pelo como haces tu - dijo con una risa.
- Pues yo - dijo ella, levantándose del sofá y asomandose a la ventana -, estoy viendo nevar.
- ¿Nieva allí? Que suerte. Quiero verlo - suspiró.
- Cuando vuelvas iremos a verlo, ¿vale? Iremos juntos a ver nevar.
- Sí - dijo él -. Te lo prometo.
- ¿Me llevarás en el coche? ¿Conducirás mientras escuchamos musica? ¿Iremos por las carreteras de noche, bajo las estrellas?
- Sí, quitaré la capota para que puedas verlas cuando eches el asiento hacia atrás - sonrió.
Ella solo respondió con unas risas.
- ¿Es de noche?
- Sí - contestó ella.
- Entonces duerme - la dijo -. Sueña conmigo.
- Eres un egocéntrico - le soltó.
- Si, pero vas a soñar conmigo te lo pida o no, así que quiero presumir un poco de la gran influencia que tengo hasta sobre tu subconsciente.
- Entonces creo que me voy a tumbar en la cama para verte cuanto antes a mi lado en mis mejores sueños.
- Descansa mucho, bebé. Te quiero.
La chica miró el móvil durante unos instantes antes de colgarlo después de escuchar el sonido de que él había colgado. Suspiró. La hubiera gustado estar a su lado. No por su soledad. Eso ya no importaba. Quería estar con él, abrazarle y acariciarle como el niño que a veces era. Se abrazó a si misma y su aliento empañó la ventana, ocultando durante un momento los copos de nieve que se acumulaban en su balcón, como si los ocultara durante un instante eterno y congelado hasta que él volviera para contemplarlo junto a ella.
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