El patio era extraordinariamente grande, con
árboles a ambos lados del paseo que conducía a la puerta. Un pequeño trozo en
el que el camino bifurcaba a derecha e izquierda y después, las escaleras de
mármol y piedra, majestuosas como las de un palacio.
Aquella mansión
estaba construida en las inmediaciones de una elevación, desde la cual nacía un
camino que bajaba hasta el mar y llega a un puesto de guardafronteras, donde
existía una pista para el aterrizaje de helicópteros. La residencia era muy
grande, con siete dormitorios y todo tipo de comodidades. En su exterior estaba
construida con mampostería y el techo era de tejas. La mansión estaba completamente
rodeada de árboles, en el frente constaba de un hermoso jardín y en la parte
posterior fue edificada una terraza tipo mirador, con vista al mar.
- Esto es lo que toda princesa desearía tener – comentó
Aria, mirando a todos lados mientras andaba.
Recordaba todo lo que Ride la había contado sobre
aquella casa. Pero nunca antes la había visto. Parecía más un palacio que una
casa para vivir. Aria se detuvo a mirar a su alrededor y Ride solo esperó. Por
alguna razón le gustó ver aquella cara de curiosidad en la chica.
- ¿Te consideras la princesa del cuento?
- No creo en los cuentos de hadas. Y tampoco en los
príncipes azules. Pero reconozco que este lugar es precioso, como de fantasía.
Podría ser el escenario perfecto para una película, ¿no crees?
El chico dio unos pasos hacia ella y la abrazó por
la espalda, pasando un brazo por sus hombros y otro por su cintura. Aria no se
movió. El viento sopló fuerte de repente y ella pudo ver las hojas de los
árboles revolotear a su lado, además de sentir un escalofrío en la espalda.
- ¿Qué haces? – susurró. Era cierto que Ride era
impredecible pero aquello se escapaba de sus límites.
- El príncipe abraza a la princesa en las escaleras
del palacio para pedirle que no le abandone – relató en voz baja y suave -. ¿Alguna
vez tuviste tu cuento de hadas? – la susurró al oído.
- ¿Qué?
- ¿Has tenido tu propia historia con quien fuera
que fuese tu príncipe azul? – repitió él.
Quiero pensar que la
tuve, pensó Aria. Contigo.
- ¿Qué quieres decirme? – notó ella.
- Esto es real, Aria. A partir de ahora, no creo
que vuelva a verte sonreír. Aquí vas a pasar los peores momentos de tu vida. No
es un sitio bonito, es una puta cárcel donde solo vas a saber sufrir más y más.
No es un hogar cálido. No es un sitio donde nadie pueda vivir. Ni siquiera el
recuerdo de tu cuento de hadas podrá borrar todo lo que vas a ver y pasar aquí
– musitó -, pequeña.
- ¿Por eso me abrazas de esta manera tan
desesperada? – le preguntó -. ¿Qué quieres que sienta exactamente?
- Tu libertad para sentir. Eso es lo que quiero que
experimentes – la susurró de nuevo en la oreja -. Cierra los ojos.
Aria lo hizo casi sin dudar. El viento la golpeó la
cara con algo más de fuerza, o mejor dicho, lo sintió mejor sin verlo. Las
hojas se arremolinaban en sus botas. Las manos de Ride la sujetaban con fuerza
y su cuerpo tan cerca la daba calor. Ella se hubiera dejado llevar en ese
momento sin pensarlo, y en otro tiempo hubiera hecho locuras por escucharle
hablar así y decir aquellas cosas, aquellos sentimientos que él nunca
demostraba. Pero Ride tenía razón. Aquello no era ya su cuento de hadas. Era su
maldita realidad.
Por los viejos tiempos. Los exámenes han vuelto como se fueron, así como tras cada tormenta llega la calma. Voy a hacer que esta realidad, tenga final de cuento de hadas.